Gilles Deleuze:
breve aproximación a su Estética
David De
los Reyes
Con este breve ensayo sobre Gilles Deleuze queremos recordar la partida de este importante pensador del postestructuralismo francés, quien el 4 de noviembre de 1995 fallece en París.
Gilles
Deleuze, en su momento, propuso una perspectiva radicalmente distinta en torno
a la estética, el arte y la filosofía. Entre sus concepciones de estos campos
teóricos, cuestiona las nociones tradicionales sobre la representación.
¿Debería la obra de arte limitarse a estructurar una representación del mundo?
¿Es la representación la finalidad del arte contemporáneo? La intención de este
polémico autor francés fue vincular intrínsecamente la ontología a las
experiencias estéticas, entendidas como formas de conocer el mundo. Así, se
amplía el campo tradicional de la estética moderna, que no se reduce a la
percepción sensible, sino que está intrínsecamente ligada a múltiples afectos y
sensaciones.
Su
propuesta en torno al arte se centra en la construcción de nuevas realidades y
experiencias alternas, buscando intensidades más que ser un mero espejo de la
realidad. El arte se convierte en una explotación y experiencia que afecta e
irrumpe en la carne sensible del espectador, transformando su limitada o inerte
comprensión de la realidad. Esto nos lleva a relacionar el arte con el
movimiento, una condición propia del arte cinematográfico. Las imágenes en
movimiento despiertan y relacionan otras formas de pensamiento y percepción.
Estas imágenes no son neutrales; afectan al espectador, transformando su
comprensión de una realidad en permanente cambio, tanto a través del arte como
del devenir de la existencia cotidiana. El movimiento se convierte en un elemento
constante en nuestra relación con el mundo.
Deleuze
admite, entonces, que se puede establecer una vinculación entre la estética y
la filosofía, convirtiendo al arte no solo en objeto de conocimiento o estudio,
sino en una apropiación y establecimiento de diferentes procesos que la
creación artística aporta. Estos procesos arrojan nuevas formas de entender y
sentir nuestros entornos, tanto espaciales como temporales. Además, el arte
puede estructurarse como un laboratorio para explorar ideas y conceptos
filosóficos. Si el arte siempre ha sido una condición humana para la creación y
experimentación de formas y constructos argumentativos, ampliando el marco de
lo sensible, no se reduce solo a reflejar el mundo existente. Pretende crear
nuevos mundos inexistentes que afectan la percepción y visión del individuo
como receptor de esas estructuras estéticas en curso.
Una de
las referencias e inspiraciones para sus propuestas se encuentra en las
visiones de Antonin Artaud y sus concepciones del teatro de la crueldad. ¿En
qué se basa esta propuesta estética teatral de este delirante y lúcido actor y
creador teatral francés? Asqueado de la escena del teatro burgués y de la
permanente construcción del realismo social o del naturalismo, que se reduce,
en última instancia, a ser una imitación de situaciones de la vida, el teatro y
su doble ofrecen, más que una respuesta intelectual al espectador, una
propuesta que lo removerá visceralmente. Artaud desafió las estructuras del
teatro clásico, abriendo un compás que da cabida a lo abstracto y lo simbólico,
donde el cuerpo sin órganos y la voz adquieren un rol fundamental en la expresión
de la experiencia humana.
Deleuze
enfatiza la concepción artaudiana del teatro y su doble, al aceptar, por un
lado, que puede ser un reflejo de una realidad dada, pero también un espacio y
un tiempo donde se pueden entrever y presentar otras formas de ser y de sentir.
Lo doble en la obra no solo es un espejo que refleja un fragmento de la
realidad humana, sino que incorpora las luchas internas y emocionales de cada
individuo. El teatro, y el arte en general, se conciben como un laboratorio
permanente de ideas donde se critican, cuestionan y deconstruyen las
convenciones y nociones tradicionales y autoritarias de la representación del
relato simbólico del poder, estrechando así una mayor cercanía con la
sensibilidad física del cuerpo del espectador. Un teatro, un arte, que
transforma la experiencia escénica en un acto de permanente creación, riesgo y
exploración de los límites de la sensibilidad convencional, irrumpiendo con
nuevos sentidos de la belleza y estableciendo matices de descubrimiento donde
el cuerpo, la voz, la gestualidad y las fuerzas vitales, junto con la puesta en
escena, juegan un papel crucial como herramientas de expresión. Este
entrelazado aporta inusitadas opciones artísticas para anunciar nuevas
realidades estéticas, ofreciendo otras intensidades tanto al participante
dentro como fuera de la escena.
