La
importancia del filosofar
(en clave popperiana)
Carlos Blank [1]
Resumen
Este trabajo no
pretende seguramente aportar nada nuevo a la filosofía práctica. Nuestro
propósito, más bien, es hacer algunas
reflexiones acerca del filosofar mismo desde una perspectiva popperiana, pues
consideramos que ella puede suministrar algunas herramientas útiles para
aquellos que se ocupan de la filosofía
práctica y la aplican. Se trata de ver a la filosofía como una actividad
crítica de las nociones o creencias compartidas que aparecen como “sentido
común”. En definitiva, consideramos que una filosofía práctica puede cumplir un
papel útil, incluso indispensable, si nunca pierde ese aguijón crítico, aguijón
que es también indispensable en la llamada filosofía académica.
Palabras Clave: Filosofía
práctica, sentido común, realismo, criticismo, responsabilidad intelectual
Introducción: el “revival” o retorno de la filosofía
Hay, al menos, un problema filosófico en el que todos los
hombres de pensamiento están interesados: el de comprender el mundo en que
vivimos, y, por tanto, el de comprendernos a nosotros mismos (que formamos
parte de ese mundo) y a nuestro conocimiento de él.
Karl Popper
Nadie puede negar el auge que ha adquirido la filosofía en
las últimas décadas. La filosofía ha pasado de ser una disciplina intelectual
confinada a un ámbito académico restringido y elitesco, a ser una disciplina de
creciente interés público general. La
filosofía no es vista solamente como un idioma de filósofos para filósofos, con
todos los matices problemáticos y de ambigüedad que tal sistema de comunicación
conlleva, sino como un idioma que puede ser compartido por todos aquellos que
tienen un mínimo de interés en ciertas cuestiones básicas de las que se ocupa
la filosofía. La filosofía ha salido de la academia y ha vuelto al foro
público, al ágora de las opiniones comunes.
La interpretación de este hecho puede variar
considerablemente, lo que en sí mismo constituye un hecho favorable. Pues
algunos opinan que este nuevo enfoque exotérico del filosofar constituye una
peligrosa amenaza para la conservación de los tesoros y de la riqueza que
encierra la filosofía, consideran que este despertar de la filosofía puede
amenazar la fuente misma de la que se nutre el verdadero filosofar, sería, en
fin, una trivialización, banalización y mercantilización del auténtico filosofar.
Mientras que otros opinan precisamente lo contrario, la
filosofía saldría así de ese ámbito puramente escolástico y académico en el
cual se encuentra, recobraría para sí su vena original, el pulso vital del que
suelen carecer las discusiones bizantinas y anodinas en las que a menudo se
encierran los círculos filosóficos ad
usum, recobraría, en definitiva, la verdadera sabia vital y amor a la
sabiduría de la que depende su existencia.
Este contraste de opiniones, bastante caricaturizado por
nosotros, constituye algo positivo y pone en evidencia el carácter polémico que
encierra el filosofar mismo. Es posible que cada una de estas posiciones
encierre algo de verdad y no sean tan contradictorias como pudieran parecernos
en principio.
Nuestro objetivo es el de conciliar en lo posible ambas
posiciones y reconocer de entrada la necesidad de los ámbitos del filosofar, la
academia y el ágora, sin pretender sostener ningún purismo filosófico
excluyente. Para ello, utilizaremos el hilo conductor de la filosofía
popperiana, en la cual encontramos elementos interesantes de comparación con este nuevo movimiento
filosófico que se agrupa bajo la denominación de filosofía práctica[2].
De hecho Popper representa, al igual que Russell, la posibilidad de reflexionar
dentro un ámbito bastante técnico y especializado de la filosofía académica y
al mismo tiempo reflexionar sobre cuestiones políticas y éticas de interés más
general, aunque no menos importantes.
Caricatura de Boligan
El oficio de filósofo
Pienso que todos los hombres y las mujeres son filósofos,
aunque unos lo son más que otros.
Karl
Popper
Sin duda la filosofía de Popper constituye una de las
defensas más sólidas del oficio de filosofar. Contrariamente a la tesis de la
impotencia o irrelevancia de la filosofía, él ha destacado precisamente la
importancia de la filosofía y la influencia decisiva que ha tenido en el
desarrollo de la civilización occidental, ya sea para bien o para mal. Por
ello, una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo consiste en revisar
críticamente la propia tradición filosófica y en “romper con la deferencia hacia los grandes
hombres creada por el hábito”, pues los “grandes hombres pueden cometer grandes
errores.” (Popper 1981:10) Muchos “genios filosóficos” o “gigantes filosóficos”
han metido la pata de tamaño gigante y han hecho que otros sigan sus metidas de
pata pantagruélicas.
La apologia pro vita sua de la filosofía es
inseparable de esta visión crítica de sí misma y pasa por reconocer que la
filosofía profesional y académica ha tenido un pobre desempeño. Llama la
atención ante el hecho de que la tradición presocrática, que dio origen al
filosofar y al pensar crítico, aparece mucho antes de que surgiera la filosofía
profesional y académica. Para Popper el verdadero espíritu filosófico tiene sus
raíces en los problemas cosmológicos de los jonios, así como en la lucha contra
los prejuicios dominantes que debían vencer. Esta tradición fue continuada por
los sofistas y Sócrates en el plano moral y político. La filosofía se erige
como una visión crítica de la tradición de sentido común heredada, como una
suerte de ilustración de ese sentido común. El sentido común constituye la
materia prima a partir de la cual se elabora el pensamiento filosófico, es su
punto de partida, aunque, como veremos más adelante, no puede ser su punto de llegada, su última
palabra.
De este modo, la filosofía está desde su origen emparentado
con los modos tradicionales de pensar y del sentido común, aunque su labor
consiste precisamente en llevar a cabo una revisión crítica de éstos.
Todos los hombres y todas las
mujeres son filósofos. Si ellos no son conscientes de tener problemas
filosóficos, ellos tienen, de cualquier modo, prejuicios filosóficos. Muchos de
estos son teorías que ellos dan por
descontado: ellos los han absorbido de su medio intelectual o de la tradición.
Como algunas de estas teorías
son sostenidas conscientemente, son prejuicios
en el sentido de que se sostienen sin un examen crítico, aunque pueden
ser de gran importancia para las acciones prácticas de la gente y para toda su
vida.
Es una apología de la
existencia de la filosofía profesional el que los hombres necesitan examinar críticamente estas extendidas e
influyentes teorías. (Popper 1996: 179)
Es posible que algunos puedan entender este enfoque de la
filosofía como demagógica. Y es posible que pueda conducir a cierta demagogia.
