Metodología en la Práctica Filosófica
Tomas
Ellakuría
La práctica filosófica parte de un
detenimiento ante la realidad con una resolución de atender a la naturaleza de
las representaciones de los hechos que funcionalmente, a veces, nos acogotan,
ampliando el horizonte de nuestra comprensión mediante el desentrañamiento de
las ideas presentes, por acción u omisión, con el objeto de conocernos en las
dinámicas que configuran y desarrollan nuestra praxis humana, bien de una forma
actual pero también en sus latencias presentes y potencialidades.
Dicho de otro modo, la práctica
filosófica se plantea como una actividad de pensamiento y de revisión, en base
a nuestra intelección sentiente (Zubiri), mediante la que podernos conocer en
las dinámicas que desarrollamos, en nuestras relaciones con la alteridad, con
el objeto de favorecer el despertar de una identidad más equilibrada en sus
proyecciones, tanto internas como externas, como en su sentido.
Una diferencia substancial que define el
espacio de desarrollo de la práctica filosófica, podemos postular que se
establece en la perspectiva del posicionamiento de lo tratado en esta práctica.
Mientras que en los abordajes
psicológicos o terapias medico psiquiátricas el sujeto es paciente de una
práctica externa a él, que, es realizada por una instancia o agente que lo
trata, dirigiendo normalmente el tratamiento al estudio y el análisis de la
subjetividad en el desarrollo de su experiencia, es la práctica filosófica un
espacio de emancipación directa en el que concursan dos agentes colaboradores
que investigan conjuntamente en las tramas de la realidad, dirigiéndose a esta
en cuanto sistema abierto constituido por notas o realidades sustantivas y
operativas en dinámicas de respectividad. Pero lo significativo y diferenciante
de los abordajes psícológicos es que en dichos abordajes se aborda
preferencialmente el hecho psíquico en sus interrelaciones pero de un modo
psicocentral, mientras que en el desarrollo de la práctica filosófica lo que
abordamos es la realidad en sus dinámicas sustantivas y en los espacios o
intersticios presentes en dichas dinámicas, de modo que podamos ir descubriendo
y ejercitando el carácter sustantivo de la ontología que nos atañe en el
transcurso de una praxis filosófica que ha de atender a nuestra praxis en la
realidad de nuestra vida.
El término realidad, en sentido
amplio, no presupone aquí un conjunto de
hechos unívocamente patentes en cuanto hechos, sino que en cuanto latentes en
un amplio sistema de notas o realidades sustantivas regionales o personales,
con funcionalidades dinámicas y con carácter abierto en cuanto realidad amplia
y desde nuestra realidad humana, cuya
especificidad principal parece que consiste en poder o tener que habérnoslas con
la realidad de la vida y del mundo, para desentrañar sus significados aparentes
y latentes, o dicho de otro modo, sus patencias y potencialidades, pues como
dice, Xavier Zubiri al terminar su obra “Sobre el hombre” (pag. 676) “la vida no es
simplemente un sistema de urgencias, sino también un pausado, ingente y
quiescente esfuerzo por encontrar la verdad de la realidad”.
La Práctica Filosófica, como hemos
dicho, propone un abordaje de la realidad que en nuestra perspectiva humana nos
remite a nuestra praxis humana y personal, ya que hemos de utilizar algún marco
para investigar, por lo que, de este modo, para tratar de desarrollar alguna
referencia metodológica, habremos de indagar en el desarrollo, más o menos
estructural, o estructural como referencia metodológica, de esta, nuestra
praxis humana.
ANÁLISIS DE LA PRAXIS
Podemos intentar definir la praxis como
un sistema más o menos estructurado, en base a la relación entre nuestra
actividad humana y la conciencia presente en ella, con las configuraciones de
actos que van conformando nuestras
acciones y actuaciones cotidianas.
Pero es importante determinar el desde
donde nos ubicamos como punto de partida.
Husserl, en sus “ideas relativas a una
fenomenología pura y una filosofía fenomenológica”, nos habla del paso de la
actitud natural a la actitud filosófica. Al margen de su particular
conceptuación sobre el carácter de esa actitud, quizás podríamos tratar de
ceñirnos únicamente al significado intencional de la palabra filosofía, para
identificar nuestro punto de partida en lo referente a todo lo que le
concierne, tanto en cuanto a la actitud que supone, o propone, como a la
tipología de los actos que habrían de configurarse en esta práctica filosófica.
