jueves, 1 de marzo de 2012


Tiranía y política en Aristóteles (III)

David De los Reyes




(Observación: esta es la tercera entrega de cuatro partes sobre la Tiranía y la Política en Aristóteles)

De Tiranías
“…los cuerpos enfermos y los barcos mal construidos 
deben preservarse del peligro con más  ansiedad que los otros.”
Gomperz.

Hay una frase en la Política que pareciera  ser una puerta para abrirle el paso a la tiranía. Es la que pregunta que se hace su autor: ¿Cuándo la ley no puede  decidir en absoluto, o no decidir bien ¿debe mandar el hombre superior a todos los ciudadanos  por encima de la ley?  (1286ª/25). Claro que podemos advertir que el hombre superior no es el que usa la violencia sino la virtud para el mando. Sin embargo se nos refiere que el banquete en que muchos han contribuido es mejor en el  que se es convidado por uno sólo  lo cual, por analogía se llegaría a la conclusión que  el pueblo puede juzgar mucho mejor que uno sólo. Pero la entrada al tirano está ahí, se considerarse superior, está por encima de la ley, no las espera y se impone. La tiranía  será la peor de las desviaciones constitucionales, la que más se aleja de un gobierno constitucional.

1.- Relación entre Monarquía y Tiranía
Relaciona la monarquía y las tiranías; y encontramos que pudiéramos advertir como lo advierte Russell (1973:173) que la diferencia entre monarquía y la tiranía es sobre todo únicamente  ética. Aristóteles reconoce que no ha  habido muchas monarquías excelentes, porque es raro encontrar hombres que descollaran  mucho por su virtud, y tanto más cuando que las ciudades no estaban entonces densamente pobladas (1286b/5s). Al crecer la población se dio la pauta para establecer una república. Los gobiernos monárquicos se desviaron la más de las veces en tiranías. Sea un monarca por ley o fuera de la ley lo que si distingue a esta situación es cómo y para qué fines se constituye la fuerza militar que estará en torno al gobierno. Si en tener junto a sí  una fuerza armada  cuyo fin es sólo asegurar la supervivencia del tirano-monarca o, en otro sentido, un cuerpo de orden público que se distinguiría por la observancia y desempeño de las leyes democráticas e isonómicas. Con arreglo a este principio, los antiguos asignaban sus guardias cuando constituían al que llamaban dictador o tirano; y así cuando Dionisio pidió su guardia, alguien aconsejó a  lo siracusanos que se le diera en la proporción indicada (ibid:1286b/35s)[1]. La tiranía puede ser una monarquía desviada, que se ejerce despóticamente sobre la comunidad política, (ibid:1279ª/15); no es conforme a la naturaleza de Aristóteles, al igual que las otras formas degradadas de gobiernos (ibid:1287b/35). Es por ello que se nos dice que:

“…las dos variedades  de la monarquía, el reino y la tiranía, corresponde la primera a la aristocracia, mientras que la segunda es en cierta manera un compuesto de la extrema oligarquía y de la democracia…la realeza habría sido instituida para proteger a las clases superiores contra la masa, en tanto que la tiranía –y aquí pisamos un sólido terreno histórico- se creó a veces para proteger a la multitud contra los grandes, (Gomperz, 2000:397/98).

Al referirse al sistema monárquico no deja de advertir que hay algunas que son una especie de hibrido. Monarquías de generalato, como Esparta, en la que el rey es el jefe militar ante una guerra extranjera; es un generalato absoluto y perpetuo, pero sin poder dar muerte a sus súbditos, a no ser por un motivo excepcional: expediciones militares bajo ley marcial para aquellos que quisiesen huir o no aceptar la orden. Pero Aristóteles comprende que uno de los  defectos del gobierno espartano, modelo para muchos de los intelectuales de la época,   es que dicha constitución fue tallada para una sola rama de la virtud, la militar.  Por esta razón  prosperaron  y mantuvieron un orden gubernamental mientras estuvieron en guerra, pero bien pronto se deslizaron de la altura que habían alcanzado a causa de que no habían aprendido a vivir en el ocio, es decir, su ética espartana no les permitía la tranquilidad ciudadana de llevar una vida buena.

Otro tipo de monarquía tiránica es la presente en ciertos gobiernos bárbaros, pero que se distinguen de la tiranía radical porque gobiernan en función de la ley heredada, pero como los bárbaros son de carácter más servil que los griegos, y los asiáticos  más que los europeos, soportan sin la menor queja el gobierno despótico (1285ª/15). Debido a eso es que son monarquías tiránicas, por la condición manumisa de sus súbditos. También se diferencian de la guardia; si proviene de los ciudadanos son los mismos habitantes que guardan al rey por la consideración que le tienen; en cambio los tiranos, que desconfían permanente de todos sus allegados, contratan a mercenarios; los monarcas que gobiernan  de acuerdo a la ley y con la voluntad de sus súbditos  reclutan a sus guardias entre sus ciudadanos; aquellos que lo hacen en contra de la voluntad del pueblo  están llevados a pagar por la preservación de su vida a elementos extranjeros a la ciudad.
También nos refiere de las monarquías que se conocen como  dictaduras, las cuales son tiranías electivas, se atiene a las leyes hereditarias  pero no son hereditarias, que es una condición de las monarquías comunes. Estas tiranías electivas fueron llamadas por los griegos como esimenetas, que se caracterizaron por ser dictaduras electivas y no de carácter hereditario, esgrimiento el poder  algunas veces de forma vitalicia y otras por un corto tiempo. El caso de Pitaco nos un ejemplo en el cual la ciudad de Mitilene lo eligió para rechazar a los desterrados que mandaban Antiménides y Alcea el poeta. Este último en sus cantos Escolios refiere  cómo Mitilene  eleva a Pitaco a la tiranía, convirtiéndolo en enemigo de su país, en una ciudad que es indiferente a las malas acciones cometidas o al peso de tal deshonra, terminando alabando en todo momento a su asesino. Sus versos son:

Hayan constituido al plebeyo Pitaco/
tirano de una ciudad abatida y desventurada, y que/
todos  le hayan tributado grandes alabanzas (1285ª).

 Estos dictadores tendrán semejanza con los  dictadores romanos (pudiéramos sumar a los africanos y latinoamericanos), que serán aceptados en circunstancias excepcionales, otorgándoles poderes  en que puedan gobernar por decisiones personales, por decretos y sin consulta de ningún tipo. Pero a diferencia de los dictadores latinoamericanos o africanos encontramos que en los romanos había una cláusula que impedía  ejercer poderes ilimitados ocasionando dismunición de los del Estado, no podían modificar el sistema político (pasar, por ejemplo, de democracia a socialismo), o cercenar las facultades del Senado.
Hay  dictaduras  son siempre tiránicas por ser despóticas pero tienen un elemento que las hace diferentes: que al no ser hereditarias o por usurpación del poder, son electivas por asentimiento popular, por los que se les acerca a una especie de monarquía.

La distinción entre un buen gobernante y un tirano la encontramos a la relación que establece  y constituye su personalidad al definirse respecto a la virtud y la virtud primordial y determinante del gobernante es la práctica de la prudencia, que estará respecto por encima de las demás virtudes; el resto de ellas deben ser asumidas tanto por los gobernantes como para los gobernados (la virtud del gobernado no es la prudencia sino aquella que lo lleve a  manifestar siempre la opinión verdadera, la honestidad). El tirano hará trizas cualquier indicio de prudencia  o no la tendrá en cuenta en su ejercicio personal del poder.
El hombre prudente, como hemos dicho,  estaría  más cercano a aparecer en una monarquía, que es el mejor de los gobiernos si realmente existiera ese dios entre los hombres, cosa imposible. Pero lo que sí es más probable, y recurrente, es que pueda surgir el peor de los gobiernos, basado en el ejercicio único del individuo que realmente no poseerá mayores virtudes,  que en la antigüedad griega se cristalizó en la figura del tiranoLa tiranía como gobierno  es el peor por ser una perversión del mejor (a este le sigue la oligarquía y luego la democracia en tanto gobiernos pervertidos en sus fines).
Recapitulando encontramos que en Aristóteles de la monarquía pueden aparecer tiranías. Hay varios tipos de tiranías que derivan de la monarquía. La primera,  a causa de su naturaleza, coincide en cierta forma con la monarquía antigua, por  el comportamiento  que tienen ante la ley, una especie de monarquía absoluta, propia de los pueblos llamados por los griegos bárbaros, que para la época serían todos aquellos que no hablaban griego y que pertenecían al entorno de Egipto y de las tribus del medio oriente. Sin embargo en la antigüedad griega hubo también ese tipo de gobiernos y fueron llamados sus líderes dictadores. La distinción que hace entre  el régimen monárquico y la tiranía, como ya dijimos,  está  en que si bien ambos son un ejercicio de poder singular, en la monarquía se sustentaba en una base legal y con el consentimiento de los súbditos; en cambio la tiranía era un gobierno despótico y al arbitrio de quienes lo detentaban.  Una tercera que fue el arquetipo de la tiranía más extensiva en el tiempo (habrá que llegar Occdidente a la modernidad para diluirla en los gobiernos constitucionales)  la cual corresponde a lo conocido como monarquía absoluta, que fue el ejercicio del poder singular, llevando una manera irresponsable a gobernar a sus iguales o superiores,  con la mira de su propio interés y no de los gobernados. 




