Jean Jacques Rousseau y Suiza (I)*
A los 300 años de su nacimiento
Stéphane
Garcia
(Onservación: esta es la primera parte del ensayo. La segunda parte será publicada en el próximo mes)
Prólogo
Este año 2012 al cumplirse trescientos años del nacimiento
de Jean-Jacques Rousseau, se han programado en todo el mundo innumerables
homenajes en torno a su figura. Son pocas las personalidades históricas que
siguen teniendo tanta actualidad después de dos siglos y medio de su muerte. Y es
porque Rousseau, este genio versátil, teórico de la música, compositor,
dramaturgo, novelista, poeta pre romántico, filósofo, pensador político,
pedagogo, botánico y teólogo, aún sigue sorprendiendo a sus lectores y alimentando
los debates.
Para sus numerosos lectores y estudiosos es notable la
modernidad del pensamiento de Rousseau. Y también, hoy más que nunca, para las
sociedades del siglo XXI, confrontadas a los grandes desafíos actuales -
climático, demográfico, económico, financiero- sus reflexiones sobre la
naturaleza, el bien común, el interés general, la educación y la participación
de los ciudadanos en las decisiones políticas, son una gran fuente de
inspiración.
Se destacarán aquí algunos aspectos muy contemporáneos
de sus ideas, para demostrar cuánto contribuyó Suiza a su génesis y desarrollo:
su relación con la naturaleza y los paisajes, su relación con el tiempo en sus
viajes a pie por los Alpes y sus principales ideas políticas -con frecuentes
alusiones al “Cuerpo helvético” y a las relaciones entre individuo y sociedad y
entre ciudadanos y Estado-, constituyen planteamientos extraordinariamente contemporáneos.
En el presente artículo se otorga especial relevancia a
la palabra misma de Rousseau - con citas extraídas de las Obras completas (OC),
publicadas por Gallimard en 5 volúmenes (1959-1995), y de su Correspondencia
completa (CC), en 52 volúmenes (1965-1998)*. Un ejemplo de la vitalidad de los
estudios rousseaunianos es la nueva edición de sus obras y correspondencia en
24 volúmenes, publicadas el 28 de junio de 2012 por las ediciones Slatkine
(Ginebra) y Champion (París). Las referencias a la literatura sobre este
pensador y su obra, se limitan a los textos clásicos, a los comentarios más “citados”
y a las publicaciones recientes más importantes.
En las primeras páginas, se
intenta dar respuesta a la pregunta, tan recurrente, pero no por ello menos
interesante: ¿Fue Rousseau ginebrino, suizo o francés? La única respuesta que
concita unanimidad, tanto en el siglo XXI como ya en el XVIII, es aquella que
considera que Rousseau es una figura universal, que nadie puede monopolizar y que
pertenece a todos. El mapa 2012 de los eventos conmemorativos en el sitio
Internet del Espacio Rousseau en Ginebra http://www.espace-rousseau.ch/f/rousseauaujourdhui/rousseauiste.asp- demuestra claramente que este pensador trasciende la noción de frontera **.
Stéphane
Garcia, Dr. Hist.
Ginebra,
febrero de 2012
¿A quién “pertenece” Rousseau?
• Los ginebrinos consideran que Jean-Jacques Rousseau es una de sus
grandes figuras, tal como Jean Calvino o Henry Dunant.
• Para los suizos, que en 1815 acogieron a la República de Ginebra en la Confederación , es un
compatriota, defensor de valores muy helvéticos.
• Para los franceses, es uno de los padres
espirituales de la
Revolución de 1789, y desde 1794 sus restos reposan en el
Panteón.
Las conmemoraciones en torno al gran Jean-Jacques
Rousseau plantean ineludiblemente la interrogante sobre su pertenencia
“nacional”. Así sucedió en particular hace un siglo, cuando se publicó el libro
de Gaspard Vallette, Jean-Jacques
Rousseau genevois (1911) [Juan Jacobo
Rousseau ginebrino] y la Histoire littéraire de Suisse au XVIIIe
siècle (1912) [Historia literaria de Suiza en el siglo XVIII], de Gonzague
de Reynold 1[1].
En el 250º aniversario de su natalicio, François Jost consagró los dos
volúmenes de su Jean-Jacques Rousseau
Suizo (1961) [Juan Jacobo Rousseau suizo]
a la tarea de “helvetizarlo”2[2],
En 2012, esta temática podría parecer poco pertinente.
Pero no es así: por una parte, es interesante recordar que la situación
política de la época y la vida tumultuosa de Rousseau, no permiten responder de
manera simple a esta interrogante “identitaria” y, por otra, que el concepto de
pertenencia es uno de los elementos claves en la postura del filósofo3[3].
¿Rousseau ginebrino?
Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra el 28 de junio
de 1712. Allí vivió sus 16 primeros años, hasta aquel atardecer de marzo de
1728 en que al encontrar cerradas las puertas de la ciudad, decide fugarse.
Salvo una breve estancia de incógnito en 1737, para reclamar la herencia de su
madre, sólo vivió en esta ciudad unos meses, en 1754.
