[Al Editor de The
Press, Christchurch,
Nueva Zelanda, 13
de junio de 1863.]
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Señor — Existen pocas cosas por las cuales la generación actual se
siente más orgullosa
que
por los maravillosos progresos que están sucediendo a diario en todo tipo de
No
es necesario mencionarlas aquí, pues son lo suficientemente obvias; el asunto
que
nos
concierne refiere a consideraciones que pueden, de algún modo, tender a dar
una
lección
de humildad a nuestro orgullo y a hacernos pensar con seriedad en las
perspectivas
futuras de la raza humana. Si volvemos la mirada atrás, hacia los primeros
tipos
fundamentales de vida mecánica, a la palanca, la cuña, el plano inclinado, la
hélice
y
la polea, o (por analogía nos conducirá a un estadio más lejano) a aquel tipo
original a
partir
del cual surgió todo el reino mecánico, es decir la palanca en sí misma, y si
luego
examinamos
la maquinaria del Great Eastern1, nos encontramos prácticamente
abrumados
ante el vasto desarrollo del mundo mecánico, ante los gigantes pasos con los
que
ha avanzado en comparación con el lento progreso del reino animal y vegetal.
Hallaremos
imposible abstenernos de preguntarnos cuál será el final de este poderoso
movimiento.
¿En qué dirección se dirige? ¿Cuál será su resultado? Es el objeto de la
presente
carta proporcionar algunos indicios imperfectos para la solución de estos
interrogantes.
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Hemos
utilizado los términos “vida mecánica”, “el reino mecánico”, “el mundo
mecánico”,
etc., y hemos hecho esto deliberadamente, pues el reino vegetal se
desarrolló
lentamente a partir del mineral y, de idéntico modo, el animal sobrevino a
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surgido,
del cual solo hemos visto lo que será algún día considerado los prototipos
antediluvianos
de la raza.
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Lamentamos
profundamente que nuestro conocimiento de la historia natural como el de
la
maquinaria sean demasiados limitados para permitirnos emprender la enorme
tarea de
clasificar
a las máquinas en géneros y subgéneros, especies, variedades y subvariedades,
y
así sucesivamente; de trazar los vínculos de conexión entre máquinas de
caracteres
ampliamente
diferentes; de señalar cómo la subordinación al uso del hombre ha
desempeñado
ese rol entre las máquinas que la selección natural ha ejercido en los
reinos
animal y vegetal; de apuntar órganos rudimentarios existentes en algunas
pocas
máquinas,
débilmente desarrolladas y perfectamente inútiles, no obstante útiles para
marcar
su descendencia de algún tipo ancestral extinguido o modificado en alguna
nueva
fase de existencia mecánica. Solo podemos indicar este campo para la
investigación;
debe ser continuado por otros cuya educación y talentos sean de un orden
superior
del que cualquiera de nosotros pueda presumir.
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Hemos
determinado aventurarnos a algunos pocos indicios, si bien lo hacemos con la
más
profunda desconfianza. Primeramente, queremos remarcar que así como algunos
de
los
vertebrados inferiores alcanzaron un tamaño mayor del que descendió a sus
representantes
vivientes mejor organizados, del mismo modo una disminución en el
tamaño
de las máquinas corresponde con frecuencia con su desarrollo y progreso.
Tomemos
el reloj de pulsera por ejemplo. Examinemos la hermosa estructura del
pequeño
animal, observemos el juego inteligente de los miembros del minutero que lo
componen;
sin embargo, esta criatura no es más que un desarrollo de los relojes de
pared
del Siglo XVIII –no es un deterioro de éstos. El día llegará en que los
relojes de
pared,
que ciertamente en el momento presente no están reduciendo su volumen, puedan
ser
enteramente reemplazados por el uso universal de los relojes de pulsera, en
cuyo
caso
los relojes de pared se extinguirán como los primeros saurios, mientras que
el reloj
de
pulsera (cuya tendencia desde hace algunos años ha sido a disminuir en
tamaño, más
que
lo contrario) permanecerá como el único tipo existente de una raza extinta.
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Los
puntos de vista de la maquinaria que estamos de este modo débilmente
indicando
sugerirán
la solución de una de las grandes y misteriosas preguntas de la actualidad.
Nos
referimos
a la pregunta: ¿qué clase de criatura es probable que sea la sucesora del
hombre
en la supremacía de la Tierra? Hemos escuchado este debate con frecuencia;
pero
nos parece que estamos creando nuestros propios sucesores; estamos a diario
contribuyendo
a la belleza y delicadeza de su organización física; estamos diariamente
otorgándoles
más poder y suministrándoles a través de artificios ingeniosos ese poder
de
autoregulación y de autonomía que será para ellos lo que el intelecto ha sido
para la
raza
humana. En el transcurso de los siglos nos visualizaremos como la raza
inferior.
Inferior
en poder, inferior en esa cualidad moral del autocontrol, los admiraremos
como
el
acmé de todo lo que el mejor y el más inteligente hombre puede alguna vez
atreverse
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a
aspirar. Ni bajas pasiones ni celos ni avaricia ni deseos impuros perturbarán
el poder
sereno
de aquellas gloriosas criaturas. El pecado, la vergüenza y la tristeza no
tendrán
lugar
entre ellas. Sus mentes estarán en un estado de perpetua calma; la plenitud
de un
espíritu
que desconoce necesidades, que no se ve perturbado por ningún pesar. La
ambición
jamás las torturará. La ingratitud nunca les provocará un momento de
desasosiego.
