Comunicación y Política
David De los Reyes
I
Poder y medios.
En el siglo XVII el filósofo inglés John Locke afirmó que “la opinión gobierna el mundo". Su interlocutor en la época pudo ser el francés Pascal, quien afirmaba lo contrario: “la fuerza es la que gobierna el mundo, no la opinión pública. La fuerza es la que hace la opinión pública”. ¿Opinión o fuerza? Locke supo que la opinión pública es la que usaría la fuerza de una forma menos tangible pero más eficaz, menos palpable pero más conductora y maleable, por ello trató de esbozar una democracia donde la información y la educación fuesen las cosas mejores repartidas del mundo; claro que el fluir del tiempo no le daría, en parte, la razón. La opinión gobierna el mundo, con ello quería referirse a que los comportamientos del hombre estaban regidos por la experiencia y las instituciones educativas hegemónicas en las que se inscribían la memoria personal del hombre. Para este inglés el hombre era “una página en blanco” que se llenaba con los rasgos más sobresalientes que se adhiriesen en forma de sensaciones y estímulos irradiados del mundo externo. Para Locke su concepción ilustrada y empírica estaba bien visualizada. La elevación de la condición humana y, consecuentemente, el progreso social, estaba haciendo la plana recomendada desde las aulas sociales que eran portavoces de los valores imperantes que constituían a las instituciones en marcha. Hoy los medios de comunicación han desplazado esa influencia y pudiéramos decir que son los medios de comunicación quienes gobiernan el mundo con su fuerza y presencia. Ellos nos dictaminan cuáles son los valores, la ética, los deseos y son condición para la consecución de la cohesión social y, por su presencia constante en todas las esferas de la vida, ejecutan una acción –poco comprendida- de reducir al mínimo los traumas del desorden entrópico de nuestras sociedades fustigadas por el principio del cambio constante de la cultura y el ambiente; quedando la población anestesiada y sin capacidad de reacción. Pero con la circunstancia agravante que “este siglo nos ha enseñado que nada dura, ni siquiera los regímenes más consolidados”[1].
II
Logos e imago
Gracias a la virtud del poder de convocatoria de la tv (antes), el internet (ahora) y sus aledaños electrónicos (telefonía celular), estamos tocando un firme nivel virtual del estadio civilizatorio del “verdadero consumismo planetario” más que una consciencia de la diversidad cultural planetaria requerida para reducir nuestra tendencia de narcisismo nacionalista con un alto grado de entropía social; los medios de comunicación parecieran haber sido tomados por asalto como los nuevos púlpitos de la contrailustración y ello nos marca y conforma la condición ontológica de este nuevo ser teñido de globalidad consumista con que pulsiona a sus entrañas dejándolo ¿pobre o confuso? de realidad existencial. Quizá, por ello diremos, que ya podemos hablar que las democracias de corte liberal se sostienen no sólo por sus estructuras jurídicas y su resbaladiza legitimidad, sino angustiosamente por los cauces de valores espasmódicos mediáticos, donde se nos promueven como condición íntima el cambio de valores girando en circuito cerrado de televisión.
De ahí que una campaña electoral sea menos discurso y concepto, o que contenga la necesidad de presentar algún proyecto político medianamente sensato y viable, llevándolo, aunque sea, a su mínima expresión light; el círculo de lo político está en vigilia sólo para el impacto perceptual y para la reiteración somnífera mediática más que cualquier otra cosa; el hombre, después de todo, es el más maleable de todas las criaturas, y se adapta a los nuevos tiempos y al estambre del diseño de la campaña política para que lo dejen libre de su elección; y en ellas no hay mensaje creíble, sólo espasmos; no hay tensión del logos, sólo imago fractal alterno. Es el espíritu de la época, pudiéramos decir. De ahí que la batalla ilustrada fuese de las ideas contra la corrupción, el oscurantismo y la superstición imperante. Lo que hemos visto en este período democrático es el cuido y el mantenimiento de una calculada y vacía política simbólica (un falso imaginario). La dramaturgia y la escenografía virtual y mediática ficcional dominan sobre cualquier otra posibilidad real.
III
La política y lo cotidiano.
En vista que los votos políticos no nos devuelven la esperanza ni la representación clásica y oficial/formal, ni tampoco que nuestros representantes incompetentes asumirán la posibilidad de aprender o ejercer la cultura de la renuncia ante el fracaso de su práctica política y de la incapacidad de sus aportes a la solución de los problemas sociales, el individuo pasa a construirse y constituir un mundo menos torpe, más humano, menos brutal y más acogedor en la esfera de lo cotidiano privado abandonando la construcción de nuevos espacios públicos para el ejercicio de lo político; esos mismos electores urbanos nos muestran que su acción, como ciudadano elector y legitimador del sistema, está, por los índices de frustración constante y en forma envolvente, más cercanos a adornar su vida con los oropeles y los productos de las pasarelas mercantiles de las formas y telas de moda, con los puntillosos nuevos gustos alimenticios y asexuales looks, o con el deseo onírico de posesión consumista de la imagen del último ídolo mediático del momento que atendiendo y tomándose en serio –pareciera ser así la constante- a la cara seria, torpe y gris de la política cuasi-gerontocrática de nuestros mundos latinoamericanos.
