lunes, 8 de junio de 2009

Tensión entre Virtud y Felicidad a la luz de la Fidelidad
(Del planteamiento estoico a una visión contemporánea)

Diohayvi Paola Hernández
* Estudiante del Seminario Genealogía de la Sexualidad 2009-I
Facultad de Humanidades y Educación UCV





“La fidelidad no es nunca inmovilismo, como el mar no es inmóvil, sino creativo, en su radical permanencia”[1]

José Morales




Maggie Taylor. Serie: Alicia.




La felicidad, la virtud, la fidelidad, el amor; ¿Cómo se entienden estas palabras si no es en su práctica? ¿Cómo abordar estos temas, que se encuentran en el interior del pensamiento mismo, pero más que nada en el contexto de la propia vida y en cuyo estudio es necesario referirse a quienes desde el comienzo lo tomaron como su preocupación principal en el empeño por explicar y describir las conductas humanas?.Si bien estas nociones parecen inscribirse cada cual en el contexto de la época en la que se desarrolla, con el pasar de los años el objetivo de esta búsqueda sigue involucrando y homologando a la felicidad :(alegría y placer, o lo que es lo mismo, ausencia de tristeza y dolor). En este caso no se tratará de un análisis etimológico de términos, si no por el contrario, se pretende mostrar que no son simples conceptos, si no más bien que hacen referencia directa al campo de la acción. Se tomarán las posturas estoicas de un lado, para luego hondar en visiones más contemporáneas acerca de estas implicaciones, haciendo referencia a los autores André Comte y Gilles Lipovetsky.

En principio el objetivo principal es plantear la tensión existente entre la noción de Fidelidad en el marco de lo que significa la búsqueda de una vida virtuosa. Sin embargo, se percata fácilmente la necesidad de plantear los problemas referidos al alcance de la felicidad, que a fin de cuentas es la finalidad a la que tienden todos los seres racio-pasionales, para darle sentido a su vida. Reestablecer el problema que ha sido motivo de investigación desde los filósofos griegos hasta nuestros días, pues como ya decían los estoicos, “es necesario retroceder, para luego avanzar un poco”. Si bien la filosofía es una búsqueda de la verdad, de la sabiduría, no solo lo es en tanto una “ciencia”, sino mas bien como un “arte”, el arte de ser feliz y el arte de vivir, después de todo, [2]“si la filosofía no nos ayuda a ser felices, o a ser menos desgraciados ¿para qué la filosofía?”

El hombre, pasa su vida siendo un reactor de las actitudes de quienes le rodean. Pues un hombre aislado no es un ser completo y en este sentido esta expuesto a valoraciones, juicios, decisiones, que se enmarcan no solo en la conciencia de un Yo, si no un Yo en el mundo. Encontrando momentos de angustia y desesperación donde con solo la ayuda de su razón y su solipsismo, eventualmente se encontrará perdido en si mismo. Cuando los conflictos ya no dependen de él (o al menos eso cree) si no que involucran a otros agentes, es cuando el actuar se torna confuso.

Se pretende ser feliz, pero con alguien a su lado, no quiere retenerlo, pero exige de él cierto compromiso; idealistamente sueña que la unión durará para siempre, pero realistamente es conciente que esto es solo una mínima probabilidad de muchas otras; cree basar su relación en la confianza, pero a la vuelta de algún agente externo, la incertidumbre es el plato fuerte del día; se procura una vida virtuosa y se termina rodeando de vicios y placeres efímeros. Al estilo de una versión moderna de pantomima heracliteana (tomando como máxima de vida el cambio, en todo sentido), donde todo fluye y nada permanece, ni sus ideales, ni sus compromisos, ni su moral, y su razón arrastrada y girando junto a su pasión, solo navegando en el cosmos que le ha tocado vivir. Ante esta realidad, que deja de ser una comedia para ser una tragicomedia, la noción de pareja, que supone a su vez la de compromiso efectivo y afectivo comienza a resquebrajarse.