Pero reconocer que todos somos filósofos, no implica que toda filosofía sea
igual, que cualquier filosofía tenga el mismo valor. Esta visión “democrática” de
la filosofía sí está reñida, en cambio, con una visión elitista o
aristocrática del filosofar, como si
fuese una actividad de seres superiores dotados de capacidades cuasidivinas,
tocados por el dedo de los dioses. Si algo va a atacar justamente Popper es ese
lenguaje oracular, con ribetes místicos, de aquellos que se erigen como
profetas de la humanidad. La labor del filósofo consiste entonces en denunciar
los falsos profetas que siempre abundan, ya sean profetas del desastre o de un
futuro paradisíaco. El filósofo no está dotado de ningún atributo que lo haga
un ser especial o capaz de comprender los arcanos de la realidad mejor que
cualquier otro. Quienes así piensan son
presa fácil de charlatanes y embaucadores, de gurús o führers.
El verdadero filosofar debe estar orientado al desarrollo
del pensamiento autónomo, al pensar libre e independiente de cada uno. En lugar
de imponer dogmas, el filosofar debe liberarnos de cualquier dogma, debe ayudar
a liberarnos de “la tiranía de la costumbre”, como dice Russell. El filósofo
debe ser contrario a imponer sus ideas con autoridad. En cambio, debe estar
dispuesto a reconocer que todo conocimiento carece de autoridad definitiva, de
fundamento seguro. Reconocer la incertidumbre básica y la falibilidad en la
cual se desenvuelve el conocimiento humano es posiblemente uno de los aportes
más importantes de la filosofía y la ciencia.
De la cita anterior se desprende también que la filosofía profesional no está al
margen de los intereses y de las preocupaciones de la gente, y que puede ser
una herramienta útil para comprender mejor estas preocupaciones y para revisar
críticamente sus propias creencias y opiniones.
Caricatura de Boligan
Los pecados de la filosofía
La especialización puede ser
una gran tentación para el
científico.
Pero para el filósofo es un pecado mortal.
Karl Popper
Nada es más revelador de la propia concepción de la
filosofía de Popper que enumerar los pecados y las tentaciones más comunes a
las cuales está expuesto el filosofar. Esto es, antes de configurar una imagen
de lo que la filosofía es o debe ser, debemos revisar aquello que no es o no
debe ser.
Pero antes de hacer esa enumeración cabe destacar que los
peores pecados del filósofo, y los más frecuentes, son la especialización y la
soberbia intelectual, pecados estos que
derivan de esa visión elitista y antidemocrática
que antes mencionamos y que surgen a partir de su profesionalización. No niega
que cierto grado de especialización, en lógica y metodología por ejemplo, ha
permitido resolver problemas técnicos o específicos[3].
Sin embargo, encerrar a la filosofía dentro de un dominio especializado o
convertirlo en una disciplina científica, como quería el positivismo lógico,
constituye un grave error. La filosofía no debe ser más precisa o exacta de lo
que sus propios asuntos requieren, como veremos más adelante en el punto 7.
Por otro lado, la manía de usar un lenguaje engorroso,
abstruso y hermético, de usar una “jerga altisonante” o “grandes palabras”, de
usar esa “filosofía oracular”, constituye otro de los pecados más frecuentes de
los filósofos y revela esa soberbia intelectual y aires de superioridad con la
cual a menudo se identifica al filósofo. Ese lenguaje ambiguo y confuso revela,
con mucha frecuencia, una falsa
erudición y suele utilizarse para protegerse de la crítica racional. En cambio, la claridad del lenguaje hace
posible esa crítica y no está o no debe
estar reñida con la profundidad del análisis ni con la importancia o relevancia
del tema.
A continuación enumeramos los pecados más frecuentes en los
que incurre la filosofía.[4]
1) La filosofía consiste en resolver “acertijos lingüísticos”. Para Popper esta visión rebaja la filosofía a mera actividad de aclaración de los juegos del lenguaje en el que surgen las diversos “puzzles” filosóficos y, peor aún, niega la existencia de problemas genuinamente filosóficos. Estos juegos de lenguaje están encarnados en formas de vida y pueden ser comprendidos solamente si se comparten estas formas de vida. Esto da origen a lo que Popper llama “el mito del marco común” y desemboca en el relativismo, al subjetivismo y, en definitiva, al irracionalismo. Buena parte del conocido debate Popper vs. Kuhn sobre la ciencia tiene que ver con este punto. Como el punto 6, está fuertemente asociado a la filosofía tardía de Wittgenstein.
2) La
filosofía es una serie de obras de arte, de asombrosas y originales imágenes
del mundo, de formas inteligentes e inusuales de describir el mundo. Podríamos
calificar a esta versión de expresionista o esteticista. La filosofía es una
expresión del filósofo y de su búsqueda de crear obras de arte filosóficas,
lienzos hermosos y originales. Platón sería quizás el filósofo más
representativo de esta visión esteticista de la filosofía según Popper, del
filósofo-artista, de allí el utopismo y perfeccionismo que desembocan
finalmente en medios totalitarios de control social.
3)
La verdad de la filosofía es un subproducto del desarrollo de los diversos sistemas de ideas, una suerte de
desarrollo dialéctico del filosofar, en el cual el último sistema supera y
mantiene las verdades parciales de los sistemas de ideas anteriores. Esa es la
visión que tenía Aristóteles de los presocráticos y del propio Platón o la que
tenía Hegel de su propia filosofía. Para Popper esta visión no hace justicia a los
precursores de los cuales surge, como el caso de los presocráticos o como el
caso de la filosofía kantiana en relación con Fichte y Hegel.
4)
La filosofía es un intento por clarificar, analizar o definir conceptos,
palabras o lenguajes. Como en el primer punto, la aclaración del lenguaje puede tener un valor propedéutico o
preliminar, pero no puede ser el fin último de la filosofía. Aunque en la filosofía popperiana el lenguaje desempeña
también un papel fundamental y está en la base de su teoría acerca del Mundo 3,
esta visión puramente lingüística del filosofar conduce casi siempre a la
esterilidad y al escolasticismo, al aislamiento y a la trivialización. La
filosofía se ocupa de problemas reales y no meramente lingüísticos o verbales.
Preguntas como “qué es” o “cómo se
define” algo no suele llevarnos muy lejos. Ese “esencialismo metodológico” en
el que el filósofo es visto como una especie
de cazador de esencia puras, de verdades eternas e inmutables, no sólo
es un ejercicio inútil sino también bastante peligroso, en la medida en que ve
la filosofía como la posesión de verdades permanentes, en lugar de la búsqueda
permanente de la verdad. Esta visión de la posesión de la verdad y de “la justa
visión del mundo” o del “mundo sub
especie aeterni” (Wittgenstein) suele estar acompañada de una visión
mística. Este esencialismo metodológico
suele venir acompañado también de una visión historicista, en la que la pregunta
capital es ¿de dónde surge o cuál es el origen de algo? De nuevo se trata de
preguntas que debemos hacernos cum grano
salis, pero sin pretender que agotan la pesquisa del filosofar.
5)
La filosofía es una manera de ser inteligente. Aunque ello no merece mayores
comentarios para Popper, entendemos por esto que el filósofo no debe sentir el
prurito de aparecer siempre inteligente, como alguien que tiene una respuesta
aguda para todo. De hecho, el filósofo no debe sentir temor a reconocer su
ignorancia, no debe sentir reticencia a afirmar ignoramus –no sabemos- o incluso ignorabimus –nunca sabremos. Si la soberbia intelectual es uno de
los pecados más comunes del filósofo, una de sus mayores virtudes es la
modestia intelectual.
