jueves, 1 de septiembre de 2016

Del Tirano en Jenofontes

David De los Reyes

Hiero of Syracuse and victors.jpg
 Hierón I al carro de la victoria (Coronando los Vencedores en Olimpia - Hierón de Siracusa y vencedores) en una pintura de James Barry que posee la Royal Society of Arts de Londres


 “La primera responsabilidad de un filósofo que se ve
rodeado de corrupción política e intelectual  quizás sea el retiro”
Mark Lilla
I
Introducción
Jenofonte, de familia acomodada,  nace en el 430 a.C.,  en el demo de Erquia, perteneciente a Atenas. Al igual que  los filósofos de su tiempo, como Platón, Jenofonte es testigo de una época convulsa, crítica y decepcionante de la historia de Grecia. El inicio de las hostilidades entre Esparta y Atenas, la muerte de Pericles y la mortífera peste, trazan una ruptura con la época anterior; juntándose al final de la larga guerra, la derrota y el torpe gobierno de los Treinta Tiranos. Por nacer en una familia con bienes de fortuna pudo consagrarse plenamente al arte de la equitación, que era su gran pasión (del cual escribe varias obras: Sobre el arte de la equitación y Sobre el comandante de la caballería, además de hacer referencia en sus obras reiteradamente, como es el caso  de la figura de Ciro en su Ciropedia) y formarse en filosofía.
Diógenes de Laercio nos dice que también era amante de la caza (escribe El arte de la caza), hábil estratega militar como lo prueban sus obras; además piadoso, gustaba de hacer sacrificios a los dioses, y sabía leer el porvenir en las entrañas  de los animales ofrecidos a los dioses en sacrificio. Celoso de la figura de Sócrates, no fue discípulo a la manera de aquellos otros que durante toda su vida estuvieron apegados al maestro. Las impresiones que recibió perduraron en su pensamiento, sin convertirse en los únicos impulsos orientadores de su vida. Además de ser  discípulo del atopos Sócrates y del sofista  Pródico de Ceos, según al decir de Filostrato, recibió enseñanzas del maestro orador Isócrates.
Gracias a su destierro de Atenas, y conocer  la condena y muerte de Sócrates por los Treinta Tiranos por esa ciudad (404 – 403 a.C), obtiene la circunstancias motivadoras para desarrollar su dos obras inspiradas en la personalidad del maestro, Apología y Memorabilia o Recuerdos de Sócrates (Apomneumata). Son  obras que vienen a  defender la figura del filósofo de Atenas por excelencia.  La Memorabilia  tiene la particularidad de haber sido la primera en presentar las palabras e ideas del hombre más sabio  de Atenas[1] antes que las de Platón.
El inicio de su experiencia con el poder y el estado podemos remitirla a la petición de su cercano amigo Proxeno de Beocia,  quien le pide, en el 401 a. C., que le acompañe a compartir la expedición del rey persa Ciro El Joven (424 a. C.-401 a. C aprox.), quien aspiraba a tomar el trono de su hermano Artajerjes II.  Ciro tiene el apoyo de Esparta, lo cual no es de la simpatía del gobierno ateniense.  Jenofonte se alista en esa aventura guerrera. Por su relación con el lacedonio Agesilao, amigo de Ciro, y por su cercanía con Esparta, es acusado de traidor a la patria. Esto le vale ser condenado al destierro. Ello lo  lleva a decidirse a permanecer en la corte de Ciro, impulsado por la decepcionante atmósfera política de Atenas al restaurar la democracia.  Pero en el fondo, lo que se trató contra él por la dirección ateniense, fue retirarlo del círculo de influencia de la ciudad natal. Fue visto como una amenaza contra los gobernantes déspotas de turno de su ciudad natal.
Tras un cierto tiempo, en el que estuvo al frente de las tropas del espartano Quirísofo, el rey de Esparta,  Agesilao asumió el mando de éstas, y Jenofonte entabla una íntima amistad con él. Este amigo le concedió la proxenia[2], es decir la ciudadanía espartana. Le otorgó también una finca en Escilunte, cerca de Olimpia. Su obra Agesilao trata de un encomio a su amigo en tanto  rey espartano. Jenofonte lo había acompañado en su campaña contra Atenas y sus aliados, la cual culminó con la batalla de Queronea[3].
Allí  en Esparta tuvo una tranquila y creativa permanencia, dedicándose a la caza y a la redacción de sus obras. Residir en  el  territorio de Escilonte,  donde se lleva a su esposa Filisia y sus  dos hijos, Diodoro y Grilo.  De esta manera su nuevo hogar es un regalo de los lacedonios, otorgándole, a su vez, derechos legales para ser tomado como un extranjero reconocido, propietario de una pequeña finca, donde encontrará la paz y disfrutará de ella casi hasta  sus últimos días.
Sin embargo en el año 370 tiene que dejar   ésta solaz propiedad, cuando los eleos, enemistados con Esparta, se apoderaron de la localidad después de la batalla de Leuctra. Jenofonte tuvo que huir a Corinto, allí pasó la última etapa de su vida. No  regresara a Atenas cuando los atenienses le levantaron el destierro. Murió poco después del 355.



