Filosofía
y Unidad [1]
Una reflexión sobre la Asesoría
Filosófica como quehacer sistémico
Hernán
Bueno Castañeda
Caricatura de Boligan
Podría
estar encerrado en una cáscara de nuez
y sentirme rey de un espacio
infinito
Shakespeare, Hamlet, II
Resumen
A través del siguiente artículo presento algunas ideas
acerca de la forma en que pienso el ejercicio del terapeuta filosófico. En
breves apartados planteo la necesidad de entender que la Asesoría Filosófica se
debe acercar a los enfoques propuestos por la teoría general de los sistemas,
por lo tanto, es preciso que se conciba su quehacer en términos de integridad y
de unidad, tanto disciplinar, como en su práctica terapéutica. Para ello,
abordaré aspectos generales que ayuden a comprender algunos problemas de la asesoría
filosófica o filosofía clínica,
y luego haré una reflexión que invita a pensar, que enfoques de la teoría
general de los sistemas, pueden favorecer las prácticas terapéuticas dentro de
este nuevo-viejo modo de hacer filosofía.
Palabras clave: Asesoría filosófica, terapia, consultoría,
teoría
general de los sistemas, sistémica, cambio.
Una lámpara encendida a plena luz
del día
Aquel
que sólo conoce su versión, conoce poco el tema. John Stuart Mill
Es
amplio ya el material de divulgación bibliográfico que se puede encontrar sobre
filosofía como medicina, asesoría filosófica, consultoría filosófica, o, como
otros prefieren llamarla: práctica filosófica. De allí que en esta primera
parte no quise intentar un resumen que en lugar de ofrecer una orientación al
lector, probablemente habría, como suele ocurrir con este tipo de ejercicios,
descartado filósofos, movimientos o métodos que para cualquier lector pudieran haber
resultado de absoluta relevancia, en contextos inimaginados. En estos asuntos,
lo mismo que los que tocan a la crítica estética, resultan muy oportunas las
palabras de Rilke (1875) cuando aconseja a su joven remitente: lea lo menos posible trabajos de carácter
estético-crítico: o son dictámenes de bandería, que por su rigidez y su falta
de vida han llegado a petrificarse y a perder todo sentido, o bien tan sólo
hábiles juegos de palabras, en que prevalece hoy una opinión y mañana la
contraria.[2]
Así, en lugar de tales aventuras, lo que haré en este primer momento, será comentar
algunas impresiones dejadas por las diferentes aproximaciones que he tenido, dentro
de este reflexionar filosófico que se entiende también como filosofía clínica.
En
Colombia desde hace pocos años se comenzó a hablar de asesoría filosófica, y
hasta hoy lo que de ella se dice, no se enmarca en los criterios de lo que una
academia que se autoproclama oficial, pueda llegar a considerar de “su altura”.
Quizá esto obedece a una tradición esencialmente analítica que favorece las
vanidades y egos de sus adeptos, y así excluye los intentos por pensar un modo
de reflexión filosófica diferente. Lamentablemente el fenómeno así descrito no
es ni exclusivo a este momento histórico, ni menos aun al contexto geográfico
del cual he hecho referencia; ya Michel Onfray (1959) nos ha ofrecido un
profuso análisis de estas manías en la historia de la filosofía, que se
remontan a los momentos mismos de su génesis, y cuyo legado es absorbido por la
tradición contemporánea, que parece ver sólo un modo posible de reflexión,
reflexión que en palabras del propio Onfray, es el discurso de los vencedores. En cierto modo quienes nos ocupamos
de pensar la filosofía desde su vertiente terapéutica, nos hemos inscrito, sin proponérnoslo
y sin haber librado ninguna batalla, en el bando de los vencidos:
Estas dos nuevas
maneras de estar en el mundo, de verlo y de pensarlo, son tan irreductibles que
producen dos corrientes impermeables, la de los vencedores y la de los
vencidos, los primeros de los cuales niegan a los otros incluso el derecho a
invocar para sí el nombre y la calidad de filósofos. El enfrentamiento es
antiguo, como soberbiamente lo resume una anécdota: se trata de una historia
que cuenta Aristoxeno en sus Memorias
históricas, según la cual Platón consideró la posibilidad de reunir las