En este punto valientemente podría tomar una posición estoica, “ser invulnerable pero no porque no reciba golpes, si no mientras no recibe heridas”, sin embargo pronto se percata que esta postura engloba más de lo que solo nos intentan enseñar Séneca, Epícteto o Marco Eurelio. Nos encontramos ante conceptos como la fidelidad y parece un poco ambiguo intentar dar con discursos filosóficos últimos y todo se reduce a simplemente Ser. Ante la necesidad pues de encontrar la felicidad, de saber si se ama, de acariciar algún tipo de veracidad, los otros sujetos se encuentran de cara a otros tantos que les recuerdan en voz baja, que al parecer, una vez más, esto u aquello, no depende de nosotros.

En este punto cabe hacer la distinción entre lo que significa tener esperanza y lo que implica la voluntad. Es en el marco de esta discusión donde se intentan esbozar ciertas ideas, de lo que refiere al concepto de fidelidad y cómo se desarrolla en el contexto de la aprehensión del fin de nuestra existencia: lograr la felicidad; esta la línea de investigación que persigue el presente trabajo.

Intentando emplear un Manual Estoico

“Es menester compartir las pasiones, aun las moderadas”
Séneca



El estoicismo es una escuela de la antigüedad fundada por Zenón. Prolongada por los discípulos de Sócrates y de los Cínicos. Sus principales representantes fueron Epícteto, Séneca y Marco Eurelio. Ellos sostenían un materialismo voluntario o voluntarista, donde solo se conoce la existencia de los cuerpos y le daban un papel preponderante a la voluntad. Donde solo la voluntad vale absolutamente y es en ella y no en el placer (como sostenían los Epicúreos), donde realmente se alcanzaba la felicidad. Se trataba de pasar del pensamiento a la acción y de la contemplación a la actividad.

Rescatando un mensaje de Epícteto: [3]“cuando mas arrobados estamos mirando lo que nos rodea, el nombre de nuestro amo nos vuelve a la realidad y nos aterra ¿quién es este amo a quien tanto le tememos? No un hombre, ciertamente, porque un amo no puede ser amo de otro; es la muerte, la vida, el placer, el dolor, la miseria, la riqueza…Que venga Cesar contra mi solo, sin séquito, y le guardaré impávido, a pie firme, pero si viene con sus satélites, si llega imponente, deslumbrador, terrible y me sobrecoge el miedo ante su asombrosa presencia, entonces no queda de mi si no un esclavo fugitivo que se ha topado con su amo. En cambio, si no me inspira temor alguno, libre soy y sin mas dueño que mi mismo.”

A través del siguiente pasaje que nos muestra Epícteto en una de sus máximas, es posible extraer varias ideas. Cuanto más se encuentra el individuo en el mundo, como en una realidad de la cual se sabe y se siente que forma parte, más perdido, más solo, más propenso a actuar, no puede solo estarce a la espera de que alguien más le dicte el camino que ha de tomar; cuando su razón ya no es la guía que lo arroja de un camino a otro, necesita algo mas, que no viene dado por solo un agente igual a él, porque no es solo un hombre de carne y hueso al que le teme ni quien finalmente le obligará a dirigirse de tal o cual manera, este es solo un satélite más, sin embargo es consigo mismo con quien se encuentra, con sus pasiones, que son en definitiva quienes lo harán percatarse de que todo cuanto esta alrededor no parece tan de suyo. En el fondo lo que nos intenta mostrar el estoico es que precisamente está en cada uno de nosotros el temor, pero también la voluntad. Como bien nos dice: “no es quien te injuria, ni quien te pega, quienes te maltratan, si no la opinión que de ellos tienes, que te hace mirarlos como enemigos”. Estas opiniones no están en otro individuo, si no nuestro ser mismo, el que a través de su propia imaginación construye sus propios Cesar y sus propios monstruos, esos que en definitiva lo alejan de lo que depende de sí, y en esta medida de lo que puede soportar y de aquello que en última instancia le ocasiona el sufrimiento y lo aleja de su “apatía”, imposibilitando rozar la anhelada felicidad.