6)
La filosofía es una suerte de terapia para ayudar a la gente a resolver, o
mejor disolver, sus perplejidades filosóficas. Como en el punto 1 y
parcialmente en el 4, la filosofía carece de problemas propios, son más bien
pseudoproblemas que tienen su origen en el mal uso del lenguaje, surgen cuando
“el lenguaje se va de vacaciones”, en la conocida expresión de Wittgenstein. Sin negar que este pueda a veces ser el caso, no se puede reducir la
filosofía a una cura de las perplejidades filosóficas. Es muy posible que esa
cura, de ser posible, arroje el agua sucia junto con el bebé. El propio
Wittgenstein se mantuvo atrapado como la mosca en la botella, se mantuvo
embistiendo contra los propios límites del lenguaje y hablando acerca de una
serie de cosas sobre las cuales no se podía hablar o se debía mantener en
silencio. Para Popper Wittgenstein era
un caso wittgensteiniano, así como Freud era un caso freudiano.
7)
La filosofía es el estudio de cómo expresar las cosas más precisamente o más
exactamente. Esta visión está estrechamente vinculada con el punto 4, con la
idea de que los problemas filosóficos se resuelven una vez que damos una
definición precisa y exacta de los conceptos en juego. Esta búsqueda de precisión
y exactitud no puede tampoco convertirse en el fin último del filosofar y debe
ser aplicado también cum grano salis.
Este desiderátum no puede ir más allá de lo necesario para el tratamiento de
los problemas filosóficos. En este punto nuestro autor coincidiría parcialmente
con Wittgenstein II y su crítica del carácter universal de estos conceptos de
precisión y exactitud al margen del tema considerado.
8)
La filosofía suministra los fundamentos o el marco conceptual para resolver
problemas presentes y futuros. Contrariamente, la filosofía popperiana reconoce
la imposibilidad de encontrar fundamentos últimos del conocimiento, la propia
base científica está sostenida en una suerte de pantano móvil, es una suerte de
palafito que debe ser revisado permanentemente. Igualmente se opone a toda concepción
de un método infalible y completamente seguro
para la resolución de problemas, más allá de ciertos ámbitos de la
matemática y la lógica.
9)
La filosofía es una expresión del espíritu de su tiempo o Zeitgeist hegeliano.
Esta concepción de la filosofía es errada y confunde verdad o valor con moda o actualidad. La filosofía, como la
ciencia, está a menudo sometida a modas,
pero debemos combatir las modas en lugar de aceptarlas de modo acrítco. El “espíritu de la época” con frecuencia no es
precisamente lo más elevado, sino todo lo contrario.
A continuación esbozaremos la concepción de la
filosofía defendida por Popper y que aquí hemos delimitado de forma negativa. Esto nos lleva a delimitar mejor los
problemas filosóficos.
Caricatura de Boligan
Los problemas de la filosofía
Mi propia opinión sobre este
punto es que sólo en tanto
tenga yo genuinos problemas filosóficos continuaré
interesándome por la filosofía. No puedo entender que atractivo tendría una
filosofía sin problemas.
Karl Popper
Ya
señalamos que para nuestro autor la búsqueda de esencias puras o de
definiciones últimas no es la forma más adecuada de aproximarse a una
disciplina o asunto, por eso mismo la búsqueda de una definición de filosofía
carece de importancia y supone una visión trasnochada de las disciplinas
intelectuales en las que cada una se ocupa de un tema o un objeto específico. En lugar de ello plantea la necesidad de
partir de problemas, “pues los problemas pueden atravesar los límites de
cualquier objeto de estudio o disciplina” (Popper 1979: 81) La cuestión que
cabe preguntarse es entonces: ¿cuál es el carácter de los problemas
filosóficos? en lugar de preguntarnos ¿qué es filosofía?
Como es bien conocido, Popper siempre
adversó la tesis wittgensteiniana de que
no hay problemas genuinamente filosóficos. Sin embargo, le conferiría parcialmente
la razón si con ello quisiera decir que no hay problemas filosóficos ‘puros’, “pues,
en verdad, cuanto más puro llega a ser un problema filosófico más pierde su
significación original y tanto más probable que su discusión genere en un
verbalismo vacío.” (Popper 1979: 88s)
Esta degeneración de la filosofía es producto del autismo o del
aislamiento de la filosofía de los “problemas
que surgen fuera de la filosofía; en
la matemática, por ejemplo, o en la
cosmología, o en la política, o en la religión, o en la vida social.”(Popper
1979: 86)[5] De este modo, “los genuinos problemas filosóficos tienen siempre sus raíces en
problemas urgentes que están fuera de la filosofía, y aquellos mueren si sus
raíces se resecan.” (p. 86) Del hecho de que los problemas filosóficos
tengan su origen fuera de la filosofía
propiamente dicha o de que sean
eventualmente solucionables fuera de ella, en las ciencias, no se
desprende que éstos no existan o carezcan de validez. Por el contrario, esta
tesis le parece “no sólo pedante, sino también, manifiestamente, el resultado
de un dogma epistemológico y, por ende, filosófico.” (p. 89)[6]
Wittgenstein
decía, entre otras tantas cosas, que él
método correcto en filosofía consiste en dejar de filosofar cuando yo quiero o
en mostrar que no hemos sido capaces de dar un significado a nuestros términos.
Es cierto, concede Popper, que con frecuencia la expresiones filosóficas no son
“más significativas que el balbuceo incoherente de un niño que aún no ha
aprendido a hablar con propiedad”. (p. 82) Pero es un error creer que el
filosofar consiste en la búsqueda del
método correcto o de la técnica correcta, pues no hay “un método o una técnica filosóficos, o
una clave infalible para el éxito filosófico”
(p. 86) y, en cambio, “cualquier método es legítimo si conduce
a resultados que pueden ser discutidos racionalmente” (p. 87)[7]
A la hora de filosofar lo importante no es apegarse a un método específico o
una escuela determinada, “sino la sensibilidad para los problemas y la ardiente
pasión por ellos; o como decían los griegos, el don del asombro.” (p. 87) La filosofía existe, entonces, en la medida en
que “hay quienes sienten urgencia por resolver un problema, personas para
quienes un problema se convierte en algo real, como un desorden que tienen que
eliminar de su sistema.” (p. 87) Y podríamos añadir que en la medida en que
todos hemos sentido alguna vez esa urgencia o necesidad, en esa misma medida todos
somos o hemos sido filósofos, independientemente de que hayamos tendido o no
una formación filosófica[8].
Es esa sensibilidad particular hacia determinados problemas sentidos como
reales lo que mantiene y mantendrá vivo el filosofar, más allá de la existencia
de filósofos profesionales o con entrenamiento filosófico. El filosofar supone
precisamente el experimentar esta necesidad ineludible de plantearnos problemas
reales, aun cuando en la mayoría de los casos no tengan una solución definitiva.[9]
A continuación veremos mejor como estos
problemas surgen a partir de un “conocimiento de transfondo” (“background
knowledge”) y hunden profundamente sus raíces en nociones o creencias comunes
preexistentes. Así, el sentido común suministra ese conocimiento de transfondo
desde el cual se plantean los problemas filosóficos.