Aquí el término "tipología" lo empleo en un sentido más amplio del
habitual que iré tratando de explicitar, pero está referido no solo al tipo de acto, en cuanto
percepción, volición, etc., sino que la referencia se dirige en mayor grado al
carácter óntico-sustantivo de los agentes que, en la práctica filosófica, irán
haciéndose efectivos en tales actos.
Es que la praxis puede ser observada en
su desarrollo estructural, al modo que nos presenta Antonio González (“Estructuras
de la Praxis, Ensayo de una filosofía primera”, Trotta, Madrid, 1998) en base a
las configuraciones de los actos en acciones y en actuaciones que dan lugar a
la actividad, pero no me parece ello suficiente, puesto que al situarnos aquí
desde una práctica filosófica como metapraxis, estaremos llevando a cabo una
práctica que puede ser tipológicamente definida. Y para definirla no podemos
ser sino radicales en la coherencia y adecuación de nuestra práctica al ámbito
en el que se enmarca.
Es decir, una cosa va a ser la
estructura de la praxis que metodológicamente vamos a tratar de investigar y
otra, que es el sustrato sustantivo, es la tipología de nuestra práctica.
Veamos.
El término filosofía invoca a dos
principios que lo sustentan: amor y sabiduría. No estamos hablando de cualquier
cosa, ya que, ¿puede estar el amor presente, más acá o más allá de cualquier
suposición teórica? Lo que quiero decir es que en el carácter sustantivo de
nuestra condición humana, el amor es potencialmente un motor y núcleo esencial
y de que en algo de esto habrá de consistir también nuestra ejercitación en la
práctica filosófica.
Decíamos al principio de esta exposición
que nos íbamos a situar ante las representaciones de los hechos que nos
acogotaban, es decir, que nos afectan.
Vamos a ver, por lo tanto, el tipo de
relación que puede ser esta de la afectación y que tipo de trasformación puede
ser realmente operativa desde el ámbito de esta práctica filosófica, con la
intención de desentrañar la naturaleza de la misma, de un modo diferencial al
propio de las dinámicas “naturales” que se desarrollan en nuestras afecciones o
acogotamientos.
Aunque esto pueda ser más bien un
postulado perteneciente a una psicología
profunda de raigambre humanista, ya que al hablar de trasformación, nos estamos
refiriendo al desplazamiento o trasformación del mero sujeto percipiente o
paciente, en agente de entidad personal.
Es decir, el paso de la actitud natural
a la actitud filosófica, ¿supone alguna posibilidad de trasformación
ontológica?
Y volvemos a situarnos en el ámbito del
significado del término filosofía, para insistir en la tipología de nuestra práctica
en lo que concierne a la, todavía aún, indeterminada perspectiva ontológica:
“amor o amistad a la sabiduría”.
Este significado puede concordar con la
definición del ser humano como inteligencia sentiente: “amor a la sabiduría”,
denotándonos la posibilidad de la presencia de algo esencial….
Pero vayamos al ámbito de la praxis para
avanzar en alguna metodología que también habría de determinar en su carácter
que, adelanto, ha de ser necesariamente relacional.
APERTURA
Primeramente hemos hablado de “un
detenimiento con una resolución de atender a la realidad”. Esto es la escucha o
la contemplación de la realidad e implica por ello una necesaria apertura, por
lo tanto tendremos que hablar de apertura metodológica, de no querer caer en
incoherencia, pero a la vez también parece necesario tener un cierto mapa, del
que poder echar mano, como recurso tal vez, de nuestra, aún, indeterminadación
metodológica.
Así que la metodología de la práctica
filosófica parece que ha de tener un carácter meramente referencial, es decir,
simplemente habrá de suponer que conocemos la existencia de un cierto
desarrollo estructural al que a su vez podremos ir atendiendo, en la medida y
aspectos en los que la realidad nos indique y nos demande.
Aquí "la realidad" puede ser
nuestra problemática o la de otra persona que nos plantee una problemática y
quiera dialogar sobre ella.
Pues volvamos al aspecto estructural,
para que dependiendo de la cuestión concreta que hayamos de examinar podamos
tener un cierto marco referencial para el diálogo y el análisis.
Carol Feuerman, escultura
I
Los actos.