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II
De su experiencia con la campaña bélica del medio Oriente saldrá su relato del Anábasis o la Retirada de los  Diez mil. Ahí narra las vivencias  por su  estancia en distintas regiones del medio oriente, y su participación en las batallas que tuvo el rey Ciro al rebelarse por el trono de Persia contra su hermano mayor Artajerjes II (ambos hijos de Dario II),  en el año 401 a.C. Nos presenta las campañas de los  ejércitos persas. El contingente militar de Artajerjes II era de 200 mil soldados; el contingente ciriano, estaba compuesto de 50.000 bárbaros, junto a los doce mil quinientos voluntarios griegos (hoplitas y pelastas)[4]. Fue en la Batalla de Cunaxa donde Ciro  muere. Es alcanzado por una flecha, pero su ejército vence a Artajerjes II. Este rey tiende una  trampa los oficiales del ejército vencedor. Los  invita a un agasajo en su corte. Llama a todos los generales de  Ciro a palacio a una gran cena donde fueron  todos ejecutados. Esto hizo que el ejército griego quedara errante de liderazgo. Jenofonte asume el mando y el riesgo de regresarlos a la Helade. Atraviesan por lugares riesgosos geográficamente y de sufren implacables ataques enemigos y carestías de pertrechos. Esta marcha de los diez mil, como se le llamó, son llevados venturosamente a través de Frígia, Licaonia y Cilicia,  sufriendo  las perfidias de Tisafernes. En su narración nos habla de su propio coraje, habilidad logística y militar al ser nombrado general tras la muerte de Clearco. De esta manera,  después de la retirada de la batalla de Cunaxa,   devuelve a la patria  los diez mil soldados griegos bajo su responsabilidad. Un punto de interés de esta obra se centra en la exposición de cómo, en circunstancias críticas, la unión y la solidaridad de los soldados se sobrepone a las rivalidades tradicionales y nacionalismos enconados entre ellos.  Espartanos, atenienses, tebanos, tesalios van a sentirse, por encima de todo regionalismo, griegos,  en la búsqueda de su fin común, el regreso  a la añorada Helade.

Su estilo de escritura es de una simplicidad elegante, influido por la retórica, y a veces algo floja. No se encuentra ni patetismo ni momentos que busquen dignificar una intensidad de vida, tampoco precisión científica o filosófica.  Sí encontramos una preocupación por dar entender lo que nos dice, buscando claridad y orden en sus ideas expuestas. Por tan larga experiencia de vida puede ser reconocido como filósofo, estratega militar e historiador, en definitiva, un pensador.




