sábado, 1 de abril de 2017

Para una poética
de la Physis (naturaleza) 
I

David De los Reyes







Una poética de la physis
El concepto de naturaleza (physis),  en el mundo griego antiguo adquirió un sentido anímico subjetivo  en su significación; en su origen tuvo una constitución y aproximación espiritual. Antes de pensar qué significaba ese campo de horizonte abierto y complejo,  consideraron  la constitución de las elementos del mundo desde esa mirada intuitiva y mítica, en la que nada se encontraba separado  o aislado de forma fragmentada, sino en perpetua  vinculación y trama fluida cósmica, en una malla plástica de un orden  que proporcionaba una conexión viva, en el cual y por lo cual cada cosa o elemento alcanzaba  su posición y sentido, su espacio temporal único. Denotando una situación orgánica, donde cada una de las partes es considerada como miembros de un  todo. Completaba tal enlace la extensión a todas las esferas de la vida, inclusive la realidad humana, como era el pensamiento, el lenguaje, la acción y  todas las formas del arte (técne). Tal visión orgánica inextricablemente interconectada del mundo vino a sostener  la concepción del ser en tanto ente estructurado  de forma natural, original y orgánico.

Los griegos  buscaron en su indagación filosófica  la ley  que actúa en las cosas mismas, tratando regir a través de esa imagen discursiva del orden, a la  vida  y al pensamiento. Es por lo que autores como Jaeger se atreven afirmar que el pueblo griego es el pueblo filosófico por excelencia. La teoría  de la filosofía griega   se encontró profundamente conectada con su  arte y poesía.  No sólo se nutre y asienta en el elemento  racional, pues la etimología  de teoría contiene un elemento intuitivo, en el que se aprehende al objeto como un todo; es una idea, una forma general vista desde arriba, casi como la mirada de los dioses desde el  mítico Olimpo.  Esto se puede trasladar a la  concepción cosmológica de los primeros filósofos griegos, en oposición a la física moderna  gobernada por la experimentación y el cálculo.  Una aproximación a la naturaleza requiere un acercamiento que no termina con una observación particular y una abstracción metódica, sino algo que va más allá; se requiere una interpretación (una hermenéutica)  de los hechos particulares a partir de una imagen, dando posición  y sentido a la parte dentro del todo. Lo particular de esta concepción es la peculiaridad  de su íntima organicidad que dominará  no solo en todas sus empresas artísticas sino  en el resto de las cosas que conforman la vida del hombre. Llevando a la revolución intelectual, emocional y filosófica griega establecer, en el pensamiento moral, a la naturaleza como el locus único y verdadero de la norma de la conducta.

También la naturaleza tendrá apertura en todo lo referente a la poesía. Presente en Homero, proseguida por  Arquíloco, invocada por Píndaro,  nos encontramos con  la imagen  de un sentimiento de la naturaleza al cual se canta desde diferentes perspectivas. Podía ser admirada como espectáculo objetivo o placentero como la describen los pastores que convoca Homero al contemplar al mundo desde lo alto de una montaña, junto a la soledad de la oscura noche,  la resaltante y puntual luz del cielo estrellado.  Surgieran descripciones de los cambios atmosféricos y las estaciones del año, el paso de la luz a la tinieblas, de la tranquilidad a la tempestad, del hostil invierno al hálito vivificador de la primavera, llevándolos a convertirse y compararse  en imagen de los movimientos del alma humana adheridas a profundas emociones casi incontenibles e indetenibles. Se pasa de consideraciones piadosas, contenidas, controladas o resignadas sobre el curso del mundo y sobre el destino a expandirse en una actitud que irá ampliando su campo de existencia en la nueva filosofía de los bebedores que entierran las penas  de la vida personal  en la borrachera dionisiaca.




Filosofía y Physis
La filosofía contribuyó a crear una imagen más humana sobre la naturaleza. Hasta no llegar su aparición, en tanto nueva visión del mundo, vendría la naturaleza a ser portadora de un conjunto de fuerzas diversas que dan una serie de imágenes divinas, surgidas y enseñadas por las palabras poéticas de Homero y de la prosa de Hesíodo. La filosofía sustituye esa narración mítica por  una de corte racional, demostrativa de leyes y relaciones que buscan ser una explicación natural y legal. Al alba de la filosofía, quien viene a divulgar poéticamente la grandeza de esta nueva concepción de mundo, sería aquel lejano hombre llamado Jenofontes, que  con su poema didáctico  deja entrever entre los resquicios de sus descripciones, su sentido de asombro por esta prístina concepción de la naturaleza y su permanente creación de la combinatoria de elementos profusos: todo cuanto deviene y crece, es tierra y agua;  todo  proviene de la tierra y todo retorna a ella. Su relato filosófico apunta a desmembrar y cuestionar  al politeísmo y antropomorfismo del espacio divino ocupado por los dioses homéricos y hesiódicos que inscribieron  las creencias y los ritos sagrados de los hombres helénicos. Ya Prometeo no nos otorga el fuego y su castigo no es más que un vuelo de la imaginación poética; ahora  son los hombres que con sus esfuerzos van tallando los medios para dominar los elementos del  entorno en la medida de sus fuerzas. La cultura  no es un don de los dioses a los mortales, como enseña el mito; la cultura es un ejercicio de inquisitiva e inteligente acción repetitiva y experimental que abre  a la conciencia a otros planos de habilidades y esfuerzos que les proporciona una reconstrucción de la naturaleza  en función de sus necesidades y fines. Y la filosofía sólo ayudó a desmistificar y clarificar. Crea un mundo doble nominal dentro de las dimensiones y límites humanos. La filosofía ya no busca dioses, los mata o los retira del escenario del teatro humano. Sus ojos, aun mirando a la infinita cúpula celeste,  devuelve su mirada   al plano único donde asienta sus pies, ese lugar de donde parte todo su particular devenir y nos dice: todo cuanto deviene y crece es tierra y agua; todo proviene de la tierra y todo retorna a ella.