Caricatura de Boligan
La filosofía y el sentido común
La
ciencia, la filosofía, el pensamiento racional deben
surgir todos
del sentido común.
Karl
Popper
Puede resultar una verdad de Perogrullo
la afirmación de que toda discusión debe partir de algo que discutir. Los
problemas o las cuestiones no surgen de la nada o del vacío, deben surgir de un
determinado contexto o transfondo particular, a partir del cual ellas tienen
algún sentido. Por lo general ese transfondo de sentido es lo que conocemos
precisamente como “sentido común”, como las prenociones o preconceptos que
asumimos de modo conciente o también inconcientemente.
A simple vista puede parecer
contradictorio que veamos la filosofía como una disciplina que busca liberarnos
de “la tiranía de la costumbre”, como decíamos antes, y que digamos que toda
filosofía debe partir del mundo de “sentido común”. Pero bien mirado, no es
así. Al contrario, sólo podemos liberarnos de la tiranía de la costumbre y de
nuestras creencias más atrincheradas, si somos capaces de identificarlas y de
reconocerlas. Por eso es que debemos partir del sentido común, de las nociones
que nos suministra. Por ello mismo se trata, sin duda, de un punto de vista
bastante débil o poco firme. “Comenzamos, pues, con un punto de partida vago y
construimos sobre una base insegura” (Popper 1974: 42), dice Popper. Sin
embargo es una base suficiente, pues no andamos buscando fundamentos firmes o
certezas últimas, sino opiniones que podemos revisar, criticar y corregir
cuando queramos. Para él “siempre que seamos críticos con todo lo que se diga
en nombre del sentido común, es recomendable partir de él, por muy vagos que sean
sus puntos de vista” (Popper 1974: 104) Es en ese sentido que podemos
considerar a “toda ciencia y toda
filosofía son sentido común ilustrado.” (Popper 1974: 42) Dicho de otro modo, la
ciencia y la filosofía surgen como crítica de los mitos religiosos dominantes,
lo que se conoce normalmente como el paso del mithos al logos. De hecho
podemos definir a las teorías científicas, siguiendo a Popper, como “mitos que se pueden corregir”. La
filosofía y la ciencia son una actividad permanente de desmitificación, de
crítica racional de los mitos más frecuentes y peligrosos, que suelen ser
también los más persistentes y difíciles de abandonar, “pues las creencias
erróneas pueden tener un asombroso poder para sobrevivir, durante miles de
años”. (Popper 1979: 15) Y en la medida en que ambas son fuentes de mitos, son
también una actividad de autocrítica
permanentemente. Este fue también el
propósito de Sócrates.
El arte mayéutico de Sócrates consistía, esencialmente, en plantear interrogantes destinados a destruir prejuicios, creencias falsas que son a menudo creencias tradicionales o de moda, respuestas falsas enunciadas con un espíritu de suficiencia ignorantes. Sócrates no pretende saber …La mayéutica de Sócrates, entonces, no es un arte que pretenda enseñar creencia alguna sino que tiende a purificar o limpiar…el alma de sus creencias falsas, su conocimiento aparente, sus prejuicios. Logra ese objetivo enseñándonos a dudar de nuestras convicciones. (Popper 1979: 20)[10]
Los prejuicios tardan en morir. Einstein
decía que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. La labor de
toda filosofía, no menos que de toda ciencia, consiste en evaluar críticamente
nuestras ideas preconcebidas, nuestras opiniones heredadas. El sentido común
ofrece dos caras: una cara sensata y saludable, el realismo, que podemos
incorporar en nuestra concepción del
conocimiento del mundo y de nosotros mismos,
y una cara insensata y enfermiza, el idealismo, que debemos criticar en
la medida en que se aleja del realismo inicial.
Caricatura de Boligan
El sentido común
es un partidario acérrimo del realismo
Karl
Popper
La filosofía
suele debatirse entre posiciones contrapuestas entre las que es imposible
decidir su verdad o su falsedad. Una de estas es la que se da entre el realismo
objetivista y el idealismo subjetivista. A menudo se ha dicho que el solipsismo
es falso pero irrefutable, mientras que el realismo es verdadero pero
indemostrable. La idea de que no existe un mundo real sino sólo nuestra
percepción de ese mundo real, de que el mundo real sólo existe en la medida en
que lo percibo o pienso en él, nos parece absurda y contraria al más elemental
sentido común. Sin embargo, todo intento por refutarla es vano. Del mismo modo,
la idea de que existe un mundo real independientemente de nuestras percepciones
y pensamientos, de que ha habido un mundo antes de que existiésemos y de que
seguirá habiéndolo después de que dejemos de existir, nos parece una de las
afirmaciones de sentido común más importantes. Sin embargo, es indemostrable.
De una sana
concepción del sentido común podemos extraer la existencia tanto de la
conciencia, de la mía y de la de otros, como de un mundo real independiente.
.Aunque no compartamos el sentido apodíctico que Descartes le daba a la
conciencia, podemos admitir “de buena gana que es una prueba de sentido común
bueno y sano el creer en la existencia del propio yo pensante” (Popper 1974:
44) Sin duda Descartes era realista, pues afirmaba la existencia de la
conciencia, pero no sólo de ella, sino también de un mundo material externo e
independiente. Sin embargo, Popper no comparte la absoluta seguridad e
inmediatez que según Descartes acompaña al yo, eso que Rorty ha llamado “el
acceso privilegiado” a nuestras propias experiencias internas. Esta aparente
inmediatez y seguridad de nuestros propios estados mentales, es algo que
adquirimos con el tiempo y es en gran medida producto del aprendizaje y de
nuestra interacción con otros a través del lenguaje. No nacemos siendo un yo,
aprendemos a serlo. Piaget diría que aprendemos a tener conciencia de la
permanencia de los objetos y de la existencia de otros sujetos como de mi
mismo. El elemento innato en Popper, como en Piaget, sería nuestra
disposición a buscar regularidades,
nuestra expectativa de regularidad.