Los políticos, sus políticas[2] –cuando tienen- y sus quebrados partidos acéfalos de ideología, se igualan en duración significativa con el mismo grado de obsolescencia que los productos del mercado; se parecen tanto a los objetos de consumo que son semejantes; por seguir su lógica constitutiva terminan siendo hermanos gemelos de los comportamientos inscritos por el circuito del marketing y en la ambición de poder sin proyecto realizable; pocas veces asistimos a debates de ideas y si ellos se dan terminan siendo sobre intereses particulares o de partido; de ahí que, continuamente, tengan que renovarse de nuevos tics, de lemas, de “empaques”, y de reincorporar su imagen en los procesos de renovación formal permanente; plena aspiración política a la vedettización; su finalidad y frivolidad está en provocar artificialmente -¿virtualmente?- una dinámica del envejecimiento de la imagen y salir renacido, resucitado –al tercer instante electrónico- con otros contornos simbólicos al mercado de lo político. La publicidad nos dice que a menudo es suficiente un nuevo envoltorio para realzar un producto en declive, pero pasa que el producto político que nos ofrece y su pobre ser color gris repetitivo no contiene la creatividad de la publicidad y sí la limitación de su realidad y condición humana, por ello la dificultad de su credibilidad pública: ¡por sus obras los conoceréis y los aburriréis! A su paso lo único que nos han dejado son algunas felices realizaciones sociales pero seguidas de humo y deudas, frustración social y corrupción, clientelismo populista y una borrachera de espejismos icónicos en la audiencia. Los políticos han olvidado el espíritu público que los legitima; es un representante, es decir, un servidor del poder radicalmente secularizado de los ciudadanos. Quizá lo que queda es, ante el cansancio del discurso, resemantizar el mundo de las prácticas políticas, integrándolas a una retórica de la seducción. Se requiere volver a hacer política no ficcional o la capacidad de construir un nuevo imaginario colectivo de carácter racional donde los ciudadanos logren cierta identidad política común.
Tic Tac de Jorge Gallego
(óleo acrílico sobre tela)
IV
Memoria e imagen.
Pero el lastre de la memoria en la imagen del político se reduce al mínimo; se desprende de referencias del pasado; se pone fin a cualquier referente topográfico colectivo, y se convierte en “un robot-pol” desbordado: llegando a presentar, gracias a la práctica de la cirugía del diseño mediático, sólo una presencia hiperactual; presencia sin lazos con un pretérito que lleva la instrumentalidad del diseño político a estar impregnado por la sonoridad de la modernidad estricta. Su perfil de campaña aparece sin raíces, sin estar sumergido en ninguna fuente de la imaginación alegórica o mitológica; lo importante es renovar el mito pero sin atajos o caminos reales que lo lleven a un pasado; presencia absoluta sin sombra ni referencia; el presente como la temporalidad donde se conjuga el verbo de su historia; se busca una tabla rasa personal para reconstruir en su totalidad un entorno desembarazado de referentes de una realidad que lo pueda limitar o herir en el reino de lo presente; lo actual como el propio ingrediente de lo necesario para el respiro de las consciencias monoculturales donde se ha erradicado cualquier desarrollo humano que esté fuera de la estrechez sígnica reinante. Mario Benedetti lo expresó así: “el pasado no vale, el futuro no existe y el presente es cada día más chiquito: un instante no más”. El político y la política así visto pareciera quedar para la dinámica vertiginosa del instante virtual; donde se ha secuestrado la verdadera voluntad popular por los representantes del pueblo. Gracias al olvido y al cambio adquiere la lógica de su permanencia.
(óleo acrílico sobre tela)
De la democracia representativa a la mediocracia de la representación.
La política y su vedettismo actual son el hijo y heredero directo del star-system hollywoodense. Se ha extendido hacia los espacios sociales de producción, reproducción y representación de lo público. Es el sistema de fabricación de divinidades terrestres con duración de cuarto de hora mediática. Sus ahora intelectuales hegemónicos, sus solucionadores de problemas o se copian estrategias del marketing o surgen de las filas de los managers, de los fabricantes de imágenes, de los creadores de encuestas, de los creativos a crédito, de los asesores en imagen, de ¿los maestros? de la escena audiovisual y de los locutores hiperrealistas: la ideología se remite al gancho eléctro-ícono-gráfico. La democracia y la política han pasado de ser sistemas que alguna vez pretendían, -mal que bien-, representarnos, a ser espacios de la representación, de una democracia representativa a una mediocracia de la representación virtual. Los electorados tradicionales de los partidos políticos de las democracias occidentales que fueron movidos por ideologías clásicas y dogmáticas han desaparecido; han comprobado en carne propia que el Estado del Bienestar está desfalleciendo y lo único que ha instaurado es un mayor grado de insolidaridad; un estado donde la expansión de la pobreza pareciera ser su condición actuante y con lo cual nos conduce a pensar que tal condición no puede justificarse ad eternum por ser un sistema social y político demasiado costoso, a no ser que se caiga en la demagogia de la clase dirigente.
