Los hombres que no amaban
mujeres, judíos, negros ni tercermundistas…
Ramón Barreto*
Lisbeth Solander (Noomi Rapace)
Bastaría con revisar las estadísticas anuales en niveles de corrupción entre los países del mundo, para comprobar que Suecia; la nación de la sólida corona, la del premio nobel, co-creadora del revolucionario Skype y otras maravillas de la era 2.0; resulta modelo ejemplar de excelente conducta en respuesta social y política.
Condiciones como el alto costo de la vida, los impuestos y las casi inamovibles plazas laborales, se ven retribuidas en un sistema de salud envidiable ante las demás potencias europeas, beneficios de retiro, valor de inversión y el habitar en una de las naciones de mayor estética y urbanismo en el mundo.
Sin embargo, cada vez son más frecuentes los escándalos, en el que grupos delictivos, obrando desde el anonimato y con grandes fondos desconocidos, operan desde Suecia y otras naciones de economía sustentable, desarrollo avanzado y calidad de vida. El fin de estos grupos es inyectar los mercados de destrucción en el tercer mundo. Es así como, hombres de negocios, familias dueñas de capital, exilados en Suecia y otros tantos, satisfacen el tráfico de cualquier tipo de elementos que soportan el flagelo y la constante caída de los países en desarrollo, mientras ellos se enriquecen.
En Los hombres que no aman a las mujeres, (película basada en la novela de Steig Larsson), el hecho de que Mikel Blomvist (Michael Nyqvist), como editor en jefe de Millenium, sienta una necesidad de arriesgar su carrera y comprometer su nombre al acusarlos, señala el alto compromiso que deben tener todos los periodistas en una búsqueda, casi a carácter personal de mostrar la realidad política y económica del lugar en el que viven. Una vez que desaparecen sus fuentes y con ellas sus esperanzas de poner en el ojo público los crímenes del grupo Wennerström, él pierde su libertad, pero en el interludio gana más cosas: un nuevo caso, muy detectivesco, en el que las fuentes bibliográficas, hemerográficas e históricas jugarán un papel fundamental en su resolución, aunado a la participación de un hacker que lo acompañará en el resto de sus casos de estudio y publicación para Millenium.
Lisbeth Solander (Noomi Rapace) y Mikel Blomvist (Michael Nyqvist)
Lisbeth Solander (Noomi Rapace), es el vivo ejemplo de un producto social, resultado del poder, maltrato e influencia de estos conglomerados. Con personalidad fría, casi automática, anarquista, bisexual, lógica y a la vez impredecible, es el perfecto equilibrio entre el cuerpo de una preadolescente y la maldad de un asesino en serie.
N. Rapace, logra conmover a la audiencia al permitir sentir a Lisbeth no sólo como la marginada social, la rockera anarquista con un inmenso tatuaje de dragón en la espalda, sino como un ser humano profundamente despojado de esa misma condición. Sin duda, ella está insensibilizada a cualquier contacto; la cruda y auto video digitalizada escena de su violación, no sólo le valió para frenar los chantajes sexuales de su tutor legal, sino que le permitiría más adelante librarse de los fuertes cargos que el grupo le imputara.
En la búsqueda de respuestas al misterioso caso de desaparición de Harriet Vanger en la islita de Hedeby, Lisbesth valiéndose de sus excepcionales cualidades algorítmicas y de memoria fotográfica, establece a través del “Asphyxya” (el software a través del cual pude violar la privacidad de cualquier computador), una relación con Mike. En la búsqueda de respuestas, se demuestra la importancia del almacenamiento y recopilación de fotos, revistas, periódicos y facturas en la recreación de una época y sus sucesos, permitiendo el cierre del caso, con una Harriet oculta en las profundidades de Australia al saberse la próxima víctima del clan familiar en 1964.
Casi 40 años después, entendiendo como una rama la familia Vanger, detrás de su fortuna, del extremismo religioso y la firme creencia nazi en tiempos de Segunda Guerra Mundial, fue capaz de perpetrar horribles asesinatos en rememoración de pasajes bíblicos, se demuestra cuán juntos están los extremos. El antisemitismo, la violencia en contra de las mujeres, la trata, venta y eliminación de las mismas, son evidencia de un fracaso social en el que la tolerancia y la diversidad no tienen lugar, aun cuando los victimarios pagan debidamente los impuestos.
En Los hombres que no aman a las mujeres, se ponen en manifiestos las fuertes diferencias, intransigencias y excesos cometidos por el hombre, a partir del temor, la preponderancia y la imposición de ciertos ideales. Siempre existirán hombres que no aman a mujeres, o a otros hombres; estarán los que no soportan a los hebreos, otros que sienten vergüenza por los cristianos. No faltarán los que teman de los orientales y a los que resulte asquerosa la idea de compartir el aire con sudamericanos, y más allá de pedir que se unan como hermanos, Larsson parece clamar por un estado de reconocimiento de la injusticia, en que la exposición de la misma sea el leitmotiv de una sociedad más equilibrada, verdaderamente más democrática y más sustentable.
Steig Larsson, autor de la trilogía.
*Estudiante de periodismo de la Escuela de Comunicación Social, Universidad Central de Venezuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario