De la Tiranía y la política en Aristóteles (I)
David De los Reyes
“…no me gusta
realizar nada por la fuerza de la tiranía
y tampoco de
la fértil tierra tengan los malos
la misma parte que los buenos”
Solón
(cit. Aristóteles, Constitución de Atenas,
cap.12)
“Los conceptos
generales y la gran arrogancia
jamás
cesan de causar temibles desgracias”
Goethe
“En
verdad son aquellos hombres que guían la
acción de los demás con sus pensamientos
a quienes consideramos como los más activos entre los hombres de acción”.
T.
Gomperz
(Observación: esta es la primera parte
de una serie de cuatro artículos dedicados al tema en Aristóteles).
I
La política como ciencia práctica
En
la Etica a Nicómaco[1]
Aristóteles designaba a la política como la
primera de las ciencias, la más fundamental de todas ellas. Ello por ser
ésta la que debería contener y aplicar los fines y valores más elevados del hombre en relación con las demás
disciplinas, que vendrían a ser sólo medios para aquella. Aparte de las
ciencias teóricas, el estagirita distingue otras dos, las prácticas y las
productivas. La política pertenece a las ciencias prácticas, dentro de su
división del saber. Y de eso es lo que trataremos aquí, de cómo observa
Aristóteles el desarrollo, la evolución, el orden y la permanencia de la
tiranía en la Grecia que conoció y le tocó vivir en tanto política que se
presenta bajo la mirada de lo que llamó, como dijimos, la más fundamental de
las ciencias, la política, una ciencia práctica. Por ser la política considerara como un
conocimiento fundamental no estamos del todo de acuerdo cuando el
estudioso italiano G. Reale (1985:97)
afirma que las ciencias prácticas, como la ética y política son, dentro del sistema
aristotélico, jerárquicamente secundarias, inferiores a las primeras, en las que el saber son un fin
en sí mismas desde un punto de vista absoluto (la Metafísica, por ejemplo). Aunque
bien podemos suscribir su opinión al referir que las ciencias prácticas tienen
en consideración la conducta de los seres humanos; y estas son llamadas como filosofía de las cosas del hombre: disciplina que se encarga de abarcar la actividad moral de los hombres
considerados como individuos o como ciudadanos. Este saber práctico, que
incluye a la política, es una teoría del Estado, y en ella está presente todo
un desarrollo sobre la tiranía, que es nuestro tema en cuestión.
Podemos
comenzar observando que Aristóteles se diferencia de la concepción política platónica por desarrollar, en su análisis de la
estructura del Estado, una postura que bien se ha llamado de realista o, en términos más
contemporáneos, de Realpolitik. En ella podemos encontrar siempre el ingrediente ético
como una tonalidad que determina al conjunto de los elementos constitutivos de
toda organización estatal. A pesar de esta afirmación general encontramos una
opinión adversa en Reale (1985:123) pues afirma que Aristóteles está mucho más
cerca de Platón de lo que suele creerse habitualmente; el Estagirita se limita
a criticar y rechazar ciertos aspectos
aberrantes de la República
platónica, pero no su ideal de fondo.
Tomando en cuenta dichas palabras podemos complementar que respecto al
Estado ideal Aristóteles es enteramente platónico al identificar el fin del Estado con el fin ético del
individuo. El mejor estado es el que asegura a sus ciudadanos la mejor
vida (aristos bios). Sin embargo el
Estagirita no subordina el Estado al
bienestar del individuo, como lo haría un liberal, sino que deriva, al igual
que Platón, de las categorías para
juzgar del valor del Estado de las normas éticas que aplica al alma del
individuo.
“Decir que la vida mejor del estado y del individuo es una y la misma, no significa para él que las cosas vayan bien en el Estado si todos se alimentan bien y se sienten a gusto, sino que el valor espiritual y moral del Estado está basado en los ciudadanos. Su fuente última es el alma estimativa del individuo. A la inversa, el más alto concepto ético a que llega esta alma es el estado, para el cual está predispuesta el hombre por naturaleza” (Jaeger, 1983:316).
Tal condición ética nos lleva a absorber una
acústica política circular: el mejor Estado es aquel que, a través de la
educación, inculca la virtud a sus ciudadanos y, por ende, requiere que sus
gobernantes sean virtuosos[2].
Este pharmacón político-pedagógico pretende detener lo que
siempre mayormente ocurre, que todo Estado siempre posee un porcentaje de
perversión o corrupción y sólo por sus gobernados constituir un conjunto ético
cohesionado, puede sostener una presión pública para frenar la perversión en la
conducta del legislador y sus acólitos de turno. Hay una exigencia ante el
sujeto político común y es que se forme en él mismo una moralidad mediante la paidea (educación), para que el Estado se mantenga dentro del cerco
de los fines morales del bien común. El
libro VIII de su Política nos
demuestra lo importante de la educación para tales logros.
Encontramos
que la visión política aristotélica está asentada en la formación de caballeros
cultos, lo cual está representado en su época por la mentalidad aristocrática
que reflejaba un amor por el saber y las
artes, es decir, por una educación o formación centrada en una cultura de
élite. Tal mentalidad desapareció del poder con Pericles. El populacho inundó
el gobierno instigado por una oligarquía demagógica; eran hombres que no tenían
ninguna preocupación por la cultura, que sólo defenderán la vida material y la
defensa de la riqueza, propia del privilegio oligárquico; todo conseguido
mediante la traición, el asesinato, el despotismo ilegal, es decir, métodos
pocos caballerescos, al decir de Russell (1973:175). Los hombres de mérito tuvieron que
defender sus privilegios frente al
populacho y en ese proceso dejaron de ser cultos y caballeros. Nuestra época no contempla una educación para
la meritocracia; una educación popular
lo única que otorga a sus favorecidos es enseñar, y hoy a duras penas, a leer y
a escribir, pero no confiere cultura; esta educación es propia para el
surgimiento de la demagogia al practicar un tipo de propaganda que puede
llevar, la más de las veces disfrazada de democracias populares, a una
dictadura.
La
presentación de lo político en Aristóteles está interesada en mostrar los matices de la estructura sociológica del Estado
existente, lo cual lo hará distinto, por ejemplo, a Hegel, que
concentra su reflexión política en mostrar a esa entidad como
realidad orgánica de la Idea Moral (el
Estado es el reino de la eticidad).
Advierte que más que construir una constitución (politeiai) ideal
mejor será en plantearse y en practicar una constitución posible, en función de las circunstancias reales, en
los eventos y dinámica social a los que
la política, en concreto, debe encaminarse, realizándose en el aquí y ahora, hic et nunc, al conocer lo geográfico e histórico de dicho Estado. En
esto, como hemos dicho y notamos antes, se aleja (y critica), la visión
platónica de República. Aristóteles
está claro al declarar que:
“La virtud y la razón no se hallan cómodas sobre los tronos; los poderosos sólo necesitan dos clases de acólitos: instrumentos sin escrúpulos y gente sociable divertida” (podríamos decir, aduladores, asesinos y bufones); “los particulares no son inferiores, sino superiores en la honestidad a los príncipes, (Etic. Nic. VIII, 7, 1158ª).
Aristóteles
no especifica en su Ética a Nicómaco si
estos hombres de poder son reyes, príncipes o tiranos, no se aclara cuál es el
origen de su poder, sino que pareciera ser que todo poder político,
independiente de cuál sea su origen,
decantará en tal situación. El verdadero rey será un ser excepcional si
existe, una especie de seres en que pareciera ser el favorito de los dioses (si
es que estos existieran, podemos agregar). En el fondo su papel estaría en
cuidar de los derechos de los propietarios a la par de los de la masa, con el fin de que estos últimos no
sufran ofensa ni injusticia, como los en
los primeros perjurio.
Es
interesante cómo Hannah Arendt
(1972:153) nos presenta su
interpretación de la Política en
función del modelo dialéctico gobernante-gobernados o dirigentes-dirigidos, en
relación a la razón, como instrumento político por excelencia para establecer
una justicia de Estado, alejada de toda dictadura o tiranía; nos da a entender
que:
“En Aristóteles, luego de Platón, encontramos la segunda tentativa de establecer un concepto de autoridad en términos de dirigentes y dirigidos. Su postura tiene una aproximación distinta. Para él la razón no tiene ninguna relación ni características fundamentales con la dictadura y la tiranía, no hay ningún rey-filósofo que pueda reglamentar de una vez por todas los asuntos humanos. Su razón política la piensa en función de que todo cuerpo político está compuesto por aquellos que gobiernan y aquellos otros que son gobernados, lo cual no deriva a una superioridad del especialista sobre el profano. Aristóteles sería el primero en hacer un llamado a fin de establecer la dominación en la manipulación de los asuntos humanos, a la naturaleza que ha instituido la diferencia entre los jóvenes y los viejos, destinando los unos a gobernar y los otros a ser gobernados (Pol., 1332 b 12 y 1332b 36; las distinción entre mayores de edad y jóvenes está en Platón, República, 412, Leyes, 690 y 714).
Animal
político (zoon politikon) califica Aristóteles
al hombre y ello quiere decir que es un ser gregario en función de la utilidad,
facilidad y la justicia que obtiene al vivir en grupo con sus semejantes y no
aisladamente. Por esta cualidad llega a tener conciencia moral de no aceptar vivir de cualquier modo o como le ordenen sino
en buscar la mayor perfección dentro del conjunto, el cual no debe tratar sólo
vivir por vivir sino de vivir bien. Vivir bien debe ser la condición y finalidad ética a la que deba
tender el conjunto y gobierno de la ciudad (polis)[3] en
la que habitamos; el vivir feliz y virtuoso estará emparentado con ese vivir bien. Los griegos no acertaban
comprender al hombre en estado de aislamiento sino como un ente social que va a
estar, en primera instancia, encuadrado dentro de la familia y sometido al
régimen de la casa u hogar (oikos),
espacio político primario o principal; esta agrupación y su actividad Aristóteles
la desarrollará como economía, la
cual trata sobre lo requerido para el sobrevivir y prever lo necesario de todo
grupo familiar griego. Pero de esta
situación común, de esta economía
familiar, también encontramos una reflexión ética que versa sobre el bien particular del individuo,
orientando su conducta para obtener su perfección y felicidad. Y la ética deberá estar, en parte, subordinada a la
política; motivado por ésta realidad citadina, y su convivencia, dependerá la
forja y constitución del carácter (ethos) de los individuos que la
conforman. Ha determinado sistema político, determinada condición del
hombre ético. Gomperz (2000:330), afirma que para el
estagirita toda conducta de vida
debía ser normada y dirigida, al igual que la educación, por la autoridad
política. Y le era ajena la idea de la
libertad individual, incluso la de errar.
Esto
nos revela que la ética, en tanto objeto de estudio, tiene una función
práctica, más que ser una teoría científica o filosofía, como lo advierte
Guthrie (1953:146), pues lo que
proponemos con él es hacer mejores a los hombres y sus acciones, entonces ex hipothesi, el material de nuestro
estudio tiene que ser variable. Podemos entender en las palabras de este
estudioso, que para Aristóteles, si bien la verdad y el conocimiento deben
estar separados del dominio de lo contingente, es coherente en su sistema que
afirme que la ética no es una parte de
la filosofía, pues su objeto está sometida a lo contingente a lo mudable, es
decir, a la acción del hombre individual dentro del conjunto político al cual
pertenece, a una práctica en la que desenvuelve su buen vivir. La ética vendrá
a ofrecer algunas reglas prácticas que, habiendo sido alcanzadas empíricamente,
probablemente resultarían operantes (idem). Por tanto, la política está impulsada por un sentido del
deber o de la virtud, principios que vienen a cristalizarse en acciones prácticas;
las especulaciones políticas del filósofo no podían proseguirse si su existencia corporal se desenvolvía en una comunidad mal gobernada
y de individuos indisciplinados. El estudio de la política debe separarse de la
reclusión del laboratorio teórico y adentrarse en el magma de la vida social
práctica, para luego enseñar cómo puede
aplicarse la razón social en las
cuestiones prácticas. Guthrie (idem: 148) advierte que en Aristóteles se pueden advertir dos clases de virtud (areté), una intelectual y otra moral, dedicándose en la Política, gracias a una sabiduría
práctica, en cómo se puede obtener un
individuo moral dentro de una organización social en función del bien común. Reale (1985:113) nos
advierte que el bien particular del individuo y el bien del Estado tienen la
misma naturaleza (ya que ambos consisten en la virtud). Y respecto a las
tendencias de las escuelas socráticas menores (como los cínicos, los
escépticos, los pitagóricos), que se retiran de la vida política de la polis al
no encontrarse con una real libertad establecida en la realidad política, asumen a la filosofía como una forma de vida
separada de lo político; ante ello podemos reflexionar en torno a lo dicho por
Jaeger (1983:323) en que:
“El ilimitado individualismo del platonismo a ultranza, que prefiere la libertad absoluta a tomar parte en un estado despótico, y no desea ni gobernar ni ser gobernado, es en verdad éticamente mejor que el ideal de poder del estado moderno, dice Aristóteles, pero el gobierno no es necesariamente despótico, y un gran número de hombres han nacido para ser súbditos”.
Los
hombres por mímesis deben seguir al hombre de sabiduría práctica porque de esta
manera podrán lograr ser virtuoso al
ejecutar repetidamente los actos justos
que afectarán al alma, creando una costumbre o estado virtuoso de ser y una
concordia ciudadana; la costumbre o
los hábitos pueden llevarnos a
alcanzar ciertos grados de perfección; el animal político no es un individuo
que busca el retiro y en vivir en un aislamiento filosófico sino que debe sumergirse en los negocios prácticos
de la vida pública, aprendiendo por experiencia cómo tratar, relacionarme,
convivir con mis conciudadanos.
Para
Aristóteles toda comunidad política no es un pacto artificial, como proponen sofistas como Nicofron (Pol.,
1280), o Trasímaco sino una relación natural;
para ambos sofistas tanto la ley, como el Estado, son sólo un producto de una
convención, de ser restricciones a la libertad del individuo impuestas por sus
amos o aceptadas por él meramente como protección tanto a su persona como a sus familiares y
propiedades, (Roos, 1957:340). Aquí natural[4]
querrá significar para Aristóteles que
toda comunidad brota o surge necesariamente de una inclinación de la misma
naturaleza humana, de la unión entre individuos y su condición de vivir gregariamente,
situación en la que el Estado no se interpreta como una limitación a la
libertad sino un medio para lograrla. Y es natural
porque todo hombre, para Aristóteles, tiene una tendencia innata a lograr su
propia perfección, la cual consiste en el bien y la felicidad individual. Este
logro no se obtiene aisladamente y en soledad; en el aislamiento no puede bastarse completamente a mí mismo.
Requiere la agrupación con sus semejantes. Requiere de la familia, compuesta de
un hombre, una mujer, hijos, esclavos, una casa y un buey para arar. Aquí notamos
que nuestro autor advierte que el varón tiene autoridad real sobre sus hijos y
esclavos, un tipo de mando que puede ser semejante al tirano o monárquico
(palabra que indistintamente se utilizaba para el gobierno donde manda sólo uno), pues el hombre mayor de la
familia vendrá a ejercer el mando de manera unilateral frente a los hijos y a
los esclavos; ante la mujer tendrá una relación de reciprocidad democrática. Su
concepción es contraria a la visión platónico del conocimiento de la idea del bien:
"…el bien supremo del hombre no puede ser tampoco lo que Platón y los platónicos han señalado como tal, es decir, la idea del bien, o sea, el bien en sí trascendente, porque, en tal caso, es evidente que el hombre no lo podría realizar ni alcanzar. Por tanto, no puede tratarse de un bien trascendente, pero si de un bien inmanente, no de un bien realizado ya de una vez por todas, sino de un bien realizable y actuable por el hombre y para el hombre” (Reale, 1985:98).
Aristóteles
está convencido de la necesidad de que los ciudadanos se sometan a una tutela
bien estricta por parte del Estado (Gomperz, 2000:357). No tiene mucho interés
en mantener intacta la individualidad de
los ciudadanos y promover un desarrollo más profundo. Pareciera que se hubiera olvidado de lo dicho
por Pericles en su Oración Fúnebre
(Tucídides) del programa de libertad individual. No ve al Estado como un
mal que es preciso reducir a los más
estrechos límites posibles, cuya acción
debería estar determinada por la necesidad y con miras a una existencia
funcional en la medida que da soluciones a una colectividad; su misión estaría
centrado en garantizar la seguridad, la protección legal y la defensa contra
cualquier enemigo exterior. Observa a la ley como una convención que no es
capaz de hacer buenos y justos a los ciudadanos (Pol. III, 9,
1280b). La ley no tiene justificación ante ciudadanos incultos, de ahí que para
Aristóteles el Estado es ante todo y en
primer término una institución educacional (Gomperz, 2000:359); en esto se
centra su propuesta, más que una asociación
con miras a la guerra o al
comercio, como tampoco a establecer una sociedad con fines de lucro o una mera
institución dirigida a mantener la
seguridad.
Podemos
agregar que el texto de La Política
de Aristóteles es a la vez interesante e
importante: interesante, por mostrar los prejuicios corrientes de los griegos
instruidos de su tiempo, e importante como fuente de múltiples principios que
permanecieron influyentes hasta la Edad Media (Russell, 1973:169).