Siguiendo el mandato paterno que relata en su Carta a d'Alembert: “Jean-Jacques, ama a
tu país” - Rousseau tuvo un apego visceral por su ciudad natal: “Jamás he visto
las murallas de esa dichosa ciudad, nunca he entrado en ella sin sentir una
especie de desmayo procedente de un exceso de enternecimiento.”4 [4]
Lejos de Ginebra, la evoca a menudo con los acentos
nostálgicos - Heimweh- del
desterrado: “Como el niño que fui, me enternezco al recordar las viejas
canciones de Ginebra. Las canto con una voz ahogada y termino llorando por mi
patria 5 [5].
Además, se preocupó
particularmente de que en la primera página del Discours sur l’origine et les fondements de l’innégalité entre les
hommes [Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre
los hombres] (1755), del Contrat social
[Contrato social] y del Emile
[Emilio] (1762), bajo su nombre figurara la mención “ciudadano de Ginebra”, e incluyó
en estas dos últimas publicaciones una dedicatoria “a la República de Ginebra”.
No obstante, las relaciones de Rousseau con su ciudad
natal fueron complicadas 6 [6].
En 1728 fue excluido de facto de la comunidad de ciudadanos por haber abjurado del
protestantismo en Turín. Sólo en 1754, a los 42 años de edad, retornó a la
iglesia reformada y recuperó sus derechos cívicos. Pero por pocos años: en
1762, las autoridades ginebrinas condenan y ordenan quemar el Emilio y el Contrato social, y Rousseau decide renunciar oficial y
definitivamente a la burguesía de Ginebra (12 de mayo de 1763). Nunca retornaría
a su “amada patria”, ni siquiera cuando al embarcarse en Nyon rumbo a Thonon,
estuvo lo bastante cerca como para divisar los campanarios de la ciudad: “Me
sorprendí a mí mismo suspirando cobardemente como lo hubiera hecho antaño por
una pérfida amante.” 7[7].
Ginebra lo rehabilitó en 1792 y le erigirá una estatua
en la isla de las Barcas, rebautizada como isla Rousseau, en 1835.
¿Rousseau suizo?
En el siglo XVIII Ginebra era una República
independiente 8 [8]. No
obstante, mantenía estrechos vínculos políticos con el “Cuerpo helvético” de
los 13 cantones. Gracias a la alianza con Berna y Friburgo, y más tarde con
Berna y Zurich, logró poner coto al apetito de los duques de Saboya y
posteriormente resistir las presiones francesas. Desde el punto de vista
político, Ginebra se mantuvo en la esfera de influencia de la Confederación.
Suiza es para Rousseau “como una gran ciudad dividida
en trece barrios, algunos situados en los valles, otros en las laderas y otros
en las montañas. Ginebra, Saint-Gall, Neuchâtel serían como los suburbios” 9 [9].
Por ello, para sus contemporáneos, Rousseau fue a
veces “ginebrino” y, otras, “suizo”. Cuando en 1742 leyó ante la Academia de Ciencias de
París su Projet concernant de nouveaux
signes pour la musique [Proyecto sobre nueva notación musical], fue presentado como “natural de
Suiza” y en su correspondencia solía presentarse como “suizo”.
Sin embargo, se ha de entender este término en su
acepción geográfica, tal como se decía, entonces, de los “italianos”o
“alemanes”: en esa época la “nacionalidad suiza” era inexistente y los suizos
estaban bajo la jurisdicción de un cantón particular.
Rousseau conocía perfectamente el territorio de la
Suiza romanda: en 1730 visitó el país de Vaud, en ese tiempo bajo dominio
bernés (Nyon, Lausana, Vevey), Friburgo y Neuchâtel, y más adelante, en 1744,
estuvo en el Valais. Al huir de Francia, en 1762, no se instaló en Ginebra, sino
que buscó refugio primero en Yverdon y luego en Môtiers. En 1765, al ser
expulsado por los habitantes de Môtiers, pasó tres meses en la Isla de
Saint-Pierre (lago de Biel), antes de ser expulsado por las autoridades bernesas.
Ciudadano de Ginebra por nacimiento, Rousseau morirá neuchatelés.
En efecto, el filósofo exiliado había solicitado la naturalidad neuchatelesa,
la que obtuvo en 1763. Esto tampoco lo convierte en suizo: el principado de
Neuchâtel estaba bajo dominio de Frédéric II, rey de Prusia, y no pertenecía a
la Confederación de los 13 cantones… Sin embargo, en aquella época se
consideraba que tanto Ginebra como Neuchâtel eran miembros de esta heterogénea
alianza política.
¿Rousseau francés?
Rousseau vivió en suelo francés la mayor parte de su
vida adulta: 33 años en total, tras haber residido diez años en la región de Saboya
(entre 1729 y 1742), que pertenecía al reino de Piamonte-Cerdeña. Además,
convivió y se casó en 1768 con una francesa, Thérèse Levasseur, lavandera, con quien
tuvo cinco hijos (todos expósitos en la Inclusa de París). Después de regresar
de Inglaterra en 1767, no volvió a salir de Francia. Murió en Ermenonville, en
los alrededores de la capital, en 1778.
