Economía y religión
Carlos Blank
Introducción
En estos tiempos modernos pudiera parecer un “anacronismo” asociar la religión con la economía, en particular, con la economía capitalista. La figura del capitalista suele estar asociado en el imaginario social o colectivo al de una persona completamente carente de escrúpulos morales y a la que solo la mueve la codicia, la avaricia, el afán de lucro, sin reparar en los medios para lograrlo. Ya sea la imagen del insensible usurero y del avaro , magistralmente descritas por Shakespeare en El mercader de Venecia y por Dickens en Scrooged respectivamente, o la imagen del obrero convertido en un apéndice de la especializada maquinaria que hay en las líneas de ensamblaje de la industria moderna, descrita insuperablemente por el genio humorístico de Chaplin en su Tiempos Modernos, o la explotación inhumana a que son sometidos los obreros en las minas de carbón que alimentaban la incipiente revolución industrial, quienes se ven obligados a una paga miserable por una jornada de trabajo extenuante en condiciones infrahumanas y en la que se contratan niños y mujeres para pagarles menos y para poder hacer más pisos en la mina o se les lima los dientes para que coman menos, como lo denuncia con razón Marx o lo describe con crudeza Zola en su obra Germinal y puede apreciarse también en la película del mismo nombre; todas estas imágenes asoman una cara inocultable e ignominiosa del capitalismo, su lado oscuro, por decirlo así. Todo ello no es sino demasiado cierto y persiste aún en nuestros días en enclaves o maquilas que permiten a determinadas firmas trasnacionales trasladar su unidades de producción a aquellos países en los cuales la fuerza de trabajo es menos costosa y las condiciones laborales son menos onerosas para la empresa. Ya Marx había advertido la escala global en que se desarrolla el capitalismo gracias a la colonización de América y de África.
También debemos a Marx, entre otros, la creencia de que la explotación del trabajo asalariado es inherente al modo de producción capitalista y de que la ganancia o plusvalía va necesariamente aparejada a dicha forma de explotación. Siendo el trabajo el eslabón más débil de la cadena productiva es también el que utiliza el capitalista para obtener su margen de ganancia y hacer frente al coste tecnológico al que están sometidas las empresas por razón de la competencia. Se produce así una contradicción insoluble en el sistema capitalista entre las relaciones de producción y la fuerza de trabajo, entre los dueños del capital y los que enajenan su fuerza de trabajo, lo que en última instancia desemboca inexorablemente en la creciente pauperización de la población y enriquecimiento de una minoría a expensas de la gran mayoría. Y lo cierto es que todavía el mayor porcentaje de la riqueza mundial está concentrada en manos de pocos países y en manos de pocas personas. Cabe señalar que Marx jamás cayó en la moralina contra los “cerdos” capitalistas y los vio también como víctimas atrapadas en el sistema capitalista que él denunciaba. Para él la única forma de superar las formas de explotación del trabajo y las marcadas desigualdades económicas que se generan de ello no podía ser otra que mediante la abolición de las formas de propiedad burguesas y mediante la organización de un proletariado a nivel internacional, que llevaría no solo a la superación del orden burgués capitalista sino también a la emancipación de toda la Humanidad, dando origen así a “una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”.
Sin embargo, no nos interesa aquí discutir las tesis básicas del marxismo o hablar acerca de si la profecía marxista sigue aún vigente. Menos aun de su carácter científico o no. No nos interesa discutir si su teoría del valor-trabajo ha sido completamente superada por la concepción marginalista de la Escuela Austríaca o si en un sistema socialista es imposible el cálculo económico. Tampoco nos interesa discutir el excesivo simplismo de su teoría de las clases sociales o su “ley tendencial” de la disminución del margen de beneficio. Tampoco nos interesa señalar que el comunismo surgió en sociedades preindustriales y no en la Alemania industrial, como él lo vaticinaba, y que subestimó la capacidad de adaptación de ese capitalismo para hacer frente a las crisis cíclicas que se generan en su seno. O que estos sistemas comunistas se convirtieron en nuevas formas de explotación y exterminación del hombre por el hombre. Menos aun nos interesa hablar aquí sobre si la instauración del socialismo solo puede ser producto de una revolución violenta o puede ser alcanzada por medio de un sistema democrático o de consenso de la mayoría, o si la democracia autentica solo es compatible con un sistema socialista y no capitalista. Y todavía menos nos interesa hablar aquí acerca del socialismo democrático o del socialismo del siglo XXI. Aunque mucho de esta discusión nos recuerda la discusión de si la Tierra es plana o no, nos ocuparemos de ello en otra ocasión.