II
El buen vivir de la ciudad
De
los grupos familiares (oikos)
surgirán las comunidades (kóme) y del
agrupamiento de estas se constituyen las ciudades (polis). Como vemos, los elementos atómicos constitutivos de la
ciudad, que es un todo sustancial, son las comunidades, las familias y los
individuos. Para Aristóteles, a pesar de la crisis que ya vivía en su época la
ciudad como modelo de organización política autónoma, siguió siendo la forma
más perfecta de sociedad. Su ciencia política no rebasa el modelo arcaico de
ciudad, cuando -ya para su época-, está
atravesando un largo proceso de disolución
que arranca desde las Guerras Médicas, que continúan con las del
Peloponeso y culmina con las
extraordinarias campañas de conquista de su discípulo Alejandro (quien nunca
compartió el ideal político de su maestro, aunque sí el superior sentido de la
cultura griega en relación a la de otros pueblos, y que implantó en todo
territorio donde dominó), abriendo el camino al cosmopolitismo[5].
La ciudad perfecta (ariste politeia) nos
lleva a girar la mirada al pasado, separándose del horizonte que se le
aproximaba augurando su destrucción de conjunto autónomo social; destrucción de
esa unidad compacta de la polis, modelo
político en que podían los hombres participar activamente en los asuntos de la
ciudad, sustituyéndolo con la idea de un gran reino que incluyese a todo el
mundo conocido de entonces[6]. Russell (1973:169), también refiere a ese
dejar pasar por alto aristotélicos de las conquistas de Alejandro y el campo
experimental que fueron las ciudades
griegas:
“No hay ninguna mención de Alejandro, y ni siquiera la más leve percepción de la más completa transformación que aquel estaba efectuando en el mundo. Toda la discusión se refiere a los Estados ciudades, y no hay ninguna previsión de su decadencia. Grecia, debido a su división en ciudades independientes, fue un laboratorio de experimentación política".
La ciudad se conoce por ser una comunidad política (kononía politiké) (Pol. I, 1252ª), es decir, una asociación compuesta de hombres. Pero no toda asociación es una ciudad; no basta la simple convivencia; ni una comunidad de lugar. Es una organización social humana y se distingue por ser una entidad no estática sino dinámica que persigue un fin determinado. El fin de la ciudad es la que define su existencia en movimiento y el tipo de construcción dentro de sus límites. Se debe determinar primeramente con qué fin se constituye una ciudad (Pol. III 6, 1278b). Ese fin no es sino el bien que, como hemos dicho antes, es lo que siempre los hombres persiguen con sus actos, actúan mirando a lo que les parece bueno: este bien es, en cierto sentido, la felicidad citadina que aspira a vivir y obrar bien; el requisito previo de la felicidad está en comprenderla como actividad (energeia), de un hombre en cuanto tal (Guthrie, 1953:148). O desde el punto individual podemos incorporar el señalamiento que hace Reale (1985:98):
"El bien del hombre se presenta en la obra que él y sólo él sabe desarrollar, en el sentido que el bien de cada cosa es el obrar peculiar de cada una: la obra del ojo, ver: la del oído, oír, etc. No escapa hermanar al bien con la razón y la actividad del alma según la razón. El bien es obra, actividad de la razón, explicación y actuación perfecta de esa actividad. Ello decanta en virtud humana lo cual tiende a obtener la felicidad".
Este
concepto de bien público para Aristóteles tiene un significado distinto para el
vulgo y para el sabio, tal distinción deriva de la condición de la ciencia suprema que es la ciencia
política, la cual abraza, como ya dijimos, en su fin los otros fines diversos de las
demás ciencias, siendo el de la política el verdadero
bien, el bien supremo del hombre (E.N. I, 2,1094b). Y advertirá que la
ciudad mejor es, a la vez, feliz y próspera. Imposible que esto aparezca si los
hombres que la componen no poseen cierto grado de virtud (inteligencia
mesurada, educación y sentido de perfección), que obran
bien, y no hay obra buena, ni del individuo ni de la ciudad, fuera de la virtud
y la prudencia. El mismo bien compartirán tanto los individuos como la
ciudad en general (Pol. VII, 1323b/ 1325b). El hombre es por naturaleza un animal político (ántropos fusei politikón zóon) que se
une a los otros por la utilidad común (koinon sunpheron sumágei), en la medida
que cada uno constituye una de las partes del bienestar común, el cual es el fin principal. Vivir de esta manera es,
simplemente, un bien. Aunque ello se complementa en la medida que cada quien
persiga conseguir riquezas materiales y espirituales, intercambio comercial,
contratos, ayuda mutua y alianzas militares con el fin de defenderse contra la
injusticia de los enemigos de dicho orden social. Por ello que esta sociedad
política tiene como fin no cualquier bien sino, como dijimos, el vivir bien. En
Aristóteles este vivir bien no refiere a
una abundancia de bienes materiales sino una vida conforme a la virtud,
principalmente al de la justicia, principio
fundamental de toda comunidad política. Aquí encontramos cómo la ética
es determinante del fin último de lo político.
La
concepción de la felicidad ciudadana no
está separada de constituir una comunidad de hombres libres. La felicidad deriva en que los hombres tengan la
capacidad de elegir su mejor vida, cosa que no pueden hacer ni los animales ni
los esclavos. De esto deriva la
preocupación por estructurar su vida en torno a la virtud; la ley por sí misma, como ya advertimos, no hará buenos a los
hombres sin actuar bajo esa condición moral que impregne al conjunto social. La ciudad es una comunidad de familias y de
aldeas en una vida perfecta y suficiente, y ésta es, a nuestro juicio, la vida
feliz y buena (Pol, III, 1281ª). Lo que da la mejor vida no es la simple
convivencia sino el conjunto de acciones
buenas que buscan ser perfectas y suficiente para obtener esa vida feliz.
Encontramos que la política se subordina a la ética, sin esta aquella no
lograría su fin supremo, el de constituir una ciudad feliz y próspera. La
ciudad es una comunidad de hombres libres que orientan sus acciones a vivir
bien, es decir, conforme a la virtud.
