viernes, 9 de enero de 2009


Sobre estética chavista
David De los Reyes


Yo permanecía escéptico ante esos embarazosos intranquilizadores incidentes enlos que un individuo se enajena de sí mismo. ¿Frente a qué? Poco después se evidencio que aquellos sólo se habían liberado de la gramática y no del capitalismo
Bertolt Brech 






De estética política y la política de la estética

Para hablar de una estética chavista tenemos que plantear qué queremos decir con el concepto de estética en este contexto. El término de estética política lo plantearemos en tanto percepción de formas y emociones sociales que suscitan determinadas reacciones emocionales y actitudes identitarias. Bien sea por que los individuos se identifican con un grupo humano a través de símbolos, praxis políticas y sensibilidades tribales, o bien sea por la emoción subjetiva que parte de la existencia de ciertas formas objetivas que pretenden dar un significado teleológico a la sensibilidad y a la conciencia dentro de un contexto político e histórico.

Como podemos notar, no se trata de la búsqueda de lo sublime y lo bello o lo feo, de la contemplación placentera y de la libertad, o creación del gusto subjetivo respecto a la apreciación kantiana del arte. Se trata de comprender lo estético como una estrategia del poder político y doctrinario en la sensibilidad de los cuerpos, de los usos de formas sensibles que, en conjunto, dan apoyo a un régimen y se convierten en el hecho político de una sensibilidad universal degradada sin parangón.

Formas estéticas en tanto lenguaje simbólico que proporciona ciertas respuestas emocionales e intelectuales, por un lado, y políticas, por otro, como una acción que parte de un condicionamiento estético para construir una percepción de emocionalidad común. La estética y sus usos políticos es una práctica que comienza con la modernidad en el uso masivo de los medios de comunicación, multiplicándose exponencialmente hasta hoy en cualquier soporte público comunicacional.

Toda estética pide al diseñador y al creador de un lenguaje para su construcción; este lenguaje puede comprenderse en simbólico y en emocional. Lo simbólico y la emocionalidad están presentes en estas reflexiones que pretenden intuir una comprensión del sometimiento de la atención, afectividad y efectividad simbólica dentro del círculo social de la expresión estética del régimen cuasi-totalitario chavista a lo largo de una década.

Lo simbólico porque suscita ideas e informaciones instrumentalizadas y de desviación concretas, cercenando acceso y posibilidades financieras y expresivas a la contraparte, a la disidencia o críticos del gobierno. Lo emocional por suscitar sentimientos y actitudes de entrega ciega y reconocimiento al ejercicio del poder del régimen y la dirección única del líder militar. Ambas condicionan un espacio amplio de la formación, educación, información, comunicación, opinión, relación, reconciliación, convivencia y solidaridad de nuestra población.

Se nos impone una nueva supuesta tradición popular con tintes revolucionarios surgida de otra lectura de la misma tradición ahora redirigida a los fines e intereses del régimen; una moda y limitación ideológica en los usos del lenguaje, en los manejos de la gestualidad y en la moralidad del vestido traducido en uniforme que encontramos presentes en la expresión exterior de esta simbología chavista y de la uniformidad de los criterios y pensamientos políticos en un colectivo en su ámbito interno iconográfico y acústico, sea fílmico, televisivo, radial, publicista o fotográfico.

Todo establece la búsqueda de técnicas de persuasión para estimular emociones que susciten pasiones de unidad, perdida de identidad individual, auto limitación, negación del pensamiento disidente, integración a la masa, olvido de la conciencia particular, emociones de fuerza, violencia y agresión contra aquellos que no presentan la misma identificación simbólica, gestual y discursiva.

Los sentimientos de solidaridad emergen sólo para aquellos que cumplen con esta subjetividad emocional rayada y la integración absoluta al colectivo de marras. Ello no puede comprenderse sin ubicarlo en un tiempo, lugar y acción. Construyendo una mística religiosa fundamentalista secular de la acción política; entrega y adoración absoluta al líder, supresión de todo rasgo personal sobrepuesto al dictamen político; mística en una unidad espiritual colectiva, ceguera al resto de la realidad presente más allá de estos linderos del mensaje simbólico y sus metáforas de la reiteración revolucionaria. Lo cual no se conforma con proporcionar formas estéticas (o antiestéticas pudiéramos decir) esteriotipadas impersonales sino en una exaltación de la correcta moral y ética revolucionaria propuesta por los dictámenes del ejercicio del poder omnímodo.

Los mensajes y objetos del chavismo no parten de un presupuesto desinteresado sino de la constitución de un deseo de posesión, dominio, entrega, ejercicio del poder cuasi-absoluto y radicalización a la imagen del líder. Esto presente en la figura presidencial o en las distintas escalas de los líderes menores, desde ministros, gobernadores, alcaldes, dirigentes, etc., labrando una presencia de una estética políticamente correcta.

Hay, en toda esta esfera de la plasticidad emblemática, una universalidad sucinta que pretende englobar la realidad social dentro de un único discurso y sentido humano de la acción política. La estética chavista busca en sus formas y sentidos erradicar cualquier otro discurso surgido dentro del entorno de la realidad nacional que intente mostrar una diferencia y perspectiva a la condición socialista que se prefigura en todo momento por medio de las formas y los mensajes propuestos.

Es una universalidad estética social unilateral y permanente, que busca estructurar una sensibilidad dirigida a captar la atención exterior del individuo resentido, intentado ocultar la nefasta realidad de su calidad de vida tergiversada por la apropiación mediática de los significados y la conciencia de los ciudadanos. Las interpretaciones están reducidas a la realidad del mensaje oficialista, evitando puntos de comparación, intentando evitar sensibilidades y emociones alternas. No hay satisfacción desinteresada; no hay diversidad permitida. Todo mensaje tiene una estrategia y una finalidad particular del poder, la cual deriva a erradicar y anular la individualidad.

Este condicionante estético no tiene, por sus fines, el desarrollo de una elevada espiritualidad y sensibilidad; bien se sabe. Busca lo bajo, lo mediocre, lo escatológico, lo cuartelario, la exaltación de la fuerza, los antivalores, la expansión del resentimiento, el alarde destructivo de lo militar, el revanchismo y el hacer las cosas mal. Es una emocionalidad de tránsito y charreteras, que dirige su mirada a un horizonte que se yergue desde el presente a un futuro no delineado en concreto, sino suscitado por la repetición continua de conceptos que están desprovistos de todo contenido real, y activados, sobretodo, por su constante presencia virtual en los mensajes mediáticos (televisión, cine, radio, vallas, anuncios oficiales) y su carga simbólica (referencias a citas de héroes o a símbolos de la patria: bandera, escudo, himno, canciones y poemas de corte populares, citas de Bolívar, etc.).

El socialismo queda en otra parte (el mar de la felicidad nunca alcanzado), más no entre la realidad del país (la pobreza y el destrozo siempre presente); discurso de sometimiento, emocionalidad de claudicación, pasaje al aceptar las voces oficiales por el chantaje estético y dadivesco presente en las distinciones que arrojan las llamadas misiones diseñadas por el gobierno.

Schopenhauer proponía que la estética debía plantearse la opción de la satisfacción estética para huir, gracias a la contemplación del propio interés, del angustioso mundo cotidiano a que el individuo estaba expuesto; y así poder intentar reconciliarse una vez más con él y alcanzar la humanidad dentro (no fuera) del sí en el individuo. La intencionalidad de la omnipresencia de los modos chavistas de existir pretende todo lo contrario. Es la seducción del desvío de los valores y la regresión a la fuerza absurda y banal: exaltación de la muerte, del terrorismo (FARC y ELN), de los abusos de poder (expulsión de trabajadores fuera de sus puestos de trabajo, caso PDVSA; entre otras).

