viernes, 16 de junio de 2017

Donde se habla de ecología
David De los Reyes

Camino al Dorado 12. DDLR2021




1.- Lo Ecológico
Desde la Antigüedad el hombre siempre ha pensado en la conformación que surge a partir de la relación entre la vida humana y el ambiente que hace posible su misma existencia. La vida del hombre es impensable e imposible sin la acción con su hábitat, con ese continuo adaptar y transformar culturalmente su vida a partir de lo que ofrece su entorno natural.
El término ecológico fue, por primera vez, utilizado en ese siglo por el naturalista norteamericano Henry D. Thoreau y por el biólogo alemán Ernst Haeckel. Este último describió a esa nueva ciencia como el estudio de las relaciones totales entre los seres vivos y su medio ambiente, orgánico e inorgánico. Por supuesto que, al hablar hoy de ecología, se entiende una acepción mucho más densa. La ecología es la ciencia y saber más específica del momento; ella se encuentra en la encrucijada transdisplinar de todas las demás ciencias y no se ocupa únicamente de la defensa de la naturaleza. El paradigma ecológico está abocado a comprender el sofisticado funcionamiento cibernético (traspaso de información) de la naturaleza, con lo cual su campo de acción pareciera ser ilimitado. Este paradigma pone fin al esquema dualista y disociador del hombre con su entorno. El hombre no debe sentirse como una criatura separada del cosmos; la interdependencia es una categoría esencial para la integración ambiental. La ecología muestra que un aumento indefinido de algo, del tipo que sea, no puede ser sostenido por unos recursos finitos. La constelación conceptual de lo ecológico abarca aspectos como el de la complejidad, la eco-organización, el pensamiento sistémico, la convivialidad, una ética del entorno, el desarrollo cualitativo, el reencantamiento del mundo, una sensibilidad mística o económica, etc., modos que  llevan a pensar en las insistentes preguntas vitales: ¿cuáles son los fines del progreso humano? ¿Cuáles son las necesidades auténticas del hombre? La ecología se presenta como una reflexión sobre los fines del hombre y del mundo, retoma un sentido teleológico perdido por el materialismo instrumental y del deseo del todo vale postmoderno.

2.- La Antigüedad Griega  
                En el mundo de la Grecia del siglo V a.de n.e., los filósofos no dejaron de sorprenderse por el misterio y origen de la existencia. Buscaban un principio único, separado del mito y vinculándose al logos, con el cual explicar el origen de la  materia, del mundo, del universo. Por otro lado tuvieron la preocupación de hallar la armonía del individuo con el cosmos, con la polis (ciudad-estado). Por citar algunos, Hipócrates, Aristóteles y Epicuro, pueden ser algunos de los nombres de los filósofos que emprendieron la faena de pensar integralmente la situación del hombre con el todo donde habita, preocupados por comprender el significado del “oikos”, del “hogar” (casa). Cada uno de ellos nos presenta una visión y preocupación particular respecto a la vida y a la relación hombre-naturaleza.
                Hipócrates (¿460-377? a. de n.e.), el más famoso de los médicos antiguos, nace en la isla de Cos, donde creará su propia escuela. Su comprensión del individuo es integral: abarca las dimensiones de lo individual, social, y ecológico. “La fuerza curativa natural que habita dentro de cada uno de nosotros es la mayor arma de que disponemos para recuperarnos”; para Hipócrates el llamado “paciente” no era un sujeto pasivo, sino que internamente tenía la capacidad de recuperar el equilibrio corporal somático.
                Aristóteles (384-322 a. de n.e.) hace una clara distinción entre lo que se requiere para abastecer a una familia (hogar, “oikos”) y una ciudad-estado (“polis”) y la otra actividad, el comercio, que conlleva la formación de los precios por el mercado. Para este filósofo la primera actividad es llama “economía”, la cual contiene la raíz griega “oikos”, que es la misma de la palabra “ecología”; la segunda actividad la llamó “crematística”, que será el dinero obtenido a partir de la venta de los productos. Aristóteles afirma que al hablar de economía corresponde con lo que  entendemos por ecología humana, y al hablar de la crematística se refiere a lo que nombramos actualmente con la palabra “economía”. La economía aristotélica está referida a la actividad que se requiere para abastecer a una familia o a la polis; ciencia de administrar la escasez y la búsqueda de autonomía familiar y ciudadana. Tal abastecimiento no debía ser regulador por los precios del comercio o mercado.
                Epicuro (341-270 a. de n.e.) escribe una filosofía centrada en lo ético. Su preocupación por el individuo es la búsqueda de un placer ascético y de un modo autosuficiente de existir del hombre junto a un orden ecológico. Sustituye toda metafísica idealista por una visión materialista y asienta las bases para fundar una ética de la amistad. Epicuro basa su postura filosófica en el principio de la utilidad y del placer, entendido este último como placer sensual o erótico, sino en tanto ausencia de dolor. Su individualismo está asentado en el recurso de la “fylis”, es decir, en la amistad como estado de convivencia supremo entre los hombres. La autonomía y la autosuficiencia serán los estados perfectos de la existencia humana. Nos afirma: “el que presta atención a la naturaleza y no a las vanas opiniones es autosuficiente en cualquier circunstancia. Pues en relación a lo que por naturaleza es suficiente toda adquisición es riqueza, pero en relación a los deseos ilimitados la mayor riqueza es pobreza”.



