Margaret
Atwood: la distopía feminista
contada
por una criada
David
De los Reyes
Margaret Atwood y Graeme Gibson. Ilustración de Steven P. Hughes
La escritora canadiense Margaret Atwood se propuso escribir para 1985
una de las narraciones de ficción que
induce a una abierta y despiadada distopía feminista (un mundo ficticio
que nos presenta un futuro inaceptable para las mujeres y, por ende, para la
humanidad en general). El cuento
de la criada (The
Handmaid's Tale), es la obra que
plantea el ejercicio imaginario y político de un mundo sórdido e inhumano, con
unos Estados Unidos de América dominado por una fuerza terrorista y
fundamentalista islámica, monolíticamente jerarquizada, que somete a su
dictamen a la humanidad, pero, dramáticamente, impone la reducción absoluta de
la libertad a las mujeres, su corporalidad y performance bajo el prisma de una
mirada sórdida de una sociedad totalitaria, instaurada a través del dogma
y el sometimiento religioso de un
monoteísmo patriarcal y autoritario. Un mundo donde las mujeres, muy parecido
al sometimiento al género femenino por el fundamentalismo islámico actual,
cumplen misiones psico-biopolíticas muy específicas: las cuidadoras de hijos, las esposas
estériles de la clase dirigente; las tías, que son mujeres adiestradoras
subrogantes del régimen; las marthas, que son las encargadas de la
limpieza de la clase de la nomenclatura; las mujeres de las colonias, especie
de personal recolector de basura radiactiva (el mundo había sufrido un colapso
atómico entre otras cosas) y de cadáveres de las guerras; unas porné, especie de mujeres de placer o esclavas
sexuales; y la codiciada condición
femenina de ser un cáliz para la reproducción, que se
presenta en la voz de la narradora en
primera persona y protagonista de este diario particular, a las mujeres que
sólo son aptas para prolongar la especie y proveer herederos a la clase dirigente, pues las esposas de éstos,
como dijimos antes, por lo general eran estériles. Un mundo en que la tasa de nacimiento es prácticamente nula. Una situación política donde
se ha eliminado cualquier derecho de la mujer que pueda haber sido reconocido
dentro de una sociedad pluralista y democrática.
La voz de la
narración tendrá sólo el nombre que se le ha asignado en función del nombre del
funcionario que es su propietario. Ese pensamiento femenino escrito y presente
en toda la narración es Offred en inglés (en español Defred), la cual nos
presenta, a modo de recuerdos
entrecortados, su mirada y reflexión del mundo en que vive y en el que
vivió después de este cambio de poder omnímodo de los hombres y del control
absoluto de la población indefensa. Una realidad en que todo movimiento está
pre-escrito, controlado, comedido y en que los Ojos de los espías de la
dirigencia se hacen sentir en todo momento sobre tu ser, desde todos los
ángulos de la vida bajo la sombra de la posible y efectiva muerte. Pasado y
presente se conjugan en la voz de esta mujer casi anónima.
El nombre de
estas mujeres cálices-ponedoras,
tienen el posesivo “de” y por eso son nombradas De-Fred, que sería la
criada propiedad de Fred, (pero que en inglés cambia a Offred;
otros nombres son, por ejemplo, Dewarred: De Warred, Deglenn: De
Glenn, etc). Mujeres que si no llegasen a
quedar en estado por sus dueños, denominados en la novela comandantes, perderían los mínimos
privilegios que les otorgan y pasarían a ser ejecutadas después de seis años
dado el caso. El acto de cópula germinal es llamado la ceremonia, donde
están juntos el esposo-comandante, la esposa del comandante y la criada-receptáculo/cáliz.
Donde la sexualidad se reduce a un acto mecánico solo para la procreación.