2.- Relación entre democracia y tiranía
Aclaremos algo respecto a la relación democracia y tiranía. El régimen democrático, en su sentido vicioso, se desvía de un gobierno de  hombres libres y virtuosos,  y vendrá a ser el gobernante demagogo, que tendrá mucha similitud –y pre-avisa- al tirano de turno.  Es la democracia popular o demagógica el gobierno que destruye  al retirar las leyes y gobernar por medio de decretos. En ella el servicio en la asamblea es pagado: se compran votos y consciencias; es propio de un pueblo dominado por demagogos, los cuales harán que los ricos sean perseguidos, la autoridad de los jueces sea corrupta y vendida al mejor postor y la clase baja vendrán a ser los amos descontrolados y brutalmente dirigidos. Se establece una diferencia esta democracia con la tiranía por tener en ella establecida todavía una especie de constitución. La democracia puede ir, de esta manera, de  ser una forma moderada de gobierno a una extrema de injusticia y arbitrariedad.
Los demagogos nacen ahí donde las leyes han perdido su poder y el gobierno se constituye en una especie de monarca compuesto de muchos miembros (1291b/10s); es un pueblo, que como monarca   no se sujeta  a ninguna ley, convirtiéndose en un déspota, y los aduladores de la masa obtienen los cargos importantes de la ciudad. Así:

“Un régimen de esta naturaleza es a la democracia lo que la tiranía es a los regímenes monárquicos. Su espíritu es el mismo, y uno y otro régimen oprimen despóticamente  a los mejores ciudadanos. Los decretos del pueblo son como los mandatos del tirano; el demagogo  en una parte es como el adulador  en la otra, y unos y otros tienen la mayor influencia respectivamente: los aduladores con los tiranos y los demagogos con los pueblos de esta especie”, (1292a/10-30).

Como vemos, se pasa a un gobierno popular en que los decretos prevalecen por encima de las leyes. Y si algún magistrado no se pliega al dictamen popular y se eleva alguna queja  contra ellos, se  alega que quien debe juzgar es el pueblo, aceptando éste de buen grado tal petición, disolviendo el poder judicial de las magistraturas. Aristóteles concluye con que no hay república (politeia) donde las leyes no prevalecen o gobiernan. En una república  la ley debe tener calidad de suprema y los magistrados, independientemente de influencias terceras, juzgar los casos particulares; la ley es, por tanto, reducida a ser razón sin apetito (ibid:1287ª/30), y por tanto imparcial. Los gobernantes que buscan lo justo deben tender a lo imparcial; ahora bien, la ley es lo imparcial.
De esta forma las leyes vienen a ser un instrumento que mide la condición de las formas de gobierno en su aplicación,  en su rectitud o en su desviación. Las leyes deben establecerse en vista de las constituciones y  no las constituciones en vista de las leyes. La constitución es la organización de los poderes  en las ciudades, las que determinan de qué manera se organizan y distribuyen las actividades dentro del espacio público, y cuál debe ser en las ciudades el poder soberano; las leyes, la norma imparcial por encima de las irregulares pasiones de los hombres, regulan el modo como los gobernantes deben gobernar y guardar el orden legal contra los transgresores (ibid:1289b/5). A ello debemos agregar un factor importante en toda democracia, el que:

“…una constitución  alcanza una existencia  duradera menos por sus cualidades propias que por la habilidad demostrada por los jefes de Estado en el manejo  de los carentes  derechos  y de privilegios. Tratan a los primeros  con suma deferencia ahorrándose en lo posible toda mortificación y perjuicio evitables; antes bien, llaman a los más capaces a participar en el gobierno. En cuanto a sus relaciones con los segundos, la establecen sobre la base de la igualdad democrática”, (Gomperz, 2000:395).

Como notamos un gobierno constitucional es la república, pero en su desviación puede caerse en una tiranía de la mayoría, acarreando una deficiencia en el orden y  es, como se ha dicho, la menos constitucional de todos los gobiernos y, por ende, el peor (ibid:1293b/25).


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3.- Tiranía y ostracismo
Lo contrario al gobierno del tirano es la del monarca virtuoso, que también es un gobierno dirigido por uno sólo pero  tiene  la condición que lo distingue de forma determinante del primero. Hombre sobresaliente por su extremada virtud (1284ª), y en su mando demuestra que no hará falta ni grupos ni la mayoría para llevar a buen gobierno a la ciudad. Pero tal hombre sería un verdadero dios entre los hombres. Ante ellos no se puede imponerle ley alguna, no puede  haber  ley con respecto a tales hombres, pues ellos mismos son la ley (idem, 10). Tales hombres sobresalientes las democracias los castiga o se salen de ellos eliminándolos o exilándolos. El mecanismo más utilizado en la antigüedad fue el ostraicismo voluntario o impuesto; ante la igualdad corrupta del conjunto, la diferencia de virtudes y capacidades escuece; pero también será aplicado  a los que posean demasiada riqueza, o por tener numerosos relaciones o por cualquier otra influencia política que vaya contra la mayoría demagógica; el ostracismo es destierro de su ciudad por un determinado tiempo. Aristóteles retoma el caso expresado por Herodoto (V,  92), respeto a  Periandro y Trasíbulo (s. VII), el primero tirano de Corintio  y el segundo de Mileto. El consejo de Periandro a Trasíbulo nos muestra que el primer gobernante no respondió nada al mensajero  que le envió Trasíbulo  en demanda de consejo; Periandro quedó callado pero mando igualar el campo  podando las espigas  que descollaban; el mensajero no entendió su acción pero al contársela este a  Trasíbulo  inmediatamente comprendió lo que había que hacer, deshacerse de los ciudadanos sobresalientes. Política que no sólo ha sido beneficiosa para los tiranos que la practican sino también para las oligarquías y las democracias populares. El ostracismo tiene el efecto de rebajar  a los ciudadanos eminentes y desterrarlos (ibid:1284ª/35). Situación que puede aparecer en los regímenes rectos como en los desviados, ambas hacen eso en vistas de su propio interés. Aristóteles  afirma que hay cierto sentido de justicio política en el argumento a favor del ostracismo cuando es aplicado a inminencias indiscutibles (las cuales no se ven eliminadas físicamente).
Gomperz  (2000:367) señala que el ostracismo es el instrumento que recurren respecto a personalidades de cierta excepción:

“…la dificultad provocada por las naturalezas excepcionales, nos dice Aristóteles, llevó a las democracias a introducir el ostracismo. Sin duda el concepto del hombre excepcional o superhombre se modifica aquí un poco por el hecho de que a las extraordinarias cualidades personales se añade la simple preponderancia que resulta de las riquezas, del gran número de partidarios o de la importancia política alcanzada por otros medios”.

El ostracismo vino a ser un instrumento indispensable contra los individuos que tenían una influencia excesiva en los asuntos del Estado. La tendencia niveladora en las democracias se hace presente al instaurar tal recurso político.
Al contrario del individuo condenado al exilio el ciudadano reconocido públicamente no era debido a su fuerza corporal, su riqueza o por el número de partidarios seguidores, sino  por causa de su virtud. A tal individuo nadie pensará expulsarlo o alejarlo temporalmente de su participación pública; tampoco puede ser sometido a la autoridad. A tales naturalezas sólo queda obedecerlas con alegría (ídem).




4.- Revoluciones y Tiranía
En el libro V de Política, Aristóteles aspira a comentar el por qué de las causas de las revoluciones y el fallo de la vida constitucional debido a su corrupción y desviación, a su poca  presencia  en la vida política de la ciudad y a su condición para que sea propiciadora de mudanzas políticas. En principio toda constitución define un sentido de justicia que debe contemplar la organización de los poderes  en ella contenida. No puede definirse en función de un patrón absoluto o ideal sino contemplando la dinámica de los principios que mueven a una sociedad. Cuando no viene a satisfacer la aspiraciones de algunos de los estamentos o clases sociales, por causa de unos y otros, cuando no obtienen de la república la parte que estiman corresponder a las ideas (intereses, agrega el autor), promueven las revoluciones.  Advierte que los hombres que tienen más razón  de sublevarse ante un reino de injusticia son aquellos que tienen un grado alto de virtud (a quienes considera nuestro filósofo como los únicos que pueden reclamar con razón la desigualdad absoluta por su condición, como es el caso del monarca virtuoso, visto antes), pero  son los que por lo general menos  llevan a cabo empresas políticas tan temerarias. Otros se sublevan por su linaje o por su riqueza, o a causa de su desigualdad ensoberbecida no aceptan la igualdad de derechos. Podemos resumir que entre las causas ocasionales de sedición contra el poder establecido encontramos las siguientes:  temor al castigo,  rivalidad personal, desprecio provocado por la mala administración, intrigas electorales, violencias sufridas y también penas de amor, disputas entre  herederos, peticiones matrimoniales rechazadas, querellas familiares de toda suerte.  Toda una variedad que motiva el levantamiento por parte de los afectados que sienten una injusticia o una situación inaguantable vivida por el ejercicio político. Russell (1973:172),  encuentra una diferencia entre las revoluciones antiguas y las modernas esto: “…todas las revoluciones giran en torno a la regulación de propiedad. Él rechaza este argumento, manteniendo que los mayores crímenes son debido al exceso más que a la indigencia; ningún  hombre se vuelve tirano para evitar sentir frío”.

