¡Échale bola Cabrujas!
Villano de la Caracas del “mientras
tanto”
Claudia Furiati Páez
“…provengo de un pueblo
demolicionista
que hizo del escombro un emblema”.
José Ignacio Cabrujas, La ciudad escondida
El
origen de la expresión que da título a estas reflexiones acerca del ideario
urbano que José Ignacio Cabrujas desarrolló sobre Caracas, ciudad natal, excusa
su uso a pesar de lo inapropiado que pueda lucir. “Échale bola” fue la frase
popularizada para inaugurar cualquier acto de demolición de algún edificio o
construcción que “estorbara” a los ideales modernizadores del país en el
estreno de régimen perezjimenista, época en la que Caracas acentuó su
desbarrancadero hacia la metrópoli. De igual manera, nos sirve de coartada para
evocar el espíritu crítico que siempre acompañó al dramaturgo a la hora de
consultarle sus opiniones acerca del teatro, la telenovela, la cultura, la
política, el país; nada de conceptos decimonónicos, nada de catálogos ni
preceptos. La vivencia dialéctica y contradictoria fue siempre su mejor fuente
filosófica para deconstruir, “demoler” íconos, paradigmas incluso alimentados
por su propio discurso y actuación. Caracas no fue la excepción.
Contribuir
a descifrar el mapa que Cabrujas trazó en torno a la idiosincrasia del caraqueño,
implica identificar en este territorio aspectos
de su pensamiento y obra tales como el enmascaramiento (esconder nuestra
esencia frente al otro), el no lugar (somos una equivocación histórica), la dicotomía centro-periferia (El Este Vs.
Catia), el antihéroe como protagonista (el villano exculpado), los cuales sen
revisados en las líneas que siguen. [1]
La ciudad Ave Fénix
Con
relación a su mirada sobre el terruño urbano en los distintos documentos,
artículos y opiniones consultados durante nuestra investigación, se adivina un
cierto goce de Cabrujas por lo que describe como exploraciones de “arqueólogo
del derrumbe”. A decir del sociólogo Tulio Hernández quien tuvo a bien escoger
su texto La ciudad escondida, para
encabezar una compilación de veinte escritores e investigadores que narran el
devenir de Caracas [2], tal
complacencia ante el desmorone perenne de nuestra ciudadanía, marca una
diferencia respecto al alto pesimismo demostrado en torno a ser nación, destino
al que al parecer no estamos predestinados desde la perspectiva cabrujiana.
Para muestra basta apreciar la guasa con la que describe el derribamiento de
monumentos arquitectónicos de la otrora Sultana de El Ávila.
“Me
recuerdo a mi mismo presenciando la demolición del Majestic, el hotel de viejas
memorias, donde se alojó Gardel o donde Titta Rufo vocalizó alguna bravura,
antes de un discutido Rigoletto, por hablar de dos portentos. Recuerdo el
sonido de aquella bola, quebrando las paredes ante el maravillado júbilo de
centenares de caraqueños que voceaban y ponderaban el movimiento pendular de la
pesada mole.
En
un cierto momento, la esfera metálica alcanzó una columna y un piso entero se
resquebrajó, levantando nubes de polvo. El aplauso fue unánime y emocionado.
Era como si nos encontráramos a nosotros mismos en un gesto colectivo que
iniciaba una esperanza, y mentiría si digo que alguien expresó una nostalgia…” [3]
Para
José Carvajal, periodista que ha desarrollado una desenfadada crónica urbana
actual, lo que el dramaturgo hizo con este tipo de planteamientos “es una gran
descripción de esa suerte de sino que nos caracteriza, sin juzgar más allá,
siendo capaz de disfrutar esa efervescencia del espacio público como el sitio
de intercambio comercial, de historias y gente colisionando unas y otras”. [4]
Por ello propone una relectura de textos como La ciudad escondida, el cual a su juicio ha sido asumido de forma
“encriptada” por un sector intelectual y académico del país, refiriéndose a Caracas
sólo desde sus espacios físicos, cuando la polis va mucho más allá.