                3.- De la Filosofía moderna al Paradigma Ecológico
                La filosofía siguió su curso y con la modernidad tomó sendos derroteros. Se pensó creativamente al mundo cuando podían. La libertad de pensamiento batalló entre los telones de regímenes absolutistas. La ciencia y la técnica catapultaron al hombre no solo a “pensar” y llevar una vida basada en los ritmos naturales de su ambiente sino de formo independiente de ello. En ese pasado cercano se comenzó a estar por encima de los límites de su hábitat, gracias al apéndice de la razón; la visión mecánica y moderna de la naturaleza centraría su fuerza en el método científico de la causalidad; el mundo es visto como un mecanismo que está compuesto de engranajes intercambiables: el hombre debía entender el lenguaje matemático inscrito en el movimiento de todos los componentes del universo. Encuentra procedimientos y técnicas que lo llevarían a un olvido de su ser animal y natural. Se adora a la razón instrumental. La verdad comprobada será el límite de todo conocimiento; la verdad es solo racional. Se olvida y no se acepta ningún otro discurso y sentido de lo que puede significar verdadero. Se olvida la verdad que reside en la propia experiencia que integra la vida individual dentro de un todo, pero que se diferencia de él.
                Dentro del pensamiento presente, en una era (supuestamente) post-ideológica para algunos, post-socialista marxista o pos-neoliberal para otros, y donde  trata  no desfallecer la moribunda democracia de corte occidental, tiene una cita significativa con lo que científicos, intelectuales, artistas y políticos han intentado concretar con el nombre de ecología. La propuesta de la ecología política sustituye el esquema Nación-Estado por la idea de un planeta indivisible, constituido por federaciones, guiándose por el principio del respeto a la diversidad,  surgiendo un “movimiento global” donde emerge una nueva mentalidad y sensibilidad ecológica que localiza su interés en la “reducida zona” de la biosfera: topos donde residen desde los organismos más simples, bacterias, virus, hasta los más complejos, como es el caso del hombre. Entre esta simplicidad y complejidad se nos muestra la necesidad y la vida de una interrelación que hace posible la convivencia mutua; dentro de esta burbuja de vida, la supervivencia de un elemento depende de la supervivencia de los demás. La Tierra puede considerarse, en tanto hipótesis, como una criatura singular ecológicamente viva.
                Épocas como esta son decisivas por lo frágil que se encuentra la permanencia de nuestra especie sobre la Tierra, situación debida a un orden de explotación, hasta ahora indiscriminado, de los recursos naturales, y de la escasez que se ha creado en relación a ellos, esto aunado al crecimiento demográfico desproporcionado (pronto seremos 8 mil millones de humanos), y al ritmo acelerado de la explotación de recursos para satisfacer las demandas de un mercado consumista. Mundo unido por una bélica economía de la competencia y en olvido de una cooperación global. Bien se ve cómo las soluciones unilaterales que se han ido creando para resolver nuestros problemas, terminan por crear problemas superiores a los que han querido resolver. Todos sabemos que las cárceles son el lugar más seguro para producir criminales o los manicomios la forma más segura para mantener la locura.
                La cultura de la diversidad ecológica muestra la posibilidad de crear una cultura planetaria, diversificada y pluralista, centrada en la exigencia de una creatividad permanente, gracias a la acción que conduce al incremento de la complejidad organizadora.
                Nunca antes el hombre había hurgado, conocido, explotado, saqueado, acumulado información sobre el medio ambiente como ahora. Nunca, igualmente, fue tan dependiente de ella. Nuestra época ya no puede entenderse como una curva histórica ascendente; autores han hablado de “ciclos históricos”, y la historia que estamos engendrando a nivel global tiene la forma de una espiral que se encoge o se ensancha de acuerdo a las crisis que, de ahora en adelante, y debido a la escasez de recursos, serán continuas y “naturales” dentro de   nuestras sociedades, sean estas “desarrolladas” o no. La vida de los seres vivos, si es que a estas alturas sigue teniendo importancia para nosotros, si es que puede seguir apostando por ella frente al siglo que corre, sin dejar de ver lo que hemos heredado en tanto modo de producción, junto a las “fábricas de la muerte” y de las “soluciones finales”, o de los genocidios étnicos de los nativos americanos por gobiernos de corte “nacionalista”, o de los éxodos masivos de la desmembrada África gracias al “desinteresado progreso” del post-colonialismo occidental, o las emigraciones en América Latina causadas por fundamentalismos religiosos y políticos,  en pos de superficiales lujos y ganancias fáciles; si a pesar de todas estas miserias nombradas la vida sigue siendo importante para alguien, ese alguien no puede ser otro que el mismo hombre, en la necesidad de mantenerse consciente como especie dentro de la diversidad vital de este planeta azul que flota abandonado en el último rincón de una galaxia, entre las millones de millones que habitan este universo en expansión.
La imagen de nuestro universo está, simultáneamente, compuesta de caos y orden; el azar es un elemento importante para su conformación, millones de extravagancias habitan en él. La evolución ecológica es una reorganización perpetua en sí misma, a través de los azares de sus sucesivas desorganizaciones; se desorganiza para reencontrar un nuevo orden de cooperación; se ordena para proseguir hasta un nuevo desorden creativo. Un ecosistema carece de centro organizativo: se organiza descentradamente, como si en lugar de tener un cerebro fuera todo él un cerebro. Orden- desorden, vida- muerte, -como ya dijera Heráclito-, no pueden pensarse separadamente. La vida es, ante todo, diversidad. El interés particular de un ecosistema está en trabajar al mismo tiempo contra y por el interés general. La ambivalencia es la medida de toda su complejidad. Encontrando el corolario donde a medida que hemos dominado más a la Naturaleza más somos dominados por ella, de ahí que hemos devenido más y más a ser dependientes de nuestros instrumentos de ¿independencia?. Toda nueva tecnología tendrá que plantear sus secuelas físicas y sociales, así como hasta contar los plazos de tiempo necesarios para su introducción.