La caída de una tiranía  puede ser también provocada desde afuera, tan pronto se le opone una forma política y hostil y de mayor poder; son sus enemigos la democracia, la aristocracia y la realeza. Desde dentro surge su ruina a partir del momento en que los miembros de la casa principesca comienzan a enfrentarse entre sí. De las dos principales causas de la hostilidad, el odio y el desprecio, la primera es inevitable,  pero en la mayoría de los casos  la ruina sólo se provoca al agregarse la segunda. Es por ella que quienes fundaron la tiranía pudieron generalmente mantenerla; sus sucesores, en cambio, a quienes la vida disoluta tornó despreciables, casi siempre perdieron su poder. Nuestro filósofo se pregunta cuál es el factor más eficaz en casos semejantes: ¿el odio o la cólera? Y responde: cierto es que la cólera impulsa vigorosamente a la acción  de modo más inmediato, pero su característica falta de reflexión la hace al fin de cuentas menos peligrosa, por su ceguedad en el control de su acción.  
A esto reduce los motivos y principios por lo cual vendrán a ser la fuente de las revoluciones, de donde surgen las discordias civiles. Sin embargo, las revoluciones pueden no ir en contra de la constitución vigente, sino que sus promotores vendrán a ser partidarios de la misma, estableciendo a bien una monarquía o una oligarquía pero a condición de ser ellos los que detenten la administración de los poderes establecidos. En criollo sería la mudanza política del quítate tú para ponerme yo, como dice el estribillo de la canción caribeña conocida.  Las mudanzas o cambios de régimen político, las llamadas revoluciones, tienen su causa en la desigualdad; situación en que los desiguales no reciben lo que corresponde a su desigualdad (1301b). En el fondo se trata de la disposición, motivación y principios de los participantes en el conflicto civil lo que vendrá a determinar la dirección de la lucha revolucionaria. Bien por ser aspirantes a establecer una igualdad (que la  igualdad puede ser o bien por número o  bien por mérito), o una desigualdad, o una supremacía (por monarquía o dinastías tienen el poder absoluto), ante la ley, la cual siempre tenemos  que está condicionada por un estamento social a no recibir lo que ellos dicen corresponderles socialmente.
Entre los motivos que  impulsan a una disposición perturbadora del ánimo  para comenzar una revolución están  el lucro, el honor, la soberbia, el miedo, el afán de superioridad, el desprecio, el incremento desproporcionado de poder o sublevarse por un sentido de sobrevivencia y justicia:   el escape a la deshonra o al castigo. Pero también podemos encontrar la rivalidad electoral, la negligencia, la mediocridad y la disparidad o desigualdad (ibid:1302ª). El poder ensoberbece, lo cual puede llevar a que una facción de ciudadanos se subleven ante el corrupto abuso desmesurado y contra la constitución que otorga privilegios  a aquellos, en la misma medida que alimentan su codicia por el erario público, los impuestos o los bienes de los particulares o de la comunidad.  Sin embargo, Aristóteles observa, que también pueden darse pie a revueltas sociales por pequeñeces,  debido a cómo son afectados los que están en el poder  por asuntos de amor, como fue el caso de los siracusanos y los cambios que se hicieron a su constitución. Las amadas (y  amados), también pueden ser causa de disturbios  bien directa o indirectamente (ibid:1303b).
Las revoluciones pueden surgir por fuerza o engaño. Por fuerza, cuando los revolucionarios ejercen presión desde el principio mismo de la rebelión. Por engaño, bien porque los ciudadanos son engañados en un principio para dar inicio a la sedición y obtener el cambio de gobierno, siendo sometidos posteriormente por la fuerza contra su voluntad por los líderes de la misma. La conclusión es que toda revolución, sea quien gane o pierda en su desarrollo, siempre  afecta, en general, a todas las formas de gobierno.
Tenemos también el caso de  Clístenes.  Que también será una revolución pero contra  el gobierno tirano. En él se presenta la situación en que se adquirió cualquier individuo que viviese en Atenas, la ciudadanía después de haber tenido lugar su revolución. En Atenas Clístenes después de la expulsión de los tiranos,  legisla una  nueva división de las familias o tribus  que conformaban la ciudad, incluyendo a extranjeros y metecos de extracción servil para con ellos defender la democracia. Aristóteles duda de que si la adquisición de esa ciudadanía ha sido justa o injusta; se pregunta si podrá ser ciudadano quien se haya hecho de forma injusta, es decir, impuesta por un gobernante aunque se defina demócrata; sin embargo, luego de entrar en una república que ha salido de una tiranía o una oligarquía, sean justos o injustos los aceptados en la ciudad deberán ser llamados ciudadanos, (ibib1276ª/5), con lo que se vieron llevados a defender sus derechos por la adhesión democrática a la ciudad.  Tres serán los requisitos indispensables para frenar el avance de las revoluciones tiránicas:

Los tres requisitos para impedir la revolución son la propaganda gubernamental en la educación, el respeto por la ley, incluso en las cosas pequeñas, y la justicia en la ley y en la administración, esto es, la igualdad según la proporción, y para cada hombre el gozar de lo suyo (1370 a/b, 1310 a). Aristóteles no parece haberse percatado nunca de la dificultad de la igualdad según la proporción. Si esta ha de ser la verdadera justicia, la proporción debe referirse a la virtud. Ahora bien, la virtud es difícil de medir, y es un tema de controversias de partido. En la práctica política, por tanto, la virtud propende a ser medida por las rentas; la distinción entre aristocracia y oligarquía, que Aristóteles intenta fijar, es posible donde solo haya una nobleza hereditaria muy bien establecida. Incluso entonces, tan pronto como exista una extensa clase de hombres ricos que no sean nobles, han de ser admitidos estos por el poder por el temor de que hagan una revolución (Russell, 1973:173/174).

Aristóteles recrimina a la mayoría  su carácter caprichoso y la miopía política  que con tanta frecuencia hace sacrificar  el bienestar futuro a los intereses del momento, (Gomperz, 2000:384). Es por ello que presenta su posición constitucional  un elemento a favor de la conservación de la constitución   más que su contrario, el de cambiarla o transformarla en sus leyes y espíritu, bien sea por una revolución o un cambio de gobierno[2]. Y podemos agregar que respecto a los cambios políticos y las revoluciones en la antigua Grecia: “El Estagirita demuestra poseer unos conocimientos históricos extraordinarios, así como una comprensión penetrante y una gran sagacidad al considerar los hechos y los acontecimientos políticos verdaderamente notables (Reale 1985:119).
No podemos dejar de pasar la opinión de Russell (1973:173), al respecto de este tema, el cual hace referencia a la distinción entre las tiranías antiguas y las latinoamericanas:

“Hay una larga discusión sobre las causas de la revolución. En Grecia, las revoluciones eran tan frecuentes como antaño en Latinoamérica, y, por tanto, Aristóteles tenía una copiosa experiencia de la que sacar inferencia. La causa principal era el conflicto entre oligarcas y demócratas. La democracia, dice Aristóteles,  surge de la creencia de que los hombres son igualmente libres deben ser iguales en todos los respectos; la oligarquía, del hecho de que los hombres son superiores en algunos aspectos reclaman demasiado. Ambas tienen una especie de justicia pero no la mejor.  En consecuencia, ambos  partidos, siempre que su participación en el gobierno no concuerda con sus ideas preconcebidas, promueven la revolución (1301 a). Los gobiernos democráticos están menos expuestos a las revoluciones que las oligarquías, porque los oligarcas pueden reñir unos con otros. Los oligarcas parecen haber sido individuos enérgicos. En algunas ciudades, se nos cuenta, hacían un juramento: Seré enemigo del pueblo, e idearé todo el daño que pueda contra él. Hoy en día los reaccionarios no son tan francos.