Toda campaña política en la edad de la información ha recogido las enseñanzas publicitarias y conquistado la memoria colectiva con los mismos métodos escenográficos con que se engalanaban y rodeaban a las estrellas fugaces en el amanecer cinematográfico. Sus procedimientos, sus rictus, sus tomas, sus gestos, sus perfiles son los que han dominado los destinos de la política y al conjunto de su combo: de la economía, la religión, la ideología.
Y ello se debe a que lo público no está hoy en el interés de los dirigentes de escuchar las voces de la calle, o en los esfuerzos por concretar unos planes comunitarios o hasta nacionales, o en la mirada frente a frente. La política pública y su efímera vida se gesta por su aparición sesgada, mágica y tribal ante la audiencia de los medios, ello gracias al personaje elegido por las dictadoras cúpulas de ¿los partidos democráticos? o de los ¿notables? y grupos económicos que le dan la mano al elegido. La política ha terminado necesitando aprender ante las cámaras de televisión su comportamiento, hay que saber posar, hablar, gesticular ante ellas; sin esto la presencia del personaje puede hacer estragos al partido en los porcentajes de las encuestas. La política lanza su mercancía como lo hace cualquiera de las compañías cinematográficas. La logística mediática-política diseña, maquilla, retoca con cirugía, viste y lo pone a punto de caramelo –o melcocha- sensacional y hasta le da el guión que tienen que aprender de memoria y repetirlo hasta la saciedad para que convenza durante el resto del período gubernamental si llega a tocarle el bingo electoral; táctica hollywoodense: tienen sus guionistas, buscan sus propias anacrónicas tramas políticas sacadas de otras anteriores, cambiándoles los exteriores y actualizándolos con el presente y los nuevos trucajes técnicos; los discursos han dejado de pensarse y elaborarse para públicos socialmente estructurados y sobre la base de principios racionales; nos dirigimos a una masa amorfa, pulsional y conducida por el principio de ¿Peter o de Marilyn Monroe?: ¡seduce y vencerás!. La política ha adquirido los mismos visos de la industria cultural, mejor dicho, esta industria no tiene mejor aliado: ha sucumbido a los dictámenes de la era del simulacro. La cámara es la que dicta el discurso, no el discurso la perspectiva de la cámara. La sugestión es el arma que triunfa, así no tenemos el trabajo de pensar o razonar y con la sugestión entramos a un ramal psíquico donde se suprime o se atenúa el control voluntario; automatismo cerebral dirigido, donde se transforma una idea digerida en acto. ¿Y cuáles son ahora los espacios públicos políticos? Los estudios virtuales de radio y televisión, las conferencias de prensa, los discursos en cadena, los programas de opinión donde por teléfono sólo se puede preguntar lo que está aceptado ante las cámaras y su código de emisión al aire, además de la ya tradicional aparición iconológica de las primeras planas de los tabloides. El despliegue de los programas se reduce a la infinita repetición ideológica de eslóganes por medio de videos, spots, documentales dramatizados -y con guión ideológico incluido- vallas, carteles, pancartas, grafismos y pare Ud. de contar. Cuanto más esquemático mejor, más fácil y pronto está en el cartel. ¡El muchacho es como tú!. Como bien se ha dicho, todo adquiere la trama, la semántica y la gramática de lo audiovisual: lo político se audiovisualiza. Adiós a la escritura, a la oratoria y los discursos ante las masas enardecidas; ahora se va seguro, todo requiere el retoque de la aséptica edición, del eco icónico-sonoro y del montaje computarizado; así el mensaje puede que llegue a pegar prontamente en el blanco seguro y quizá despierte el entusiasmo –y no la razón- del auditorio anestesiado y que ha sucumbido a la narcosis mediática, gracias a la seducción icónica.
De ahí que no baste tener un proyecto político, un dogma religioso o una remendada ideología. Todo ello sólo tiene vida si se encarna en una supervedette que fascine a la audiencia. La política debe lograr corporeizarse en alguien que tenga madera y perfil de ídolo y alma telenovelera. La teología tendrá –como lo ha hecho- que hacer su aparición ante las amplias multitudes adquiriendo más el significado de un concierto de rock en grandes estadios que en una comunión con lo divino. Pregúntenselo a Clinton, Busch, Obama, a Wojtyla (alias Juan Pablo XXIII), Ratzinger (alias Benedicto XVI), o a Uribe o Chavez, o a nuestro exterrorista globalizado alias el Chacal. La política termina siendo anécdota personal, es la mejor carta política, las más de las veces ¡la única!
