De un recuerdo para
una charla sobre Narcocorridos
David De los Reyes
Corona Vegetal. Redes Sociales Vegetales-
DDLR/2023 Guayaquil
La primera vez que escuché y aprendí un corrido fue cuando estudiaba mi bachilerrato en el Liceo Urbaneja Achelpohl (Caracas), corría la década de los años 70 del siglo pasado.
Con un grupo de amigos fundamos un Coro. Una agrupación de cámara. No éramos más de unos diez o doce. Teníamos todos voces que podían cantar todas las voces de una partitura polifónica. Nuestro repertorio era versátil. Cantábamos desde Spirituals pasando por música renacentista, folclórica venezolana y canciones del repertorio coral universal. No podía faltar Gaudeamus Igitur. Pero entre las piezas que cantábamos, cuando nos reuníamos en casa de alguno de nosotros, siempre salía algún corrido de la Revolución Mexicana, Adelita era uno, pero también estaba Carabina 30 30, la que los rebeldes portaban. Esos fueron mis primeros contactos con los corridos. Eran corridos que exaltaban la épica de la Revolución Mexicana entre los años de 1910 y 1920.
Los corridos no eran una música que estaba cercana en el entorno de nuestra juventud. Era como una rareza que un grupo de muchachos cantaran ese tipo de canciones. Vinieron a nosotros a través de los miembros de esta coral. Varios cursábamos estudios formales de música en el Conservatorio. Y el acercamiento a los corridos era también por nuestra simpatía a las causas de la justicia y del cambio social por un buen vivir colectivo. A pesar de los tiempos, el tema de la lucha armada, de la guerra fría, de una izquierda latinoamericana nos llevaba a tener simpatía no sólo por los cauces de la ideología, sino también a todo lo que refiriera a la proclamación e irrupción de una transformación popular.
Eran los años 70. Años que el corrido revolucionario sólo era una reliquia musical. Pertenecía a la arqueología musical de un pasado que sólo se revivía como una memoria, como dato curioso, como una música que exaltaba los ánimos, la identidad de sentir un acercamiento con una gesta nacional latinoamericana que pedía, como proclamó el gran dirigente mexicano Flores Magón para los indígenas y la clase popular, ¡Tierra y Libertad! Pero ese embrujo estaba olvidado, muerto y sepultado. En México mandaba un partido revolucionario que no era revolucionario, si acaso de un nacionalismo patriarcal de los más rancios (que hasta ahora sigue en pie). Y comenzaba a aparecer, gracias a la industria cultural discográfica y al buen negocio que se presentaba de cara al futuro, los narcocorridos. Canciones que no hablaban de una ética, tampoco de un cambio social, menos de una política democrática y de las hazañas de los héroes de la revolución. En fin, se filtra en ellos toda una propuesta de la condición del ser macho latino, un antihéroe que vendrá a subsistir por sus enfrentamientos con un estado que le ha decretado, en apariencia comunicacional, una guerra. Es la situación que irá generando todo el entramado de una de las empresas más exitosas en réditos que ha salido del redil latinoamericano, pero a la vez, de las más trágicas y violentas.
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