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III
Dos obras políticas: Ciropedia e Hierón
Entre las obras de este pensador antiguo podemos rastrear dos posturas políticas sobre la condición de gobernante de un Estado. En una, nos presenta el modelo de un  gobernante fuerte pero sabio y justo, en la figura histórica –ya nombrada- de Ciro el Joven, en su  Ciropedia[5], especie de novela histórica. Relata la educación de Ciro, (aunque solamente dedicará el primer libro de esa obra a mostrar su formación). Sus páginas son una representación de un gobierno bueno, surgido por las soluciones prácticas y felices que realiza este persa. Para nuestra mirada actual Ciro pudiera pasar por la de un tirano benefactor, si es que puede hablarse así,  presentado bajo el barniz de ser una persona feliz aparentemente con su gobierno y vida. Para ciertos historiadores fue un sátrapa y un general. De él nos dice que por su sola fama unos le temían y otros le amaban, y todos de buena gana le obedecían[6], nos muestra una imagen afirmativa del que podía pasar por ser un déspota aceptado.  
La segunda postura de gobernante   está en su obra el Hierón[7], un pequeño diálogo imaginario y cuasi periodístico. Sucede a cargo de la voz interrogadora y oportuna del poeta Simónides ante  el tirano Hieron.
Ambas nos advierten  la  preocupación de Jenofonte  ante los desmanes o las virtudes del poder absoluto manejado por la voluntad de un solo individuo. La falta de interés  por la Ciropedia  y el Hierón, pudiera decirse, se debe en parte por la moda de subestimar y hasta despreciar las dotes intelectuales de este pensador. Ambas nos muestran el modelo de gobierno, la monarquía y la tiranía respectivamente. La monarquía entendida aquí como un gobierno que se ejerce sobre súbditos que consienten en ello y de acuerdo con las leyes de la ciudad. La tiranía, en cambio, es el mandato del tirano que ejerce sobre sus súbditos que no consienten  en ello y que concuerda no con las leyes, sino con la voluntad del gobernante.
En la Ciropedia¸ obra de la que sólo haremos algunos comentarios,  Jenofonte nos muestra, como dijimos, la formación y la vida centrada en la templanza de  Ciro el Joven. Formado en el hombre más apto para reinar y el más digno de gobernar entre los persas que sucedieron a Ciro el Viejo  y añade: juzgo que nadie ha sido amado por más personas ni entre los griegos ni entre los bárbaros. Sin embargo historiadores nos dan una mirada más realista al decir que  fue un príncipe persa de la dinastía aqueménida, sátrapa a los  dieciséis años nombrado por su padre Darío II de las regiones de Lidia, Frigia y Capadocia, además de reconocido estratega y general.  Como príncipe, sus ambiciones, al asumir el trono persa, fueron alentadas por su madre, en contra del heredero natural, su hermano Artajerjes II. Reúne un numeroso ejército para ello, y lanza una batalla en Pasagarda el mismo día de  la coronación (405 a.C). Detenido y expulsado de su cargo de gobernante en Lidia es perdonado. Esto no lo detuvo para volver  en el 401 a.C. otra vez a marchar en contra de su hermano. Esta acción, como sabemos, reunió unos doce mil quinientos soldados griegos entre hoplitas  y peltastas, además de cincuenta mil bárbaros, todos dirigidos por el aliado espartano  Clearco, encontrándose en  el campo de Cunaxa con las tropas de Artajerjes II, las cuales contaban con alrededor de doscientos mil soldados. Ciro hiere a su hermano pero él es muerto en batalla.
Ganan los griegos a los persas, sin embargo pierden a su líder. Las tropas se dispersan, los oficiales traicionan al valeroso ejército de los griegos. Como dijimos son  invitados a la corte de Artajerjes y luego asesinados. Quedan sin mando y es un joven militar, Jenofonte, que a falta de líderes con mando, alza la voz para proponer un plan.  Reorganiza las  tropas que se encontraban sin moral. Dirige su regreso casi sin pertrechos ni ser bien acogidos por las comunidades por donde pasan. Ese  mando inesperado lo hará famoso y da origen a la leyenda de la difícil pero gloriosa retirada de los diez mil; sufriendo diversos ataques en ese regreso, alcanzan los límites de Armenia;  en las riberas del Mar Muerto embarcan hacia la añorada Hélade. Es el famoso grito esperanzador de ¡El mar!, ¡El mar!  (Η θάλασσα! Η θάλασσα!), de los soldados en la montaña de Teques.
¿En qué se centra  la obra  Ciropedia? Obra  escrita ya en su vejez, nos presenta el ideal de gobierno, la educación del príncipe y del pueblo, las normas necesarias para una satisfactoria convivencia ciudadana y  una  propedéutica de derecho internacional entre estados. No olvida el necesario entrenamiento guerrero del ciudadano y la organización práctica de las instituciones públicas. En ella no encontramos un tinte ideológico fijo, como tampoco de una postura imaginaria. Tampoco es una presentación propiamente histórica del príncipe persa. Este escrito  presenta una suerte de realismo utópico.   Tiene la finalidad de mostrar lo que es un gobierno  mesurado, centrado bajo el término medio de la virtud, y el ejercicio práctico y exitoso de un gobernante sabio, según la visión de Jenofonte. Un modelo  del cual no tiene nada que compararse con la utopía platónica de  República y su búsqueda del gobernante ideal centrado en el filósofo-guerrero. Su propuesta surge simplemente de los triunfos que obtiene de  su práctica el gobierno de Ciro a lo largo de su corta vida.
Aquí la figura del gobernante  se nos muestra preocupado por la educación de su pueblo. Un gobernante trata de dar formación a los seres humanos, movido por el amor de alguna clase. Jenofonte indica el amor que puede presentar un gobernante   en la Ciropedia, que sabemos que representa el paradigma de gobernante benefactor. Obra dedicada a describir la vida y condición, para el mundo antiguo, de un rey perfecto en tanto contrapuesto al tirano. El Ciro posee la cualidad de ser una naturaleza fría y sin eros.  Si bien ha sido un gobernante seguro y fuerte en el mando, siendo persa y bárbaro, condujo bajo su liderazgo  una multitud de hombres, ciudades, provincias y reinos. Consideraba que  la sujeción y mando de los hombres podía ser dificultoso para muchos, para él era cosa ligera y fácil, ya que el proceder, la pericia y la experiencia del gobernante es determinante para ello. La condición indispensable, según este persa es que quien lo hace, sea prudente en el hacer, a ejemplo de persona que lo sepa sabia y Ciro, del cual leemos que por esta sola razón  se le sujetaron y obedecieron, no solamente sus naturales y vecinos, más bien un gran número de otras gentes, que sin haberle conocido, de su voluntad se le sujetaron y obedecieron (Ciropedia. I,I). La virtud de la prudencia en el obrar es la primera condición del buen gobernante. Por la buena fama de hombre virtuoso y el justo gobernante   llega a ser aceptado hasta por aquellos que no lo conocen ni lo han visto: por su sola fama unos le temían y otros le amaban, y todos de buena gana le obedecían.
Al comienzo de la Ciropedia encontramos, en el primer párrafo,  referir Jenofonte su opinión sobre la democracia, la  monarquía y la tiranía, dando observaciones de cada una de ellas respecto a sus gobernantes. Advierte la importancia de la condición de los gobiernos y sus ejecutantes para su permanencia.  Sus palabras pueden ser las apropiadas para pasar, como introducción, a la interpretación del Hierón, el cual es, por los estudiosos del caso,  un diálogo olvidado sobre la tiranía. Situación política que a los ojos del errante pensador ateniense,  es un peligro tan antiguo como la misma vida política. El Hierón es el único escrito de este periodo clásico de la filosofía que estuvo dedicado exclusivamente  a reflexionar sobre ese tipo de gobierno, muy propio de la Grecia antigua. Las palabras de la Ciropedia (I,I)  que nos referimos  dicen así:
“Considerando muchas veces conmigo mismo cuántas democracias han sido deshechas, a causa de que los gobernantes de ellas las gobernaban muy diversamente de lo que convenía a cada una forma y género de república: y  por consiguiente, cuántas y cuán grandes monarquías y otros señoríos particulares han perecido por defecto de sus monarcas o personas públicas, y por el contrario, ¡cuánta infinidad de tiranos se han levantado y caído; y cómo alguno de ellos se sostuvieron defendiendo y ensanchando sus reinos y monarquías que por tiranía habían ocupado: y cómo estos tales causaron admiración en los que los veían conservarse en sus tiranías, unos por vía de pendencias y otros por sagacidad y astucia, y todos por venturosos!