Si bien Rousseau era descendiente de parisinos (quinta
generación), nunca lo mencionó como el motivo que lo indujo a vivir en el
reino. Por el contrario, siempre se vio a sí mismo como un “extranjero”, lo que
sus enemigos, como Voltaire, utilizaron como argumento en sus polémicas. Lo que
atrajo a Rousseau de Francia fue esencialmente la literatura y la vida
intelectual; pero sus relaciones con el país siempre estuvieron teñidas de
cierta ambigüedad: cercanía y distancia, atracción y rechazo. En todo caso,
sería excesivo considerar a Francia como su “patria adoptiva”, y la
panteonización de Rousseau sólo lo convirtió en francés de manera simbólica y
tardía 10 [10].
Es interesante señalar que a las ceremonias del
traslado de sus restos al Panteón, asistió una delegación ginebrina portando un
lienzo donde se leía: “La Ginebra aristocrática lo proscribió, la Ginebra regenerada venga
su memoria”.
La postura del “bárbaro”
Desde mediados de 1740 Jean-Jacques Rousseau
reivindicó constantemente su marginalidad social, religiosa y política, pero
también geográfica o nacional. Al proclamar su ciudadanía ginebrina y definirse
a veces como “suizo”, está reivindicando su diferencia respecto de Francia y de
los filósofos franceses. Así, optó por ser un “bárbaro” 11 [11],
postura que le permitía tomar distancia del París de los beaux esprits y tener una mirada desde afuera cuando de criticar las
leyes francesas o los enciclopedistas se trataba.
Más allá de las sonrisas que
provocaban sus giros idiomáticos ginebrinos o provincianos en los salones
parisinos (Voltaire hasta se mofa de su “francés alóbroge”), Jean-Jacques
Rousseau los consideraba como una prueba de pureza y autenticidad. En el
prefacio a La nueva Eloísa (1761), Rousseau solicita al lector indulgencia para
con sus “errores de lenguaje”, debido a que “quienes los escriben no son
franceses, beaux esprits, académicos,
filósofos, sino provincianos, extranjeros, solitarios.
“¿Qué se ganaría con hacer
hablar a un suizo como un miembro de la Academia?”, se pregunta en esta célebre
novela epistolar. Y en el Emilio
(1762) escribe: “Adiós París: Lo que buscamos es el amor, la felicidad, la
inocencia y por lo tanto nunca estaremos lo suficientemente lejos de ti."
El origen extranjero que reivindica Rousseau y la
imagen rústica que tienen de Suiza los franceses, se convierten pues, bajo su
pluma, en una forma de marcar su diferencia. Aunque reales, exacerba su
patriotismo ginebrino y su amor por Suiza para mejor servir su propósito.
Rousseau utiliza su extrañeidad para oponer su sinceridad provinciana a la
pedantería, el purismo y la norma.
Como se verá más adelante (en el capítulo “La Suiza rústica, democrática y confederal: un
ejemplo para Córcega y Polonia”), Rousseau insiste en lo importante que es
para un Estado, fomentar y cultivar un poderoso sentimiento nacional. Este
culto o “misticismo” patriótico constituye una paradoja interesante en este
pensador que, en definitiva, no fue totalmente ginebrino, tampoco neuchatelés, ni
suizo ni francés 12 .[12]
En este sentido, sus ideas se sitúan a contracorriente de la apertura
cosmopolita del Siglo de las Luces.
Rousseau es de todas partes y de ninguna parte: ¿acaso
no es ésta la dimensión perfecta para un pensador cuyo “genio universal” todos
reconocen?
Rousseau y la Suiza de “tarjeta postal”
Su relación con la naturaleza y el
paisaje
Qué mejor evocación de la Suiza alpestre que la de Rousseau
en su novela Julie o la Nouvelle Héloïse [Julia o la nueva
Eloísa]. El enorme éxito de sus Lettres
de deux amants habitants d'une petite ville au pied des Alpes [Cartas de
dos amantes habitantes de una pequeña ciudad al pie de los Alpes] (alrededor de
80 ediciones - autorizadas o pirateadas - entre 1761 y finales del siglo), y tal
como lo precisa en el subtítulo, contribuyó extraordinariamente a publicitar
tanto a Suiza como a su naturaleza.
No es la primera vez que un “suizo” celebra los Alpes:
ya los zuriqueses Josias Simmler (1530-1576), De Alpibus, 1574, y Johann Jakob Scheuchzer, Itinera alpina, 1708, lo habían hecho. Sin olvidar al bernés
Albrecht von Haller (1708-1777), cuyo célebre poema Die Alpen de 1732 había leído Rousseau, en la traducción francesa
de 1750.-
Sin embargo, la originalidad de la novela de
Rousseau radica en que el entorno alpestre es mucho más que un simple telón de
fondo para los amores de Julia y Saint-Preux: el marco natural y la narración están
indisolublemente asociados. Como explica en las Confesiones 13 [13]
“El contraste de su situación, la riqueza y variedad de los sitios, la
magnificencia, la majestad del conjunto, que halaga los sentidos, conmueve el
corazón y eleva el alma, acabaron de resolverme y coloqué mis jóvenes pupilas
en Vevay.”