Son pues, las opiniones aprehendidas y la imaginación mal dirigidas quienes terminan siendo su amo, lo que le impulsará a ir de su pensamiento a la acción. Pero vale recordar que es la voluntad quien rescatará al sujeto de este esclavitud autárquica, en su voluntad es donde reside la capacidad para retomar el camino de vuelta a la verdad y a su ser. Dirigiéndose en la vida con precaución y confianza, y ambas unidas tomando la primera para aquellas cosas que dependen de nosotros y manteniendo la confianza para las que no.

De esta forma el estoico nos enseña a encausar los deseos, a colocar en un cuadro de vida por así decir, lo que depende y no depende de cada quien, a liberarnos de las opiniones y emprender mas bien el camino de la verdad. Entre las cosas que dependen de nosotros incluyen (opiniones, inclinaciones, deseos y aversiones), entre las que no dependen de la propia acción (cuerpo, bienes, reputación y honra). En un pensamiento contemporáneo se podría sostener que esto no es aplicable, ¿cómo se llega a ser un gran empresario si no es a través de su propia preparación?, y así con muchos otros ejemplos, parece contrario a todo aquello que se enseña desde etapas tempranas de la educación actual, “ser doctor depende de tu esfuerzo y dedicación”; y sí, es aceptable en un sentido, pero no es precisamente éste el propósito que persiguen las máximas estoicas. Pues no depende de nosotros en principio, nacer en la familia que nos toque, tener los bienes y las posibilidades en las cuales estamos, y cuando el deseo y la esperanza están mas allá de todo presente y realidad existente de la forma materialista estoica, el deseo se ve frustrado y la esperanza es causa y efecto de si misma, resultando solo en frustración e individuos insatisfechos. Si, por el contrario, se toma lo que se tiene y se alegra el alma, deseando las cosas como suceden, se prosperará siempre. Parece muy sencillo aunque un tanto ilusorio, pero hay que recordar que a este argumento subyace la noción de voluntad. Si bien este cuerpo y estos honores no dependen de ti, la voluntad de hacer, si. Es en esta medida como se es médico, general, filósofo, sabiendo desear y tomando las cosas como existentes y no como objetos de la imaginación.

El objetivo no se vislumbra fácilmente, “¿Se llega a las alturas por el llano?”, y pretender colocar todas las jugadas de la vida en este tablero se torna aparentemente imposible, sin embargo es una herramienta, cuando una vez colocados se observan los resultados y el manual estoico ya no se presenta como un tratado de metafísica o una libreta de autoayuda en términos de hoy. En todo caso no se pierde nada, si se busca en si mismo la manera de actuar, sin embargo cuando se intenta movilizar piezas externas es mucho lo que puede decepcionar.

Otros argumentos al respecto mencionan, “la posesión de todo lo que llega de afuera es inestable y escurridizo”, [4]“Los ricos perdieron su patrimonio; los libidinosos sus amores, los ambiciosos la curia, el foro y los lugares destinados al ejercicio público de sus vicios; los prestamistas, perdieron documentos con que la avaricia con falsa alegría, imaginaba riquezas, yo, en cambio, tengo todo incólume e intacto”. Si bien no parece agraviante rechazar un premio, o contentarse con la adquisición de un bien material, estos solo confieren alegrías momentáneas, se van de las manos como polvo y con su partida solo dejan desdicha, pues con la presencia se satisface el deseo momentáneamente en la medida que está dando paso a uno nuevo, creando el inconformismo del que tantos son presa, se va de la satisfacción de algo, al deseo de algo más y con este proceder nunca se estará completamente satisfecho, solo genera carencia en la medida que no puede obtener todo lo que su imaginación, opinión y finalmente esperanza le presentan como un objeto valioso. Lo que se muestra es que en definitiva lo que se posee es a si mismo, no en tanto egoísmo, si no en tanto que objeto de voluntad, por ello el materialismo voluntario, lo que se quiere y se tiene es lo real, pero a partir de la dirección de su voluntad, que es quien le acompaña por siempre y no se escurre en el tiempo ni en los cambios que no dependen de él. Puede obtener un auto nuevo y con un desastre natural por ejemplo, perderlo, y así con todo cuanto se piensa “esto es mío”, ¡claro!, un documento alegra el día cuando da poder , más poder, más honorable, más respetado, mayor capacidad de ostentación sobre otros, pero que tal si de un día para otro, como ocurre con tantas cosas en este mundo cambiante, le quitasen todo cuanto “cree tener” de esta manera, y queda solo con su vestimenta; se encontrará en un mundo que le es extraño vivir y su vida cambia de sentido, es posible que ante un individuo como éste, que no ha cultivado su virtud, no encuentre fácilmente el camino de vuelta a casa.

