El Origen de la moral o el usufructo del resentimiento
María Eugenia Cisneros Araujo
…Aprovecho la ocasión
que me proporciona este tratado para expresar pública y formalmente un deseo
que hasta ahora he manifestado tan sólo en conversaciones ocasionales con
personas doctas; a saber, que alguna Facultad de Filosofía se haga benemérita
del fomento de los estudios de historia de la moral convocando una serie de
premios académicos: -tal vez este libro sirva para dar un fuerte impulso
precisamente en esa dirección. En previsión de una posibilidad de esa especie,
se propone la cuestión siguiente: ella merece la atención de los filólogos e
historiadores tanto como la de los auténticos doctos en filosofía por oficio.
Friedrich
Nietzsche La genealogía de la moral
En este ensayo se analiza el
“Prólogo” y el “Tratado primero” del libro La
Genealogía de la moral de Friedrich Nietzsche. Lo que motiva este estudio
son las siguientes interrogantes: ¿Por qué el filólogo alemán quiere dar cuenta
del origen de la moral? ¿Qué persigue mostrar?; Cuando se refiere a la
valoración de los valores de la moral ¿Qué quiere decir?; ¿Qué es la
valoración?
Las
respuestas a las anteriores preguntas mostrarán que Nietzsche es un antimoderno
que desprecia la sociedad de masas; rechaza el positivismo moderno como soporte
de las sociedades contemporáneas; denuncia que la forma de vincularse con el
otro ocurre mediante la ciencia y no por la ética; critica el utilitarismo
inglés; la moral se deriva de la lucha entre dominantes y dominados. Tras estos
cuestionamientos aparece lo que realmente le interesa a Nietzsche: La
afirmación de la vida mediante la voluntad de poder. Una estética de la
existencia como un nuevo modo de sentir requiere de un cambio en el origen de
la moral.
Notas sobre el Prólogo
El
“Prólogo” inicia con las siguientes palabras: “Nosotros los que conocemos somos
desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros
mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, -¿cómo iba a
suceder que un día nos encontrásemos?...”[1].
Nietzsche diferencia la filosofía clásica de la moderna, a Sócrates de
Descartes[2].
Para Sócrates[3]
el fin de la episteme es la ética, el
saber es ethos; para Descartes la subjetividad impide el conocimiento, el
énfasis está en la mathesis universalis
no en saber quién soy yo mismo[4].
Nietzsche evoca la nostalgia de la filosofía clásica.
El tema del
filólogo alemán es la propia vida. Su angustia: cómo convertirnos en escultores
de nuestra vida, en los autores de la historia de nuestra vida. Es necesario el
esfuerzo de distanciarse de sí mismo. Es un proceso que produce rupturas,
quiebres en el ámbito subjetivo. Exige una plena atención sobre nuestras acciones
y comportamientos; de una tensa percepción de nuestro cuerpo e interioridad.
Hay que construir una nueva subjetividad que significa otra forma de valorar
los valores morales.
¿Cómo le damos
forma a la vida? ¿Cómo conducir la vida para que su devenir de motivos para
pensarla? El proyecto incierto de ser yo mismo cuya expresión es el encuentro
del pensamiento como modo de existir. Y esto es lo que hace el pensador alemán:
dar cuenta de la propia vida a partir de su propia vida. Trabajar en su sí
mismo para convertir su vida en un ejemplo para todo el género humano. Para
esto, Nietzsche escribe sobre sí mismo y para sí mismo con el fin de comunicar
su propia práctica de lo que implica experimentar una estética de la
existencia. Dejar constancia del instante vivido, de cómo poder existir en el
mundo convirtiéndonos en obras de arte cuya materia prima la constituye el
azar, el juego y la danza: el superhombre cuya esencia es la afirmación de la
vida, la máxima expresión de la voluntad de poder.
La invitación es a
explorar nuestra vida para dotarnos a nosotros mismos de sentido y
significación. Navegar en nuestro mundo particular requiere la pasión por la
configuración creativa de vivir. El individuo busca verdades fijas como la
moral que ata la acción; como el conocimiento de la naturaleza y de la historia
para orientar su vida a partir de tales teorías; de la religión para relegar su
existencia al mundo suprasensible. Crear un mundo, otra manera de sentir, de
valorar los valores morales configura la filosofía que propone Nietzsche. Se
trata de una filosofía crítica, un nuevo modo de existir: “…«Nuevo modo de
pensar» significa: un pensamiento afirmativo, un pensamiento que afirma la vida
y la voluntad en la vida, un pensamiento que expulsa, finalmente, todo lo
negativo…”[5].
Escrutar
nuestra interioridad implica develar el enigma de nuestro propio yo y aceptar
que algunas veces no sabemos lo que queremos. Vernos a nosotros mismos requiere
el esfuerzo de separar lo que es propio de nuestro ser y lo que es extraño a
este. ¿Cómo se puede descubrir el propio querer? Tienes que atreverte a buscar
la verdad y darte cuenta que lo verdadero no está unido a lo bello y a lo
bueno; por el contrario, lo verdadero puede ser feo y repugnante. El mundo
construido por la razón, el sentido histórico, la moral, la religión, no es
auténtico. En otras palabras, la esencia del mundo no es racional, lógica, ni
moral, tampoco religiosa. Por debajo de esta superficie se oculta la vida real,
el impulso oscuro y vital.
Examinar nuestra
interioridad nos vuelve hacia la vida real, nos enfrenta a nosotros mismos y
nos coloca ante el dilema de decidir cómo queremos vivir. ¿Quién se ocupa de su
propia vida? ¿Quién le dedica tiempo a mirarse internamente? ¿A alguien le
interesa conocer quién es en realidad? La mayoría solo vive para resolver las
situaciones inmediatas. “Necesariamente permanecemos extraños a nosotros
mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros, en nosotros se
cumple por siempre la frase que dice «cada uno es para sí mismo el más lejano»,
en lo que a nosotros se refiere no somos «los que conocemos»…”[6].
