Tiranía
y política en Aristóteles (III)
David
De los Reyes
(Observación: esta es la tercera entrega de cuatro partes sobre la Tiranía y la Política en Aristóteles)
De Tiranías
“…los cuerpos
enfermos y los barcos mal construidos
deben
preservarse del peligro con más ansiedad
que los otros.”
Gomperz.
Hay
una frase en la Política que
pareciera ser una puerta para abrirle el
paso a la tiranía. Es la que
pregunta que se hace su autor: ¿Cuándo la
ley no puede decidir en absoluto, o no decidir
bien ¿debe mandar el hombre superior a todos los ciudadanos por encima de la ley? (1286ª/25). Claro que podemos advertir que el
hombre superior no es el que usa la violencia sino la virtud para el mando. Sin
embargo se nos refiere que el banquete en que muchos han contribuido es mejor
en el que se es convidado por uno
sólo lo cual, por analogía se llegaría a
la conclusión que el pueblo puede juzgar
mucho mejor que uno sólo. Pero la entrada al tirano está ahí, se considerarse
superior, está por encima de la ley, no las espera y se impone. La tiranía será la peor de las desviaciones
constitucionales, la que más se aleja de un gobierno constitucional.
1.- Relación entre Monarquía y
Tiranía
Relaciona
la monarquía y las tiranías; y encontramos que pudiéramos advertir como lo
advierte Russell (1973:173) que la diferencia entre monarquía y la tiranía es
sobre todo únicamente ética. Aristóteles
reconoce que no ha habido muchas
monarquías excelentes, porque es raro
encontrar hombres que descollaran mucho
por su virtud, y tanto más cuando que las ciudades no estaban entonces
densamente pobladas (1286b/5s). Al crecer la población se dio la pauta para
establecer una república. Los
gobiernos monárquicos se desviaron la más de las veces en tiranías. Sea un monarca por ley o fuera de la ley lo que si
distingue a esta situación es cómo y para qué fines se constituye la fuerza
militar que estará en torno al gobierno. Si en tener junto a sí una fuerza armada cuyo fin es sólo asegurar la supervivencia
del tirano-monarca o, en otro sentido, un cuerpo de orden público que se
distinguiría por la observancia y desempeño de las leyes democráticas e
isonómicas. Con arreglo a este principio,
los antiguos asignaban sus guardias cuando constituían al que llamaban dictador
o tirano; y así cuando Dionisio pidió su guardia, alguien aconsejó a lo siracusanos que se le diera en la
proporción indicada (ibid:1286b/35s)[1].
La tiranía puede ser una monarquía desviada, que se ejerce despóticamente sobre
la comunidad política, (ibid:1279ª/15); no es conforme a la naturaleza de Aristóteles, al igual que
las otras formas degradadas de gobiernos (ibid:1287b/35). Es por ello que se
nos dice que:
“…las
dos variedades de la monarquía, el reino
y la tiranía, corresponde la primera a la aristocracia, mientras que la segunda
es en cierta manera un compuesto de la extrema oligarquía y de la democracia…la
realeza habría sido instituida para proteger a las clases superiores contra la
masa, en tanto que la tiranía –y
aquí pisamos un sólido terreno histórico- se creó a veces para proteger a la
multitud contra los grandes, (Gomperz, 2000:397/98).
Al
referirse al sistema monárquico no deja de advertir que hay algunas que son una
especie de hibrido. Monarquías de
generalato, como Esparta, en la que el rey es el jefe militar ante una guerra
extranjera; es un generalato absoluto y perpetuo, pero sin poder dar muerte a
sus súbditos, a no ser por un motivo excepcional: expediciones militares bajo
ley marcial para aquellos que quisiesen huir o no aceptar la orden. Pero Aristóteles
comprende que uno de los defectos del
gobierno espartano, modelo para muchos de los intelectuales de la época, es que dicha constitución fue tallada para
una sola rama de la virtud, la militar. Por
esta razón prosperaron y mantuvieron un orden gubernamental mientras
estuvieron en guerra, pero bien pronto se deslizaron de la altura que habían
alcanzado a causa de que no habían aprendido a vivir en el ocio, es decir, su
ética espartana no les permitía la tranquilidad
ciudadana de llevar una vida buena.
Otro
tipo de monarquía tiránica es la presente en ciertos gobiernos bárbaros, pero
que se distinguen de la tiranía radical porque gobiernan en función de la ley
heredada, pero como los bárbaros son de
carácter más servil que los griegos, y los asiáticos más que los europeos, soportan sin la menor
queja el gobierno despótico (1285ª/15). Debido a eso es que son monarquías
tiránicas, por la condición manumisa de sus súbditos. También se diferencian de
la guardia; si proviene de los ciudadanos son los mismos habitantes que guardan
al rey por la consideración que le tienen; en cambio los tiranos, que
desconfían permanente de todos sus allegados, contratan a mercenarios; los
monarcas que gobiernan de acuerdo a la ley
y con la voluntad de sus súbditos
reclutan a sus guardias entre sus ciudadanos; aquellos que lo hacen en
contra de la voluntad del pueblo están
llevados a pagar por la preservación de su vida a elementos extranjeros a la
ciudad.