Naturaleza silvestre, naturaleza cultivada e industria: una mezcla típicamente suiza
La nueva Eloísa es la primera novela de la literatura francófona que incorpora
la montaña como el lugar supremo de la felicidad. Con ella nace la “literatura
alpestre”, que hará furor tanto en Francia como en Inglaterra 14 [14].
En esta obra, escrita en Montmorency, Francia, entre 1756 y 1758), Rousseau
evoca los paisajes del país de Vaud y el Valais, que conoció en sus
peregrinajes a través de los Alpes.
Saint-Preux relata a su amada el viaje de una semana
que acaba de hacer en el Haut-Valais: “Despacio y a pie trepaba senderos
bastante escarpados (…). Quería dejar correr mi fantasía; y a cada instante me
lo estorbaba un no esperado espectáculo. Pendían a veces encima de mi cabeza
inmensas medio arruinadas rocas; a veces me inundaban en su densa niebla altas
y ruidosas cascadas, y a veces un inmenso torrente me descubría a mi lado una sima
cuya profundidad los ojos no eran osados a contemplar. Perdíame a veces en la
oscuridad de una enmarañada selva, y otras al salir de un despeñadero á deshora
regocijaba mis ojos una lozana pradera.” 15 [15].
El embeleso que provoca la contemplación de la
naturaleza no depende de su pureza, pues para Rousseau la intervención humana
es totalmente legítima y puede embellecer el entorno: “En todas partes se
manifestaba la mano del hombre en una pasmosa confusión de la naturaleza
silvestre y la naturaleza cultivada, donde hubiéramos creído que nunca aquel
había penetrado; junto a una caverna había casas, veíanse pámpanos secos donde
sólo abrojos se aguardaban, vides en tierras que de los montes habían rodado,
sazonadas frutas encima de rocas y tierras de labor en quebradas.”
En el Séptimo paseo de las Ensoñaciones del paseante solitario (1776-1778) Rousseau describe la
felicidad que lo embarga al pasear, solitario, en la región de Robellaz, en el
Jura neuchatelés, y sus sueños en medio de la naturaleza agreste. De pronto, escucha
un repiqueteo, avanza hacia el sitio de donde proviene y aparta las malezas:
“Pero efectivamente, ¿quién habría esperado jamás
encontrar una manufactura en un barranco? En el mundo, sólo Suiza presenta esta
mezcla de naturaleza salvaje con industria humana. Toda Suiza no es más que,
por así decir, una gran ciudad cuyas calles, anchas y largas (...), están
sembradas de bosques, cortadas por montañas, y cuyas casas, desperdigadas y
aisladas, sólo se comunican entre sí mediante jardines ingleses. Me acordé, a
este respecto, de otra herborización (…) que habíamos hecho hacía algún tiempo
en la montaña de Chasseron, desde cuya cima se divisan siete lagos. Se nos dijo
que no había más que una sola casa en esta montaña, y probablemente no
habríamos adivinado la profesión del que la habitaba si no hubieran agregado
que era librero y que además llevaba muy bien los negocios en aquella región.
Me parece que un solo hecho de esta especie permite conocer Suiza mejor que
todas las descripciones de los viajeros.” 16 [16].
Subir a las montañas para purificarse
El amor de Rousseau por la montaña – la media montaña,
no las cumbres que un poco más tarde escalará su compatriota Horace-Bénédict de
Saussure - se inscribe en una simbólica del espacio donde las alturas se asimilan
a la purificación interior:
“Aquí fue – escribe Saint-Preux – donde vi claro que
la verdadera causa de mi mudanza de humor consistía en la pureza del aire que
me había restituido mi paz interior perdida tanto tiempo hacia. Efectivamente,
una impresión general en todos los hombres, aunque no todos la noten, es que en
las elevadas montañas, en que es el aire más sutil y puro, se siente mayor
facilidad de respirar, más ligero el cuerpo y más sereno el ánimo, los deleites
son menos ardientes, y más moderadas las pasiones. Se revisten las meditaciones
de no sé qué grande y elevado carácter, proporcionado a los objetos que
miramos, y no sé qué sosegada voluptuosidad que nada de acerbo ni sensual tiene.
Parece que encumbrándonos más alto que las mansiones humanas, dejamos en ellas
todos los bajos y terrenales afectos; y que a medida que a las regiones etéreas
nos acercamos se comunica al alma parte de su inalterable pureza. (…) Dudo que
una violenta agitación o una enfermedad de melancolía pudiera resistir una estancia
en este lugar, y me extraña que no se practiquen, como uno de los más eficaces
remedios de medicina y de moral, baños del aire sano y provechoso de la montaña.” 17 [17].