Una
ciudad real es diversa respecto a
los que la componen, como lo es el alma del cuerpo, el alma intelectiva de la
sensitiva, en el hogar la condición del varón de la hembra, y en la propiedad
la del amo respecto al esclavo. Siendo la ciudad constituida por todos estos
elementos, además de otros de diferente especie a los nombrados antes. Por lo
tanto concluye que no hay una sola virtud necesariamente en todos los
ciudadanos, como no es la
misma, en un coro, la habilidad de un corifeo
y la de uno de sus acompañantes, (ibid: 1277ª/5s).
Otros
señalamientos de la ciudad perfecta de Aristóteles es que no debe ser ni muy
grande ni muy pequeña territorialmente, que
pueda ser abarcada con la vista; con recursos suficientes para producir y
bastarse a sí misma (ser autónoma hasta donde se lo permita), estar bien
orientada en relación a los vientos y bien emplazada, próxima al mar; poseer un
territorio suficiente para que la propiedad pueda ser dividida y así multiplicar el número de productores independientes; la
existencia correlativa de una clase media, la cual (como veremos más adelante),
será el factor decisivo de su estabilidad
política; tener fácil salida y movimiento para los ciudadanos, pero difícil
acceso para los enemigos; poseer murallas y fuerza naval suficiente para su
seguridad y garantizar el comercio; y, sobre todo, que estén provistas de
fuentes acuíferas permanentes (Pol., VII, 1325b). El ideal económico y político
para este autor es el de la autarquía y de autosuficiencia, en la medida que
estás son alcanzables[7].
Con lo que podemos comprender fácilmente que Atenas no estaba en sus
pensamientos al diseñar el perfil de la ciudad
correcta pues ésta no reunía esas
condiciones ya que siempre estuvo expuesta a las seducciones imperialistas y
mercantilistas.
Como
notamos, dicha concepción no persigue un destino trascendente en el hombre.
Felicidad y perfección posible se reducen a cumplirlos dentro de la vida en
presente, que es la única manera en que el hombre obtiene el bien posible en este mundo. Podemos señalar entonces que lo que define a
un Estado según Aristóteles no es
solamente que está conformado por un cuerpo de ciudadanos, sino de unos
ciudadanos que se bastan a sí mismos para satisfacer sus necesidades vitales de
manera autosuficiente.
Tenemos
que tener presente, igualmente, que la
concepción aristotélica del ciudadano, (que difiere ampliamente de la concepción moderna pues el
estagirita no tiene presente un gobierno representativo en ningún momento, sino
un gobierno directo), se determina por tener una voz en la asamblea u ocupar cargos públicos como magistraturas
(Ross, 1957:352).
Si
bien tuvo la capacidad de advertir que
con el crecimiento de las ciudades y su
población apenas habría de cara al
futuro sólo un tipo de constitución, la
demócrata (Pol. III, 15, 1286b, 19ss), no supo interpretar los signos de su tiempo,
en llegar a presentir que los días de las repúblicas griegas estaban contados y
que el futuro pertenecía a la monarquía; defenderá a las ciudades-estado
griegas como una forma civil eterna y peculiar del helenismo. Sus aportes políticos se alimentaron de los escritos de Platón sobre
la temática, con los que entra en pugna
intelectual llevando una crítica certera contra ellos y sus defensores. Siguió
considerando la superioridad de la ciudad griega como algo natural,
destinada exclusivamente por su cultura y condición intrínseca para albergar
la libertad del colectivo. Como advierte Gomperz (2000:377):
“…todo esto constituye una seria lección para nosotros. Tocamos aquí con los límites del espíritu de Aristóteles, y por cierto, nos invade una saludable desconfianza en cuanto al alcance de la visión de los grandes pensadores en general. La previsión del Estagirita se coloca al mismo nivel que la hipótesis de Alexis de Tocqueville (Democratie en Amérique, I, c.3), cuando escribía que la “igualdad de condiciones” (“l’égalité des conditions”), era la norma económica permanente de la América del Norte: el país donde pocos años más tarde tendría lugar una acumulación de riquezas sin paralelo en la historia, y que habría de convertirse en hogar de multimillonarios y de los gigantescos trusts.
III
Ciudadanos libres o la conciencia
moral
Encontramos,
pues, que Aristóteles advierte cómo esta situación de la convivencia con la
virtud, fundamental tanto para los gobernados como para los gobernantes, es
determinante para el destino de la ciudad, pues todos los regímenes que buscan
una utilidad o bien común (koinon
sumpéron) son rectos desde el punto de vista de la justicia constituida, en
cambio los regímenes que sólo tienen en cuenta el bien personal de los gobernantes son defectuosos, son regímenes desviados que
terminan siendo regidos por elementos
despóticos, impidiendo el constituirse la ciudad como una comunidad de hombres
libres (Pol., III, 1279a). La justicia establece orden y armonía en la
comunidad, no represión y violencia entre las distintas partes del conjunto social. Y podemos tomar la frase
en que indica que la justicia produce igualdad (isonomía), pero una igualdad
no para todos los hombres, sino para los iguales, siendo cierta
desigualdad (ante los esclavos y los extranjeros) algo justo (Pol., III,
1280a).
La
idea de bien tiene distintos niveles. Un bien común: político; un bien
familiar: economía; y un bien individual: ético. Donde el bien político debe
coincidir con el del individuo, el bien de la ciudad es el mismo que el de la
persona. Comunidad e individuo, por el deseo de vida feliz, deben coincidir en
el sentido del bien a actuar y perseguir, (Pol, VII, 1334ª). La riqueza de la
vida dichosa del individuo constituye la
felicidad del conjunto de la ciudad entera al ser rica. En cambio los que
aprecian (y envidian) más que ninguna cosa la vida de un tirano expresaran que la
ciudad más feliz es la que gobierna sobre un mayor número, y aquel que
considera feliz al individuo por su virtud dirá que es más feliz la ciudad más
virtuosa (Pol., VII, 1324ª). Aristóteles plantea la diferencia de opinión en
relación a la buena vida ciudadana. Dependerá de si una ciudad está dirigida en
función de la virtud de los individuos, la cual representará lo propio de una
ciudad constituida por hombres libres.