De lo único que nos interesa hablar aquí es de la complejidad del fenómeno histórico del capitalismo así como de la diversidad de factores que entran en juego en sus orígenes, en particular, de cómo estuvo estrechamente vinculado con determinadas creencias religiosas, no solo como manto ideológico que adormece las contradicciones del capitalismo, como “opio del pueblo”, sino también como forma de regulación y de racionalización del intercambio económico. De más está decir que ello nos permitirá también desprendernos de una visión extremadamente reduccionista y unilateral del capitalismo, sin que ello suponga la defensa a ultranza del capitalismo en la que suelen caer a menudo los conversos que sustituyen su fe en una sociedad socialista por una suerte de utopía capitalista, al mejor estilo de Kojève.
Capitalismo aventurero y capitalismo racional industrial
Posiblemente todos los estudiosos del capitalismo coinciden en el hecho de que éste tuvo un antecedente importante en la emergencia de una nueva clase social, producto de la migración a las ciudades de los siervos de la gleba medievales y como “fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en los medios de producción y de intercambio”[1], a saber, la burguesía. Obviamente la burguesía existió antes de que se desarrollase el capitalismo como tal, aunque fue un antecedente importante de este desarrollo. Para que el capitalismo se consolidase en Europa debían aparecer otros factores concomitantes que son los que analizaremos a continuación.
Para comprender bien la complejidad de factores que intervienen en el surgimiento del capitalismo industrial moderno se hace necesario destacar los elementos nuevos que comporta y separarlo de esa imagen común del capitalismo y del capitalista a que hacíamos referencia en nuestra introducción. Como lo ha señalado insistentemente Max Weber, debemos diferenciar tajantemente ese capitalismo moderno de un “capitalismo aventurero”, de esa búsqueda de riqueza súbita por cualquier medio, de ese afán ilimitado de hacerse rico, de la codicia o de la avaricia, a las cuales solemos ingenuamente asociar.
“Afán de lucro”, “tendencia a enriquecerse”, sobre todo a enriquecerse monetariamente en el mayor grado posible, son cosas que nada tiene que ver con el capitalismo. Son tendencias que se encuentran por igual en los camareros, los médicos, los cocheros, los artistas, las cocottes, los funcionarios corruptibles, los jugadores, los mendigos, los soldados, los ladrones, los cruzados: en all sorts and conditions of men, en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra, en toda circunstancia que ofrezca una posibilidad objetiva de lograr una finalidad de lucro. Es preciso, por tanto, abandonar de una vez para siempre un concepto tan elemental e ingenuo del capitalismo con el que no tiene nada que ver (y mucho menos con su “espíritu”) la “ambición”, por ilimitada que esta sea, por el contrario, el capitalismo debería considerarse precisamente como el freno o, por lo menos, como la moderación racional de este impulso irracional lucrativo. Ciertamente, el capitalismo se identifica con la aspiración a la ganancia con el trabajo capitalista incesante y racional, la ganancia siempre renovada, a la “rentabilidad”. Y así tiene que ser; dentro de una ordenación capitalista de la economía, todo esfuerzo individual no enderezado a la probabilidad de conseguir una rentabilidad está condenado al fracaso”.[2]
En este párrafo está encerrado, in nuce, todo el pensamiento weberiano sobre lo que no es el capitalismo, aunque suele asociársele de manera simplista e ingenua, así como sobre lo que debe ser el capitalismo, pues precisamente se trata de eso, de construir un “tipo ideal” de capitalismo y de capitalista, señalando las posibles desviaciones del modelo elegido.[3] Los que creen que la auri sacra fames o el “impulso adquisitivo” es algo típicamente capitalista o no existía en sociedades precapitalistas, europeas o no, pecan no solo de ingenuidad sino de crasa ignorancia de los hechos históricos, pues “la codicia de los mandarines chinos, de los viejos patricios romanos o de los modernos agricultores, resiste toda comparación”.[4] Es evidente entonces que “la auri sacra fames es tan antigua como la historia de la humanidad, en cuanto nos es conocida” [5] y que “en todas las épocas ha habido ganancias inmoderadas, no sujetas a norma alguna, cuantas veces se ha presentado la ocasión de realizarlas."[6] Por el contrario, es la morigeración o moderación de ese universal “impulso adquisitivo”, del “afán de lucro”, lo que dio origen, entre otros factores, al desarrollo del capitalismo en Occidente.