El comandante
advierte que la situación vivida en el
país está requerida por necesidad de supervivencia y orden, respuesta acorde de
cualquier funcionario sometido y sometedor. Justifican su autoridad para
obtener una realidad política donde se supone haber reducido al mínimo la
violencia, pero la violencia está presente en todo el orden que reina tanto en
los cuartos de las casas como en las calles, en el uso del lenguaje y en el
pensamiento, en la gestual de los cuerpos y su eco corporal ante los otros,
todo explayándose sobre una población sumida
en la ignorancia total respecto lo que pasa en el mundo por el control y
reducción total de los medios de información.
El
libro es rico en reflexiones en relación a la condición femenina y de las
tonalidades de la oscuridad en una sociedad totalitaria de corte
fundamentalista teocrática. Una realidad
donde el amor está prohibido; el enamoramiento es un mal a superar o inhibir:
una enfermedad atroz, y las personas amadas están o muertas o desaparecidas;
donde los nombres originales son arrancados de la mente de los sujetos y no se
sabe dónde se encontrarán los amigos, un hijo, o un esposo. Todos son desaparecidos, sintiendo la voz
femenina de la narración como una desaparecida más, al haber sido reeducada y
eliminada su identidad anterior y su condición como persona. Queda reducido su
ser y hasta su no-ser a una biopolítica que conserva la vida en la medida que
está moldeada, sometida, corporeizada en la trama cerrada y asfixiante del
poder del estado teocrático-patriarcal absoluto.
Un
ambiente donde la suerte de los fetos es incierta, por falta de aparatos y
recursos médicos adecuados, junto a una atmósfera geopolítica plena de
sustancias químicas y polución bacteriana que transforman al aparato reproductor
orgánico, junto a sus óvulos (como es el caso real y actual de la ciudad químico-industrial
brasileña de Cubatao y el fenómeno de los niños
cabeza de rama, debido a la contaminación química atmosférica), pudiendo engendrar seres monstruosos, como el
que pareciera referir Defred a su compañera de clases de adoctrinamiento y
reeducación, Dewarren. Esto lo podemos observar en este párrafo:
“Pronto
lo sabremos. ¿Qué será lo que Dewarren dará a luz? ¿Un bebé, como todas
esperamos? O alguna otra cosa, un No
Bebé, con una cabeza muy pequeña, o un hocico como el de un perro, o dos
cuerpos, o un agujero en el corazón, o sin brazos, o con los dedos de las manos
y los pies unidos por una membrana? Es imposible saberlo. Antes podía
detectarse con aparatos, pero ahora eso está prohibido. De todos modos, ¿qué
sentido tendría saberlo? No puedes deshacerte de él; sea lo que fuere, tienes que
llevarlo dentro hasta que se cumpla el plazo”.
La
posibilidad de traer niños deformes en este mundo es la de una posibilidad
entre cuatro, gracias a una biósfera saturada de sustancias químicas, rayos y
radiación, junto al agua que se ha convertido en un hervidero de moléculas
tóxicas. Contaminación que es absorbida
por el cuerpo humano, alojandose en el tejido adiposo corporal, como puede
estarlo un río, o una playa. Es un mundo desquiciado en todos los aspectos, no
sólo en las relaciones humanas sino en la ecología de todo ambiente. El peligro
acecha por doquier. La vida, realmente, terminaría casi siendo un milagro. Un
peligro que acecha tanto para un pájaro de la costa como para un bebé en
gestación. Nadie escapa a la cadena de envenenamiento: Si un buitre te comiera, quizás se moriría. Un cuerpo que es un
frágil armazón de vida, que oculta en su interior peligros, proteínas
deformadas, cristales mellados como el vidrio. Que ya venía sucediendo desde
décadas pasadas (como la nuestra), en la que todos los humanos toman medicamentos, píldoras,
además de rociar árboles saturados con DDT, vacas que comen ese pasto envenenado, sustancias asesinas que
se infiltraron silenciosamente en los ríos por las lluvias y las micciones
humanas. No falta en la novela la referencia
a la posible catástrofe de las centrales atómicas de California debido a la
llamada falla de San Andrés, arrastrando un cúmulo de enfermedades
completamente nuevas y mortales para todo lo orgánico. En la ficción Atwood, el
infierno es la tierra (ya no) prometida de Norteamérica.