Naturaleza y felicidad
El lago y la campiña completan el paisaje cautivador,
típicamente suizo, que Rousseau describe en La
nueva Eloísa. Así como existe una purificación montañesa, también existe una
felicidad lacustre. “El instante que desde las eminencias del Jura descubrí el
lago de Ginebra fue un instante de rapto estático”, exclama Saint-Preux 18 [18].
Rousseau anhela el lago Léman y sus orillas, como si
fuera un jardín del Edén: “Cuando viene a inflamar mi imaginación el ardiente
deseo de esta vida feliz y dulce que huye de mí y para la cual he nacido,
siempre me la represento en el país de Vaud, a orillas del lago, en medio de
campiñas deliciosas. (…) Cuando pienso en la simpleza con que varias veces he ido
a Vaud en busca de esa felicidad imaginaria, no puedo menos de reírme.” 19 [19]
Cuando retornó a Ginebra, en el verano de 1754, consagró
una semana a dar la vuelta al lago en una barca.
En el Quinto paseo de las Ensoñaciones de un paseante solitario, es donde Rousseau mejor describe
el éxtasis que siente al estar inmerso en la naturaleza lacustre y campestre; en
él relata las seis semanas que pasó, en 1776, en la pequeña Isla de Saint-Pierre 20 [20],
(1 km2) del lago de Biel, en cuyas riberas agrestes y pintorescas se entregó a
su pasión por la botánica.
“La botánica, tal como la he
considerado siempre, y del modo como empezaba a constituir una pasión para mí,
era precisamente un estudio ocioso capaz de llenar de pasatiempos toda mi vida,
sin dejar espacio a los delirios de la imaginación ni al fastidio de una
ociosidad completa. Vagar perezosamente por los bosques y la campiña, tomar
maquinalmente esto o aquello, ya una flor, ya una rama, coger las hierbas al
acaso, observar mil y mil veces lo mismo y siempre con igual interés, porque
todo lo olvidaba, era bastante a pasar la eternidad sin aburrirme un solo
instante.” 21 [21]”.
Precursor del pensamiento ecológico
La mirada de Rousseau sobre la naturaleza es, a la
vez, llena de amor y profundamente desinteresada: la naturaleza debe ser amada por
sí misma, y no por lo que los hombres puedan extraer de ella. Herborizar, para
él, es convivir con la naturaleza, sin intermediario ni fines utilitaristas.” 22 [22]
El equilibrio que preconiza Rousseau en la relación del
hombre con el medio-ambiente lo convierte en uno de los pioneros de la ecología.
Vivir en armonía con la naturaleza es precisamente una de las características más
notables de los “Montagnons”, esos
habitantes del Alto Jura neuchatelés que Rousseau frecuentó en el invierno de 1730-1731.
En su Lettre à d’Alembert sur les
spectacles [Carta a d'Alembert sobre los espectáculos] (1758) evoca esta
sociedad laboriosa, su forma de vida frugal y antártica, e insiste en que
naturaleza y comunidad humana pueden convivir perfectamente.
En cierto modo, se podría hacer extensiva esta armonía
con la naturaleza a todos los habitantes de Suiza: “Los suizos (…) tienen modos
de vida que no cambian, porque tienen que ver con el suelo, con el clima y con las
diversas necesidades, y esto obliga a los habitantes a adaptarse a lo que la
naturaleza les prescribe.” 23 [23].
Por el contrario, le repugnan las agresiones al paisaje,
como lo evidencia este párrafo de las Ensoñaciones
donde evoca el infierno de las minas: “Los rostros macilentos de los
desgraciados que languidecen entre los infectos vapores de las minas, negros
ferreros, repelentes cíclopes, son el espectáculo que el aparato de las minas
sustituye, en el seno de la tierra, al del verdor y las flores, el cielo
azulado, los pastores enamorados y los robustos labradores en su superficie.” 24 [24].
En su carta-respuesta -1756 - al Poème sur le désastre de Lisbonne, [Poema sobre el desastre de
Lisboa] de Voltaire, Rousseau, rechaza también la tesis fatalista de la catástrofe
natural: la hecatombe resultante del sismo, fue provocada por la locura constructora
de los hombres y por su hacinamiento en un lugar sensible.
Rousseau plantea también que el vínculo con la
naturaleza es esencial en la educación de los niños, como preconiza en el Emilio (1762), donde insiste en la necesidad
de criar a los niños en el campo, para aprovechar todas las ventajas de una “escuela al aire
libre”.
“Haced que
vuestro alumno se halle atento a los fenómenos de la naturaleza, y en breve lo
haréis curioso; pero si queréis sostener su curiosidad, no os deis prisa a
satisfacerla. Poned a su alcance las cuestiones y dejad que él las resuelva.
(...) “Una tarde serena vamos a pasearnos por un sitio a propósito, donde bien
descubierto el horizonte deja ver de lleno el sol en su ocaso, y observamos los
objetos que hacen que se reconozca el sitio por donde se ha puesto. Al día
siguiente volvemos a tomar el fresco al mismo sitio, antes de que salga el sol.
Le vemos anunciarse de lejos con las flechas de fuego que delante de él lanza.