El anuncio de la decadencia por la aparición de la moral de masas; la vida está
enferma por la cultura[7].
La
preocupación de Nietzsche por el origen de los prejuicios morales inició en sus
textos Humano, demasiado humano y Aurora. Pensamientos allí enunciados son
retomados y actualizados en La genealogía
de la moral. Se pregunta de dónde surgen nuestros valores, pensamientos,
los sí, los no, las preguntas, dudas. “…No tenemos nosotros derecho a estar
solos en algún sitio: no nos es lícito ni equivocarnos solos, ni solos
encontrar la verdad…”[8].
Al
llegar al mundo el individuo se encuentra con una moral establecida, un a priori en el que es socializado, una
valoración de los valores morales que establecen lo bueno y lo malo. La
inquietud de Nietzsche sobre “…qué origen tienen propiamente nuestro bien y
nuestro mal…”[9],
la transformó en la siguiente interrogante:
…¿en
qué condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor que son las palabras
bueno y malvado? ¿y qué valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o han
estimulado hasta ahora el desarrollo humano? ¿Son un signo de indigencia, de
empobrecimiento, de degeneración de la vida? ¿O, por el contrario, en ellos se
manifiestan la plenitud, la fuerza, la voluntad de la vida, su valor, su
confianza, su futuro…[10].
El
filólogo alemán pretende revelar que en el origen de la valoración de los
valores morales existe una lucha[11]
entre dominantes y dominados. Esa rivalidad determina el fundamento que
califica a los valores morales. Dicho de otra forma, la genealogía de la moral
hace visible que la valoración que asigna valor a los valores morales depende
de quienes los establezcan: dominantes o dominados: “En el fondo lo que a mí me
interesaba precisamente entonces era algo mucho más importante que unas
hipótesis propias o ajenas acerca del origen de la moral (o más exactamente:
esto último me interesaba sólo en orden a una finalidad para la cual aquello es
un medio entre otros muchos). Lo que a mí me importaba era el valor de la
moral…”[12].
Heidegger
se pregunta ¿Qué es un valor? Y responde: valor es lo que vale. Y la pregunta
por el valor apunta al “es” del ente. Se valora al ser mediante el
establecimiento de una norma que va dirigida a regular un comportamiento. Ese
valor se relaciona con una meta porque implica una acción que se dirige a algo
y con un fundamento porque se conecta con todos los aspectos del ser[13].
¿Qué le interesa realmente a Nietzsche desde la interpretación de Heidegger? Si
el valor apunta a la esencia del ser y se vincula con la meta y el fundamento
entonces quienes se encuentren en la posición dominante determinan la norma que
regulará el comportamiento. Los efectos de tales acciones serán apreciados
según el patrón establecido por los que están en el poder. La valoración que
dota de valor los valores morales deriva de una perspectiva determinada: los
que están en el poder.
Pero
Nietzsche también se propone analizar si ese valor que asigna valor a la moral:
1) ha detenido o ha contribuido al desarrollo humano; o, 2) si es una muestra
de empobrecimiento o de plenitud de la vida. Y para abordar estas cuestiones se
necesita:
…una nueva exigencia. Enunciémosla:
necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez en
entredicho el valor mismo de esos valores -y para esto se necesita tener
conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en
las que se desarrollaron y modificaron (la moral como consecuencia, como
síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido;
pero también la moral como causa, como medicina, como estímulo, como freno,
como veneno…[14].
Las
dos caras del origen de la valoración que dota de valor a los valores morales:
1) el resentimiento, la mala conciencia y los ideales ascéticos; y 2) La
voluntad de poder.
Nietzsche se
percata que se asumía el valor del valor de la moral como una verdad de validez
universal, algo en sí mismo dado y que no era susceptible de discusión: “… lo
que parece pertenecer a la ciencia, y también a la filosofía, es el afán de
sustituir las relaciones reales de fuerza por una relación abstracta, supuesta
capaz de expresarlas todas, como una «medida»…”[15].
Los tentáculos de la ciencia, el positivismo impone que la valoración sea una medida, un patrón, y a partir de allí se
acepta como un dogma que “el «bueno» es superior en valor a «el malvado»,
superior en valor en el sentido de ser favorable, útil, provechoso para el
hombre como tal (incluido el futuro del hombre…”[16].
La moral asimilada al utilitarismo. Y esto es lo que precisamente Nietzsche
cuestiona:
¿Qué
ocurriría si la verdad fuera lo contrario? ¿Qué ocurriría si en el «bueno»
hubiese también un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción,
un veneno, un narcótico, y que por causa de esto el presente viviese tal vez a
costa del futuro? ¿Viviese quizá de manera más cómoda, menos peligrosa, pero
también con un estilo inferior, de modo más bajo? [...] ¿De tal manera que
justamente la moral fuese culpable de que jamás se alcanzasen una potencialidad
y una magnificencia sumas, en sí posibles, del tipo de hombre? ¿De tal manera
que justamente la moral fuese el peligro de los peligros?...[17]
Magistralmente
Nietzsche pone en entredicho el origen en el que se sostiene el valor que
asigna valor a la moral de su tiempo y al hacerlo posibilita la apertura para
incorporar otra forma de concebir la valoración que dota de valor a los valores
morales. Hasta ahora lo establecido, aceptado e internalizado es que lo bueno
se deriva de los hombres que se creen en sí mismos buenos. Y tras esta
imposición se sostiene una sociedad utilitarista que enseña que los valores
morales son inútiles, ¿Qué utilidad tiene ser honesto, decente? ¿Para qué es
útil la moral? El pragmatismo inglés detiene el desarrollo humano, empobrece la
vida. La valoración del valor de los valores morales responde a una lucha entre
dominantes y dominados: “…Se trata de recorrer con preguntas totalmente nuevas
y, por así decirlo, con nuevos ojos, el inmenso, lejano y tan recóndito país de
la moral –de la moral que realmente ha existido, de la moral realmente
vivida-…”[18].