obras de Demócrito, ¡con el fin de prenderles fuego! Un filósofo autor de un
auto de fe contra otro filósofo, algo que merece ser destacado…[3]
Aunque
el texto de Onfray hace referencia a la disputa entre el idealismo y el
materialismo, la emulación respecto a lo que he venido planteando no resulta atrevida;
recordemos que es justamente en el seno del materialismo (expresado en sus
distintas formas: epicureísmo, hedonismo, estoicismo, cinismo, escepticismo, entre
otros) donde nacen las primeras manifestaciones de querer pensar y hacer
filosofía con un propósito no meramente especulativo, retórico, persuasivo o
discursivo; sino con un prurito terapéutico (θεραπεíα), entendiendo éste como ese
cuidado del otro; como esa promoción humana; como ese buscarse y encontrarse en
lo dialógico; como ese ayudar a pensar el propio pensamiento y dejarse afectar
por el pensamiento del otro; como ese juego de la reflexión filosófica, que me
permite visitar los universos del otro y construir nuevos posibles a partir de
lo dado, en ese doble vínculo entre filósofo y asesorado. Desde estos
presupuestos no es difícil advertir nuevos argumentos de relación entre “la
persecución” del idealismo al materialismo clásicos, y el fenómeno actual de
invalidación que la mayoría de los discursos provenientes de la filosofía analítica,
quiere hacer a la reflexión filosófica práctica, terapéutica, clínica o como
prefiera llamársele. Citemos entonces nuevamente a Onfray, quien nos dice del
sofista Antifón lo siguiente:
Tras recurrir a
folletos de tipo publicitario, Antifón abre cerca del ágora de Corinto una
suerte de gabinete en el que recibe pacientes a quienes somete a un tratamiento
fundado en la palabra. Primero escucha en una entrevista a solas; luego viene
una terapia verbal. El contenido de esta conversación tiene por finalidad la
desaparición del sufrimiento que ha llevado al paciente al domicilio del
filósofo. Los detalles de esta medicación del alma mediante el verbo figuraban
sin duda en su libro El arte de combatir
la tristeza, pero esta obra no ha sido encontrada…[4]
Líneas
más delante de esta cita, Michel Onfray califica a Antifón de inventor del
psicoanálisis y advierte que lo es “de cuño Lacaniano o, mejor, digamos que el
analista recurre al humor o a la ironía en caso de necesidad.” No en vano me he
referido a Antifón como sofista, rótulo que la historia de
los vencedores puso sobre aquellos que
no tenían La Academia o El Gimnasio como ideales de formación, y digo que no en
vano, pues este episodio parece repetirse hoy con relación a los filósofos que
desarrollan una práctica, que de alguna manera, retorna a esos modos no oficiales de pensar y hacer filosofía.
Considero que el filósofo que dedique su quehacer a la asesoría filosófica no
debe asumirse como sofista desde su connotación peyorativa, ni mucho menos
vencido. Nuestro modo de pensar y hacer filosofía, puede que no resulte
convencional para muchos contextos académicos de gran parte del mundo, de allí
que tal situación sea justamente un reto, para proponernos desarrollar un
corpus epistemológico, que ofrezca a las nuevas generaciones, alternativas de
pensamiento, de discusión y de hacer filosóficos que respondan con las demandas
de los contextos en donde vive, sueña y crea el hombre contemporáneo.
Así,
he llegado entonces a concebir mi modo terapéutico de hacer filosofía, como una
práctica de mutua afectación entre el consultante y el consultado; como una
actividad que permite integrar diversas disciplinas; un ejercicio que
privilegia el diálogo como medio de conocimiento de sí mismo, del otro, de los
vínculos con su entorno y el modo como crea sus relaciones; procuro generar con
mi terapia filosófica, un espacio vivo de conversación que favorezca dinámicas de
observación interior, de observación exterior y observación de lo que se
observa. La filosófica clínica, del modo como la desarrollo, permite la construcción
de otras realidades y favorece la conformación de nuevas narrativas, que a su
vez potencializan coreografías diferentes, nuevos universos desde la voz misma
que trae el asesor.