Más que la importancia del guión para la película termina siendo la figura que la actúa. Se le da más importancia y centimetraje al rostro del ídolo que a la historia que encarna; nos cautiva más lo primero que lo segundo. Y ello no escapa ni al terrorismo institucionalizado gracias a los medios: ellos están ávidos de audiencia; forman parte de la trama política global y ocupan buena parte de los horarios estelares de los noticieros, llegan a exigir para sus carnicerías rodantes la primera plana y en grandes caracteres: búsqueda de atención por todos los medios y en forma ruidosa se quiere presentar la tragedia que montan: ¡qué gran tubazo! ¡qué gran primicia! Y el rumor electrónico no deja otra cosa a la audiencia que el rumor. Son éstos los más fanáticos del primer ingrediente de nuestro mundo contemporáneo: la violencia y unos eternos enamorados del raiting de audiencia. La otra violencia viene del Estado. Ya Weber teorizó al mostrar la legitimidad del Estado en la monopolización de la violencia, pero la mayoría de los estados latinoamericanos se han empeñado en constatar que aquella es ciega y brutal, no está estructurada y aunada a una profundización y amplitud de la cultura política democrática, a una extensión del espacio político donde los ciudadanos puedan identificar y regenerar -¿reeducarse?- sus creencias políticas y jurídicas a través de convicciones morales que respalden al andamiaje democrático en tanto organización convivencial política[3]. Lo contrario, bien por terrorismo contra o de estado, lo que queda es sembrar el miedo, el cual no es una ciencia sino una técnica. Un procedimiento donde se anula el diálogo entre los hombres y se constituye en el peligro mayor de cualquier democracia. Pero los medios, igualmente, pueden reducir estos índices de aberraciones con un uso correcto civil y moral. Ayudando a comprender a la mayoría que sólo las sociedades democráticas son conflictivas, pero los conflictos deben ser resueltos por el diálogo y no por la fuerza, de lo contrario no lo son.
Pero nos encontramos que la política persigue vender a los candidatos como si fueran un producto más del mercado, parecieran decirles ¡vendedlos!, la misma manera que en el mundo de los negocios se vende un producto. No hay que hacer mucha distinción. Lo importante es que salga y no quede en el estante, si se enfría hay que botarlo. El existir de una campaña remite a la misma lógica con que compiten las cadenas de tv entre ellas. Hay que buscar rostros telegénicos. Mezclar los ritmos del espectáculo con los de la política nos lleva a obtener una buena mezcla de marketing en los medias, la política dejó de ser lo que fue al adherirle el sistema del star-system. De la aspiración en tanto electores de ser representados hemos quedado para legitimar a los fantasmas de la representación dentro del omnipresente rumor electrónico. Donde la democracia se reduce a una votación quinquenal y no al ejercicio cotidiano de la elección ciudadana responsable ante los problemas urgentes que desentrañar.
VI
Política mecanicista
Los rasgos ideológicos de los partidos, en estos tiempos de pragmatismo difícil, han llegado a hacerlos idénticos o similares. Todos aspiran a aplicar el recetario del industrialismo desmontado de las sociedades ¿desarrolladas?, tesis continuamente pregonada por las distintas teorías y toldas políticas. Su visión se remite -cuando la tienen- a un universo mecanicista y a un determinismo temeroso de la responsabilidad, reminiscencias del universo newtoniano donde se entienden a los elementos constitutivos del universo como partes integrantes de un reloj. Pero la complejidad e interdependencia de los eventos en esta era post-industrial o de la información pareciera no tener alojo entre partidos y dirigentes; se han quedado desfalleciendo, sin incorporar los rasgos de los nuevos conceptos y paradigmas. Su finalidad en el poder está en la permanencia en el poder y en el manejo y obtención de los fondos y puntos de control, en dominar las alcabalas sociales de decisión. Lo demás es voluntarismo político como receta aplicada en la abstracción del gas mediático: se buscan políticos emprendedores donde toda acción esté comandada por los intereses del grupo y el lobbysmo financiero. Política del cinismo, lenguaje de doble faz. Refugio de eslóganes, de virgencitas pastorales con sabor y forma a plástico, de mortuorios nombres patrióticos y cualquier reliquia que saque a uno de la consciencia de la mala calidad de vida diaria, florida retórica del vacío, escape de evasión virtual; ansia de poder, no de enfrentamiento para resolver los problemas de aquello que alguna vez se llamó bien social; en el fondo es un problema de estructura mantenida sobre las bases del monetarismo y por las comisiones pagadas al personero de turno que desvían a cualquier otro movimiento que no contemple tal dirección; ello es ahora el sentido del diario electronic town meeting.
VII
La oscuridad ilumina a la ciudad
Para poder sobrepasar esta situación de política anodina y con sabor a ti, las recomendaciones son muchas y las voces múltiples en su reiteración y alarma. Los teóricos conservadores han hablado de reinventar la gobernabilidad, ello se ha hecho un tema constante para estos tiempos. Pero ello huele a pasquín moderno. Un ritornelo de lo mismo. Que si democracia orgánica, basada en la estirpe de los notables y de los elegidos constituida en la naturalidad de los intereses de consanguinidad familiar y social; o que si democracia inorgánica, que se busca en la artificialidad del partido y en la concertación de las masas que remite a la partidocracia (estadio donde los partidos pasan a ser simples agencias de colocación, y no precisamente de trabajo social). Pero la costumbre del debate suele iniciar el fuego del cambio con la apertura de la expresión y opinión pública y de ahí partir a mejoras en el desempeño de las funciones públicas; el problema está en cómo renovar, despertar, ¿iluminar o transparentar, opacar o ignorar? las consciencias de quien decide la vida del río de lo social y el grado de formación “concreta” de los ciudadanos a quienes van dirigidas tales políticas. La oscuridad reina por encima de la iluminada ciudad optimista mediática y el estatismo, la pasividad, la uniformidad de la inapetencia política es el ingrediente más presente en la dieta que se nos lanza. Póngase cómodo –y mudo- que ya van a presentar su programa de opinión.