En cambio los individuos que piden ser mandados por otro para aspirar a la
felicidad, como los que defienden su
vida en función de un líder, un caudillo o un tirano, manifestarán que
la ciudad es feliz al ser comandados los más por uno. Esta es la divergencia
entre la desviación o no de ejercicio de la justica. Una justicia en función de un bien colectivo que se
constituye a partir de la implicación ética del individuo que aspira al
perfeccionamiento y suficiencia de la vida por medio del ejercicio de su propia
libertad; la cual recaerá en una especie de dominio de igualdad ante las leyes elegidas por él
mismo y el conjunto en tanto hombres
libres. De esta manera el individuo es solicitado por las leyes y por las
instituciones políticas, e inducido a salir de su egoísmo y a vivir no sólo según lo que es subjetivamente
bueno, sino conforme a lo que es verdadera y objetivamente
bueno (Reale, 1985:114).
La
Ética, como hemos visto, subordina y constituye a la Política, propio de
ciudades de hombre libres, en que las partes constituyen al todo; al
subordinar la política a la ética,
aquella se convierte en un medio para lograr un fin, que vendría a ser el
establecimiento de una moral común. Esto incitará a la realización de una vida
virtuosa y buena; es lo aceptable para este filósofo en la medida que la ciudad
sea gobernada por un grupo selecto de
ciudadanos privilegiados que puedan colocar su perfección mediante la práctica
de la virtud. Situación que se da en la medida que se acepte una especia de
subordinación (o esclavitud), colectiva de la mayor parte de los elementos
restantes. La vida perfecta y feliz, conforme a la virtud, sólo es posible,
como hemos advertido antes, en una comunidad política de ciudadanos libres; son los que participan del gobierno de la
ciudad, administran justicia y deliberan (Pol., III 1275ª); lo implica una
limitación de los derechos de ciudadanía
a una reducida minoría de la ciudad. Esto será sólo para un grupo social. Todos
los hombres no están incluidos. ¿Quiénes permanecen fuera de tal comunidad
política? Esclavos, los periecos, los metecos, las mujeres, los artesanos, los
mercaderes, los labradores, de los que indica que estos últimos sería
preferible que fuesen esclavos (Pol., III 1278ª; VII, 1330ª). Reale (1985:117), igualmente lo refiere:
“Por consiguiente, ni el colono ni el miembro de una ciudad conquistada podían considerarse ni sentirse ciudadano en el sentido mencionado. Ni siquiera los trabajadores podían considerarse verdaderos ciudadanos, a pesar de ser hombres (es decir, que no sean metecos, ni extranjeros, ni esclavos), porque ninguno de ellos disponía del tiempo necesario para ejercer las funciones que son esenciales a los ojos de Aristóteles”.
Los hombres libres están constituidos por tres clases de individuos: los guerreros, los sacerdotes y los magistrados. Son los ciudadanos, el resto, los artesanos, campesinos, obreros, no participan de la ciudad, son los productores de bienes materiales; solo los ciudadanos participan de la producción de la virtud (Pol., VII, 1329ª). Los productores de bienes materiales están subordinados a los productores de bienes morales o los productores de virtudes prácticas, los cuales a su vez deberán regirse en parte por los productores de bienes intelectuales, que son los que producen conocimientos mediante el ejercicio de la especulación y la sabiduría. Se nos nuestra que los hombre libres requieren una base material para llevar a cabo el plan y fin aristotélico de la felicidad virtuosa. Al final, los ciudadanos deberían dedicarse a la Filosofía, a la vida contemplativa e intelectual; para ello requieren de ocio y tiempo libre y así consagrarse al estudio e investigación teórica. Esto, como anotamos arriba, está excluido para las mujeres, los esclavos, los artesanos y los campesinos, los cuales deben ser mandados, unos de manera tiránica: los esclavos y los hijos; otros democráticamente: las mujeres esposas; y los campesinos y artesanos en función de la dependencia que establecen con esos hombres libres.
¿Cuál
es la función de estos hombres libres?
La ciudad es una colección de ciudadanos (Pol.
1275ª). La condición de ciudadano, la mejor forma de definirla, es por su participación en la magistratura
judicatura y en el poder 1275ª/20. El concepto de ciudadano es diferente en
cada forma de gobierno, dependiendo si cohabita dentro de una constitución
recta o desviada, (ibid: 1275ª/9).
Esta definición de ciudadano tiene cabal significación en una república o
democracia, aunque pueda tenerla en otras formas de gobierno pero no es así necesariamente, (idem). El ciudadano
es aquel individuo que tiene derecho a participar en el poder deliberativo o judicial de la
ciudad; llamamos ciudad, en forma general, al cuerpo de ciudadanos capaz de
llevar una existencia autosuficiente 1275b/20; los que participan en los
asuntos de la ciudad son ciudadanos. Aristóteles considera imposible
aplicar el requisito de la descendencia
por nacimiento a la ciudadanía, así sean padre o madre miembros de las familias
fundadoras de la ciudad (idem). Exigirá a los hombres libres, además de aspirar a ser virtuosos, en ser capaces
de pagar los impuestos, los cuales son
para defender a la ciudad pues ella no
puede componerse en su mayoría de indigentes y menos de esclavos (ibid: 1283ª/15);
ello es un elemento que se requiere para administrar la ciudad, además de
justicia y de la virtud cívica.