Si hemos
tocado a Artaud en estos párrafos, no menos deberíamos esbozar la importancia y
los aportes de la pintura del artista inglés Francis Bacon para las teorías de
Deleuze. La obra de Bacon nos impacta con sus representaciones de cuerpos
desvanecidos, sin una identidad definida, sin rostros reconocibles, y con una
presentación cruda y visceral del cuerpo. Sus telas despiertan angustia y
desasosiego, fracaso y pérdida de realidad, utilizando tonalidades intensas y
contrastantes que deforman la construcción del cuerpo y de la realidad
convocada en la tela. Esta brutalidad, crueldad y desvanecimiento se acercan al
concepto del cuerpo sin órganos de Artaud. Más que una representación de algo,
ambos artistas conjugan su obra en la construcción de intensidades. La
intensidad es la materia sensible fundacional de estos artistas y de la
perspectiva estética, artística y filosófica de Deleuze. Se trata de ir más
allá de la representación convencional, de trascender lo dado, descubriendo
fuerzas subyacentes y constitutivas de la experiencia humana que han estado
ocultas o encubiertas por la superficialidad de las convenciones aceptadas, que
amarran al cuerpo en un orden global casi infranqueable. Se busca tomar esas
fuerzas intrínsecas para expresar lo inefable, lo que puede estar más allá de
la verbalización de la existencia.
Como
hemos mencionado, tanto para Artaud como para Bacon, y no menos para Deleuze,
el arte en el que ellos se sumergen y nos sumergen tiene la dirección de ser un
laboratorio de experiencias alternas a la inercia cotidiana, desafiando normas,
valores, conceptos y afectos mediante lo inusitado e inefable del misterio y de
la opresión de la vida contemporánea. El arte construye una experiencia
estética que corta la tela de la condición humana en toda su complejidad y
crudeza.
Esta
interrelación entre arte y filosofía, así como la creación y puesta en uso de
ideas filosóficas, nos transporta a una comprensión más compleja y profunda de
la experiencia estética. El arte, en su planteamiento, debe tener en cuenta las
emociones, sensaciones y afectos que desea despertar a través de la experiencia
estética, trascendiendo el círculo restringido de la realidad material de los
sentidos.
De este
modo, podemos notar que Deleuze nos lleva a compartir el arte con la política.
El arte se convierte en una forma de resistencia y transformación social, un
hilo constante en su propuesta. Actúa como una forma de transformación, lucha y
cambio tanto individual como social, estableciendo implicaciones colectivas y
políticas mediante la creación artística. Esta resistencia artística es una
propuesta provocadora y desafiante de las estructuras de poder, lanzando al
ruedo social nuevas visiones del mundo.
Por lo
tanto, el entramado deleuziano entre estética, arte y filosofía nos exige
romper con los cauces convencionales del arte como ornamento o habilidad
técnica, o como una postura que se limita a acciones estéticas inteligentes.
Sus ideas, que arrojan una actitud desafiante en todo momento, proponen un
enfoque que corta las limitaciones de la representación tradicional en el arte.
Integrando el concepto de movimiento y devenir, junto a las implicaciones en la
intensidad de los afectos que suscita, se establece una interconexión entre el
arte y la política. Esto nos habla, como integrantes de una sociedad, de
aceptar que una de las funciones esenciales del arte es su capacidad de
transformar la percepción y la realidad misma.
Bibliografía
Artaud, Antonin. El arte y la
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1991.
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Leibniz y el barroco. Traducción de José Luis Pardo. Madrid: Ediciones Siglo
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1986.
Rancière, Jacques. El
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