La seducción por las conductas tribales está implícita en este adoctrinamiento de la sensibilidad unilateral. La angustia se forja en función de la visión momentánea de su líder, perfilando una entrega absoluta y mimetizándose como prolongación de ese mensaje en la piel de cada uno de los seguidores tribales tanto en el habla, en las vestimentas, en la gestualidad impersonal y credo revolucionario.

Sin embargo, a tal asfixia emocional política, cohabita un mayoritario conjunto de la población, opuesta por distintos intereses a esa condición estética de la mordaza, mordaza que cierra canales mediáticos de expresión ciudadana y se envuelven dentro de la otra máscara, en una vivencia dentro de la tradición nacional pero quedando afectada por la negación de la sensibilidad presentada por esa casi total omnipresencia del discurso y las formas construidas por la política del régimen militarista chavista.

La revolución chavista (sic), tiene olor a pólvora, color de sangre, sabor a hambre, mirada de odio, sensibilidad de miedo, voluntad sometida, tactilidad de cuerpos reprimidos o suprimidos, en definitiva, como todo totalitarismo, se centra en la discriminación planificada (lista de Tascón, por ej.) para el sometimiento. La condición trágica y ciega de esta propuesta política de sensibilidad colectiva viene a arrojar una vivencialidad cuartelaria sin realce. Es una caída en la banalidad del transitar temporal sin llegar a provocar un despertar ni en los poderes creadores del individuo ni del pueblo (Nazoa), ni la libertad individual frente al destino (Simón Rodríguez), donde la vida no tiene otro sentido que seguir las delirantes propuestas abstractas virtuales y mediáticas del único y su programa de ingobernabilidad impuesto.

No hay posibilidad de cambiar los terrores establecidos por las vías democráticas pues parecieran estar conculcada toda ventana legítima, es una estética que pretende anclar al poder evitando toda alternabilidad democrática ética y estética. La angustia asumida por el colectivo nacional del mundo chavista conforma una patología de la mortificación psicológica permanente, lo cual implica dominio del otro sin llegar a su liberación. Este es su fin y casi lo logra...

Los relatos mediáticos de la vida del sentir chavista de clase no ofrecen otra alternativa que el uniforme y la marginalidad como formas y conciencia de vida para las mayorías. Parten del discurso de la pobreza para ampliar más el horizonte de la pobreza; más que una realidad social, sus orígenes están en los elementos de la inteligencia social que se ha anclado en torno al régimen.

La moral revolucionaria, que es cuartelaria y no civil, ni ha mejorado la vida, ni ha reducido la sed de consumismo capitalista, ni los lujos dentro de su misma dirigencia, (desde un avión de 80 millones de dólares para las vacaciones revolucionarias de representación política alrededor del mundo como hasta en las corbatas de marca usadas por los personeros oficialistas; el gusto por un nuevo riquizmo revolucionario se hace más presente, latente y menos oculto; se consigue caviar pero no azúcar, etc.).

Esta estética chavista es un construccto emocional que persigue una utilidad partidista mas no un conocimiento de las acciones encaminadas por el gobierno en su ejercicio del poder para el bien colectivo. Las vallas y videos surcan entre un realismo ramplón y toques de añejas imágenes históricas decimonónicas que acompañan a los ¿nuevos? héroes revolucionarios, donde la técnica fotográfica tiene un papel fundamental a emular al retrato burgués, pero ahora con la mensajes doctrinarios y la sonrisa cínica de triunfo revolucionario por aquellos que han obtenido el éxito (momentáneo) de alcanzar los puestos estatales gracias a la argucia y la imposición de la voluntad no popular sino de los intereses de la minoría rectora en el mando y los organismos electorales conculcados.

Transitar por las carreteras del país es observar una inundación de mensajes oficialistas con rancio espíritu revolucionario donde siempre tendrá que aparecer, por sometimiento y apadrinamiento, el locutor de Miraflores junto al personero de la región. El padre dando la bendición al buen hijo de la revolución. Una estética iconográfica de los rostros orondos de flipada revolución que pretende humanizar la abstracción de un cambio que nunca ha de llegar por medio de la abstracción de la imagen multiplicada del realismo socialismo publicitario.

El discurso plástico del régimen lo vemos nutrirse de elementos del saco de lo histórico heroico, de un folclorismo chato revivido, y adornado con los colores y emblemáticas de los símbolos patrios, donde lo militar revolucionario preferiblemente se hace presente por encima de lo civil, recordándonos el eslogan infaltable que ahora Venezuela es de todos. Un fusil, una boina y un uniforme militar es preferible para la revolución a un libro, un pupitre y a un aula, por ejemplo.

El cerco patriótico nos lleva a una esterilidad de propuestas reales sociales e individuales. Erradicación de estéticas de creación artística originales que no converjan en este horizonte de mentalidad básica popular. A la pobreza hay que seguirla con obras que reflejen no a la pobreza de las condiciones de la realidad sino con la pobreza que queda reducida toda obra al expresarse sólo en clave predirigida y a través de la falsa visión de lo concreto histórico, popular y patriótico decimonónico o revolucionario prácticamente inalterable.

Cada realidad tiene un horizonte temporal que tiene que abrirse a las nuevas propuestas de la emocionalidad significativa, gracias a la visión personal del artista que crea dentro de un contexto incitador, suscitador y sugestivo a la creación; aquí eso fracasa y empobrece.

La ortodoxia estética del chavismo limita y censura. Limita el horizonte de creación a un arte de vestigios populares (al considerar que debe erradicarse toda expresión elitista de la creación, la cual es, en su nomenclatura, si no burguesa oligárquica) y censura al reducir presupuestos y espacios para los artistas que no se identifican con el régimen y su hermética emocionalidad militar de las visiones panfletarias surgidas desde palacio y las instituciones sociales postradas. Ello ha dado desarrollo a una estética de la resistencia.

Las propuestas estéticas ofrecen una expresión de una psique de enfrentamiento, negación, exaltación y culto a la personalidad y reducción de toda crítica a la sacrosanta cruz religiosa del dogma chavista. Ello ha conducido a crear un sistema de símbolos estéticos que propone una lectura única de la realidad, de un orden inalterable, de unas creencias a cumplir sin dudarlas, dirigiéndose a mostrar una falsificación de la verdad ciudadana y colectiva. De esta simbología estética oficial emerge una intuición y teatralización que no busca despertar los derechos políticos sino de reagrupar la voluntad ciudadana al callejón estampado del socialismo hegemónico centrado en el culto a la personalidad.

Nunca antes, ni en el mismo régimen fidelista, se había presentado en todas las variantes posibles el rostro único de la revolución. Hay toda una jerarquía en el orden espacial iconográfico que muestra constantemente el orden de mando autoritario del Estado. No hay expresiones del espíritu nacional colectivo sino mandatos absolutistas de cuartel expresados a través de las construcciones objetivas de estambres que anudan una vertizalización militarista de la hegemonía discursiva y única. Esta (anti)-estética tiene como resultados ser instrumento de la falsificación de los logros de un régimen y el propósito concreto de inmovilizar el cambio de las sensibilidades, de los discursos y de las imágenes que suscitan desde el ámbito de otra lectura de la realidad política. Se trata de detener y estatizar la realidad de la dinámica política.

Las desaliñadas producciones estéticas mediáticas del régimen no buscan una reconciliación con la construcción social, que emerge de las voluntades de la población total que integra el país. Su gesta propuesta, que pretende ser heroica y termina siendo cantinflesca por lo irrisorio de las situaciones y el desconocimiento de la interdependencia global actual, propugna un permanente enfrentamiento contra enemigos que son nombrados más no neutralizados en la realidad. Se lucha contra el imperialismo pero se sigue haciendo buenos negocios con toda clase de imperialismos, sea de corte estadounidense o chino, por sólo nombrar algunos.