"Precisamente este universal dominio de la falta más absoluta de escrúpulos cuando se trata de imponer el propio interés en la ganancia de dinero, es una característica peculiar de aquellos países cuyo desenvolvimiento burgués capitalista aparece 'retrasado' por relación a la medida de la evolución del capitalismo en Occidente."[7]
Como veremos más adelante, esta moderación del impulso adquisitivo, esta nueva mentalidad económica o ethos económico guarda estrecha relación, tiene “afinidades electivas”, con “la ética racional del protestantismo ascético”. [8] Además de este ethos puritano, “el moderno capitalismo industrial racional necesita tanto de los medios técnicos de cálculo del trabajo, como de un Derecho previsible y una administración guiada por reglas formales”.[9]
La moderna organización racional del capitalismo europeo no hubiera sido posible sin la intervención de dos elementos determinantes de su evolución: la separación de la economía doméstica y la industria (que hoy es un principio fundamental de la actual vida económica) y la consiguiente contabilidad racional.[10]
Así pues, en la génesis del capitalismo convergen, por un lado, factores de tipo religioso y, por otro, factores que son el producto del creciente “desencatamiento” o racionalización de todas las esferas de la actividad humana, como la moderna contabilidad (balances, estados de ganancias y pérdidas) y las nuevas formas de propiedad y trabajo que hacen posible esa contabilidad.
Catolicismo y protestantismo
Muchas veces se ha afirmado que los países que se desarrollaron desde un punto de vista capitalista fueron aquellos en los que predominaba el protestantismo. Esto ha dado pie a diversas interpretaciones. Una de ellas tiene que ver con el tipo de educación. Las familias católicas preferían que sus hijos siguieran los estudios liberales tradicionales, una formación clásica de tipo humanista, mientras que los hijos de las familias protestantes estaban más inclinados a elegir las nuevas profesiones vinculadas a la creciente industria y comercio, a profesiones de carácter técnico y científico. El propio Weber reconoce que esa ruptura con el tradicionalismo fue un factor importante en el desarrollo del capitalismo. Con lo que no está de acuerdo es con la interpretación que a menudo suele hacerse de este hecho. Vale la pena reproducir la cita que hace Weber de esta tesis:
“El católico… es más tranquilo; dotado de menor impulso adquisitivo, prefiere una vida bien asegurada, aun a cambio de obtener menos ingresos, a una vida en continuo peligro y exaltación, por la eventual adquisición de honores y riquezas. Comer bien o dormir tranquilo, dice el refrán; pues bien, en tal caso el protestante opta por comer bien, mientras que el católico prefiere dormir tranquilamente.”[11]
La tesis de Weber se opone a este tipo superficial de explicación y señala “que con ideas vagas como esas del supuesto alejamiento del mundo de los católicos o el supuesto amor materialista al mundo de los protestantes, y cosas semejantes, no se va a ninguna parte”.[12] Para él será cierto el punto de vista opuesto, aquel que pone el acento no en el supuesto amor al mundo, sino en el ascetismo intramundano del protestantismo. También reconoce que en el catolicismo hay elementos antecedentes en el ascetismo monástico, sin embargo, le falta a este ascetismo el elemento primordial, que está en la concepción alemana de Beruf, al “considerar que el más noble contenido de la propia conducta moral consistía justamente en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo”[13], esto es, le falta “la concepción, tan característica del protestantismo ascético, de la comprobación de la propia salvación, la certitudo salutis, en la profesión.”[14]