También
nos refiere de las monarquías que se conocen como dictaduras, las cuales son tiranías
electivas, se atiene a las leyes hereditarias
pero no son hereditarias, que es una condición de las monarquías
comunes. Estas tiranías electivas fueron llamadas por los griegos como esimenetas, que se caracterizaron por
ser dictaduras electivas y no de carácter hereditario, esgrimiento el
poder algunas veces de forma vitalicia y
otras por un corto tiempo. El caso de Pitaco nos un ejemplo en el cual la ciudad
de Mitilene lo eligió para rechazar a los desterrados que mandaban Antiménides
y Alcea el poeta. Este último en sus cantos Escolios
refiere cómo Mitilene eleva a Pitaco a la tiranía, convirtiéndolo
en enemigo de su país, en una ciudad que es indiferente a las malas acciones
cometidas o al peso de tal deshonra, terminando alabando en todo momento a su
asesino. Sus versos son:
Hayan
constituido al plebeyo Pitaco/
tirano
de una ciudad abatida y desventurada, y que/
todos le hayan tributado grandes alabanzas (1285ª).
Estos dictadores tendrán semejanza con
los dictadores romanos (pudiéramos sumar
a los africanos y latinoamericanos), que serán aceptados en circunstancias
excepcionales, otorgándoles poderes en
que puedan gobernar por decisiones personales, por decretos y sin consulta de
ningún tipo. Pero a diferencia de los dictadores latinoamericanos o africanos
encontramos que en los romanos había una cláusula que impedía ejercer poderes ilimitados ocasionando
dismunición de los del Estado, no podían modificar el sistema político (pasar,
por ejemplo, de democracia a socialismo), o cercenar las facultades del Senado.
Hay dictaduras
son siempre tiránicas por ser despóticas pero tienen un elemento que las
hace diferentes: que al no ser hereditarias o por usurpación del poder, son
electivas por asentimiento popular, por los que se les acerca a una especie de
monarquía.
La
distinción entre un buen gobernante y un tirano la encontramos a la relación
que establece y constituye su
personalidad al definirse respecto a la virtud y la virtud primordial y
determinante del gobernante es la práctica de la prudencia, que estará respecto
por encima de las demás virtudes; el resto de ellas deben ser asumidas tanto
por los gobernantes como para los gobernados (la virtud del gobernado no es la prudencia sino aquella que lo lleve
a manifestar siempre la opinión
verdadera, la honestidad). El tirano
hará trizas cualquier indicio de prudencia
o no la tendrá en cuenta en su ejercicio personal del poder.
El
hombre prudente, como hemos dicho, estaría
más cercano a aparecer en una monarquía, que es el mejor de los
gobiernos si realmente existiera ese dios
entre los hombres, cosa imposible. Pero lo que sí es más probable, y
recurrente, es que pueda surgir el peor de los gobiernos, basado en el
ejercicio único del individuo que realmente no poseerá mayores virtudes, que en la antigüedad griega se cristalizó en
la figura del tirano. La tiranía como gobierno es el peor por ser una perversión del mejor
(a este le sigue la oligarquía y luego la democracia en tanto gobiernos
pervertidos en sus fines).
Recapitulando
encontramos que en Aristóteles de la monarquía pueden aparecer tiranías. Hay varios
tipos de tiranías que derivan de la monarquía. La primera, a causa de su naturaleza, coincide en cierta
forma con la monarquía antigua, por el
comportamiento que tienen ante la ley,
una especie de monarquía absoluta, propia de los pueblos llamados por los
griegos bárbaros, que para la época
serían todos aquellos que no hablaban griego y que pertenecían al entorno de
Egipto y de las tribus del medio oriente. Sin embargo en la antigüedad griega
hubo también ese tipo de gobiernos y fueron llamados sus líderes dictadores. La distinción que hace
entre el régimen monárquico y la tiranía,
como ya dijimos, está en que si bien ambos son un ejercicio de
poder singular, en la monarquía se sustentaba en una base legal y con el
consentimiento de los súbditos; en cambio la tiranía era un gobierno despótico
y al arbitrio de quienes lo detentaban.
Una tercera que fue el arquetipo de la tiranía más extensiva en el
tiempo (habrá que llegar Occdidente a la modernidad para diluirla en los
gobiernos constitucionales) la cual
corresponde a lo conocido como monarquía absoluta, que fue el ejercicio del
poder singular, llevando una manera irresponsable a gobernar a sus iguales o
superiores, con la mira de su propio
interés y no de los gobernados.
2.- Relación entre democracia y
tiranía
Aclaremos
algo respecto a la relación democracia y tiranía. El régimen democrático, en su
sentido vicioso, se desvía de un
gobierno de hombres libres y virtuosos, y vendrá a ser el gobernante demagogo, que tendrá
mucha similitud –y pre-avisa- al tirano de
turno. Es la democracia popular o
demagógica el gobierno que destruye al
retirar las leyes y gobernar por medio de decretos. En ella el servicio en la
asamblea es pagado: se compran votos y consciencias; es propio de un pueblo
dominado por demagogos, los cuales harán que los ricos sean perseguidos, la
autoridad de los jueces sea corrupta y vendida al mejor postor y la clase baja
vendrán a ser los amos descontrolados y brutalmente dirigidos. Se establece una
diferencia esta democracia con la tiranía por tener en ella establecida todavía
una especie de constitución. La democracia puede ir, de esta manera, de ser una forma moderada de gobierno a una
extrema de injusticia y arbitrariedad.