Democracia y monarquía son puestas en tela de juicio no por su condición estructural, sino por la virtud y proceder de sus gobernantes. Su permanencia está sujeta a la condición política de sus actores en correspondencia al  buen fin común que pregonan. A diferencia de estas formas de gobierno, que deben ser aceptados tales personajes públicos por una mayoría y acomodarse a cierto dictado legal, la tiranía, pareciera correr con más suerte que las otras dos.  Los tiranos  los han tumbado pero también repuesto, sosteniendo y ampliando los límites de sus países; causando en unos, admiración, en otros,  rechazo;  bien por maldad o por inteligencia y sagacidad todos fueron tomados, por tener de su lado, la malhadada fortuna que pareciera protegerlos hasta su final…
Dicho esto pasemos a  la obra jenofontina que nos pone en contacto con un tirano particular, Hierón, a través del recurso literario de la imaginación y el diálogo socrático,  creando una mayéutica que interroga el saber del tirano mediante las preguntas y respuestas, argumentos y consejos pertinentes del poeta Simónides, portavoz de enseñar cómo mejorar la condición del tirano en relación a sus súbditos, al llevar un gobierno más prudente que el que realiza.     



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Hieron I de Siracusa


IV

Del Hierón  o cómo mejorar al tirano
"Si se abriesen los corazones de los tiranos,
entonces se vería cuán despedazados están"
Tácito