Antonio Gonzáles nos propone un
desarrollo o construcción estructural que habrá de ser deconstruída para poder
atender un poco a la comprensión del desarrollo de nuestra praxis humana, desde
sus aspectos elementales que son identificados como nuestros actos más simples.
Esta aportación teórica es una propuesta
práctica, como ensayo de una filosofía primera, es decir, a modo de primer paso
filosófico para conocer el ser y el fundamento de todo ulterior conocimiento,
que parte de atender a nuestros actos de percepción, afección y volición, de un
modo inicial, como estructuras de configuración de nuestras ulteriores
acciones, actuaciones y actividad, si se diere.
La atención a nuestros actos simples
nos sirve para situar un punto de partida en el que a la vez detectar una verdad
primera de orden fáctico y por ello accesible. Esta verdad primera es
únicamente el “factum” o hecho de nuestros actos simples de percepción,
afección y volición.
Pero lo que ocurre es que además de la
verdad primera del acto como acto, en nuestros actos se actualizan las cosas
como “hechos actuales”, diferenciándose así unos hechos primordiales que
son nuestros actos elementales y unos hechos actuales que son las
cosas que quedan actualizadas en nuestros actos. A la cosa presente en nuestros
actos González la conceptualiza como alteridad radical.
Cierto es que sabemos que no nos afectan
o percibimos tanto los hechos de las cosas
de unos modos puros o neutros, porque en esas cosas aparecen siempre
unas representaciones y presupuestos que tienen que ver con la tradición
cultural, con el mismo lenguaje con el que recibimos las conceptuaciones sobre
las cosas, o con expectativas o temores que las invisten, es decir con
representaciones.
Pero hemos de atender de un modo radical
a cómo se presentan las cosas en nuestros actos y podemos disociar el acto en
si de la cosa como fenómeno o alteridad radical.
Esta disociación nos permite atender a
la naturaleza de nuestro acto, de modo que nos será factible resituarnos en él,
tomando conciencia de la tipología del acto, en cuanto a si su carácter es
“natural”, es decir, inconscientemente afectado por la cosa, o filosófico, es
decir, afectante a la representación de la cosa en algún momento. Y, o, de
otros modos.
Porque en realidad primera, no vamos a
afectar a la cosa en sí, sino a nuestra representación de la cosa, mediante el
cambio de la actitud natural a la actitud filosófica. Pero no solo eso, es que
además, mantenemos la hipótesis de que en ese proceso también nosotros podemos
experimentar trasformación.
Pero este paso, lógicamente, es una
elaboración que se ha de ir produciendo en la toma de conciencia de nuestros
actos que, deliberadamente, habremos de ir llevando a cabo en nuestro diálogo
filosófico. De modo que vamos a seguir atendiendo un poco a las estructuras de
nuestra praxis, para ver cuales son los fenómenos que en sus estructuras se
encuentran insertos y así poder dialogar sobre nuestras representaciones sobre
los mismos, en pro a irnos (de)liberando, o liberando de, en el transcurso de
nuestra praxis.
II
La acción.
En el transcurso de nuestra praxis
podemos atender a que, en las estructuras en las que nuestros actos se ven
configurados como acciones, estas se producen como concatenaciones de actos, en
los que a su vez se actualizan las cosas como alteridad radical.
Y podemos atender a las funcionalidades
elementales que en las acciones se producen entre ciertos tipos de actos, a la
vez que habremos podido comprobar como las cosas actualizadas en nuestros actos
son sistemas de notas o propiedades, actualizadas de una manera unitaria.
La filosofía primera que habremos de ir
desarrollando en nuestra práctica filosófica tendrá que tratar de constatar la
presencia en nuestros actos de sensación, de unidades de propiedades sensibles
en interdependencia funcional.
Pero en los actos de atención a las
cualidades de esas cosas sensibles afectantes y presentes en nuestros actos de
percepción y de sensación, presentes como alteridad radical, introducimos una
distensión, puesto que estamos hablando de una concatenación entre dos actos:
percepción y afección. Esta distensión es fundamental en la práctica
filosófica.
En la distensión que se instaura como
apertura de la atención, bien mediante la pregunta o también en la reflexión,
se halla a su vez el carácter personal presente en nuestros actos. Y este es un
espacio y un tiempo propio del agente o agentes actuantes en cada práctica
filosófica. Es un espacio determinante y decisivo para la volición que completa
la acción como estructura funcional de actos y alteridad radical.
La dimensión personal de las acciones.
