miércoles, 1 de febrero de 2012


Ironía, la máscara de la Virtud
o como es vano todo conocimiento exterior si falta autoconocimiento.
Lucia Salgado Baldó
(Estudiante del seminario "La Filosofía como forma de vida", de la Escuela de Filosofía - UCV)




 



 “ Todo espíritu profundo necesita de una
máscara; es más, una máscara se está
formando alrededor de todo espíritu
profundo gracias a la interpretación constantemente
falsa, es decir, chata, dada a todas sus palabras,
a  todos sus procesos, a todas las manifestaciones de
su vida”
Nietzsche.

“La naturaleza os dio una cara,
y vosotros os fabricáis otra distinta.”
  Shakespeare. Hamlet.

Porque no basta alcanzar la Sabiduría,
es preciso saber usar de ella”Cicerón, de finibus, I,1.


Introducción.
A través del presente trabajo quisimos indagar brevemente en torno a la noción de Ironía (eironeia), apoyándonos fundamentalmente en las obras de Sǿren Kierkergaard y  Pierre Hadot, desarrolladas sobre dicho tema.
            En la segunda mitad del trabajo, exploramos un poco, las proyecciones socráticas, hechas por Platón, Jenofonte, Hegel; inclusive la menos positiva de ellas, es decir la nietzscheana. A través de ellas buscamos acercarnos al método dialectico, conformado por el doble aspecto de la Ironía, el cual estudiaremos  detalladamente.
Por último, quisimos entender los móviles que llevaron a Sócrates a concebir la práctica de dicho método dialectico, como una misión espiritual para la salvación a través de la filosofía; el sometimiento de su vida al ideal de la razón; la necesidad de ayudar a concientizar en los demás lo mismo que él vislumbraba, como una suerte de filantropía filosófica; su concepción de felicidad plena; así como la influencia de toda la doctrina socrática en los posteriores siglos de tradición occidental.
Asimismo, entender en su justa medida la falsa “ignorancia” socrática, y la necesidad imperante del autoconocimiento: para entender el sentido de nuestra existencia, y lo qué nos es verdaderamente importante y necesario. Sólo a través de él como fundamento, podremos ir en busca del conocimiento de los objetos extrínsecos ulteriormente.


I. La búsqueda de una definición de Ironía a través de Hadot y Kierkergaard:
            Pierre Hodot en el libro Ejercicios espirituales y filosofía antigua definirá la figura retorica de la Ironía (eironeia) como una:

…actitud psicológica según la cual el individuo intenta parecer inferior de lo que realmente es: así, él se desprecia a sí mismo. En el uso y arte del discurso tal disposición se manifiesta por una tendencia a fingir darle la razón al interlocutor, a fingir que se adopta el punto de vista del adversario.[1]

