domingo, 5 de septiembre de 2010

De la sociedad por el Estado 

a la Sociedad contra el Estado.
David De los Reyes.


Hobbes y los teóricos del contractualimo jurídico identificaron la sociedad con el Estado. Ellos suponen una etapa inicial del Estado, el estadio de la leyes naturales, donde los individuos vivían sin lazos mutuos permanentes y por esas condiciones inhóspitas debían dirigirse a constituir una especie de pacto o contrato con lo cual se enarbolaba la existencia de un gobierno y del Estado, donde se instaurace una relación de orden-obediencia. Estado y sociedad son paridos al mismo tiempo y en el mismo acto. Hobbes se distinguirá de los filósofos antiguos, como Platón y Aristóteles, que iniciaron un ramaje distinto a él. Ellos no admitieron ningún contrato en el origen de la sociedad, ven en ella una realidad consustancial al hombre (como el lenguaje), admiten la existencia de asociaciones imperfectas y previas al Estado.: familia, clan, tribu, las cuales deben desembocar irremediablemente, en la organización estatal. Rousseau ya se lo había reclamado a Hobbes al decir: "¿Quién puede haber pensado sin estremecerse el sistema insensato de la guerra natural de cada uno contra todos?... He ahí, hasta donde el deseo o más bien el furor de establecer el despotismo y la obediencia pasiva han conducido a uno de los más bellos genios que hayan existido".
Thomas Hobbes

Si Hobbes nos ha hecho un cuadro tan negro del Estado cristiano occidental del siglo XVII fue para hacer creer a los hombres que sólo se puede vivir en paz bajo la dominación de un amo y mostrar que la servidumbre es aún preferible a una guerra sin fin. Pareciera que la reciente -y no tan reciente- historia de Europa contemporánea aún justificara esa sentencia.
Pero ¿qué nos va a demostrar Clastres (La Sociedad contra el Estado: 1978:12) en su estudió de las sociedades primitivas latinoamericanas? En primer lugar que la sociedad primitiva es una sociedad sin gobierno y sin Estado. Decir eso no es nada nuevo. Referente a las sociedades salvajes o primitivas como sociedades sin Estado lo habían observado antropólogos y sociólogos positivistas como Herbert Spencer, quien dijo que en las tribus primitivas que viven aisladas y pacíficamente no tienen nada que pueda compararse a lo que los occidentales llamamos como gobierno. Pero estos investigadores no pueden dejar de ver en dichas sociedad primitivas en tanto forma rudimentaria de la sociedad humana, destinada a desarrollarse y a perfeccionar sus instituciones hasta dar con la sociedad estatal. Así "el Estado., junto con el progreso técnico, la economía de acumulación, la escritura, la división de clases, etc., son logros que la evolución proporciona a la sociedad humana y a los que necesariamente ésta se encamina", (Cappelletti: Estado y Poder Político:1994). Todo teórico que arrastre la creencia simplista de la concepción evolucionista de la sociedad la concibe en tanto sociedad de clases junto al estado, éste como resultado del desarrollo necesario de la humanidad. Clastres rechazó la idea de evolución para caracterizar a las sociedades primitivas en relación a otras sociedades o civilizaciones. Si bien comprende el salto de una con la otra como cualitativo ello no quiere decir que sea hacia arriba y hacia adelante.