Antes de continuar cabe señalar que la tesis de Weber no plantea en ningún momento que la mentalidad capitalista solo ha podido surgir bajo la influencia del protestantismo, pues ello fue producto de un hecho histórico contingente y había posiblemente elementos en la mentalidad católica que favorecían también el desarrollo del capitalismo[15]. Hay estudios muy interesantes acerca del cambio de mentalidad de la Iglesia Católica en torno a la usura y de las diversas circunstancias en las cuales se justifica un beneficio lícito frente a la usura ilícita, hay toda una casuística en el derecho canónico que permitía conservar la bolsa y la vida eterna al mismo tiempo. [16] Weber reconoce también que la actitud de Lutero frente al capitalismo era mucho más reaccionaria que la de la Iglesia Católica.
En cambio, cuando Lutero lanza diatribas contra el préstamo a interés, da pruebas de una mentalidad estrictamente ‘reaccionaria’ (desde el punto de vista capitalista) en su concepción de la ganancia, frente a la escolástica tardía. Recordemos que insiste en el argumento de la esterilidad del dinero, ya abandonado, por ejemplo, por Antonio de Florencia.[17]
Para Weber será Calvino el que le dé valor duradero a la obra de Lutero. Y lo mismo que hemos dicho de Lutero podría decirse del calvinismo y las otras sectas puritanas: que no puede encontrarse en ellas nada que fomentase voluntariamente actividades económicas o considerasen el hacerse rico y atesorar bienes materiales como un fin en sí mismo. El análisis de Weber adquiere mayor valor en la medida que el desarrollo del capitalismo no fue para nada una consecuencia prevista o deseada por los fundadores del protestantismo, sino que contrariaba más bien sus propias creencias.
La salvación del alma y sólo esto era el eje de su vida. Sus aspiraciones éticas y los efectos prácticos de su doctrina no se explicaban sino por esa otra finalidad primordial y eran meras consecuencias de principios exclusivamente religiosos. Por eso, los efectos de la Reforma en el orden de la civilización –por preponderantes que queramos considerarlos desde nuestro punto de vista- eran consecuencias imprevistas y espontáneas del trabajo de los reformadores, desviadas y aun directamente contrarias a lo que éstos pensaban y se proponían. [18]
Predestinación, ascesis y espíritu capitalista.
Uno de los aspectos más interesantes del análisis que nos ofrece Weber del capitalismo está en su concepto de “espíritu del capitalismo” o mentalidad capitalista. Ya hemos señalado algunas características de él. Pero lo más interesante es que esta mentalidad antecede el desarrollo del capitalismo. Antes de que en los EEUU se desarrollase el capitalismo, las conocidas máximas de Benjamín Franklin sobre la importancia de determinadas virtudes como el ahorro y la industria, la puntualidad en el pago de las deudas, la importancia del trabajo honrado y metódico, la importancia del tiempo como factor económico o su time is money, etc., allanaron el camino para este desarrollo posterior.