El único verdadero bien, dirán los estoicos, es la virtud. [5]“Quien es prudente es también temperante, quien es temperante es asimismo constante; quien es constante es también imperturbable, quien es imperturbable esta exento de tristeza; quien esta exento de tristeza es feliz; y la prudencia basta para hacer la vida venturosa”. Colocando como principal virtud en este caso a la prudencia pero en muchos otros a la honestidad, ambas buscando la “apatía”, que conduce al sabio a la felicidad. En la medida que se es prudente, puede escoger bien sus deseos y tener las riendas de sus pasiones, igualmente será constante, pues mantendrá un estado sereno, no se disgustará ni alegrará en demasía. “Yo temo que las costumbre, que da estabilidad a las cosas, afiance en mi este defecto: el trato prolongado con el bien como con el mal, se convierte en apego”.

Pero la felicidad parece lo bastante pesada como para ser sostenida solo por la virtud, que también se perfila muy lejana, nos vemos tentados a una propuesta que se puede saborear mas de cerca, la de Epicuro: “Se es feliz con la virtud, mas que ella no basta para hacer la vida venturosa, porque lo que hace feliz es el placer del alma, que proviene, ciertamente de la virtud, pero que no es la virtud misma. La virtud no existe nunca sin el placer”. Parece más sencillo acogerse a esta tesis en los tiempos de hoy, pues la noción de virtud se aproxima, pero como algo en desuso, sin embargo el placer epicureo, penetra los sentidos rápidamente y convence que ciertamente el sujeto es un esclavo, sí, de sus pasiones, y de alguna forma esto no podría ser tan malo.

Pero retomando el argumento estoico, mientras las pasiones como bien dicen, dependen de nosotros y ellas también acercan al placer, sería un asunto de justamente revisar en ellas, pero intentando pasarlas a través del tamiz de la razón, para actuar de tal forma, que la virtud no se encuentre comprometida ante el placer. ¿Es posible sostener ambas nociones sin que una opaque a la otra?, así parece. Pues se hace evidente que no se pueden solo extirpar los placeres humanos, pues en la búsqueda de la felicidad es necesario, (y que alegría que así sea), atravesar muchos senderos placenteros, ¿acaso la tranquilidad, la “apatía”, no es también un placer?, sentirse sereno, libre de sufrimiento y al mismo tiempo virtuoso, pues quien alcanza tranquilidad, es precisamente el que ha sido y es honesto, constante, prudente, de otra manera sería imposible contagiar de paz el alma. Así pues, el estoico nos invita a ser virtuosos, escogiendo bien nuestros deseos y alejándonos de lo incierto, aceptar lo que proviene de lo real. Es una postura donde el papel del sujeto se presenta como individuo que tiene la realidad en sus manos, en su cuerpo todo, en su presente, en su Ser. Lo imaginario, lo opinado, los bienes externos, poco o nada importan cuando de alcanzar la felicidad y la virtud se trata. “No existe felicidad, sin verdad y juicio correcto”.

La felicidad y el amor, esperan o desesperan
“Toda nuestra felicidad y toda nuestra miseria dependen de una sola cosa: del objeto al que amamos”
Spinoza



Comte Sponville, en “la felicidad desesperadamente” hace un recorrido desde la antigua filosofía griega, hasta su visión contemporánea, sobre el tema de la felicidad, mostrando como la idea platónica y socrática, hoy día enseñan otro rostro. Ellos sostenían que el amor es deseo, pero en esta medida también es carencia, pues se desea lo que no se tiene, y en tanto que no se obtiene solo trae consigo frustración.