Así que la distensión de la acción es un
carácter personal que aparece en la funcionalidad de los actos mismos, de modo
que en esta filosofía primera que vamos construyendo, en esta práctica
filosófica, aparece el agente o mejor dicho el agente personal, que quizás y
como habríamos de esperar, se va sustantivando filosóficamente.
El modo en cómo está presente la
alteridad en el transcurso de la acción humana nos remite a la raíz de la
distensión, puesto que en ella se encuentra el carácter sustantivo personal de
la determinada o pretendida configuración óntica que en nuestra perspectiva de
práctica filosófica nos hemos de procurar mediante el ejercicio, en la
distensión, de nuestras facultades esenciales, que la propia práctica nos irá
demandando y facilitando.
La dimensión social de las acciones.
A pesar de la intimidad presente en
nuestra distensión personal que constituye un momento importante y decisivo de
nuestras acciones, en la alteridad de las cosas presentes en nuestros actos se
actualizan los demás, insertándose en el transcurso de nuestras acciones.
Y aquí tenemos otro ámbito para el
diálogo. Cómo percibimos a los otros, como nos vemos afectados y como
afectamos, pero sobre todo, quiénes son los otros sustantivamente y desde donde
soy yo sustantivamente con los otros.
Las actualizaciones de los otros en mis
actos moldean el transcurso de mi acción, según los parámetros de mis
representaciones sobre los otros y esto es otro aspecto de nuestro diálogo. Un
diálogo que se instaura desde el entre de mis instancias sustantivas, en lo
incipiente de mi comunicación con los otros presentes en la estructura de mi
acción, con independencia de todo lenguaje.
La dimensión económica de las acciones.
La actualización de los demás en la
estructura interna de las propias acciones, propone González, está en estrecha
relación con el acceso a las cosas y esto incluye una dimensión económica en la
socialidad, como categoría de esta filosofía primera. Esta dimensión económica
que aparece con la presencia de los demás en el transcurso de nuestras
acciones, es un momento constitutivo entre otros y relevante, en la socialidad
de la acción, también en la medida en la que como agentes operamos en la
facilitación “pre-verbal” del acceso a las cosas por parte de los otros. Así
que primordialmente, esta dimensión económica se inscribe conjuntamente con la
dimensión comunicativa, en cuanto a la disponibilidad para la escucha y la
relación personales y sociales, por lo que es un elemento presente en el
esamblaje estructural de la praxis, a tener en cuenta en la práctica
filosófica.
La cuestión de cómo hacerlo depende
principalmente de cómo se presente su
problemática para ver cómo nos situamos ante ella.
La dimensión corporal de la acción.
Digamos primero que nuestra corporalidad
es una dimensión enormemente ignorada, a la vez que es una dimensión esencial.
¿Tiene la corporalidad alguna relevancia
en nuestra práctica filosófica? ¿Debemos preguntarnos en nuestra práctica
filosófica por la importancia de nuestra dimensión corporal? Nuestra dimensión
corporal tiene funciones de estimulación y de somatización que se encuentran
presentes en el transcurso de nuestras acciones, desde su origen en nuestros
propios actos elementales. El cuerpo, como receptáculo del devenir de la
acción, en la medida en la que somatiza atención, sensación, emoción, amor…,
nos permite y ofrece un ámbito de contrastación de la incidencia de lo
actualizado en nuestros actos, acciones y actuaciones, en sus coordenadas
espacio temporales, de modo que hay una verdad actual a la que podemos acceder
y también puede haber una dimensión de actuación verdadera, considerada fáctica
y corporalmente.
El carácter moral de las acciones.
La dimensión moral de nuestras acciones
es de carácter elemental, en el sentido en que las acciones humanas, en virtud
de lo actualizado en los actos y en función de nuestra atención a los mismos, o
a nuestras representaciones sobre los mismos, decía que eran acciones abiertas
y distensas y por lo tanto son en cierto sentido acciones libres, al margen del
problema metafísico de la libertad, en la medida en la que nuestras respuestas
no estén prefijadas por las cosas que sentimos.
Además nuestras acciones son capaces de
gozar del bien y de sufrir del mal en un sentido elemental, en cuanto actos de
placer, gusto o atracción y dolor, disgusto, o aversión.