Gilles
Deleuze explica en su libro Nietzsche y
la filosofía, lo siguiente:
1) El proyecto del
pensador alemán consiste en introducir los conceptos de sentido y valor en la
filosofía como una crítica a la filosofía moderna por considerar que esta
genera con su teoría de los valores la subordinación, la pasividad. Para el
filósofo francés: “…cuando se trata de Nietzsche, tenemos […] que partir del
hecho siguiente: la filosofía de los valores, como él la instaura y la concibe,
es la verdadera realización de la crítica, la única manera de realizar la
crítica total, es decir, de hacer filosofía a «martillazos»…”[19].
Los valores implican
una perspectiva determinada y es desde esa particular apreciación de donde se
asigna valor a los valores. Por eso: “…El problema crítico es el valor de los
valores, la valoración de la que procede su valor, o sea, el problema de su creación […] las valoraciones, referidas
a su elemento, no son valores, sino maneras de ser, modos de existencia de los
que juzgan y valoran, sirviendo precisamente de principios a los valores en
relación a los cuales juzgan.”[20]
Concebir a la filosofía como una crítica a la teoría de lo que establece la
modernidad significa que Nietzsche cuestiona la idea de fundamento de validez
universal que se le otorga a los valores y en su lugar enuncia que el origen
del valor que se da a los valores morales deviene de puntos de vista determinados
que se derivan de una lucha entre dominantes y dominados.
2)
“…Nietzsche crea el nuevo concepto de genealogía…”[21].
La “Genealogía quiere decir a la vez valor del origen y origen de los valores…”[22],
es decir, la genealogía se pregunta por: 1) La esencia del valor que asigna
valor moral; y, 2) Si esa esencia constituye la fuente de los valores. En otras
palabras: ¿De dónde surge la valoración de los valores morales? y ¿Qué
implicaciones tiene ese origen en la conformación del mundo?
Pero
Deleuze ha señalado que el pensador alemán introduce en la filosofía los
conceptos de valor y sentido como una crítica. Lo que me lleva a considerar que
la indagación que hace Nietzsche sobre la genealogía de la moral tiene como
consecuencia develar el siguiente hallazgo: sacar a la luz que la genealogía de
la moral muestra el fundamento que sostiene a los valores morales de un mundo y
que ese origen es el que dota de sentido a esos valores. La visibilidad de esta
verdad es poner al descubierto que ese origen que sostiene la escala de valores
ha caducado y que están siendo sustituidos por otros: el usufructo de la moral
del resentimiento. De allí la diferencia a la que apunta Nietzsche entre la
filosofía clásica y la filosofía moderna. La filosofía moderna constituye el
usufructo de la moral del resentimiento, la falsa conciencia y los ideales
ascéticos. El mundo del hombre mediocre, débil, enfermo. Por esta razón: “…La
crítica […] es […] la expresión activa de un modo de existencia activo…”[23].
La crítica consiste en dar cuenta de esta situación y el llamado urgente a
producir la transvalorización, esto
es, desvalorizar los valores de la moral del resentimiento y en su lugar crear
nuevos valores: la afirmación de la vida, la materialización de la esencia de
la voluntad poder.
La
Genealogía de la moral consta de tres tratados: 1) «Bueno y malvado», «bueno y
malo». La moral del resentimiento; 2) «Culpa», «mala conciencia» y similares,
La falsa conciencia; y, 3) Los ideales ascéticos. El significado de la acción
del sacerdote en la conducción de la moral del resentimiento. Este ensayo se
dedicará a analizar el Tratado Primero para mostrar cómo Nietzsche da cuenta
que el origen moral de la sociedad moderna se deriva del usufructo de los
valores del resentimiento, la venganza de los esclavos que asumen la posición
de dominantes.
Tratado Primero: «Bueno y malvado», «bueno y malo»
Nietzsche
se refiere a la concepción que tienen los psicólogos ingleses[24]
de la moral. Señala que la piensan como un hábito que realiza el individuo
mecánica y pasivamente. Se trata de una moral normativa que se concibe como una
medida que rige los comportamientos
de los individuos para que sean valorados como buenos y no malvados. Un patrón
de esencia a-histórica: el
utilitarismo inglés.
…
«Originariamente -decretan- acciones no egoístas fueron alabadas y llamadas
buenas por aquellos a quienes se tributaban, esto es, por aquellos a quienes
resultaban útiles; más tarde ese origen de la alabanza se olvidó, y las
acciones no egoístas, por el simple motivo de que, de acuerdo con el hábito,
habían sido alabadas siempre como buenas, fueron sentidas también como buenas
–como si fueran en sí algo bueno»…[25]
El
valor de la moral que secundan los psicólogos ingleses -de Locke a Spencer-
establece como una verdad absoluta que las acciones no egoístas son buenas por
ser útiles, provechosas y tales consideraciones hacen que sean dignas de
alabanza. La utilidad propia es el canon que asigna valor a los valores
morales. Lo útil como hábito crea el comportamiento altruista en los
individuos. Nietzsche critica la ética utilitarista y pone al descubierto la
oposición entre los valores burgueses y los aristocráticos. La utilidad como medida, contradice la arete en sentido clásico: lo mejor en
sentido moral[26].
La genealogía de la moral no procede de la
ética utilitarista. Por el contrario deriva del poder: “…el poder mismo y sólo
él pone los valores, los mantiene en vigencia y es el único en decidir sobre
la posible justificación de una posición de valores. Si todo ente es voluntad
de poder, sólo «tiene» valor y «es» un valor aquello que cumple con la esencia
del poder…”[27].