Esta zozobra incesante es la táctica reiterada de todo régimen totalitario. Un enemigo siempre se tiene entre la mirada y un atentado a futuro. Sea una clase, sea un partido político opositor, sea un país vecino, sea una raza, sea un grupo económico, de empresas o una serie de multinacionales. Golpear la tranquilidad y no alcanzar el sosiego de la vida ciudadana es el elemento continuo de toda revolución; se trata de cambiar la vida libre por un neo-esclavismo rojo contemporáneo. No se gobierna para mejorar al país, para eso ya se tendrá tiempo en los siglos venideros, ahora se tiene que consolidar el poder del líder y de un hegemónico partido difuso que viene a ser extensión de las visiones delirantes de un solo individuo al que ha claudicado parte de las voluntades de la población.

La concepción estética política del régimen chavista ni llega a tocar a las propuestas del marxismo clásico y su engendro de realismo socialista, que busca la implantación de un socialismo de clase. Las expresiones estéticas de ésta concepción ideológica proponen que sus formas expresen las relaciones subyacentes de la realidad, manteniendo una idea progresista en la medida que defiendan esa liberación del hombre nuevo socialista. Fija una condición individual de ser elegido por encima de la soberanía de la voluntad general para el conjunto de la población en general.

Estas expresiones chavistas más que romper tales relaciones aparentemente enajenantes, sólo nos muestran una abstracción del capitalismo convirtiendo en una oscuridad total los manejos y las relaciones económicas del uso del erario del Estado por parte de quienes lo manejan. En el marxismo siempre la economía se piensa como valor de uso pero sin conocer a dónde van dirigidos los usos del valor de cambio por la élite del poder.


El color une sin palabras 

Todos lo hemos vivido y se ha presentado ampliamente en estos casi diez años de preponderancia de un color por encima de los demás. El recurrente color rojo es emblemático y ha sido adoptado por el régimen chavista. Este lo encontramos desde en una cachucha o franela hasta en los autos, autobuses, inmuebles del partido, y edificaciones institucionales. Además de estar presente en las vallas publicitarias, en la propaganda impresa en revistas y diarios nacionales, así como en las comunicaciones electrónicas y mediáticas del oficialismo; es una distinción permanente que quiere evocar la fuerza, la energía y la acción de la revolución en marcha; de esta manera se busca hacer más visible y presente la revolución.

Es el color de la integración revolucionaria de esta izquierda (?) tropical caribeña: un color para ser visto, resaltar y reconocerse, para adherirse y sumar. Son en actos y movimientos de masas o espacios públicos y mediáticos donde se hace más presente sus estandartes, banderas, y atuendos en la vestimenta en torno a los rasgos particulares de cada uno de sus seguidores. El rojo uniformiza, quitando relieve a otro tono cromático que no sea ese. Une a todos los simpatizantes en una nueva identidad cromática nacional. Es signo y símbolo colorido, al menos hasta hace poco, que conduce a un cambio social radical proclamado.


Un color que se ha convertido en fondo, decorado y un contraste visual intenso más que las mismas banderas. Es el color de la nueva complicidad política. Es expresión aglutinante de la nueva búsqueda distintiva que integraba este movimiento conservador al introducir una nueva pero aparente percepción social y pública. Refiere a toda una cultura y mitología estética política que no ha evolucionado a los tiempos desde los inicios de los movimientos comunistas modernos, que fueron quienes primero lo adoptaron.


Esta apuesta cromática política infundió un efecto magnético, subyugante y telegenético para todo espectador; bien sea de inclusión y de rechazo, y no dejando pasar por indiferencia en cualquier persona. Se ama o se odia, por sus implicaciones, al rojo político. Va ha ser un elemento imprescindible de comunicación en la propaganda espectacular y emblemática del régimen.


El efecto del color rojo es bastante conocido dentro de la psicología de los colores. El rojo es sus implicaciones más inmediatas se relacionan con el fuego y con la sangre y ello nos lleva a una connotación de peligro por antonomasia, guerra, energía, fortaleza, determinación, así como pasión, deseo y amor. Y evoca masculinidad.


El color rojo en la antigüedad estuvo relacionado con distinción y lujo. Los romanos lo usaron en los estandartes de sus legionarios. Luego se usó en todas las épocas para engalanar los recintos, pasillos, trajes y carruajes de la corte real y de la aristocracia en general. Para algunos investigadores dejó de tener un persistente uso por parte de la nobleza de sangre al quedar retirada del poder por el ascenso de la clase burguesa y mercantilista a los predios del estado. Sin embargo, aún hoy se sigue utilizando para trazar el paso por los corredores y escaleras de palacios y en ciertos actos y espacios públicos de los representantes reales y gobernantes de muchos países.


Es un color que denota poder, fuerza, diferencia y distinción. Como podemos notar, el rojo siempre estuvo presente en los periodos pre-modernos cerca de las orillas del poder y del estado feudal, pero con un uso más de ambiente, lujo y distinción que tono emblemático de un partido o escudo real. También los verdugos de la corte, al ejecutar la sentencia de muerte del reo, solían vestirse de rojo.


Por otra parte es el color que tiene una evocación a fuerza. Es por lo que en la antigüedad fue usado por los guerreros en sus uniformes pintados de rojo. También podemos observar una preponderancia de ese color en los uniformes históricos militares. Constituyendo un elemento estratégico, pues permitía distinguirse perfectamente de los enemigos, con lo que al usarlo tenía el agregado condicionante de atemorizar a éste: su efecto espacial hace que pareciera aún mayor el número de soldados en el campo de batalla. No con ese sólo significado encontramos que además estaba asociado con el diablo, ese ser luciferino que suscita temor y expresión del mal para la conciencia católica. Igualmente lo observamos en los guardias beefeaters del palacio de Buckingham de Londres y en la guardia suiza del Vaticano.


Otros usos históricos se presentan durante la 1ra Guerra Mundial, al ser utilizado por el piloto emblemático alemán, el Barón Rojo, quien pintó su aeroplano de ese color para atraer a sus enemigos y así destruirlos. En Inglaterra hay una conmemorativa tradición para la fecha del 11 de diciembre, en la que hasta la Reina junto al pueblo, llevan una amapola artificial en la solapa para evocar y simbolizar la sangre de los soldados caídos en la 1ra. Guerra Mundial.


Las emociones del rojo 


Sus efectos estimulantes por su intensidad afecta al metabolismo humano, acelera el ritmo respiratorio y la presión sanguínea. Tiene una alta visibilidad. Es el color que más se distingue en espacios nevados y por ello se recomienda su uso en las prácticas referidas a los deportes de invierno. Capta la atención en los elementos publicitarios.


Sus usos publicitarios permiten que aparezca el objeto o símbolo utilizado a un primer plano, resaltándose sobre el resto de los colores. El rojo fuerte denota sentimientos eróticos. Su presencia en distintos usos dentro de la moda y en los vestidos es ya una constante. Su uso está presente en labios, zapatos, vestidos, uñas que vendrán a ser arquetipos de ilustración sugerente. El rojo claro simboliza amor, sensibilidad, pasión, alegría. Pero igualmente puede denotar enfado, cólera y agresividad. Este color fundamental implica audacia, valor, coraje, crueldad, intensidad y virilidad; despierta sentimientos enérgicos. Es bien sabido el uso del adjetivo relacionado con expresiones violentas o extremas: rojo de ira, rojo de vergüenza, rojo como un tomate, estas rojo de rabia, etc.


Es el más sensual del círculo cromático. Esta asociado también al sol, al calor, por lo que un ambiente pintado de rojo de más sensación de acaloramiento aunque objetivamente la temperatura del ambiente no haya cambiado. El uso en objetos no sólo les da un carácter erótico y sexual sino una sensación de movimiento y energía, de ahí que esté presente en los spots de autos, motos, bebidas energéticas y revoluciones a paso de vencedores (?).

