miércoles, 1 de febrero de 2017



De la comunicación en Kant
David De los Reyes

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I

Del sentido común, superstición  e ilustración

Kant en su Crítica del Juicio[1] nos da una serie de apreciaciones sobre la comunicación normativa.  Para conocerlas podemos comenzar con   un término que  aparecerá junto al sentido del gusto: el  de sentido común, como comunidad afín a ciertos criterios y sensibilidad estética. La condición del gusto puede  verse como una especie de sentido común. Esto último Kant lo  relaciona con  el común entendimiento humano. ¿Qué entiende por  ello? El entendimiento  común  es asumido  como meramente sano, es decir, no cultivado; es de menor consideración que  el desarrollado mediante la educación. Es el que posee  cualquier ser que aspira al apelativo de hombre. Kant  nos da  otro modo de dirigirse a dicha condición, referencia un tanto mortificante al  nombrarse también como sentimiento común (sensus commnunis). Sentido común, sentimiento común, común entendimiento, es la condición primordial de cualquiera. Todo hombre que no ha desarrollado su juicio al menos posee  esta cualidad, la capacidad de operar y relacionar con las otras dentro de un mínimo margen en tanto humano. La palabra común  contempla un significado  de bajeza, de vulgaridad por encontrarse por doquier y tal posesión no es  obtenida merecidamente por esfuerzo o  como algo que proporcione ventaja. Es la condición mínima para  que un ser se comprenda en tanto hombre, que opere y se comunique en tanto  humano.
Sensus communis   habrá que entenderse como  sentido común a todos. No hay diferenciación mayor por ser una cualidad vulgar, común.  Es la facultad de juzgar que tiene presente el pensamiento representativo  del resto para poder ejercer un juicio que se dirija  a la entera raza humana. Es un juicio que se separa de cualquier  ilusión subjetiva, la cual vendría a ser una personalización del juicio y que si bien pudiera parecer  un juicio objetivo sobre algo, arrastraría  quizás una desventajosa  influencia respecto al juicio mismo. De aquí surge  la condición de los juicios reales  y los juicios posibles. Unos  atienden al llamado del sensu communis y se  coloca en el lugar de los otros: reales; en los posibles la separación de lo común  es su condición y se adentra dentro de la difícil postura  subjetiva del juicio.
Kant señala que los juicios que operan mediante una referencia al entendimiento meramente sano, es decir, común,  surgen por su condición de referencia abstracta en relación con lo material. Abstracta por  superar  las restricciones que surgirían si asumiéramos las condiciones causales de nuestro personal modo de enjuiciar. De  ahí que deba omitirse toda condición material  o de sensación en el estado representacional del juicio. La atención se fija en sus peculiaridades  formales de la representación.  Pareciera que esta posibilidad de enjuiciar sería  muy artificiosa y por tanto lejana a lo que entendemos por sentido común. Pero para poder arraigarse  en la condición común hay que  expresar el juicio  bajo fórmulas  abstractas, retirando   cualquier atractivo o emoción  personal pues lo que se persigue,  es servir como juicio de regla  universal, es decir, de una regla común a todos, de un juicio que pueda comunicarse a todos.
Por esta condición  universal que  provee el juicio  propio del entendimiento común, Kant se permite inferir que el sentido  común tiene la cualidad de superar la pasividad  del entendimiento. ¿A qué se refiere con ello? A superar la condición de la superstición  del entendimiento pasivo  mediante la negación  de la mente ilustrada. Veamos como lo distingue este autor.