Lo bueno es lo que impone la clase dominante. El poder es la valoración que
dota de valor a los valores morales:
…¡el
juicio «bueno» no procede de aquellos a quienes se dispensa «bondad»! Antes
bien, fueron «los buenos» mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los
hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se
valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer
rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo. Partiendo
de este pathos de la distancia es
como se arrogaron el derecho de crear valores, de acuñar nombres de valores…[28]
El
origen del valor de la moral emana de la oposición entre los nobles y todo lo
vulgar y plebeyo. Esto quiere decir, que lo bueno lo determinan los dominantes[29]: “...He
aquí lo esencial: lo alto y lo bajo, lo noble y lo vil no son valores, sino
representación del elemento diferencial del que deriva el valor de los propios
valores”[30].
El valor moral no deviene de la bondad en sí misma. La concepción de lo bueno
responde al poder[31]:“…la
palabra «bueno» no esté en modo alguno ligada necesariamente a acciones «no
egoístas»: como creen supersticiosamente aquellos genealogistas de la moral…”. [32]
Para
el pensador alemán el origen de la moral deviene del poder de los que dominan:
En una época los aristócrata, en otra los burgueses y actualmente los esclavos.
La genealogía de la moral es producto de la oposición entre nobles y plebeyos.
En la distancia entre los de arriba y los de abajo se ubica la valoración que
fija valor a los valores morales. A lo que se apunta aquí siguiendo la
interpretación de Deleuze es que la genealogía de la moral como una filosofía
crítica revela que lo que asigna valor a los valores morales son las
diferencias que surgen entre una fuerza dominante y una fuerza dominada. En
palabras del filósofo francés:
…cualquier
fuerza se relaciona con otra, sea para obedecer sea para mandar, he aquí lo que
nos encamina hacia el origen: el origen es la diferencia en el origen, la
diferencia en el origen es la jerarquía, es decir la relación de una fuerza
dominante con una fuerza dominada, de una voluntad obedecida con una voluntad
obediente. La jerarquía como algo inseparable de la genealogía, he aquí lo que
Nietzsche llama «nuestro problema». La jerarquía es el hecho originario, la
identidad de la diferencia y del origen…[33]
Y al decir de
Nietzsche:
…en
todas partes, «noble», «aristocrático» en el sentido estamental, es el concepto
básico a partir del cual se desarrolló luego, por necesidad, «bueno» en el
sentido de «anímicamente noble», de «aristocrático», de «anímicamente de índole
elevada», «anímicamente privilegiado»: un desarrollo que marcha siempre
paralelo a aquel otro que hace que «vulgar», «plebeyo», «bajo», acaben por
pasar al concepto «malo»…[34]
De
acuerdo a esta afirmación, ser de posición elevada, privilegiada, superior es
igual a bueno. Y ser vulgar, plebeyo y bajo es malo. En otras palabras, en el
origen del valor bueno lo que se revela es el sentimiento de superioridad del
noble por ser poderoso, privilegiado, estar elevado en la escala social y por
este mismo hecho establecer que todo lo contrario es malo. “…Lo que Nietzsche
llama noble, alto, señor, es tanto la fuerza activa, como la voluntad
afirmativa. Lo que llama bajo, vil, esclavo, es tanto la fuerza reactiva, como
la voluntad negativa […] un valor tiene siempre una genealogía, de la que
dependen la nobleza o la bajeza de lo que nos invita a creer, a sentir y a pensar…”[35]
Aquí
incorpora el filólogo alemán la siguiente cuestión: La moral de la arete es una fuerza activa y afirmativa.
Su contrario es una fuerza reactiva y negativa. De este modo, primero el poder
es el origen de la moral; segundo, dependiendo de quienes estén ejerciendo el
poder la moral será afirmación o negación de la vida. Y aquí también se
incorpora la religión. Los sacerdotes imponen los ideales ascéticos que para
Nietzsche constituyen una fuerza negativa y reactiva.
La casta
sacerdotal determina la oposición entre puro e impuro. “El «puro» es, desde el
comienzo, meramente un hombre que se lava, que se prohíbe ciertos alimentos
causantes de enfermedades de la piel, que no se acuesta con las sucias mujeres
del pueblo bajo, que siente asco de la sangre…”[36].
Se tiene así varias formas de valoración de la moral que provienen de distintos
ámbitos del poder: 1) Nobles, aristocráticos (arete): fuerza activa y voluntad afirmativa; 2) Los burgueses
(utilitarismo inglés): fuerza reactiva y voluntad negativa; 3) Los sacerdotes:
fuerza reactiva y voluntad negativa; y, 4) Los esclavos: fuerza reactiva y
voluntad negativa. La 2, 3 y 4 son las que reinan en la modernidad.
Los sacerdotes que ponen el énfasis en el
ayuno, continencia sexual, aislamiento, rechazo a los sentidos vuelven impuro
los valores aristocráticos. La moral de la arete
es interpelada por la rebelión de los
esclavos ejercida por el pueblo judío en el que produce la transvaloración; la consecuencia mortal
es que se desvalorizó los valores calificado por la arete. Se impone la moral de los esclavos: “«¡los miserables son
los buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son
también los únicos piadosos […] en cambio vosotros, vosotros los nobles y
violentos, vosotros sois, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los
lascivos…”[37]
La
rebelión de los esclavos, el
usufructo de la moral del resentimiento. En Grecia también ocurrió una transvaloración. Hesíodo versus Homero. Explica Nietzsche que:
…la
aristocracia griega pone en todas las palabras con que diferencia de sí al
pueblo bajo; obsérvese cómo constantemente se mezcla en ellas […] una especie
de lástima, de consideración, de indulgencia, hasta el punto de que casi todas
las palabras que convienen al hombre vulgar han terminado por quedar como
expresiones para significar «infeliz», «digno de lástima» (véase […] [miedoso]
[…] [cobarde] […] [vil] […] [mísero], las dos últimas caracterizan propiamente
al hombre vulgar como esclavo del trabajo y animal de carga) –y cómo, por otro
lado, «malo», «infeliz» …[38]
Explica Francisco
Rodríguez Adrados en su libro La
democracia ateniense[39],
que Píndaro y Teognis refieren a la creación de la aristocracia griega. La
aristocracia griega establece la moral agonal donde prevalecen las cualidades
competitivas. Éstas se traducen en lo siguiente: 1) La excelencia: el mejor en
la guerra, se premia la buena fama, las cualidades se heredan; 2) La virtud
pertenece a los nobles: fuerza, belleza, éxito, capacidad guerrera, poder
económico, mando político y religioso; 3) La sabiduría: acertar en una justa
elección; 4) En su comportamiento hay una coherencia entre la acción y el
pensamiento; 5) Son exclusivistas, tienen un estilo de vida propio: banquetes,
lujo en el vestir, refinamiento, educación propia; 6) Practican la censura
social hacia el exterior: Hermoso-feo, respeto-reverencia; 7) Autoafirmación
del individuo, respeto al vínculo que lo une con los dioses; 8) Solo la
aristocracia posee la cualidad del espíritu que consiste en la sophrosyne, esto es, la medida,
moderación, templanza; y la arete
(virtud), es decir, éxito exterior, la sabiduría de la medida, saber llevar los
reveses de la fortuna, se ocupan de las acciones políticas y tienen el
conocimiento ético. El pueblo bajo por oposición es feo, malo, vulgar, débil.