Los griegos utilizaron tres palabras diferentes, para designar amores diferentes: eros, philia y ágape. Eros, el amor según Platón: “lo que no tenemos, lo que no somos, lo que nos falta, he aquí los objetos del deseo y el amor”. Según Comte, es el más fácil, el más violento y es el secreto de la religión (Dios es lo que falta absolutamente). En cuanto a las parejas, se necesita amar lo que no se tiene, o tener lo que ya no se ama y aburrirse, lo que trae solo el aburrimiento y el sufrimiento de las parejas y en este sentido no habría amor (Eros) dichoso.

Philia, es el amor según Aristóteles (Amar es alegrarse y querer el bien de aquel que se ama), y el secreto de la felicidad. No es un amor necesariamente carente, si no por el contrario, se ama lo que se tiene y lo que se quiere y con ello hay gozo y alegría. Es un amor de la acción y que se comparte. Hay placer en el coito y finalmente, no hay amor, como (philia), que sea desdichado.

Ágape, neologismo formado a partir del griego (agapan: amar), traducido generalmente por caridad, se trata de amor al prójimo. Amor hacia aquel que no nos falta ni nos hace el bien, pero que esta ahí, un amor liberado de egoísmo y es la que mas se menciona con respecto al amor a Dios.

Comte menciona, que estos amores son todos momentos de un mismo proceso, de vivir, y que no debe excluirse uno de otro. Eros esta primero, siempre; Ágape es el fin y Philia es el camino o el gozo como camino. Pero, ¿y la felicidad, en que parte del camino se ha extraviado?, en todo caso, parece oportuno mantener el deseo como premisa, como menciona Kant “en cualquiera, ser feliz es tener lo que se desea, pero que la felicidad, es un ideal, no de la razón si no de la imaginación”. De esta forma se puede ser feliz obteniendo al menos una buena parte de aquello que se desea, pero no brinda optimismo veraz este argumento. Sigue quedando carencia. Pero de otro lado, si el deseo es satisfecho, ya no hay carencia ni sufrimiento, pero tampoco se obtiene la felicidad si ya cesó el deseo. Entonces, ¿qué queda en todo esto?, aburrimiento y la aparición de un nuevo deseo. Es el mundo actual y el mundo de la vanidad. Concatenando la idea con la tesis del momento presente y llevándola al ámbito de la acción, Sponville propone un nuevo camino y realiza una revisión del concepto de esperanza. Ante la interrogante: ¿Cómo evitar este ciclo de la frustración y el aburrimiento, de la esperanza y la decepción?, surgen varias posibles estrategias:

-Fingir: el olvido, la diversión. Fingir que se es feliz, que no esta aburrido y que no morirá jamás. Estrategia por demás no filosófica, en tanto que se basa en la mentira, y la filosofía se trata por el contrario de una búsqueda de la verdad.

-“la huida hacia adelante”: ir de esperanza en esperanza, como los apostadores, cuando se percatan de que han perdido, solo mantienen la esperanza de que en la próxima oportunidad, podrían ganar. Esta posición es antifilosófica, de igual forma, se basa en un futuro incierto y nada más lejos de la postura estoica, puesto que ven como existentes, procesos azarosos, que evidentemente contradicen la máxima del conocimiento de las cosas que dependen y no dependen del individuo.

-El Salto: estrategia que prolonga la anterior, pero ahora se trata ir tras una esperanza absoluta, esto es, asunto religioso, que no se considera susceptible de ser defraudada. Esperar la felicidad después de la muerte. Pero esta postura se sostiene en la fe, estar dispuesto a jugar la propia existencia bajo la gran esperanza, de esta forma se estaría alejando en demasía de lo mas verosímil, verdadero, lo mas existente, lo mas real.