5.- Demagogia y tiranía
La figura del demagogo siempre estuve muy vigente en los círculos de los gobiernos democráticos de la antigüedad (no menos en el presente, podemos agregar). Los demagogos siempre han utilizado al pueblo para sus intereses de poder.  Las democracias son subvertidas por éstos en unión de otra clase que detenta cierta influencia (económica, política, religiosa, etc), en la ciudad-estado. Bien porque se unen a la oligarquía, o con los notables, o con los militares, o pagan al pueblo  para llevar a cabo el establecimiento de sus propios intereses. Aristóteles expone varios casos, todos interesantes, pero podemos nombrar algunos.  Como el de la democracia en Megara, donde lo demagogos, para poder distribuir entre el pueblo el dinero de las confiscaciones, expulsaron de la ciudad a muchos de las clases altas, hasta que siendo muy numerosos los desterrados, regresaron a la ciudad y vencieron a los demagogos y al pueblo en una batalla y establecieron la oligarquía.
El caso es que los demagogos, con la mira de alagar al pueblo, al impulsar la revolución  agravian a las clases superiores, con lo que promueven su unión, bien sea repartiendo o invadiendo sus propiedades o reduciendo sus ingresos por la imposición de servicios e impuestos públicos; también por causa de difamación ante los tribunales para con ello confiscar sus bienes. Cuando el demagogo, en la antigüedad, era militar se transformaba en tirano,  en la mayoría de los casos las tiranías surgieron a causa de los demagogos.  Aristóteles nos dice que provenían del estamento militar, por no haberse desarrollado aún en ese  momento la capacidad de la oratoria para seducir y convencer por la palabra –y no por la fuerza física- a las mayorías. Con el auge de la  retórica, los que dirigen al pueblo, más que por capacidades, inteligencia y formación para dar soluciones reales a lo público, sustentan su cargo por el saber hablar únicamente, pero la inexperiencia que tenía de lo militar, el movilizar grupos humanos y la logística requerida para obtener ciertos objetivos políticos, les impedía de hacerse del poder total. Aristóteles señala que en los tiempos antiguos (siglo VII y VI a.C), las tiranías eran más frecuentes que en su momento (siglo IV a.C),  en razón de que ocupaban cargos importantes (ibid:1305ª).  Nos expone el caso sufrido  en Mileto  por a pritanía, (Magistrado supremo el cual tiene la autoridad total en asuntos  de gran importancia para la ciudad. El Pritaneo era el altar de la ciudad y su más alta expresión simbólica) en relación al gobierno de Trasíbulo.
En un pueblo de campesinos los demagogos con aptitudes militares vendrían a tener la aspiración de tiranos; para ello se ganaban la confianza del pueblo, siendo la base de esta actitud la enemistad y la pugnacidad, la humillación  y el maldecir contra los ricos.  Este es el caso de Pisistrato en Atenas al sublevarse contra los habitantes de la llanura. También de Teágenes de Megara, degollando  el ganado de los ricos que atacó al pastar junto al río. Igual Dionisio catalogado de tirano por  sus acusaciones contra Dafneo y los ricos, y por su perpetuo odio contra aquellos, fue tomado como amigo del pueblo. Pero el pueblo se convierte en demagogo dentro de una democracia al asumir, como hemos visto antes, el arbitrio de las leyes; la solución para tal situación en Aristóteles está en que las tribus (los grupos de fuerza y poder económico y político, diríamos hoy), vendrían a nombrar  a los magistrados y cargos públicos, separando a pueblo de tales atributos.
En el caso de las oligarquías, a razón de su vida disoluta y disipación de su propia fortuna aspiran ellas mismas a la tiranía o instalando  a otro en ella que defienda sus intereses y parasitismo público (caso de Hipariano con Dionisio de Siracusa). Las mudanzas políticas por  los oligarcas  pueden ocurrir en tiempo de guerra o de paz, pues al desconfiar del pueblo emplean tropas mercenarias o militares comprados por el mejor postor (es el caso en cómo se convierte en tirano  Tomófanes de Corinto). También pueden llegar a negociar una parte del gobierno con la masa popular, previendo el que el tirano establecidos por ellos se vuelva en contra de ellos. Pero en paz o en guerra ponen su confianza en el uso del ejército para sus intereses de grupo, teniendo también los magistrados neutrales y en pro de sus casos (caso  de la ciudad de Larisa con Simón en tiempos de los Aleuadas y en la ciudad de Abidos en la época de la división política de los partidos en la que en uno participaba el tirano Ifíadas (ibid:1306ª).
Las tiranías  originadas por  la inconformidad oligárquica o democrática buscan  mantenerse por muchos años en el poder; no creen en la alteridad democrática para nada. Los tiranos por lo general en la antigüedad eran personalidades importantes y de prestigio por su actitud demagógica ante las masas. Nos reseña que había ciudades  que sus gobernantes al asumir sus cargos juraban así: seré enemigo del pueblo  y aconsejaré contra el todo el mal que pueda, cuando debió haber sido todo lo contrario: no haré agravio al pueblo (ibid:1310ª).
Además de una educación adecuada a la respectiva forma de gobierno, la  norma  contra el establecimiento de las tiranías está en desarrollar una actitud en la mayoría de defender la constitución. Sea la forma de gobierno que exista si se quiere llevar a buen puerto debe sustentarse el mandato en el principio importantísimo de velar porque la porción de los ciudadanos adicta a la constitución sea más fuerte que la hostil (1309b).
Para Aristóteles el perpetuar la democracia republicana no es bajo el espíritu de entender la libertad en la que uno hace lo que cada uno le plazca, no se trata de vivir cada cual a sus anchas y en la medida de sus deseos (Eurípides), sino se trata de vivir de acuerdo a la constitución, lo cual no debe entenderse en ser esclavo de la ley sino salvaguardarla.
La tiranía podía ser establecida por un compuesto de oligarquía (militarismo, agregamos nosotros) y democracia (pueblo demagógico) en sus formas extremas y es la forma más perniciosa para los ciudadanos o súbditos. Ello por ser una mezcla de los dos males, teniendo por consecuencias agravios y errores de ambas formas de gobierno radical. Por lo general el tirano es elegido por una multitud popular para oponerlos a los hombres notables, en principio, o a otros déspotas, con el fin de que el pueblo no resienta  ninguna injusticia por parte de aquellos. Como se ha dicho, la mayoría de los tiranos surgen de los demagogos que previamente han capturado la confianza del pueblo mediante calumnias a las otras clases sociales (media o ricos).  Las tiranías surgieron por un crecimiento de la demografía pobre en las ciudades o de la ambición de monarcas en querer  tener un mando despótico, separado de las leyes y de la constitución, rebasando los límites de la costumbre tradicional del mando de gobierno.
Ello nos muestra que  siempre, y en cualquier época, pueden estar dadas las condiciones para la aparición del tirano, el cual es engendrado por una mayoría desilustrada, ignorante, pobre o de una ambiciosa oligarquía venida a menos en sus intereses. En la antigüedad griega tiranos surgieron por herencia, al pasar de reyes a esa condición, como Fidón de Argos; otros por ocupar cargos de magistraturas importantes, como las nombradas del pritaneo, cuyos casos encontramos en los tiranos de Jonia y Falaris. Demagogos muchos en la antigüedad: Panecio en Leontino, Cipselo en Corinto[3], Pisistrato en Atenas, Dionisio en Siracusa surgieron de esa condición. La tiranía tiene como fin no mirar a los intereses públicos (así en una primera instancia pretenda hacerlo para ganarse el voto popular!), ellos sólo vendrá a servir a sus propios intereses y de sus allegados inmediatos: su entorno de gobierno. Aristóteles nos advierte que es por ello que el fin del tirano es su propio placer, en tanto que el buen gobernante es el bien general o colectivo. El tirano quiere riquezas; el monarca el honor. La guardia del tirano está formada por extranjeros y mercenarios; la del rey  la forman ciudadanos.

“La tiranía  tiene con todo evidencia de los vicios  que son propios tanto de las democracias como de la oligarquía. La oligarquía, el tener como fin la riqueza (ya que a este medio único debe necesariamente recurrir el tirano para mantener a su guardia y a su lujo). En seguida, la desconfianza absoluta en el pueblo (motivo por el cual lo privan de sus armas. Y asimismo es vicio común de ambas, oligarquía y tiranía, el maltratar al pueblo, expulsarlo de la ciudad y dispersarlo). De la democracia tiene la tiranía el hacer la guerra a las clases superiores para acabar con ellas por medios clandestinos y ostensibles, y desterrarlas como rivales que se le oponen en el ejercicio del poder, ya que es en ellas donde suelen incubarse las conspiraciones, al querer unos mandar y los otros no resignarse a la esclavitud”,  (ibid:1311ª).