La pregunta concientizadora en este
ámbito moral elemental se puede plantear en el aspecto, tanto de las
representaciones de nuestras expectativas (sentido pasivo, receptivo,
pasional), como en el ámbito activo y sustantivo correspondiente a una práctica
filosófica que ha de tratar de despertar e incentivar la actualización
pro-activa de amor e inteligibilidad, corporalizadas, en la medida en la que
queramos poder comprender una dinámica relacional, instaurada en alguna
determinada ontología existencial.
Puede ser interesante poner de relieve
añadir la posibilidad de llevar a cabo elección de aplazamientos o aceptación
de lo bueno y de lo malo, como funciones
de causalización, operativas en ámbitos, bien de conciencia, de salud, de
relaciones, humanas, etc. Pero esta aclaración se refiere a un nivel de
reflexión que rebasa el ámbito de las acciones humanas como configuraciones
funcionales de actos elementales.
III
La actuación
Así como los actos que constituyen las
acciones, fluyen en el devenir de nuestra experiencia y van desapareciendo para
siempre, las intervenciones de los demás en tales acciones poseen también una
efímera presencia, sin embargo, esas intervenciones dan lugar a efectos
duraderos y estructurales y muchas de nuestras acciones parecen constituir
rutinas (Ibid, 109).
Muchas de nuestras acciones cotidianas
como caminar, comer o sentarnos, las venimos realizando de una manera
automática y no tienen un carácter puramente estimúlico. A diferencia de las
simples acciones, estas son actuaciones orientadas o acciones con un sentido
intencional.
En la actuación tenemos además el acto
de intelección del sentido de nuestra acción, que puede ser denominado como
intención o entendimiento.
Este es un nuevo sistema de actos, el
sistema de la actuación.
Pero en nuestras actuaciones además de
tener presente un esquema intencional, que por otro lado puede ser también
totalmente tácito, puede estar presente la conciencia o no, puesto que existen
las actuaciones inconscientes según nos presenta la psicología.
La conciencia, dice González, es una
actualización de los actos ante sí mismos, ¿pero hay algún tipo de conciencia
diferenciada en lo que hemos mencionado refiriéndonos a Husserl, como “actitud
natural” y “actitud filosófica”?
Existen como hemos comentado las
acciones fijadas del caminar, tomar una taza de té, como actuaciones. Muchas
acciones presentes las entendemos desde otras acciones pasadas, de modo que
adquieren un sentido y se convierten en actuaciones, de modo que la fuerza del pasado
se instaura en nuestros actos dotándoles como realidades con sentidos que ya
vienen predeterminados desde el pasado, lo cual no obsta para que podamos dar
nuevos sentidos a nuestras actuaciones, aunque estos actos volverán a quedar
fijados en actuaciones con un sentido, que irán pasando a pertenecer al pasado
de nuevo, aunque pueda seguir manteniendo sentido en el presente.
La actuación nos aparece como un sistema
de actos sensitivos, afectivos, volitivos e intencionales, en el que estos
últimos cobran una especial relevancia.
Una acción cualquiera no se suele poder
entender si no es acudiendo a una acción del pasado de modo que esta funciona
como un esquema que sirve para entender las nuevas acciones (Estructuras, 113),
un “esquema intencional”. Este es la estructura de organización interna de
nuestros actos.
Pero vamos a ver, podemos entender que
nuestras acciones se organizan en actuaciones de cara a ir desarrollando los
aspectos prácticos de nuestra vida, mediante una serie de esquemas intencionales.
El esquema intencional parece que es de un orden intelectivo, pero ¿no hay más
instancias sustantivas en el desarrollo de nuestras actuaciones?
Podemos encontrar o crear una
intelección de sentido mediante la vía de Pascal: “el corazón tiene razones
que la razón ignora”, ya que podremos preguntarnos si un esquema
intencional en muchas de nuestras actuaciones nos aporta una suficiencia
entitativa aceptable, a no ser que consideremos el amor como un esquema
intencional primordial, en la línea que Pascal nos propone .
Porque los esquemas intencionales, al
aportar un sentido determinado a nuestras actuaciones conscientes e
inconscientes, determinan de igual modo el sentido de nuestras afecciones e
incluso de las cosas actualizadas en nuestros actos de afección, intelección,
etc., ya que los esquemas intencionales son primariamente “representaciones” de
las cosas y pueden generar emociones como afecciones con sentidos determinados,
o deseos en lo que antes eran voliciones. Sobre todo y en la medida en la que el
amor primordial y nuclear, esencial, no se vea actualizado en nuestros actos,
desde nuestro carácter sustantivo.