Lo anterior es
así, hasta que Hesíodo revierte esta valoración de la moral creando el concepto
de justicia para defender al débil contra el fuerte y mostrar que los nobles
son los feos, vulgares, malos. Los nobles son corruptos, injustos, provocan las
guerras por sus intereses particulares. Las cualidades que se asignan a sí
mismos no le son ínsitas a su naturaleza. La bandera de Hesíodo para defender
al pueblo es mostrar que se requiere una norma general que haga posible la
convivencia dentro de la polis. La
justicia es un principio general que garantiza la igualdad y con esto se busca
una mejora de las condiciones de vida del pueblo con vistas al beneficio de
toda la polis. Valga aclarar que la
propuesta de Hesíodo refiere a la moral del hombre que mediante el trabajo
puede forjar su vida y no a la concepción de la moral del esclavo que es el
tema de Nietzsche[40].
Lo que me interesa destacar es que también esta situación se puede interpretar
como una forma de transvaloración.
La
rebelión de los esclavos desvaloriza
y valoriza los valores morales. De los valores nobles que derivan de una fuerza
activa que se afirma a sí misma como buena, bella, feliz, poderosa, bien
nacida, activa: “…El que dice: «Soy bueno» no espera ser llamado bueno. Se
llama así, se nombra y se denomina así, en la misma medida en que actúa, afirma
y goza. Bueno califica la actividad, la afirmación, el goce que se experimenta
en su ejercicio: una cierta cualidad del alma […] El que actúa y afirma es al
mismo tiempo el que es […] no interviene ninguna comparación. Que otros sean
malos en la medida que no afirmen, no actúen, no gocen, es solo una
consecuencia secundaria, una conclusión negativa…”[41], se
pasa a la moral del resentimiento: “…como si los valores no tuvieran por
sentido, y precisamente por valor, servir de refugio y de manifestación a todo
lo que es bajo, vil, esclavo…”[42].
El evangelio viviente del amor y la redención del género humano creó la
moral del resentimiento: “…Tener
resentimiento, no tenerlo: no existe mayor diferencia, más allá de la
psicología, más allá de la historia, más allá de la metafísica. Es la verdadera
diferencia o la tipología trascendental –la diferencia genealógica y
jerárquica”[43].
La moral del esclavo que constituye al rebaño no es una rebelión. Lo bajo,
plebeyo, vulgar no se afirma a sí mismo; por el contrario, responde a una
fuerza reactiva estimulada por el odio, menosprecio, venganza hacia los
poderosos. En efecto, el resentimiento:
…designa
un tipo en el que las fuerzas reactivas prevalecen sobre la fuerzas activas. Y
solo pueden prevalecer de una manera: dejando de ser activadas. Sobre todo no
debemos definir el resentimiento por la fuerza de una reacción. Si queremos
saber qué es el hombre del resentimiento no tenemos que olvidar este principio:
no reactiva. Y la palabra resentimiento da una indicación rigurosa: la reacción
deja de ser activada para convertirse en algo sentido. Las fuerzas reactivas
prevalecen sobre las fuerzas activas porque se escapan a su acción…[44]
Ha
triunfado la moral del esclavo, se impone y toma el lugar de los nobles[45].
El cristianismo constituye la moral del resentimiento. La moral cristiana
adormece al pueblo con la pasividad al inocularles en su interioridad que el
obrar bien y la felicidad consiste en la quietud, la paz, la obediencia, en
callar, transitar los caminos tortuosos que le corresponden, dejarse oprimir,
disminuirse, rebajarse y humillarse[46].
El valor malvado es el que surge en el pueblo producto del resentimiento para
calificar a los nobles.
Para Heidegger:
Ante la expresión
«transvaloración de los valores» tendemos a pensar que, en lugar de los valores
que ha habido hasta el momento, se ponen otros diferentes. Pero
«transvaloración» significa para Nietzsche que «el lugar» mismo de los valores
anteriores desaparece, y no sólo que éstos caducan. Ello implica: el modo y la
dirección de la posición de valores, así como la determinación de la esencia de
los valores, se transforma. La transvaloración piensa por vez primera el ser
como valor. Con ella, la metafísica comienza a ser pensamiento de los valores.
Forma parte de esta transformación el hecho de que no sólo los valores que
había hasta el momento caen presa de una desvalorización sino que, sobre todo,
se erradica la necesidad de valores del tipo que había y en el
lugar que ocupaban hasta el momento, o sea en lo suprasensible…[47]
La moral del resentimiento erradicó
los valores de la arete. Ahora, la
moral del resentimiento tiene que ser objeto de desvalorización; en su lugar,
colocar una nueva posición de valores: La voluntad de poder, la afirmación de
la vida. La filosofía crítica, un nuevo pensamiento sobre la valoración de los
valores. La transformación que va de la desvalorización de los valores
aceptados como válidos a la valorización de otros valores. Para Heidegger,
Nietzsche se ocupa de estudiar la fundación del principio de una nueva posición
de valores. Lo que hace Nietzshe es metafísica: “…la transvaloración de todos
los valores, en cuanto fundación del principio de una nueva posición de valores,
es en sí metafísica…”[48].