Su tono oscuro evoca energía, fuerza de voluntad, ira, malicia, capacidad de liderazgo. Su tono rosa evoca romance, amor y amistad, representando cualidades femeninas y pasivas. En publicidad lo usan por tener la capacidad de hacerse presente en la memoria de las personas. Está en los logos y productos de grandes marcas multinacionales como Coca-Cola, Ferrari, Nestlé, Vadafone, etc.

También es usado por los centros terapéuticos que atienden a niños con parálisis cerebral, al implantar el método de lectura donde al utilizar este color llama la atención de los infantes sobre los textos que se les presentan, sólo luego pasan a usar el negro en las letras.


Su presencia está en los códigos y señalamientos de tránsito a nivel universal por su pregnancia y captación inmediata por encima de otros colores y formas. Es usado para suscitar a la acción, la atención pero su uso reiterado tiene la connotación negativa que causa repulsión y rechazo.


Pero lo más constante de su significado es que para muchos el color evoca inmediatamente al comunismo. Esto dado que ha sido usado como bandera de guerra de distintos movimientos obreros, pero junto a ello, y por encima de todo, simbolizó la expansión y el triunfo del comunismo por la revolución rusa de 1917. Aparte de sus usos asociados con movimientos radicales marxistas comunistas, tienen presencia en las fiestas religiosas que aluden al Espíritu Santo, iluminando la llama del amor divino, como en otras celebraciones referidas a fiestas de los mártires, en la pasión y en Pentecostés. El rojo representa la sangre de Cristo.



El rojo en Venezuela

En nuestro país el rojo fue usado por la gesta independentista en los uniformes de los soldados patrióticos, para distinguirse del uniforme realista azul. Pero antes que ellos, los indígenas del país siempre lo han usado tanto para la decoración de distintos utensilios de arcilla como para pintarse el cuerpo a partir de la bija, un árbol que nace en las regiones cálidas; de las semillas de su fruto macerado sacan un polvo de color rojizo que ha sido utilizado para la decoración corporal desde tiempos ancestrales, teniendo un valor ritual para participar en actividades de orden mítico-religiosas.

También es el color distintivo de las vestimentas y preparativos para las festividades del Corpus Christi de los Diablos danzantes de Yare, con lo que tiene una relación con el infierno, el paganismo y la exaltación dionisíaca de la festividad; en este evento convergen la cultura negra de África con las tradiciones cristianas europeas.


En el siglo XIX estuvo relacionado con el Partido Conservador, propio de la oligarquía reaccionaria (los liberales, incluso las tropas de Zamora, usaron el color amarillo, el cual fue el color del partido Unión Republicana Democrática y ahora con Primero Justicia). Igualmente, el partido comunista venezolano lo usó como el resto de estos movimientos políticos a nivel mundial.


Según Alexis Márquez Rodríguez, advierte que el rojo de la bandera nacional no representa la sangre derramada en la lucha de nuestra independencia, que es el significado usual que es enseñado en todas las escuelas primarias de la nación, y que junto al color amarillo, que representa la riqueza, completada por el azul, referido a nuestras costas y mares que nos separa de España, forman nuestro tricolor. Este académico de la lengua señala como la verdad de esta selección al propio Francisco de Miranda, pues cuando propuso esa bandera tricolor la tomó de la antigua bandera de la Rusia zarista, que conoció cuando visitó ese país, el cual mucho admiraba, en tiempos de la emperatriz Catalina.




Otras batidas rojas

El rojo, políticamente hablando, siempre ha estado asociado simbólicamente con movimientos revolucionarios y radicales. Vendrá a ser usado por los jacobinos y los tejedores de seda de Lyón en sus motines durante la revolución francesa para distinguirse de los girondinos y de los demás grupos políticos del momento.

El rojo será un color que seguirá asociándose con movimientos radicales y luchas obreras. Es el caso del partido bolchevique dirigido por Lenin en su escalada al poder. Al obtener este partido el poder de la Rusia e instaurar de forma dictatorial la Unión Soviética y consolidarse así el movimiento revolucionario, el uso del rojo se asumió como símbolo en la proyección del comunismo a nivel mundial. Era uno de los elementos distintivos que el marxismo oficialista soviético usó de forma permanente para distinguirlo del resto de los otros movimientos que tenían alguna inspiración con el socialismo. En la China comunista fue asimilado teniendo diferentes connotaciones, al referirse a la Guardia Roja (en la URSS se habló del glorioso ejercito rojo), al libro rojo de Mao, etc.


Ha sido usado para denotar, por parte de los bandos contrarios al sistema comunista, como una amenaza de la realidad social al denominar el avance del peligro rojo. A los ministros comunistas se les llamó los zares rojos, por el ejercicio desmedido del poder por parte de estos burócratas.


Si los comunistas lo han usado indistintamente y en todas las épocas desde la implantación de la revolución soviética, no hay duda que también ejerció fascinación en otro movimiento de masas socialista pero centrado en un nacionalismo de razas y prejuicios de superioridad. El nazismo lo asimilará para la distinción del régimen, al introducirlo Hitler como tono principal de su bandera y simbolizando a todo un ejército, en este caso el 3er Reich. El uso de este color por el dictador no fue mera casualidad. Su escogencia se hizo para crear confusión, manipulación, y atraer hacia este movimiento la simpatía de la clase obrera alemana disconforme, cuyo movimiento internacional, el comunismo, siempre estuvo identificado con ese color.


Pudiéramos decir que si hay una constante política en la utilización de este tono cromático por partidos o grupos políticos, es que se asemejan por tener un fin político totalitario interno del estado y del ejercicio del poder, arrastrando la posibilidad de ser identificado con movimientos de corte reivindicativos, democráticos, representativos y de centro. El radicalismo, como hemos mencionado, siempre ha escogido esa cromaticidad intensa y atrayente dentro de sus símbolos.


Como podemos notar, el rojo se muestra como manifestación permanente de connotaciones revolucionarias totalitarias, de acciones agresivas, de irritabilidad ciudadana, de marchas oficialistas, de vallas y pancartas esgrimiendo mensajes de acciones de los militantes en contra del resto de la población civil que no está identificada con los planteamientos del estado chavista. Pero la tarea que queda con el rojo no es su rechazo. Se debería neutralizar y volverlo también uso de aquellos que no formamos parte de esa condición política, pues si evoca sentimientos negativos también tiene la cualidad de presentar sentidos positivos como alegría, amor, pasión, amistad, solidaridad.


Es por este lado que hay que insertar este color intenso de la escala cromática en nuestras personales visiones y usos de nuestra cotidianidad (y así lo vimos en las camisetas emblemáticas del movimiento estudiantil contra el gobierno y su propuesta de cambio constitucional a finales del 2007).


Postmodernidad y chavismo 

El postmodernismo chavista estampa las interrelaciones simbólicas estéticas en distintos ámbitos que aparentemente no tienen relación, llevando a una uniformidad de las expresiones al ser traducidas homologando los significados en los distintos medios utilizados para implantar la seducción por el ánimo revolucionario. Más que ser una expresión de una modernidad tardía, de la razón y su función restauradora del bien social, son principios simbólicos que pretenden regir la efectividad de un mandato.

El postmodernismo exime de atender a las realizaciones del orden moral político concentrándose en la representación mediática como dadora de una virtualidad ecuménica electrónica secular nacional, que propaga sus significados como la única y concreta realidad. Se ha ido de un pluriverso a un universo único; es una política inscrita más en la uniformidad y direccionalidad de un estilo jurídico aéreo virtual que en la elaboración de una legislación y diversidad democrática terrenal. La diversidad sólo es aceptada como expansión y proyección de lo mismo, es decir, del olor vomitivo a revolución.