La apertura a la alteridad radical
presente en nuestras acciones, queda de algún modo cerrada cuando se ve
sometida al marco intencional que la orienta y trasforma en una actuación
determinada, aunque el cierre nunca será total, pues la alteridad radical y la
pregunta por lo que puede ser esa alteridad radical siempre podrá estar
presente en todos nuestros actos, incluidos los actos intencionales y ello nos
posibilita la reflexión, (en cuanto al menos, dos modalidades distintas de la
misma)., sobre todo si nos percatamos de que esa apertura a la alteridad es
substancialmente amor, como instancia, facultad o nota sustantiva constituyente
Porque los esquemas intencionales
provenientes del pasado y presentes en los usos y costumbres, el lenguaje de
los signos o de los símbolos, de cara a comprender mejor algunas de nuestras
actuaciones o de considerarlas en orden a su supresión o a ser sustituidas por
otras, suelen necesitar ser a menudo revisados, bien:
1
En la dirección de
atender a las cualidades o valores
presentes en el esquema intencional del
que disponemos, o también en cuanto a tratar de tomar conciencia, a nivel
ontológico, del grado de actualización de nuestras instancias sustantivas
presentes, como coherencia y compatibilidad de nuestras facultades esenciales y
trascendentales.
Al mencionar estos términos conviene
aclarar que, en este contexto de práctica filosófica, considero necesario
recuperar términos quizás en desuso en la filosofía contemporánea. Entiendo por
facultades esenciales humanas aquellas capacidades o potencialidades que nos
facultan en nuestras instancias sustantivas. Por ejemplo, Zubiri denomina
“inteligencia sentiente” a nuestra sustantividad y yo propondría ir algo más
allá y extraer de la práctica filosófica y de otras prácticas radicalmente
humanistas, al modo de la que también formulaba Antonio Blay, la corporalidad o
instancia energética corporal, la afectividad en cuanto instancia nuclear como
Amor y la Intelección directa y pura, como nuestras tres instancias esenciales
sustantivas, que a su vez nos posibilitan ir más allá de las conciencias
propias de los pequeños yoes, para permitirnos situarnos, si realizamos la
adecuada actualización e integración experiencial, en el espacio ontico
correspondiente, por otro lado universal y trascendental.
Aclarada esta cuestión terminológica
porque era importante, podemos volver a la importancia de la necesidad de
revisión de los esquemas intencionales que dirigen nuestras actuaciones,
mediante, como decía, otro modo de enfoque de la reflexión.
En otra ocasión diferente, cabría la
necesidad de
2
Recurrir a un tipo de
reflexión que establece la atención en la actuación misma, en cuanto a la
alteridad de las cosas presentes en sus actos, en relación a su esquema
intencional y subsiguientemente a nuestros valores. Esta reflexión puede surgir
cuando una apariencia queda como enajenada de su propia inmediatez, pudiéndose
manifestar un sistema de relaciones incoherentes.
El carácter social de la actuación.
Las actuaciones son sociales en la
medida en la que su orientación es recibida de los demás, Pero no es siempre
así pues nosotros podemos, tras el proceso que sea pertinente, decidir iniciar
una actuación de orden social en aras a realizar un servicio o difundir unos
valores.
Pero cierto es que los esquemas
intencionales inicialmente los recibimos de los demás y nos insertamos en el
medio social mediante unas acciones en las que los demás están presentes en
ellas.
Aquí se presenta el eje relacional
individuo sociedad, en modos variables de preponderancia de uno u otro lado de
los polos, o en algún equilibrio más o menos estable, pero siempre están
presentes los demás en el diseño de mis actuaciones, interviniendo en su
estructura de un modo más o menos consciente, determinando el sentido de mis
actuaciones con antelación a todo diálogo y no siempre estamos conformes con el
modo en el que están presentes los demás en el curso de nuestras acciones y actuaciones, ya que podemos ser objeto de
aplicación de unos esquemas intencionales ajenos y esto nos puede acarrear
tensiones y tribulaciones no siempre plenamente conscientes.
Por ejemplo, la percepción, en la
determinación social y lingüística, en la medida en la que está orientada por
un esquema intencional, incluye propiedades que no están directamente
actualizadas en los actos de sensación, pero que pueden pertenecer o no al
sentido de lo percibido y estas son cosas susceptibles de ser revisadas.