El Hierón[8] es un diálogo al estilo socrático, escrito por Jenofonte entre  el 370 y 358 a.C., el cual nos presenta la conversación amistosa entre un poeta  y un tirano, entre Simónides e Hierón[9],  donde se contrasta el tipo de  vida que lleva el ciudadano particular y el tirano respecto a sus alegrías y tristezas, gustos y disgustos, placeres y dolores que enfrentan una y otra condición humana; entre el particular, con rostro anónimo, que pulula por las calles de la ciudad, sin temor de sus movimientos, y aquel otro, con reconocido rostro público y temido, que debe resguardarse, hasta de su esposa y amigos, dentro del palacio y cuando sale ir rodeado de esbirros por el permanente temor de perder su vida.
El título original de la obra es Hierón o de la tiranía:  Ιέρων ή τυραννίκός, y es la única  obra en todo el corpus jenofontino que tiene un nombre propio para distinguirla y un adjetivo referido al tema de la obra. En principio pareciera que, por el adjetivo, este escrito tiene el sentido pedagógico de enseñar el arte del tirano, su sophoi (ϭοφια) o bien su techne (τεχνη). Como  veremos, de hecho se trata de mostrar cuál es el mejor gobierno que puede ejercer el desviado mando de un tirano en ejercicio. La intención del Hierón no es enunciada por el autor en ninguna parte. Sólo con la evolución de su lectura va mostrando una preocupación personal de Jenofonte: como mejorar un gobernante que lleva un régimen injusto y defectuoso por uno aceptable y benéfico para la comunidad. 
 Desde el punto de vista de nuestra filosofía clínica la observación que podemos sacar del diálogo es que presenta  un orden político defectuoso, mostrando la teoría de este autor sobre la tiranía, que es desarrollada en dos partes. Primero, una patología: al poner de manifiesto las deficiencias específicas de toda tiranía. Segundo, una therapéutica: mostrar cómo se puede mitigar tales deficiencias. No se plantea eliminar al tirano, sino mejorar su condición tiránica en tanto gobierno que puede ser mejorado, sin aspirar a ser perfecto o restituir una plena salud política para la ciudad. Se trata de vivir lo más recomendable con un cuerpo defectuoso que no podrá ser rectificado o apartado. Tal posición ante la tiranía,  que plantea ser un gobierno benefactor, tiene, como consecuencia inmediata, un significado teórico más que práctico. Ni el mismo Hierón cree que pueda salir del vértigo que el mismo ha creado y se ha creado en sí mismo.
Se advierta que la obra puede dividirse, de igual manera, en dos partes. En la primera parte, su patología,  (epígrafes del 1 al 7), se nos muestra que la vida de un tirano no puede tener una cosa mejor que ahorcarse.  En la segunda parte, su terapéutica,  (epígrafes del 8 al 11),  Simónides demuestra al tirano que podría llegar a ser el más feliz de los hombres. En la primera parte pareciera dirigirse al prejuicio popular de  que la vida magnífica y ostentosa del tirano (o de cualquier hombre poderoso de este tipo) es más placentera que la del hombre común, lo cual es desmentido por las respuestas que nos ha dado el propio Hierón. En cambio, en la segunda parte, se deja por sentado cómo puede ser la vida de un tirano benefactor superior a la de todos. Mostrar tal aspecto, a todo aquel que ejerce el mando despóticamente, es a lo que está dirigida la obra; es la intención oculta que en al principio no revela el pensador y que lo deja para un final constructivo.
Grote[10]  refiere   que al leer las recomendaciones hechas por Simónides para enseñar cómo mejorar el gobierno de Hierón y hacerse más popular, se percibe de inmediato que sólo son una serie de buenas intenciones carentes de eficacia. Jenofonte no encontró ningún déspota griego real que se correspondiera con este modelo propuesto en su obra. Lo que hizo fue ser capaz de inventar  uno con visos de verosimilitud. Por lo que este comentarista advierte que el autor se vio forzado a  recurrir a otros países y otras costumbres diferentes a las de Grecia. Tal necesidad es también lo que podemos notar en la Ciropedia. Este juicio de Grote  nos lleva a conjeturar que  Ciro es también visto como un tirano. Para Jenofonte es más un rey o, en dado caso, un tirano benefactor. El autor inglés confunde e identifica tirano con déspota.
Jenofonte  consideró que tanto la democracia como la tiranía son regímenes defectuosos. Es lo que puede uno observar en su obra Los ingresos públicos o Economía, como en el Hierón, obras  que están dedicadas a la cuestión  de cómo corregir un orden político (πολιτεια) de naturaleza defectuosa  y transformarlo en un orden medianamente bueno.