Este espíritu capitalista tiene fuertes afinidades con el ethos puritano del protestantismo y ambos constituirán el fermento a partir del cual será posible ese desarrollo del capitalismo industrial moderno. En especial, la creencia en la predestinación del alma de los calvinistas y otras sectas puritanas, como el pietismo y el metodismo, desempeña un papel fundamental. Aquí es donde puede verse ese giro inesperado, esa “astucia de la razón”, en la que una creencia tiene consecuencias contrarias a lo esperado, pues de esta doctrina de la predestinación uno esperaría una actitud fatalista o pasiva ante lo inevitable, ya que nada de lo que hagamos podrá cambiar el veredicto final: condenado o salvado. Como dice Weber, “parece natural que la consecuencia lógica de la predestinación fuese el fatalismo. Sin embargo, la consecuencia lógica fue precisamente la opuesta, en virtud de la idea de la comprobación práctica.”[19]
En efecto, la creencia en la predestinación del alma produjo una gran angustia y una gran intriga, una “inaudita soledad interior”, produjo una gran necesidad de encontrar señales o indicios de la inescrutable voluntad de Dios acerca del destino de nuestra alma. Como dice Weber, “ya no hay, como en el catolicismo, una especie de cuenta corriente con deducción de saldo –imagen ésta ya corriente en la Antigüedad-, sino que toda la vida se encuentra ante esta cruda alternativa: o estado de gracia o condenación.”[20]
Esta necesidad de rasgar el velo de ignorancia en la cual nos encontramos ante nuestra futura salvación o condenación hizo necesaria una dedicación sistemática al trabajo como medio para apartarnos de las tentaciones de este mundo. Nadie podía ayudarnos en esta necesidad de cerciorarnos de nuestro destino inescrutable e inexorable, solamente esta dedicación al trabajo productivo y el éxito en nuestra labor podía darnos la clave.[21] Solo eso podía calmar la tensión que nos producía este suspenso, al mejor estilo de las películas de Hitchcock. Así pues, “se inculcó la necesidad de recurrir al trabajo profesional incesante, único modo de ahuyentar la duda religiosa y de obtener la seguridad del propio estado de gracia.”[22]
De este modo perdió la conducta del hombre medio su carácter anárquico e insistemático, sustituido ahora por una planificación y metodización de la misma. No es, pues, azar que se diese el nombre de “metodistas” a los adeptos del último gran renacimiento de las ideas puritanas en el siglo XVIII, así como en el siglo XVII se había aplicado a sus antecesores espirituales la calificación análoga de “precisistas”.[23]
Dentro de este marco moral lo que hay que evitar a toda costa es la ociosidad, el descanso en la riqueza, la dilapidación del tiempo[24], eso es lo que nos aparta del buen camino, no la producción de riqueza. En palabras de Weber: “lo que realmente es reprobable para la moral es el descanso en la riqueza, el gozar de los bienes, con la inevitable consecuencia de sensualidad y ociosidad y la consecuente desviación de una vida ‘santa’”.[25]
La riqueza es reprobable sólo en cuanto incita a la pereza corrompida y al goce sensual de la vida, y el deseo de enriquecerse sólo es malo cuando tiene por fin asegurarse una vida despreocupada y cómoda y el goce de todos los placeres; pero, como ejercicio del deber profesional, no sólo es éticamente lícito, sino que constituye un precepto obligatorio.[26]
Es evidente entonces que lo que se critica no es el afán de lucro racional, sino el uso irracional de la riqueza o “el aprecio de las formas ostentosas del lujo –condenables como idolatría- de las que tanto gustó el feudalismo.”[27] El sobrio y metódico estilo de vida que caracteriza al verdadero burgués capitalista es lo opuesto a ese estilo de vida ocioso y lleno de lujos y oropeles.
Claro está que hoy en día es difícil no asociar el estilo de vida capitalista al estilo de vida frenético de “los ricos y famosos” y se nos trata de vender esa imagen como lo propio del capitalismo moderno. Seguramente el moderno capitalismo tiene ya poco que ver con la preocupación protestante por la salud del alma, por la salvación eterna. Posiblemente también resida en ello buena parte de los problemas del capitalismo moderno, la falta de escrúpulos morales o de frenos racionales ante la obtención de beneficios. No es improbable que la crisis del capitalismo actual sea en el fondo una crisis moral, un producto de la falta de los valores religiosos y morales que guiaban a los verdaderos capitanes de empresa capitalista. Por eso no es de extrañar que en su viaje a los EEUU advirtiese Weber que esa maquinaria capitalista había perdido ya su base moral y espiritual, y se había convertido en un férreo estuche –ein stahlhartes Gehäuse- vacío, en una “jaula de hierro” –“iron cage”- sin alma, en un duro caparazón carente de espíritu.