Pierre Clastres
El que en los pueblos primitivos, en que existe una ley natural y no acobije en su seno a un estado, no quiere decir que dichas sociedades carezcan de poder político. El poder político es un ejercicio carente de autoridad, de la relación mando/obediencia. ¿Quién representa ese poder? El jefe de la tribu, el cual no se presenta como el soberano que manda y el pueblo no es visto como una masa que obedece. Exceptuando a los incas, mayas y aztecas, en Sudamérica no encontramos ninguna idea de subordinación y obediencia. Los primeros misioneros europeos que llegaron a América calificaron a los pueblos con que se toparon como pueblos sin ley, sin fe y sin rey. La segunda camada de colonos ya establecieron los espectros de la jerarquía real: entonces verían ya duques, condes, reyes, y demás comitiva real (Clastres: 1973:14). La postura con que Clastres describe al jefe de las tribus nativas no tiene nada de semejante ante el horror que inspira el soberano a sus súbditos, del miedo y del autoritarismo implícito de la condición hobbesiana del estado. El soberano -que no es tal- de estas tribus tenía las siguientes características: 1.- son hacedores de paz y representan la instancia moderadora del grupo. 2.- son hombres generosos, obligados por su rango a satisfacer las demandas continuas de sus administrados. 3.- son buenos oradores y su oficio es la palabra. El principio de coerción es aceptado únicamente en tiempos donde se presente algún peligro exterior a la tribu. En guerra, el poder del jefe es absoluto; en paz, pierde toda autoridad coercitiva al restablecer las relaciones cotidianas de la tribu consigo misma. El poder normal se expresa en el consenso y no en el autoritarismo, en el permanecer dentro de un ámbito pacífico y no bélico. El jefe tiene por oficio ser arbitro de paz y no juez que reprende; mantener la armonía del grupo que lo logra por su prestigio personal junto al poder de la elocuencia y no por la fuerza. Otra de sus características es mostrar generosidad, presenta una actitud dadivosa con su tribu, lo cual constituye una especie de servidumbre: es un jefe-servidor. Esta condición del guía los miembros de la tribu lo interpretan como un derecho al pillaje sobre los bienes del jefe; si éste no lo permite pronto quedará reducido su prestigio, su poder. De esta manera encontramos que la concepción de Hobbes se cae en tanto modelo universal de estado contractual. No tanto para nuestro presente sino para el momento en que Hobbes escribió su Leviatan y proponía el paralelismo entre sociedad y Estado. No hay una razón de Estado igual para todos los grupos humanos como no hay una concepción del poder político coercitivo en toda formación social humana. Seguramente que pensar el poder político como coercitivo puede ser tomado como un prejuicio etnocentrista. Si bien el poder existe no puede ser entendido como término unívoco e inequívoco; se puede hablar más bien de una polivalencia de significados y sentidos en el ejercicio del poder. Si bien en Clastres encontramos que no se atreve a afirmar la existencia del modelo del Estado como un arquetipo constante dentro de la estructura social humana, sí llega a afirmar que lo universal en el hombre es el poder político. El poder es inmanente a lo social pero que bien puede esgrimirse en dos formas: coercitivo o no. La forma coercitiva, sustentada con la relación de orden-obediencia, no puede mantenerse como el modelo único y arquetípico verdadero; es uno más, una posibilidad, un caso particular, una expresión y realización real para algunas culturas (la occidental) pero no la única. Por ello no se puede mantener la concepción evolucionista y del salto entre sociedad natural y estado. No funciona en todas las organizaciones estatales. Lo único que llegamos a comprender es la existencia de lo político, el cual es algo inherente a la condición social humana aún en tanto ser -si cabe llamar- natural. A pesar de todo ello subsiste en muchos teóricos el prejuicio de que dichas sociedades viven dentro de una experiencia dolorosa, de carencia por faltarle el Estado. Sabemos de todos los teóricos que han arrastrado ese prejuicio etnocentrista. Clastres se mantiene libre de ese peso: su estudio de la sociedad primitiva la presenta como una estructura original que al incurrir en su estudio de las sociedades naturales hay que guardarse de nombrarla bajo cualquier embrión de sociedad civilizada. Ella surge del inconsciente colectivo de los pueblos naturales, donde la ley natural no necesita del salto a la ley civil hobbesiana y el reino del terror real, de la coerción y la autoridad; sociedades que no necesitan de un Estado que manifieste el poder en tanto monopolio del uso legítimo de la violencia (Max Weber). Clastres ha dicho que la verdad y el ser del poder consisten en la violencia y no puede pensarse el poder sin su predicado, la violencia (1973:11). El antropólogo norteamericano Marvin Harris(1993:5) también llegó a la misma conclusión en sus estudios: realmente ha podido existir una humanidad sin gobernantes y gobernados. Es lo contrario a lo que creen todos los fundadores de la ciencia política. Sus afirmaciones lo llevan a contrastarlas con las de Hobbes mismo que sostenía la creencia de una inclinación general en todo el género humano, "un perpetuo y desazonador deseo de poder por el poder". Dejando a la vida anterior a la existencia del Estado en estado de guerra perenne, "guerra de todos contra todos", donde la vida era solitaria, pobre, sórdida, bestial y breve. El hecho es que no sólo en la prehistoria sino aún en distintas bandas o aldeas que subsisten aún encontramos que manejan bien sus vidas sin un jefe supremo, todopoderoso, leviatánico Rey Dios Mortal de Inglaterra al que siempre se dirigió Hobbes para mantener la ley y el orden de los díscolos compatriotas cristianos. En estas sociedades latinoamericanas pequeñas, contra el Estado, la reciprocidad y la cooperación es la banca constante. "El poder político, como coerción o como violencia, es la marca de las sociedades históricas, vale decir, sociedades que llevan en sí la causa de la innovación, del cambio, de la historicidad" (Clastres 1973:22).


Bibliografía:
Clastres, P. 1973: La sociedad contra el Estado. Ed. Monte Avila, Carcas.
Harris, M. 1993: Caníbales y Reyes. Salvat Ed. Madrid.
Hobbes, T. 1989: Leviatan. Ed. Alianza, Barcelona.
Cappelletti, A. 1994: Estado y poder político. Ed. ULA. Mérida.

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