En todo caso el Hierón es un diálogo producto de la imaginación literaria de Jenofontes, pues el poeta Simónides  visitaría  la corte de Hierón en el año 476 a.C., es decir, un siglo antes de la creación de esta obrita meritoria. El motivo de su creación estaría signada por la caída del tirano Jasón de Feras, en el 370 a.C. o, si no, por la de Dionisio El Joven de Siracusa, producida en la década siguiente. Sus personajes no son los históricos, sino adaptados para la ocasión, pues el poeta  Simónides que nos presenta, no tiene referida ni una sola frase en su obra personal al tirano,  pudiendo afirmar que por él habla Jenofonte. Hierón fue un personaje contradictorio, para unos un tirano infame, para otros, vieron en este diálogo un intento de reconciliar al tirano con la inteligencia y tratar de reflexionar sobre su vida y su condición individual. No pierde a todo lo largo de la obra  la condición de ser un tirano desilusionado, descontento de su condición de tirano, puesto ante un sabio poeta que trata de mostrarle cómo debería gobernar su estado de tal modo que llegase a estar satisfecho él mismo con su mandato.
Habría que señalar que al igual  que otros tiranos, Hierón será un propulsor de las artes y las letras, siempre y cuando no pongan en duda su figura. Que Simónides de Ceos aparezca en el diálogo de Jenofonte ha sido una  oportuna elección, presentando que un tirano puede tener sensibilidad ante el arte poético, sin que por ello le tiemble el pulso a la hora de llevar una ejecución  por su conveniencia y temor.
Podemos hacernos ahora una pregunta. Es verdad que Hierón mostrará amabilidad a Simónides, tratándolo como hombre virtuoso y libre, pero sabio, además de poeta. Sin embargo ¿por qué todo tirano teme al hombre sabio? En principio el sabio debe ser capaz de juzgar la miseria o la felicidad de la vida del tirano, sin la necesidad de haber experimentado  realmente  la infructuosa vida tiránica. Hierón expresará  su opinión de Simónides, reconociéndolo como un hombre mucho más sabio que él mismo, mostrándose a lo largo de diálogo que tiene la capacidad de enseñar a su interlocutor  el arte de gobernar como tirano benefactor.  En su conversación advertimos que el poeta tiene presente dos cosas, primero que  con su conversación puede llevar a dar algún provecho al tirano y, segundo, que sabe que Hierón no es un gobernante perfecto ni querido. Esto último lo lleva a probar suerte encausando su conversación a cómo mejorar su régimen defectuoso y positivamente negativo para sus súbditos. Mostrar ciertos errores y reconocerlos concebiría una transformación expandida al ambiente de la ciudad respecto a él. El modelo presentado aquí por Jenofonte es el de un hombre sabio  carente de escrúpulos. Si bien la obra se explaya en cómo viven los tiranos y  el tipo de vida que llevan, la finalidad de la misma es cuál es la mejor manera de concebir la tiranía o, más bien, cómo mejorarla. La visión de Jenofonte sobre la tiranía pareciera sugerir  que la tiranía benefactora podía ser superior al imperio de la ley y al gobierno legítimo. Sin embargo pensamos que el pensador ateniense nos muestra que  la doctrina tiránica no sirve para solventar problemas políticos, sino  sacar a la luz  la naturaleza de las cosas políticas de un estado, en hacer más visible los asuntos conflictivos que presenta un orden de convivencia ciudadana al ser dirigido por  una voluntad única y las consecuencias que arrastra tal condición para la ciudad-estado.
Notamos que la relación de Hierón con los sabios no es reconciliadora. Todo tirano tiene miedo de los sabios, y para poder tenerlos cerca debe conocer sus debilidades, y detenerlos al límite  en sus acciones. Si en apariencia Hieron no es sabio (cosa que el diálogo muestra que no es así, pues está plenamente consciente de sus actos y de cómo se constituye el entorno de su vida),  tiene en cuenta algo que él no puede poseer. Es que la sabiduría es una virtud de pocos, un poder que  limita, en contraposición, el  poder del tirano. Es un peligro para el gobierno si se deja sin observancia. La sabiduría es distinta, también, a la valentía y a la justicia. Saber es poder, como dice la máxima de sir Francis Bacón. Por el comportamiento y conocimiento del tirano, la sabiduría es algo misterioso, no sabe cómo realmente ocurre tal adquisición, pues si lo fuese no sería tirano, claro está.  El sabio infunde cierto temor indeterminado, o hace pasar por un malestar vago e intenso al hombre poderoso. Es capaz de juzgar la felicidad o la miseria de la vida del tirano sin la necesidad de haber experimentado realmente la vida que se incrusta bajo la dura piel del tirano. De ahí que puedan ser expuestos al escarnio público por parte del estado. Hay una actitud constante de envidia y recelo a ellos por parte de los tiranos, de los monarcas, del ciudadano común. Fue el caso de Sócrates, que todos conocemos, el cual es el personaje que puede tener en mente Jenofonte. No estaría seguro que en una Atenas democrática no hubiera tenido  el destino que le procuro el gobierno de los Treinta Tiranos,  o bajo un régimen monárquico. Si sabía que el  hombre sabio corre el riesgo de estar expuesto al odio o a la sospecha de todo  funcionario de gobierno o del  vulgo. Tal situación, no cabe duda,  se reitera porque los sabios sufren por lo limitado de comprensión, experiencia que poseen tanto tiranos, políticos como  el hombre medio. El gobierno tiránico  ve al sabio como un potencial enemigo. Puede confabularse para urdir una trama que pueda tumbarlo. O aconsejar a discípulos cómo sería la mejor manera de convertir al tirano actual en derrocado y pasar a la búsqueda de un mejor gobierno.