En
los comienzos de este cambio de régimen quedan suspendidos todos los
derechos humanos conocidos, y la introducción de las nuevas técnicas de
control fueron graduales. ¿Cómo las aplicaron? Durante las primeras semanas de
esta suspensión momentánea, los
periódicos quedaron la mayoría clausurados por razones de seguridad; principio
de desinformación general. Comenzaron a colocar alcabalas y aparecer los pases
de identificación; principio de control de la movilidad humana. Situaciones que
la mayoría aprueba al considerar la situación extrema causado el accidente antes
señalado de la falla de San Andrés. También dijeron que se celebrarían nuevas
elecciones, pero que ello requería tiempo para prepararlas; nunca llegaron;
principio de engaño político esperanzador. Mientras, se tenía que seguir
haciendo la rutina de todos los días; principio de mantener el orden para
cambiar sigilosamente ese orden sin mayor protesta o disconformidad.
A
las mujeres les congelan todas sus cuentas bancarias. Solo las de los hombres son
permitidas. Todas las cuentas que tienen una H (hembra) en lugar de una V
(varón) las deshabilitaron. Gracias a la informática todo lo que tuvieron que
hacer fue tocar unos cuantos botones. Dejando a las mujeres aisladas. Las
mujeres ya no pudieron tener nada de su propiedad. Era la nueva ley. Si estaba
casada le traspasaron el dinero a la cuenta de su marido. Si no, a un miembro
varón cercano familiar. Las despiden de sus trabajos de manera masiva. Tampoco
quieren que vayan a ningún sitio; ninguna movilidad autónoma. Y todo ello en el
más profundo anonimato, no se sabía quién estaba haciendo todo eso.
Defred,
la criada de la voz de la narración, en su cuarto, dentro de su armario,
descubre una inscripción en latín, en
una de las paredes interiores, que decía Nolite
te bastardes carborundorum, (No dejes que los bastardos te carbonicen),
escrita por su antecesora criada,
quien se había suicidado o al menos es lo que le dijeron a ella. Y ella lo
tomará como un lema que le guiará en la incertidumbre vivida de forma
permanente. El problema no sólo lo tenían las mujeres, nos dice. El problema
principal era el de los hombres. Ya no había nada para ellos anhelar. ¿Qué no
había? ¿Sexo, amor, seducción? No, eso no es lo que refiere el personaje. Puede
ser una parte, pero no era todo. Siempre se podía conseguir satisfacción sexual
de algún modo, pagándolo, por ejemplo. Lo que realmente no había era nada por
lo que se justificara trabajar, o nada por lo que luchar; un horizonte vacío
que nutre sólo el sentido de existir acorde con una autoridad teocrática. Todo
deseo o aspiración estaba apagado, anulado, autorreprimido desde la persona en la
imaginación de los humanos. Una época que se quejaban de tener la incapacidad
para sentir y por ello hasta los hombres se desvincularon del sexo.
Para
los dirigentes de este mundo se había llegado a eliminar grandes problemas de
la existencia humana y el sexo era uno de ellos. Donde las citas eran vistas
como actos difíciles para los solteros,
las indignidades sexuales vividas en los institutos de secundaria o
universidad. El mercado de la carne. Y el comandante,
cabeza de familia, al preguntarle su criada
Defred qué pasaba en el mundo actual, le refiere lo que sigue en relación a
las mujeres:
“¿No
recuerdas la enorme diferencia entre las que podían conseguir un hombre
fácilmente y las que no podían? Algunas llegaban a la desesperación, se morían
de hambre para adelgazar, se llenaban los pechos de silicona, se achicaban la
nariz. Piensa en la miseria humana. (….) Siempre se estaban quejando. Problemas
por esto, problemas por aquello. Recuerda los anuncios de la columna personal:
Mujer alegre y atractiva, treinta y cinco años... De este modo todas conseguían
un hombre, sin excluir a ninguna. Y luego, si llegaban a casarse, podían ser
abandonadas con un niño, dos niños, sus maridos podían hartarse e irse,
desaparecer, y ellas tenían que vivir de la asistencia social. O de lo
contrario, él se quedaba y los golpeaba. O, si tenían trabajo, debían dejar a
los niños en la guardería o al cuidado de alguna mujer cruel e ignorante, y
tenían que pagarlo de su bolsillo, con sus sueldos miserables. El dinero era la
única medida valiosa para todos que no respetaba a las madres. No me extraña
que renunciaran a todo el asunto. De este modo están protegidas, pueden cumplir
con su destino biológico en paz. Con pleno apoyo y estímulo. Ahora dime. Eres
una persona inteligente, me gustaría saber lo que piensas. ¿Qué es lo que
pasamos por alto?”