Es la conclusión aristotélica respecto a la política del tirano impuesto por una facción oligárquica o democrática.  Respecto a esta última lo ilustra con el caso de la solicitud de consejo del novato tirano Periandro al resabido tirano Trasíbulo, que al cortar las espigas que sobresalían en el campo de trigo que estaba ante los ojos del mensajero del primero, representaba  suprimir a los más eminentes de la ciudad. La historia nos dice que Trasíbulo no le dijo nada a dicho mensajero, y eso le dijo a Periandro al regresar, pero este le preguntó qué hacía cuando se lo preguntaba, y entonces dijo que mandó a cortar el trigo que sobresalía del resto, y así fue cómo entendió el novel tirano la acción aconsejada por el otro sin nombrar para nada por la palabra qué hacer.
Las conspiraciones  pueden surgir en cualquier régimen de gobierno constitucional sea democrático, tiránico, oligárquico y monárquico, pues siempre habrá elementos que ambicionan riqueza y honor en abundancia, cosas que muchos envidian y codician (|1311ª).
Los ejemplos históricos de conspiración contra tiranos en Aristóteles son varias. Está el de los Pisitratidas, el cual se originó por el ultraje de la  hermana de Harmodio y la vejación sufrida por éste que hizo que su otro hermano, Aristogiton,  actuara en defensa de Harmonio. En el caso de Filipo al ser atacado por Pausanias,   al permitir que este fuera insultado por Atalo y sus  amigos; Amintos el Pequeño  al ser insultado por Derdas, por jactarse de haber abusado y gozado de su juventud. Evágoras de Chipre fue asesinado por  un eunuco que se sentía ofendido por su hijo Nicocles al quitarle su mujer. Como muestra el estagirita, muchas conspiraciones en la antigüedad también surgieron por haberse mancillado la honra corporal de sus súbditos.
Si bien una tiranía puede ser destruida  desde afuera por otra república más poderosa y de constitución opuesta también puede ser atacada desde su propio interior y destruirse a sí misma cuando viene la discordia entre quienes participan  de ella. El caso antiguo es el de Gelón, porque Trasíbulo, hermano de Hieron, adulaba al hijo de Gelón y le inducía a los placeres con el fin de mandar sobre él. Sucedió que los familiares de Gelón  se unieron para salvar su parte en la tiranía, sacrificando sólo a Trasíbulo, pero los otros conspiradores conjurados con el pueblo aprovecharon la ocasión  y los echaron a todos (1312b).
Encontramos que pueblos enteros se opondrán a la tiranía que los dirige. Son los casos como el de Calcis, el pueblo, aliado con los notables, mató al tirano Foxos, y enseguida se apoderó del gobierno. En Ambracia a su vez el pueblo, en unión a los adversarios del régimen, expulsó al tirano Periandro, e hizo pasar a sus propias manos el gobierno de la ciudad.
Los dos motivos más resaltantes de atacar a las tiranías, como hemos dicho antes, son el odio y el desprecio. Bien sabemos que todas las tiranías son  motivo de odio pero también han sido destruidas por el desprecio o la cólera que inspiran. Observa el piripatético que aquellos tiranos que conquistaron el poder lo mantuvieron y los que lo heredaron y se convirtieron en tiranos lo perdieron al entregarse una vida al goce y a la vida disoluta, inspirando desprecio al pueblo y despertando derribarlo por ello.
Finalmente podemos agregar la observación de Jaeger (1983:312 cuando apunta que  respecto al tratamiento de las desviaciones del estado por el estagirita esto:

“La teoría de las enfermedades de los estados y de los métodos para curarlas está modelada  sobre la patología y la terapéutica del médico. Apenas es posible imaginar cosa más opuesta a la doctrina de una norma ideal, que había constituido la teoría  política de Platón y la de Aristóteles en sus  primeros días, que esta idea según la cual no hay estado tan desesperadamente desorganizado que no se pueda  por lo menos correr el riesgo de ensayar una curación. Los métodos radicales lo destruirían  con seguridad breve; la medida  de las capacidades de recuperación  que pueda poner en ejercicio debe determinarse exclusivamente examinándola a él mismo y la condición en que se encuentre”.




Notas:

[1] Los guardias de corps  del rey o del tirano eran llamados doryphóroi.

[2] Recordemos lo planteado por Edmund Burke que refiere a los cambios de leyes:   “El poder de la ley para hacerse obedecer descansa por entero sobre la fuerza de la costumbre y ésta sólo se forma por el correr del tiempo. Así, el pasar con facilidad de las leyes existentes a otras leyes nuevas es un debilitamiento de la esencia íntima de la ley”, (cit. en Gomperz, 2000:409).

[3] Herodoto  es la referencia de Cipselo de Corinto, al que refiere una particular condición: "Y, una vez erigido en tirano, he aquí la clase de hombre que fue Cipselo: desterró a muchos corintios, a otros muchos los privó de sus bienes, y a un número sensiblemente superior de la vida. Cipselo ejerció el poder por espacio de treinta años y su vida fue afortunada hasta el final, sucediéndole en la tiranía su hijo Periandro". Heródoto V, 92.



Bibliografía
AA/VV, 1972: La Filosofía Griega, coord. Brice Parain. Ed. Siglo XXI, México.
Ansieta Nuñez, Alfonso: 1987: El concepto de tirano en Aristóteles y Maquiavelo. Ver en: http://www.rdpucv.cl/index.php/rderecho/article/viewArticle/197. Visto el 24 de septiembre de 2011.Arendt, H. 1972: La crise de la cultura.  Ed. Gallimard, France.
Aristóteles, 1963: Política. UNAM. México. 
                   1973: Obras Completas. Aguilar. Madrid.
Hadot, P., 1998: ¿Qué es la filosofía antigua? F.C.E. México
Herodoto: 1989: Los nueve libro de la historia. Edaf. Madrid.
Fraile, G., 1956: Historia de la Filosofía. Ed. Autores cristianos, Madrid.
Guthrie, W., 1953: Los Filósofos Griegos. F.C.E. México.
Jaeger, W.: 1983: Aristóteles. F.C.E., México.
Reale, G. 1985: Introducción a Aristóteles. Ed. Herder. Barcelona.
Ross, W., 1957: Aristóteles. Ed. Sudamericana. Buenos Aires.
Russell, B.: 1973: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar. Madrid.





Mesa y Libertad
 
Alberto Soria

(profesor.albertosoria@gmail.com)  
 
 
Jalf Sparnaa
 




RESUMEN

Democracy increased the number of those of us, sitting at the table. We could have better products and more cooks. Taste did not need to ask for permission to travel. Fragrances were not detained at checkpoints or customs.

You eat better in freedom. There is more and more, virtually endless, possibility of choosing. Democracy, and also lack of democracy and restrictions, can be viewed, not only in the streets and the press, but also at the day-to-day table.

Freedom can be smelled; it is drinkable, chewable. Democracy at the table also has its price. The evil ones, deceit and speculation form part of the process. Knowing to choose also means knowing to live.

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La democracia hizo que los sentados a la mesa fuéramos más. Que pudiéramos tener mejores productos y más cocineros. Que el sabor no tuviese que pedir permiso para poder viajar. Que los aromas no fuesen detenidos por alcabalas ni en aduanas.

Con la libertad se come mejor. La posibilidad de escoger se agranda hasta volverse casi infinita. La presencia de la democracia, y también su ausencia y restricciones, se observan no sólo en la calle y en la prensa sino también y mejor en la mesa cotidiana.

La libertad se olfatea, se bebe y se mastica. La democracia en la mesa tiene también su precio. Los malos, el engaño y la especulación forman parte del proceso. Saber escoger implica saber vivir.

I

En lo social, la democracia impacta sobre la cocina, la mesa y los comensales. Sobre las costumbres, los sabores y las tendencias urbanas.

No es usual analizar el valor de la democracia desde esta perspectiva. Pero el estudio de la cultura cotidiana en territorios donde reina la libertad como expresión y consecuencia de la democracia, permite por contraposición visualizar su efecto en esos escenarios cuando no existe, o se la restringe.

Cuando cayó el muro de Berlín, el testimonio de que se había derrumbado un sistema opresor no era el de ciudadanos llevando en sus manos pequeños trozos del muro, sino cambures. Las bananas o plátanos como fruta exótica y deseada por los berlineses del Este, era la constatación de que de allí en adelante disfrutarían de la libertad en la mesa y la comida que sabían tenían los alemanes que vivían en democracia a pocas cuadras, al otro lado del muro.

En lo social los problemas de la democracia donde primero se observan es en la fuente de aprovisionamiento del ciudadano. La presencia, escasez o ausencia de productos para la cocina y mesa, y sus precios, suelen ser el termómetro de cómo le va al sistema.

Uno le puede tomar el pulso a la felicidad con que los ciudadanos viven en una u otra democracia visitando los mercados populares, los supermercados, las tiendas especializadas y los restaurantes. Eso lo enseñaba en su cátedra a los corresponsales extranjeros el maestro Jean Huteau (1990) en la Agence France Presse en París. La mesa de redacción de la agencia noticiosa está ubicada frente a la Bolsa de Valores de la capital francesa. “Para saber lo que pasa –decía Huteau- no vayan a preguntar enfrente. Recorran los sitios donde la gente compra alimentos y donde los come”. Así lo aprendimos temprano, en la década de los años setenta.