Sugiero, por el contrario, que no hay nada directo o inmediato en nuestra experiencia: hemos de aprender que tenemos un yo que se prolonga en el tiempo y continúa existiendo incluso durante el sueño o la inconsciencia total y también hemos de aprender cosas sobre nuestro cuerpo y el de los demás. Se trata de descifrar o interpretar. Aprendemos tan bien a descifrar que todo se nos vuelve muy “directo” o “inmediato”…..El aparente carácter directo e inmediato es el resultado del entrenamiento, como ocurre al tocar el piano o conducir un coche. (Popper 1974: 44)
Resulta irónico que la filosofía de
Descartes parta de la existencia del yo y desemboque en la afirmación de
sentido común de la existencia de un mundo real independiente, aunque se
mantenga dentro de una epistemología subjetivista; en cambio, la filosofía
empirista parte de la afirmación de
sentido común de la existencia de un mudo externo y desemboca en la afirmación,
tan alejada del sentido común, de que el
mundo exterior es producto o existe solamente en nuestra experiencia, en
nuestras percepciones, creencias subjetivas o hábitos mentales. El empirismo
desemboca en el idealismo y en el conductismo, en la negación de la realidad y
de la conciencia. La epistemología del
sentido común desemboca en una filosofía que atenta contra el sentido común,
“la teoría del conocimiento del sentido común, que siempre parte de una forma
de realismo, acaba hundiéndose en la ciénaga del idealismo u operacionalismo
epistemológico”, con lo cual “se refuta a
sí mismo.” (Popper 1974: 104s)
Se requiere entonces de una teoría que
reconozca no sólo la existencia de un mundo físico real y el mundo subjetivo de
la conciencia, en concordancia con el realismo de sentido común, sino que
también reconozca la existencia de un mundo objetivo como producto de la
creatividad humana, pero que se vuelve
relativamente autónomo e independiente de su creador, el que Popper llama Mundo
3, para diferenciarlo del Mundo 1 o
físico y el Mundo 2 o subjetivo. En este Mundo 3 se incluyen el conocimiento
científico, estos es, las conjeturas o hipótesis, las instituciones sociales,
las obras de arte, la ética, entre otros inquilinos que lo habitan. Para rescatar a la epistemología tradicional
de su marcado tinte subjetivista se requiere
del reconocimiento del carácter objetivo del conocimiento, el cual ha
sido ignorado por el sentido común.[11]
Y ello nos lleva al siguiente punto.
Caricatura de Boligan
Los mitos del sentido común
Toda ciencia y toda filosofía son sentido común ilustrado
Karl
Popper
Ya vimos
que la razón básica por la cual Popper
considera valioso el sentido común es porque supone la defensa del realismo y
la crítica al idealismo.[12]
Más allá de esto el sentido común es una fuente de errores frecuentes, de
creencias falsas e incluso peligrosas por sus consecuencias, por lo que resulta indispensable su crítica. Nos
llevaría muy lejos tratar todos los mitos que la filosofía de Popper se ha
ocupado de desmontar y que tienen respaldo en el sentido común o son
ampliamente aceptados. Ya nos hemos ocupado de ello en otros trabajos[13],
por lo que aquí solamente haremos una breve descripción de algunos de ellos:
1) El mito baconiano de la inducción o de la ciencia como un cubo: La ciencia se basa en el Método de inducción, esto es, las teorías científicas se infieren a partir de la observación repetida de la experiencia y lo que se busca son confirmaciones. Como se sabe, Popper recusa este método y sostiene que la lógica inductiva no existe, solo existe la lógica deductiva y su aplicación tentativa en forma de testeo o intentos de falsación. Por otro lado, toda observación está impregnada de teoría y juega un importante papel en su testeo o puesta a prueba. La pseudociencia busca siempre verificaciones de la teoría, mientras que la verdadera actitud del científico consiste en reconocer las potenciales experiencias o enunciados básicos que ponen en riesgo la teoría, expone su cuello, por así decir.
2)
El mito de la mente humana como un
cubo: es una variante del anterior. Supone que la mente humana es una suerte de
recipiente vacío que llenamos a medida que adquirimos experiencias. Los
sentidos son la fuente del conocimiento, por lo que debemos estar bien atentos
y abrir bien esos sentidos para acumular conocimiento. A ello contrapone la
mente como un reflector o faro, en el sentido de que la mente humana es activa
desde el comienzo en la exploración de la realidad y contiene siempre un
“horizonte de expectativas”, sin el cual no tendrá sentido siquiera hablar de
observaciones. Este también se relaciona con el siguiente.
3)
El mito de la verdad manifiesta: consiste en
la creencia de que la verdad puede estar cubierta con un velo, pero siempre es
posible develarla y que una vez que lo hemos hecho es imposible no reconocerla.
La ignorancia y el engaño serían entonces producto de una conspiración de una suerte
de “genio maligno” que trata en todo
momento de mantenerme en el error. En lugar de la posesión de la verdad, Popper
insistirá siempre en el valor de la búsqueda de la verdad, en la verdad como
ideal asintótico o aproximativo. La verdad es elusiva y es posible que no podamos
reconocerla si nos tropezamos con ella (Jenófanes)
4)
El mito de la certeza o del
conocimiento con autoridad: confundir conocimiento con certeza o con autoridad
es uno de los mitos más recurrentes. Desde los comienzos de la filosofía se ha
insistido en la diferenciación entre opinión y ciencia. Solamente podemos
hablar de conocimiento allí donde hay certeza de algo, no mera opinión. Para
Popper la certeza depende de factores externos también y es un error confundir
la certeza con un sentimiento interno de seguridad, pues este sentimiento es
siempre falible. No hay ninguna fuente infalible de autoridad. El punto de
vista subjetivo del conocimiento, basado en la creencia verdadera o certeza,
debe ser sustituido por el conocimiento en sentido objetivo y conjetural.
5)
El mito de la conspiración o del chivo
expiatorio: se trata posiblemente del mito más frecuente y socorrido en el
campo social. De hecho, Popper lo denomina “el mito del Siglo XX”, aunque tiene
un origen bastante antiguo. Se trata de adjudicar todos los males sociales a
fuerzas ocultas que trabajan para ello, a personas malvadas interesadas en
provocar deliberadamente estos males. Está en la base de muchas persecuciones y
genocidios a lo largo de la historia. Este mito desconoce la complejidad de la
acción humana y sus consecuencias imprevistas. En su lugar, Popper plantea que
muchos de los males sociales son
producto más bien de la combinación de la bondad o buena intención y de la ignorancia
o estupidez. También es muy socorrido en el plano personal, pues siempre es más
fácil culpar a otros de algo que reconocer nuestros propios errores.
6)
El mito de la naturaleza humana y
de la igualdad humana: La idea de que existe una naturaleza humana presocial
está en la base de buena parte de las teorías sociales liberales. Y ha dado
origen a las más variadas concepciones. El peligro es que esta concepción de
una naturaleza humana presocial da para todo, tanto para defender una
concepción igualitaria como autoritaria de la sociedad y el Estado. La creencia
en la igualdad natural del hombre, no solo contradice la experiencia, sino que
pasa por alto lo más importante: la igualdad, como también la libertad, no son
estados naturales, sino derechos políticos. El derecho a la igualdad supone
precisamente la desigualdad natural, social, etc.
7)
El mito de la felicidad humana y
del amor universal: este es uno de los más peligrosos mitos, pues ha sido en
nombre de la felicidad del pueblo y del amor al pueblo que se han impuesto los
mayores tiranos de la historia. Los gobiernos deben enfocarse en disminuir las
penurias del pueblo, que siempre sobran,
y dejar la búsqueda de la felicidad y el amor a la esfera privada del
individuo.
