miércoles, 2 de junio de 2010

Instituciones, individuo y

 el arte de saber escuchar.

David De los Reyes.

Resumen
Las instituciones democráticas garantizan el ejercicio de la libertad individual y en consecuencia, la realización del sujeto. La construcción democrática se define en un ámbito público dentro del cual es posible actuar autónomamente y con garantías de protección a los derechos individuales. El lenguaje democrático evoluciona cuando existen condiciones institucionales que lo favorecen, en términos de permitir el establecimiento de diálogos que permiten modelar el espíritu libre de la democracia a través de la construcción de significados.
Palabras claves: Individualidad, esfera pública, democracia, instituciones, lenguaje.
Abstract
Democratic institutions guarantee the exercise of individual liberties and the realization of the individual. Democracy is defined as a public aphere where subjects can act with autonomy, and with guarantees for the protection or their individual rights. Democratic language evolve as there are institutions that favors its evolution, by allowing dialogues that model the free spirit of democracy.
Key words: Individual, public sphere, democracy, institutions, language.
ooOOOoo
"Al tratar del Estado debemos recordar que sus instituciones no son aborígenes, aunque existieran antes de que nosotros naciéramos; que no son superiores al ciudadano; que cada una de ellas ha sido el acto de un solo hombre, pues cada ley y cada costumbre ha sido particular; que todas ellas son imitables y alterables, y que nosotros las podemos hacer igualmente buenas o mejores."
R. W. Emerson.
Individualidad e instituciones
Anna Arendt ha planteado que la modernidad está marcada por el triunfo de lo social sobre lo político. Lo social se articula por medio del trabajo y, por tanto, por la ciencia de la economía, la cual define al hombre por unos comportamientos necesarios, induciendo la negación de la singularidad y de la acción personal. Es por lo que llega a afirmar que la forma de medir el triunfo de la sociedad en los tiempos modernos es distinta a épocas anteriores. La modernidad sustituyó, en principio, el comportamiento de la acción pública y la eventual democracia, por el predominio de lo anónimo en la vida personal. La economía, no instaura comportamientos sino en el dominio de actividades relativamente restringidas y que le conciernen; igualmente, en las ciencias sociales, en tanto estudio del comportamiento humano, somete al hombre tomándolo como un todo, en el que todas sus actividades están en el mismo nivel de un animal condicionado a un comportamiento previsible (Arendt, 1961:84).
Las instituciones democráticas en su actividad, deberían plantearse la defensa del espíritu que habitaba la ciudad antigua, en la que tanto la esfera de la acción social, como de la acción política, afirmaba la individualidad de los ciudadanos. Pertenecer a un pequeño número de ciudadanos era poder vivir entre iguales; pero el dominio público mismo estaba animado por una intensa competencia: cada quien debía intentar distinguirse de los otros y mostrar en sus actos hechos únicos, deseando que fuesen los mejores. En otras palabras, las instituciones democráticas, comprendidas en tanto reciprocidad entre individuos y estructuras sociales, deben proteger el dominio público conservándolo como la esfera de la individualidad.
Esto permite que muestre al hombre realmente como es, viéndolo como una particularidad irremplazable para esa sociedad (idem:80). Más que incorporar un espíritu de masas a las instituciones a través de procesos permanentes de mayor homogenización, la acción de toda institución democrática debe mostrar su acción política en la medida que defienda plantear y reivindicar la autonomía individual según sus posibilidades.
El espíritu de comunidad que pudiera encontrarse en toda institución está determinado por el trabajo en conjunto. Pareciera denotar que su actividad se desempeña como si todos actuasen y fuesen un solo hombre; en tal sentido, el espíritu de comunidad impregna al trabajo común. Tal naturaleza colectiva de trabajo, lejos de fundar una realidad reconocible por cada miembro del equipo, desplaza, paradójicamente, toda conciencia de individualidad y de identidad. Es por lo que Arendt plantea, que todos los valores derivados de la actividad laboral, corresponden a otra función dentro del proceso vital, siendo enteramente social sus resultados: ello no se diferencia mucho más que el placer de beber y comer en compañía.