Cuando la democracia se resquebraja y el autoritarismo llega, se percibe en la mesa. Los economistas y los analistas políticos pueden explicar muy bien cómo se comportan los mercados y cómo funciona el aparato productivo y la distribución. No es ése el territorio de estas reflexiones. En estos apuntes, queremos observar la democracia desde el plato, si esto fuera posible.

La historia nos dice que sí. Los procesos que culminaron en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789) tuvieron efectos mágicos, revolucionarios en la cocina, el acceso a los alimentos, la mesa, los comensales y sus costumbres.

Antes de que eso ocurriera -y sus efectos no fueron instantáneos sino que necesitaron siglos para extenderse y decantarse- una minoría comía mucho y medianamente bien, y la mayoría comía poco y mal.

“Seguramente sea correcto afirmar que las clases más modestas vivían en todas partes tan al borde de la miseria y de morir de hambre a principios del siglo XIX como mil años antes”, afirma Norman J. G. Pounds (1992) en su estudio sobre el nacimiento de una sociedad de consumo. Sobre el mismo tema, Arthur Young a su vez sostuvo con convicción que “un consumo elevado por parte de los pobres tiene más importancia que entre los ricos”. Eso fue lo que comenzó a cambiar con la Revolución Francesa (que complementó después la Revolución Industrial).




Jalf Sparnaay, óleo



II

La Revolución Francesa estalla por hambruna, por multitudes que la pasan mal. Y cuando finaliza y una nueva sociedad asoma, se observa la consolidación de creaciones y costumbres que será después copiada y replicadas en otras sociedades.

La cocina profesional abandona los palacios y comienza a transmitir su conocimiento, a perfeccionar y confrontar su estilo, y a servir a comensales cuyos nombres no conoce.

La habilidad del oficio tiene gran demanda mientras avanza y se consolida el negocio de servir comidas, el de atender a viajeros, el de hacer que la gente viaje para disfrutar un plato y una velada. Los grandes de la profesión dejan de ser cocineros de reyes, príncipes y aristócratas, para convertirse en maestros cuyo arte se disputan ciudades, hoteles y el turismo. La de chef de cuisine como profesión es oficio que se propaga y consolida gracias al avance de las democracias en las sociedades libres.

Los cocineros que dejaron de trabajar en los palacios y en las cortes, llevan sus estilos a la mesa para los ciudadanos. Así nacieron los restaurantes y el buffet. “Aquello que radicalmente distingue al restaurante de sus antepasados (la tasca, la taberna y el albergue) es además de su estilo de comida, la limpieza, y a veces el lujo en la decoración, una cosa aún más importante: acercan la gran cocina al dominio público”, sostiene Jean-François Revel (1980).

La Asamblea Nacional surgida de la Revolución Francesa suprimió a finales del siglo XVIII los privilegios que antes se habían acordado a las corporaciones (de mesoneros, charcuteros, asadores y pasteleros) y los restauradores (los dueños de restaurantes) pudieron de allí en adelante servir sus comidas con libertad, según su gusto y criterio. Restaurantes y cocineros independientes se propagaron como expresiones de una nueva sociedad durante un siglo, y en la segunda mitad del XX sirvieron de referencia urbana a las sociedades libres. Allí donde había libertad había restaurantes de todos los estilos y tamaños, y donde la democracia no existía, eran escasos y tristes. Hoy, eso no ha cambiado.

Con los restaurantes y buenos cocineros a su frente, nació el menú, se popularizaron nociones del servicio en la mesa, y se perfeccionaron los platos y bebidas especiales para conmemorar fechas de etapas fundamentales en la vida de las personas. Allí irrumpe el buffet, que es el estilo de servir banquetes en palacio democratizado a piezas enteras que se exhiben como en el pasado, pero que ahora se servirán en trozos similares, cortados para comensales que no se conocen, que serán degustados en mesa para muchos.



 



III

El menú como detalle y orden de los platos disponibles en una comida, surgió cuando se democratizó la mesa. Los cocineros que dejaron de servir en palacios y a aristócratas, crearon sus primeros restaurantes en los locales disponibles en el Palais Royal en París. Allí cocinando por primera vez para el público, colgaban en las puertas de sus locales carteles a veces decorados por artistas famosos, donde anunciaban sus mejores platos. En el interior del local, una reproducción más detallada de los platos que elaboraba esa cocina se ofrecían a los comensales a su llegada.

La idea generó polémica. Alexandre Grimod de La Reyniére (afamado abogado, periodista y escritor culinario) al principio la atacó porque en su criterio hizo perder las nociones elementales de las maneras de la mesa que se guardaban en la cocina imperial. Sin embargo, después en su Manuel des amphytryons (1808) propuso a sus lectores unos veinte menús compuestos por sopas, entrantes, platos intermedios y piezas grandes de asados y pescados y finalmente postres. Antonin Carême, el genio creador de la cocina moderna sostuvo más adelante que había que reducir el número de platos, y servirlos uno tras otro. Así se hizo y el menú de palacio, democratizado, se mantiene hasta nuestros días.

Los cocineros modernos introdujeron dos grandes variantes en el menú democratizado. Primero lo hicieron más saludable, y combatieron el desequilibrio dietético incluyendo más verduras, hortalizas crudas y menos salazones y cuerpos grasos. Finalmente, crearon el “menú degustación” con la finalidad de servir varios platos de bocados o pequeñas proporciones, que permite apreciar las mejores especialidades que caracterizan su cocina.

Hoy, los comensales tienen acceso, así sea en lecturas, a tres estilos de menú en los restaurantes: de cocina imperial, de banquete de palacio; de cocina antigua que marca la transición de la sociedad hacia lo moderno, y de cocina moderna en la que los gustos y tendencias de los comensales cuentan, y por tanto los platos son nutricionalmente correctos, equilibrados, y más vistosos.






IV

La democratización del menú impuso por su libertad al comensal, una necesidad de decodificar y dominar maneras en la mesa.

La diferencia e importancia de esto entre una sociedad regimentada y una democracia, quedó patentizada en este relato del diplomático ruso Anatoly Dobrynin (1998). A los 24 años, Dobrynin fue reclutado en 1944 de la fábrica de aeroplanos en la que trabajaba para ser destinado a la Escuela Superior de Diplomacia, que funcionaba en las inmediaciones de la Puerta Roja de Moscú.



“Durante nuestro primer año de escuela también se nos dio una clase de etiqueta, es decir de modales y reglas de conducta en la sociedad en la que pronto ingresaríamos como diplomáticos, y acerca de la cual sólo sabíamos por nuestras lecturas. Las lecciones parecían una función teatral: debíamos imaginar que estábamos en recepciones diplomáticas, almuerzos y banquetes, de lo cual ninguno de nosotros tenía la menor experiencia. Las lecciones estaban a cargo de una dama aristocrática, de edad avanzada, de la célebre familia de los príncipes Volkonsky.

Nos sentábamos ante una mesa grande y bien provista, con los tenedores, cucharas, cuchillos y vasos de vino necesarios. Todo era auténtico, salvo por una cosa: no se servían alimentos ni vino pues estábamos en plena guerra y había una enorme escasez de comida. Camareros imaginarios servían imaginarios manjares para los cuales teníamos auténticos platos de porcelana que, por desgracia, se hallaban vacíos.

Nuestra anfitriona anunciaba: Empecemos por la sopa. Imaginen que les han servido vichyssoise: Venía entonces una descripción de esta sopa y de otras varias. Luego, el pescado y varios platillos de carne, con los nombres más estrambóticos. También se nos instruía sobre cómo emplear éste o aquél tenedor o cuchillo, y cómo hablar a nuestros vecinos de mesa. Se insistía mucho en los vinos –Borgoña, Burdeos o del Rin, así como los soviéticos- que, supuestamente, escanciaba alguien en nuestras copas de acuerdo con un ritual, que convinieran al pescado, carne, postre u otros manjar, todo lo cual sólo intensificaba nuestros jóvenes apetitos, ya despiertos por nuestras míseras raciones alimenticias”.



Dobrynin fue de 1961 a 1986, el embajador de Moscú ante los seis presidentes norteamericanos de la Guerra Fría.

La diversidad y el gusto en el plato, son cosas que se cultivan en democracia, es decir en libertad de escoger, para salir de la dieta monotemática que las sociedades regimentadas, por escasez de disponibilidad de productos, hábitos y opciones en la cocina, imponen.

Viacheslav Skriabin (más conocido como Molotov, su seudónimo) quien fuera por 11 años tercer presidente del Sóviet de Comisarios del Pueblo y por diez canciller de la URSS, viajó una vez en Queen Mary de regreso de Nueva York a Europa. Lo acompañaba Dobrynin, y éste es su relato de cómo eran sus comidas.