De
otro lado, quiero señalar que entiendo al asesor, como una especie de espejo
que se erige frente a su consultante, por lo cual, creo necesario que quienes
nos dedicamos a esta disciplina filosófica, debemos constituirnos de igual modo,
en espejos los unos de los otros… aunque aquí me viene un sobresalto neurótico
recordando el cuento de Monterroso (1921) “El espejo que no podía dormir”[5], pues
aunque no hay mucha información respecto a las disputas que pudieran darse
entre los materialistas de los tiempos primigenios de la filosofía, ajenas de
por sí a los consabidos enfrentamientos con los seguidores de Platón; hoy en
cambio podrían considerarse de relativo conocimiento público, las constantes discrepancias
que se dan entre asesores filosóficos de diversas tendencias y latitudes, sin
descontar por ello la deslegitimación que hacen ciertas corrientes analíticas a
las que aludí en algún momento. Cuando hablo aquí de discrepancias, no me estoy
refiriendo a confrontaciones irreconciliables o, a invalidaciones del tipo “el
mundo es muy pequeño y aquí no cabemos los dos” estilo western, no, para nada;
a lo que me refiero es a que dada la manera espontánea, especulativa y en
apariencia novedosa en que se está retomando este antiguo quehacer filosófico,
quienes nos dedicamos a ello (y en todas las veces con las mejores intenciones)
adoptamos métodos, maneras, técnicas y prácticas que reconocemos como propias,
y que en algunas oportunidades no parecen estar lejos de imitar ciertos
discursos analíticos que se forman sobre la base del ego y el autorreconocimiento.
Todo
lo anterior me lleva a considerar relevante para el momento presente de la
filosofía clínica: entrar en un auténtico diálogo de saberes que nos fortalezca
como unidad disciplinar y que facilite a su vez la divulgación, la enseñanza y
el aprendizaje de este antiguo-nuevo modo de quehacer filosófico; y creo que para
encontrar una adecuada comprensión a dicha búsqueda de sentidos, la voz de los
presocráticos vuelve a ser imprescindible.
Se
cuenta que Diógenes el cínico (412 a.C.), andaba con una lámpara encendida a
plena luz del día buscando un hombre… la versión más común de la anécdota
sugiere que el hombre que buscaba el filósofo era un hombre honesto, como
sugiriendo en ello la imposibilidad de encontrarlo, incluso al resplandor del
sol y con una lámpara encendida que, la verdad, no tiene mucha funcionalidad a
cielo abierto en un día normal de verano. Otras versiones apuntan hacia la
ironía del cínico que buscaba el hombre ideal que Platón pregonaba en sus
discursos. Voy atreverme a formular una interpretación más, quizá Diógenes el
perro (como también se le apodaba) podría convertirse en una especie de emblema
(santo patrono se diría en otros
contextos) de los asesores filosóficos: estos como aquel, andamos buscando un
hombre que se atreva a preguntar a un filósofo, pero sobre todo a preguntarse
así mismo; buscamos un hombre que crea que el reflexionar filosófico le es dado
en su cotidianidad, y que no se puede seguir creyendo que la aproximación a la
filosofía está condicionada por la dicotomía: iniciados versus profanos; es
más, podríamos cambiar la direccionalidad de la observación reflexionada y
considerarnos buscadores de nosotros mismos en el otro: ¡El
hombre-asesor-filosófico que queremos descubrir y pulir en nuestro propio
interior desde una mirada relacional! O podríamos incluso imaginar un pequeño
ejército de Diógenes buscándonos unos a otros y no encontrándonos… a veces,
demasiada luz, no nos deja ver.
Así
Diógenes parece sobrevenir como una venturosa metáfora que nos ayuda a comprender
la tarea fundamental del proyecto de la filosofía como terapia, a saber:
mirarnos, oírnos, encontrarnos, y un día poder decir: ¡He ahí el hombre… heme
ahí en él!
Caricatura de Boligan
Tú le has quitado la vida a este
palillo
"Él
era parte de mi sueño, por supuesto.
Pero
yo también era parte de su sueño."
Lewis
Carroll
A
veces pienso que nos reconocemos, nos definimos y nos aceptamos o rechazamos,
con base en los presupuestos de distinción que hacemos. Esas categorizaciones
pareciera que todo el tiempo nos estuvieran invitando a decir: este sí, aquel
no; esto lo recibo, aquello lo desecho; y probablemente la situación que
describo de este modo, sea un principio fundamental de sobrevivencia legada a
través de nuestra memoria genética y por bondad de la evolución; o si no,
recordemos simplemente aquellos parámetros de medición que le permitieron a los
primeros humanos recolectores, desdeñar el veneno y quedarse con el alimento.