Nos encontramos con una multiplicación de formas comunes al régimen en torno a fenómenos que en apariencia no presentan relación. Hasta en la negación de las conciencias opositoras está sembrado el germen del régimen y su explosiva emocionalidad que los controla desde la misma interioridad en sus maneras de expresarse, estar, ser y vivir; los estilos se cruzan, aunque pretendan ser distintos encuentran su unidad a través de la asimilación negativa de los símbolos y del lenguaje que le agrega a las formas estéticas. Se trata, bien porque afirma o bien por que niega, esa conexión inquebrantable de un régimen, un estilo, un acoso y una época nacional, en fin, de una asfixia estética política virtual.


En el conjunto social cada elemento estético utilizado por el chavismo tiene una relación ordenada jerárquicamente respecto a todos los otros. En primer lugar está la exaltación y presencia absoluta de la imagen del líder chavista, que de tanto en tanto es acompañada por imágenes de ciudadanos surgidos de los estratos populares. El resto de los elementos simbólicos e iconográficos se ensamblan en función de crear una perspectiva general del nuevo cañamazo revolucionario que organiza la idea global de la sociedad emergente en todo ello.


Este es un gobierno televisivo, existe como imagen, como iconografía y su presencia se expande por el aire y por ondas satelitales. Los medios por excelencia del régimen han sido la televisión y la radio, aunque la prensa no ha dejado de lado y han surgido una cantidad de periódicos de efímera existencia unos y otros de dudosa intencionalidad informativa. Pero en todos nos encontramos en una permanente repetición del mensaje presidencial sin criterios críticos y enunciados por el resto de los partidarios del sistema chavista. Podríamos decir que el discurso presidencial construye las series de objetos y lenguajes que nutren la propuesta estética reiterativa, censurando cualquier otra propuesta, llegando así hasta en una aceptación negativa y reactiva de los elementos que conforman la llamada oposición.


Ante cualquier producto de la industria cultural privada surgen las contrapartidas de una industria cultural chavista alimentada por los cuantiosos ingresos petroleros que alcanzan a agentes multinacionales mediáticos que piensan las estrategias de este totalitarismo socialista a la bolivariana. Esta repetición y reiteración cercan cualquier otra expresión. Sin embargo la defensa ante la lluvia de emocionalidad revolucionaria lleva a reducir la acción de los individuos en una especie de salvación virtual personal en artilugios y discursos que separan más que integran en una fuerza de unidad política.


La reiteración estética lograda del régimen entumece voluntades y obtiene su quiebre por medio de la indiferencia. Se trata de ocupar los espacios más inmediatos en velocidad informativa, quedando para la reacción tardía en las respuestas ciudadanas. La realidad nacional se consolida a través de la ficción y teatralización de la vida del régimen. La ficción se hace y traduce en verdad y lo imaginario nutre y oculta a la realidad por medio de la reiteración estética del discurso mediático informante y doctrinario.



El uso del lenguaje fascista

Reiteración de los temas y de los hechos, de las citas y de los personajes que dan al lenguaje las referencias de ejemplos para reafirmar la lucha encaminada y lograda en el presente. Nos encontramos con un lenguaje siempre intencional doctrinario en favor de la consigna, de la propaganda. Dentro del régimen bolivariano notamos que todos sus esfuerzos se dirigen al uso de los medios y del lenguaje con fines netamente políticos. Estos elementos, usados hasta el cansancio, tienen como fin asegurar la eficacia de su ficción contra cualquier otra experiencia y visión comprobada y argumentada. Erradicar la comprobación de los datos, sean estos cuantitativos y cualitativos, reducir los espacios de intercambio discursivo democrático son estrategias que envuelven la concepción de la propuesta escenográfica del poder chavista.

Un cambio continuo aparente de los temas y de las preocupaciones, de las luchas y de las consignas, como lo es trasladar la política nacional a un decorado exterior de la nación haciendo que la preocupación del ciudadano tenga su atención fuera de este reino bolivariano y convierta la realidad de la revolución en un horizonte internacional que se encuentra más allá de su habitar cotidiano. De esta manera lo primordial no se centra en el gobierno del aquí y ahora, ni en el orden del régimen hacia sus ciudadanos inmediatos, junto a su problemática particular y común, sino en acciones extraordinarias que pretenden mostrar a un teniente coronel como un ser que busca a la humanidad exterior para anclar una grandeza que siempre resulta ficticia.

El lenguaje y la simbología del bolivarianismo crean un cerco que logra un blindaje de la doctrina contra cualquier comparación con la dinámica social de la realidad; se convierte en un uso tautológico permanente desde el inicio de su presencia. Esto se logra por medio de la independencia de los medios retóricos, la destrucción de los juicios alternos, de los usos de la argumentación comparativa y demostrativa y la repetición de tópicos y consignas aéreas del acontecer nacional. Es un lenguaje instrumental, basados en formas hipnóticas y antitéticas contra las propuestas del adversario, que se instauran para imponer un orden funcional incuestionable y censurador de todo otro argumento que contraponga y esclarezca las contradicciones del régimen.


En este mundo dividido por el lenguaje y los símbolos no hay espacio lingüístico neutro para la reconciliación. Es un lenguaje degradado, propio de emitir órdenes de cuartel -que es en lo que se ha querido convertir al conjunto de la nación-, preparando la sensibilidad reprimida para la arenga. Son estímulos, señales con que funcionan los mecanismos de atracción o atención lingüística e ideológica. La esencia del estilo estriba en la denuncia obsesiva del peligro contra los logros de la revolución (?) y no en resolver los problemas cotidianos de toda nación. Ampliar el conflicto, mantenerlo, da la sensación de estar haciendo algo por la nación, cuando sabemos que ha terminado en una esterilidad de reducción y pobreza, de escasez y encierro generalizado, a toque y ritmo del locutor fulminante de Miraflores.


Todos los que no asuman su posición pasarán a formar filas de los egoístas capitalistas, de hipócritas, envenenadores, traidores, traficantes, usureros y tramposos del pueblo, hasta alcanzar al uso escatológico de mierda para referirse al movimiento estudiantil y la sociedad civil que se antepuso a su pretendido absolutismo democrático (sic) y totalitaria reforma constitucional en diciembre de 2007.


Quien no se someta al dictamen del heroísmo bolivariano decimonónico pasará a engrosar las filas de los dudosos pacifistas de la no-violencia gandiana y, por consiguiente, son vistos como propios de un cuerpo degenerado, cobardes y de una voluntad y conciencia débil. Es un ejercicio doctrinario de tipologías cerradas que no prueba ni fundamenta; sólo describe sin reflexión, pues la lógica no es lo fuerte del régimen.


Es un lenguaje, como dijimos, que se mueve en tautologías, no explica ni amplía nada que no sea la ficción que quiere imponer como realidad universal. Se trata de un uso tradicional de una ideología en el peor de los términos, la que presupone una experiencia de un estado social ya problemático que tiene que de forma permanente defenderse, requiriendo de una justicia confusa que le permita forjar una apologética a las relaciones borrosas mediatizadas y atemperadas del poder.


La justicia sólo tiene sentido como una mediación para disponer de los medios que defiendan cualquier crítica al ejercicio de gobierno; todos los medios sirven para prodigar esta imagen de defensa y ataque permanente contra las fuerzas del mal, que siempre terminan en el colofón del imperialismo yanqui.



Identidad y revolución

Este estadio de la estética chavista vendrá a proclamar una falsa identidad tanto espiritual como real, sus juicios no están en mostrar lo verdadero de lo falso sino siempre nos habla de lo provechoso y lo dañino, del fiel y del infiel, del compañero y del enemigo, del soldado y la reacción. La condición mediática sólo sirve para hacer diagnósticos y proyectar sus alucinaciones contra los que siempre son poseedores de una permanente decadencia política, convirtiendo al adversario en un condenado sin apelación.
El uso de los términos oligarcas, antipatriotas y escuálidos son calificativos generalizadores, son comodines que le facilitan neutralizar de manera efectiva esa conciencia colectiva de los ciudadanos, llegando a sustraer cualquier rasgo individual a los interlocutores críticos al régimen; se generaliza permanentemente. La tarea de este lenguaje es evitar cualquier intento de reconciliación y negociación, donde no aparezca ningún tipo de solidaridad entre acusador y acusado, perseguidor y perseguido.