Y en la medida en la que podemos revisar
los presupuestos o supuestas propiedades presentes en una cosa, según un
esquema intencional lingüístico o social, estamos revisando a la vez nuestra
capacidad crítica, así como la ponderación de la misma, según los momentos de
distensión en los que nos podemos permitir observar la realidad de los
fenómenos, más allá o más acá de los esquemas intencionales de sentido, con los
que hemos recibido inicialmente unas determinadas conceptuaciones provenientes
del ámbito social, de la tradición y del pasado.
Las personas en la actuación social
La conceptuación, tanto de la persona
como de lo humano, depende también de esquemas intencionales variables
dependiendo del tipo de sociedad, de modo que los esquemas intencionales
vigentes en mi sociedad pueden determinar mis percepciones del otro, e incluso
la percepción de nosotros mismos, en una actitud no tan filosófica, denominada
por Husserl, “natural”, también puede estar determinada por los esquemas intencionales
que los demás nos trasmiten.
¿Qué significa lo personal en la
actuación social, como conjunto de notas de resonancia, provenientes de
instancias diferentes?
Esta cuestión sería similar a la que
hemos expuesto en el apartado del “carácter social de las actuaciones”, puesto
que habríamos de revisar de un modo similar el grado de presencia del propio
criterio debidamente revisado, con la asumción acrítica de las opiniones
vigentes en el medio en el que se vive, ya que el carácter personal, en referencia
al teatro de máscaras griego, alude a la resonancia que resuena por la per sona
(per-suena-per-sonare), como personaje dotado de un medio de transmisión
amplificado de los caracteres y esquemas intencionales que el individuo ha
podido asumir, asimilar, destilar o crear y descubrir.
Podríamos postular que la persona es la
proyección social de una serie de resonancias, o quizás en alguna ocasión, una
resonancia del ser, que en el escenario social se convierte en un actor o
actora, pero quizás esto no sea demasiado importante, o quizás sí, ello
dependerá del marco o esquema intencional donde queramos insertar este
pensamiento.
En este sentido la adecuación o
inadecuación de la actuación, que en este caso es un postulado, es decir, su
carácter de verdad, habráse de remitir a la concordancia del sentido como
coherencia con el esquema intencional operativo como contexto. Entonces el
postulado sería verdadero si su adecuación fuese evidente en relación a su
marco teórico. Y esta es una cuestión entonces concerniente al sentido, como
creo que ya hemos dicho.
González en su obra postula con bastante
atino que la adecuación del sentido frecuentemente no es adaptada sino
producida y esto podríamos postular del mismo modo con el tema de la identidad
precisamente, situados como estamos en esta perspectiva filosófica.
El carácter moral de las actuaciones.
Desde el punto de vista de las
actuaciones, -situándonos en nuestros actos-, normas, fines, valores, bienes y
deberes, consisten en esquemas intencionales.
Así los bienes pueden ser considerados,
además, bien desde el punto de vista de los bienes elementales actualizados en
nuestros actos de placer, gusto o atracción, o también desde el punto de vista
de un esquema intencional que propone una selección entre determinados bienes
elementales, en orden a sus finalidades congruentes y a tales bienes se les
suele denominar fines.
Pero para enjuiciar moralmente una
actuación, no parece ser suficiente un esquema intencional, pues este es particular
y podríamos, por ejemplo, encontrarnos con el nazismo.
Por lo tanto además de tener en cuenta
el esquema intencional en su potencialidad de bondad universal, habremos sobre
todo de dirigir nuestra atención a los actos en su facticidad, para constatar
la realización y presencia o no de los bienes elementales derivados de las
actuaciones o presentes en ellas. Claro está, como hemos dicho, que valorando
también la selección de bienes llevada a cabo por el esquema intencional que
establece el sentido de una actuación.
Si tal selección tiene sentido, es
adecuada a bienes no excluyentes en cuanto a una perspectiva de universalidad y
es operativa en cuanto a los bienes elementales que produce, González la
denomina como virtuosa, aportando la definición de virtud como dýnamis o fuerza
inscrita en la propia praxis humana.
Esta dýnamis o fuerza puede indicarnos
una coherencia óntico-práxica..
