¡Escribe, que algo queda!
David De los Reyes
¿Cómo enfrentar
la acción de escribir? Es la pregunta que nos hacemos muchos cuando hemos
sentido el deseo o la necesidad de realizarla. En mi caso, escribo por placer,
un gusto que surge en mí cuando tengo un tema que me apasiona comprender,
conocer y habitar. Sí, habitar, pues podemos habitar en temas durante mucho
tiempo en la vida. Más que habitar en la estéril casa del ser heideggeriano,
por ejemplo, celebramos en habitar en la casa espiritual de la filosofía, de la
literatura, del arte, de la música, como también en otras más prosaicas, pero
no menos acuciosas: como es el habitar en el campo de las matemáticas o de la
física, de la ingeniería o de la química, por decir algunas las edificaciones
de lo que hemos llamado por conocimiento científico.
Es de este modo
que, cuando escribo, me comporto de forma parecida a lo que recomienda el viejo
Jorge Luis Borges respecto de los libros y su lectura, si no te gusta uno,
déjalo y pasa a otro. Al igual que la lectura, la escritura, también debe estar
teñida y ceñida por un acto de placer y no de obligación. No puede estar
obscurecida de aburrimiento o desinterés. Aunque bien sabemos, -por experiencia
propia y por la ajena-, que la actividad literaria puede ser un ancho valle de
lágrimas y frustraciones.
Esta última
experiencia se puede vivir, entre otras, cuando nos iniciamos en la trama del
escribir. Y surge el terror ante la página en blanco. Hoy se pudiera traducir por el freno y
¡distracción! ante la pantalla en blanco. Y es que la escritura no es un
ejercicio fácil, que se nos da así no más, urbi et orbi, a
tutirimundachi, como diríamos en jerigonza criolla. Se requiere cierto cuido y
preparación, en fin, aprendizaje y paciencia.
¡Y, como todo lo que se aprecia, requiere de cierto esfuerzo individual!
Con la escritura
se debe comenzar por conocer las señales por las que queremos o debemos
lanzarnos al agua de la escritura, luego de poseer sus mecanismos gramaticales.
No es fácil dar el primer salto. Y junto con la señal viene el anhelar o desear
transcribir lo que hemos imaginado, pensado, o vivido previamente. Pero, sobre
todo, lo importante es el paso del salto más que en cómo caíste (escribiste) al
mar de las palabras: después verás cómo
te calmas el escozor de la piel por la caída en la superficie acuosa de la
escritura. Revisas los daños (los errores posibles, las frases confusas o
estériles, reiteraciones y absurdos transcritos), y sigues para el próximo salto
creativo.
Con el tiempo,
luego de experimentar varios derroteros del escribir, considero que lo
primordial es que si vas a hacerlo lo hagas siempre por lo referido arriba, es
decir, en función del placer personal de esclarecer y disfrutar de tus ideas,
de tus imágenes al tratar un determinado tema u obsesión. A la postre,
gracias por las ocurrencias y relaciones que van surgiendo cuando le das alguna
dirección a la loca de la casa, -es decir, a la imaginación abordada por
la fantasía-, te adentraras por mundos inexistentes, pero presentes entre los
rieles de tu mente. Y siempre tener a
tono el principio borgiano, escribe por placer y no por el inmediato beneficio
mercantil (¡eso puede o no llegar!). Placer de explorar un territorio por las
palabras, topo-grafiarlo. No sabes muy bien por donde caminaras, pues no
tienes una orientación definitiva al partir hacia esa aventura escritural. Pero
la simple exploración hacia el misterio de la creación escrita te lleva a
profundizar el gusto de conocer mundos interiores personales. Territorios de la
palabra por la que nunca hubieras podido saber de su existencia sin llevarlos a
la hoja en blanco del papel, perdón…, de la lisa pantalla de tu ¿laptop,
tableta, o smartphone?
Al responder la
pregunta de cómo enfrentar la escritura, puedo referir aquella frase de nuestro
apreciado y mejor cronista Kotepa Delgado: ¡Escribe que algo queda!
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