Siento
que estos procedimientos nos siguen siendo útiles, a la hora de pensar en
nuestra sobrevivencia dentro de un mundo dominado por los fantasmas del
terrorismo, la violencia generalizada y la destrucción del ecosistema; sin
embargo, también creo que un excesivo afán de clasificación, de selección y de
discriminación, nos puede estar conduciendo a una mirada fragmentada, a una
taxonomía de la realidad que rompe con unidades de pensamiento, dividiendo en
términos de opuestos irreconciliables, y mutuamente anulatorios, lo que en
verdad podrían llegar a ser procesos relacionales, que harían más comprensible,
cuando no, soportable, nuestro cotidiano vivir. A veces encuentro, con cierta
desilusión, que dentro de los contextos de la filosofía clínica, adolecemos de
tales perjuicios.
Uno
de mis primeros maestros de pregrado, solía decir en tono bastante irónico, que
a los filósofos les resulta muy fácil suicidarse, que no es más que se suban a
la cúspide de su propio ego, y se lancen desde allí al insondable abismo que
los separa de la tierra, y que del resto… ya
la fuerza de la gravedad se encargaría. Esta alegoría no es exclusiva a una
manera particular de pensar la filosofía, es decir no es propia (aunque
pareciera) de un modelo analítico, pues indudablemente dentro del contexto de la
filosofía práctica, no es de extrañar el modo como se crean parcelas
epistemológicas y verdades absolutas, que inflan el ego de quienes se han
autoproclamado elegidos. Y aquí debo señalar que en ningún momento estoy
deslegitimando, con esta reflexión, el trabajo de mis colegas, ni más faltaba;
pero sí quisiera con ella, proponer un autoexamen que nos permita, como
asesores filosóficos, pensarnos y mirarnos hacia dentro, luego mirar lo que
miramos en nuestro propio ejercicio terapéutico y, en esta nueva línea de
observación, mirar lo que miramos en el ejercicio terapéutico de otros
filósofos asesores.
Sé
que hay intentos por generar estos espacios de legitimación, pero un intento no
es más que eso. Es preciso que nos adentremos en posturas concretas de aceptación
de paradigmas diferentes a los de nuestra competencia individual, y compartir
con asertividad nuestros propios modelos; sin ello, continuaremos buscando con
escaso éxito el hombre de Diógenes, y
seguiremos creyendo que cosechar aplausos o coleccionar pergaminos, es engrandecer
la disciplina. Sugerir una epistemología que sólo su autor entiende, nunca
podría entenderse como una democratización honesta del conocimiento.
Curiosamente recuerdo aquí una anécdota ocurrida al hedonista Aristipo, quien siendo
solicitado en un banquete para que hablara de filosofía, indicó a su anfitrión:
sería ridículo que
siendo tú el que aprendes de mí, me digas cuando debo hablar, respuesta que
provocó enojo en su interlocutor, quien de inmediato envió al filósofo al
último extremo de la mesa. Ante la afrenta, Aristipo no tuvo más que decir:
¡Comprendo, has querido dar más realce al último puesto![6]
Sirva
esta imagen para replantearnos que, o trascendemos barreras mentales y
permitimos un diálogo honesto con otros saberes como la cibernética, la psicología
sistémica, la física y la estética, o nos confinamos como anacoretas del siglo
XXI, convencidos, de modo quizá un poco ingenuo y al ejemplo de Aristipo, de que
la sociedad quiso al fin dar un adecuado realce
al “último puesto de la mesa”. Aunque por otro lado, sirva también el referente
del presocrático para pensar en este tipo de discursos que estabilizan, que
permiten crear nuevos paradigmas de interpretación, que favorecen preguntarme
qué me invento, cómo recreo la realidad que otro me está construyendo, cómo me
quito obligaciones, cómo asumo otras nuevas y más propias, cómo “vestirse con
la ropa que no se debe usar”, ¡cómo me veo en el espejo si soy un camaleón!
Por
esta misma línea, en su más reciente publicación, Stephen Hawking (1942) parece
quejarse de los filósofos, hasta el punto de aseverar que la filosofía ha muerto. – y continúa – La filosofía no se ha mantenido
al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la
física.[7]
Encuentro especialmente relevante la aseveración del físico inglés, para pensar
en nuestro quehacer terapéutico como filósofos, pues la reflexión a la que
remiten sus palabras, no deben pensarse como exclusivas hacia una filosofía de
la ciencia, ya que el pensar de esta manera fraccionada, es lo que creo que ha
venido fortaleciendo cierta invisibilidad del asesor filosófico, y en sí de los
filósofos, en apremiantes espacios académicos.