Expone
Carvajal, también oriundo de Catia, que muchas de esas cosas provisionales ya
no son tales, por el contrario se han hecho permanentes. “La informalidad, por
ejemplo, la cual es un fenómeno en sí misma,
pareciera ser ‘un mientras tanto’, pero en realidad cada vez está más
solidificada dentro de los espacios de la ciudad. Y eso forma parte del referente
urbano de mucha gente”. Como ejemplo describe a la Calle Colombia de Catia, a
la cual vio desde que era pequeño preñada de vendedores informales, por lo que
es una vía para transeúntes y no para conductores de vehículos.
De
manera que el gran y ruidoso espectáculo de calle que resultó para Cabrujas la
caída del coloso Hotel Majestic, sin remordimiento en aquel colectivo
espectador del que formó parte, es posteriormente “exorcizado” en El día que me quieras rememorando a la
edificación. Se trata de la escena donde el personaje “Plácido” describe la
entrada del Morocho Gardel a su hall, revolucionando al recinto y a la aún
provinciana sociedad caraqueña de 1935.
Y
así como el Rey del tango personificó el anhelo de ser cosmopolita para los
venezolanos de entonces, el sacrificio de la memoria urbana en pos de la
arcadia moderna fue el ideal de la emergente generación de 1958, a la que perteneció
Cabrujas. Esta sería una de sus tantas confesiones a la periodista Milagros
Socorro al describir lo que significó entrar a la modernidad para los
habitantes de Catia, parroquia en la que transcurrió su infancia y juventud: “La
gente estaba muy contenta porque Catia prosperaba. Esos años de Pérez Jiménez
fueron los de la verdadera fundación de ese lugar, lo que lo convierte en ese
centro abigarrado y esa inmensa cantidad de habitantes que hoy en día es Catia.
Cerca de la Plaza Pérez
Bonalde se inauguró el Mercado de Catia, que ya era una clara señal de
progreso. Progreso en la época de Pérez Jiménez era edificar, ese era el
concepto: progresamos porque edificamos. Y todos estábamos muy contentos de que
así fuera. Quienes nos oponíamos a Pérez Jiménez -por una cuestión visceral,
porque éramos comunistas, porque nos perseguían- de alguna manera participábamos
de ese mundo, ése era el mundo real; lo que no nos gustaba era él, el régimen
de dictadura, la falta de libertad, pero la época nos gustaba, la vivíamos intensamente,
sentíamos que progresábamos, que no era mérito de Pérez Jiménez sino de las
inmensas riquezas del país”. [5]
En
ese sentido, esta gran descripción de la escena de fines de los cincuenta,
alimenta el argumento desarrollado por la filósofa venezolana Colette Carriles
en torno a Caracas vista como un laboratorio teatral en el que se han querido
desplegar las ideologías modernas. [6]
“Por ello mismo, Caracas es la ciudad que nunca ha sido terminada de construir,
siempre disponible para los experimentos urbanos, más excesivos mientras carece
del alfabeto elemental que podría convertirla en ciudad, que es un sistema
representable, comunicable, de flujos (de tránsitos de agua, de señales, de
costumbres)”. Y como muestra Capriles recurre a “la metamorfosis guzmancista” también
evocada por Cabrujas en El Americano
Ilustrado, “el modernismo perezjimenista” y “el proyecto urbano adeco de la
Gran Venezuela” pretensiones de Nación que
bien supo recrear en Una noche
oriental.
La urbe enmascarada
De
tal manera que para el dramaturgo la nostalgia urbana no la transmiten las edificaciones
símbolo del poder, bien sea colonial o republicano; ni la Catedral , ni el
Capitolio, ni el Panteón Nacional, ni el Teatro Municipal, ni Miraflores tienen
el señorío arquitectónico de sus pares en ciudades como Lima, Bogotá o México
que fueron en la colonia Virreinatos y que guardaron esa majestad en su devenir.
Las construcciones de aquí son expresión en tres dimensiones de lo que Francisco
Herrera Luque llamó “el país campamento”, tesis que Cabrujas suscribió y
desarrolló hasta alcanzar el concepto del “Estado del disimulo”.