“El
amor, afirmé”, responde Defred
Es
un mundo en que el amor ya no cuenta. Es visto como una anomalía histórica. Un
fiasco. El mundo construido por este fundamentalismo lleva a la ¿felicidad? de haber devuelto las cosas a los cauces de la naturaleza.
El amor era estar en lunas, es decir,
lunática, desprendida de la condición pasiva y acrítica exigida por el régimen.
Que pide insensibilidad extrema, indiferencia ante los hechos, ignorancia
emocional, neutralidad en la sensibilidad, en convertirse en muertos en vida
para dar sólo vida sin más, que es el caso de las criadas, las cálices, las reproductoras de un mundo carentes
de mujeres fértiles. Pero a todas estas, Defred, a diferencia de muchas de sus amigas,
y en especial de la rebelde feminista Moira, abdicará, renunciará a todo, se
vaciará, no querrá sentir más dolor; no quiere ser una muñeca colgada en el
muro de los ahorcados por donde pasa todos los días al ir de compras, sabe ceder su cuerpo libremente para que lo
usen los demás. Pueden hacer con ella lo que quieran. Ser un objeto. Pero algo
tiene seguro, y es que quiere seguir viviendo al saber que su hija raptada, perdida, está viva. Su
relato termina al escaparse de forma inesperada gracias a la ayuda del amante y
sirviente, chofer y espía de Nicke, hacia Canadá, que ahora pareciera ser, a
todas estas, el paraíso recobrado.
El
texto contiene un Informe Final de
ese país fallido y fracturado llamado Gilead.
Informe que nos revela que toda la narración Defred es un caso de
estudio para la ciencia social muchas décadas después de los hechos. En él se
lee cómo fue estructurándose el nuevo orden inquisitorial. Y cómo inmediatamente
se creó una reserva de mujeres mediante una simple estrategia:
“…la
simple táctica de declarar adúlteros todos los segundos matrimonios y las
uniones no maritales y de arrestar a las mujeres y, sobre la base de que ellas
eran moralmente incapaces, confiscaban a los niños, que eran adoptados por
parejas sin hijos, pertenecientes a las clases superiores, y que estaban
ansiosas por tener descendencia a toda costa. (Durante el período medio, esta
política se extendió hasta abarcar a todos los matrimonios no contraídos por la
iglesia estatal.) Los hombres que ocupaban altos cargos en el régimen podían
elegir y escoger entre las mujeres que habían demostrado sus aptitudes
reproductoras por el hecho de haber tenido uno o más niños saludables,
característica deseable en una era de caída en picado del índice de natalidad
caucasiano, un fenómeno observable no sólo en Gilead, sino en la mayoría de las
sociedades caucasianas del norte de aquella época.