8)
El mito de la soberanía popular y
de la opinión pública: la idea de que la soberanía reside en el pueblo es
también una de las creencias más comunes del credo demo-liberal. Ella conduce a
confundir democracia con el gobierno de la mayoría, aunque una mayoría puede
conducirse antidemocráticamente e irrespetar los derechos de las minorías. Todo
ello parte de una formulación equivocada de la soberanía, de la pregunta ¿quién
debe gobernar? La idea de que los
mejores sean siempre los que gobiernen
constituye una idea bastante ingenua, por cierto, pues muy a menudo ocurre todo
lo contrario. Por eso debemos plantearnos más bien la pregunta de ¿cómo podemos hacer para que haya
instituciones que permitan desalojar del poder a los malos gobernantes sin
derramamiento de sangre?
9)
El mito de la limpieza del lienzo
o sindrome de utopia: la idea de que solamente podemos alcanzar una buena
sociedad si destruimos todo el orden anterior y construimos todo de nuevo, si
pintamos de nuevo en un lienzo en blanco. Se trata de una visión utópica y
holista de la realidad, de una visión estética y mística de una ciudad ideal,
que por lo general solo puede imponerse de modo violento o autoritario. Esta
visión no solo desconoce el carácter evolutivo y en gran parte no deliberado de
las instituciones sociales, sino que se cierra a toda crítica racional, impide
la crítica racional de composturas o reformas parciales o de paso a paso. En el
campo de las relaciones humanas es similar a la persona que siempre termina una
relación porque el otro nunca encaja en el modelo ideal que se ha formado en la
mente y siempre está buscando a la pareja ideal.
10)
El mito del colectivismo: supone
la existencia de entes colectivos y asume una posición de superioridad frente
al individualismo. Se suele identificar el colectivismo con el altruismo y el
individualismo con el egoísmo, de allí que suele exhibir una superioridad moral
y por ello también seduce con bastante facilidad. Esta identificación no
resiste un análisis serio, pues puede haber un egoísmo de grupo así como puede
haber también un individualismo altruista. De hecho, esa es la gran
contribución del pensamiento occidental: la defensa del individualismo junto
con la solidaridad por los menos afortunados.
11)
El mito del historicismo: supone
la posibilidad de conocer el curso o la dirección de la historia a partir de las
leyes de su desarrollo o los ritmos que se repiten en ella. Esto presupone la
existencia de una ley de la evolución histórica y la posibilidad de comprender
el devenir histórico cuando descubrimos esta ley. Pero no sólo no existe dicha
ley, sino que el devenir histórico no tiene ninguna dirección fija hacia algún
punto, en todo caso tendencias que pueden cambiar en cualquier momento. Se
trata, en fin, de una superstición carente de imaginación, pues el futuro
siempre está abierto.
12)
El mito del marco común o
relativismo: supone que todos estamos encerrados o atrapados dentro de marcos
determinados por nuestras costumbres, intereses, creencias, lenguajes, culturas,
y nunca podemos trascender ese marco o salirnos de él. Toda crítica externa a
ese marco carece de validez pues solo puede darse una crítica desde dentro de
esa tradición o marco común, esto es, si compartimos ese marco común. Más allá
de que esta opinión plantea una trivialidad, no podemos discutir sino a partir
de un determinado marco previo, siempre es posible discutir sobre algo aunque
no estemos de acuerdo sobre cuestiones fundamentales. Más aun, es allí donde una discusión se torna
interesante o puede ser realmente enriquecedora, cuando se contrastan marcos
opuestos. La idea de que cada uno tiene su verdad o de que la verdad es
relativa a cada uno, destruye la posibilidad misma de una discusión provechosa
en la que podemos aclarar algo y, tal vez, aproximarnos un poco más a la
verdad. Obviamente ello supone una disposición de tolerancia mutua frente a las
opiniones contrarias.
Caricatura de Boligan
La importancia de la filosofía práctica
De hecho, el valor de la filosofía debe ser buscado en una
larga medida en su real incertidumbre. El hombre que no tiene ningún barniz de
filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido
común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se
han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado
de su razón.
Bertrand Russell
La importancia de la filosofía práctica
no es otra que la importancia de toda
filosofía, de todo filosofar. Por eso hemos querido poner de relieve que
la filosofía, como la entiende Popper, guarda estrecha relación con rasgos
básicos de la filosofía práctica, puede ser entendida perfectamente como una
filosofía práctica. A continuación enumeramos algunos posibles puntos de coincidencia.
1) La filosofía consiste en ocuparse de cuestiones básicas que atañen a todos los hombres, que atañen al ser humano. La filosofía pierde su valor cuando se aísla de estas cuestiones que todos nos planteamos, se encierra en sí misma, y desconoce las raíces extrafilosóficas que alimentan el quehacer filosófico. La filosofía pierde su valor cuando se enfrasca en cuestiones puramente verbales o en meros tecnicismos.
2) La importancia de la filosofía no está en las soluciones
que aporta, pues difícilmente pueda aportar soluciones definitivas o
suministrar un método para la solución de estos problemas. Lo importante del
filosofar reside en que nos permite
desarrollar una sensibilidad particular para el
planteamiento de problemas. Con
todo, la filosofía, como la ciencia, debe aspirar al conocimiento. En ese
sentido, la filosofía debe evitar caer en la complejización innecesaria o en la
simplificación excesiva, utilizando un lenguaje lo más claro y sencillo posible,
y acercándose lo más posible al hombre común.
3) La filosofía debe tener un efecto liberador, debe ayudar a
liberarnos de los moldes estrechos en los cuales solemos encerrar nuestras vidas y nuestros pensamientos, nos
amplia nuestro horizonte intelectual. En ese sentido, toda filosofía
reduccionista es peligrosa pues limita las posibilidades de ampliación de ese
horizonte, lo empobrece en lugar de enriquecerlo. Y todo “ismo” es sospechoso
de reduccionismo. El autentico filosofar debe ayudarnos a liberarnos de la
tiranía de las costumbres, de los hábitos, de las falsas creencias o ideas
preconcebidas que a menudo configuran nuestra existencia.
4) Todos somos
filósofos no quiere decir otra cosa que todos nos hemos planteado alguna vez
cuestiones filosóficas acerca de la realidad o de nosotros mismos y hemos sido
también víctimas de algún prejuicio filosófico. Esto quiere decir también que
todos podemos sacar provecho del filosofar. Todos podemos beneficiarnos de una
actitud crítica frente a nuestras creencias u opiniones más atrincheradas.
5) No existe un método
o una técnica filosófica por excelencia. Si algo nos enseña la mayéutica socrática,
a la que a veces se quiere imponer como “el método”, es que es un “arte”, un
arte que consiste en la disposición o
actitud de permanente búsqueda de la verdad, no en la posesión de la verdad o
del método correcto de filosofar. Todo filosofar debe ser una invitación a
adoptar esta disposición o actitud de búsqueda sin término, de apertura a un
diálogo fructífero y mutuamente enriquecedor, pues siempre debemos
reconocer nuestra propensión al error y
nuestra frágil condición de seres humanos.