Este tipo de instituciones que reduce al hombre a una unidad total, es completamente antipolítica. Es todo lo contrario al que predomina en las sociedades políticas y comerciales y, que no dependen -tomado en el sentido aristotélico- de una asociación (koinomia) de dos médicos, por ejemplo, sino de la asociación entre personas diferentes, de distinta profesión o fines personales.
El descontento del trabajador (animal laborans), respecto a su distinción y reconocimiento y, en consecuencia, a su expresión y acción individual, pareciera estar confirmada por todas las rebeliones de los esclavos en la antigüedad como en los tiempos modernos.
Hanna Arendt

Para Arendt, la defensa de los derechos de los trabajadores desde el siglo XIX hasta el siglo pasado, han sido gestas gloriosas para la especie humana, siendo el único sector organizado que ha dado origen a dirigentes populares. En las instituciones contemporáneas, y sobretodo en los países que aspiran mantener y desarrollar organizaciones totalitarias, no han llegado nunca a desarrollar una forma de gobierno auténtico, sino organismos destructores de la autonomía del individuo. Por tanto, de involución del desarrollo humano. Desde hace más de doscientos años, no existen formas de gobiernos e instituciones novedosas que hayan dirigido su acción con fines auténticos. Es lo que ha sucedido con los llamados –y ahora querer volver a resucitarlos- consejos del pueblo o consejos comunales, que pretenden remplazar al sistema de partidos democráticos, los cuales, para Arendt, ya estaban desacreditados antes de ponerse en práctica.
De ello podemos comprender el sentido del origen de unas instituciones abiertas y democráticas a otras cerradas y totalitarias. Los destinos históricos de estas dos condiciones sociales arrojan resultados opuestos a la vida institucional. Las organizaciones ciudadanas propias de sociedades abiertas y la de los ¿sirvientes-proletarios-obreros-misioneros? propias de sociedades totalitarias, son distintas según las aspiraciones políticas del pueblo. Los sindicatos de la clase obrera organizada dentro de las sociedades modernas abiertas, obtuvieron importantes logros en su calidad de vida. Mientras que los movimientos políticos obreros, en tanto consejos comunales o del pueblo, han sido vencidos cada vez que han osado presentar sus propias reivindicaciones o programas distintos a los del partido único y reformas económicas. Por lo que deducimos que las instituciones democráticas deben ir bajo la dirección de esta doble tendencia: la de la autonomía y la de representar intereses comunes. Esta concepción democrática enmarca una función no de una tendencia estatal sino de organizaciones sociales reconocidas en tanto partidos vivos. Estos representan modos y estilos de vida que vienen a reemprender una tolerancia y mejoras ciudadanas ante las diferencias sociales pero sin la destrucción de identidades culturales comunes e individuales, sean de minorías o de mayorías. En el fondo, se trata de mantener vivos los derechos del hombre como una mirada permanente por las que las instituciones democráticas deben justificar su existencia. Lo característico de las sociedades totalitarias, como bien conocemos, es tratar de ocultar tales derechos; justifican su negación y anacronismo anteponiéndoles un discurso difuso referido a un futuro esplendoroso y feliz que siempre expresa y se adecua a la preclaridad de líderes únicos y cuasi eternos en el poder.
El bienestar, en sociedades abiertas, lo obtenido se construye desde el presente para el presente y no en el falso ilusionismo de utopias.
Estos derechos del hombre deben comprender principios democráticos que si bien no existen en tanto instituciones se pueden inventar sus elementos que completen a toda organización de una manera real. Su eficacia está en la adhesión que puede suscitar en función al tipo de vida de una sociedad; sus ventajas no han llegado a existir de manera fortuita, sino que han sido consolidadas dentro de la tradición de vivir el derecho, reafirmado por la conciencia y la acción humana.