Aumentase el incendio, aparece todo el oriente inflamado; su brillo hace
esperar el astro mucho tiempo antes que se descubra; a cada instante creemos
que le vamos a ver; vémosle, en fin. Destella como un relámpago un punto
brillante, y al instante llena el espacio todo; desvanece el velo de las
tinieblas, y cae; reconoce el hombre su mansión y la halla hermoseada. Durante
la noche ha cobrado nuevo vigor la verdura; el naciente día que la alumbra, los
rayos primeros que la doran, la enseñan cubierta de luciente alfójar, de rocío,
que reflejan los colores y la luz. El coro reunido de las aves saluda con sus
conciertos al padre de la vida; en este momento ni una está callada: débil aún
su trinar, es más lento y más blando que lo demás del día, pues se resienten de
su soñoliento despertar. El conjunto de todos estos objetos deja en el pecho
una impresión de serenidad que penetra hasta el alma. Media hora hay entonces
de embeleso a que ningún hombre resiste; que espectáculo tan bello, tan
magnífico, tan delicioso, a todos conmueve.”
Rousseau escribió estas inspiradas líneas cuarenta
años después de que, en la aldea de Bossey, al pie del Monte Salève, comprendiera
que la naturaleza le hablaba a su alma 25 [25],
a los 10 o 12 años de edad.
El viaje a pie
Rousseau: cantor de la “movilidad suave”
Para Rousseau, un verdadero viaje es el que se hace a pie;
no es la opinión de un teórico, sino la de un gran viajero que recorrió a pie grandes
distancias, esencialmente en Suiza y sus alrededores.” 26 [26].
He aquí algunos ejemplos: primer viaje a pie de Annecy
a Turín (1728) 27 [27], la
larga caminata entre Nyon, Friburgo, Lausana, Vevey, Neuchâtel, Berna, Soleure,
París 28 [28],
en 1730-1731; el retorno desde Venecia, donde pasa a pie el Simplon, desde
Domodossola a Sion (1744), el viaje de París a Ginebra (1754) con Thérèse
Levasseur, durante el cual se baja a cada instante de la diligencia para
disfrutar, en solitario, del placer de la caminata 29 [29],
el proyecto del verano de 1763, de caminar de Neuchâtel a Zurich en (que
comenzó y luego abandonó por la inclemencia del tiempo). Rousseau aprovechó
entonces todas las ocasiones que tuvo para entregarse a lo que llamaba su “manía
ambulatoria.” 30 [30].
Disfrutar de los intervalos
En el Emilio,
Jean-Jacques Rousseau expuso largamente las ventajas del viaje a pie.” 31 [31].
Es una opción que se elige cuando se viaja sin prisa: “Emilio
no entra nunca en una silla de posta, y no toma la diligencia si no se ve
apremiado para ello”. Ahora bien, toda la educación de Emilio está orientada
justamente a sustraerlo de lo que Rousseau considera como un problema general
en la sociedad de su tiempo: la incapacidad para vivir el momento presente. Y evoca
esta carrera contra el tiempo en términos que se podrían aplicar perfectamente
a nuestra época, dominada por el 'always
faster':
“Dicen los hombres que es corta la vida y yo veo que ellos
mismos hacen lo que pueden para hacerla más corta. No sabiendo emplearla, se
quejan de la rapidez del tiempo, y yo veo que éste corre con demasiada lentitud
según su deseo. Poseídos siempre del objeto a que aspiran, miran con dolor el
intervalo que los separa de él: uno querría ya haber llegado a mañana, el otro
al mes próximo, otro diez años más allá; nadie quiere vivir hoy; nadie está contento
con la hora presente, todos los hombres la tienen por lenta al pasar.” 32 [32]
Rousseau distingue, entonces, dos tipos de desplazamientos:
aquel cuya única finalidad es llegar loa antes posible a su destino, y el viaje
propiamente tal, que supone darse tiempo para disfrutar del trayecto que media entre
la partida y la llegada: “Cuando no se quiere sino llegar, se puede correr en
silla de posta; pero cuando se quiere viajar, es necesario ir a pie
Por lo tanto, la caminata es la ocasión para este Carpe diem que propone Rousseau para el
viaje, que tanto placer y sentimiento de libertad puede procurar: “Nosotros no
viajamos en correos, sino como viajeros. No pensamos solamente en los dos
términos, sino en el intervalo que los separa. El viaje mismo es un placer para
nosotros. No lo hacemos tristemente sentados y como aprisionados en una jaulita
bien cerrada. No viajamos en el abandono y en el reposo de las mujeres. No nos
quitamos ni el aire libre, ni la visión de los objetos que nos rodean, ni la
comodidad de contemplarlos a nuestro gusto cuando nos agrada.”