“Para desayunar no tomaba más que los cereales que su cocinero había llevado de Moscú y le preparaba. El chef del trasatlántico, cuyo orgullo profesional estaba un tanto herido, se ofreció a hacer “cualquier tipo de potaje que desee el señor Molotov”. Sin embargo, nuestro jefe rechazó, tercamente, todas las ofertas. Cada mañana por los pasillos del Queen Mary podía verse una extraña procesión formada por tres hombres: yo era el primero, venía después nuestro cocinero, con la olla, y cerraba la marcha el coronel Alexandrov, jefe de la guardia personal de Molotov. Nuestro cocinero entraba en la gran cocina de la nave y los demás chefs lo miraban y criticaban su olla que contenía un potaje especial de Molotov. Luego, el cocinero la envolvía en una toalla caliente, y con toda solemnidad regresábamos al camarote del ministro. Así un día sí, y el otro también, mientras duró la travesía”

La democracia también puede expresarse en la libertad de un mordisco. El día que el muro de Berlín fue abierto el 9 de noviembre de 1989 por una multitud que se empujaba por cruzarlo, los alemanes encerrados en la RDA no corrieron a buscar fragmentos de cemento armado astillado a pico y mandarria para convencerse. Cuando amaneció, enfilaron hacia las tiendas y supermercados de la entonces Alemania Federal. Allí, compraron todas las existencias de bananas. Dentro de la sociedad oprimida, la banana -no un trozo del muro- fue el símbolo de que la libertad había llegado.

Cuentan mis amigos alemanes que la noche del 12 de agosto de 1961 fue muy triste, oscura, cargada de miedos y rumores. Y que la del 9 de noviembre de 1989 fue luminosa, con risas, gritos y música que el viento empujaba a lo largo de la ciudad. Berlín había estado dividida 28 años.

En la Alemania tras el muro que conocí como periodista de la AFP, todo era gris. El paisaje urbano, si algo tenía, era tristeza. No había colores cálidos, ni fríos. Todo era gris cemento, marrón opaco, sin letreros luminosos. No había pintura para las paredes, puertas y ventanas. Nadie reía en las calles cercanas a la Puerta de Brandemburgo. No había enamorados cogidos de la mano en los bancos de la austera plaza Marx-Engels.

Cuando visité esa Alemania, hasta los mesoneros parecían aburridos. En la cocina, unos usaban uniformes y otros no. Ninguno estaba impecable. Nadie usaba gorro de cocinero. El personaje más importante no era el chef, sino el camarada comisario en el hotel más importante de la ciudad. Un tipo de mirada dura vestido de civil, ubicado frente a un escritorio de metal, al fondo de la cocina. El lobby del Gran Hotel Berlín tenía la atmósfera de una sala de espera del seguro social. Lo único con cierto dinamismo era el bar. Whisky no había. El vodka era un lujo. Los tragos más populares eran tres cocteles: el Sputnik, Habanapunsch y la sultaneta Cubana.

En 1999, un año después del derrumbe del sistema, chefs alemanes me contaban en una tertulia cómo había sido la re-unificación alemana en la cocina. “Los (cocineros de la ex-RDA) vienen de una cocina antigua, limitada, con otro ritmo. Lo mejor de sus granjas -afirmaban- se iba por tren a Moscú. Lo mismo ocurría en Polonia, Hungría y con los checos. Pasaron casi 30 años trabajando de esa forma. Por eso sus cocinas se atrasaron. No van a cambiar de un día para el otro” relataban los amigos jefes de cocina del chef Frank Müller, quien trabajó por décadas en los grandes hoteles de Caracas. Los panaderos, en cambio, se reinsertaron con facilidad. En Alemania, el paraíso del pan, nunca queda desempleado un buen operario.

En las semanas siguientes a la caída del régimen que pregonaba que sería para toda la vida, la evidencia de libertad eran mordiscos a frutas escasas, costosas, prohibitivas. Las bananas en primer lugar. Las naranjas, después.

Observada desde la mesa, la caída del Telón de Acero tiene más de humano que de epopeya heroica. No hubo multitudes dedicadas sistemáticamente durante semanas a tumbar a golpes los 115 kilómetros de muro. Lo que hubo fueron millones de personas que una semana después, comenzaron desayunar distinto.

Se notaba en cosas pequeñas. Como en la calidad de la mantequilla que ahora se podía untar con generosidad sobre el pan. Y en la variedad y abundancia de los embutidos. Alemania y la república Checa están a la cabeza del consumo mundial de bananas: unos 14 kilos por persona. (Soria, A. 2009)




Jalf Sparnaay



V

Cuando desde el plato uno observa tendencias de las sociedades a la mesa en los tiempos modernos, democráticos, no puede sino sentir cierto desconcierto.

En las sociedades abiertas la publicidad orienta el gusto de multitudes, y se fija en la mente de los escolares y del ciudadano. Es la televisión quien dicta las pautas del gusto en el consumo masivo. Prohibida o sujetada en las no-democráticas, la comida rápida creada en Norteamérica invade y penetra todos los espacios que puede.

La comida rápida se sirve hoy en restaurantes y cines, estadios, aeropuertos, escuelas primarias, bachilleratos y universidades, en aviones, trenes y cruceros, en grandes y en modestas cadenas hoteleras, en cadenas de tiendas, grandes almacenes, en estaciones de servicio e incluso en las cafeterías de los hospitales.

Sólo los norteamericanos (hay más de 28.000 establecimientos McDonald´s en el mundo) gastaron en el año 2000 unos 110.000 millones de dólares. Treinta años antes, habían gastado 6.000 millones de dólares. En la actualidad, los estadounidenses pagan más dinero por comida rápida que lo que invierten en enseñanza superior, computadores personales, programas informáticos o carros nuevos. Y también gastan más en comida rápida que en cine, libros, revistas, periódicos, videos y música grabada, todo junto. (Scholosser, E., 2002)

Sólo la cadena McDonald´s gasta más dinero en publicidad y marketing que cualquier otra marca. Como resultado, ha reemplazada a Coca-Cola como la marca más famosa del mundo. (Hogan, D.G., 1997). Así, el estilo americano busca posicionarse como el estilo universal. Sólo algunas iniciativas aisladas en contados países europeos pretenden en la actualidad frenar esta influencia en las cantinas escolares a finales de la primera década del XXI.




Jalf Sparnaay, óleo


VI

Cuando uno interroga a los especialistas de mercadeo y consumo masivo sobre el comportamiento en las sociedades abiertas de las nuevas generaciones a la mesa, la respuesta común en que “Responden a los estereotipos”. Lo mismo responden cuando se pregunta qué compran cuando van a los supermercados y abastos.

Si eso fuera cierto, muertos deberían estar el pasticho, el asado negro, la pierna de cordero, el arroz a la marinera, la arepa y la milanesa por ejemplo. Pero no lo están. En la mesa – porque la sociedad es abierta y por tanto democrática- no pasa lo que los marketólogos dicen que pasa.

Creer que el gusto de la sociedad norteamericana es el gusto del mundo, y al mismo tiempo ignorar la cultura de los otros es tendencia de considerable espacio en la modernidad. En la cultura que domina el marketing, escribe los libros, orienta el enfoque de aula, publica ensayos en las revistas del sector y consigue trabajo en mercadeo siempre que hable inglés, el asado negro, el pasticho, la pierna de cordero, el arroz a la marinera, la milanesa y la arepa, no existen. No hay en ésa concepción, otros idiomas, sabores, infancias, abuelas, regiones y realidades. Dominados por la santa trilogía de hamburguesa, papas fritas industriales y refresco de cola, la percepción de que el universo del gusto no es sino ése, es fenómeno extendido. Pero falso. Hay generaciones que tienen mamá. Y en contraposición, generaciones que tienen nevera.

El marketing concebido en Madison Avenue, en Atlanta o Los Angeles para todo el mundo, tiene razón cuando fotografía a la última generación consumiendo los productos del fast food. Así como la fotografía no es sino la técnica de pintar imágenes con la luz, cuando se dominan los medios (McLuhan dixit), se domina el mensaje. Han logrado un estilo en el que pueden definir, orientar, cuantificar, dirigir el gusto. Por eso –por ejemplo- cada vez hay menos sopa. Hasta que el sujeto de estudio (que ha sido educado con nevera, no con mamá) se sale del límite sicográfico, se pasa de palos y descubre el milagro de un hervido en la madrugada, o la sopa de cebolla.

La generación de la carne molida y pitillo no son Mozart. El asado negro, el pasticho, la pierna de cordero, el arroz a la marinera, el risotto, la milanesa y la arepa son Mozart. Porque lo clásico, por bueno, siempre estará de moda. Conservadoras pero no estáticas, las tradiciones alimentarias y gastronómicas son extremadamente sensibles a los cambios, a las imitaciones, a las influencias externas. Pero a la hora de sentarse a la mesa, quien tuvo mamá y abuela, cuando crece se le escapa, se le sale del cuadro, de los estereotipos, a los magos del marketing moderno de un solo idioma, pitillo y carne molida.