“Cuando uno entra en la Catedral de Caracas,
termina por entender donde vive. La
Catedral de Caracas es un parecido, un lugar grande,
relativamente grande, todo lo grande que podía ser en Venezuela un lugar
religioso, pero al mismo tiempo se trata de una edificación provisional que
forma parte de del ‘mas o menos nacional’…Venezuela se convirtió en un paso
donde quedarse significaba ser menos”. [7]
Por
el contrario, la urbe añorada por Cabrujas es la que estremeció los cimientos
de su infancia, la que se erigió dentro de su mundo afectivo y que él
emblematizó en el recuerdo de la casa donde nació ubicada en la otrora esquinas
de Poleo a Buena Vista 11-B, la cual quedó enterrada bajo un montículo de
tierra fabricado por los ingenieros perezjimenistas en favor del progreso.
“Debajo de ella está mi vida…” revelará el escritor para quien este
ocultamiento forma parte del gran enigma que es Caracas, cuyos habitantes y
visitantes están condenados a nunca poder desenmascararla.
“¿Qué
extraordinaria aventura puede ser, y lo comento, con cincuenta años de amor y
pertenencia, vivir en una ciudad sin fachadas representativas?... la ciudad que
aún no hemos terminado de construir y mucho menos de disfrutar, se encierra en
sí misma y renuncia a la fachada. Es una ciudad privada. Las casas se
enorgullecen por dentro e ignoran al paseante”. [8]
De
igual parecer es el periodista José Carvajal para quien Caracas es una urbe que
niega posibilidades al transeúnte. “La administración de la ciudad es la que ha
dado la espalda al peatón, desde la época modernizadora cuando se construyen
las grandes autopistas, proceso que privilegió la consolidación de las
conexiones urbanas para los vehículos y no para sus ciudadanos. Ello derivó en
que muchas zonas caraqueñas perdieran vitalidad. La Francisco Fajardo partió en
dos ejes Norte – Sur a la metrópoli y la incomunicó. Aunque hoy día se
encuentran ejes Norte – Sur como en la Av. Baralt, donde confluyen y se comunican
una cantidad importante de parroquias y sus moradores”. [9]
Justamente
es la visión del peatón, de la que se vale el escritor de teatro para redescubrir
el rostro de la cotidianidad caraqueña y así reivindicarla ante la manida
historia oficial. Para ello apela a la sensorialidad: “Un día, en mi infancia,
extravié el dinero del pasaje y tuve que caminar desde el centro hasta el
Oeste, en una pericia de seis horas. Recorrí la patria, que como todo el mundo
sabe queda a media cuadra de la Plaza
Bolívar , atravesé las bisuterías del viejo Cine Rialto donde
solía comprar caramelos, presencié el enigma del fakir Urbano…, y la ciudad me
desembocó como una piedra errática en el arcano sector Federal, donde podían
contemplarse ángeles de prominentes pezones y banderas de bronce conmemorativo,
amén de un pajarraco marmóreo que, según mi padre, representaba el futuro y tal
vez la nacionalidad (…)
Quiero
decir que esta marcha hacia el Hades, se parece en mi caso de caraqueño a la
ruta de Orfeo, salvo la intención de Eurídice. Puedo evocarla por sonidos, por
los ladridos, por las voces, por los latidos del corazón, por mi intimidad
amenazada en esa aventura, pero jamás por la arquitectura que recorrí. Se
trataba de un simple rumbo al Oeste, con la única intención de llegar al Oeste,
y alojarme en la calle Argentina, entre 5ª y 6ª Avenidas, Quinta San Francisco,
es decir hogar.” [10]
El
actor Alejo Felipe, quien además de haber sido dirigido por Cabrujas en El Americano Ilustrado y algunas telenovelas,
vivió en la misma calle Argentina del escritor , coincide en hacer ese viaje a
la ciudad real a través de los sentidos: “Catia tenía un olor particular, como
lo tenía cada zona de la Caracas de entonces (década del cincuenta al sesenta).