Se nos habla de tres máximas propias del común entendimiento humano. Estos principios son: 1.- el pensar por sí mismo; 2.-  poder pensar en el lugar de cada uno de los otros;  3.- y el  pensar siempre acorde consigo mismo. Refiere que la primera es el modo de pensar desprejuiciado, la segunda es la de lo amplio del pensar que incluye a los otros y la  última la condición consecuente, la fidelidad a su visión de mundo. Gracias a  esa postura  individual del pensar por sí mismo  es que el pensamiento se deslastra de permanecer  pasivamente.   Permanecer en  una razón pasiva  es remitirse a  asentarse en una razón  prejuiciosa.  El mayor  prejuicio  es  para Kant  el de representarse la naturaleza   como  no subordinada a las reglas del entendimiento,  éste  deja fuera del margen de su obrar el fundamento de la naturaleza,  manteniéndose el juicio al nivel de la superstición. Es aquí cuando  Kant argumenta y compara este entendimiento  supersticioso con el entendimiento ilustrado.  Liberarse de la superstición Kant lo llama ilustración. Ser ilustrado es servirse de su propio entendimiento, es decir, corroborar la primera máxima antes que  el resto, por consiguiente, pensar por sí mismo.
Si bien la ilustración del individuo pareciera cosa fácil in thesi, in hypothesis es difícil pues estamos más  llevados a ser  pasivos que legislativos   con el uso de nuestra razón.  Sería fácil si siempre quisiéramos adecuar  nuestro juicio a  su fin esencial y no  trascender  por encima del entendimiento, es decir, de llevar nuestros juicios   hasta lo universal. Pero ello es casi imposible  y siempre habrá, dice Kant, cualquier otro que  prometa con mucha confianza poder  satisfacer  este deseo de saber,  mantener  o establecer   el modo de  cómo se deba pensar (sobre todo, el público); lo meramente negativo, asumir nuestro propio pensamiento (que constituye  la Ilustración propiamente como tal) debe, entonces, ser muy difícil.
Pero lo que  determina la condición de  poseer un  entendimiento ilustrado es  haber desterrado los prejuicios en general, liberarnos de la ceguera que ello arrastra; esa ceguera es la rica cantera común de la superstición. Esta condición exige la obligación de  tener que ser guiados por otros y por ello  permanecemos bajo la condición de una razón pasiva. Lo contrario es reconocerse y esforzarse por adquirir la condición legislativa  de  perseguir nuestros propios fines a partir del pensar por sí mismo nuestra condición humana.
Respecto  al segundo principio: “pensar  en el lugar de cada uno de los otros”, Kant lo aborda de la siguiente manera.  Carecer de tal condición es lo que vendría   a definir  a aquellos que están cortos de alcance, cortos de entendimiento, (lo contrario de amplio), es decir,   las  personas cuyos talentos no alcanzan ningún mayor uso.  Un hombre de pensar amplio es el que puede superar las condiciones subjetivas  privadas del juicio a las que  una gran cantidad de personas están  como atrapadas. Esta amplitud comunicacional nos lleva a poder  elevar  nuestro propio juicio de y desde un  punto de vista universal; la condición de lo  universal  hace que tengamos que lograr una determinación colocándonos   no sólo a partir de nuestra  postura personal sino incluyendo a los otros.
El tercer principio, respecto al  modo consecuente del pensar es para nuestro autor la más difícil de lograr y sólo se puede obtener  si se  mantiene la unión de las dos primeras y sólo así se  llega a convertir en  destreza. Kant finaliza que estas máximas del pensamiento ilustrado  pueden  comprenderse  refiriéndoles que la primera es la máxima del entendimiento; la segunda: la facultad de juzgar y la tercera la de la razón.