¿Por qué volver a los griegos antiguos? En nuestros días de incertidumbre global y local la condición del mundo cristiano es seguir en la tradición de ver todo bajo la lupa triunfante y poderosa, dolorosa y quemante de la culpa. En nuestro inconsciente occidental, eurocéntrico y amerindio (como les gusta hablar a los profetas de la descolonización, siempre y cuando sus conferencias sean cobradas en dólares y se tenga una plaza de scholar en una universidad anglosajona), no puede deslastrarse del salpullido encarnado de la consciencia general del pecado. Los griegos ante ello hubieran hecho un sacrificio humano (por ejemplo sacrificar la cabeza del tirano de turno) y borrado las culpas con los brebajes del espeso vino báquico para comenzar el nuevo ciclo terrenal y cósmico. Y ¿en qué se apoyarían para superar sus escamosas preocupaciones? En el ideal de la educación del hombre, llegando a una formación y trasmisión de una cultura, agregándole el convencimiento de que la naturaleza (physis) es el fundamento de toda posible educación; un ideal donde la posibilidad de educar a lo llamado por naturaleza humana, se centraba en el problema de las relaciones entre naturaleza  y el arte (técne) en general. Un celebrado filósofo nazi hablaba del olvido del ser. Lo que cunde no es ese olvido sino el olvido –junto a su destrucción y negación, comenzando por nuestro propio cuerpo ya no “natural”-, de la naturaleza. En este hombre postorgánico lo natural, su cuerpo, pronto no será sino una combinatoria digital de 0s y 1s incrustados. Y luego, ¡no faltará nunca!, volverá a reencontrarse con su compañero inefable emocional de la lástima y la culpa ante lo hecho, invocándose al maldito dios invisible pero que los persigue hasta el estiércol final de sus días.    