Así, el viaje se asemeja a un paseo tan instructivo como placentero:
“No concibo una manera más agradable de viajar que ir
a caballo, que no sea la de ir a pie. Se parte en su momento, se detiene uno a
su voluntad, se realiza tanto o tan poco ejercicio como se quiera. Se observa
todo el país; se vuelve a derecha e izquierda; se examina todo lo que nos agrada;
se detiene uno en todos los puntos de vista. Percibo un río, yo lo bordeo; un
bosque tupido, voy bajo su sombra; una gruta, yo la visito; una cantera, examino
los minerales. En cualquier lugar que me agrada, me quedo. En el instante en
que me aburro, me marcho. No dependo de los caballos ni del postillón. No tengo
necesidad de escoger los caminos ya hechos, las rutas cómodas; paso por todas
las partes por las que un hombre puede pasar; veo todo cuanto un hombre puede ver;
y, no dependiendo sino de mí, gozo de toda liberté de que puede gozar un hombre.
(…) Viajar a pie, es viajar como Tales, Platón y Pitágoras. Me cuesta trabajo comprender
cómo un filósofo puede hacerlo de otra manera, olvidándose del examen de las
riquezas que él holla con sus pies y que la tierra brinda a sus ojos.”
Mens sana in
corpore sano:
el viaje a pie es el ejercicio físico por excelencia, que reconcilia el alma
con el cuerpo: “Cuanta diversidad de placeres se reúnen en esta agradable
manera de viajar, sin contar la salud que se afianza y el humor que se distrae."
He visto siempre que quienes viajaban en buenos coches coches muy agradables,
iban pensativos tristes, enfadados o molestos; y a los peatones siempre
alegres, ligeros y contentos con todo. ¡Cómo parece sabrosa una comida
corriente! ¡Con qué placer se descansa en la mesa! ¡Qué buen sueño se tiene en
un mal lecho!”
Caminata solitaria y meditación
Para Rousseau, la caminata está íntimamente vinculada
con la reflexión filosófica. Así como Aristóteles y los peripatéticos filosofaban
mientras caminaban, Rousseau afirma: “Sólo puedo meditar caminando.” 33 [33].
La caminata solitaria brinda la ocasión para
reencontrarse consigo mismo y, por lo tanto, para conocerse mejor: “Nunca he pensado
tanto, existido y vivido, ni he sido tan yo mismo, si se me permite la frase,
como en los viajes que he hecho a pie y solo. El andar tiene para mí algo que
me anima y aviva mis ideas (...); el alejamiento de todo lo que me recuerda la
sujeción en que vivo, de todo lo que me recuerda mí situación, desata mi alma,
me comunica mayor audacia para pensar.” 34 [34].
En esta “soledad ambulatoria” el autor de las Ensoñaciones del paseante solitario encuentra
no sólo la oportunidad para evadirse de la sociedad, sino también el reflejo de
su propia historia de vida. El caminante que disfruta del “placer de andar sin
rumbo” 35 [35],
el viajero que goza de la libertad de elegir los caminos no trillados, son como
Rousseau, que no se ciñe a ningún trayecto obligado y se aleja de toda
contingencia, especialmente de las sociales.
Aún cuando a veces Rousseau reconoce que es necesario volver
a la sociedad: “Algún día, después de habernos extraviado más que de ordinario
en los valles, en las montañas donde no percibimos ningún camino, no acertamos
a volver a encontrar el nuestro. Poco nos importa, todos los caminos son buenos,
puesto que nos permiten llegar: pero se impone llegar a alguna parte cuando se
tiene hambre. Felizmente nos encontramos a un campesino que nos lleva a su
choza; comemos con enorme apetito su parva comida.” 36 [36].
Sin embargo, el ciudadano de Ginebra no siempre el
viaje fue fruto de una elección: las circunstancias lo obligaron a vivir muchos
años de exilio y de errancia (1762-1770). Y en este contexto, los viajes ya no son viajes, sino simples traslados
que se hacen a caballo o en diligencia, y la soledad ya no es anhelada, sino
sobrellevada.
Observación: el mes de enero de 2013 se publicará la segunda parte de este artículo.
Referencias
*Este
artículo escrito por el Dr. en Historia, Stephane García (Ginebra), ha sido
amablemente enviado para ser publicado en este blog por la Embajada de Suiza de Venezuela, a través del Agregado Adjunto al Embajador Sr. Mg en
Historia, Pietro Lazzeri.
** Para
la traducción se cotejaron y editaron las citas y datos de diversos sitios
Internet, entre otros:
- www.jacquesderrida.com.ar/confesiones; - www.jacquesderrida.com.ar/contratosocial
- www.bioetica.org/cuadernos/bibliografia/siede4.htm;
- www.Wikipedia, la enciclopedia libre; - www.bibliotecasvirtuales.com/Emilio/index.asp
- www.infotematica.com.ar; http://es.scribd.com/doc/7168557/ROUSSEAU-JACQUES-Suenos-de-Un-Paseante-Solitario;
www.rousseau-chronologie.com;
- www.books.google.com/books/about/Julia_o_la_nueva_Eloísa.html
- www.catedras.fsoc.uba.ar/boron/Libros/Proyecto
de Constitución de Córcega y Consideraciones sobre el gobierno de Polonia (NdT)
Notas
1.- [1] Este último afirma que: “Rousseau, si se
le considera como un francés, no se inscribe en ninguna tradición, pero si se
le considera como un suizo, recupera entonces su lugar natural; en él se
encarna el espíritu suizo y se hace universal”. Pág. 823,
2.- [2] “En el Contrato social vertió Rousseau todo su intelecto ginebrino; pero La nueva Eloísa y las Confesiones revelan su corazón suizo.”
