Fotografía: la objetivación
como mecanismo de re-humanización

Fotografía de Robert Frank
La
fotografía constituye un acto de re-presentación: una determinada perspectiva
del espacio-tiempo, mediada únicamente por los sentidos – estando ya presente –
vuelve a ser presentada (re-presentada) a través de una superficie plana de
doble dimensión, la foto. Un objeto diferente a nosotros y al espacio-tiempo
percibido directamente, un tercero.
Las
imágenes re-presentan la realidad. Cuando decimos “objetividad” nos referimos a
su carácter externo-material, no a su imparcialidad, ya que su construcción
está mediada por constantes subjetividades. De manera que compartimos la
advertencia de Flusser cuando señala:
“Este
carácter aparentemente objetivo, de las imágenes técnicas hace que el
observador las mire como si no fueran realmente imágenes, sino una especie de
ventana al mundo. El observador confía en ellas como confía en sus ojos. Si las
critica, no lo hace como una crítica a la imagen, sino de la visión; sus
críticas no se refieren a la producción de imágenes sino al mundo en cuanto
visto a través de ellas. Tal actitud acrítica hacia las imágenes técnicas es
peligrosa (…) la objetividad de la imagen técnica es una ilusión”[1]
La
foto como tercero-objeto expresa una re-presentación, un producto, una
construcción, una interpretación. Este “volver a presentar” supone alguna
novedad en la recomposición de los elementos, la diferencia, lo no antes visto
en razón de una nueva perspectiva. La composición de diversos objetos-sujetos
en la acción fotográfica guarda características artísticas en tanto que la
imagen re-crea una realidad, es decir que en la interpretación de esta última
se produce una imagen que es novedosa en motivo de su composición. El acto de
creación radica no en la invención de una nueva realidad, sino en una nueva
propuesta de comprensión a través de la composición. El arte, lo creado es la
materialización de la interpretación, no la realidad en sí.
De
esta manera, una cualidad definitiva de la fotografía es la representación-interpretación
de la realidad mediante la composición de imágenes. El fotógrafo, en tanto
síntesis y expresión de un marco cultural específico, manifiesta en su trabajo
una serie de prejuicios que caracterizarán su producto, de manera consciente o
no. El enfoque estético, la sujetos y objetos fotografiados, la relación entre
estos, sus posturas, las dinámicas espaciales y los contenidos que puedan
develar la construcción gráfica se limitan tanto a la capacidad técnica de la
cámara (lo que ella es capaz de captar) como a la intención subjetiva del
fotógrafo o fotógrafa. En palabras de Flusser:
“Los
obstáculos de la cultura, la condición cultural, informan el acto fotográfico
(…) la crítica fotográfica debe ser capaz de descifrar las condiciones
culturales internas de cada fotógrafo (…) la estructura no está contenida en el
objeto del fotógrafo, sino en su mismísimo acto”[2]
La
acción fotográfica se constituye como un proceso social complejo, en el que
interactúan diversos componentes. Si bien el fotógrafo define y articula el
producto final, no solo sus intenciones son parte del proceso. En fotografía de
denuncia, fotoperiodismo, e incluso fotografía documental, es decir, cuando se
trabaja con personas, las expectativas de estas son un elemento - muchas veces
omnipresente - en la dinámica entre fotógrafo-fotografiado. De igual forma, el
público, quienes van a observar el trabajo, a los que va destinado de manera
consciente ese “dar a conocer” (ya que, como veremos más adelante, tanto el
fotógrafo como el fotografiado también se re-conocen) son parte de la
interacción, de la acción-reacción que pretende despertar, alertar, informar, e
incluso cambiar - o al menos cuestionar – conductas y realidades.
En
este sentido, podemos caracterizar preliminarmente la fotografía como proceso
social a partir de los siguientes componentes paralelos entre sí:
El fotógrafo(a):
cuenta con una carga de prejuicios que define su trabajo. Su enfoque y el
resultado social de la foto tienen que ver el propósito y el tipo de fotografía
(denuncia, documental, antropológica, fotoperiodismo). Se puede orientar a la
denuncia ante instituciones públicas, a generar empatía y sensibilidad en la
ciudadanía, a la promoción de valores, al estudio académico de sectores, grupos
o conductas. Esto supone en el fotógrafo un sentido previo del por qué y para
qué de la foto desde una perspectiva e incidencia colectiva en el marco de una
comprensión ética y estética, que puede ser consciente o no, y define los modos
de re-presentar esa realidad.
El/la/los fotografiados(as):
también tienen creencias sobre la posible incidencia y alcance de la fotografía
para satisfacer sus expectativas. La denuncia puede ayudar a la resolución de
sus conflictos, la satisfacción de sus necesidades gracias a la presión
ejercida por la difusión de “temas incómodos” para los gobiernos en medios
masivos de comunicación. La colaboración por parte de particulares mediante
donaciones, por ejemplo. El apoyo de ONGs, sea este material, jurídico,
psicológico. La promoción del reconocimiento y tolerancia hacia grupos
vulnerados o discriminados históricamente (contra la violencia de género,
discriminación sexual, social, económica o política).