Considero
fundamental para nuestro ejercicio profesional, el pensarnos y pensar nuestro
quehacer, con unos baremos sistémicos que inviten desde nuestros más íntimos
propósitos, a reformular nuestro ambiente de acción terapéutica en términos de
unidad, de integración y de aceptación de todos los componentes que puedan dar
cuenta de un proceso de pensamiento. Creo que no es bueno para la filosofía
clínica, seguir referenciándose sólo desde su
discurso interno, sin permitirse la permeabilización de disciplinas que
no creo que riñan con nuestro quehacer, del modo como algunos quieren verlo. El
asumir las cosas así, está alejando un diálogo de mutuo enriquecimiento y está
condenando no sólo la filosofía clínica, sino a la filosofía en sí, a la muerte
que ya la física le está pregonando.
El
desarrollo de esta propuesta de vinculación disciplinar, no atenta contra
fueros internos como si de jerarquías políticas, religiosas o militares se
tratara. Por el contrario, se plantea un enriquecimiento mutuo que dé buena cuenta
de los procesos sistémicos que señalan las corrientes contemporáneas de
reflexión humana, y que antes que deslegitimar saberes, propone una
diversificación en la unidad, un encuentro de la propia identidad desde la
diferencia, una aceptación de las limitaciones internas conceptuales desde el
reconocimiento de la riqueza que se puede encontrar ahí, afuera, en otras
ciencias.
Así,
puede resultar que cuando la física me hable de incertidumbre, quizá yo, como
asesor filosófico, decida reconocer y utilizar esta semántica, y la comprensión
del fenómeno, para abrirme a representaciones mentales de un nivel distinto, y
entonces quizá, donde en un principio comprendí un proceso o una formulación
matemática entre partículas y ondas, trasvase esta coreografía a algún universo
del drama humano. Allí, donde la biología se expresó en términos de sistemas abiertos
que se autorregulan, de improntas de entrada y de salida y de procedimientos de
mecánica física o virtual, pueda yo, como asesor filosófico, disponer de tales
aportaciones para diferenciar procesos de regulación y de vinculación
cibernética, que toda conducta humana encuentra representada en cualquier orden
social, por mínimo o enorme que éste sea.
Donde
habla la voz del chamán, del maestro Zen o del físico relativista, puede el
filósofo asesor encontrar, no sólo una herramienta de interpretación a los
fenómenos del comportamiento humano, útiles para su consulta, sino además un
mundo de relaciones posibles entre ciencia, misticismo y filosofía. En una
capacidad de apertura y en una habilidad de establecer relaciones, puede
concentrarse el quehacer de la filosofía clínica como lugar posible para la
construcción de vínculos. Por tanto, debemos potencializar estos vínculos con
dicha apertura y así establecer relaciones entre disciplinas, pensamientos,
técnicas, métodos, y asimismo, encaminar los diálogos con los asesorados,
asumiendo que al “tocar” el mundo que trae éste, es el propio mundo del
filósofo terapeuta el que se afecta.
Allá
donde Castaneda hizo hablar a Don Juan con las palabras que señalo en la
primera de las dos siguientes citas, pareciera que también hablara la voz de la
física, en el segundo texto tomado de El
gran diseño:
El primer acto de un
maestro consiste en inculcar a su alumno la idea de que el mundo tal como lo
concebimos sólo es una visión, una descripción del mundo. Todos los empeños del
maestro tienden a demostrar esto a su aprendiz. Pero aceptar este hecho parece
ser una de las cosas más difíciles de lograr; nos gusta seguir atrapados en
nuestra particular visión del mundo, que nos obliga a sentir y actuar como si
lo supiéramos todo acerca de él. Un maestro desde el primerísimo acto que
ejecuta, procura detener esa visión.[8]
El
realismo dependiente del modelo, zanja todos esos
debates y polémicas entre las escuelas realistas y antirrealistas. Según el
realismo dependiente del modelo carece de sentido preguntar si un modelo es
real o no; sólo tiene sentido preguntar si concuerda o no con las
observaciones. Si hay dos modelos que concuerden con las observaciones, como la
imagen del pececillo y la nuestra, no se puede decir que uno sea más real que
el otro.[9]
Nos
aferramos a patrones del mundo, a creencias inamovibles que no nos dejan ver. La física contemporánea
ha advertido la presencia de once dimensiones y de una cantidad abrumadora de
universos diferentes al universo que estudiamos. La cibernética, la biología y
la psicología con enfoque sistémico han conjugado sus diálogos y han
establecidos interrelaciones que ayudan a explicar y desarrollar mejor los
vínculos y procesos entre individuos, sociedades, naturaleza, cosmos; pero en
la filosofía clínica, pareciera que nuestro diálogo interdisciplinar y la
revaloración del mundo que podemos hacer a partir de ese diálogo, se difumaran
en una cacofonía de quién dice la verdad o quién traduce mejor la realidad,
como si tales cosas existieran.