El estuche ha quedado vacío de espíritu, quien sabe si definitivamente. En todo caso el capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en fundamentos mecánicos. También parece haber muerto definitivamente la rosada mentalidad de la riente sucesora del puritanismo, la “ilustración”, y la idea del “deber profesional” ronda por nuestra vida como un fantasma de ideas religiosas pasadas. El individuo renuncia a interpretar el cumplimiento del deber profesional, cuando no puede ponerlo en relación directa con ciertos valores espirituales supremos o cuando, a la inversa, lo siente subjetivamente como simple coacción económica. En el país donde tuvo mayor arraigo, los Estados Unidos de América, el afán de lucro, ya hoy exento de su sentido ético-religioso, propende a asociarse con pasiones puramente agonales, que muy a menudo le dan un carácter en todo semejante al de un deporte. Nadie sabe quién ocupará en el futuro el estuche vacío, y si al término de esta extraordinaria evolución surgirán profetas nuevos y se asistirá a un pujante renacimiento de antiguas ideas e ideales; o si, por el contrario, lo envolverá todo una ola de petrificación mecanizada y una convulsa lucha de todos contra todos.[28]
Notas
[1] C. Marx y F. Engels: Manifiesto del partido comunista, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1974, p. 13. Para aquellos que utilizan el término burgués como sinónimo de conservador o reaccionario, vale la pena recordarles el papel altamente revolucionario que Marx le asignaba a la burguesía en la historia, así como su reconocimiento de que “ha creado en menos de un siglo fuerzas productivas más abundantes y más colosales que todas las generaciones pasadas en su conjunto”, Ibid. p. 19. La burguesía representa una revolución continua de los medios de producción y ha aumentado notablemente la población en las ciudades, “substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural”, Ibid. p. 16.
[2] Max Weber: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ediciones Península, Barcelona, 1975, pp. 8s.
[3] Así, por ejemplo, no debe confundirse al capitalista típico-ideal weberiano con el hombre que hace una ostentación grosera de su fortuna o la exhibe sin ningún tipo de pudor, o con esa fascinación que provocan los grandes millonarios, pues “el ‘tipo ideal’ de empresario capitalista, encarnado en algunos nobles ejemplares, nada tiene que ver con ese tipo vulgar o afinado de ricachón. Aquél aborrece la ostentación, el lujo inútil y el goce consciente de su poder; le repugna aceptar los signos externos del respeto social del que disfruta, porque le son incómodos”, ibid. p. 71. Obviamente es lo opuesto también a lo que solemos llamar “nuevo rico”, quien suele buscar desesperadamente ese reconocimiento social y utiliza para ello su fortuna. Weber también ataca la extendida creencia de que la ganancia del capitalista proviene de los bajos salarios que devengan los obreros, pues el coste sería a la larga mayor para el capitalista si mantuviese una política de bajos salarios y necesitase de obreros bien entrenados y eficientes, cf. ibid. pp. 59ss.
[4] Ibid. pp. 54s.
[5] Ibid. p. 56.
[6] Idem
[7] Ibid. p. 55.
[8] Ibid. p. 18.
[9] Ibid. p. 16.
[10] Ibid. p. 13.
[11] Ibid. p. 34.
[12] Ibid. p. 35.
[13] Ibid. p. 89. Más adelante señala: “Lo propio y específico de la Reforma, en contraste con la concepción católica, es el haber acentuado el matiz ético y aumentado la prima religiosa concedida al trabajo en el mundo, racionalizado en ‘profesión’”, ibid. p. 96
[14] Ibid. p. 75, 27n.