Bajo esta perspectiva vemos surgir la necesidad de una sociedad autónoma, es decir, una sociedad capaz de autoinstituirse. Por tanto, cuestionar sus propias instituciones establecidas, plantearse qué es una ley justa, pudiendo evolucionar siempre frente a la actuación institucional (Castoriadis, 1986:218s). Cuando se habla de individuos autónomos se está refiriendo a una extensión de toda institución social democrática. Y al hablar de instituciones sociales comprendemos que únicamente pueden ser portadoras de efectividad y eficacia si aglutina en su seno a una colectividad de individuos. No pueden existir individuos libres dentro de una sociedad servil, y ello es una fatalidad dentro de las sociedades totalitarias o cerradas.
Tales instituciones necesitan interactuar con individuos autónomos que tengan la capacidad de cuestionarse a sí mismos y que encuentren en aquellas una igual participación para todos en la conformación del poder. Sin ello no hay libertades públicas, de la misma forma que no existe libertad sin igualdad ante la ley. ¿Cómo ser libre si otros deciden por mí lo que me concierne en tanto individuo? Más que proponer una visión liberal en esta concepción de las instituciones democráticas, se aspira a una reciprocidad entre libertad e igualdad. Se busca defender al individuo contra el poder omnimodo del Estado, lo cual supone una heteronomía política. Esta situación no acepta a las instituciones como esferas estáticas separadas de la colectividad, adhiriéndoles un sentido de poder parcial y. por tanto, se presentan como un mal necesario.
Por el contrario, en la sociedad democrática, en que las instituciones asumen los derechos humanos, permiten una mejor igualdad y libertad individual.
Sólo las “democracias populares” tienen un sentido de la igualdad total en tanto servidumbre o neo-esclavismo en el cual no hay, a la final, ningún provecho para nadie. Tal mecanismo de poder termina beneficiando a una sola persona. Y ese alguien no puede gobernar solo en una sociedad. Se establece una complicidad de corrupción y ello debe dar cierta ventaja a una fracción de la sociedad, lo cual implica una desigualdad, propio de toda demagogia tildada de demócrata. Podemos apreciar que las distinciones tradicionales entre igualdad y derechos e igualdad de condiciones deben ser relativizadas.
Castoriadis (idem), refiere este problema. Opina que es vano querer una sociedad democrática si la posibilidad de igual participación en el poder político no es tratada por la colectividad. A esta le concierne su realización, y que esté amparada por instituciones que defiendan la autonomía individual, la igualdad ante la ley y la transparencia de la justicia social.
Cornelius Castoriadis


Cambios de rumbo en las instituciones
Lo anterior nos plantea que el mayor problema al que hoy en día se enfrentan las instituciones, no es sólo su permanencia o continuidad, sino más bien la pérdida de significado social, y los fines para los que han sido fundadas.
La vida de cada institución estatal pareciera que ya no posee una función discernible y transparente. El imperativo que se impone ahora a muchas instituciones, no es simplemente la existencia política de un espacio público, sino la efectividad ciudadana ante un mundo en permanente cambio respecto al rumbo de los intereses políticos, económicos, sociales y culturales. Como solución, la tarea que se vislumbra, no se refiere a eliminarlas o a modificarlas de forma permanente. Se trata de evolucionar al ritmo de un nuevo mundo organizacional político y económico. De exigencias impostergables, en la cual ya no observamos una continuidad; no hay una tradición y cultura fijas, tampoco podemos obviar los cambios demográficos, migratorios y ecológicos en que están inmersas las naciones.
Varias pueden ser las causas que llevan a la decadencia de las instituciones, una de ellas es la incapacidad de adecuarse a los grandes cambios. ¿Cuáles son estos cambios aceptados y a las que están atentas las sociedades democráticas? Podemos enumerar los más evidentes: a) el impacto de las nuevas tecnologías y su implicación para interactuar dentro del mundo global; b) el insoslayable y permanente vínculo de atención a la progresiva extensión de los problemas sociales dentro de las naciones; c) el vacío estatal en relación a un amplio espectro poblacional; d) la carencia de los recursos requeridos para una eficiente atención respecto a los fines por las que se estableció dicha institución o la incapacidad de implementar los recursos en la dirección requerida; y, por ultimo, e) el impacto que ha creado la globalización en todos los aspectos de la vida, tanto en las instituciones privadas como en las públicas.