6) El principio básico de toda filosofía debería ser “primero,
no dañar” o “primero, no engañar”, pues la
filosofía, como toda actividad, puede verse amenazada por embaucadores,
vividores, farsantes, personas
inescrupulosas que hacen pasar por filosofía una pseudosabiduría, con la única
finalidad de sacar algún provecho económico o para satisfacer su vanidad, sin
tener un verdadero interés por los problemas filosóficos, sin sentir esa
necesidad apremiante de la que hablábamos. En filosofía también cunden los
falsos maestros de sabiduría, los falsos
profetas, los impostores y los falsificadores.
Como en medicina y política, los que más prometen probablemente sean
charlatanes. Pero no hay panacea universal ni piedra filosofal. De allí la
importancia de la responsabilidad intelectual, de la humildad y honestidad como
valores indispensables para contrarrestar cualquier impostura intelectual.
Volviendo
a nuestro tema inicial, creo que es posible saludar esa tendencia actual a
sacar a la filosofía del ámbito puramente académico en el cual se encuentra a
menudo confinada. Recuperar el espacio público, el ágora, le da a la filosofía
una gran vitalidad seguramente. Pero ello no implica que debamos despojarnos
del rigor lógico, del esfuerzo analítico, del espíritu crítico, y asumamos una
posición acomodaticia frente a la opinión pública, que caigamos en una
filosofía de “andar por casa” o “filosofía popular”, de puro sentido común,
como los consejitos de la abuela, o que tengamos una oferta “prêt-à-porter” o
un “menú a la carta” para todos los sabores o gustos, convirtiendo así a la
filosofía en una mera charla de sobremesa, en una forma de matar el ocio o,
peor aún, en un nuevo género de autoayuda, muy en la onda del “New Age”.[14]
Entiéndase
bien, no nos oponemos a que la filosofía pueda ayudarnos a vivir mejor y más
plenamente, pueda servir también de paliativo frente a las penurias de la vida
y ayudarnos a enfrentar incluso a la muerte. Pero no debemos olvidar tampoco,
como Popper nos lo impide, que ha habido muchas filosofías poderosamente influyentes
que han tenido o pueden tener consecuencias devastadoras: el irracionalismo, el
relativismo, el idealismo, el
conductismo, el historicismo. Algunas incluso, como el socialismo, que todavía
hay quienes lo consideran científico y
esperan su advenimiento en pleno Siglo XXI, han cometido los peores crímenes,
han traído muerte y desolación, en nombre del
“hombre nuevo” y de la “conquista
de la felicidad”[15]. En
tal sentido, la filosofía no es inocente tampoco frente a las adversidades del
hombre y no pude presentarse únicamente como una actividad de asesoramiento o
de consolación, un nuevo género de autoayuda o de asesoramiento general, una
suerte de “bildungsroman” o “escuela de vida”, como si ella nunca hubiese roto
un plato, sino que debe “tomar sobre sí
el esfuerzo del concepto”[16],
como decía Hegel, debe tomarse seriamente el esfuerzo de comprender mejor el
mundo en que vivimos y a nosotros como parte de él, como dice Popper. No debemos hacer concesiones al facilismo, al
“pensamiento débil” (Vattimo) o a la “filosofía fácil” (Nagel), por más que ello
pueda traernos fama y fortuna, o por más efecto narcótico que pueda tener sobre
muchos. La labor de la filosofía es una
labor a menudo incómoda, pues ayuda a cuestionarnos nuestras creencias o a
analizar cosas que damos por descontadas o que asumimos de manera inadvertida,
y ello puede ser perturbador, inquietante y amenazante. La importancia de Platón consiste en su particular cosmovisión, no en que pueda sustituir al Prozac, como dice
Pradas. Lo mismo podríamos decir de epicúreos y estoicos, de escépticos y
cínicos.
En este sentido,
la filosofía práctica puede ser un complemento necesario y valioso de la filosofía académica, aunque no podrá ser
jamás un sustituto de ella, como seguramente no lo pretenden quienes desde la
academia se ocupan de ella; nunca podrá sustituir a una filosofía menos exotérica y más
esotérica, si se quiere, a una filosofía orientada a un público más reducido pero
más exigente, del que a larga se podrá beneficiar un público más amplio, como
ocurre con la ciencia también. Al fin y al cabo, antes de sacar al mercado un
producto medicinal debemos someterlo a pruebas de laboratorio para comprobar su
eficacia y para que tenga la menor cantidad posible de efectos secundarios, sea
lo más inocuo posible.
Creo que son preferibles los tecnicismos más áridos a la mezcla de sobresimplificación y falsa profundidad, que es una forma a menudo adoptada por la filosofía popular. Una academia fuerte provee un valioso refugio para la tarea difícil y a menudo muy especializada que se debe hacer para poder adelantar el tema. (Nagel 2000: 18)
Supongo que Popper no hubiese estado en
desacuerdo con que terminásemos este breve trabajo con quien él consideraba,
después de todo, como el filósofo más importante después de Kant, con ese
verdadero maestro de sabiduría que fue Bertrand Russell, pues allí está
expresado magistralmente su punto de vista y el nuestro propio.
La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, al disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre las cosas que son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar. (Russell 1970: 132)[17]
Bibliografía
Arnaiz, Gabriel: “Relevancia de las aportaciones de Pierre
Hadot y Michel Onfray
para la filosofía práctica”, A
Parte Rei, No. 52, 2007
“¿Qué es la filosofía práctica?”, A Parte Rei, No. 53, 2007
“Evolución
de los talleres filosóficos: de la filosofía para niños a las
nuevas prácticas filosóficas”, Chilhood & Philosophy, v. 3, No. 5, Enero-Junio 2007
“La práctica de la filosofía en las organizaciones: una
aproximación”,
El Búho, No. 5, http://www.elbuho.aafi.es
Blank, Carlos: “Popper y el
problema de la autonomía del pensamiento sociológico”,
Lógoi, No. 4, 2001, también en este blog.
“La dimensión ética del racionalismo crítico de Karl Popper”, Lógoi, No. 8, 2005 o en http://filosofiaclinicaucv.blogspot.com/2010/11/la-dimension-etica-del-racionalismo.html
“Dos concepciones de la filosofía: Wittgenstein y Popper” en
Cuadernos Unimetanos, No. 5, 2005, o en
“Una aproximación al liberalismo crítico de Karl Popper”, Lógoi, No. 15, 2010. También en este blog.
“Popper, centinela de la libertad” en
Nagel, Thomas: Otras mentes, Barcelona, Gedisa, 2000
Popper, Karl: Conocimiento objetivo, Madrid, Técnos,
1974
El desarrollo del
conocimiento científico, Buenos Aires, Paidós, 1979
La sociedad abierta y
sus enemigos, Barcelona, Paidós, 1981
In Search of a Better World, Londres, Routledge, 1996
Pradas, Josep: “Autoayuda: ¿el futuro de la filosofía?
Reflexiones a propósito de
Lou Marinoff”, Astrolabio, No. 5, 2007
Russell,
Bertrand: Los problemas de la filosofía, Barcelona, Labor, 1970
[1] Trabajo publicado originalmente en Apuntes
filosóficos, vol. 20, No. 39, 2011, pp. 43-65. La presente versión tiene algunos añadidos y
correcciones.