Es
urgente en este momento preciso de nuestro quehacer disciplinar, preguntarnos
por el modo en que estamos entramando nuestro tejido epistemológico; por el
modo en que estamos permitiéndonos un escucha atento, un observarnos a nosotros
mismos, un observar el proceder del otro como terapeuta, un observar de esa
observación. Es el momento de analizar las relaciones que estamos estableciendo
con otras disciplinas y la forma como interactuamos, regulamos, fortalecemos y
construimos prácticas que pueden ser transmitidas desde una adecuada
interpretación de la teoría general de los sistemas. Muy seguramente con esta
mirada, se puedan proponer nuevos caminos para construir una práctica
terapéutica más incluyente, más relacional, más comprometida con el sentido
mismo de la filosofía clínica, que no ha de ser otro diferente a la búsqueda
misma de la filosofía.
Mi
propuesta es ahondar en los procesos relacionales desde todos los niveles
posibles, es decir, fortalecer una actitud de encuentro interdisciplinar antes
que de invalidación de discursos. Por mucho tiempo se ha sostenido, por
ejemplo, una discusión (muy bizantina)
valga decirlo, entre el modelo terapéutico psicológico y el filosófico, y en ese
trance, probablemente hemos dejado de reconocer modelos experienciales que
podrían enriquecer mutuamente las dos disciplinas. Ahora bien, cuando hablo de
estos procesos relacionales, también estoy haciendo referencia a la necesidad
de repensar el ejercicio terapéutico filosófico, como una actividad de mutua
afectación, y no en la unidireccionalidad que en algunas oportunidades he visto
en ejercicios de asesoría filosófica, donde pareciera que el asesor ostentara
no sé qué poder ante su asesorado, limitando las posibilidades de
autocrecimiento que ofrecería un proceder menos arrogante, más vinculante, más
relacional.
Todos estamos conectados unos a
otros, biológicamente a la tierra; químicamente al resto del universo,
sentencia el físico Neil DeGrasse Tyson (1958) y tiempo atrás, ya Walt Whitman (1819)
diría algo parecido en su canto a mí mismo:
Me
celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Sin
embargo seguimos levantando muros, seguimos abriendo abismos, seguimos pensando
en términos de parcelas, seguimos riñendo con nuestro vecino disciplinar. Se
hace urgente que comprendamos que el pensar sistémico se conecta con una
soberanía ecológica, y que aunque ésta se relaciona con un proceder
ambientalista, no es sólo ello, es más: es un modo de entender la vida, de
entender sus relaciones, de entender el propio proceder y las conexiones entre éste
y el universo que habitamos. Contemplemos el modo en que lo ecológico se vincula con lo sistémico, lo
sistémico se relaciona con lo cibernético, lo cibernético a su vez con el mundo
de la física, la física con la filosofía, la filosofía con un pensamiento
místico, y un proceder místico con un pensar ecológico, nace así el uróboro: la
serpiente devorando su propia cola.