 

 

II

De la comunicación de nuestros pensamientos. Del gusto y del entendimiento

La condición permanente de los juicios en tanto universales es su cualidad comunicativa.  La condición  del gusto en Kant plantea diferenciar los juicios intelectuales de los juicios estéticos. Estos últimos están emparentados  con el sensus communis aestheticus  o comunidad del gusto; y los juicios propios del común entendimiento humano serían los expresados como sensus communis logicus.  Estos dos modos, el  estético  (modus aestheticus) y el  lógico (modus logicus) se diferencian entre sí  en que el primero  no tiene ningún otro criterio más que el del sentimiento de unidad de representación, y  el otro,  en cambio, sigue principios determinados dentro de una causalidad conceptual.
De hecho, todo juicio estético  lleva el nombre de un sentido a todos común, donde se entiende la palabra sentido  bajo la perspectiva de que este tipo de juicios nos vendrían a dar un efecto sobre el ánimo donde entendemos que  tal sentido está emparentado con el sentimiento de placer o de lo bello según el contexto cultural en que se desarrolle.
Para ello se requiere  no sólo del uso del entendimiento sino de la imaginación. Gracias a esta última  es que llegamos  a asociar las intuiciones a los conceptos y  los conceptos a que tengan un basamento legal, es decir, un carácter universal. La libertad de imaginación debe  despertar al entendimiento para abordar los conceptos con los cuales se logran la comunicabilidad de nuestros sentimientos. Sin  los conceptos, nos quedamos dentro de la esfera del gusto subjetivo, donde la facultad de juzgar a priori  la comunicabilidad  de los sentimientos  está ligada a una representación dada pero sin la mediación de un concepto.
En el caso de Kant la sociabilidad del hombre y el desarrollo del juicio es lo que lo convierte en apto para llegar a obtener un grado de comunicabilidad para transmitir a otros nuestros gustos[2],  apreciaciones y sentido de lo bello y el placer que  comporta. La convivialidad social  lleva la capacidad de poder compartir e interactuar con otros, de identificarse y transmitir los mismos gustos o el mismo sentimiento de placer que es  tomado como fineza (y desarrollo de juicio) del individuo  para sentir  y no sólo apreciar  lo estético del asunto; ciertos grados de fineza, es decir, de costumbres, de civilización, de cultura, de gusto, etc.  hace que podamos hablar de  un sentir en comunidad la complacencia  de lo que se vivió al nivel individual: para Kant sólo la civilización –y aquí hablamos expresamente de la europea del siglo XVIII- es la que puede dar a un conjunto de objetos un sentido estético y un grado de comunicación universal; sólo la universal comunicabilidad  del placer estético vendrá a agrandar su valor  significativo casi infinitamente. De resto, sin ese grado de comunicabilidad, quedaría replegado el sentido común dentro de un campo reducido de apreciaciones particulares.
Toda representación sensible, sea placentera en el caso del arte o  de los productos referidos a los sentidos, contiene  la universal comunicabilidad  mediante el juicio; su concepto, que nombra a la emoción estética no pretende  el placer del goce sino la capacidad de reflexión que pueda arrastrar tal condición estética del placer (un goce sin fin), o de la afectación sensible de los objetos del mundo. Kant  advierte que todo objeto de la naturaleza que nos atraiga bien por su belleza o por otra condición que dignifique al hombre en su sensibilidad, debe estar en consonancia a una idea  moral; la verdadera belleza no escapa a un sentimiento moral. Y de allí juzgar a algo como agradable  o placentero no está exento de identificarse con la facultad de juzgar  reflexionante y no reducirse únicamente  dentro de las variables sensaciones  de los sentidos[3]. La condición de lo estético debe estar referido no a la sensación sino a la reflexión que comporta la universal comunicabilidad de la obra o del evento estético.