(pág. 4).
3.- [3] Cf. J. Meizoz, Le gueux philosophe [El mendigo
filósofo], Lausana, editorial Antipodes, 2003.
4.- [4] OC I, pág. 144 (Confesiones, libro IV).
5.- [5] CC IV, pág. 336 (Carta a J. Vernes, 18 de
noviembre de 1759).
6.- [6] G. Chenevière, Rousseau, une histoire genevoise [Rousseau, una historia
ginebrina], Ginebra, Labor et Fides, 2012.
7.- [7] CC XXI, pág. 53 (carta a Milord G. Keith,
1764).
8.- [8] Será independiente hasta 1798, año en que
la Francia revolucionaria se la anexa; hasta 1813 fue la capital del
“Departamento del Léman”, y se incorpora ulteriormente a la Confederación suiza
(1814-1815).
9.- [9] CC XV, pág. 49.
10.- [10] A partir de 1821, en el frontispicio del
edificio confiscado por la
República en 1791 figura la inscripción “A los grandes
hombres, la patria agradecida”.
11.- [11] En el encabezado del Discours sur les arts et les sciences [Discurso sobre las artes y
las ciencias], 1750, y en el Deuxième
Dialogue, [Segundo diálogo], cita a Ovidio (Tristes): Barbarus hic ego sum, quia non intelligor illis (Aquí soy un
bárbaro porque estas gentes no me entienden], Rousseau juge de Jean-Jacques [Rousseau, juez de Jean-Jacques],
1775.
12.- [12] R. Trousson, Dictionnaire de Jean-Jacques Rousseau, [Diccionario de Jean-Jacques
Rousseau], París, Champion, 2006, pág. 704 (artículo Patria).
13.- [13] Sus “pupilas”, es decir,
Julia y su prima Claire, que vivían en el pueblo de Clarens. OC, I, pág. 431.
14.- [14] Cf. C.-E. Engel, La littérature alpestre en France et en
Angleterre aux XVIIIe et XIXe siècles [La literatura
alpestre en Francia y en Inglaterra en los siglos XVIII y XIX] Chambéry, 1930 y
más recientemente E. Christen y F. Baud, Rousseau, Les Alpes et la poésie anglaise [Los Alpes y la poesía inglesa]
(edición bilingüe), Vevey, Éditions de L'Aire, 2011.
19.- [19] OC I, pág. 152.
20.- [20] A. Tripet, La Rêverie littéraire: essai sur Rousseau”, [El Ensueño literario:
ensayo sobre Rousseau], Ginebra, 1979
21.- [21] OC I, pág. 641.
22.- [22] Cf. Ph. Roch, Dialogue
avec Jean-Jacques Rousseau sur la nature”, [Diálogo con Jean-Jacques Rousseau sobre la
naturaleza], Ginebra, Labor et Fides, 2012.
23.- [23] CC XV, pág. 49 (Lettre au Maréchal de Luxembourg [Carta
al mariscal de Luxemburgo], 20 janvier 1763).
24.- [24] OC I, pág. 1067.
25.- [25] Cf. OC I, pág 12 y siguientes (Confesiones,
libro I).
26.- [26] Gracias al cruce de las numerosas fuentes
disponibles (unas 2.700 cartas escritas por Rousseau, entre otras), se conocen
con extraordinaria precisión todas sus actividades y movimientos. Ver Raymond
Trousson y Frédéric S. Eigeldinger, Jean-Jacques
Rousseau, au jour le jour, [Jean-Jacques Rousseau, en su día a día]. París,
H. Champion, 1998. Para una cronología detallada e ilustrada de sus viajes, ver
el sitio Internet de Takuya Kobayashi, http://www.rousseau-chronologie.com/
27.- [27] “Ir a Italia tan joven, haber visto ya
tanto terreno, seguir a Aníbal atravesando montes, me perecía una gloria que
estaba por encima de mi edad (...) Este recuerdo me ha dejado una afición viva
a todo lo que con él se relaciona, sobre todo por las montañas y los viajes
pedestres.”
28.- [28] De Soleure a París: “En este viaje empleé unos
quince días, que pueden contarse entre los más dichosos de mi vida. Era joven,
estaba sano, tenía dinero y muchas esperanzas; viajaba, viajaba a pie y viajaba
solo”.
29.- [29] OC I, pág. 390.
30.- [30] OC I, pág. 54
31.- [31] Emile, libro V (OC IV, pág. 770-774).
32.- [32] OC IV, pág. 771.
33.- [33] OC I, pág. 410.
34.- [34]
OC I, pág. 162.
35.- [35] OC I, pág. 87.
36.- [36] OC
IV, pág. 773.
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