VIII
Las oligo de estos años
Los medios y la política están estrechamente enlazados en una ordalía de des-y-confianza mutua. De ahí que si bien se aspira a que las fuerzas democráticas prevalezcan por sobre los gobiernos y corporaciones que poseen, en conjunto, los límites decisorios y la jerarquía e instrumentalidad para el manejo –menos que más- eficiente de los recursos, bien se ha dicho que no se puede dejar manejar totalmente por este binomio-de-búsqueda-de-oro, la complejidad del espacio político; la participación de la sociedad civil pareciera inevitable y debe dar la cara; los partidos y sus hermanastros, las corporaciones y viceversa, han mostrado que su instinto y vocación de poder se dirige sólo a obtener votos y mercados, consolidando, ambos el manejo de grandes capitales, y arrastrando con ello, prácticamente, la total responsabilidad del caos ambiental y social. Y ahora ya quitada la máscara al invitado invisible, pero presente en todo evento, se suma, pero por encima de ambos, el poder geopolítico de la mediocracia, que a partir de los 90 se han venido conformando en oligopolios de la comunicación, esgrimiendo una estandarización en telecomunicaciones, que en buen uso pudiera ser un recurso interesante para la ampliación del juego democrático. Esto hace que aquellos mecanismos clásicos del voto y el precio competitivo no sean los elementos absolutos y esenciales para que avance la democracia, aunque en un momento hayan manejado privadamente procesos de auto-organización. Otros instrumentos del inestable equilibrio social han aparecido en el escenario.
Hundido y tocado de Lorenzo Fernández
(óleo acrílico sobre tela).
IX
Software y referéndum
Las comunicaciones y la política se han complementado y acercado a ser casi sinónimos de nuestro estadio cultural gracias al avance continuo de las tecnologías y de nuestro nudo electrónico de fibra óptica existencial. Con ellas tenemos la oportunidad de perfeccionar los procesos democráticos gracias a: rapidez y claridad en el proceso de datos, comunicaciones instantáneamente electrónicas y a tiempo real, programas de opinión en tv y en radio, obtención de tendencias de consumo, o culturales y populares. Pero su sentido democrático sólo se amplía en la medida en que se instrumenten las vías para la apertura de una participación democrática y no diseñadas unidireccionalmente y que se pueda evitar la tentación constante del abuso y nuevas formas del totalitarismo y la constante quiebra de los derechos humanos a que se nos tiene acostumbrados, ¡terrible! . Si bien está listo el hardware tecnológico de las comunicaciones se plantea ahora el hecho de conformar y crear un software que contemple innovaciones sociales para guiarnos hacia una evolución en sentido de una democracia electrónica sustentable, tanto económica como políticamente. Está visto que las democracias representativas de los siglos anteriores al nuestro no pueden solventar las complejas situaciones que presenta la red de nuestros procesos culturales, ambientales, políticos y sociales. El hardware está dado para implementar la interacción local y global con respecto a todos los niveles de decisión pertinentes a la ciudadanía: grupos comunitarios, enseñanza, estados locales, gobiernos nacionales y organismos internacionales.
A este respecto la futurista y ecóloga Hazel Henderson ha presentado las posibilidades de referéndum electrónico (vía internet, en páginas web o comunidades virtuales tipo Twitter y Facebook, por nombrar sólo algunas). Para ella el instantáneo voto electrónico es práctica e instrumentalmente posible en muchos países por tener el establecimiento de un hardware común: la televisión y el teléfono, agregándole la interacción permitida a través de redes sociales vía web[4]. El primero como recurso de información y emisión de opinión pública y recepción de toda la ciudadanía y el segundo como la unión para el input-político, lo cual se hace factible en la mayoría de los hogares e individuos[5]. Donde prácticamente por el número de llamadas computables a uno u otro determinado número telefónico,[6] se puede saber la tendencia determinada respecto a la aplicación de ciertas políticas que afectarán a todos. Aquí más que presentar a la democracia como un cambio alternativo de caras, se entiende como ejercicio de elección de ciudadano informado y en relación con los cambios que pueden aplicarse para la organización social en la que está inscrito.
Hoy se debe reconocer que la gente puede comenzar a comprender que las reglas de interacción son fundamentales como los mercados en las sociedades humanas. La edad de la red social mundial de información puede funcionar óptimamente con una estandarización y traspaso de tecnologías desde un punto de nuestra condición de especie global; en la medida que ellas contengan una intención democrática y un equitativo acceso a todos aquellos nuevos modos de las cargas comunes[7].
X
La información ¿único valor de nuestro tiempo?