Esta situación en las instituciones, le acompaña la interacción de la nueva economía en todas las esferas de la vida ciudadana, y define su apuesta por el cambio permanente.
La propuesta de los gobiernos en relación a sus políticas fiscales y la respuesta ciudadana, no son ágiles al respecto. Además encontramos políticas internacionales, cuya intención es moderar la velocidad del cambio institucional por la nueva economía. Esto conduce a transformaciones aún más profundas en la vida de la política institucional dentro de los estados, alejándolos más de la participación y equidad dentro de la comunidad mundial. Más que dejarse envolver por la ola, se trata de remontarla aprendiendo a responder desde múltiples opciones de acción en defensa del bien común.
La difusión global de nuevos recursos tecnológicos para la organización institucional, es una tendencia que continuará siendo independiente de los fines de servicio de las instituciones ciudadanas, aunque sabemos que hay actividades básicas de gobernabilidad para la vida de una nación. Como refiere el pensador inglés John Gray: No somos los amos de nuestras tecnologías, pero igualmente éstas tampoco pueden alterar las circunstancias básicas de la vida humana.[1]

Pieter Brueghel el Viejo, Torre de Babel.
Cambios de lenguaje
Otro de los cambios operados por las nuevas tecnologías, es el aceleramiento que conlleva a la reestructuración de las instituciones y la eliminación del personal en sus cargos. Crea situaciones de crisis a las personas y en la competitividad institucional.
Los cambios de lenguaje operativos de las tecnologías y de las organizaciones, vuelven caducas ciertas direcciones organizacionales. De forma simultánea, aparecen nuevas implicaciones en funciones que se daban por inalterables. Como ocurre en algunas universidades, en la que la academia tiende a fosilizar ciertos conocimientos en lugar de recrear una mirada epistemológica de los mismos. Hoy se han visto en la necesidad de asumir ese reto de cambio permanente, encontrándolo hasta en los modelos de enseñanzas de autores clásicos.
Si no evolucionan llegaran a colapsar y a perder la razón de su existencia pública. No se trata de revolucionarlas ideológicamente, a través de un pensamiento único, propio de estados totalitarios.
Una institución no es solo cambios tecnológicos, sino enfrentamientos a necesidades que van surgiendo en el desarrollo de la vida pública y política de una nación. Sin una revisión permanente de los lenguajes simbólicos y técnicos, y en los enfoques epistémicos organizacionales, no se obtendrán rendimientos sustanciales en las prácticas de gobernabilidad. Vivirán en una permanente condición de anacronía y anomia; solo alimentarán un espacio público estéril disfuncional de costosos cargos burocráticos sin mayor realce para la existencia y viabilidad de un estado.
Los lenguajes institucionales son los que facilitan los alcances, límites y fines de toda institución; de ahí su importancia. Por el lenguaje se modela el espíritu democrático o totalitario, estatal o público de la institución. Su autenticidad permite obtener eficiencia dentro de una organización de servicio democrático. Lo contrario nos lleva en dirección a otro tipo de estado en contradicción a las libertades individuales y públicas.
Estamos en un período de transición institucional abierto. Esto lo observamos en la división social, así como en los derechos vigentes del ciudadano y en el tipo de trabajo en profesiones que pertenecen a una fase de desarrollo tecnológico anterior.
En un tiempo de economías basadas en el conocimiento, es importante confiar menos en ocupaciones estáticas y específicas para cada industria, y abocarse más en la reestructuración continua del uso de la información para el hacer profesional; en los flujos de conocimientos internos y externos, y en un estudio permanente de desarrollo tecnológico y científico, adecuados para atender con eficacia la demanda surgida de los asuntos enmarcado en la ciudadanía.