Son vocablos-arenga, palabras símbolos, que distinguirán los discursos de manera maniquea, evitando todo matiz de venezolanidad para el conjunto de los habitantes. Más que desarrollar ideas se trata de referir situaciones y hechos que se deben tomar como conclusivos; menos reflexión y sólo descripción. Las situaciones construidas por los medios presentan siempre una particular condición en el que el pueblo (la masa), llamado también el soberano, reclama el triunfo del más fuerte y la destrucción del débil o su sometimiento a esa gloriosa mayoría.


La eficacia del idioma reducido a lo circunstancial, coloquial, anecdótico, popular, chabacano de toda esta monotonía argumentativa está en el uso de las figuras de la antítesis y la repetición: revolucionarios-oligarcas, bolivariano-escuálido, patriotas-imperialistas, capitalistas-socialistas, ricos y pobres, etc. En estos regímenes se restaura y recicla la condición del déspota pero no ilustrado: todo para el pueblo pero sin la intervención del pueblo. Aunque se pida participación, está se reduce a los dictámenes y políticas propuestas por el movimiento político.


La mentalidad totalitaria comprende que la mejor defensa consiste en el ataque, y cosa harto significativa es que cualquier defensa puede transformarse en propaganda. En cada caso que es criticado el gobierno o se lleva a cabo un acto de protesta cívico, inmediatamente es traducido colocándose como víctima los responsables del gobierno señalados en sus desmanes y en victimarios fascistas los ciudadanos o los miembros de la oposición o disidentes políticos.


Pero los discursos tienen su fin. Si al comienzo de la campaña para la presidencia en 1999 una gran muchedumbre encontró en las palabras del incipiente dirigente el milagro ingenuo de la iluminación de las mentes apoderándose del hastío corrupto de los últimos gobiernos de la llamada 4ta República, sus palabras, desde aquél fatídico y esperanzador por ahora, nos encontramos que consiguieron los ecos de un conjunto humano que había perdido la fe en la democracia y en un porvenir estable. Ello mostró el origen del regreso a cierta voluntad de libertad momentánea y expresiva a los electores asqueados.


En un principio se pensó que este nuevo rostro mestizo del caudillo quitaría la máscara a los rostros desfigurados de una democracia ineficiente y corrupta, presente en la mediocridad de muchos parlamentarios y dirigentes políticos de los partidos del estatus. Sólo que ahora, luego de casi una década de gobierno, las palabras dejan de ser inspiradoras y sólo se sienten como mandatos sin respuestas y un aliento que produce cansancio.


Aquella fe revolucionaria sabemos que ahora sólo se mantiene por los constantes pagos becarios a través de las distintas misiones y de la imposición de los trabajadores públicos a movilizarse para satisfacer el ego del caudillo en los discursos rojos rojitos. Y los parlamentarios no han cambiado de calidad humana, todo lo contrario, por su incapaz actuación e ineficiencia como entreguismo a los dictámenes jurídicos y políticos del presidente, han hecho renacer figuras cuestionables que antes habían sido rechazadas por el pueblo.


Se entregó un nuevo catecismo para la nueva fe política decimonónica bajo el estandarte bolivariano, captando la desesperación de las muchedumbres frustradas, resentidas y hambrientas de un cambio y de una participación activa frente a un mundo en permanente derrumbe. Pero las palabras y, más aún, las doctrinas panfletarias en una comunidad donde las informaciones van y vienen, donde se tienen perspectivas para comparar y enjuiciar la realidad, devuelven la conciencia al desengaño y el abandono de la causa.


Las políticas mediáticas permanentes tienen como contra efecto su repulsión, pues se ha dejado de prestar atención a la maquillada realidad (sic) revolucionaria. La cual, es más un producto de una imaginería social no recreada en la historia y en la realidad humana que en la estructura de una estética política mediática. Los nuevos lineamientos de esta estética chavista se visten de una comedia permanente de aspavientos megalómanos al centrar en la unidireccionalidad del cuerpo y habla del ungido la atención ciudadana, que termina siendo rechazado, abandonado y reducido a la soledad de palacio emergiendo entre la sumisión y alabanza, la falsa aceptación y el engaño del entorno íntimo del gobernante.


Notamos que la condición de este líder es haber restaurado la oralidad del discurso como medio eficaz de propaganda que atraviesa a todos los medios, sean impresos o eléctricos, siendo estos últimos los de su predilección. Discursos reiterativos, llenos de retórica patriótica y nacionalista, propuestas de políticas elefantiásicas e irreales, proyectos inverosímiles, promesas incumplidas por la ineficacia misma y la indiferencia de construir un mejor país. Estas son las permanentes indicaciones que dan a esta oralidad discursiva el carácter de querer captar la atención mediática y la emocionalidad de las nuevas tribus rojitas sometidas y asentadas en un vínculo mítico, deslastrándose de toda racionalidad política y gobernabilidad democrática.


El don de la comunicación se conoce y está en ponerse a hablar ante un público que no le disimula su confianza, y muestra hostilidad, pero, finalmente, logrando captar la atención con aires de simpatía por sus apreciaciones. Para este orador de Miraflores, sabiendo que es difícil crear nuevos tópicos, la reiteración se hizo permanente y los ejemplos son sacados de la heroicidad de tiempos pasados de un ejército libertador, de los símbolos patrios y sus héroes, de personajes religiosos, de una mitología del buen revolucionario en la figura del Ché Guevara u otros por el estilo, y de su propia mitología-maniática personal. Reiterar las mismas palabras de forma incansable obra a manera de martillo-pilón.


Comprendió, como muchos populistas y demagogos mediáticos, que cuanto más vulgares, más escatológicos, más humillantes, más estúpidos fueran los argumentos, más decisiva era la impresión que producían en una masa que se identifica en ello, pues no posee la formación para más. Goebbels lo dijo: los movimientos revolucionarios no son obra de los grandes escritores, sino de los grandes oradores. Detrás de todos ellos siempre la oralidad del caudillo es determinante. Es un error creer que la palabra escrita tiene un mayor alcance a través de la prensa (hoy en franca crisis en todos los ámbitos), y no simplemente porque influye al que oye sino porque serán repetidos los argumentos -a favor o en contra, todo vale para esta postmodernidad mítico revolucionaria-, como cámara de eco, cien y mil veces.


Se ha comprobado que un discurso bien dirigido es más sugestivo para calar entre este espacio electro-acústico político tribal que un buen artículo. El eco electrónico de las ondas hertzianas que transportan los ecos de la voz y la imagen del momento vienen a ser los medios predilectos para irradiar el sentido único que debe seguir todos los que participan de esa realidad. Los discursos agitan, los artículos llevan a la reflexión, y esto último se requiere en grado mínimo para absorber el sentido revolucionario de masas. Se comprende que el arma del adoctrinamiento y de la propaganda es la fuerza del movimiento y de la permanencia. Pero la confianza dura poco y la realidad se impone, sumergiendo en la triste condición del hombre de a pie que el movimiento retiene toda tendencia de mejora e impone una cruda y cerrada condición de sumisión al régimen, que se convierte en una realidad peor a la vivida dentro de los pasados gobiernos.


La captación del control casi absoluto de los medios se impone para todo régimen totalitario. Y ese será su instrumento de expansión simbólica. De un espacio democrático abierto a múltiples ideas y opiniones, el cerco jurídico que impone el estado a través de la Ley de Contenidos transforma la información en doctrina y cualquier información oficial en propaganda.