Era una combinación de los humos de La Silsa, con los de Chocolate La India,
con un aroma a reencauchadora y a humedad vegetal”. [11]
La Nueva Caracas
Si
algún sitio reivindicó en José Ignacio Cabrujas el sentido de ser caraqueño,
ese fue Catia, no obstante su contradictoria actitud de paria. Allí los
inmigrantes principalmente europeos, llegados entre los cuarenta y cincuenta,
encontraron cobijo a su desarraigo. Los aires de progreso le bautizaron con el
pomposo nombre de “Nueva Caracas”, lugar semi rural en el que el sastre José
Ramón Cabrujas levantó su casa-taller. Una construcción que su hijo siempre
consideró inconclusa, pues todo el tiempo la modificada, ampliaba, remodelaba,
al ritmo de la metamorfosis que sufría toda la parroquia y Caracas completa.
Recuerda
Alejo Felipe que la calle Argentina aún conserva esa particularidad de
construcciones de tres pisos, donde la planta baja era destinada al negocio del
isleño o italiano de turno, el segundo funcionaba como pensión y el tercero a
la residencia del dueño. En muchos casos lo coronaba una platabanda. El actor
rescata de este sector los aires de sana vecindad que entonces se respiraba.
“Todo el mundo se conocía, los mismos personajes, mi tío Benito Vargas isleño repartidor
de hielo, el barbero sevillano Cirilo, el italiano de los buenos cafés
expresos”. [12]
La
vivienda de los Cabrujas aunque sí tuvo su azotea, se quedó en un primer nivel,
y será en ese tope abierto a las estrellas el lar donde el entonces adolescente
descubrirá su pasión por la literatura romántica, los clásicos sinfónicos y se
iniciará en el arte amatorio como en el de la escritura, vivencias que luego compartía
con sus amigos de la Plaza Pérez
Bonalde, entre los que se encontraban César Bolívar (cineasta), Jacobo Borges
(pintor), Oscar Guaramato (periodista), y Oswaldo Trejo (escritor).
En
este territorio de clima generoso, de excursiones a los cerros cercanos a El
Junquito, de paseos a la laguna, el entonces pueril y tímido muchacho se
deslizará 16 años moviéndose a sus anchas. Allí, afirma, sí le fueron útiles
los espacios públicos. Sobre el “ágora” en que se transformó la “Pérez Bonalde”
dijo Cabrujas: “La plaza era el lugar
donde fingíamos y a medida que pasaba el tiempo fingíamos más, nos hacíamos más
teóricos, más comunistas, más estetas, más conocedores, más gastrónomos, más
mujeriegos…sin que eso fuera verdad, sin que eso fuera una experiencia. Éramos
unos sofistas, unos retóricos, creíamos que el verbo suplantaba la realidad y
nos daba poder. No éramos honrados pero al mismo tiempo, en nuestro descargo
debe decirse, éramos más angustiados y todo eso lo vivimos sabiendo lo que
vivíamos, sabiendo que lo que nos faltaba era grave y en verdad buscábamos que
nos sucediera. Eso me lo concedo y se lo concedo a la gente de la Plaza Pérez Bonalde”. [13]
El antihéroe de la periferia
El
otro espacio público al cual se entregó Cabrujas sin reserva alguna fue el
cinema. La Catia
de entonces contaba con el Cine Pérez Bonalde, donde descubrieran el amor
imposible Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, el España, dedicado a la
filmografía mexicana y todo su esplendor dorado, y el Esmeralda, situado en la
“zona de tolerancia” de la parroquia y donde quedó hechizado por la vanguardia
fílmica de Luis Buñuel, cuya película “Subida al cielo” lo convenció de que se
puede hacer arte con escasos recursos[14].
Felipe suma a este inventario las Salas Catia, Propatria y Venezuela, en total
seis pantallas que nutrieron del imaginario cinematográfico de los habitantes
del sector.
Las
calles de Nueva Caracas fueron recorridas por el intelectual, quien las
describió como un gran bazar iraní, el alboroto que allí ocurría, los árabes
con sus quincallas y su mezquita al final de la Plaza Catia , los obreros
italianos y sus trattorias, los
españoles y portugueses con sus panaderías, incluso checoslovacos en el inicio
de la fabricación de pinturas.