El
científico que lee su conferencia ante
una sala de especialista sobre el caso, llega a ciertas conclusiones de la
infertilidad de la época al declarar que, aunque las causas no son del todo
claras, se puede deducir que el fracaso de reproducción se debió a la disponibilidad de métodos de control
de la natalidad incluido el aborto,
durante el período pre-gileadiano. Esta distopía nos traslada de un mundo
secuencial a otro en que una mayoría de
la población femenina buscaba y deseaba la infertilidad. Una era histórica en
que la Cepa R de Sífilis y el Sida estarían haciendo desastres, eliminando a
gran parte de la población joven y sexualmente activa como reserva
reproductora. A ello habría que agregar,
en esta ficción narrativa, lo que aportó para la catástrofe todo ese
tiempo, los diversos accidentes de
centrales nucleares, cierres e incidentes de sabotaje que caracterizaron el
período imaginado, guerras biológicas, así como ya hemos referido antes. Pues:
"a
fugas de productos químicos y de sustancias para la guerra biológica y lugares
destinados a la evacuación de desechos tóxicos, de los que existían varios
miles tanto legales como ilegales, en algunos casos, estos materiales
simplemente se vertían en el alcantarillado, y al uso incontrolado de
insecticidas, herbicidas y otros pulverizadores.
Tales
catástrofes vinieron a prodigar niños muertos, engendros deformes, casos de
abortos espontáneos, etc., de esta realidad distópica ficcional. Convirtiendo a
la fertilidad un caso crítico para la subsistencia de las naciones. Se le
impuso a la población femenina la realización de pruebas de embarazo,
prohibición de métodos de control de natalidad. Y ello supeditado todo ascenso
o descenso de salario al hecho de la fertilidad
Bien
nos dice Atwood al final de su novela, que
esta situación del mundo no surge por generación espontánea. Es fruto de gérmenes y elementos que van
incubando en la sociedad previa a
donde se expanden conformando la nueva realidad atroz. Ningún sistema es del todo original. Todo
nuevo orden incorpora muchos elementos del anterior, como lo demuestra, según
la autora, “la existencia de elementos paganos en la cristiandad medieval, y la
evolución hasta llegar a la «K.G.B.» rusa a partir del anterior servicio
secreto del Zar”. El caso de Gilead no fue una excepción a la regla. “Sus
principios racistas, por ejemplo, estaban firmemente arraigados en el período
pre-gileadiano. Y estos temores racistas proporcionaron parte del aliciente
emocional que permitió que la toma del poder en Gilead fuera un éxito”.
Para
terminar esta reseña de El cuento de la Criada de Atwood, esta
obra nos muestra que el pasado tanto
lejano como reciente, “arrastra una gran tiniebla llena de resonancias. Desde
ella pueden llegarnos algunas voces; pero lo que nos dicen está imbuido de la
oscuridad de la matriz de la cual salen. Y, por mucho que lo intentemos, no
siempre podemos descifrarlas e iluminarlas con la luz prístina de nuestro
propio tiempo”.
Leer
la distopía feminista de esta autora nos despierta la sospecha de un posible
mundo que está construyéndose (o está en ciertos países ya construido y sea una
realidad), en torno nuestro pero sin darnos cuenta de ello, y puede que sea
menos ficción y más realidad de la podamos percibir. Comprender
que esta gran tiniebla está llena de
resonancias que entre el ruido del universo contaminante de imágenes
digitales infinitas que se colocan en torno nuestro, disponiéndose como bosque tupido y distractivo de datos, para imposibilitar vislumbrar el horizonte cerrado y férreo que hoy puede estar elevándose por
doquier.
Bibliografía
Atwood, M. (1985): El
cuento de la criada, PDF. En: https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxhdHBkYm9va3N8Z3g6MzAzNjA5Njk2NGMwYjcwMg.
Visitado el 15-05-2018..
Atwood, M (2017): Un
mundo de cuentos. Ed. Rev. Letras Libres, N°22, dic-2017. En: https://www.letraslibres.com/sites/default/files/2017-12/Convivio-atwood-esp_0.pdf.
Visitado el 28-05-2018.
Hériz, E. (2017): Un
regalo de Margaret Atwood. Ed. Rev. Letras
Libres, Enero-2017. En: http://www.letraslibres.com/sites/default/files/2017-01/convivio-deheriz-esp.pdf.
Visto el 25 -05- 2018
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