Los
demagogos nacen ahí donde las leyes han perdido su poder y el gobierno se constituye en una especie de monarca compuesto
de muchos miembros (1291b/10s); es un pueblo, que como monarca no se sujeta
a ninguna ley, convirtiéndose en un déspota, y los aduladores de la masa
obtienen los cargos importantes de la ciudad. Así:
“Un
régimen de esta naturaleza es a la democracia lo que la tiranía es a los regímenes monárquicos. Su espíritu es el mismo, y
uno y otro régimen oprimen despóticamente
a los mejores ciudadanos. Los decretos del pueblo son como los mandatos
del tirano; el demagogo en una parte es como el adulador en la otra, y unos y otros tienen la mayor
influencia respectivamente: los aduladores con los tiranos y los demagogos con
los pueblos de esta especie”, (1292a/10-30).
Como
vemos, se pasa a un gobierno popular en que los decretos prevalecen por encima
de las leyes. Y si algún magistrado no se pliega al dictamen popular y se eleva
alguna queja contra ellos, se alega que quien debe juzgar es el pueblo,
aceptando éste de buen grado tal petición, disolviendo el poder judicial de las
magistraturas. Aristóteles concluye con que no hay república (politeia) donde las leyes no prevalecen
o gobiernan. En una república la ley
debe tener calidad de suprema y los magistrados, independientemente de
influencias terceras, juzgar los casos particulares; la ley es, por tanto, reducida
a ser razón sin apetito (ibid:1287ª/30),
y por tanto imparcial. Los gobernantes que buscan lo justo deben tender a lo
imparcial; ahora bien, la ley es lo imparcial.
De
esta forma las leyes vienen a ser un instrumento que mide la condición de las
formas de gobierno en su aplicación, en
su rectitud o en su desviación. Las leyes deben establecerse en vista de las
constituciones y no las constituciones
en vista de las leyes. La constitución es la organización de los poderes en las ciudades, las que determinan de qué
manera se organizan y distribuyen las actividades dentro del espacio público, y
cuál debe ser en las ciudades el poder soberano; las leyes, la norma imparcial
por encima de las irregulares pasiones de los hombres, regulan el modo como los
gobernantes deben gobernar y guardar el orden legal contra los transgresores (ibid:1289b/5).
A ello debemos agregar un factor importante en toda democracia, el que:
“…una
constitución alcanza una existencia duradera menos por sus cualidades propias que
por la habilidad demostrada por los jefes de Estado en el manejo de los carentes derechos
y de privilegios. Tratan a los primeros
con suma deferencia ahorrándose en lo posible toda mortificación y
perjuicio evitables; antes bien, llaman a los más capaces a participar en el
gobierno. En cuanto a sus relaciones con los segundos, la establecen sobre la base
de la igualdad democrática”, (Gomperz, 2000:395).
Como
notamos un gobierno constitucional es la república, pero en su desviación puede
caerse en una tiranía de la mayoría, acarreando una deficiencia en el orden
y es, como se ha dicho, la menos
constitucional de todos los gobiernos y, por ende, el peor (ibid:1293b/25).
3.- Tiranía y ostracismo
Lo
contrario al gobierno del tirano es la del monarca virtuoso, que también es un
gobierno dirigido por uno sólo pero
tiene la condición que lo
distingue de forma determinante del primero. Hombre sobresaliente por su extremada virtud (1284ª), y en su mando
demuestra que no hará falta ni grupos ni la mayoría para llevar a buen gobierno
a la ciudad. Pero tal hombre sería un verdadero dios entre los hombres. Ante
ellos no se puede imponerle ley alguna, no
puede haber ley con respecto a tales hombres, pues ellos
mismos son la ley (idem, 10). Tales hombres sobresalientes las democracias
los castiga o se salen de ellos eliminándolos o exilándolos. El mecanismo más
utilizado en la antigüedad fue el ostraicismo
voluntario o impuesto; ante la igualdad corrupta del conjunto, la
diferencia de virtudes y capacidades escuece; pero también será aplicado a los que posean demasiada riqueza, o por
tener numerosos relaciones o por cualquier otra influencia política que vaya
contra la mayoría demagógica; el ostracismo es destierro de su ciudad por un
determinado tiempo. Aristóteles retoma el caso expresado por Herodoto (V, 92), respeto a Periandro y Trasíbulo (s. VII), el primero
tirano de Corintio y el segundo de
Mileto. El consejo de Periandro a Trasíbulo nos muestra que el primer gobernante
no respondió nada al mensajero que le
envió Trasíbulo en demanda de consejo;
Periandro quedó callado pero mando igualar el campo podando las espigas que descollaban; el mensajero no entendió su
acción pero al contársela este a
Trasíbulo inmediatamente
comprendió lo que había que hacer, deshacerse de los ciudadanos sobresalientes.
Política que no sólo ha sido beneficiosa para los tiranos que la practican sino
también para las oligarquías y las democracias populares. El ostracismo tiene
el efecto de rebajar a los ciudadanos
eminentes y desterrarlos (ibid:1284ª/35). Situación que puede aparecer en los
regímenes rectos como en los desviados, ambas hacen eso en vistas de
su propio interés. Aristóteles afirma
que hay cierto sentido de justicio política en el argumento a favor del
ostracismo cuando es aplicado a inminencias indiscutibles (las cuales no se ven
eliminadas físicamente).