            Lo que podríamos interpretar, como una máscara que se coloca el individuo para refutar tanto el pensamiento de un semejante, así como un determinado aspecto de la realidad, una tradición, un sistema, con los que no esta de acuerdo, pero en vez de colocarse en una evidente postura contraria, disimula su opinión para hacer creer que está de acuerdo con  el adversario o que apoya aquello que realmente refuta. Con lo cual buscará, en caso de que sea otro individuo, se percate por sí mismo del error que esta cometiendo, y así surja un pensamiento revelador, y se abra ante él la senda del verdadero conocimiento.  
            Por su parte Kierkergaard en las disertaciones que hace en torno a ella nos dirá que: “En la ironía, el sujeto está siempre retrocediendo, impugna la realidad de cada fenómeno a fin de salvarse él mismo, es decir, a fin de preservarse él mismo en la negativa independencia respecto de todo”[2].
          Este autor concibe la ironía como una libertad negativa, ya que la misma nos posibilita el ser libres respecto a los demás y a nosotros mismos, ya que a través de ella enunciamos  algo que es contrario a lo que pensamos, diferenciándose de las palabras verdaderas, es decir, aquellas que encuentran correlato exacto en el pensamiento que les corresponde, las cuales por el contrario, podría decirse que nos otorgan una libertad positiva, ya que en cierta forma nos atan al ser enunciadas, no pudiéndonos librar tan fácilmente de las mismas posteriormente.
          Kierkergaar encuentra como característica fundamental en toda ironía discursiva, justamente  este acto de decir lo contrario de lo que pensamos, esto es, “…que el fenómeno no es la esencia, sino lo contrario de la esencia. Cuando hablo, el pensar, lo pensado es la esencia, y la palabra es el fenómeno.”[3]. Y además agrega que “…cuanto mayor es el engaño que el ironista consigue, cuanto más prospera es su falsificación, tanto mayor es su satisfacción.”[4].
            Por su parte Hadot centrará su investigación en torno a la Ironía, en la figura histórica de Sócrates, el cual concibe como el hombre que mejor supo construir una máscara, para mostrarse sólo tras ella, a todos sus contemporáneos, y hasta podría decirse que ella fue quien trascendió a través de las épocas posteriores, y no verdaderamente el individuo que fue Sócrates. Además resaltará el autor, como se han servido muchos autores de la figura literaria socrática, por medio de la cual, han expresado sus pensamientos o críticas al entorno que los rodeaba, principalmente Platón quién erigiera toda su obra y sistema fundamentado en la figura de Sócrates en tanto, máscara semiótica como dice Nietzsche, utilizada en sus diálogos filosóficos, esos que se convirtieron en un nuevo y genuino género literario, los logoi sokratikoi.
          Más adelante volveremos detenidamente sobre este aspecto de la misión filosófica de Sócrates, llevada a cabo a través de la ironía, la cual funge como pilar fundamental en el desarrollo del método dialectico inédito para la antigua Grecia; con el cual buscaba una transformación total de la sociedad ateniense y de cada uno de sus individuos, procurando sembrar en ellos el germen del auto examen, y que de esta forma tomaran conciencia sobre las cosas verdaderamente importantes, desechando el ir solo tras las riquezas materiales y los triunfos honoríficos. Por el contrario, se preocuparan por mejorarse como individuos, a través del instrumento que nos regalo la naturaleza, para diferenciarnos de las bestias, es decir, la razón, la única que nos permite elevarnos del plano meramente animal y hacernos virtuosos.  
          Ahora bien, estudiaremos este aspecto de la ironía socrática porque vemos en su finalidad, el punto con el que queremos concluir este bosquejo, esto es, ¿cómo a través de la filosofía y del conocernos a nosotros mismos, podemos llegar a darle un valor más noble a nuestra vida, encontrarle un sentido a nuestra existencia terrenal, entender mejor que nos haría personas más felices y completas? y porque no, convertirnos finalmente en el ideal platónico de virtuosismo, hacer el bien con cada una de nuestras acciones y por ende, transformarnos en seres bellos.
          Nos permitimos retomar nuevamente, el camino de aproximarnos a una posible definición de ironía, para ello recurrimos al texto de Kierkergaard antes mencionado, en el cual hallamos dos tipos de ironías, esto es, una ejecutiva y otra contemplativa. La primera vista por el autor, por una parte semejante, en tanto acto, a la simulación, pero diferente de ella en cuanto a su finalidad, ya que la simulación siempre va tras la obtención de un fin extrínseco determinado, inversamente de la ironía  la cual es en cierta medida desinteresada, ya que no busca un fin específico, más bien se  fundamenta en el simple goce subjetivo de ponerla en práctica, ya que se transfigura en absoluta libertad, “… el sujeto se libera de las ataduras en las que lo retiene la continuidad de las circunstancias de la vida.”[5].
          En este punto el autor resaltará la diferencia entre la actitud irónica y la hipocresía, ya que esta última pertenece al ámbito moral, al cual no se circunscribe la ironía por ser demasiado concreto, por el contrario la primera sería más acertado  colocarla en el plano metafísico; así como el hipócrita siempre busca hacerse el bueno, el ironista podría algunas veces jugar a ser malo, siendo bueno verdaderamente. Podemos decir que el hipócrita actúa de cierta forma para que los demás le crean, el ironista contrariamente no busca eso, solo el sentirse libre, esa misma libertad que sentimos al decir “no”, en suma la ironía, nos dice Kierkergaard, es “autointencional”.
          A la par de la ironía Ejecutiva  Kierkergaard, coloca otra de tipo Contemplativa o Teorética, evocando cierto paragón entre ella y la Duda filosófica, por ser ambas negatividad absoluta, no obstante, recalca que esta última es una determinación conceptual, y la primera “un ser-para-sí de la subjetividad”[6].
          El autor continuará aportándonos luces al respecto, por lo que nos dirá que la ironía es eminentemente práctica, sólo a ratos se vuelve teórica, para regresar nuevamente a su estado habitual, además la concibe como una suerte de locura divina, que aniquila todo y no permite que lo establecido quede en pie, es un huracán implacable, a tal punto de aniquilarse a ella misma, es decir, el individuo ironista no sólo quiere cambiar y deshacer todo lo que concibe como equivocado y torcido, sino que en su ardua tarea de trasvalorización, también  autodestruye su propia existencia, ya que él, como individuo que se desarrolla en cierta época y lugar determinado, también pertenece y lleva en sí eso que esta caduco, vencido, y que necesita renovación. Claramente vemos porque razón Sócrates, no se rehusó a la pena de muerte que le fue impuesta, él también debía dejar de existir, él también era parte de la decadencia ateniense, y paradójicamente también su victima.