Pienso
que para dar un adecuado corpus epistemológico al quehacer terapéutico de la
filosofía, es necesario encaminarnos por estos presupuestos sistémicos, ecológicos,
incluyentes y relacionales, pienso que es preciso reconocernos como parte de
una totalidad y ser conscientes de que ese simple hecho de participación me
afecta, y que a su vez mi sola presencia ya afecta dicho sistema; pienso en
esencia que es, como lo explica Francis Cook, un monje budista, afirmarse como
parte y totalidad a la vez:
Todos
los días, después del servicio religioso matinal mi maestro acostumbraba
visitar los santuarios de diversos protectores, situados en el terreno que
rodeaba el templo. Una mañana mientras hacía su ronda, encontró uno de esos
palillos que los chinos utilizan para comer (y que hacía unos
días yo había arrojado). Lo recogió, me
llamó a su cuarto y mostrándomelo me preguntó: ¿qué es esto? Repliqué; es un
palillo para comer. Sí es un palillo. ¿Es inservible? Volvió a inquirir. No
–contesté- Todavía puede ser utilizado. Y bastante, agregó él. Sin embargo, lo
encontré en un basurero, junto con otros desperdicios: O sea, tú le has quitado
la vida a este palillo. Tal vez conozcas el proverbio: El que mata a otro,
cava dos tumbas. ¡Como tú has matado este
palillo, serás matado por él! {…} y a partir de entonces puse mucho cuidado y
meticulosidad en todo lo que hacía, (pues comprendí que) arrojar por inútil que parezca un mero palillo, es crear una
jerarquía de valores que a la postre terminará matándonos ¡como ninguna bala
puede hacerlo![10]
No
existe una sola realidad, como no existe una verdad, una sola técnica, un único
modelo de gestión o un solo modo posible de comprender nuestro accionar
filosófico; lo que hay es un mundo de posibles y de historias que esperan ser
contadas, hay un cosmos relacional, universos que se vinculan por estrechos
laberintos; hay un compromiso con el otro y hay quien está tácitamente
comprometido conmigo; hay un entramado, hay una red, hay un medio, hay unidad y
hay diversidad; hay una propuesta, una sistémica, caminos, caminantes, poética,
ciencia, ética y estética; hay metas, objetivos y encuentros; logros y aciertos;
hay una puerta que se abre y un pensamiento que quiere transmitir la necesidad
de esta reflexión; hay un yo, pero también hay un tú al que debo reconocer, que
me reconoce y que a su vez se reconoce en mí; hay un otro, hay un ellos, un
nosotros y múltiples modos de conjugar infinidad de acciones y de sentires; hay
misterios, secretos, metáforas; hay narrativas, pero también hay silencios; hay
lo que se oculta, lo que se revela, lo que se esconde, lo que se descubre, lo
oculto y lo que se ve, sí, lo que se ve, como magistralmente lo narra el
poeta-filósofo o filósofo-poeta:
En
ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces;
ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin
superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo (…) vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos
los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle
Soler las mismas baldosas que hace treinta años (…) vi en el Aleph la tierra,
vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos
habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres,
pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.[11]
[1]
El presente trabajo académico es un ejercicio de divulgación elaborado
expresamente para la publicación Nº 39/2011 de Apuntes Filosóficos, cuyo tema:
Filosofía Clínica, coincide con la propuesta investigativa que viene
adelantando su autor desde hace más de 10 años.
[2]
Rilke, Rainer María, Cartas a un joven
poeta. Norma, Bogotá, 1996, p. 16
[3]
Onfray, Michel, Las sabidurías de la
antigüedad. Anagrama, Barcelona, 2007, p. 58
[4]
Onfray, Michel, ob.cit., p. 94
[5]
Había una vez un espejo
de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor,
como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de
él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían
a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico. Tomado de:
http://members.tripod.com/roberto_fpmx/id9.html (11-1-11)
[6]
Laercio, Diógenes, Vida de los más
ilustres filósofos. Alianza, Madrid, 2007, Libro II, p. 73
[7]
Hawking, Stephen y Mlodinow, Leonard, El
gran diseño. Crítica, Barcelona, 2010, p. 11
[8]
Castaneda, Carlos; Relatos de poder.