Gomperz (2000:367) señala que el ostracismo es el
instrumento que recurren respecto a personalidades de cierta excepción:
“…la
dificultad provocada por las naturalezas excepcionales, nos dice Aristóteles,
llevó a las democracias a introducir el ostracismo. Sin duda el concepto del
hombre excepcional o superhombre se modifica aquí un poco por el hecho de que a
las extraordinarias cualidades personales se añade la simple preponderancia que
resulta de las riquezas, del gran número de partidarios o de la importancia
política alcanzada por otros medios”.
El
ostracismo vino a ser un instrumento indispensable contra los individuos que
tenían una influencia excesiva en los asuntos del Estado. La tendencia
niveladora en las democracias se hace presente al instaurar tal recurso
político.
Al
contrario del individuo condenado al exilio el ciudadano reconocido
públicamente no era debido a su fuerza corporal, su riqueza o por el número de
partidarios seguidores, sino por causa
de su virtud. A tal individuo nadie pensará expulsarlo o alejarlo temporalmente
de su participación pública; tampoco puede ser sometido a la autoridad. A tales
naturalezas sólo queda obedecerlas con
alegría (ídem).
4.- Revoluciones y Tiranía
En
el libro V de Política, Aristóteles
aspira a comentar el por qué de las causas de las revoluciones y el fallo de la
vida constitucional debido a su corrupción y desviación, a su poca presencia
en la vida política de la ciudad y a su condición para que sea
propiciadora de mudanzas políticas. En principio toda constitución define un sentido
de justicia que debe contemplar la organización de los poderes en ella contenida. No puede definirse en
función de un patrón absoluto o ideal sino contemplando la dinámica de los
principios que mueven a una sociedad. Cuando no viene a satisfacer la
aspiraciones de algunos de los estamentos o clases sociales, por causa de unos y otros, cuando no
obtienen de la república la parte que estiman corresponder a las ideas (intereses,
agrega el autor), promueven las
revoluciones. Advierte que los
hombres que tienen más razón de
sublevarse ante un reino de injusticia son aquellos que tienen un grado alto de
virtud (a quienes considera nuestro filósofo como los únicos que pueden
reclamar con razón la desigualdad absoluta por su condición, como es el caso
del monarca virtuoso, visto antes),
pero son los que por lo general
menos llevan a cabo empresas políticas
tan temerarias. Otros se sublevan por su linaje o por su riqueza, o a causa de
su desigualdad ensoberbecida no aceptan la igualdad de derechos. Podemos
resumir que entre las causas ocasionales de sedición contra el poder
establecido encontramos las siguientes:
temor al castigo, rivalidad
personal, desprecio provocado por la mala administración, intrigas electorales,
violencias sufridas y también penas de amor, disputas entre herederos, peticiones matrimoniales
rechazadas, querellas familiares de toda suerte. Toda una variedad que motiva el levantamiento
por parte de los afectados que sienten una injusticia o una situación
inaguantable vivida por el ejercicio político. Russell (1973:172), encuentra una diferencia entre las
revoluciones antiguas y las modernas esto: “…todas las revoluciones giran en
torno a la regulación de propiedad. Él rechaza este argumento, manteniendo que
los mayores crímenes son debido al exceso más que a la indigencia; ningún hombre se vuelve tirano para evitar sentir
frío”.
La
caída de una tiranía puede ser también
provocada desde afuera, tan pronto se le opone una forma política y hostil y de
mayor poder; son sus enemigos la democracia, la aristocracia y la realeza.
Desde dentro surge su ruina a partir del momento en que los miembros de la casa
principesca comienzan a enfrentarse entre sí. De las dos principales causas de
la hostilidad, el odio y el desprecio, la primera es inevitable, pero en la mayoría de los casos la ruina sólo se provoca al agregarse la
segunda. Es por ella que quienes fundaron la tiranía pudieron generalmente mantenerla;
sus sucesores, en cambio, a quienes la vida disoluta tornó despreciables, casi
siempre perdieron su poder. Nuestro filósofo se pregunta cuál es el factor más
eficaz en casos semejantes: ¿el odio o la cólera? Y responde: cierto es que la
cólera impulsa vigorosamente a la acción
de modo más inmediato, pero su característica falta de reflexión la hace
al fin de cuentas menos peligrosa, por su ceguedad en el control de su acción.
A
esto reduce los motivos y principios por lo cual vendrán a ser la fuente de las
revoluciones, de donde surgen las discordias civiles. Sin embargo, las
revoluciones pueden no ir en contra de la constitución vigente, sino que sus
promotores vendrán a ser partidarios de la misma, estableciendo a bien una
monarquía o una oligarquía pero a condición de ser ellos los que detenten la
administración de los poderes establecidos. En criollo sería la mudanza
política del quítate tú para ponerme yo,
como dice el estribillo de la canción caribeña conocida. Las mudanzas o cambios de
régimen político, las llamadas revoluciones,
tienen su causa en la desigualdad; situación en que los desiguales no reciben lo que
corresponde a su desigualdad (1301b). En el fondo se trata de la
disposición, motivación y principios de los participantes en el conflicto civil
lo que vendrá a determinar la dirección de la lucha revolucionaria. Bien por
ser aspirantes a establecer una igualdad (que la igualdad puede ser o bien por número o bien por mérito), o una desigualdad, o una
supremacía (por monarquía o dinastías tienen el poder absoluto), ante la ley,
la cual siempre tenemos que está
condicionada por un estamento social a no recibir lo que ellos dicen
corresponderles socialmente.