          He ahí, pues, la ironía en tanto que negatividad infinita y absoluta. Es negatividad, puesto que sólo niega; es infinita, puesto que no niega este o aquel fenómeno; es absoluta, pues aquello en virtud de lo que niega es algo superior que, sin embargo, no es. [7]



 


                        2.  Sócrates: El genuino ironista universal, ó el más listo de todos los que han practicado jamás el engaño de sí mismo[8]
          Sócrates nunca escribió absolutamente nada, por aquella razón de la imposibilidad que encontraba en interrogar  o refutar palabras escritas a diferencia de en los diálogos orales, los cuales siempre estaba a la expectativa de interpelar a través de su genuino método dialecto conformado por el doble aspecto de la ironía: Elenchos y Epagoge.
           Como consecuencia de ello, lo que sabemos sobre Sócrates no es más que los testimonios de los que vivieron cercanos a él, o si se quiere, existen varios Sócrates, según la visión propia de cada uno de los que escribieron sobre él, esto es, por ejemplo, un Sócrates platónico, visión pletórica de consideraciones bastante positivas acerca de él, de una invalorable riqueza de detalles, que nos permiten formarnos una idea más o menos cercana a como fue aquel gran individuo ateniense, el cual nos significa el punto neurálgico donde comienza toda la tradición occidental que llega hasta nuestros días, aunado a su valor como creador arcaico de los fundamentos de la moral cristiana, complementado y enriquecidos con las obras propiamente platónicas.
          Por otra parte, encontramos las proyecciones socráticas de Jenofonte, Aristóteles, Hegel, entre muchas otras,  así como también aquella  que a nuestro parecer es la que más dista de sus antecesoras, la dura critica nietzscheana que paradójicamente también se configura como elogio. Apoyándonos en algunas de ellas, desarrollaremos esta parte sobre Sócrates como ideal de la ironía y por supuesto de la razón, el hombre-sileno enmascarado tras la falsa ignorancia. Al igual Kierkergaard, quién también se sirvió de esta máscara socrática, transfigurada en este caso, en seudónimos, los cuales utilizo reiteradamente para escribir algunas de sus obras, así nos lo muestra Hadot al decir: “De este modo objetiva sus distintos  sin reconocerse en ninguno, al igual que Sócrates objetivaba el de sus interlocutores por medio de sus hábiles preguntas, sin reconocerse en ellos. [9]
          A partir de lo anteriormente expuesto, procuraremos revisar detalladamente todo el proceso de la Mayéutica, para de esta forma entender con más profundidad por una parte, la ironía que caracterizaba dicho método socrático, así como su peculiar puesta en práctica, esto es, que no distinguía a la hora de ser ejecutado, entre ciudadanos que gozaban de la aceptación pública ateniense como sabios u hombres ilustres y esclavos pobres e “ignorantes”.
           Y por otro lado, la creencia de Sócrates en este método como misión sagrada y principio al cual debía someter toda su vida y obra, concebida como una suerte de purgación de conocimientos falsos, lo cual permitía descorrer el velo de maya psíquico,  experimentando así la actividad propia del espíritu; de esta forma, engendrar del alma de cada uno de los interrogados, el conocimiento sobre lo verdadero, así como la  utilización de la facultad racional para despojarnos de la esclavitud de los sentidos que sólo buscan el hedonismo. Todo lo cual podrá ser llevado a cabo, siempre que comencemos por el conocimiento más elemental y que funge como fundamento de todo lo posterior, esto es, el famoso “conócete a ti mismo”, difícilmente puesto en práctica, por el individuo educado para buscar el conocimiento extrínseco del mundo.
          Debemos comenzar analizando la cuestión de por qué Sócrates siempre andaba interrogando a todo el mundo, en vez de ir enseñando a cada ciudadano, estos preceptos que él ya conocía y entendía absolutamente. Por el contrario Sócrates se mostraba, podríamos decir, como el individuo más  “ignorante” de toda Grecia, a pesar, de que el oráculo de Delfos le había revelado aquella consideración acerca de su persona, como el más sabio de todos, incluso por encima de los sabios más reputados de la época.
          Por el contrario Sócrates se mimetizaba como uno más del montón, del todo superficial e ignorante, sus labios repetían constantemente aquel precepto “sólo sé, que no sé nada”, por dicha razón siempre se rehusaba a contestar las interrogantes que lo aquejaban, contrariamente  se disponía humildemente a preguntarle a quien podría ser la persona que mejor supiera acerca de cada asunto, es decir, si preguntaba acerca de la Valentía, entonces acudía a un General reputado, ya que él, más que nadie debía saber que significaba enfrentarse valientemente a otro ejercito en un combate, de esta forma, iba tras la definición conceptual de lo que el otro conocía pero solo en tanto conocimiento práctico, lo cual ocasionaba que el interlocutor de Sócrates cayera en una aporía por no entender como le resultaba imposible definir lo que se suponía conocía mejor que todo el mundo, quedando al descubierto su ignorancia en cuanto a lo que era aquella cosa sustancialmente.
          En el diálogo platónico Menón, se comparará a Sócrates con un pez torpedo, el cual como bien lo evidencia su nombre, entorpece a quien se le acerca, un efecto análogo tenia aquel hombre-sileno en sus interlocutores, por la duda metódica que sembraba en ellos, pero que finalmente resultaba un estimulo para despertarles el alma, del adormecimiento causado por el falso conocimiento y la esclavitud a los sentidos, los cuales generalmente solo buscan la satisfacción de los deseos y las pasiones más bajas. Citamos a continuación un pasaje del mencionado diálogo, en el que se realiza dicho parangón, a lo cual Sócrates responderá con la genuina ironía que lo caracteriza:

Antes de conocerte, Sócrates, he oído decir, que tú no haces sino crear dificultades, a ti y a los demás, como consecuencia de sembrar dudas, en ti y en los demás… Me recuerdas al magullado pez torpedo; pues, si alguien se le acerca y lo toca, súbitamente lo hace entorpecer. Y siento que, verdaderamente, tú has provocado en mí en semejante efecto… que realmente se me ha adormecido el alma y el cuerpo y ya no sé más que responderte… - Si el torpedo adormece a los demás  porque él mismo es torpe, yo me asemejo a él: si no, no; porque no es que yo tenga la certeza y suscite dudas a los demás; sino que yo, teniendo mayores dudas que los demás, los hago dudar también a ellos.[10]

           Sócrates siempre solía colocarse en un nivel inferior al de los hombres que interrogaba, justamente este es el punto capital de su actitud irónica, una frase que nos aporta luz al respecto es la de Nietzsche, citada por Hadot: “La mediocridad es la máscara más hermosa que pueden adoptar los espíritus superiores.” [11]. Él no aporta conocimiento a los demás, por esa razón no es un sabio, ni tampoco será un maestro al que se le deba la iluminación, por el contrario es simplemente un philosophos que practica  a la perfección el poderoso arte de la ironía, con el cual no aporta conocimiento, sino que “pareciera” que  logra engendrar en los demás un saber que se creía extinto.  
          Cabe resaltar que dicha concepción de dar a luz lo que se halla inmanente en el alma del interlocutor, debe suponer  previamente  - y sólo así es entendida  por Sócrates-  la naturaleza divina del alma, la cual por ser inmortal ya contiene dentro de sí el conocimiento de las ideas, y lo que haremos en esta vida presente, no será otra cosa que re-conocimiento a través del recuerdo (Anamnesis); “ …la mayéutica es posible y eficaz en cuanto las almas, a las que se le aplica, ya están llenas y grávidas de un saber originario.” [12]
           De esta forma Sócrates buscaba que el otro tomará conciencia por sí mismo, de que antes de ese momento junto a él, toda su vida se había movido bajo concepciones erradas, hacía una dirección equivocada, ahí es cuando surge la angustia existencial, es necesario deslastrarse de tantos errores y recuperar el tiempo perdido, y sólo será posible entendiendo que el conocimiento no está en los fenómenos y las apariencias, sino en un plano  más elevado, la felicidad no llega con el honor, la fama y las riquezas sino con el desarrollo de la Virtud, lo que se sintetiza finalmente  en el conocimiento de la cuestión más noble, es decir, el Bien, única fuente que contiene los elementos necesarios para la felicidad, la cual Sócrates entiende como buen vivir (eupraxia).
          A la invitación de responder por cada una de las interrogantes que constantemente realizaba a los demás, Sócrates contestará, que él no sabría definir conceptualmente dichas virtudes, sino más bien esperaba que a través de sus actos, puediese mostrar lo que es por ejemplo, vivir justamente; las palabras de friedländer citadas por Hadot nos lo explica de forma exacta:

La ironía socrática es manifestación de la tensión entre la ignorancia (es decir, la imposibilidad de expresar con palabras la esencia de la justicia) y la experiencia directa de lo desconocido, o dicho de otra manera, de la existencia del hombre justo, cuya justicia llega a alcanzar el nivel divino.[13]
          Ahora bien, en este proceso dialectico no sólo será importante el momento de la aporía y la rectificación, cada uno de los pasos es fundamental, a manera de peldaños para la ascensión, así nos lo hacen entender las siguientes palabras que nos permitimos citar, por la exactitud  con  la que se describe la experiencia existencial que despierta el método socrático, principalmente a través de la ironía:

Como dice uno de los interlocutores de Sócrates: < Nos arrastra a entrar en un discurso inacabable hasta  que uno se ve obligado a rendir cuentas de sí mismo, tanto de la manera  en que vive en este momento como de la existencia que ha llevado en el pasado>… De este modo, el individuo es puesto en cuestión desde el fundamento mismo de sus actos, tomando consciencia del problema real que supone ser él mismo para sí mismo.[14]

          Y esta necesidad vital socrática de introspección en nuestra individualidad, y el revisar si estamos en el camino correcto para alcanzar el móvil más noble de nuestra voluntad y alma, es decir, la Virtud (Areté), influyo en gran medida el pensamiento de su más fiel defensor y discípulo Platón. A través de Montaigne llegamos a una sentencia platónica que sintetiza todo aquello que Sócrates trató de enseñar en vida y que en gran medida, fue lo causante de su muerte:   
               
Cumple con tu deber y conócete, cada uno de los dos miembros de esta máxima envuelve en general todo nuestro deber, y el uno equivale al otro. El que hubiera de realizar su deber, vería que su primer cuidado es conocerse lo que realmente se es y lo que mejor se acomoda a cada uno; él que se conoce no se interesa por aquello en que nada le va ni le viene; profesa la estimación de si mismo antes que la de ninguna otra cosa, y rechaza los quehaceres superfluos y los pensamientos y propósitos baldíos. [15]

          El alcance del Bien como teleología vital, de ello se derivará la concepción de Sócrates de llevar a cabo la misión que siente como necesaria, ya que si bien debemos vivir para alcanzar el mejoramiento propio, no basta sólo con eso, también debemos contribuir a la realización del mismo proceso en nuestros semejantes, por eso Sócrates sintió como inevitable su muerte impuesta como castigo, porque la pérdida de la existencia era algo banal, confrontado con el triunfo de su doctrina, aunque este se diera en pequeña escala en la Atenas del siglo IV.
          Ahora bien, Mondolfo lo comparará con el individuo protagonista de la Alegoría de la Caverna platónica, aquel ser que ha salido a ver la luz, y que contrariamente a preferir quedarse en el estado supremo de contemplación, se devuelve a la caverna, para trasmitir a los demás prisioneros que continúan a oscuras, la experiencia de su visión hermosa, aunque sólo pudiera ser de forma indirecta y precaria.
            Y justamente en esto se fundamentaba la felicidad para Sócrates, someter la vida a la obtención de la sabiduría, o lo que es lo mismo, conocernos a nosotros mismos, para alcanzar de esta forma la Virtud, además cabe complementar esta última con la necesidad de bastarse a sí mismo, es decir, no depender de los demás y de su pluralidad de situaciones contingentes, sino procurarnos la autarquía, todas estas características debe poseerlas alguien que se le considere sabio, y no simplemente aquel que desarrolle la destreza oratoria y retorica, o el que acumule infinidad de medallas honorificas. Así el Sócrates de Jenofonte  preguntará: 

¿Ignoras que a ningún hombre del mundo le concedería sobre mí el derecho a afirmar que ha vivido mejor ni más alegremente? Pues, según mi parecer, viven óptimamente los que se estudian para hallar el mejor modo de llegar a ser óptimos, y viven muy felices los que tienen más viva la conciencia de su continuo mejoramiento.[16]