Ante estas opciones que aun no presentan una salida, que sostenga de un lado los fines, por así decir, filosóficos, la búsqueda de la felicidad, pero acompañada de sabiduría y con ello, de veracidad; el autor se plantea un nuevo camino al que denomina la “felicidad desesperada”. Donde por un lado menciona que Platón se equivoca, al pretender que todos nuestros deseos se enmarcan en aquello que carecemos, pues en muchos casos deseamos lo que queremos y de hecho lo obtenemos, tal es el caso, de desear a la persona que se ama y de poseerla, “¡que bueno es hacer el amor cuando apetece, con la persona que apetece, y tanto mas cuanto que no falta, que esta aquí, al contrario, que se da, maravillosamente ofrecida, maravillosamente disponible”.

Sostiene que él y otros autores confunden el deseo con la esperanza. Y luego desear lo que se hace en el aquí y el ahora, hacer lo que se desea, esto es la voluntad. Es ella la que vale, una vez mas al estilo estoico, es la voluntad o el deseo voluntario y voluntarioso lo que nos debe impulsar y no las esperanzas imaginarias.

La esperanza se define como: “un deseo que ignora si es o si será satisfecho. Desear sin gozar. Desear sin saber”. Los estoicos nos dirán: “una esperanza es un deseo cuya satisfacción no depende de nosotros; a diferencia de la voluntad, la cual al contrario, es un deseo cuya satisfacción si depende de nosotros”. Y la lección que recoge ambas visiones es la siguiente: “queremos siempre lo que hacemos y hacemos siempre lo que queremos, no siempre lo que deseamos o lo que esperamos”.

Habiendo encontrado en este punto la confluencia de las nociones de voluntad, deseo, amor y felicidad en ambas visiones tanto estoicas, como la de Comte, nos permite avanzar un paso más para introducir la noción de fidelidad en el marco de esta discusión.


La fidelidad: ¿Un valor imposible?

“Como brilla el oro ante los ojos del cuerpo, así brilla la fidelidad ante los ojos del corazón”
San Agustín, Sermon 9, 16.


Se define como constancia, lealtad, gratitud, estando abocadas hacia el futuro como hacia el pasado. Comte menciona, que es una virtud de la memoria, pero también del compromiso, “es el recuerdo agradecido de lo que ha sucedido, acompañado por la voluntad de conservarlo, de protegerlo, de hacerlo durar, tanto como sea posible, en una palabra, de resistir al olvido, a la frivolidad e incluso al cansancio”. Este concepto se lleva a la práctica en materia amorosa cuando se trata de prometer exclusividad sexual, cuando ya forma parte de esto que subyace “amor”. Es un término que no debe confundirse ni con exclusividad ni con fe, la fe se funda en una ilusión o es una creencia, en tanto que la fidelidad ha de basarse en algo real, que viene dado por la propia relación que ha sido establecida por personas, existentes y enamoradas en acto.La fidelidad, menciona Comte, segun las palabras de Alain: “es la principal virtud del espíritu. Porque no hay espíritu sin memoria, y la memoria, sin embargo, no es suficiente: todavía es necesario proponerse no olvidar, no traicionar, no abandonar, no renunciar, y eso es la felicidad misma”.

Lipovetsky sostiene que la fidelidad se ha convertido en la virtud numero uno. Que hoy día hay lo que ha llamado, un elogio a la fidelidad, pero no por ella en sí, si no por el tiempo que dure, “la fidelidad posmoralista conjuga la vaga esperanza del siempre, con la conciencia lúcida de lo provisional”. El conflicto radica en el sentido que ha tomado hoy la fidelidad, no como una virtud sino como un correlato del amor, no se presenta como una exigencia virtuosa sino como una aspiración individualista de un amor sin mentiras.

Se intenta conjugar ambas visiones, pues esto plantea una paradoja en el interior del término y la actividad misma que supone ser fiel. De un lado se apuesta por el cambio, que nos viene además inyectado a través del consumo y la comunicación de masas, se crean nuevos términos y se vive en el mundo donde todo vale y se aparenta ser completamente libre, esta libertad intenta tomar el papel del “Eros”; por otro lado también se apuesta a la familia, a la vida en pareja y a crear una cierta intimidad al abrigo de esta misma contaminación. Cuando ya se ha estado, por así decir, de un lado de la isla; lo único que se quiere es cruzar al otro, el problema está, que cuando efectivamente lo hace y , aun vislumbra ruidos de lejos que podrían ser atractivos e impulsarlo a regresar.