En la época antigua este diálogo influyó en Isócrates, el gran maestro ateniense de la oratoria, al componer su obra Sobre la Paz. No menos lo fue en los filósofos de la escuela  cínica, al mostrar la vida desgraciada de todo déspota y, leído atentamente, en los siglos I y II, por los sofistas Dión de Prusa y Arriano. En el siglo XVI por Maquiavelo. En el siglo XVIII por Montesquieu (El espíritu de las Leyes, Libro IX, cap.9 y libro XIV, nota 13) y Rousseau (Ver El Contrato Social. Libro III, cap XX, nota 32)[11].
En  el siglo XX fue  retomado por el pensador político Leo Strauss, quien tuvo una fructífera polémica con su amigo el filósofo Alexander Koyeve, sus puntos de vista los tocaremos más adelante en detalle por el interés que presenta sus posturas para el esclarecimiento del arquetipo del hombre fuerte dentro del Estado y su presencia en una sociedad en descomposición y sin atisbos  claros de salir de  su decadencia.


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Monedas del estado de Heron I

V
El Hieron: para una hermenéutica del tirano
El diálogo está dividido en 11 epígrafes.  En una primera lectura rápida pareciera que tratara de un tema individual, la vida del tirano y su comparación con la del hombre de a pie. Pero al entrar en  detalle en cada una de esas secciones, encontramos una sucesión de eventos y casos que serían pertinentes a Jenofonte explorar y  expresar para comprender sus ideas sobre el buen gobierno y el gobierno desviado. En el primero priva cierto sentido de justicia apegado a la ley, en el segundo la injusticia reina por voluntad del que manda. Y más de cerca, nos abrimos a la entramada tela narrativa de la desgraciada condición del tirano en general. Se pretende construir un arquetipo del tirano en la antigüedad, de su soledad, sus sufrimientos, sus angustias, su vida acorralada en palacio y, sobre todo, el temor permanente a ser defenestrado y aniquilado. Situación que no deja de modelar, a su vez, la vida social en  general y el tipo de relaciones humanas asentadas  alrededor del comportamiento de un Estado tiránico. Nosotros presentaremos una hermenéutica del tirano en la antigüedad bajo la fisonomía espiritual  de este modelo. Descripción e interpretación que si la traemos a nuestro tiempo, pudiéramos afirmar, que se asemeja y  contrasta con los gobernantes de ciertos estados totalitarios  y democracias populares contemporáneas, junto  al control y sujeción de la vida privada, la cual es manejada al antojo por una burocracia servil e interventora en todos los órdenes de la sociedad. Además se puede agregar  lo que implica hoy en día el desarrollo y la intervención de la tecnología de control electrónica aplicada en todos los estamentos de la vida, tanto pública como privada. Una sociedad que ha aceptado ser tiranizada siempre tenderá a tiranizar el pensamiento individual y colectivo.
Jenofonte nos da una opción de entrada para abrir la puerta de la tiranía y no permitir asumir la desgracia de los  seres moldeados por el comportamiento tiránico  en nuestra condición consciente de individuos que cultivan, elitescamente, la conciencia de libertad individual frente al mundo conformista de las mayorías.
En todas sus páginas encontramos un leit-motiv que  va cobrando fuerza hasta su final: el tirano no le va nunca bien  porque está enfrentado  con toda la ciudad.  Es un tipo de relación encontrada. Sabemos que en la historia también estaría la aceptación del tirano por un gran número de partidarios que vendrán a ejercer un control con respecto a todos aquellos que se sienten acosados por el ejercicio del gobierno del tirano.  Y siempre debe tomar medidas impopulares que pueden ser consideradas criminales. Pero el tirano confesará que goza menos y sufre más que el común. La ambición de tener el poder de forma absoluta es, según la óptica jenofontina, que puede, en apariencia, disfrutar más placeres y tipos de vida  más abundantes y variadas  que cualquier otro; que, a la luz pública y a la envidia eterna  humana, es favorecido  en la perspectiva de disfrutar múltiples placeres por encima de todos. Dada esta introducción queda entrar al desarrollo del tema en cada una de las partes del diálogo.
¿Cuál es la opinión del hombre vulgar acerca de la tiranía? Podemos resumirla sí: ella es mala para la ciudad, pero buena para el tirano, ya que la vida del tirano es del género  de vida más gozoso, envidiable y deseable. Es la visión que  percibe el poder bajo el manto de un fin hedonista personal, propio del hombre común y sin criterio; los placeres  del cuerpo y la riqueza o el poder son más importantes que la virtud. A esta opinión se le oponen, los hombres probos, que como tales,  no tienen que ser  hombres sabio, sino justos y valientes, es decir,  buenos ciudadanos;  para estos últimos, la tiranía es mala no sólo para la ciudad sino para el tirano mismo, por carecer de moderación y autocontrol del hombre que sabe cuáles son sus límites. Recordemos la leyenda de Zeus, quien recurría a introducir en su vida la vanidad y la soberbia para aquellos que quería destruir…