III
Del buen habla. El arte de la oratoria y la retórica.
En el caso de la comunicación mediante el habla  se nos dice que  es el  modo de  expresión con que se sirven los hombres para  comunicarse  unos  a otros y de la mejor  forma posible  no sólo deben poder transmitirse  sus conceptos sino también sus sensaciones. El habla  comprende no sólo a la palabra sino  que habrá que integrarle  el gesto  y el  tono (articulación, gesticulación y modulación  son elementos de toda comunicabilidad  mediante la palabra) para  descifrar su intención y  su acto. La combinación de estos tres modos   de la expresión constituye  la completa comunicación  del hablante. Gracias a ello habrá  resonancia, reciprocidad comunicativa;  toda comunicación constituye  una acción de  acercamiento y vínculo que en el caso de la palabra   transmite  toda su carga  significante  cuando se dan en ella conjuntamente  el pensamiento, la intuición y la sensación. En esto estriba la  completa comunicación del hablante[4].
En el  ars poetica  el discurso viene a sucederse de manera franca y  sincera, según la expresión del genio y su habilidad  con  el juego de la imaginación  que nos sugieren sus obras. El caso del uso de la retórica, en tanto comunicación, vendrá a estar nivelada por Kant dentro de la superchería artificiosa, que usa la palabra para el embellecimiento u ocultamiento del vicio o del  error,  y con el fin de obtener un provecho personal.
La retórica, en tanto arte de persuadir, se nos muestra como la capacidad de engañar por medio de la bella apariencia (como ars oratoria, propia de la mayoría de los políticos). La retórica no está  sólo en función del  hablar bien sino que es una dialéctica que toma prestado  del arte poético  lo necesario con el fin  de ganarse, en provecho del orador, en el auditorio, los ánimos  antes que el enjuiciamiento o la reflexión del escucha, quitándole la libertad de decidir por la bella y eficaz afectación del ánimo gracias a las direcciones que ha tomado su discurso.
A diferencia de Aristóteles y Hume, para Kant la retórica no es bien vista  ni en tribunales ni  frente al público. Todo lo que tenga que ver con el tratamiento de leyes civiles, del derecho de las personas individuales o de la enseñanza y determinaciones duraderas de los ánimos en función de un mejor conocimiento de los asuntos  públicos y su observancia del deber y de la recta conducta para con éste sobra, respecto a ello, todo rastro de exuberancia de ingenio e imaginación.  En relación con esto, su abuso contempla la condena moral, que debe  ser absoluta, pues  está por debajo de la dignidad de un  asunto tan importante como el  utilizar el arte de persuadir para tomar ventaja respecto a cualquiera. Si  bien Kant lo deja  claro sabemos que  nuestro mundo no toma para nada en cuenta tal recomendación y la retórica vendrá a ser un arte que bien se debe saber manejar si queremos presentarnos no sólo como orador, político o animador de un programa ante un público sino que  las reglas precisas de una retórica mediática forman parte del  juego de las formas de  los medios de comunicación contemporáneos. La retórica tiene su trono en los medios no por el uso, -puede que sí-, de dirigirse mediante una buena expresión del habla (uso de las reglas de la eufonía de la lengua o de la decencia de la expresión, una buena dicción, buen tono, etc.),  para transmitir las ideas a comunicar, sino que encontraremos distintos niveles retóricos  (habla, estética de la imagen, etc.), para afectar los ánimos a quienes van dirigidos y  de acuerdo a niveles de gustos sociales, del nivel de  educación de la audiencia y de organizaciones civiles, políticas, etc., presentes en la  esfera de lo social. La retórica oculta los fines  de la comunicación cuando sólo  van dirigidos a exacerbar los ánimos del auditorio y con ello justificar la corrupción de su condición manipuladora. Estos usos de la acción retórica  en  tanto  manipulación de ánimos, son los que  llevan a Kant a colocarla dentro de la esfera de las construcciones de la superchería artificiosa y propiciar su condena moral.  Es el uso del bello discurso para ocultar el vicio, el error, la mentira y corrupción de la práctica del derecho establecido. La retórica se convierte entonces en una máquina de la persuasión.
Kant plantea que se puede hacer uso  de este arte con propósitos legítimos y loables, pero se corrompe  al utilizar máximas y sentires para transformar  cualquier hecho objetivamente legal. No sólo basta hacer  lo que sea propio del derecho sino que habrá que ejercitarlo por la razón  que  es de derecho.
 En una nota aclaratoria Kant habla de sus gustos entre lo poético y lo retórico; entre el discurso literario y el discurso político.  Nos confiesa que prefiere la lectura de un bello poema, del que siempre ha podido obtener un deleite puro, que al mejor de los discursos  de un orador del pueblo romano o de un parlamentarista de su tiempo. Estos discursos siempre los ha sentido mezclados con el incómodo sentimiento de desaprobación de un arte astuto de afectar  a los sentimientos –condición por excelencia del político; en su juego retórico el orador “sabe mover a los hombres como a máquinas, hacia un juicio que en la tranquila meditación tiene que perder ante ellos  todo peso”[5]. Facundia y buen hablar son, en conjunto, la condición de toda retórica y pertenece al uso del arte de la palabra;  la elocuencia (ars oratoria) no es, en tanto arte la ocasión para servirse de la debilidad de los hombres con el fin de alcanzar los propios intereses del orador (por bien intencionados que éstos sean); los juicios de Kant en nuestro entorno parecieran de una ingenuidad absoluta pero sin embargo son de una seriedad extrema  pues reflejan la condición  moral y civil del derecho civil común por encima de la condición individual y particular de los buenos hablantes  políticos.
En el mundo griego y romano la retórica se elevó  a su más alto grado cuando el Estado  se apresuraba hacia su ocaso y se habían extinguido los  verdaderos modos de pensar en función de los fines colectivos y civiles. Finalmente  alega que el uso correcto del lenguaje político persuasivo por parte del orador estriba, tanto su función como su intencionalidad, en guardar  en su corazón un bien verdadero respecto a los asuntos públicos  a expensas de su arte de la oratoria: “Quien, con clara visión de los asuntos, tiene en su poder el lenguaje y, con una imaginación eficaz y fructífera para la presentación de  sus ideas, pone vivazmente  su corazón en el bien verdadero, es el vir bonus dicendi peritus, el orador sin arte, pero pleno  de energía como quiere Cicerón tenerlo, sin, empero, haber permanecido él mismo siempre fiel  a este ideal”[6]. En la posición kantiana  en relación con el arte de hablar y la retórica nos encontramos ante una postura bien diferente de la esgrimida por el inglés Hume.