[15] Así como tampoco sería una refutación de su tesis que el capitalismo se desarrollase en otras culturas bastante alejadas de la Reforma. Aquellos que señalan el desarrollo capitalista del Japón como un mentís a la tesis weberiana, parecen olvidar la posibilidad de encontrar otros contextos culturales que abonen la tesis, como se ha hecho al analizar el código bushido del samurái y encontrar en él fuertes reminiscencias o resonancias del ideal protestante o de la mentalidad capitalista que analiza Weber.
[16] Véase Jacques Le Goff: La bolsa y la vida, Editorial Gedisa, Barcelona, 1987. En este excelente libro, del cual nos ocuparemos en otra oportunidad, se plantea que “la viva polémica alrededor de la usura constituye de alguna manera ‘el parto del capitalismo’”, ibid. p. 13. A pesar de la condena bíblica de la avaricia y de la codicia, la Iglesia Católica fue admitiendo una serie de excepciones y de situaciones, como el acto de contrición final y la restitución de los bienes producto de la usura como medios para alcanzar la salvación final del alma. La postulación del purgatorio durante el siglo XI hizo que la Iglesia Católica tuviese una actitud más laxa con relación a la figura del usurero y éste tuviese opción frente a los tormentos eternos del infierno al que había sido condenado inicialmente. Ya veremos como esa posición más laxa de la Iglesia Católica sirve de poco para aquellos que, como los calvinistas, defienden la predestinación del alma. En otras palabras, la Iglesia Católica se dio cuenta de que con ese discursito de que “ser rico es malo” podía quedar rezagada frente a otras corrientes e instituciones más tolerantes frente a la posesión de las riquezas. Ni que decir tiene que la propia Iglesia Católica no era el mejor ejemplo de pobreza, austeridad e incorruptibilidad. De allí que fuese cíclicamente sometida a diversos cismas, uno de los cuales fue precisamente la Reforma.
[17] Weber, op. cit. p. 95. En el fondo Lutero expresa la típica “desconfianza campesina contra el capital”, ibid. p. 94, 12n. A pesar de estos acomodamientos oportunistas del catolicismo frente a la ganancia capitalista, ésta siempre fue vista, en última instancia, con sospecha y reticencia, como pudendum y turpido, cf. ibid. p. 76.
[18] Ibid. pp. 105s.
[19] Ibid. p. 145.
[20] Ibid. p. 150.
[21] Es interesante observar que esa fascinación de los norteamericanos por el éxito y su miedo al fracaso, esa idolatría del éxito, tiene en efecto una raíz religiosa. Así como el dinero atrae al dinero, el éxito atrae al éxito. Aunque la moraleja es también doblemente peligrosa, pues el que fracasa económicamente también sabe que no está entre el grupo de los elegidos, de los que se salvan en el más allá. Vale la pena recordar que fue también esa angustia ante el fracaso o la condena eterna y la poca cohesión de grupo del protestantismo, su aislamiento emocional, lo que sirvió a Durkheim para explicar la mayor tasa de suicidios entre protestantes con relación a los católicos.
[22] Ibid. p. 138.
[23] Ibid. pp. 149s. El Dios del calvinista, como dice Weber, requería “una santidad en el obrar elevada a sistema”, ibid. p. 149. También vale la pena recordar que el rigorismo kantiano, su ética del deber por el deber mismo, estaba estrechamente vinculado a su pietismo.
[24] Weber establece un paralelismo entre los preceptos de la mentalidad capitalista de Benjamín Franklin y los del puritano inglés Richard Baxter. Desde este punto de vista, desear ser pobre sería como desear estar enfermo y contravendría igualmente la gloria de Dios, cf. ibid. p. 226.
[25] Ibid. pp. 212s.
[26] Ibid. p. 225.
[27] Ibid. p. 243.
[28] Ibid p. 258. Posiblemente el único intento serio y exitoso de conservar las bases éticas del capitalismo ha sido el ordo-liberalismo alemán.
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