Es en este punto de inflexión, donde la capacidad de ser feliz, el ansia de llevar una vida virtuosa y de otro lado mantener algún tipo de actitud estoica ante la vida, se vuelve la cara a esta aparente simple palabra, fidelidad. Que se presenta en las familias, el trabajo, los estudios, la religión y más que nada en la relación de parejas. La fidelidad supone ciertos valores, pero hoy día se ha vuelto tan subjetivo, que casi se puede hablar de un manual con diversos planes para ser fiel y cada cual tiene total libertad en escoger aquel que le parece más atractivo. En este sentido solo se observa como se aleja cada vez más de lo que es la sabiduría, la felicidad, en la medida que se desengancha de la noción de verdad, no es posible creer en varias verdades, el amor es esta verdad, aquí y ahora, es verdaderamente enamorarse.

El significado es aparentemente conocido y manejado por todos, en siglos pasados esta noción se mantenía en la medida que las normas jurídicas y las prácticas religiosas así lo imponían, pero en la actualidad el resultado es un tanto diferente. Ante la excesiva libertad para amar y ser amado, los nuevos caminos y la bandera activa del cambio; presentan ante los individuos una gama de opciones donde una vez visualizado el objetivo, la prima es “amarse libremente”, ya no con acuerdos solo de tipo jurídico, si no que la misma norma se establece al interior de la relación, donde la demanda de atención y cariños constantes la hacen un producto de la propia unión y no un compromiso adquirido desde fuera.

Desde el marco de la ley, como recuerda Cicerón: “el fundamento de la justicia es la fidelidad, es decir, la constancia y la verdad en lo dicho y en lo pactado”, también la religión hace sus pronunciaciones al respecto, por ejemplo, “Dad lo mismo que exigís”, predicaba San Agustín. [6]“Fidelidad al hombre. La fe nos enseña que el hombre es imagen y semejanza de Dios, lo cual significa que esta dotado de una inmensa dignidad. A este hombre, hijo de Dios, hemos de acogerlo, amarlo y ayudarlo”.

Así pues, se percata rápidamente, que entre las virtudes humanas, la fidelidad o lealtad, es entre todas la mas significativa, en tanto no solo involucra y crea un nexo entre nuestro verdadero ser y el de quienes nos rodean, pues establece un puente de honestidad y verdad entre el Yo y el mundo, además de constituir la realización del hombre en sí, es el propio camino, por así decir, que no admite titubeos, se es fiel o no se es.

Una mirada final

El objetivo es el mismo a través del recorrido que se ha realizado, alcanzar la felicidad, la “apatía”. Constituyéndose en una tarea en lo absoluto sencilla, aun más cuando no se cuenta con herramientas filosóficas, por así decir, en la medida de cultivar la razón, para en esta misma medida saber conducir las pasiones por el mejor rumbo y no dejar que ellas hagan de nuestro cuerpo su instrumento. Rescatar la visión estoica, en cuanto lo que depende y no depende de nosotros, se hace llamativo y hasta una posible solución ante muchas vicisitudes existenciales.

En este marco de la construcción de una vida virtuosa y feliz, nos encontramos pues con lo que puede significar la fidelidad. Pues se puede ser fiel a si mismo en la medida que empleamos el ya señalado manual estoico, prepara tu acción luego de haber razonado si eso depende de ti y luego actúa realmente. Pero cuando nos encontramos con el resto, se infringe un daño o simplemente, se piensa que se ha alcanzado alguna forma de felicidad, en tanto se siente alegre, rápidamente surge la necesidad y mágicamente la esperanza también se hace presente, ante la pretensión de que este amor y esta compañía duren para siempre. La vida se llena de alegría y placer, cuando al fin se tiene lo que se desea, es posible decirle al ser amado “me alegra que existas”, “te amo”, y de pronto nos sabemos enamorados en acto, nuestro Hegemonicon ha sido afectado y ha recibido el impacto de algo que le modifica, se esta enamorando, pero no ayer ni mañana, si no ahora: “Solo el presente existe”, decía Crisipo.