Bien se ha dicho que la información representa hoy más riqueza que el dinero: “la información es mucho más importante que el dinero para las relaciones humanas y comerciales”[8]; vamos hacia –o estamos!- una economía de la información donde se desplazó el imperio de la economía monetaria. Es por ello que este nuevo estadio humano se representa a la información y a su comunicación como la mayor riqueza por las múltiples opciones que ofrece a la acción humana; se eleva como el poder más presente dentro del cerco de nuestra experiencia cotidiana. Los medios de comunicación y su ingrediente pueden significar simultáneamente poder o contrapoder: si cambian en su estructura, cambian completamente las relaciones sociales y éstas no salen de la nueva tormenta mediática secas sino empapadas de modificación virtual individual, grupal, legal –el Derecho-, estatal, que regulan la convivencia y las relaciones de poder junto a su ejercicio –la Política. Así que las nuevas tecnologías han propiciado una tendencia a la descentralización política y cultural, como una conexión instantánea con todas ellas. La descentralización hace crecer una variada ampliación de elecciones junto a una autonomía y participación en los nuevos juegos electrónicos de las autopistas de la información. Todo ello dirigiéndose hacia una constante perturbación de nuestra intimidad, exaltando los registros de la cultura individualista y hedonista implícita y opuesta a las condiciones y moralidades modernas de intimidad; al igual nos ofrece nuevas posibilidades de delincuencia cibernética; los límites de las naciones no quedan incólumes, ello debido al cambio transnacional de datos e información continuos. Modificación del concepto de nacionalidad y necesidad de las interrelaciones y dependencia regionales para el tranquilo quehacer del desarrollo común: la nación se diluye ante las redes sociales interplanetarias ciudadanas; libre flujo de información que se opone a cualquier control ejercido por el monopolismo político partidista en el gobierno o de las fuerzas vivas[9] del capitalismo abstracto de hoy; necesidad de adopción de convenios y de políticas nacionales de información con organismos e instituciones internacionales; cambio en la modalidad y el derecho de la propiedad intelectual, etc. Pero lo esencial de todo este trastocamiento cultural epocal está en que ya no es solo la opinión o las fuerzas vivas sino el acceso a la información y la estructura comunicacional y sus ad lateres, quien gobierna al mundo: Ello se debe a la capacidad de instrumentalizar y expandir los conocimientos, de cibernetizar conductas humanas y procesos de producción estandarizados, siendo una constante la idea de encontrarnos ante una encrucijada determinante, en un punto crucial, en una vuelta de tuerca, donde la dirección que tome el manejo, uso, interconexión, desplazamiento, veracidad de la información puede conllevar a una mejor condición humana de la vida –a revitalizar la dignidad de la vida- o a una asfixiante burocratización cibernantrópica de la realidad humana y la constitución de ejércitos de desempleados –con el añadido del embrutecimiento y alienación de la vida en general, además de los posibles desastres ecológicos que puedan venir. Ante ello sólo queda una opción temeraria. Se trata de realizar un constante ejercicio de lucidez, de tener un sentido de exactitud, de despertar la atención como armas potenciales del individuo para acceder a su autonomía –que es la condición positiva del ser en el devenir político-, de llegar a un estado de ánimo y de mente donde no permitíamos que nuestras facultades estén absorbidas por el punto de vista único de los demás, sino de tener la voluntad y la capacidad de discriminación para volver en sí y tenerse en cuenta, situándose y reconociéndose desde lo propio.
El libro, como instrumento comunicacional, expandió a partir del siglo XV una onda de crecimiento espiritual al desatar, ante décadas de continencia oscurantista, la expansión democrática del conocimiento. Con ello se pudieron abrir paso los hombres sobre nuevos surcos culturales con la apertura hacia formas nuevas de organización humana, -respecto a las cuales no podemos decir del todo que han sido más humanas en su realización; al menos se complejizaron y ampliaron las creaciones del hombre y se encendieron nuevos faros de desarrollo individual y una aproximación más certera, menos miope al conocimiento y al asombro del misterio en general del mundo, a la actitud persistente de la “búsqueda de la verdad”, como ha dicho el premio Nobel de química en 1954, Linus Pauling. Si bien la historia siempre ha arrastrado aguas turbias y rojizas, los resquicios de luz que ha dejado para la libertad y expansión del espíritu humano e individual han sido múltiples y casi satisfactorios en el ascenso del mismo hombre. A pesar de ello se debe seguir alerta y pensar junto al casi olvidado Lewis Munford que una tendencia no es destino, aunque ésta sea global. Lo que nos queda es aspirar a un mundo donde los valores sean acordes con una práctica sensata en la búsqueda de una mayor capacidad de permanencia y de tolerancia cultural, social, política y económica de la humanidad. Ello nos lleva a pensar en qué es lo determinante para la obtención de una calidad de vida más acorde con la tecnología y la ciencia, el arte y las creencias acompañadas de una envolvente cortina cibernética, donde nos lleva a pensar que sólo habrá una mejora de la calidad de vida cuando el universo informacional se constituya en aliado en la búsqueda y establecimiento de valores que propaguen la salud e higiene del individuo, un cuido de la pureza del agua, del aire y del ambiente en general, en que se vea un aliado a la alfabetización y el ascenso cultural, en que catapulte la diversidad cultural (incluyendo el derecho a disentir y a opinar libremente!), como un bien común a guardar –el mayor tesoro- y en un sistema defensor ante todo de una madura participación democrática; en fin, en la búsqueda de una mejor inscripción y desarrollo de la potencialidad de “la página en blanco” de la humanidad[10]. Donde el papel de los ciudadanos y de los medios respecto a la política tendría que ser, una buena parte, fiscalizar el ejercicio del poder gubernamental: sus competencia y sus desaciertos en el establecimiento de la calidad de vida y su permanencia y alternabilidad en los cargos públicos [11]. Apertura a una función que requiere acuerdos de organismos internacionales, ejercicio inscrito a una mayor transparencia y acceso, participación y decisión en la gobernación, encaminada al desarrollo de los individuos, acompañados de una mejor información sobre las directrices de las decisiones gubernamentales.