Una
ciudad se convierte en otra al cambiar una comunidad de ciudadanos que forman
parte de un gobierno al ser regidos por otro orden legal; cuando ello cambia, o
se muda a otra específicamente forma de gobierno distinta, la ciudad deja de
ser la misma, de la misma manera que un conjunto de personas que conforman un
coro teatral puede en algunas representaciones actuar en una comedia y en otras en una tragedia, (idib:
1276b/40s). Respecto a la ciudad sucede lo mismo y ello, como observamos, se
deberá a su constitución; la identidad de Estado no depende de la condición de los ciudadanos dentro de
determinado régimen sino de la constitución (con las revoluciones la identidad
de un Estado se extingue). La ciudad no existe solo por la simple vida
económica o cultural, sino sobre todo por cómo se representan y practican la
vida mejor, con lo que se establece que la ciudad no tiene como único fin la defensa y la seguridad contra las fuerzas
hostiles externas a ella y únicamente fomentar el comercio.
Para
Aristóteles todo ello son dudas que se contemplan dentro de la ciudad para su
existencia, pero lo que distingue y define la ciudad es que cómo se permite
vivir mejor entre familias y linajes, en la que su fin es la vida perfecta y autosuficiente (ξωήζ τελείαϛ χάριν και
αυταρκουϛ). Establece que la amistad
debe ser una condición requerida para darse la concordia común, que construye
relaciones familiares, fratrías, sacrificios y diversiones comunes: la amistad es motivo de la vida en común,
1280b,/35.
De
esta manera observamos que para Aristóteles una gran mayoría de los humanos que componen a la
ciudad quedan excluidos de la comunidad política. Ese bien común (koinon sumphéron) que es el fin
específico de la ciudad queda distanciado de la vida de los hombres productores
de bienes materiales que integran, igualmente, a la ciudad, pero que, si bien pudieran ser capaces para elegir a
sus representantes, por naturaleza (según el aristocratizante Aristóteles), son
incapaces para gobernar (Pol., III, 5); estos no pueden ser ciudadanos libres
pues ni poseen medios de fortuna para no estar sujetos al trabajo y no disponen
de medios para tener tiempo de ocio y
poder dedicarse y consagrarse a las actividades de lo político y de las condiciones superiores de la virtud, propias del ejercicio filosófico de la
contemplación intelectual.
Aristóteles,
como vemos en ciertas situaciones aristocratizantes, hace caso omiso al efecto
de la educación (paideia) para tener
determinados privilegios políticos; caso distinto a Isócrates, que considera la
educación como un factor determinante en la condición del individuo democrático ante su ciudad. Como bien afirma sus palabras, la naturaleza determina, según Aristóteles,
que unos nacen destinados para mandar y
otros hechos para ser mandados (Pol., I, 1254b), que si bien refiere dicha
frase a los esclavos, pareciera que no
se debe perder de vista del mando para el resto de los integrantes de la
ciudad. Todo esto nos lleva a tener en cuenta la observación que hace Ross
(1957:353), al hablar de esta situación discriminatoria pues al impedir participar a todos los integrantes de la
ciudad, no toma en cuenta ni la cultura
ni la educación para ello, dejando sin
emancipar a la gran masa de la población, poniendo en peligro la estabilidad del Estado, elemento que llevó (y lleva
aún en la actualidad), muchas veces a la revolución popular y colocar un tirano en el timón del poder. Esta
exclusión de gran parte de la población no será sólo respecto a pertenecer como cualidad de miembro de la ecclesia
(asamblea) y de los jurados sino
que se extendía también a las colonias y a las ciudades sometidas.
Su
ideal político termina siendo aristocrático y limitado para una minoría; su
programa político es la de un continuador realista
de las propuestas idealistas de la República platónica. Habrá que tener en
cuenta que estos individuos que poseen libertad y ocio para el cultivo y la
disposición personal no son aquellos que se retiran de participar dentro de la dinámica de la vida
social de la polis:
“…Los defensores a ultranza de la vida contemplativa habían visto hacía mucho que la última conclusión del ideal de Platón era abandonar todos los estados reales y vivir como un meteco, pues ¿dónde estaba el estado filosóficamente organizado en que pudiera encontrar un lugar su ideal? Todas las constituciones reales, así les parecía, eran puro poder, no eran nada sino poder, tiranía y esclavitud. La solución era no actuar, no gobernar, no incurrir en el reproche de tomar parte en el horror despótico de la actividad política con su egoísmo y su hambre de poder. A semejantes pensadores opone Aristóteles aquellos que sostienen que actuar enérgicamente y gobernar es la única cosa digna de un varón” (Jaeger, 1983:323).
Bibliografía
AA/VV,
1972: La Filosofía Griega, coord.
Brice Parain. Ed. Siglo XXI, México.
Ansieta
Nuñez, Alfonso: 1987: El concepto de
tirano en Aristóteles y Maquiavelo. Ver en: http://www.rdpucv.cl/index.php/rderecho/article/viewArticle/197.
Visto el 24 de septiembre de 2011.
Arendt,
H. 1972: La crise de la cultura. Ed. Gallimard, France.
Aristóteles,
1963: Política. UNAM. México.
1973: Obras Completas. Aguilar. Madrid.
Hadot,
P., 1998: ¿Qué es la filosofía antigua? F.C.E.
México
Herodoto:
1989: Los nueve libro de la historia.
Edaf. Madrid.
Fraile,
G., 1956: Historia de la Filosofía.
Ed. Autores cristianos, Madrid.
Gomperz, T. 2000: Pensadores Griegos, t.3. Herder Ed. Madrid.
Gomperz, T. 2000: Pensadores Griegos, t.3. Herder Ed. Madrid.
Guthrie,
W., 1953: Los Filósofos Griegos.
F.C.E. México.
Jaeger,
W.: 1983: Aristóteles. F.C.E.,
México.
Reale,
G. 1985: Introducción a Aristóteles. Ed.
Herder. Barcelona.
Ross,
W., 1957: Aristóteles. Ed.
Sudamericana. Buenos Aires.
Russell,
B.: 1973: Historia de la Filosofía. Ed.
Aguilar. Madrid.