Explica Nietzsche
que la moral establecida contrapone malo y malvado a lo bueno como si se
tratasen del mismo significado. Malo y malvado son términos diferentes y la
oposición de lo bueno respecto a cada palabra también es distinta. Lo malo
tiene su origen en la nobleza. El poderoso considera que lo que le es opuesto
es malo: “Bueno designa en primer lugar al señor. Malo significa la
consecuencia y designa al esclavo. Malo es negativo, pasivo e infeliz…”[49].
En cambio, desde la perspectiva del resentimiento, lo que le es contrario es
malvado. Este calificativo es un rebote, una reacción, un sentimiento de
venganza y odio hacia su adversario: “…El hombre del resentimiento tiene
necesidad de conseguir un no-yo, después de oponerse a este no-yo, para
afirmarse finalmente como él. Extraño silogismo el del esclavo: necesita dos
negaciones para conseguir una apariencia de afirmación…”[50].
Tal valoración depende del punto de vista, de la perspectiva de quienes estén
detrás de esta: “El bien y el mal no son lo bueno y lo malo, sino al contrario,
el cambio, la alteración, la inversión de su determinación”[51].
La cuestión es,
según el filólogo alemán, que se ha impuesto la moral del rebaño, esto es, los instintos de reacción y resentimiento. Estos
son los auténticos instrumentos de la
cultura. La moral del rebaño produce al hombre domesticado, dominado,
humillado, empequeñecido. Esta es la manera de ser de lo que se llama hombre
civilizado: “…el que ya nada tengamos que temer en el hombre; el que el gusano
«hombre» ocupe el primer plano y pulule en él; el que el «hombre manso», el
incurablemente mediocre y desagradable haya aprendido a sentirse a sí mismo
como la meta y la cumbre, como el sentido de la historia, como «hombre
superior»…”[52].
El cristianismo se
encargó de volver a los hombres débiles, mansos, pasivos, tranquilos,
indiferentes. Trastocaron su capacidad de ser activos, fuertes, vigorosos,
poderosos, victoriosos, arriesgados, enérgicos, atrevidos. Se impuso la
mediocridad, lo bajo, lo vulgar como lo mejor. Y afirma Nietzsche: “…al perder
el miedo al hombre hemos perdido también el amor a él, el respeto a él, la
esperanza en él, más aún, la voluntad de él. Actualmente la visión del hombre
cansa -¿qué es hoy el nihilismo si no es eso?
[...] Estamos cansados de el hombre…”[53].
Sobre el nihilismo explica Heidegger que: “…es ese proceso histórico por el que
el dominio de lo «suprasensible» caduca y se vuelve nulo, con lo que el ente
mismo pierde su valor y su sentido […] El nihilismo es […] ese acaecimiento que
dura desde hace tiempo en el que la verdad sobre el ente en su totalidad se
transforma esencialmente y se encamina hacia un final determinado por ella”.[54]
El Dios cristiano ha muerto, el dominio de la religión, la moral del mundo suprasensible
ha terminado. Estamos cansados de la moral del resentimiento.
Se
ha establecido que el hacer deriva del sujeto, es decir, se asume al sujeto
como una sustancia que fundamenta el hacer. Esta apreciación la discute
Nietzsche al afirmar que concebir una esencia de la que deriva el hacer es una
postulación ficticia. El hacer es todo:
“…no hay ningún «ser» detrás del hacer, del actuar, del devenir…”[55].
El sujeto y su acción constituyen una unidad indisoluble e indiferenciada en el
hacer. Pero al imponerse tal creencia como una verdad, esto es, que hay una
sustancia que determina el actuar, entonces se presenta al fuerte con sed de
triunfo, de resistencia, de querer dominar[56],
rasgos que lo valoran, por la moral del rebaño, como un individuo malvado; y al
débil se le estima como carente de tal fortaleza. Entonces
…Cuando
los oprimidos, los pisoteados, los violentados se dice, movidos por la
vengativa astucia propia de la impotencia: «¡Seamos distintos de los malvados,
es decir, seamos buenos! Y bueno es todo el que no violenta, el que no ofende a
nadie, el que no ataca, el que no salda cuentas, el que remite la venganza a
Dios, el cual se mantiene en lo oculto igual que nosotros, y evita todo lo
malvado, y exige poco de la vida, lo mismo que nosotros los pacientes, los
humildes, los justos» -esto, escuchado con frialdad y sin ninguna prevención
[…] significa en realidad […] lo siguiente: «Nosotros los débiles somos desde
luego débiles; conviene que no hagamos nada para lo cual no somos bastante
fuertes…[57]
El
cristianismo muestra como una verdad universal que la debilidad, obediencia,
humildad, bajar la cabeza, callar, ser pasivos, dejar la acción en manos de
Dios, aceptar como un dogma que se debe permitir la opresión, creer que la
libertad se encuentra en esta domesticación y ser así es un mérito, vive en el
resentimiento en el que fue socializado[58].
Hay dos valores contrapuestos: “…«bueno y malo», «bueno y malvado»…”[59].
Estos dos valores han sostenido un conflicto en el tiempo y hasta ahora
prevalece el usufructo de la moral del resentimiento que equivale a la
imposición del instinto del rebaño,
la fuerza reactiva, la voluntad negativa.
Ahora los valores
superiores considerados como buenos son la debilidad, pasividad, cobardía, el
silencio, la obediencia, la humildad, dejar la solución de los conflictos en
manos de Dios, entre otros; y lo contrario, como la fuerza, la templanza, la
valentía, el arrojo, el desafío es lo malvado. En otras palabras, la fortaleza
de alma que exige el cristianismo se concentra en acrecentar la debilidad y
mantener vivo el sentimiento de venganza. Los débiles se aferran al mundo
suprasensible, rechazan la vida real, constantemente niegan la afirmación.