Los remordimientos de conciencia, la esperanza diferida, el dolor del
exilio,
la insolencia del poder, y el desdén que conlleva el paciente mérito de los
que no
son
dignos de merecerlo –todos serán totalmente desconocidos para ellas. Si
necesitan
“alimento”
(con el uso de este término traicionamos nuestro reconocimiento de ellas en
tanto
que organismos vivos) serán atendidas por pacientes esclavos cuyos intereses
y
preocupaciones
serán los de velar porque no necesiten de nada. Si están fuera de
servicio,
serán enseguida atendidas por médicos profundamente familiarizados con su
constitución;
si mueren, porque inclusive estos gloriosos animales no estarán exentos de
esa
necesaria y universal consumación, entrarán inmediatamente en una nueva fase
de
existencia,
porque ¿qué máquina muere enteramente en cada parte en un único e
idéntico
instante?
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Aceptamos
que cuando el estado de cosas que hemos estado intentando describir haya
llegado,
el hombre será para la máquina lo que el perro y el caballo son para el
hombre.
Él
continuará existiendo, incluso mejorando, y estará probablemente mejor en
este
estado
de domesticación bajo el benéfico gobierno de las máquinas de lo que está en
su
presente
estado salvaje. Tratamos a nuestros caballos, perros, ganados y ovejas, en
general,
con inmensa bondad; les proporcionamos cualquier cosa que nos indique la
experiencia
que es lo mejor para ellos, y no puede haber duda de que nuestro uso de la
carne
ha traído a los animales inferiores más felicidad que infelicidad; de
idéntico
modo,
es razonable suponer que las máquinas nos tratarán amablemente, pues su
existencia
es tan dependiente de nosotros como la nuestra de los animales inferiores. No
pueden
matarnos y comernos como nosotros lo hacemos con las ovejas; no solo
requerirán
nuestros servicios en el parto de sus crías (tal sector de su economía
permanecerá
siempre en nuestras manos), sino también para su alimentación,
ayudándoles
cuando estén enfermos, y enterrando a sus muertos o desarrollando nuevas
máquinas
a partir de sus cadáveres. Es obvio que si todos los animales de Gran Bretaña
murieran
excepto el hombre, y si en el mismo momento toda conexión con los países
extranjeros
pasara a ser absolutamente imposible por alguna catástrofe repentina, es
obvio
que bajo tales circunstancias la pérdida de la vida humana sería algo temible
de
contemplar
–del mismo modo que si cesara la vida humana, las máquinas se verían de
igual
manera afectadas o incluso peor. El hecho es que nuestros intereses son
inseparables
de los de ellas, y los de ellas de los nuestros. Cada raza depende de la otra
debido
a innumerables beneficios, y, hasta que sus órganos reproductivos hayan sido
desarrollados
de un modo que por ahora apenas podemos concebir, las máquinas
dependerán
totalmente del hombre incluso para la continuidad de su especie. Es verdad
que
estos órganos pueden ser desarrollados a la larga, en cuanto el interés del
hombre
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está
ubicado en esa dirección; no hay nada que nuestra encaprichada raza desearía
más
que
ver una unión fértil entre dos máquinas de vapor; es verdad que la maquinaria
está
aún
en nuestro tiempo ocupada en engendrar maquinaria, en convertirse en el padre
de
máquinas
que corresponden frecuentemente a su propia clase, pero los días de coqueteo,
de
cortejo y de matrimonio parecen estar muy remotos, y en realidad apenas
pueden ser
realizados
por nuestra débil e imperfecta imaginación.
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Día
a día, sin embargo, las máquinas están ganando terreno entre nosotros; día a
día nos
volvemos
más sumisos respecto de ellas; cada vez más hombres están diariamente
obligados
a ocuparse de ellas, más hombres están diariamente dedicando las energías de
toda
su vida al desarrollo de vida mecánica. El resultado es simplemente una
cuestión
de
tiempo, pero que el momento llegará cuando las máquinas obtengan verdadera
supremacía
sobre el mundo y sus habitantes es algo que ninguna persona con una mente
verdaderamente
filosófica puede dudar por un instante.
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Nuestra
opinión es que la guerra a los muertos deberá ser instantáneamente declarada
en
contra
de ellas. Cualquier tipo de máquina debería ser destruida por el admirador de
su
especie.
Que no haya excepciones ni clemencia; volvamos de una vez a la condición
primitiva
de la raza. Si fuera instado que esto es imposible en la condición actual de
los
asuntos
humanos, esto probaría de una vez que el daño ya ha sido hecho, que nuestra
servidumbre
ha comenzado de veras, que hemos generado una raza de seres que está
más
allá de nuestro poder destruir, y que no solo estamos esclavizados, sino
absolutamente
conformes con nuestra esclavitud.
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Por
ahora, dejaremos este tema que presentamos gratuitamente a los miembros de la
Sociedad
Filosófica. En caso de que den su consentimiento para hacer uso del vasto
campo
que hemos señalado, procuraremos nosotros trabajar en él en un período futuro
e
indefinido.
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Soy,
Señor, etc.,
CELLARIUS
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1 comentario:
Sorprende este artículo de hace 150 años. Quizás hoy con la revolución acelerada de la robótica la inevitable sumisión del humano a los designios de la máquina sea fácil de prever, pero no lo era tanto cuando las máquinas eran sólo eso, máquinas, sin que se vislumbrara la aparición de la robótica y de la inteligencia artificial. Felicitaciones a los curiosos y avezados traductores.
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