Entre
los motivos que impulsan a una
disposición perturbadora del ánimo para
comenzar una revolución están el lucro,
el honor, la soberbia, el miedo, el afán de superioridad, el desprecio, el
incremento desproporcionado de poder o sublevarse por un sentido de
sobrevivencia y justicia: el escape a
la deshonra o al castigo. Pero también podemos encontrar la rivalidad
electoral, la negligencia, la mediocridad y la disparidad o desigualdad (ibid:1302ª).
El poder ensoberbece, lo cual puede llevar a que una facción de ciudadanos se
subleven ante el corrupto abuso desmesurado y contra la constitución que otorga
privilegios a aquellos, en la misma
medida que alimentan su codicia por el erario público, los impuestos o los
bienes de los particulares o de la comunidad.
Sin embargo, Aristóteles observa, que también pueden darse pie a
revueltas sociales por pequeñeces, debido a cómo son afectados los que están en el
poder por asuntos de amor, como fue el
caso de los siracusanos y los cambios que se hicieron a su constitución. Las
amadas (y amados), también pueden ser
causa de disturbios bien directa o
indirectamente (ibid:1303b).
Las
revoluciones pueden surgir por fuerza o engaño. Por fuerza, cuando los
revolucionarios ejercen presión desde el principio mismo de la rebelión. Por
engaño, bien porque los ciudadanos son engañados en un principio para dar
inicio a la sedición y obtener el cambio de gobierno, siendo sometidos
posteriormente por la fuerza contra su voluntad por los líderes de la misma. La
conclusión es que toda revolución, sea quien gane o pierda en su desarrollo,
siempre afecta, en general, a todas las
formas de gobierno.
Tenemos
también el caso de Clístenes. Que también será una revolución pero
contra el gobierno tirano. En él se
presenta la situación en que se adquirió cualquier individuo que viviese en
Atenas, la ciudadanía después de haber tenido lugar su revolución. En Atenas
Clístenes después de la expulsión de los tiranos,
legisla una nueva división de las familias o tribus que conformaban la ciudad, incluyendo a
extranjeros y metecos de extracción servil para con ellos defender la
democracia. Aristóteles duda de que si la adquisición de esa ciudadanía ha sido
justa o injusta; se pregunta si podrá ser ciudadano quien se haya hecho de
forma injusta, es decir, impuesta por un gobernante aunque se defina demócrata;
sin embargo, luego de entrar en una república que ha salido de una tiranía o
una oligarquía, sean justos o injustos los aceptados en la ciudad deberán ser
llamados ciudadanos, (ibib1276ª/5), con lo que se vieron llevados a defender
sus derechos por la adhesión democrática a la ciudad. Tres serán los requisitos indispensables para
frenar el avance de las revoluciones tiránicas:
Los
tres requisitos para impedir la revolución son la propaganda gubernamental en
la educación, el respeto por la ley, incluso en las cosas pequeñas, y la
justicia en la ley y en la administración, esto es, la igualdad según la proporción, y para cada hombre el gozar de lo suyo
(1370 a/b, 1310 a). Aristóteles no parece haberse percatado nunca de la
dificultad de la igualdad según la
proporción. Si esta ha de ser la verdadera justicia, la proporción debe
referirse a la virtud. Ahora bien, la
virtud es difícil de medir, y es un tema de controversias de partido. En la
práctica política, por tanto, la virtud propende a ser medida por las rentas;
la distinción entre aristocracia y oligarquía, que Aristóteles intenta fijar,
es posible donde solo haya una nobleza hereditaria muy bien establecida.
Incluso entonces, tan pronto como exista una extensa clase de hombres ricos que
no sean nobles, han de ser admitidos estos por el poder por el temor de que
hagan una revolución (Russell, 1973:173/174).
Aristóteles
recrimina a la mayoría su carácter
caprichoso y la miopía política que con
tanta frecuencia hace sacrificar el
bienestar futuro a los intereses del momento, (Gomperz, 2000:384). Es por ello
que presenta su posición constitucional
un elemento a favor de la conservación de la constitución más que su contrario, el de cambiarla o
transformarla en sus leyes y espíritu, bien sea por una revolución o un cambio
de gobierno[2].
Y podemos agregar que respecto a los cambios políticos y las revoluciones en la
antigua Grecia: “El Estagirita demuestra poseer unos conocimientos históricos
extraordinarios, así como una comprensión penetrante y una gran sagacidad al
considerar los hechos y los acontecimientos políticos verdaderamente notables
(Reale 1985:119).
No
podemos dejar de pasar la opinión de Russell (1973:173), al respecto de este
tema, el cual hace referencia a la distinción entre las tiranías antiguas y las
latinoamericanas:
“Hay
una larga discusión sobre las causas de la revolución. En Grecia, las revoluciones
eran tan frecuentes como antaño en Latinoamérica, y, por tanto, Aristóteles
tenía una copiosa experiencia de la que sacar inferencia. La causa principal
era el conflicto entre oligarcas y demócratas. La democracia, dice Aristóteles, surge de la creencia de que los hombres son
igualmente libres deben ser iguales en todos los respectos; la oligarquía, del
hecho de que los hombres son superiores en algunos aspectos reclaman demasiado.