XI
Televisión, pluralismo y globalidad. Recomendaciones y propuestas.
En nuestra violenta –fáctica y simbólica- actualidad nos encontramos por parte de las cadenas de televisión con el persistente y acentuado interés respecto a los jefes de Estado y sus personeros en múltiples cargos gubernamentales. Ello les da una porción aún mayor de poder. Los medios de comunicación de masas los llevan a ser más poderosos y presentes, (en los Estados Unidos, por ejemplo, la mayor atención recae sobre el presidente, en nuestro país, junto a éste se le suman los ministros y gobernadores: resucitadores del tiránico caudillismo federal), llegando a obtener una gran influencia en la psicología de los individuos y las sociedades, instaurando una intoxicación ideológica radiotelevisiva sin antecedentes en la historia humana, al decir de Pasquali[12], obteniendo como resultado un colapso psíquico de retraso cultural colectivo.
En el siglo pasado Ludwig Feuerbach dijo que el hombre prefería la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser. Y nuestro siglo lo único que ha hecho es reconfirmar esa condición humana moderna. Los medios de comunicación han acrecentado esa condición y ese deseo. Nuestro mundo virtual es un hecho flotando en ficción. El filósofo político Yehezkel Dror ha afirmado que “la televisión es en política un poder más evidente que los intereses económicos, aunque sus efectos estén cuestionados. Nos encontramos con una situación de poca experiencia respecto al equilibrio entre el control público de la televisión y el ejercicio de la democracia, el pluralismo y los derechos humanos”[13]. Las nuevas tecnologías, que la han acompañado en estos últimos años, han significado un replantearse las reglas del juego entre medios y gobernación. La democracia, hasta ahora, ha aceptado la educación para la violencia de los ciudadanos que viene reiterando y practicando cotidianamente la programación de la televisión en general ante su audiencia, sumado a la constelación de instrumentos mediáticos, y es por ello que se ha planteado en muchas partes dar una solución respecto a esas imágenes y los contenidos de los medios de comunicación; es la necesidad de elevar los niveles éticos de estos programas[14]. Pero ello, como sabemos, no se lleva a cabo, o si se lleva es casi nulo, debido a que la mayor parte de la televisión está gobernada por los propios límites de cualquier industria o de aparato ideológico de estado y las tendencias que impone el mercado: el raiting dicta la pauta, y es, -pareciera ser así-, el único principio ¿ético? al cual se acogen los canales “gratuitos”. Dror plantea que las posibles extralimitaciones respecto a la interferencia en los medios, y su necesidad de autonomía si están actuando bajo reglas democráticas las redes de televisión, estriba en que éstas aseguren un mayor ejercicio pluralista respecto a la opinión, además de la necesidad imperativa de crear un buen número de canales no comerciales bien financiados que estuvieran bajo el control público no partidista. Disminuir la influencia política sobre el manejo privado y público de la televisión. Ante esto se hace necesario la aparición de redes de televisión por medio de financiamiento público y con fines no comerciales pero que estén separados de cualquier control partidista (eclesiásticos inclusive); canales que tengan un fin no comercial, comprometidos con la información y presentación de noticias de interés vital para la colectividad civil y donde fluyan puntos de vista pluralistas, dirigidos por organismo públicos independientes; canales donde no pese los intereses de los accionistas sobre las políticas de audiencia.
Con este tipo de canales televisivos se pudiera tener programas de opinión y de corte democrático donde se preservarían las posibilidades de una mayor audiencia independiente de los principales partidos, candidatos y representantes de diferentes intereses y opiniones, como son las ONGs. Ello sería un ejercicio democrático de los medios y no una presentación sesgada por intereses monetaristas-comerciales. Donde la protección a la autonomía de los profesionales de ocultos controles partidistas debería ser la condición propia de su existencia.
Otra de las recomendaciones que se han dado es evitar la tendencia a la censura. Ella sólo pudiera estar justificada sólo en casos que inciten al crimen y a odios raciales o de algún otro tipo de acción criminal contra la humanidad. Las regulaciones deben reducirse al mínimo. La transparencia en el manejo de los canales por los propietarios debe ser compulsiva e igual a cierta autonomía de los profesionales de la comunicación respecto a censura y control por parte de los dictados de los propietarios de los medios de comunicación. Dentro de las recomendaciones con visos positivos está la necesidad de crear –lo más breve posible- bajo el patrocinio de la ONU, por ejemplo, un canal de televisión global donde se proyecte una visión más planetaria, democrática y holística de los problemas –junto a sus posibles soluciones instrumentalizadas y dadas por los organismos competentes encargados- que arrastra la humanidad en conjunto, además para el conocimiento cercano y la expansión de la diversidad cultural global. Ello es totalmente ya factible y hasta financiable.