Finalmente, para
Nietzsche la cuestión es la siguiente:
…El
bien de los más y el bien de los menos son puntos de vista contrapuestos del
valor; considerar ya en sí que el primero tiene una valor más elevado es algo
que nosotros vamos a dejar a la ingenuidad de los biólogos ingleses […] Todas
las ciencias tienen que preparar ahora el terreno para la tarea futura del
filósofo; entendida esta tarea en el sentido de que el filósofo tiene que
solucionar el problema del valor, tiene que determinar la jerarquía de los
valores[60]
El
filósofo le corresponde denunciar la falsa moral que reina. Tiene que mostrar
que la mayoría obedece a la moral del resentimiento y es necesario descolocarla
de su posición. Se requiere una nueva forma de pensar, de sentir, otro estilo
de existir. La voluntad de poder como afirmación de la vida es el origen de la creación
de un mundo que conciba la existencia como una estética. De esta forma la
“…transmutación de los valores o transvaloración significa la afirmación en
lugar de la negación, y aún más, la
negación transformada en poder de afirmación…”[61].
[1] Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Madrid,
Alianza Editorial, Primera edición, 1997, p. 21.
[2] “La época que denominamos moderna, y en cuyo acabamiento
comienza a entrar ahora la historia occidental, está determinada por el hecho
de que el hombre se vuelve medida y centro del ente. El hombre es lo que
subyace a todo ente, es decir, en la modernidad, a toda objetivación y
representabilidad, es el subiectum. Por mucha que sea la fuerza con la
que Nietzsche se dirija repetidamente contra Descartes, cuya filosofía
es la fundación de la metafísica moderna, sólo se dirige contra él porque aún
no había puesto al hombre de manera completa y suficientemente decidida
como subiectum. La representación del subiectum como ego, como
yo, o sea la interpretación «egoísta» del subiectum, no es para
Nietzsche aún suficientemente subjetivista”. Heidegger, Martin. Nietzsche.
Barcelona, Ediciones Destino, Segundo Tomo, 2000, pp.56 y 57.
[3]“…Sócrates es el primer genio de
la decadencia: opone la idea a la vida, juzga la idea por la vida, presenta la
vida como si debiera ser juzgada, justificada, redimida por la idea. Lo que nos
pide, es llegar a sentir que la vida, aplastada bajo el peso de lo negativo, es
indigna de ser deseada por sí misma, experimentada en sí misma: Sócrates es el
«hombre teórico», el único verdadero contrario del hombre trágico”. Deleuze,
Gilles. Nietzsche y la filosofía.
Barcelona, Anagrama, Segunda edición, 1986, p. 24.
[4] Esta aclaratoria me la hizo el
Prof. Dr. Erik Del Bufalo (Comunicación personal 25-04-2018).
[5]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p.
55.
[6] Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
22.
[7] Esta aclaratoria me la hizo el
Prof. Dr. Erik Del Bufalo (Comunicación personal 02-05-2018)
[8]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
23.
[9]Ibid., p. 24.
[10]Idem
[11] “La lucha […]
es el medio por el que los débiles prevalecen sobre los fuertes, porque son
más…” Deleuze, Gilles. Nietzsche y la
filosofía…, op cit., p. 117.
[12]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
26.
[13] “Valor es lo que vale; sólo lo que vale es un valor. Pero ¿qué
significa «valer»? Vale aquello que desempeña un papel normativo. Se plantea
entonces la pregunta: ¿Un valor vale porque es normativo, o sólo puede dar la
norma porque vale? Si es esto último, preguntamos nuevamente: ¿qué quiere
decir: el valor vale? ¿Vale algo porque es un valor o es un valor porque vale?
¿Qué es el valor mismo, el hecho de que valga? El «valer» no es una nada sino
el modo en el que el valor, el valor en cuanto valor, «es». Valer es un
modo del ser. Sólo hay valor en un ser-valor. La pregunta por el valor y
por su esencia se funda en la pregunta por el ser. Los «valores» sólo son accesibles
y aptos para dar una norma allí donde se estima algo así como un valor,
cuando se prefiere o se pospone una cosa a otra. Un estimar y valorar de este
tipo sólo se da allí donde respecto de un comportarse hay algo que
«importa». Sólo allí se da aquello a lo que todo comportarse siempre vuelve a
ir, en primer y último término. Estimar algo, es decir considerarlo valioso,
significa al mismo tiempo: dirigirse a, rigiéndose por ello. Este
dirigirse «a» ha adoptado ya una «meta». Por eso la esencia del valor está en
una conexión interna con la esencia de la meta. Rozamos nuevamente la
insidiosa pregunta: ¿es algo una meta porque es un valor o se convierte algo en
valor sólo en la medida en que se lo ha puesto como meta? Quizás esta
disyuntiva no sea más que la forma que adquiere una pregunta aún insuficiente,
una pregunta que no alcanza aún lo digno de ser cuestionado.
Las mismas reflexiones surgen a propósito de la relación
entre valor y fundamento. Si el valor es aquello que siempre importa en todo,
se muestra entonces al mismo tiempo como aquello en lo que se
funda todo lo que tiene su importancia en él y tiene allí su
permanencia y su existencia consistente. Se plantean aquí las mismas preguntas:
¿Se convierte algo en fundamento porque vale como valor, o adquiere la validez
de un valor porque es un fundamento? Quizás fracase también aquí la disyuntiva,
porque las delimitaciones de la esencia del «valor» y del «fundamento» no
pueden efectuarse en el mismo plano. Cualquiera que sea el modo en el que se
solucionen estas cuestiones, se delinea por lo menos en sus contornos una
conexión interna entre valor, meta y fundamento”. Heidegger, Martin. Nietzsche…, op cit., p. 46.