Ambas tienen una especie de justicia pero no la mejor. En consecuencia, ambos partidos, siempre que su participación en el
gobierno no concuerda con sus ideas preconcebidas, promueven la revolución
(1301 a). Los gobiernos democráticos están menos expuestos a las revoluciones
que las oligarquías, porque los oligarcas pueden reñir unos con otros. Los
oligarcas parecen haber sido individuos enérgicos. En algunas ciudades, se nos
cuenta, hacían un juramento: Seré enemigo
del pueblo, e idearé todo el daño que pueda contra él. Hoy en día los
reaccionarios no son tan francos.
5.- Demagogia y tiranía
La
figura del demagogo siempre estuve
muy vigente en los círculos de los gobiernos democráticos de la antigüedad (no
menos en el presente, podemos agregar). Los demagogos siempre han utilizado al
pueblo para sus intereses de poder. Las
democracias son subvertidas por éstos en unión de otra clase que detenta cierta
influencia (económica, política, religiosa, etc), en la ciudad-estado. Bien
porque se unen a la oligarquía, o con los notables, o con los militares, o
pagan al pueblo para llevar a cabo el
establecimiento de sus propios intereses. Aristóteles expone varios casos,
todos interesantes, pero podemos nombrar algunos. Como el de la democracia en Megara, donde lo
demagogos, para poder distribuir entre el pueblo el dinero de las confiscaciones,
expulsaron de la ciudad a muchos de las clases altas, hasta que siendo muy
numerosos los desterrados, regresaron a la ciudad y vencieron a los demagogos y
al pueblo en una batalla y establecieron la oligarquía.
El
caso es que los demagogos, con la mira de alagar al pueblo, al impulsar la
revolución agravian a las clases
superiores, con lo que promueven su unión, bien sea repartiendo o invadiendo
sus propiedades o reduciendo sus ingresos por la imposición de servicios e
impuestos públicos; también por causa de difamación ante los tribunales para
con ello confiscar sus bienes. Cuando el demagogo, en la antigüedad, era
militar se transformaba en tirano, en la
mayoría de los casos las tiranías surgieron a causa de los demagogos. Aristóteles nos dice que provenían del
estamento militar, por no haberse desarrollado aún en ese momento la capacidad de la oratoria para
seducir y convencer por la palabra –y no por la fuerza física- a las mayorías.
Con el auge de la retórica, los que
dirigen al pueblo, más que por capacidades, inteligencia y formación para dar
soluciones reales a lo público, sustentan su cargo por el saber hablar únicamente, pero la inexperiencia que tenía de lo
militar, el movilizar grupos humanos y la logística requerida para obtener
ciertos objetivos políticos, les impedía de hacerse del poder total.
Aristóteles señala que en los tiempos antiguos (siglo VII y VI a.C), las
tiranías eran más frecuentes que en su momento (siglo IV a.C), en razón de que ocupaban cargos importantes
(ibid:1305ª). Nos expone el caso
sufrido en Mileto por a pritanía, (Magistrado supremo el cual
tiene la autoridad total en asuntos de
gran importancia para la ciudad. El Pritaneo era el altar de la ciudad y su más
alta expresión simbólica) en relación al gobierno de Trasíbulo.
En
un pueblo de campesinos los demagogos con aptitudes militares vendrían a tener
la aspiración de tiranos; para ello se ganaban la confianza del pueblo, siendo
la base de esta actitud la enemistad y la pugnacidad, la humillación y el maldecir contra los ricos. Este es el caso de Pisistrato en Atenas al
sublevarse contra los habitantes de la llanura. También de Teágenes de Megara,
degollando el ganado de los ricos que
atacó al pastar junto al río. Igual Dionisio catalogado de tirano por sus acusaciones contra Dafneo y los ricos, y
por su perpetuo odio contra aquellos, fue tomado como amigo del pueblo. Pero el pueblo se convierte en demagogo dentro de
una democracia al asumir, como hemos visto antes, el arbitrio de las leyes; la
solución para tal situación en Aristóteles está en que las tribus (los grupos de fuerza y poder económico y político, diríamos
hoy), vendrían a nombrar a los
magistrados y cargos públicos, separando a pueblo de tales atributos.
En
el caso de las oligarquías, a razón de su vida disoluta y disipación de su
propia fortuna aspiran ellas mismas a la tiranía o instalando a otro en ella que defienda sus intereses y
parasitismo público (caso de Hipariano con Dionisio de Siracusa). Las mudanzas
políticas por los oligarcas pueden ocurrir en tiempo de guerra o de paz,
pues al desconfiar del pueblo emplean tropas mercenarias o militares comprados
por el mejor postor (es el caso en cómo se convierte en tirano Tomófanes de Corinto). También pueden llegar
a negociar una parte del gobierno con la masa popular, previendo el que el
tirano establecidos por ellos se vuelva en contra de ellos. Pero en paz o en
guerra ponen su confianza en el uso del ejército para sus intereses de grupo,
teniendo también los magistrados neutrales y en pro de sus casos (caso de la ciudad de Larisa con Simón en tiempos
de los Aleuadas y en la ciudad de Abidos en la época de la división política de
los partidos en la que en uno participaba el tirano Ifíadas (ibid:1306ª).