Comte brinda como solución y agregado al plan estoico, la estrategia de desesperar, dejar de esperar todo o lo que es lo mismo, no esperar nada, solo aceptar, esta tesis parece una rama más del plan. De esta forma se siente más cerca la posibilidad de atajar la felicidad. En la medida que no produzca angustia aquello que como no se ha esperado, no causará decepción. Así, es válido decirle al estoico, que podría incorporar el placer a la virtud, ellos lo tenían entre las pasiones, pues la consideraban como una debilidad y no como una fuerza. Pero a través de la visión contemporánea, es posible tomar el placer, como una pasión que es parte de nosotros también y que es precisamente la que impulsa a actuar, lo que enriquece y da valor a la voluntad. “El placer, el conocimiento y la acción, no necesitan para nada a la esperanza, y pueden, con su realidad, llegar a excluirla”.

Así pues, saber desear, escoger bien nuestros deseos, tomando como premisa lo que depende o no de nosotros. Viendo al otro, como eso: otro, no como un objeto del cual podemos ser su dueño, pues terminamos siendo el esclavo. Mientras se desee y se ame, sin ansias de apoderarse de ello, en sentido utilitarista, se estará más cerca de la felicidad, pues como también nos enseñan estos filósofos, lo real, es lo que existe, lo que es, dejando de esperar lo que no es y amando lo que es, nos libraremos de temor y el alma se estará alegrando.

Cuando se ama realmente, no hay espacio para la costumbre y el aburrimiento. La beatitud, como dice Spinoza, “es ese amor inesperado y verdadero, por lo tanto eterno: la verdad siempre lo es de lo real que conozco. Es el amor verdadero de lo verdadero”. Retomando la postura de Comte, parece oportuno concluir con la formula que recoge todas las concepciones: “lo contrario de esperar es conocer, actuar, amar. Esta es la única felicidad no fallida”. Las tres palabras que constituirían la receta en este movimiento y equilibrio de la llamada felicidad, parecen radicar en: aceptar, actuar y amar. De esta manera, deseando solo lo real, despejando los fantasmas que nuestra imaginación construye, acercándonos a la verdad, lo real, por definición, no faltará nunca, nunca escasea, es una alegría, en la medida que no carece de nada, no inspira miedo, inseguridad, al contrario, proporciona tranquilidad, así se esta cerca de la verdadera felicidad o esto que llamamos amor.


Notas:

[1] José Morales, Fidelidad, Ediciones Rial, 2004.
[2] A.C. Sponville, La fidelidad desesperadamente, Paidos, Barcelona, 2001, pag 14.
[3] Epícteto, Máximas de Epícteto, Losada, Buenos Aires 2007.
[4] Séneca, la constancia del sabio, la tranquilidad del alma, el ocio, Editorial Norma, Colombia, 1996.
[5] Séneca, Cartas morales II, Orbis, Barcelona, 1984.
[6] Juan Pablo II, Homilía en Mérida (Venezuela), 28-1-1985. Documentos internos de Opus Dei.




Bibliografia:

- Séneca, Séneca y sus Cartas Morales II, Ediciones Orbis, España 1984.
-Cicerón, Marco Tulio, Lelio. Sobre la Amistad, Equinoccio, Editorial de la Universidad Simón Bolívar, Costa Rica, 1982.
-Comte-Sponville Andre, Invitación a la filosofía, Editorial Paidos, España 2002.
-Comte-Sponville Andre, La felicidad Desesperadamente, Editorial Paidos, España 2000.
-Documentos internos de Opus Dei.
-Epíteto, Máximas de Epíteto, Ediciones Losada, Buenos Aires, 2007.
-Lipovetsky, Gilles, El Crepúsculo del deber, Editorial Anagrama, Barcelona, 1994.
-Morales, José, Fidelidad, Ediciones Rialp, 2004.
-Séneca, De la Cólera, Editorial Alianza, Madrid, 2004.
-Séneca, Séneca y sus Cartas Morales I, Ediciones Orbis, España 1984.





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