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© Christopher Furlony Images

Transitoriedad institucional
En un tiempo de instituciones sustentadas en principios políticos inalterables o en cotas de poder partidista o grupales, encontramos que la operatividad de ellas exige otra actitud en función de la puesta en práctica del saber que les da eficiencia y convencimientos de competencia pública. Por tanto, no podemos darnos el lujo de tener instituciones incompetentes. En el campo de apertura que genera la información y el conocimiento, así como en normativas y estándares competentes, permiten a los funcionarios y a la misma institución actualizarse. Esto amplía la capacidad de atender con eficacia los servicios públicos, y reafirma la idea de que cada una ellas tiene su desempeño único dentro del conjunto estatal y social, privado o público.
Los temores en las instituciones de nuestros países latinoamericanos se concentran en el crecimiento de la marginalidad social y en la exclusión de eficiencia pública. Esto lleva a desperdiciar el significado de la acción institucional por su inestabilidad en su organicidad, sin autonomía y anclaje, sin vínculos operativos de alianzas estratégicas entre las distintas instancias estatales para su desempeño.
La pérdida de virtudes de las instituciones consigna una disminución en su seguridad política e intensifica una carga presupuestaria dentro de los costos sociales que representan; surge el reclamo y la incertidumbre ciudadana sobre ellas.
Apartando esta realidad, dentro de una sociedad democrática podemos encontrar tres claves éticas que son determinantes en la inoperancia de las instituciones. Primero, las instituciones han sido organismos a través de los cuales la mayoría de la gente participa directamente para darle vida y justificación, obteniendo de esta manera una identidad pública en la convivencia ciudadana y económica. Si bien no pueden mantenerse planes y normativas vitalicias, tampoco podemos dejar sin respuesta lo que la sociedad espera de ellas. Una institución requiere del reconocimiento y participación de la comunidad en la que se establece, y al ejecutarlo se construye una identidad y un imaginario social que lleva al desarrollo de la interconectividad y enraizamiento individual y grupal. El segundo punto ético compete en que las instituciones ocupen un espacio que de origen a la existencia de la atención estatal de sus usuarios. Y una tercera disposición ética, será la autonomía para saber jerarquizar cuáles acciones debe atender de forma responsable ante cualquier poder público que quiera interponerse en los requerimientos ciudadanos.
La institución pública debe tener independencia en la constitución de sus políticas sin que esto choque con los fines constitucionales y económicos de un estado. Pudieran preverse situaciones que lleven asumir prácticas que no sean cónsonas ideológicamente con la línea del gobierno de turno. Las instituciones deben su condición a que si bien los cambios influyen en ellas, deben quedar eximidas en someterse a intereses doctrinarios o del partido político en el gobierno. La eficacia debe ser un eje determinante de su justificación política, y su existencia, una permanente evolución en función de los requerimientos de la población y del desempeño de la sociedad en conjunto.


Autonomía y valores institucionales
La autonomía institucional debe tener en cuenta a los individuos y a las agrupaciones por igual. Encontramos en lo mejor de nuestras tradiciones políticas individuos que promovieron importantes cambios en sus comunidades y, por ende, en sus instituciones. Involucraron directamente a sus conciudadanos en proyectos que surgieron de las asambleas de deliberación ciudadana y de las asociaciones. Con ello se crearon instituciones novedosas y una fisiología institucional que estaba integrada por un conjunto de hábitos que modelaron su existencia en correspondencia con la evolución social en la que estaban inscritas.
Esto significa adaptarse a estructuras con lógicas fluidas, que emerjan como formas de organizaciones colectivas, públicas y privadas en un mundo en permanente revisión. Erigir una cultura de adaptación en contra de las recesiones de creatividad política, lo cual crea una tendencia general a que se petrifiquen por el abandono, la anomia y el fatalismo.