[2] Por filosofía práctica se entiende una amplia gama de nuevas prácticas
filosóficas. Para una lectura de carácter introductorio, pero bastante completo,
sobre la filosofía práctica pueden consultarse los artículos de Gabriel Arnaiz
que aparecen en la bibliografía al final. De paso, quisiéramos agradecer a
Rayda Guzmán, ampliamente conocida dentro del círculo de la filosofía práctica
y de la práctica filosófica, por sus
comentarios sobre nuestro trabajo, pues nos ha permitido afinar mejor algunos
puntos y dar una más acabada formulación del
tema. Véase http://www.raydaguzman.net
[3] Como veremos al final, un cierto nivel de especialización y de
contraste entre pares es también necesario.
[4] Para cada uno de estos puntos consúltese “How I see Philosophy” en
(Popper 1996: 173-187)
[5] En este caso, como en el resto de las citas, hemos respetado las
cursivas originales del autor.
[6] Una excelente ilustración de una filosofía que hunde sus raíces en
terreno extrafilosófico es la filosofía de Platón. No podemos comprender
cabalmente la filosofía de las Formas o de la Ideas al margen de la crisis de la ciencia
pitagórica, fuera del “contexto de los problemas
críticos de la ciencia griega (principalmente de la teoría de la materia) que
surgieron como resultado del descubrimiento
de la irracionalidad de la raíz cuadrada de 2.” ( Popper 1979: 90s) Su influencia fue
también muy positiva en el desarrollo de la ciencia moderna y contemporánea,
aunque, según Popper, fue bastante negativa en el plano político y social.
[7] Podríamos parafrasear a Poincaré y decir que “la filosofía es la
disciplina que tiene más métodos y menos resultados”. Vale la pena subrayar que
Popper defiende cualquier método filosófico con tal de que esté abierto a la
crítica, es decir, no sea cerrado y dogmático. Precisamente la filosofía
práctica y la práctica filosófica se caracterizan por la pluralidad de métodos
utilizados.
[8] Por otro lado, esa falta de entrenamiento de un “ojo” u “olfato” para
cuestiones filosóficas es lo que permite que caigamos con más facilidad en
prejuicios o dogmas filosóficos sin darnos cuenta de ello.
[9] Entre estos problemas filosóficos Popper señala los siguientes: el
problema de la demarcación, el problema de la inducción, el problema del
realismo, el problema de la objetividad, el problema del darwinismo y su
estatus científico, el problema del indeterminismo, el problema mente-cuerpo.
En el campo social podemos señalar: el problema de la soberanía, el problema de
la libertad, el problema de la democracia, el problema de la tolerancia, el
problema de la planificación central o de la ingeniería utópica, entre otros.
Algunos de ellos los desarrollaremos al hablar de los mitos del sentido común.
[10] Ver nota 7. A menudo se ha interpretado
el arte mayéutico como la aplicación del método inductivo. Esta es la opinión
de Leonard Nelson, quien curiosamente es uno de los padres del diálogo
neosocrático y lo utilizase
como una herramienta para contrarrestar el fascismo y el nazismo. Más
curioso aún es que Popper sintiese gran
admiración por él y tuviese con su discípulo, Julius Kraft, largas discusiones sobre la filosofía de Kant
y el socialismo no marxista. Por otro lado,
para Popper el pensamiento de Sócrates es la más acabada expresión del
espíritu crítico y de la ciencia, esto es para él, del falibilismo o
falsacionismo, o del reconocimiento de que no hay un método infalible para
descubrir la verdad. Consideraba a Nelson como otro gran pacifista y humanista
que se había dejado engañar, como tantos otros, por la retórica platónica y no
había visto los rasgos totalitarios que encierra su principio de la
conducción. Sería objeto de otro trabajo
el hacer una comparación con quien, entre otras cosas, fuese un estrecho
colaborador de David Hilbert y revitalizador del pensamiento kantiano de Fries.
El mismo Popper solía calificarse como una clase de friesiano. Puede verse http://www.friesian.com
[11] Va más allá de los límites de este trabajo desarrollar la relación del
Mundo 3 y el sentido común, pues ello
nos llevaría a desarrollar toda su epistemología evolucionista.
[12] La negación de la realidad le parece a Popper incluso detestable desde
un punto de vista moral, pues podría llevarnos a la negación de hechos bien
establecidos como, por ejemplo, el
holocausto judío o la devastación de
Hiroshima y Nagasaki. En la medida en que no tenemos una experiencia propia de
ciertos eventos o los hemos visto sólo por televisión, podemos negar su existencia y afirmar, por
ejemplo, que “la Guerra
del Golfo no tuvo lugar” (Baudrillard), la realidad se vuelve simulacro de la
realidad.
[13] Véanse nuestros artículos al final.
[14] Véase el excelente artículo de Josep Pradas en la bibliografía al
final. Aunque a menudo estas posiciones se presentan como una alternativa al New Age o a la terapia
tradicional, a veces resulta difícil de establecer claras diferenciaciones
entre ellos.
[15] Para algunos existencialistas y
anarquistas la mayor alegría sería salir a matar gente a mansalva en la calle.
[16] Hegel se oponía así al romanticismo que pretendía “alcanzar lo
absoluto de un pistoletazo”, de modo instantáneo, y se oponía a la filosofía
como forma de consuelo o modo de ser edificante. Hay, sin embargo, quienes ven
a la Fenomenología de Hegel
como una “novela sentimental del espíritu”, pero ello es equivalente a afirmar
que Don Quijote pertenece al género
de caballería. De más está señalar que Popper siempre despreció a Hegel y lo
consideró el iniciador de “la era de la deshonestidad”, lo consideró el
arquetipo de esa perniciosa “filosofía oracular”, por lo que no se hubiese
sentido muy a gusto con nuestra comparación. Como él decía: “una vez hegeliano,
hegeliano para siempre” -“once hegelian, always hegelian”. Sin embargo, la Fenomenología de Hegel puede ser vista precisamente
como crítica a los puntos de vista
excesivamente ingenuos del sentido común mantenidos por la conciencia ordinaria,
como esa crítica de las nociones de sentido común que plantea Popper, como una
suerte sentido común ilustrado, por lo que él sería también, desde este punto
de vista, un hegeliano malgré lui.
[17] Cabe señalar que Popper
considera que, a pesar de su crítica al idealismo y su poderosa defensa
del realismo, Russell se mantiene dentro de la tradición subjetivista del
empirismo inglés, la que él pretende precisamente sustituir con su concepción
del conocimiento objetivo.
1 comentario:
Saludos profesor Blank, me gusta mucho su trabajo y el blog. Como una curiosidad de un outsider en filosofía, le envío mi trabajo final en su curso de filosofía en el ICREA, año 2003, el cual puede encontrar en el link: http://escritoresvenezolanos.blogspot.com/2010/04/04/ensayo. ¿Puedo escribirle todavía a la dirección: cblank@unimet.edu.ve? Gracias.
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