Las
tiranías originadas por la inconformidad oligárquica o democrática
buscan mantenerse por muchos años en el
poder; no creen en la alteridad democrática para nada. Los tiranos por lo
general en la antigüedad eran personalidades importantes y de prestigio por su
actitud demagógica ante las masas. Nos reseña que había ciudades que sus gobernantes al asumir sus cargos
juraban así: seré enemigo del pueblo y aconsejaré contra el todo el mal que pueda,
cuando debió haber sido todo lo contrario: no
haré agravio al pueblo (ibid:1310ª).
Además
de una educación adecuada a la respectiva forma de gobierno, la norma
contra el establecimiento de las tiranías está en desarrollar una
actitud en la mayoría de defender la constitución. Sea la forma de gobierno que
exista si se quiere llevar a buen puerto debe sustentarse el mandato en el
principio importantísimo de velar porque la porción de los ciudadanos adicta a
la constitución sea más fuerte que la hostil (1309b).
Para
Aristóteles el perpetuar la democracia republicana no es bajo el espíritu de
entender la libertad en la que uno hace lo que cada uno le plazca, no se trata
de vivir cada cual a sus anchas y en la medida de sus deseos (Eurípides), sino
se trata de vivir de acuerdo a la constitución, lo cual no debe entenderse en
ser esclavo de la ley sino salvaguardarla.
La
tiranía podía ser establecida por un compuesto de oligarquía (militarismo,
agregamos nosotros) y democracia (pueblo demagógico) en sus formas extremas y
es la forma más perniciosa para los ciudadanos o súbditos. Ello por ser una
mezcla de los dos males, teniendo por consecuencias agravios y errores de ambas
formas de gobierno radical. Por lo general el tirano es elegido por una
multitud popular para oponerlos a los hombres notables, en principio, o a otros
déspotas, con el fin de que el pueblo no resienta ninguna injusticia por parte de aquellos.
Como se ha dicho, la mayoría de los tiranos surgen de los demagogos que
previamente han capturado la confianza del pueblo mediante calumnias a las
otras clases sociales (media o ricos).
Las tiranías surgieron por un crecimiento de la demografía pobre en las
ciudades o de la ambición de monarcas en querer
tener un mando despótico, separado de las leyes y de la constitución,
rebasando los límites de la costumbre tradicional del mando de gobierno.
Ello
nos muestra que siempre, y en cualquier
época, pueden estar dadas las condiciones para la aparición del tirano, el cual
es engendrado por una mayoría desilustrada, ignorante, pobre o de una ambiciosa
oligarquía venida a menos en sus intereses. En la antigüedad griega tiranos
surgieron por herencia, al pasar de reyes a esa condición, como Fidón de Argos;
otros por ocupar cargos de magistraturas importantes, como las nombradas del
pritaneo, cuyos casos encontramos en los tiranos de Jonia y Falaris. Demagogos
muchos en la antigüedad: Panecio en Leontino, Cipselo en Corinto[3],
Pisistrato en Atenas, Dionisio en Siracusa surgieron de esa condición. La
tiranía tiene como fin no mirar a los intereses públicos (así en una primera
instancia pretenda hacerlo para ganarse el voto popular!), ellos sólo vendrá a
servir a sus propios intereses y de sus allegados inmediatos: su entorno de
gobierno. Aristóteles nos advierte que es por ello que el fin del tirano es su
propio placer, en tanto que el buen gobernante es el bien general o colectivo.
El tirano quiere riquezas; el monarca el honor. La guardia del tirano está
formada por extranjeros y mercenarios; la del rey la forman ciudadanos.
“La
tiranía tiene con todo evidencia de los
vicios que son propios tanto de las
democracias como de la oligarquía. La oligarquía, el tener como fin la riqueza
(ya que a este medio único debe necesariamente recurrir el tirano para mantener
a su guardia y a su lujo). En seguida, la desconfianza absoluta en el pueblo
(motivo por el cual lo privan de sus armas. Y asimismo es vicio común de ambas,
oligarquía y tiranía, el maltratar al pueblo, expulsarlo de la ciudad y
dispersarlo). De la democracia tiene la tiranía el hacer la guerra a las clases
superiores para acabar con ellas por medios clandestinos y ostensibles, y
desterrarlas como rivales que se le oponen en el ejercicio del poder, ya que es
en ellas donde suelen incubarse las conspiraciones, al querer unos mandar y los
otros no resignarse a la esclavitud”,
(ibid:1311ª).
Es
la conclusión aristotélica respecto a la política del tirano impuesto por una
facción oligárquica o democrática.
Respecto a esta última lo ilustra con el caso de la solicitud de consejo
del novato tirano Periandro al resabido tirano Trasíbulo, que al cortar las
espigas que sobresalían en el campo de trigo que estaba ante los ojos del
mensajero del primero, representaba
suprimir a los más eminentes de la ciudad. La historia nos dice que
Trasíbulo no le dijo nada a dicho mensajero, y eso le dijo a Periandro al
regresar, pero este le preguntó qué hacía cuando se lo preguntaba, y entonces
dijo que mandó a cortar el trigo que sobresalía del resto, y así fue cómo
entendió el novel tirano la acción aconsejada por el otro sin nombrar para nada
por la palabra qué hacer.
Las
conspiraciones pueden surgir en
cualquier régimen de gobierno constitucional sea democrático, tiránico,
oligárquico y monárquico, pues siempre habrá elementos que ambicionan riqueza y
honor en abundancia, cosas que muchos envidian y codician (|1311ª).
Los
ejemplos históricos de conspiración contra tiranos en Aristóteles son varias.