IV
Kant  y la publicidad del derecho común
Entre las propuestas que  suscribe Kant en relación con  la  comunicación social   está una función importante  respecto al derecho y a su acción legal pública. Es la condición moderna del deber público de todo hombre el estar informado  de los derechos por los cuales se rigen sus acciones políticas y para ello se requiere mantener el principio de publicidad  de las leyes en forma constante e inalterable. Para Kant no hay derecho real si no va acompañado de su publicidad, es decir, de hacerlo del conocimiento público efectivamente; ello  está acorde con su postura de pensador defensor de la Ilustración la cual consiste en  sacar al hombre del estado natural o de su minoría de edad, es decir, de la tutela del Estado o del amo, para que él mismo sea responsable  y libre de sus actos al atreverse a usar su propio entendimiento y cumplir las leyes prescritas.
En su  escrito de 1784, Idea  de una historia universal desde  el punto de vista cosmopolita,  manifestaba  que  el ejercicio de la justicia  requiere que el derecho adquiera su existencia y realidad pública en tanto  segunda naturaleza humana; para ello   debe mantenerse la condición de comunicarlo  a la sociedad en donde se aplica para el conocimiento de todos los miembros que la conforman.  Cualquier  acción e intencionalidad   que trate con el derecho de los hombres si ella no es compatible  con la publicidad   no es una acción que se atenga a derecho[7]. Igualmente  observó  que toda constitución de una sociedad civil  internacional,  al asumir el derecho como un eslabón universal para el conjunto de sus miembros, no puede quitarles a los hombres  “la libertad de comunicar en público su pensamiento”[8], lo cual equivale a asumir la condición y el derecho de manifestar y  ejercer la libertad de pensamiento y opinión respecto a las cosas públicas.
Para Kant la condición moral de servirse cada individuo de su propio entendimiento lo lleva a esclarecerse en tanto ciudadano y por ello  requiere que se haga públicamente nuestro  uso  propio de la razón; que se comuniquen las ideas para que se propaguen universalmente con el fin de mejorar o perfeccionar, en la medida de lo posible, una más justa redacción de la legislación; un uso público de la razón individual,  que bien pueda afirmar  como negar o criticar  las leyes que están en vigor.
Kant afirma que una  condición del mundo moderno respecto al derecho está en su condición pública, en hacer del conocimiento público por los medios de comunicación  de que se dispongan el conocimiento de las leyes para una mejor observancia  crítica, si es necesaria, de las mismas; la realización del derecho está acompañado no sólo de su publicidad sino también de elevar a los ciudadanos por medio de la educación social  a que hagan uso de su entendimiento y ejerzan la libertad del pensamiento y  puedan comunicar sus ideas sin temor a  represión y libremente,  y no únicamente manifestadas en privado sino de manera universal y pública.







[1] Kant, I.: Crítica del juicio. Monte Avila, Caracas, 1991, pág.153ss.
[2] Cuando Kant nos habla del gusto debe entenderse como facultad  enjuiciadora y no  como una facultad productora de lo bello. El gusto es el carácter de la univesal comunicabilidad de lo bello en este caso, o del evento estético, desde un punto de vista más  amplio.
[3] Op.cit. pág.215.
[4] Idem, pág.229.
[5] Idem, pág.235
[6] Idem.
[7] Kant, I. Vers la Paix perpétuelle. Que signifie s´orienter dans la pensée? Qu´est-ce que les Lumièrés, Garnier-Flammarion, Paris, 1991, pág.124-25.
[8] Idem, pág.69, también se puede consultar el ensayo Qu´est-ce que les Lumiéres?, pág.43ss.

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