El
estambre del cuerpo
(en tiempos de pandemia)
David De
los Reyes
El
cuerpo es más que una cosa en el mundo, es una acción contra y sobre el mundo.
Es una maya de percepciones que dan entrada a la apropiación de todo lo que
puede abarcar. A esto se le suma la dimensión lingüística, la palabra, que es el
conducto para direccionarlo y pensarse. Las sensaciones no sólo hacen a ese
volumen de materia y vida que se contonea por los transitados y cansados rincones
del mundo. Es desde la mudez interna que la corporalidad invita al impulso
limitado, anclado sobre el estambre del mundo inmediato, que no es otro que el
que construimos con nuestro cuerpo. Mundo inmediato que comienza por los
pliegues de la piel y sus exigentes e imparables sed de contactos. Un ir hacia
el devenir sentido. La conciencia se vuelve perceptual. Antes del concepto está
la carga emocional y sensual del cuerpo. Y la carga del cuerpo está en relación
con nuestro abandono y cuido del campo orgánico sensorial. Nuestra intensidad
de la sensibilidad o las agresivas cuotas de irritabilidad hacia sí mismo,
nuestra agudeza de captar lo interno y lo externo vendrán a constituir la
primacía y la carga de la percepción, que no significa otra condición que la
primacía de la experiencia irrepetible, resolviéndose en la medida en que la
percepción se nos presenta en su dimensión activa y constitutiva.
Nuestros
momento presente de pandemia, de encierro, de castigo individual y universal,
de acorralamiento sanitario, de enfermedad invisible mortal, de olvido de los otros vivos y reales -no
virtuales, y de la reducción de nuestra experiencia vital corporal a estar
recluidos a una silla, una mesa, un cuarto: espacio artificial, y al permanente
rezo cotidiano ante el santuario de los
dioses y de los monstruos de la pantalla lumínica, a unas relaciones mudas pero
sonoras por membranas plásticas, a unas miradas en las calles desviadas por el indetenible miedo al contagio, a unas
extremidades mutiladas en su abarcar al otro, a un solitario sexo monoaural , a
los filtros químicos de la evasión expedita de las sustancias que alteran
nuestros nervios a un momento de reconciliación que acorta vida, a unos afectos en la distancia líquidos y
evanescentes o en la cercanía repelidos
e inaceptables por falta ya de costumbre, todo ello nos llevan a un cambio de
ciento ochenta grados en lo experimentado en nuestra efímera existencia
corporal. Esto es lo que nos orienta hoy todas nuestras percepciones de la
biopolítica de la pandemia. El cuerpo
detenido, domesticado (domus significa casa), en el sentido
literal de la palabra, nos dan una idea de nuestra expresión actual del cuerpo sobre
este pedazo del mundo nuestro sin poseerlo. Es un cuerpo ante un espacio
objetivo casi detenido y enraizado en la nada de la cotidianidad rutinaria en
una situación que nos ha polarizado todas nuestras idas y venidas, todas
nuestras acciones.
¿Qué
queda? ¿Queda recogerse sobre sí mismo y perfilar otro esquema corporal? Quizás.
Donde las experiencias vividas las aprehendemos como sutiles materiales de la conciencia
para futuros proyectos que rompan el hastío de lo mismo. De las experiencias
vividas surgen los posibles esquemas que se imponen, nos imponen y las hemos
aceptado como animales amaestrados. ¿Irremplazable realidad física y mental de
nuestro focalizado cuerpo con mascarilla y mudo de libre gestualidad? Volvamos
a él. El cuerpo puede volverse como prodigioso receptáculo perceptivo que
vislumbre un nuevo horizonte de creatividad dimensionada por un impulso de
nuevas aperturas a lo desconocido y no resuelto, no experimentado. Una fuerza
de negación a la aceptación de lo que se impone como único. Desvía la mirada hacia
otro lado y fuera de la pantalla, por ahí comienza otra realidad, otra
conciencia perceptual, otro procurarse la vida absurda pero sentida en el
estambre de la realidad. Todo comienza con volver aprender a cómo respirar,
respirar sin mascarilla…el cuerpo es aire, somos el aire que respiramos…no una
cosa.
DDLR
Guayaquil
10 de agosto 2020
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