Pero el fast food y la visión norteamericana que el almuerzo es la interrupción de algo más importante como el trabajo o la exposición de las ideas, se anota no pocos triunfos en la vida universitaria o en el de las corporaciones que acuden a las aulas en busca de sentencias.

Eso es lo que pasa -y aunque el ejemplo parezca increíble- con los cursos de motivación. Los costosos talleres sobre cómo alcanzar la felicidad en empresas y corporaciones -por lo general- ignoran el apetito y las ganas que al mediodía en los mortales aparecen. En eso se parecen a algunas visiones sobre cómo alcanzar la felicidad en la Baja Edad Media: El placer, sólo está reservado a unos pocos, previo pago de penitencia

El perverso manto de la gerencia que considera el buen comer como una extravagancia, no es nuestro, es importado. Se come mal en talleres, jornadas de participación y “seminarios sobre alto desempeño”, porque se copian recetas de la cultura de gestión norteamericana. En ella, detenerse a comer es una interrupción de algo más importante, el trabajo. Dado que es interrupción, debe ser breve. Por eso se llega y se sale de la bala fría corriendo, en el más breve plazo: Tienen 60 minutos para comer y atender el celular. Si vamos retrasados podemos reducir ese tiempo a media hora, o si prefieren, 20 minutos. Total, sólo se trata de comer.

Ahí no termina la cosa. Como la interrupción puede ser costosa, se la diseña a bajo precio. El costo de estos talleres, conferencias o como quieran llamarles, es de no poco dinero. Están diseñados sobre patentes internacionales por empresas prestigiosas en su área. Pero en la comida, la bebida, y la atención a la gente, invierten menos que en un recreo de preescolar. Con una diferencia. En el preescolar, las maestras están pendientes de que cada quien haya comido lo adecuado para alimentar el cerebro, y además, esté contento. Cuando en los eventos sobre motivación y alineación de objetivos un osado se revela (contra el bocado infame, o el tiempo escaso) se le advierte que no debe “perder foco”. Se oyen reconvenciones de éste estilo: Estamos en un taller de motivación para blindar la integración en la empresa, y por tanto la felicidad de todos.

El bocado caliente no tiene espacio en las prisas de la modernidad. Comer, engorda. Los gordos no son bienvenidos en la cultura corporativa. Detener el pensamiento, la creatividad y la felicidad en el trabajo para algo tan primitivo como comer -y además pretender hacerlo bien- caliente, le parece absurdo a los planificadores, graduados mientras vivían a golpe de hamburguesas, perros calientes y refrescos de cola.

Al final de la jornada de motivación en la hoja de evaluación la comida, o no figura, o puede ser calificada como sólo buena, muy buena o excelente. Por eso los participantes corren a tumbar la nevera de su casa, o cercar al primer carrito mata-hambre que aparezca en el horizonte.

En el período moderno en las sociedades abiertas, la motivación llega ahora en cápsulas. La cultura de los tips parece invadirlo todo. Desde el arte de la motivación hasta el arte de la cocina. Maslow elaboró en 1946 su teoría sobre la pirámide de motivaciones y de allí en adelante se venden capsulitas. Los que llegaron después afirmando que Maslow estaba equivocado, venden tips mientras dan mordiscos a bocados industriales.

Al sentido común se le arruga el estómago cuando observa que los hábitos y las tradiciones para crear felicidad parece que no importan. Esto es así, me explican, porque vivimos (ya no en países, regiones y culturas diferentes) sino en “territorios globalizados”. Ése es también un coste social de las democracias donde la información fluye sin barreras, y la publicidad en ellas. ¿Y cómo eran los cursos o seminarios –por ejemplo- en la República Democrática Alemana antes de la caída del muro de Berlín, pregunto a los obreros que trabajaban en una fábrica de productos ópticos: “Obligatorios, aburridos, y se come mal, monótono como siempre” fue la respuesta.









VII

El gusto tiene memorias que han resistido asedios, tumbados muros y murallas que parecían permanentes, sobrevivido a mil tempestades y decretos.

Si la historia de las civilizaciones algo recoge, y enseña, es el valor intemporal del olfato, las indestructibles cadenas genéticas de lo probado y almacenado como mío o bueno, y la fortaleza de la memoria en cocina, mesa y sobremesa. Por lo tanto lo primero a hacer en una sociedad libre, sometida a los embates de la publicidad globalizadora - piensa uno- es no renunciar a sus gustos.

Las memorias del gusto no están sueltas al aire. No flotan en la nada, ni son disquisiciones de bardos de la silueta, en plan faquir. Razonan, manejan información actualizada, comparan. ¿Pan y agua? ¿Almuerzo y cena solo de potajes y granos? Sólo los misterios de la fe recogen relatos de eso milagro-maravilla.

Las memorias del gusto hacen silogismos. Se los enseñan a uno desde la escuela. Algunos pueden resultar más poderosos que tanques y cañones. Con lo del paraíso de la flagelación además de silogismos, se hace humor del bueno. ¿Será “Rebelión en la granja” de (Eric Blair) George Orwell texto prohibido? Baste con que sea prohibido para que se lea más, advierten los escasos censores ilustrados. “Todos los animales somos iguales, pero alguno son más iguales que los otros” escribió en 1945 Orwell. Dicen los historiadores que la poderosísima “Nomenklatura” se desmoronó por silogismos como ése, que la gente construía cuando iba a hacer mercado o tenía sed.

Hoy en cocina, las sociedades democráticas además de los millones de cocineras que siempre tuvieron, tienen ahora miles de jóvenes afanados por cocinar, que además saben de ingredientes y tienen ganas. Allí, una generación se encargará de pasarle a la otra un principio fundamental de sartén y cacerola: la necesidad, agudiza el ingenio. Las cocinas italianas y la española -por sólo nombrar las dos más cercanas y conocidas - construyeron su soporte desde la escasez, no desde la abundancia.





Jalf Sparnaay


VIII

En la globalizada sociedad moderna, se vive bajo estrés. Para contrarrestarlo –pensamos algunos - hay que ir a la cocina. Al hacerlo, se advertirá que sólo las hay de dos tipos en el mundo. La buena y la mala. La buena, creativa, clásica o tradicional, ha existido siempre. La mala, jamás desaparecerá. Lamentablemente, ésta última en los últimos treinta años ha ido en incremento. Porque ellas se cansaron de cocinar; y porque la sociedad abierta creyó que con nevera y televisión se podría alimentar el alma.

Hoy el estrés no se apaga en muchos hogares de la modernidad porque ausente de manos e intuición femenina, la simplicidad no tiene en las ciudades ejecutantes magistrales. No se improvisa ni se hacen milagros con lo poco. Perdida la razón y con ella el goce y el humor, las grandes sinfonías familiares cotidianas son hoy escasas. Se las pretende sustituir con empaques y congelados. Pero así no funciona. No sabe igual

No se sale del estrés con hamburguesas y refrescos de colas. Sin embargo esa es la mesa de la mayoría de los profesores norteamericanos de los talleres anti-estrés. Se busca la felicidad en el gimnasio, en la farmacia o haciendo ejercicios con aparatos frente al televisor. Poco se enseña que lo sabroso que emociona, sólo puede hacerlo porque antes, frente a una mesa con gente a la que se quiere, alguien sembró sensibilidad y referentes étnicos o geográficos.

No hay felicidad sin alimentos. No hay teoría del gusto sin pareja, sin hijos, sin familia, sin recetas heredadas. Las sensaciones maravillosas que emergen de una olla o un sartén, no provienen de una pipeta sino de la memoria y el recuerdo. Hoy, cuando el estrés es constante, la solución – razonaban Jean François Revel y Raymond Aron – es mirar hacia atrás y entender que en la historia de las civilizaciones la tranquilidad siempre regresaba ante un plato caliente con aromas familiares. Porque lo que cocinamos y comemos, tiene pasado y futuro. Refleja aunque uno no lo sepa, nuestra identidad, nuestro lugar en la sociedad...y la fortaleza con la que perseguiremos nuestros sueños. Como el de la democracia perfecta.













Referencias bibliográficas



Drobrynin, A. En confianza. Fondo de la Cultura Económica. México: 1998

Hogan, D. G. Selling Em by the sack. New York University Press. Nueva York: 1997

Huteau, J. y Ullmann, B. Une histoire de la AFP. Edit. Robert Laffon. París: 1990

Pounds, Norman J. G. La vida cotidiana: historia de la cultura material. Edit. Crítica, Barcelona, España:1992

Revel, Jean-François. Un festín en palabras. Tusquets editores, Barcelona, España: 1980

Scholosser, E. Fast Food. Edit. Random House Mondadori. Barcelona, España: 2002



Referencias hemerográficas

Soria, A. (2009). La libertad en un mordisco. En: El Nacional. Caracas. 19 de noviembre 2009.



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Prof. Alberto Soria

profesor.albertosoria@gmail.com