La foto:
es el producto, es la materialización de lo objetivado, es el tercer elemento
que sintetiza los objetivos y filtro cultural del fotógrafo, las expectativas
del fotografiado y la reacción esperada del público en razón de los motivos que
orientan el trabajo. La superficie plana que emula una parte de la realidad y
que por estar orientada subjetivamente, constituye una interpretación de lo que
existe.
El
público/observador/sintiente: a quien va destinado
preliminarmente la representación gráfica - ya que en la práctica tanto el
fotógrafo(a) como los fotografiados también son espectadores -. La intención es
sensibilizar a las personas, es incidir en las posturas, acciones o funciones a
partir de la generación de consciencia sobre determinada situación. Estos
también realizan su interpretación bajo prejuicios culturales que enmarcan sus
criterios.
Todo
lo captado por la cámara se objetiviza por el simple hecho de ser proyectado en
una superficie espacio-temporal diferente a la real. Esto supone un proceso de
desnaturalización: la realidad se recorta, se filtra, la temporalidad histórica
desaparece, la imagen congela la “realidad”, la eterniza.
De
esta manera estamos en presencia de una paradoja cuando consideramos que las
personas, como componentes de la fotografía, también son objetivizadas. Estamos
ante sujetos objetivados. ¿En qué sentido? Cuando hablamos de incidencia
colectiva del contenido fotográfico, esto supone la capacidad de influir en
ideas, concepciones, juicios, creencias que evidencian un conjunto de valores
que filtran la percepción que tienen las personas sobre sus semejantes y la
interacción con ellos. De manera que las fotografías con esta orientación
revelan actitudes, sentimientos, necesidades, es decir, cualidades subjetivas
de los personajes fotografiados que son maximizadas, enaltecidas, destacadas, a
fin de llamar la atención. El heroísmo, la entereza, la persistencia, la
entrega, la resignación, humildad, la ira, la resistencia, la humillación, la
tristeza, la esperanza, son algunos de los caracteres que pretenden ser
transmitidos, que buscan ser conocidos, respetados, tolerados e incluso
socorridos.
Así,
la objetivación de cualidades busca plasmar, evidenciar, eternizar para cada
espectador un enfoque de la realidad que invita a ser conocido, puesto que la
fotografía no es la realidad en sí, sino una interpretación de la misma, principalmente
del fotógrafo, y en menor medida del observador, quien puede cuestionar la
perspectiva original.
Este
proceso de objetivación busca ponernos frente a frente, a nosotros (lo real, el
fotógrafo, fotografiado y público) respecto a la propia interpretación de ella
(la foto como motivo de síntesis de esos tres momentos). Concebimos a los otros
y a nosotros como “otros”, en un plano bidimensional. La percepción de “un yo
fuera de sí”: los tres sujetos componentes visualizan sus prejuicios,
expectativas, necesidades, conflictos. Los espectadores ven la historia, los
problemas, las motivaciones, las posturas de las que son conscientes o
inconscientes en su entorno cotidiano. Cada toma tanto en su proceso de
conformación como en su resultado, son ocasiones para visualizar los criterios
que gobiernan la toma, de allí que el fotógrafo se pueda observar a sí mismo en
el desempeño de sus labores, tenga oportunidad para notar, y en consecuencia,
fortalecer, cuestionar o reconsiderar, las creencias e intenciones que dan
forma a su ejercicio. Los fotografiados, es quizá el sector más consciente
dentro del proceso, ya que la mayoría de las veces participa con una intención
clara: espera reconocimiento, apoyo, ayuda e incluso remuneración, en razón de
su situación de vulnerabilidad económica, personal o social (esto en caso de
ser conscientemente fotografiados).
El
acto fotográfico entonces tiene el efecto de un espejo, representa una síntesis
de momentos que da lugar a la autopercepción. Es una ocasión para el re-conocimiento,
es decir, el “volver a conocerse” mediante la propia objetivación. La gráfica
refleja 1) los marcos culturales del fotógrafo, sus prejuicios sobre la
realidad 2) la situación, necesidad, sentimientos del fotografiado(a) y 3) la
necesidad, carencia, vulnerabilidad, o estado de ánimo de los otros como
miembros de un colectivo, del que el espectador es parte.
Desde
una concepción estética fácilmente podemos aseverar que la foto no es la
realidad, o la altera notoriamente, (ya que la realidad no es blanca y negra,
por ejemplo). Con las cualidades subjetivas, que no son verificables ni sujetas
a experiencia empírica directa, el hecho de caracterizarlas como reales a
través de fotos es mucho menos coherente, ya que no hay referencia en el
sentido positivista del término. Sin embargo, esa carga emocional-anímica
acompañada de la discusión, el texto, el testimonio, le brinda cierta certeza y
sentido tangible al hecho fotográfico al generar empatía, identidad o simple
interés. Sin negar que estemos ante las fotografías entendidas como
interpretaciones, estas tienen la capacidad de incidir en nuestras conductas.
Si la realidad objetiva no existe, lo real puede ser una interpretación más, un
prejuicio en el que buscamos coincidir con el propósito de re-humanizarnos.
Referencias bibliográficas:
FLUSSER,
Vilém. Hacia una filosofía de la fotografía, México: Editorial Trillas, 1990.
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