Pero los verdaderos problemas suelen
aparecer cuando una moral concreta es insuficiente para orientar actuaciones
concretas no esperadas, lo que indica que la orientación, cuya búsqueda debemos
de continuar, requiere otra instancia de fundamentación que rebasa el campo
actuacional y que puede requerir nuevas creaciones de organización y de
esquemas.
Entonces llegamos al campo de la
actividad.
IV
LA ACTIVIDAD
Ya que las acciones humanas están
abiertas a la alteridad de las cosas y a la realidad, a la vez que orientadas
mediante esquemas intencionales, pero en la vida se producen situaciones nuevas
para las que los esquemas antiguos no contienen una suficiencia de orientación
evidente, necesitamos a veces una reorganización de nuestros actos y la creación
de una nueva estructura de nuevos esquemas intencionales para nuestras
actuaciones se puede manifestar como la única posibilidad de coherencia en
nuestra praxis.
Como a veces hay varios esquemas
intencionales disponibles para ofrecer orientación a nuestra actividad, la
actividad consiste, o puede consistir,
en una apropiación o creación, en su caso, de una determinada posibilidad
de actuación.
Así en la actividad nos encontramos con
una integración de todos los momentos previos y presentes en nuestros actos:
sensación, afección, volición, e intención, integrando a su vez a las acciones
y a las actuaciones.
Pero en la actividad emergen además “un
nuevo tipo de actos que son aquellos actos intelectivos que nos permiten
seleccionar una determinada posibilidad desechando las otras”, (Ibid. pag.
149), son los actos racionales.
Los actos racionales pueden consistir
en, según como sean considerados, primeramente en una búsqueda de lo que las
cosas son con independencia de nuestros actos, pero es esto un problema
concerniente a perspectivas teórico-cognoscitivas, aunque hemos de constatar el
hecho de que la razón en cuanto acto,
consiste en la pretensión de trascender todo acto.
Pero en segundo lugar tenemos un uso de
razón de tipo instrumental consistente en la determinación de adecuación de
medios y de fines, aunque este uso de la razón siempre habrá de estar
supeditado al anterior que siempre contendrá probabilidades de falibilidad. Esa
es una cuestión clara y evidente.
Pero no hemos de olvidar el aspecto
ontológico, ya que la necesidad de replantear las actuaciones mediante la
apropiación o generación de nuevas vías de actividad, habrá de integrar lo que
hemos denominado como actuaciones virtuosas en cuanto a su acepción ontológica
de virtus o dýnamis.
Pues la virtus o dýnamis explicita
mediante la causación de bienes elementales producidos en la actuación, de una
manera, además, bastante evidente, la actualización de unas potencialidades
sustantivas que indican o hacen presente al ser humano en el mundo, mediante
una integración de actos vehiculizados en alguna acción que lleva a cabo un
actor que es agente y ahora puede pasar a ser también autor, tras asumir la
necesidad de una revisión de sus actuaciones.
Crítica, pregunta y creación
La actividad tiene un carácter
constitutivamente creativo que como diría Paco Ibáñez, tiene una dimensión de
futuro, partiendo de enfrentarse con las situaciones nuevas del presente,
innovando a partir de la experiencia, ya que “la experiencia consiste
justamente en este proceso que, partiendo de nuestras actuaciones pasadas, va
creando y asumiendo paulatinamente nuevos esquemas intencionales que son
aplicados a actuaciones futuras” (Ibid, pag. 154, Estructuras).
Así que la actividad tiene un carácter
trasformador y esta es una dimensión constitutiva de una práctica filosófica
que habrá atendido al desarrollo de un proceso de orientación de la praxis
humana, en concordancia o confluencia con una actualización óntica de las
instancias sustantivas de una realidad que podremos denominar persona, por la
resonancia comunicativa del eco de las instancias donde se encuentre insertada:
la historia, la sociedad, el ser y la verdad.
Para acabar y en el ámbito de nuestro
contexto, podríamos hacernos la pregunta:
¿Existe la posibilidad de una práctica
filosófica de raigambre científica, en cuanto a sus bases epistemológicas?
Probablemente esto sí pueda ser una
realidad, pero seguramente solo en una medida epistemológica referencial, ya
que lo más importante que nos queda siempre es ese momento distenso que es
creado por la pregunta que atiende a lo diferente, intelección sentiente, amor.
Razones operativas que emergen desde las entrañas del cuerpo sin ser patrimonio
exclusivo de la razón, pero recuperándola en un nuevo marco en el que
preguntarse es amorosa intelección.
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