La sensación que da al público de qué tipo de dirigencia lleva las riendas del país pareciera ser más de pequeños gansters, de intrigantes que son incapaces de representar y desarrollar una gran idea y dar soluciones eficientes a los problemas cotidianos del país.

La condición de una estética doctrinaria es esencial dentro de todo esquema político contemporáneo, basado más en una impresión mediática iconográfica y audiovisual que en la racionalidad de un discurso impreso coherente y argumentado. Son requeridos la construcción de diseños que realcen las bendiciones del líder y subdirigentes. Ensambles en que siempre se nos presentan sendas fotografías donde la jerarquía y el lugar espacial privilegiado se haya orientado a partir del orden vertical del líder en relación al tamaño a presentar y sus subalternos que lo acompañan (siempre en un primer plano y en un segundo el subalterno).

Toda una remembranza del diseño cartelista revolucionario cubano de los ’60. Las vallas muestran una obstinada necesidad de tener siempre la fotografía de los líderes. En un mundo donde la imagen fotográfica publicitaria se hace casi aplastante a nuestra mirada, ella no escapa del uso para hacer presente más la imagen -virtual- del caudillo y sus allegados. Toda valla o spot publicitario del régimen no tiene la finalidad única de informar los alcances de la labor gubernamental prestada sino de las bendiciones revolucionarias que han traído a determinada comunidad, convirtiendo cualquier espacio en un reducto de propaganda doctrinaria del régimen. En una masa condicionada a la imagen aplicada a lo político, donde lo que la nutre no es la información veraz sino el gesto y la imagen virtual avasallante y manipuladora, imponiéndose ante la pobreza de sus vidas y el abandono de la realidad como una imagen de santo milagroso.


La eficiencia de lo estético político está en la emocionalidad suscitada y en la adhesión irreflexiva que pueda construir en la conciencia del individuo-masa. Una gestualidad militarista, un símbolo patrio, un color: el insustraible rojo revolucionario, una vestimenta militante (gorras, franelas, botas, emblemas, etc. repartidos de forma gratuita y pagadas por el erario público); un lenguaje dirigido y limitante, que no tiene capacidad de reflexionar la realidad; un griterío entusiasta, un volumen atronador de los altoparlantes para no pensar nunca, encontrándose vinculado con una emoción hilarante fabricada para los efectos del momento, que siempre pretenden filtrar la atmósfera ficticia de lo triunfal, militar y patriótico. Todos ellos forman un conjunto que vendría a ser la permanente presencia de la estructura organizacional de esta emocionalidad estética fascista que encuadra la ficción revolucionaria de avance hacia el mar de la felicidad del socialismo del siglo XXI.


La estética chavista, una vez que ha atraído a los miembros que conforman el movimiento político, deberá dirigirse a intentar su permanencia de una realidad inalterable y para ello lo mejor es este vínculo emotivo. Pero, como todo, sus efectos tienen un límite pues vemos cómo ha ido deteriorándose la efectividad de la propaganda reiterada luego de este tiempo de presencia dictatorial gubernamental sin mayores resultados. La estética de esta mal llamada revolución viene a cumplir una eficacia de religar a las voluntades dispersas construyendo comportamientos de adhesión y odio, de adoración y repulsión. Adhesión y adoración al caudillo ungido por la gracia de Bolívar y el odio y repulsión a aquellos que no nos identificamos emocionalmente ni con ese proyecto político ni con sus líderes.

Tal tipo de movimiento extremista no puede ampliar sus dominios sin desarrollar un clima permanente de inseguridad tanto para sus simpatizantes como para sus adversarios; el temor y la incertidumbre son sus armas invisibles a derrotar. La finalidad del movimiento es incuestionable, y a ella sólo tienen acceso los miembros responsables y leales; los demás sólo deben atenerse en todo a los fines del partido.

Esta estética, que enmarca los mensajes doctrinarios del régimen, tiene el éxito de la eficacia al alcanzar el objetivo perseguido. Independientemente que toda propaganda tenga el carácter de poder informar, divertir, mostrar o no, los resultados son los que cuentan, sin detenerse mucho a cuidar que ella sea tosca, brutal, injusta, difamante o lo contrario.


A la búsqueda de la identidad revolucionaria

Como bien aconsejaba Maquiavelo, todo régimen nuevo debe cambiar completamente todos los contenidos y relaciones del estado y la identidad institucional por otro distinto, permitiendo crear una confusión y atención, rechazo y energías desviadas a otras realidades más pertinentes que estas. Es lo que hemos encontrado al cambiar nombres y logotipos emblemáticos de plazas, parques, avenidas, museos. Eliminación de nombres o logos tradicionales arraigados desde varias décadas atrás (es el caso ampliamente criticado y comentado del diseño centralizado de los museos nacionales, por ejemplo, o del Parque del Este, ahora llamado “Francisco de Miranda”).

Todo esto pretende envolver de nuevos fines a esas instituciones que antes habrían sido dirigidas con criterios elitistas y oligárquicos, contra los que ahora tendrán una respuesta y contenidos de orden popular, revolucionario, doctrinario y exaltador de los aparentes poderes creadores del pueblo a beneficio de esta construcción de patria socialista populista petrodolaresca. Un nuevo realismo socialista a la caribeña se implanta en los suelos de este creacionismo patriotero del siglo XXI, vigilado cercanamente por el ojo de la dictadura cubana.

La identidad sólo es posible si acepta al devenir y al cambio evolutivo, al tránsito humanizante, como la única suerte y destino por el que se llega luego del cansancio y la dicha, del sufrimiento y de la habilidad, que nos da esa disciplina inapelable de toda creación estética. En el fondo, el sufrimiento de la creación se redime al ofrecer una acción que evite la degeneración, la brutal uniformidad y la degradación que conlleva. Se termina en querer implantar desde arriba una identidad mecánica y externa, artificial y unilateral.


Pero ¿dónde, en qué lugar aparecen elementos que pudiéramos llamarlos de des-identidad en este régimen? La desidentidad aparece por la imposición reiterativa de los mensajes deformantes, de las distorsiones de la comunicación, de la sensación de acoso, de la adjetivación de repúblicas, la alienación religiosa (laicas u ortodoxas), de la ruptura con nuestra subjetividad e intimidad personal con el entorno, de un permanente sentimiento de falsedad, de narcisismo o hipocresía, de un vacío interior que se emplaza en nuestro espacio cultural común, del sentimiento de la incertidumbre del otro y del afloramiento del desconsuelo y el temor permanente.


Un mundo en el que la subjetividad del individuo habita en la aproximación absurda del peligro y que está rodeada de una persistente fragmentación junto a su pérdida de coherencia. Es la caída de instituciones tradicionales en la esterilidad de la inercia y la anomia, de casos de asesinatos en serie y sumariales, de inseguridad permanente, de un latido constante acelerado por los miedos reales e imaginarios, de los representados estados mediáticos de los escenarios de guerra, del aumento de lo mal hecho, del desinterés colectivo por una realidad cordial y más amable, del ambiente permanentemente destruido o deconstruido en el que vivimos, de la reiterada sensación de engaño, de cambios de símbolos que nos llevan a repatriarnos en imágenes que no corresponden a nuestras proyecciones psíquicas, o en donde reina la bazofia y sólo se acepta la ostentación, sea esta de lo material o de manipular el poder político a capricho.


La desidentidad no es tanto cosa del individuo y de lo que pasa aquí dentro del ser sino también, como una cámara de eco, de lo que sucede ahí fuera. Tendremos un arte discordante, una creación de lo inestable, una estética de lo banal y, por tanto, de una psique enferma que por temor a perderse se arraiga en la identidad absoluta del mundo artificial exterior y desatándose de la estructura psíquica construida en la intersubjetividad; en ello vendrá a fijarse creyendo que ahí está su salvación cuando realmente lo que está tocando son las riberas de la muerte psíquica como individuo.