          Este tipo de sabiduría que proclamó Sócrates, la encontramos como influencia fundamental para toda la tradición occidental, como por ejemplo, la filosofía de Emerson, en la que vemos reflejados ciertos rasgos socráticos, cuando nos dice:

El descontento es la falta de confianza en uno mismo; es la enfermedad de la voluntad. Lamentad las calamidades, si así podéis ayudar al doliente; si no, aplicaos a vuestro propio trabajo, y ya el mal empieza a ser reparado... Acudimos a los que lloran neciamente, nos sentamos a su lado y lloramos para acompañarlos, en vez de infundirles la verdad y la salud con duros choques eléctricos, poniéndolos una vez más en comunicación con su propia razón. [17]

Por último, quisiéramos finalizar nuestro breve bosquejo con las palabras de Nietzsche, las cuales nos muestran la otra cara del Sócrates, es decir, una visión negativa del mismo contrapuesta a la idealizada por Platón, pero que finalmente aunada a las demás, son las únicas que nos ofrecen un intento de concebir a Sócrates, en toda su complejidad como individuo, como hombre que se enfrento a toda una tradición, y sin embargo conservo plenamente su libertad, nada lo ató a este mundo, ni sus contemporáneos ignorantes de su visión, ni siquiera el apego a la existencia.

…Sócrates: parecía un médico, un Salvador. ¿Es necesario señalar el error de su de en la “racionalidad a toda costa”? … lo que eligen como recurso, como medida salvadora, sólo es, a su vez, una expresión de la décadence – modifican la expresión de la misma, pero no la eliminan. Sócrates fue un malentendido; toda la moral correctiva, la cristiana inclusive… La claridad más cruda, la racionalidad a ultranza, la vida clara, fría, cautelosa, consciente, falta de instinto, en oposición a los instintos, era a su vez una enfermedad, una diferente…[18].                                                                                                      


Referencias Bibliográficas
Emerson, R. Confía en ti mismo. Ediciones 29, Madrid.
Hadot, P. 2006. Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Biblioteca de Ensayo 50 (Serie Mayor) Ediciones Siruela, Madrid.
Kierkergaard, S. 2000. Escritos volumen I, Editorial Trotta, Madrid.
Montaigne. Ensayos, Libro I. Versión digital, cap. III.
Mondolfo, R.1959. El Pensamiento Antiguo. Editorial Losada, Buenos Aires.
Nietzsche, F. 1964. El Ocaso de los Ídolos. Malinca S. A., Buenos Aires.


Notas:
[1] Hadot, Pierre: Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Biblioteca de Ensayo 50 (Serie Mayor) Ediciones Siruela, Madrid, 2006, p. 85.
[2] Kierkergaard, SØren: Escritos volumen I, Editorial Trotta, Madrid, 2000, p. 296.
[3] Ibíd. p. 286.
[4] Ibíd. p. 288
[5] Ibíd. p. 294.
[6] Ibíd. p. 296.
[7] Ibíd. p. 300.
[8] Nietzsche, Friedrich: El Ocaso de los Ídolos, Malinca S. A., Buenos Aires, 1964, p. 12.    
[9] Hadot, Pierre: Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Biblioteca de Ensayo 50 (Serie Mayor) Ediciones Siruela, Madrid, 2006, p. 83.
[10] Mondolfo, Rodolfo: El Pensamiento Antiguo, Editorial Losada, Buenos Aires, 1959, p. 80.
[11]  Hadot, Pierre: Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Biblioteca de Ensayo 50 (Serie Mayor) Ediciones Siruela, Madrid, 2006, p. 86.
[12] Mondolfo, Rodolfo: El Pensamiento Antiguo, Editorial Losada, Buenos Aires, 1959, p. 82.
[13]  Hadot, Pierre: Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Biblioteca de Ensayo 50 (Serie Mayor) Ediciones Siruela, Madrid, 2006, p.p. 92
[14] Ibíd. p. 89.
[15] Montaigne: Ensayos, Libro I, versión digital, cap. III, p. 8.
[16]  JENOF., Mem., IV, 8. 
[17] Emerson, Ralph: Confía en ti mismo, Ediciones 29, Madrid, p.38.
[19] Nietzsche, Friedrich: El Ocaso de los Ídolos, Malinca S. A., Buenos Aires, 1964, p. 107.

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