Esta visión se rige en aportar valores a la comunidad. Sus prácticas deben renovar la vida, y concebir mayores espacios ciudadanos a través de productos o nuevos servicios, de logros políticos, como la mejora o creación de una ley o nuevas instituciones. Esto nos exige la necesidad del estudio de las anomalías sociales, pues son la fuente de la construcción de nuevos conocimientos y técnicas innovadoras. Lo cual permite el inicio de un cambio en un contexto de responsabilidades compartidas.
Deben aceptar la responsabilidad de producir soluciones ante los conflictos para convertirse en creadoras de una historia de vida e identidad evolutiva.
Estos cambios institucionales promueven valores y bienes comunes e individuales, no solo de orden material sino espiritual, como es la defensa de la libertad, la libre expresión y la calidad de vida. Exige mantener a largo plazo el compromiso social y la confianza en épocas de cambio, ante las minorías e intolerancias.
Las llamadas instituciones de estructura mutua (Charles Leadbeater y Ian Christielas) están presentes en muchas de las actividades sociales. Estas son particularmente idóneas para permitir que las familias y las comunidades empobrecidas logren un mejor control en su función productora en la medida en que las instituciones apoyen sus acciones a través de recursos y valores culturales. Podemos comprender que la diversidad de instituciones que hoy se requieren debe ir mucho más allá del lenguaje doctrinario, del discurso convencional político.
Los cambios necesarios para el desarrollo de la nueva institucionalidad están encaminados a una educación institucional hacia la ciudadanía.
Por lo tanto se debe tener una política comunicacional educativa institucional permanente, en que el individuo se conciba de acuerdo a sus capacidades, intuiciones, emociones y habilidades. Toda institución debe tomar en cuenta la diversidad cultural y los conocimientos que residen en los individuos que le dan razón de existir. Es lo que Giddens ha planteado como democracia emocional.
Por ello se tiene la necesidad de comenzar en aprender el arte de escuchar las preocupaciones de los individuos y comunidades e identificarlas con ciertas constantes históricas. De vigilar el desarrollo de la conciencia ciudadana, de formar ciudadanos. No podemos aceptar una institución que califique de forma abstracta a los ciudadanos.
Se deben erradicar conductas egocéntricas, patrioteras y nacionalistas, en la medida que implican una disminución de la autonomía ciudadana. Permite establecer estructuras mutuas que constituyen verdaderos puentes entre sociedad e institución.
Tradicionalmente vivimos condicionados por representaciones discursivas que distorsionan la realidad, lo que impide comprender los hechos en su contexto y verdadera dimensión. Rectificar esta situación nos permite ampliar nuestra conciencia institucional, requisito necesario de una sociedad plural y de múltiples manifestaciones pluri-culturales, tanto a nivel general así como en minorías. Esto nos enlaza con otras perspectivas individuales, acercándonos a una historia común y personal, presente en sujetos creativos y de variadas condiciones, llegando a aceptar la pluri-universalidad.

¿Un arte de escuchar institucional?
La forma de escuchar las instituciones a sus ciudadanos, les exige conocer el concepto de vida buena desde la diversidad. Motivándolos a permanecer identificados con su organización, siendo coherentes a la hora de una negociación que pueda presentarse dentro del cuerpo social. De esta manera las instituciones están preparadas para administrar compromisos y desarrollar confianza, al crear equipos sólidos en función de las actividades requeridas. Diseñando estrategias para una educación que oriente el espíritu emprendedor de equipos comunales de acción social. Estas herramientas hacen que la ciudadanía decida por sí misma a través de formas de discursos no estandarizados e ideologizados, y que ofrezcan una apertura al debate o a proponer soluciones no tradicionales. En vez de establecer un diálogo de sordos, debemos buscar coincidencias. Las instituciones tienen que invitar a una apertura, no a la instauración de un diálogo enfático que pretenda legitimar acciones y narraciones de discursos desde la política, los cuales vienen solo a establecer generalidades institucionales sin dar paso a una ventaja transformadora particular para la sociedad.