Naturaleza y derecho
En nuestro tiempo hemos visto reiteradamente una cosa: la prolongada farsa del estado de derecho. Es una buena pieza de los instrumentos que posee el poder para someter, más que reglamentar, conductas y acuerdos consustanciados. Pero como nos dice Hobbes, es preferible el peor estado (con mal derecho incluido), que no tenerlo. Cosa que no sé hasta punto podrían  aceptar muchos de los llamados ciudadanos –hoy con la coletilla de móviles por aquello de que no se mueven de su lugar pero tienen un “móvil”- del mundo. Un cerco legal que se sigue jurando ante una divinidad, en muchos lugares, para darle majestad al acto; pero bien sabemos que ello obedece a los intereses  del grupo en el poder de turno. No más. A veces se acompañan con la incorporación de los ilustrados derechos del hombre borroso surgidos, entre otros momentos, de un llamado Reino del Terror francés. Para los griegos, sin embargo, en su amago de luz en los tiempos antiguos, ese estado de  derecho  fue considerado una gran conquista. La palabra, el logos, podía llevar la dirección de una colectividad en la búsqueda de la armonía y la convivencia.  Por ello invocaban a la poderosa diosa Dike. Ante ella nadie que  sobrepasara  sus límites quedaba impune ante el orden sagrado que guardaba con intenso celo. Esta diosa Justicia, fue enemiga de las falsedades, vigilante de los posibles abusos de las abrumadoras sentencias de Zeus;  defensora de lo justo, con su espada,  forjada  en el fuego  y el martillo de  Aisa, penetra implacablemente  en el corazón de los injustos. Homero y los griegos, siempre tan poéticos y míticos, para su bienestar anhelado, afirman que  de ella nacen tres hijas redentoras: Homonoeia (la concordia), Dicaiosina (la rectitud) y Areté (la virtud). Siempre, mostrándose con una balanza tomada por una de sus manos, junto con la cinta que tapan sus ojos para un justo dictamen final, sopesando las acciones de los dioses y de los hombres. Fue Hesiodo, ese recopilador único de  exquisitas fantasías divinas antropomórficas,  cronista de trabajos y días antiguos, quien se atreve a  afirmar que esta bella dama, vestida siempre de túnica de blanco puro, se encuentra sentada a la diestra de su padre Zeus, observando el comportamiento de los hombres, oficio de lo más aburrido, pero necesario si lo pensamos bien.  Encarnó, desde el mundo vaporoso de la imaginación humana,  el derecho  en los procesos de valorar las acciones de todo individuo.  Cansada de tanto pleito callejero y gubernamental, se retiró fuera del mundo por el contagio permanente de la corrupción humana, y de ahí que hemos quedado sin justicia; diciendo “ahí les dejo eso”.  En el fondo, cada vez que tocamos al mito nos topamos que algo terrenal viene de una trascendencia divina; los sacerdotes, esos cuidadores de mentiras e impostores  en el uso de una hipócrita verdad derretida entre lágrimas de la sutil esperanza,  han sabido usar ese hallazgo técnico efectivo de control mental individual y del pasto humano. Con lo que notamos que el referido y descocado derecho terrenal encuentra  sus raíces en el incoado derecho divino.  Lo  descrito era una concepción fundamental y general para los griegos, recogida más tarde para seguir manteniendo el juego  lícito/ilícito del poder. Pero  este pueblo también supo separar lo divino de lo humano. 
Gracias a este transitar de la conciencia jurídica se pasó de la antigua forma autoritaria del estado regido por  un hombre, al nuevo estado legal  fundado en el orden de la razón: ahora Dike es la justicia divina: las leyes forman su núbil cuerpo; el nuevo estado legal es un estado de leyes y no de hombres, según dicen los conocedores del asunto.  La divinidad del orden civil es traducida por un ropaje con el corte humano de la razón y de la justicia legal. Sin dejar de vista que  esta nueva forma de ley no se desprende de su concordancia con el orden divino. ¿Cómo  se sigue manteniendo el hilo constitucional en conexión con  la red celestial de los dioses? Los filósofos ayudaran en  este acto de prestidigitación  gracias al uso del logos.  Y el orden divino será entrevisto a través  de observar  la concordancia de las leyes con la naturaleza, la cual es el recinto de donde se origina y nace todo lo que vemos y existe. Para esta nueva manera de entender al mundo, la naturaleza vendrá a ser la suma de todo lo divino. Domina hasta a la poderosa Dike, la cual es considerada como la norma más alta del cosmos. Pero el cosmos cambiará con las palabras infectas y sentenciosas del simpático  Heráclito de Efeso,  para quien dictamina  la imagen del cosmos como una lucha incesante de contrarios: “El mar, agua pura e impura, para los peces, la más saludable, para los hombres, mortal”, o aquella otra sentencia guerrera referida al cosmos y al hombre indistintamente, y que dice así: “la guerra es la madre (o el padre) de todas las cosas” o “Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia”, sin olvidar su gusto estético al respecto al proclamar, con el mejor estilo del arte fluxus,  que: “el desorden es el más bello de los órdenes” ; con los contrarios, con la tensión del arco y la lira por la unión de la tensa cuerda, se llega a cambiar el sentido trágico del mundo y del hombre.  La lucha es un principio incorporado en el oscuro seno del cosmos, aunque se empeñe en buscar el orden a partir y a pesar de las fuerzas contrarias;  y como  producto accidental   del choque y la violencia, este juego mecánico y cuántico de las fuerzas decantan en la perpetua danza infinita del universo.

La naturaleza vendrá a ser el asidero de esa errada visión de una ley eterna del todo; la eternidad es una proyección de esa profusión de fuerzas contrarias que residen y dan ser a lo que el hombre imagina como naturaleza. Esto dio paso a la conocida concepción naturalista de la vida humana.  Eurípides en su obra Las Fenicias recama en ella para mostrar la igualdad, ese principio que funda la quebrantable patente de corso de  la democracia, al advertir que esa isonomía es una constante que se manifiesta  en la naturaleza y de la que el mismo hombre no sólo no puede escapar sino que está condenado en habitar junto y con ella. Otros autores buscaran que la nominada igualdad natural no es una realidad incontestable, sino una falsa máscara de la que hacen buen uso los demagogos de la democracia; el empuje agresivo y temeroso del más fuerte advierte otra fase de la misma naturaleza. Lo que es evidente que tanto la primera postura como la segunda no es algo de la naturaleza sino una interpretación, una hermenéutica desde una óptica humana, que proporciona una imagen de su ser y su orden  permanente; su sentido opuesto será un juego casi eterno de  opiniones; metáfora funcional para asentar un parecer  que debe ser el origen, el sentido y la ley de la vida. La opción por la igualdad arrojará una mirada democrática del derecho natural;  la  que apunta aseverar y persistir a la tensión entre contrarios como  concepción aristocrática de la naturaleza y el universo. La primera rastreará una igualdad geométrica humana entre el éter del universo; la segunda vigilará la presencia de la desigualdad fundamental de los hombres; de ambas surgen distintas aristas para seguir el largo camino de la construcción y aceptación del derecho y del estado. El  derecho humano se perfila  desde múltiples espejos, sólo dependerá del rostro que quiera reflejar. La Naturaleza y el derecho se dan la mano para la  trampa humana del creer en un justo orden por el resto de los tiempos. 

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