[1] Diógenes de Laercio: Vies et doctrines des philosophes illustres. Ed. La Pochotéque. Paris, 1999. P. 252.
[2] La proxénia  es una institución  que se compone de dos aspectos: una funcional, que consiste en dar servicios a una ciudad griega y una ayuda a los extranjeros que están de paso por ella; otra, un honor: aquel que es reconocido por la proxénia  es honrado por la ciudad a la cual ha servido y, por tanto,  se le da tal reconocimiento. Un extranjero podía residir en la ciudad que lo nombra como  proxéno y  le otorga cierto número de privilegios. Jenofonte recibe la proxénia a causa de sus servicios que ha prestado a Esparta en el curso de la guerra contra la liga de Corintio.  Ver F. Gschnitzer, art.  Proxenos. RESuppl  XIII, col. 629-730.
[3] Ver Jenofonte Anábasis. Ed. Gredos. Madrid, 1999,  V 3.6.  Helénicas. Ed. Gredos. Madrid, 1994. IV 3.15.
[4] Los hoplitas  eran  ciudadanos-soldados de las Ciudades-Estado de la Antigua Grecia. Su nombre  procede del griego antiguo ὁπλίτης, hoplitēs, que deriva de hoplon (ὅπλον, plural hopla, ὅπλα), que significa «artículo de armamento» o «equipamiento». De esta forma podemos deducir que era un soldado de infantería pesada, en contraposición al gimneta ( del griego antiguo γυμνής, gymnếs, “desnudo”) y al psilós (griego antiguo ψιλός, psilós, “desnudo” también), soldados de infantería ligera. Los  peltastas eran originarios de Tracia  y su nombre  se debe  al vocablo griego πελταστής /peltastēs, derivado de πέλτη/péltê, que refiere al  «escudo ligero», por ser hecho de mimbre y no de metal; en latín, peltarion) apareciendo  desde el siglo IV a. C. en el mundo antiguo. Fue de esta manera llamados los que pertenecieron a la infantería ligera mercenaria característica de los ejércitos griegos y helenísticos.
[5] Jenofonte, Socráticas, Económía y Ciropedia. Ed. Océano. Barcelona, 1999.
[6] Ciropedia,  1, 1.
[7] Todas las referencias a esta obra son tomadas del libro Sobre la tiranía de Leo Strauss (Ed. Encuentro. Madrid, 2005), el cual es un estudio clásico de la filosofía política sobre el tema de la tiranía y Jenofonte. El Hierón  o de la tiranía, aparece completo en ese texto.
[8] Ver op.cit.p. 20-41.
[9] Las personajes  históricos en los que se inspira Jenofonte para escribir su diálogo más o menos unos cien años después de sus vidas, fueron Hierón I y Simónides de Ceos. Hierón I (Ἱέρων; ?-467 a. C.), fue  tirano de Gela (485 - 478 a. C.) y de Siracusa (478-467 a. C.), hermano y sucesor de Gelón. Se casó sucesivamente  con tres esposas: la hija de Nicocles de Siracusa, con la del tirano Anaxilao de Regio y con la de Jenócrates, hermano de Terón de Acragante. En el año 485 a. C. sucedió a Gelón como tirano de Gela, cuando éste se hizo con el poder en Siracusa, y en el 478 le volvió a suceder en Siracusa, tras disputarse el poder con otro hermano, Policelo. Fue  proclive a una política expansionista y bajo su dominio la tiranía siracusiana alcanzó su momento más alto, al controlar todas las ciudades griegas en Sicilia. Fue un protector de las artes y de las letras. Por su corte pasaron filósofos y poetas, entre ellos al mismo interlocutor del diálogo, Simónides de Ceos, pero también su sobrino y discípulo el poeta Baquílides (Iulis, isla de Ceos ¿565 - 430? a. C.?), quien le dedicó tres epicinios, el 3, 4 y 5, a Hierón I como vencedor en la carrera de carros de los Juegos Olímpicos de 468 a. C; este poeta permaneció como huésped por diez años en su corte. Estuvo también  Esquilo (Eleusis, 525 a. C.- Gela, 456 a. C), que escribió una tragedia sobre la refundación de Catana y representó Los persas ante el tirano en 470 a. C.; Epicarmo (Megara Hiblea, de Sicilia, ca. 540 a. C. - Siracusa, 450 a. C.) y Píndaro (Beocia, hacia el 518 a. C  - Argos 438 a. C), que compuso laudos para celebrar las victorias de Hierón en los Juegos Píticos de 482, 478 y 470 a. C., y en los Olímpicos de 476, 472 y 468 a. C. Hieron I muere en Catana en el año 467 a. C. y fue sucedido por su hermano Trasíbulo. El otro personaje del diálogo es Simónides de Ceos (Yulis, en la isla de Ceos, ca. 556 a. C. -Siracusa, ca. 468 a. C), que gozó de gran fama como poeta lírico; de una producción literaria muy variada, fue el primero en cantar al hombre y no a dioses y héroes; creador de  la mnemotécnica (afirma Cicerón), además de ser un gran viajero y de permanente espíritu cosmopolita de mentalidad abierta. Invitado por distintas cortes, como la del tirano Hiparco y otros gobernantes mecenas, viajó por Cranón y Farsalia. Su popularidad creció con sus cantos a la batalla de Maratón y principalmente por sus  epicedios como el de los trescientos espartanos de Leónidas I: «Extranjero, ve a decir a los lacedemonios que yacemos aquí en obediencia a sus leyes.», según cuenta Herodoto (Historia, VII, 228), Fue un poeta profusamente citado. Simónides fue autor de una famosa definición de justicia, según la cual esta sería "la obligación de dar a cada uno lo que se le debe". Finalmente vivió, hasta el final de su vida, en la corte de Hierón  I.  Muere y es enterrado en Agrigento. Ver: Juan Manuel Rodríguez Tobal: El ala y la cigarra. Fragmentos de la poesía arcaica griega no épica. Edición bilingüe. Hiperión, Madrid, 2005

[10] Grote, George: Plato and the other companions of Socrates, London, 1888, vol 1, p.222.
[11] Las palabras de Rousseau referidas al  Hierón son estas: "Omnes autem et dicuntur et habentur tyrimni, qui potestate sunt perpetua  in ea civitate quée libertate usa est." (Corn. Nep. in Miltiad, cap. VIII). Es cierto que ristóteles (Mor., Nicom., lib. VIII, cap. X), distingue al tirano del rey, en que el primero gobierna para su propia utilidad, y el segundo, para utilidad de sus súbditos; pero además de que, en general, todos los autores griegos han tomado la palabra tirano en otro sentido, como parece, sobre todo, por el Hieron de Xenofonte, se seguiría de la distinción de Aristóteles,
que desde el principio del mundo, nunca ha existido un solo rey.

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