Está el de los Pisitratidas, el cual se originó por el ultraje de la hermana de Harmodio y la vejación sufrida por
éste que hizo que su otro hermano, Aristogiton,
actuara en defensa de Harmonio. En el caso de Filipo al ser atacado por
Pausanias, al permitir que este fuera
insultado por Atalo y sus amigos;
Amintos el Pequeño al ser insultado por
Derdas, por jactarse de haber abusado y gozado de su juventud. Evágoras de
Chipre fue asesinado por un eunuco que
se sentía ofendido por su hijo Nicocles al quitarle su mujer. Como muestra el
estagirita, muchas conspiraciones en la antigüedad también surgieron por
haberse mancillado la honra corporal de sus súbditos.
Si
bien una tiranía puede ser destruida
desde afuera por otra república más poderosa y de constitución opuesta
también puede ser atacada desde su propio interior y destruirse a sí misma cuando
viene la discordia entre quienes participan
de ella. El caso antiguo es el de Gelón, porque Trasíbulo, hermano de
Hieron, adulaba al hijo de Gelón y le inducía a los placeres con el fin de
mandar sobre él. Sucedió que los familiares de Gelón se unieron para salvar su parte en la
tiranía, sacrificando sólo a Trasíbulo, pero los otros conspiradores conjurados
con el pueblo aprovecharon la ocasión y
los echaron a todos (1312b).
Encontramos
que pueblos enteros se opondrán a la tiranía que los dirige. Son los casos como
el de Calcis, el pueblo, aliado con los notables, mató al tirano Foxos, y
enseguida se apoderó del gobierno. En Ambracia a su vez el pueblo, en unión a
los adversarios del régimen, expulsó al tirano Periandro, e hizo pasar a sus
propias manos el gobierno de la ciudad.
Los
dos motivos más resaltantes de atacar a las tiranías, como hemos dicho antes,
son el odio y el desprecio. Bien sabemos que todas las tiranías son motivo de odio pero también han sido
destruidas por el desprecio o la cólera que inspiran. Observa el piripatético
que aquellos tiranos que conquistaron el poder lo mantuvieron y los que lo
heredaron y se convirtieron en tiranos lo perdieron al entregarse una vida al
goce y a la vida disoluta, inspirando desprecio al pueblo y despertando
derribarlo por ello.
Finalmente
podemos agregar la observación de Jaeger (1983:312 cuando apunta que respecto al tratamiento de las desviaciones del estado por el estagirita esto:
“La
teoría de las enfermedades de los
estados y de los métodos para curarlas está modelada sobre la patología y la terapéutica del
médico. Apenas es posible imaginar cosa más opuesta a la doctrina de una norma
ideal, que había constituido la teoría
política de Platón y la de Aristóteles en sus primeros días, que esta idea según la cual no
hay estado tan desesperadamente desorganizado que no se pueda por lo menos correr el riesgo de ensayar una
curación. Los métodos radicales lo destruirían
con seguridad breve; la medida de
las capacidades de recuperación que pueda
poner en ejercicio debe determinarse exclusivamente examinándola a él mismo y
la condición en que se encuentre”.
Notas:
[1]
Los guardias de corps del rey o del tirano eran llamados doryphóroi.
[2] Recordemos lo
planteado por Edmund Burke que refiere a los cambios de leyes: “El poder de la ley para hacerse obedecer
descansa por entero sobre la fuerza de la costumbre y ésta sólo se forma por el
correr del tiempo. Así, el pasar con facilidad de las leyes existentes a otras
leyes nuevas es un debilitamiento de
la esencia íntima de la ley”, (cit. en Gomperz, 2000:409).
[3] Herodoto es la referencia de Cipselo de Corinto,
al que refiere una particular condición: "Y, una vez erigido en tirano, he aquí la clase de hombre
que fue Cipselo: desterró a muchos corintios, a otros muchos los privó de sus
bienes, y a un número sensiblemente superior de la vida. Cipselo ejerció el
poder por espacio de treinta años y su vida fue afortunada hasta el final,
sucediéndole en la tiranía su hijo Periandro". Heródoto V, 92.
Bibliografía
AA/VV, 1972: La Filosofía Griega, coord. Brice Parain. Ed. Siglo XXI, México.
Ansieta Nuñez, Alfonso: 1987: El concepto de tirano en Aristóteles y Maquiavelo. Ver en: http://www.rdpucv.cl/index.php/rderecho/article/viewArticle/197. Visto el 24 de septiembre de 2011.Arendt, H. 1972: La crise de la cultura. Ed. Gallimard, France.
Aristóteles, 1963: Política. UNAM. México.
1973: Obras Completas. Aguilar. Madrid.
Hadot, P., 1998: ¿Qué es la filosofía antigua? F.C.E. México
Herodoto: 1989: Los nueve libro de la historia. Edaf. Madrid.
Fraile, G., 1956: Historia de la Filosofía. Ed. Autores cristianos, Madrid.
Guthrie, W., 1953: Los Filósofos Griegos. F.C.E. México.
Jaeger, W.: 1983: Aristóteles. F.C.E., México.
Reale, G. 1985: Introducción a Aristóteles. Ed. Herder. Barcelona.
Ross, W., 1957: Aristóteles. Ed. Sudamericana. Buenos Aires.
Russell, B.: 1973: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar. Madrid.
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