                4.- La cara boba del progreso
                Señalamos antes cómo en la antigüedad griega pensaba la relación del hombre con la totalidad pero en forma particular, local, en relación a su polis; era un pensamiento que se remitía a los límites de la ciudad y de su mundo, cuyas arenas eran bañadas por aguas del Mediterráneo. Historia, hombres, culturas que han dejado su profunda huella en el surco de la aventura humana. Ahora sabemos que no se puede permanecer dentro de los meros límites de lo que se inventó al inicio de la llamada “modernidad” como “nación”, es decir, centralización de poderes, leyes, normas, ritos, creencias, que se ejerce a conjuntos humanos diversos por igual. Sin embargo, a su vez, nuestra época ha alcanzado los medios y las capacidades para poder pensarse en tanto unidad planetaria, manteniendo al conjunto de culturas en forma descentralizada, autónomas pero integradas a la aventura humana global; mundo apto para persistir dentro de la diversidad cultural y natural. El futuro de la humanidad será posible en la medida que se practique un orden económico que persiga cierta justeza y racionalidad de los recursos en proporción de los hombres que habitamos este planeta. Por tanto los alcances de la ecología no puede ser entendidos como un mero arcaísmo; no supone dejar hacer a la naturaleza por sí misma, como tampoco es una postura ubicada en un liberalismo romántico de espontaneidad irresponsable. Hoy la supervivencia de la humanidad -y junto a ella, la de todos los organismos que fluyen en la biosfera- depende de abandonar el viejo reflejo de conquistar, dominar, violar  (términos de Francis Bacon), a la naturaleza y cambiarla por la actitud de cooperar creativamente junto con ella.
                La visión decimonónica del progreso industrial continuo, a partir de la explotación materialista de la naturaleza y del hombre, no es la imagen más apropiada para los tiempos de escasez que se avecinan a pasos con botas de siete leguas. Y lo peor de todo es que pareciera no existir el justo freno para detener esta movilidad destructiva que se erige en cualquier palmo de tierra en nuestro planeta. Hablar sobre el mito del progreso en forma unilateral es miopía o mentira consciente; es una visión que surge de la concepción estructural de los crecimientos sociales en forma exponencial. Si encontramos discursos donde se refiera dicho concepto en término de iluso optimismo, bien podemos decir de ello dos cosas: o que son ingenuos o que son los próximos asesinos de la naturaleza y de la humanidad. Sin embargo, en vez de proponer la idea de un crecimiento cero o moderado pudiéramos tratar de ensayar la opinión de Serge Moscovici que propone un crecimiento limitado y discontinuo, precedido por una “suave austeridad”.
               Pániker ha acuñado el término de retroprogresivo para entender lo que debiera significar un verdadero progreso. Lo retroprogresivo es un avance simultáneo hacia lo nuevo y hacia el origen. Un ejemplo es el que, si una sociedad posindustrial no sirve para recuperar ciertas virtudes de las sociedades preindustriales, no sirve para nada.