En un mundo de cambios solo se puede transitar por él en la medida en que puedan imaginarse acuerdos y beneficios no surgidos de una tradición o estándar institucionales únicos, lo cual se caería en un lenguaje dogmático desde la unilateral razón de ser del ente institucional. Las instituciones deben tener equipos consolidados para plantearse y enfrentar los problemas, tomando en cuenta la voz de los ciudadanos para manifestar públicamente sus requerimientos.
La actividad a realizar por las instituciones, construye su significado en torno a un pensamiento ético que toma en cuenta las consecuencias por las resoluciones asumidas. Esto implica analizar la estructura de poder en las que aparecen los conflictos, siendo esto, en parte, lo que la constituyen y la sostienen. Las instituciones pueden implementar campañas educativas para que las personas aprendan a desarrollar una interpretación autónoma y comprometida de su mundo social. Que comprendan dónde y cómo reside el poder ciudadano institucional en tanto fuerza política y social, cultural y económica. El poder dado a los ciudadanos debe entenderse como el arte de construir nuevas relaciones materiales y espirituales para la comunidad. Ello implica la instauración de nuevos valores que induzcan a la mayoría a aumentar su la calidad de vida.
En definitiva, si ha de tener significado para la mayoría de las personas la existencia de instituciones a tono con los tiempos de transición y en permanente transformación cultural, debemos reconsiderar su estructura y organización práctica distanciándonos de propuestas radicales o revolucionarias del presente. Las instituciones deben pensarse no desde un marco anacrónico y tradicional sino en prácticas que impliquen el compromiso, la correcta competencia, la saludable eficacia, un conocimiento eficiente, una evolución política y creativa democrática a partir del mismo grupo social al que deben atender y a la que deben su existencia.
Alexis de Tocqueville
Coda final
Las instituciones democráticas, más que aceptar a un socialismo o a un comunitarismo, es que en ellas se dediquen a formar un individuo igualitarista. Esto le da a cada uno un lugar, un valor y una condición determinada. La igualdad institucional dentro de las democracias contemporáneas, ganaría al pensarla como igualdad de condiciones, y no como una dependencia absoluta con la comunidad. Esto no significa la propagación del valor del egoísmo como forma de vida. Es en el sentido de Tocqueville (1985:t.II:125s), el cual afirmó que el individualismo es un sentimiento reflexivo y tranquilo, que dispone cada ciudadano al apartarse de la masa, y en retirarse a compartir con su familia y sus amigos. De tal manera que así crea una especie de sociedad de uso, creando nuevas instituciones sociales a partir de esa agrupación de individuos; esta actitud es de origen democrático pues nace de su propio desarrollo en la medida que las instituciones sociales favorecen la igualdad. Las instituciones comunitaristas reducen los espacios de cada hombre en su acción personal; se les fija un lugar inalterable y jerarquizado, percibiendo a la final que la burocracia se convierte en una especie de aristocracia estatal, imposibilitando el cambio social. Se constituye una jerarquía donde se rompe la opción de relacionarse distintas culturas y clases sociales, convirtiendo en enemigos y extraños los miembros de una nación. Ello crea eslabones que se solidifican como actitud totalitaria. La democracia rompe la cadena y permite el paso para la creación de instituciones abiertas y autónomas. Hoy en nuestras sociedades inciviles con tintes democráticos pareciera reafimarse la observación de Emerson: "La sociedad es en todos los sitios una conspiración contra la personalidad de cada uno de sus miembros."

Emerson sobre un manuscrito personal.
Bibliografía
Arendt, A. 1961: Condition de l´homme moderne. Ed. Calmann-Lévy, Paris.
Castoriadis, M. 1986: Domaines de l’homme. Les carrefours des laberynthe, II. Ed. Le Senil, Paris.
Tocqueville 1981: De la démocratie en Amérique t.II. ed Flammarion. Paris.

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