Fondo de cultura económica de España, Madrid, 2001, p. 231
[9] Hawking, Stephen y, ob.cit., p. 54
[10]
Citado por Keeney, Bradford, En: Estética
del Cambio. Paidós, Barcelona, 1994,
pp. 160 - 161
2 comentarios:
Estimado Hernán Bueno Castañeda, acabo de leer tu trabajo y encuentro en él interesantes sugerencias. En primer lugar, parece que en “todos los sitios cuecen habas” y que el “gremio” de los filósofos no está al margen de las miserias y mezquindades humanas. El hecho de que algunos defiendan un modo de filosofar o una determinada doctrina como la correcta, está en la base de ese espíritu de vencedores que suele exhibirse con orgullo. Creo que somos en gran medida prisioneros de una visión heredada de la filosofía y ello hace que nos sea difícil ver el valor de corrientes “menores” como los presocráticos o los sofistas. Como lo ha señalado Carl Sagan, que diferente sería la historia de la civilización si en lugar de los textos de Platón se hubiesen conservado los de su archirrival Demócrito. Por cierto, como bien destacas, tampoco los que defienden una visión diferente del filosofar están al abrigo de este peligro de creerse los “nuevos elegidos”, los “ungidos” de un saber único, lo que no sólo tendría consecuencias prácticas con relación a los demás colegas y acarrearía las rencillas típicas de los que comparten intereses profesionales comunes, sino, lo que es mucho más grave, tendría importantes consecuencias en el tratamiento del otro, del sujeto que asesora la filosofía clínica. El hecho de que la filosofía clínica entre a competir con otra disciplinas como la psicología o que incluso compita dentro del marco de su propia disciplina no me parece malo en sí mismo. Lo malo sería que esa competencia tenga consecuencias negativas en la propia práctica o asesoría. Se corre el riesgo de reproducir ese patrón de sabio-aprendiz, de maestro-discípulo, por lo demás tan útil en el aprendizaje de ciertas destrezas, pero que a menudo empobrece la visión del otro y de uno mismo, y desconoce ese elemente de mutuo autodescubrimiento que debe tener toda interacción humana y que tu recalcas constantemente.
Por otro lado considero que esa apertura de la filosofía a otras corrientes de pensamiento, sobre todo, a las nuevas corrientes científicas y los problemas que platean, es indispensable para la filosofía, para darle renovado interés y ampliar permanentemente su propio horizonte de sentido. Creo que tan peligrosa es la visión de un filosofar que se cree autosuficiente y no requiere de otros saberes para su constante actualización, como la de aquellos que creen que la filosofía ha muerto, sea Marx o Hawking o quien sea, pues a ellos se les podría señalar que “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Por cierto no sé si el uso de la teoría general de sistemas y el cultivo de cierta sensibilidad holística o mística pueda evitar que la filosofía se encierre en sí misma, en todo caso creo indispensable mantener una posición de cautela frente a esa disposición de querer imponer a los demás certezas definitivas o ideologías omnicomprensivas. Si de algo sirve la filosofía es de antídoto a esas falsas ilusiones que se nos tratan de imponer como verdades últimas. Y lo peor que le puede pasar a la filosofía, según mi opinión, es convertirse en una nueva forma de religión o dogma.
Apreciado Carlos Blank, agradezco enormemente su amabilidad y la generosidad de su tiempo al leer y comentar mi texto.
Creo que no deja de sorprender la idea de que la humanidad compartida, nos lleve a pensar que a veces lo mejor de nosotros, brota de lo peor de nosotros.
Carlos, a veces siento que todos los día asistimos a un drama, a una comedia, donde los roles que jugamos nos imprimen unos modos de relación, en donde lo que señalamos hoy, debería llevarnos a reconocer que mientras el índice de mi mano apunta en una dirección, otros tres se orientan hacia mí, y que quizá en el afán de diferenciación, terminamos excluyendo, discriminando y cayendo en la propia red que hemos tendido para otros…
Así ocurre con el acendro de la ciencia y la tecnología, perseguida por tanto tiempo por la religión, hoy, como en tantos otros paradigmas, el búmeran comienza a dar su giro, y asistimos a la religión de la ciencia, tan perversa y nociva como aquella que la persiguió. Desacralizar las estrellas y hacer de la naturaleza un simple recurso natural, y del hombre pura fuerza de trabajo, parece ser el temible hallazgo que ha degenerado en bosques devastados, ríos secos y el aire envenenado.
¿A qué podrá llevarnos una filosofía que se enrosca en sí misma? Quizá a la profunda alerta que usted nos regala con su comentario, a “convertirse en una nueva forma de religión o dogma”… y a mí eso me asusta… y mucho.
Otra vez, muchas gracias.
Hernán.
P.D. Lamento no haberle respondido antes, realmente desconocía esta BELLA publicación que el Dr. David de los reyes hizo. Para él mi gratitud por su ejercicio de divulgación generosa.
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