                5.- Ética y Ecología.
                El olvidado “médico de la selva”, músico y filántropo francés Albert Schweitzer, desde su hospital de Lambarené (Gabón) en el corazón de África, lanzó hace más de un siglo,  un mensaje ante el avance destructivo que se erguía en los países no desarrollados a costa de una civilización donde la ética era una abstracción más de la razón instrumental. En su libro “Civilización y Ética” trató de fundar una postura para guiar a los hombres después que la civilización occidental mostrara su barbarie incubada desde las ciudades “modernas”, y en los centros de decisión respecto a políticas y explotación colonial. Su ética está construida no tanto en una axiomática moral de corte y principios abstractos de un deber-ser propio de una sociedad secularizada o de un tender a un mero y rabioso bienestar individual, propio de nuestra cercana sociedad de consumo; toda abstracción representa la muerte de la ética. Su ética tendrá una responsabilidad sin límites hacia todo lo que vive, como reverencia por la voluntad de vivir dentro y fuera de cada uno de nosotros; la ética como dedicación a la vida, inspirada por la reverencia hacia la vida, ella es la que debe impulsar al hombre. Su máxima era: “soy vida que quiere vivir, entre vida que desea vivir”. La ecología no está separada de la reflexión ética, como hoy tampoco puede desinteresarse esta última por todo lo que ocurra en el ámbito ecológico y en el mundo real. Se ha dicho que el paradigma ecológico nos libera del fetichismo moral que ha prevalecido en occidente a lo largo de los últimos milenios. No hay formas absolutas; ningún puritanismo, ninguna tiranía moral ha de ser aceptable. No más distinciones entre lo sagrado y lo profano, lo espiritual y lo material, lo superior y lo inferior. El gran principio del shivanismo era que todo en el universo formaba parte del cuerpo divino; el principio del ecologismo está en que todo incide sobre todo, no se puede privilegiar a ningún centro.
El hecho es que todas nuestras acciones se inscriben en un ecosistema natural/cultural, que se interfecundan con otras acciones que están dentro del ecosistema en que residimos y regresan transformadas e imprevisible hacia nosotros mismos.
                Hoy sabemos que todo antropocentrismo ha fracasado (al igual que el monoteísmo judeocristiano), que la vida de cualquier animal, microbio o planta, es, de una forma u otra, importante para el mantenimiento del equilibrio de nuestro hábitat; que la llamada selección natural ha elegido a la diversidad. El esquema Darwiniano de la supervivencia del más apto tiende a ser sustituido por la postura ecológica de la supervivencia del más cooperativo: la especie solo permanece cuando existe cooperación entre los miembros que la conforman, de ahí que la máxima de Schweitzer, en defensa de la vida, debería propiciar en todas las variantes estéticas del arte contemporáneo, junto a la cultura de  los medios, para que surja el interés por una conciencia ecológica universal en el hombre, en pensar nuestra acción a escala global, pero actuarla localmente; en pensar nuestras vidas en tanto cooperación y no en desfalleciente competencia voraz. Se comprende que nunca hacemos una cosa a la vez; cualquier acción nuestra repercute en el ecosistema en forma azarosa. Toda acción que hagamos genera efectos secundarios que, tarde o temprano, volverán de una forma u otra hasta nosotros, y sobre el ambiente en general. Hacer una cosa significa hacer muchas. La mecánica cuántica (concepto de inseparabilidad de la material), refuerza la concepción del paradigma ecológico: el mundo es, a la vez, diverso y no dual.
Cuando hablamos de la permanencia en la Tierra de la especie humana no podemos mantenernos dentro del dualismo y en la fisura del hombre con su entorno, del pensamiento cargado de separaciones abstractas. La vida y el planeta piden un cambio en la conciencia y la voluntad del hombre para proseguir su maravilloso y misterioso rumbo. Probablemente estamos entrando en el camino de un nuevo misticismo global, mas sin embargo, a pesar de todo -y aunque cierto pesimismo escale entre nuestro neurótico y obsesivo pensamiento, pero sabiendo que todo pesimismo contiene una teoría positiva-, no podemos dejar de apostar por ese cambio. La Tierra, nuestra Diosa Gaia, ya no espera, si el hombre ha quedado mudo, el planeta nos lanza un fatigado y desgarrador grito desde todos los lugares. Hoy, más que nunca, no podemos abandonarla a su propia regulación, a su propio equilibrio, porque ello nos afectaría. Si nos despreocupamos y abandonamos a la Tierra estamos abandonando nuestra vida, a nuestra posibilidad de vivir como especie en el planeta azul.






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