La desidentidad ahora viene más del mundo externo que del propio individuo. De ahí la fuerza personal para permanecer consecuente ante los cambios aluvionales del mundo artificial y de la atención requerida a nuestra identidad subjetiva para avivar esos derrumbamientos que persiguen el fetichismo del progreso colectivo a costa de la muerte del individuo.


Se trata, en el fondo, de aceptar en nuestro fuero interior la legitimidad y la necesidad de seguir inventando, reformulando y recreando una estética de la resistencia a los apocalípticos juegos de los delirios irracionalistas y utópicos, nacionalistas o mercantiles que vienen adosados junto a los juegos de la planificación centralizada, amenazante y homogénea de ciertos líderes que permanentemente buscan apostar realmente por el destrozo, la degeneración y la desidentidad individual o colectiva para su ventaja, con promesas abstractas de un mundo por venir isomórfico y aterrador por lo aburrido, elemental y absurdo. ¿No será realmente esto lo que desea el público de masas?





Algo más sobre cultura


Cuando leímos las propuestas de la Ley de Cultura y luego de ver las imágenes donde desfilan las milicias bolivarianas que se ha propuesto crear el gobierno con el lema de “las armas son del pueblo”, todo ello emergiendo junto a un discurso con metralleta al cinto, queda claro hacia dónde se dirige la nueva identidad nacional, su estética política y su proyecto cultural. Ese discurso de la identidad, como nos referimos antes, siempre ha sido un vertedero de aburridas e inconclusas polémicas y nada de creativas propuestas. Como si la identidad nacional se encontrase en estado estacionario y el mundo no girase y la tierra fuese plana y no hubiese ninguna otra posibilidad de construir mundo, vida y creación que en la cerrazón de estos muros inamovibles.

Entre lo condenable del socialismo marxista esta su proyecto obsesivo de búsqueda de identidad nacional en que el partido es la cultura, la burocracia es la más alta expresión cultural y el dictador de turno el único que puede discernir sobre cuál es la cultura que debemos digerir todos los días, bien en plano social, educativo, mediático y hasta en lo artístico. Si sólo podremos volver a las atávicas raíces y no interactuar con el resto de las experiencias globales que han surgido con los cambios científicos, económicos, artísticos de ahora en adelante, por ejemplo, tocar la música de Bach será reaccionario y Beethoven demasiado burgués para el gusto de los rasos culturales de valores universales.

Si bien en la cultura popular encontramos valores insoslayables y realmente geniales, no menos importante es poder comunicarse y dialogar, informarse e interactuar con la ciencia, el arte, la literatura, la música de creadores individuales universales que han trascendido sus fronteras nacionales. Aportes que están ahí, en cualquier esquina de la autopista virtual a la que tenemos acceso, si es que quiere uno acercarse. Incentivar una única manera de sentir correcto, de vivir correcto, y una única identidad es cosa de maníacos, por no decir de individuos nada informados y formados en lo que respecta al cruce mestizo de valores que se han construido sin querer queriendo y que han dado una presencia y riqueza humana donde antes no se tenía ni idea de la existencia de tales valores.


Que exista en el país, por ejemplo, una red de orquestas nacionales no es una propuesta surgida de una Ley de Cultura sino de un proyecto cultural puesto en práctica y en el cual se puede medir los logros por sus frutos. Que haya una pléyade de músicos, artistas plásticos y literatos venezolanos, más no de miras sólo nacionales, no se debe a una ley de cultura sino a que se ha tenido la oportunidad de desarrollar y ampliar su perspectiva individual localista, trivial y nacional por la que pareciera dirigirse esta roma ley. Más que querer ordenar por dónde debe ser el cauce por el que debe dirigirse los linderos culturales y creadores, lo importante sería propiciar sus oportunidades a todos los ciudadanos con más escuelas dotadas y de continuidad formativa de calidad estética y artística.


Una ley de cultura no soluciona nada si no hay proyectos reales que la sostengan y un ambiente cultural social que lo propicie. La cultura, una preocupación que quisiera mostrar algo del rostro humano del gobierno hacia la ciudadanía, no tiene una mayor ampliación si lo que se persigue es pintar en las paredes, por ejemplo, a los héroes militares anticuados de siempre; y regresar a las mismas consignas panfletarias para llenar de pan y circo al pueblo, con los que se le ha acostumbrado a sorber los mismos rituales simbólicos en todos los regímenes y que ayuda a reforzar la narcosis de la identidad nacional castrada, sin la mejoría intelectual y formativa individual de los ciudadanos al crear otras manifestaciones de convivencia culturales que no sean la de la camarilla militarista (o artística) junto al odio y el conflicto como solución final para emerger una nueva (y vieja!) cultura belicista en un pueblo que, en su mayoría, hasta los momentos se ha conducido por los linderos culturales del pacifismo y manifestación democrática.


Una organización social eficiente es la que permite desarrollar una cultura en la que los talentos individuales se enriquecen mediante una interacción estimulante y fructífera. Es lo que algunos autores liberales y ¿socialistas? nombran por “capital intelectual”, con lo cual pareciera no tener ningún mayor interés atenderse, sabiendo que es la principal riqueza verdadera de una nación.


Un gobierno que mira a las masas como rebaños a dirigir y no a las potencias creadoras del individuo lo deja como si todo está dicho. Las identidades fructíferas son aquellas que tienen criterios para operar autónomamente y en cooperar con el resto de la ciudadanía. Aquellas que aspiran a que haya múltiples identidades sin menoscabar al individuo y ocultar sus posibilidades creativas y libertades particulares. Todo a cambio de anclar la creación de proyectos totalitarios sobre un horizonte inflado por el espejismo mediático de la guerra destructora y de la confrontación estéril.


Una cultura inteligente, y por ende una estética política inteligente, es la que nos lleva a captar mejor la información y los contenidos para el desarrollo personal, creando un sistema de filtros individuales de apreciación, y ajustándose a comprender mejor la realidad, percibiendo los problemas a enfrentar y tratar de resolver, inventando soluciones eficaces que son puestas en práctica y que mejoran la convivencia. Eso de la identidad nacional es un cuento reiterativo de nunca terminar, es la culebra que se chupa a sí misma la cola. El cuento de querer colocar a todos bajo un pensamiento único a repetir como rebaños amaestrados.


Personalmente me gusta interpretar a mi maestro y guitarrista guayanés Antonio Lauro pero no menos a Juan Sebastián Bach, en leer a Rafael Cadenas pero también a Broch, por sólo decir algo. Me gusta comprender los valores del mundo real en el que habito pero también a los que trascienden las fronteras nacionales. Un mundo donde la inteligencia y la cultura me permiten acceder a ellos por más distantes que estén físicamente.


Se trata de absorber los frutos de la humanidad en uno. Sabiendo limitar los efectos persistentes y múltiples de esta realidad estética política cercenadora de creatividad. Como dice el Werther de Goethe: vuelvo a mi mismo y encuentro un mundo. Además, como sabemos, la cultura es todo lo que pasa por nuestro pensamiento, y lo menos que quiero que pase son los discursos de políticos y revoluciones inútiles, con alardes de iluminados ungidos.


Safranski, filósofo alemán, ha expresado en pocas palabras lo que significó -¡y sigue siéndolo!- el socialismo real. Para él, esta forma de gobierno nunca implicó una liberación, sino la crueldad de la prisión y el sometimiento al terror y a la tutela de pueblos enteros por parte de una élite ideológica. El socialismo del siglo XXI no deja de ser lo mismo pero con un delirio ampliado y sostenido por las sombras amplificadas de la irrealidad mediática, propia de una estética política castradora de la emoción individual y que arrastra a los hijos de la nación a la esterilidad creativa total.




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