[14]Nietzsche,
Friedrich. La genealogía de la moral…,
ob cit., p. 28. “Nietzsche presenta la finalidad de su filosofía: liberar el
pensamiento del nihilismo y de sus formas. Y esto implica un nuevo modo de
pensar, una conmoción del principio del que depende el pensamiento, una
reincoporación del propio principio genealógico, una «transmutación»…” Deleuze,
Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op
cit., p. 54.
[15]Ibid., p. 106.
[16]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
26.
[17]Idem
[18]Ibid., pp. 28 y 29.
[19] Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p.
7.
[20] Ibid.,
p. 8.
[21] Ibid.,
p. 9.
[22] Idem
[23] Idem
[24] David
Hume, Adam Smith, Herbert Spencer, Stuart Mill, entre otros.
[25]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
37.
[26] Esta aclaratoria me la hixo el
Prof. Dr. Erik Del Bufalo (Comunicación personal 09-05-2018)
[27]Heidegger, Martin. Nietzsche…,op
cit., p. 38.
[28]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
37.
[29] Primero está el poder y luego
lo bueno. Lo que se llama bueno es un valor que implica supremacía sobre otro.
La supremacía es anterior al contenido de la moral. Esta aclaratoria me la hizo el Prof. Dr. Erik
Del Bufalo (Comunicación personal 09-05-2018).
[30]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p.
8.
[31] “la esencia de los valores tiene su fundamento en «formas de
dominio». Los valores están esencialmentes referidos al «dominio». Dominio es
el estar-en-poder del poder. Los valores están referidos a la voluntad de
poder, son dependientes de ella en cuanto auténtica esencia del poder. Lo no
verdadero e insostenible de los valores supremos válidos hasta el momento no
radica en ellos mismos, en su contenido, en que se busque un sentido, se ponga
una unidad y se fije una verdad. Lo no verdadero lo ve Nietzsche en que esos
valores sean trasladados a un ámbito que «es en sí», dentro del cual y a partir
del cual habrían de valer en sí mismos y de modo incondicionado; mientras que,
por el contrario, tienen su origen y su ámbito de validez sólo en una
determinada especie de la voluntad de poder”. Heidegger, Martin. Nietzsche…, op cit., pp. 77 y 78
[32]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
38.
[33]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 16.
[34]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
40.
[35]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p. 80.
[36]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op
cit., pp., 43 y 44.
[37]Ibid., p. 46.
[38]Ibid., p. 51.
[39] Rodríguez A., Francisco. La democracia ateniense. Madrid, Alianza
Editorial, S.A., 1975, pp. 29-96.
[40] Esta aclaratoria me la hizo el
Prof. Dr. David De Los Reyes (Comunicación personal 27-06-2018)
[41]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit, pp.
169 y 170.
[42]Ibid., p. 81.
[43]Ibid., p. 54.
[44] Ibid., p. 158.“…el
resentimiento es una reacción que simultáneamente se convierte en sensible y
deja de ser activada. Fórmula que define la enfermedad en general…” Ibid., p.
161.
[45] “…si el resentimiento ha podido
imponerse en el mundo ha sido haciendo triunfar el beneficio, haciendo del
provecho no sólo un deseo y un pensamiento, sino también un sistema económico,
social, teológico, un sistema completo, un mecanismo divino […] Es en este sentido que los esclavos tienen una
moral, y que esta moral es la de la utilidad…” Ibid., p. 167.
[46] “…Los «bien
nacidos» se sentían a sí mismos cabalmente como los
«felices» […]
por ser hombres íntegros, repletos de fuerza y, en consecuencia, necesariamente
activos, no sabían separar la actividad de la felicidad, -en ellos aquélla
formaba parte, por necesidad, de ésta […] [obrar bien, ser feliz] –todo esto
muy en contraposición con la felicidad al nivel de los impotentes, de los
oprimidos, de los llagados por sentimientos venenosos y hostiles, en los cuales
la felicidad aparece esencialmente como narcosis, aturdimiento, quietud, paz, «sábado», distensión del ánimo y
relajamiento de los miembros, esto es, dicho en una palabra, como algo pasivo.
Mientras que el hombre noble vive con confianza y franqueza frente a sí mismo
[…] el hombre del resentimiento no es ni franco, ni ingenuo, ni honesto y
derecho consigo mismo. Su alma mira de reojo, su espíritu ama los escondrijos,
los caminos tortuosos y las puertas falsas, todo lo encubierto lo atrae como su
mundo, su seguridad, su alivio; entiende de callar, de no olvidar, de aguardar,
de empequeñecerse y humillarse transitoriamente…” Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., pp.
51 y 52.
[47]Heidegger, Martin. Nietzsche… op cit., p. 36.
[48]Ibid., p. 37.
[49]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p.
170.
[50]Ibid., p. 171.
[51]Ibid., pp. 171 y 172.
[52]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
57.
[53] Ibid.,
p. 58.
[54]Heidegger, Martin. Nietzsche…, op cit., pp, 34 y 35.
[55]Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral…, op cit., p.
59.
[56] “…esa creencia […] que el
fuerte es libre de ser débil…” Ibid., p. 60.
[57]Idem
[58] “…«y la
importancia, que no toma desquite, en bondad; la temerosa bajeza, en humildad;
la sumisión a quienes se odia, en obediencia (a saber, obediencia a alguien de
quien dice se ordena esa sumisión, -Dios le llaman). Lo inofensivo del débil,
la cobardía misma, de la que tiene mucha, su estar –aguardando-a-la-puerta, su
inevitable-tener-que-aguardar, recibe aquí un buen nombre, el de paciencia, y
se llama también la virtud; el no-poder-vengarse se llama no querer-vengarse, y
tal vez incluso perdón (pues ellos no saben lo que hacen –¡únicamente nosotros
sabemos lo que ellos hacen)…” Ibid., pp. 61 y 62.
[59]Ibid., p. 67.
[60]Ibid., p. 71.
[61]Deleuze, Gilles. Nietzsche y la filosofía…, op cit., p.
103.
No hay comentarios:
Publicar un comentario