[1]Nos dice en esa obra: Sería absurdo pensar que el arte de la
política es la ciencia más alta si no fuera el hombre la cosa más excelente que hay en el mundo,
E. N. VI, 1141ª 29.
[2] Se reconoce a título de signo distintivo del
ciudadano la participación en las decisiones políticas y en el ejercicio de la
autoridad oficial de la ciudad (Gomperz,
2000:360).
[3] Arendt hace una aclaración
respecto al concepto de polis (ciudad).
Nos dice que siempre se olvida la definición aristotélica de polis, la cual refiere que la polis es una comunidad entre iguales en busca una vida que sea potencialmente la mejor (Pol.
1328b35. Manifiestamente la noción de dominación en la polis era tan poco
convincente para Aristóteles que no lo
sentía particularmente ligado a su
propio argumento. En su obra sobre Economía,
tratado escrito por un discípulo muy allegado al maestro, advierte la
diferencia esencial entre una comunidad (Polis)
y una hogar familiar (la oíkía), en
que esta última constituye una monarquía,
el gobierno de un solo hombre, mientras que la polis, al contrario, está
compuesta de numerosos dirigentes (Economia,
1343 a 1-4). Arendt advierte que para
comprender mejor esta condición de la polis hay que advertir que las palabras monarquía y tiranía eran utilizadas
indistintamente y se oponían claramente a la realeza. Y en segundo lugar, la
situación de la polis como una ciudad compuesta
de numerosos dirigentes, no tiene nada que ver con las diversas formas de
gobierno que se oponen habitualmente al poder de uno sólo, tales como la
oligarquía, la aristocracia o la democracia.
Los llamados numerosos dirigentes
en este contexto se refiere a los jefes de familia que fungen como monarcas en sus casas (tribus), antes de establecerse
en grupo para efectuar el dominio político de la ciudad. La dominación misma,
en tanto referida a aquellos que dirigen y aquellos otros que son dirigidos
aparece tal relación en una esfera
espacial que antecede al dominio político, la cual se distingue aquí de la
esfera económica del hogar, y es que
la polis está basada sobre un principio
de igualdad (ante la ley, sobretodo), y de no reconocimiento de ninguna
diferenciación entre los dirigentes y los dirigidos (Arendt, 1972/154).
[4] Es necesario aclarar el concepto
de naturaleza para el mundo antiguo y
para Aristóteles. Este concepto de naturaleza, phusis en griego, está en la
base de toda teoría del origen del mundo, del hombre y de la ciudad. Sin
embargo está inscrito a una teoría racional en la medida que pretende explicar
al mundo, o al origen del Estado como es el caso de Aristóteles, no por medio de una lucha entre elementos o
fuerzas divinas, sino de un enfrentamiento o complementariedad entre realidades físicas, con el predominio de una sobre otras. La palabra phusis significa al mismo tiempo comienzo, desarrollo, resultado del
proceso mediante el cual una cosa se constituye, llega a existir. Aristóteles
se encuentra bajo cierto influjo de su
maestro Platón que concibe phusis
como naturaleza-proceso, la cual
también era así para los primero pensadores griegos; lo primordial y
original es movimiento (devenir; el aufgebund
hegeliano: un superar la condición de lo antecedente pero manteniéndolo en una
dinámica superior, gracias a su interna constitución que implica movimiento y
desarrollo), la naturaleza se engendra a sí misma en relación con el conjunto,
contiene una especie de automotor impulsor que, en el caso de Aristóteles,
conformará a la idea del primer motor, el cual vendría, como especie de
demiurgo, a echar andar al mundo, a
ponerlo en un perpetuo movimiento. Ver: Hadot, P., 1998: ¿Qué es la filosofía antigua? F.C.E. México, págs. 22/23.
[5] Realmente no podemos llegar a
comprender el por qué Aristóteles no entrevió el ideal de Alejandro que con su cosmopolitismo perseguía en fundir la cultura griega con la de los bárbaros de macedonia y formar
una sola entidad política universal, la cual su maestro siempre consideró
absurda. Sin embargo notamos que Aristóteles no está alejado de la propuesta de
Isócrates, pues ambos comprendieron lo inconveniente que era la atomización de
los pequeños Estados griegos; ambos pensadores políticos consideraron que
lo mejor para la raza helénica era
formar una unidad común; para Aristóteles en
una nación (Pol., VII, 1327b), para Isócrates en una federación de
ciudades-estados (Panegírico, IV).
[6] Esto llevará a que el ideal de
ser ciudadano de Atenas o Corintio había
desaparecido para siempre. Ya en los tiempos de Filippo (padre de Alejandro),
había comenzado la gran crisis de las ciudades estado autónomas. Con Alejandro ya nunca más fue posible. El hombre quedo
sometido a fuerzas presentes que lo dejaron indefensos, a la intemperie
produciendo filosofías diferentes. El pensamiento se ramificó por posturas en
que se manifestaba un individualismo intenso, que eran proclives a un concepto
de la filosofía no como ideal
intelectual sino como un refugio contra la impotencia y la desesperanza
(estoicismo, escepticismo, epicureísmo), estableciendo un fatalismo existencial
o un quietismo en la ausencia del dolor; posturas que buscan más una ayuda para
el desconcertante vivir que la búsqueda intelectual del conocimiento
sistemático y discursivo de la filosofía, la cual quedó reducida a un segundo plano.
[7] La autosuficiencia política para
Aristóteles no significa un individuo que está apartado del conjunto de la
ciudad, llevando una vida apartada sino que incluye la vida de una familia,
padres e hijos y a amigos y conciudadanos que en conjunto la obtienen en tanto
ciudad libre y porque el hombre no ha
nacido para vivir separadamente sino en ciudadanía, es decir, en sociedad.
1 comentario:
David, te felicito; como tu lo dejas entrever, se trata de un tema que siempre conserva su actualidad. La elección de las imágenes es más que sugerente, pues combina la ferocidad del tirano con lo atrasado de sus ideas, su carácter jurásico. ¿Cuál será el meteorito que acabe de nuevo con esos especímenes?
Publicar un comentario