Como
bien señala el autor “Catia se autoabastecía de símbolos, de mitos de
vivencias” que sin duda han pasado a formar parte de la cosmogonía del
caraqueño, de ese significante que a juicio de Colette Capriles es necesario
para construir ciudadanía. Dice la investigadora: “…el ciudadano moderno está
signado por la diferencia, por su individualidad, y se construye no solo
hablando, sino intercambiando… Se construye no en un foro sino en un mercado…” 13
Alejo
Felipe apunta por su parte que otra manera del dramaturgo resemantizar lo
venezolano y en lo particular lo caraqueño, fue mostrar la forma como vivía la
gente decente de la época a través del lenguaje universal de sus piezas
teatrales. Por ejemplo, la casa y los personajes de Profundo [15] “bien
pudieran ser ubicados en las parroquias de San José, La Pastora, Lídice o el
sector Propatria de Catia de una Caracas costumbrista y creyente de principios
de siglo XX”.
Los
“estímulos culturales” son los que quedaron cortos en la Catia de Cabrujas, de
allí que antes de cumplir los veinte años, buscando resolver además la profunda
contradicción que le producía vivir en la periferia y estudiar en “el centro
del poder”, en la esquina de Jesuitas en el colegio San Ignacio de Loyola, se
trasladó a otras geografías urbanas de las que también se nutrió. Residir en las
parroquias de San José, Altagracia y Los Rosales, estudiar en el Fermín Toro
cercano a El Calvario, ser miembro del Teatro Universitario en la Universidad
Central de Venezuela, del Nuevo Grupo en la Alta Florida y escritor de
telenovelas en la RCTV en la esquina de Bárcenas, por mencionar algunas de sus
coordenadas vitales, alimentaron en años posteriores su obra teatral,
televisiva, ensayística y en especial su mirada de “villano”, es decir de habitante de esa villa aún por venir, la otra
Nueva Caracas.-
[1] Ahumada, Yoyiana, Seminario
Cabrujas: ese ángel terrible. Vigencia de
un diálogo con el país, Fundación para la Cultura Urbana. Caracas, Marzo -
Agosto de 2005.
[2] Hernández, Tulio (Invitado), Seminario Cabrujas: ese ángel terrible, dictado
por Yoyiana Ahumada, Fundación para la Cultura Urbana. Caracas, Julio de 2005.
[3] Cabrujas, José Ignacio. La ciudad escondida en Caracas
en 20 afectos. Edición del Museo Jacobo Borges, 1999. Pág. 20
[4] Carvajal , José. Editor asociado del Semanario En Caracas, entrevista, agosto 2005.
[5] Socorro, Milagros. Catia
a tres voces. Fundarte, Colección “Rescate”, No 12. 1994. Pág. 60
[6] Capriles, Colette. El
silencio de la ciudad. Revista Bigott No 50. Septiembre, 1999. Pág. 122.
[7] Cabrujas, José Ignacio. El Estado del disimulo en Estado
y Reforma. COPRE, Caracas 1988. Tomado de elmeollo.com webpage 5.
[8] Cabrujas, José Ignacio. La ciudad escondida en Caracas
en 20 afectos. Op. Cit. Pág. 21
[9] Carvajal , José. Editor asociado del Semanario En Caracas, entrevista, agosto 2005.
[10] Cabrujas, José Ignacio. La ciudad escondida en Caracas
en 20 afectos. Op. Cit. Pág. 18
[11] Felipe, Alejo. Actor venezolano de teatro y televisión.
Entrevista, agosto 2005.
[12] Felipe, Alejo. Actor venezolano de teatro y televisión.
Entrevista, agosto 2005.
[13] Socorro, Milagros. Catia
a tres voces. Fundarte, 1994. Op. Cit. Pág. 72
[14] Socorro, Milagros. Catia
a tres voces. Fundarte, 1994. Op. Cit. Pág 63
[15] Cabrujas, José Ignacio. Profundo. Editorial Tiempo Nuevo, colección Letras Venezolanas.
Caracas, 1972.
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