Todo ello inspirado en una búsqueda de un ejercicio transparente del gobierno y en el cuido del desarrollo de los derechos de los pueblos a conocer y tener acceso a una mejor y confiable a una mayor información gubernamental y pública local, regional, nacional y global.
Maestre ha dicho algo cierto respecto a nuestras democracias y es que este modo de organización política no sólo debe defender en su seno el esencial respeto a los otros, sino la posibilidad de acuerdos con los radicalmente distintos a nosotros. “La política es el hallazgo de bienes comunes, desde la radical diferencia que define a cada uno de los individuos que componen a una sociedad, o no es política” y la política es genuinamente democrática siempre que sea “una gran asociación de solitarios”[15]. Bergamín también dijo que la verdadera solidaridad sólo es posible entre solitarios y nuestra joven democracia latinoamericana necesita del pensar y del actuar de ellos.
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[1] Forrester, Viviane, El horror económico, F.C.E. México, 1996, pág.154.
[2] En esto de la política deberíamos estar conscientes de la conversación de Cioran efectuada con Branka Bogavac en 1992 a quien decía lo siguiente: “Un tipo inocente no puede hacer política porque no puede ser un bribón. Un hombre político ingenuo es una catástrofe para el país. Los hombres políticos mediocres son unos ingenuos que se hacen ilusiones y ello tiene consecuencias fatales. Si un hombre político es ingenuo es peligroso. Son cosas aparentemente simples pero en el fondo muy importantes. Es curioso cómo la experiencia de la vida nos muestra cuánto se equivocan las gentes que se creen inteligentes. Los verdaderos hombres políticos son aquellos que no tienen ilusiones. De lo contrario perjudican, son peligrosos para su país. Es por lo que un hombre político auténtico es algo totalmente raro”. Cioran, Oeuvres. Ed. Gallimart.1995, París, pág.1773.
[3] Pareciera ser que la razón de Estado se reduce, respecto a la violencia, a una hipermilitarización de la política, de las leyes de excepción, de la tortura encubierta o “guerra sucia”, todos ellos elementos que ayudan a perfilar a nuestras democracias hacia un autoritarismo continuo y casi legitimado.
[4] Marcelino Bisbal hace tiempo nos dio unos datos: “En nuestro contexto la televisión está presente en el 94 por ciento de los hogares venezolanos de las principales 28 ciudades y alcanza el 88 % cuando se le integra todo el país”. Desde el año de 1986 nuestro país contaba ya con un buen parque televisivo: “Venezuela en ese mismo año contaba con una población de 15.4 millones y 28 millones de televisores”. La mirada comunicacional, Alfadil Ed. 1994, pág.196.
[5] Henderson, Hazel: Building a win-win world. Berret. Koehler Publishers. San Francisco, 1996.pág.261.
[6] La audiencia electoral pudiera efectuarse con dos números distintos que tengan la variable de aprobación o de negación respecto a los tópicos presentados en un referéndum. El cómputo de cada una de las líneas pudiera dar un resultado inmediato del referéndum. Estas prácticas ya se han formalizado en los medios (tv., radio, vía redes sociales, etc,), el cual ha sido un avance en las comunicaciones inmediatas entre los ciudadanos, constituyendo movimientos políticos de reivindicación de derechos ciudadanos hasta en países que no tienen un menor miramiento ante ellos (caso Venezuela en su era bolivariana, por ej.)
[7] Idem. pág.270.
[8] Idem. pág.210.
[9] El término tiene el mismo sentido que el ponderado por Viviane Forrester: “Se les llama fuerzas vivas porque se supone que poseen y crean puestos de trabajo, pero por más que se los subvencione, exima de impuestos y colme de mimos con ese fin, no sólo crean pocos o ninguno (el desempleo aumenta sin cesar) sino que a<>
[10] Hasta ahora lo más evidente que ha sembrado el curso de la humanidad es pobreza, desempleo, violencia, deterioro ambiental, drogadicción –química y virtual-, malnutrición, etc. Todo ello nos da un cuadro para insistir en que los gobiernos sean capaces de tomar decisiones y medidas a largo plazo y no a manera efectista y cortoplacistas.
[11] Sería bueno recordar lo que muchas veces se ha dicho, una sociedad está enferma cuando la opinión pública es más madura que sus élites.
[12] Pasquali, Antonio en: Los tiranosaurios no gorjean, diario El Nacional (Venezuela) del día 30 de mayo de 2010.
[13] Dror, Yhezkel: La capacidad de Gobernar. F.C.E:, México. 1996, pág.279ss
[14] Popper, Karl y Coundry, John: La T.V.: un danger pour la démocratie. Anatolia Ed. París, 1994.
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