Reflexiones
inactuales sobre la desigualdad
entre los hombres de
J.J. Rousseau (I)
A los 300 años de su nacimiento
David
De los Reyes
(Observación: este es la primera parte del ensayo que será publicado en los meses siguientes)
“Toda la obra de
Rousseau es en cierto modo
una confesión,
un esfuerzo para definirse.
Groethuysen, J.J. Rousseau.
“Todos buscan su
felicidad en la apariencia,
ninguno se
preocupa de la realidad.
todos cifran su
ser en el parecer;
todos esclavos y
víctimas del amor propio,
no viven en
absoluto para vivir,
sino para hacer
creer que han vivido.
J.J.Rousseau, Rousseau juez de Jean-Jacques
I
Introducción
Podemos
comenzar diciendo que si con el Discurso
sobre las ciencias y las artes
Rousseau obtuvo la atención de toda la intelectualidad del mundo francés
al ganar el concurso de la Academia de Dijón y mostrar una postura moral ante
el uso y la evolución de las ciencias y las artes y su influencia en la
sociedad. Con este segundo discurso, Discurso
sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Rousseau demostrará en su búsqueda intelectual no solo una denuncia
política, sino también las consecuencias inevitables de esa modalidad de la
conciencia moderna de crear e investigar sin llegar a indagar en las tesituras
morales que se introducen en la sociedad gracias al conocimiento y artilugios
modernos; inicio y continuación de una acusación ya declarada, desde la
individualidad reflexiva al conjunto de los hombres por un escritor que es
coherente en su temática, más no a veces con sus posturas. Con esta obra se
inicia en la reflexión en torno a uno de
los fragmentos de la práctica social, estamentos
humanos que les serán queridos e importantes para su especulación como
pensador; este fragmento de la realidad práctica humana no es otro que el de la
desigualdad política y sus entornos. Cortina ideológica para preparar y
propagar su contrastante concepción del
mundo cultural, social e intelectual de la media modernidad occidental; sus palabras son un
cuestionamiento profundo sobre la sociedad.
Se
ha afirmado que Rousseau pertenece a los escritores que abrazaron a una literatura militante, sin embargo, al ver su vida nunca vino a crear ni juntarse con un
grupo político definido, no perteneció a ningún club o partido político. Más que un dirigente revolucionario quizás
sea un rebelde con causa. Desmantelar
esta idea de haber sido un ideólogo de clase, de la burguesía en ascenso; el
pretender que sea visto como un dirigente político, un revolucionario cuasi marxista es un atropello a su
persona; creemos que su intención es personal más que grupal; el impulsar un
cambio social está alejado de su horizonte existencial y de su itinerante vida
trashumante y solitaria. Su posición es la de manifestar sus ideas y
contraponerlas a las tendencias ilustradas de la época; sus planteamientos son
lentes correctivos de la miopía de las tendencias sociales establecidas, bien
del refinamiento aristocrático como de la burda vida materialista y de
acumulación burguesa; más que crear un
pensamiento de cohesión ideológica, que es en lo que vendrá a ocupar su obra
por manos externas a la misma, es la de
un francotirador que montado en la copa de un árbol observa y apunta a la
decadencia social de su tiempo, gracias a los disparos certeros de su
pensamiento idealista, romántico, individual, pero sin dejar de preocuparse, en
todo momento, por el destino de la
humanidad: tarea grande para un hombre solo. Rousseau no viene a describir la
imagen complaciente de la sociedad que
refleja la condición de la burguesía y de una aristocracia en declive,
sino la propia mirada desde su visión de escritor, artesano y hombre de pueblo suizo, de ¿pequeño
burgués?, pudiéramos decir.
Su
discurso llevará su sentido expositivo por medio de una dialéctica entre el
hombre de la naturaleza y el hombre de la sociedad, en lo que se ha llamado,
por ciertos teóricos, la teoría del buen
salvaje y su diferencia respecto a la decadencia del hombre civilizado. Y si
podemos hablar de un método en este pensador surge de su observación de la naturaleza, de
la propia reflexión en él, de su especulación imaginaria y realista a la vez, y
de su experiencia de vida mezclada con su profuso engolosinamiento con la
lectura de los autores clásicos y de su tiempo; de una búsqueda genealógica de
los asuntos tratados a partir de razonamientos hipotéticos, literarios,
poéticos que fungirán de axiomas para el
despliegue de su lógica del hombre social de su presente.
Levy-Strauss
nos ha dicho que es un observador
penetrante de la vida campesina, un lector entusiasta de libros de viajes, un
hombre capaz de analizar las costumbres
y creencias exóticas con conocimiento de causa, pero también se le puede
descubrir como el creador de la etnología1[1]. Y
en esto se centra el desarrollo metodológico de este Discurso. En él encontramos un alegato y un programa al advertir
que en el siglo que corre no haya hombres que ayuden a la investigación bien
con su tiempo y con sus aportes materiales para hacer un viaje alrededor del
mundo para estudiar, no como siempre las piedras y las
plantas…sino por una vez los hombres y las costumbres. Para su época
considera de importancia el de recorrer la tierra y observar las
diferentes culturas que la pueblan; territorios de los que sólo se conocen cómo
se llaman y sólo con eso nos atrevemos a juzgar al género humano! Todo
un programa no sólo para ayer sino para cualquier viajero de hoy. Tales hombres Rousseau los considera como los
nuevos Hércules, que a la vuelta de
sus correrías, vendrán a escribir la
historia natural, moral y política de los grupos societales que han visto y vivido.
Esto con el fin de expresar a ese mundo nuevo con el cual aprenderíamos de esta manera a conocer el nuestro2[2].
Por lo cual nos dice Lévy-Strauss:
“Rousseau
no se limitó a prever la etnología: la fundó. Primero de un modo práctico, al
escribir ese Discurso sobre el origen
de la desigualdad entre los hombres,
que plantea el problema de las relaciones entre la naturaleza y la cultura y se
puede considerar como el primer tratado de etnología general; y luego en el
terreno teórico definiendo, con una claridad y una concisión admirables, el
objeto del propio etnólogo, a diferencia del objeto del moralista o del
historiador: Si se quiere estudiar al
hombre hay que mirar cerca de uno mismo; pero para estudiar al hombre hay que
aprender a tender la mirada a lo lejos; para descubrir las propiedades es
necesario primero observar las diferencias (Ensayo sobre el origen de las lenguas, cap VIII)3[3].
De
esta manera nos encontramos el punto de arranque respecto a la importancia de
este Discurso al que vamos a entrar,
es la puerta a la etnografía de la modernidad, a la distinción e importancia de
la relación entre naturaleza y cultura, del hombre en la naturaleza y del
hombre civilizado, y el de no perder el principio de sabernos mirar de cerca a
nosotros mismos. Recordarnos que toda experiencia etnográfica se inicia al
comprender que el observador de los otros se toma a sí mismo como instrumento de
observación, debe aprender a conocerse, y obtener del negarse su sí mismo en cómo se revela el otro en nosotros. Rousseau será el observador de sí mismo a partir de imaginarse como
hombre en el estado de la naturaleza en
tanto sí mismo, pero también como lo otro a partir del hombre civilizado que
es. Es la lectura que pretendemos emprender aquí de su Discurso del origen de la desigualdad en el hombre, intento de
enseñanza para eludir las insoportables contradicciones del la vida civilizada.
Y aceptar que la hipótesis de la que partirá Rousseau para explicar la
evolución de la especie humana es una
manera de comprenderse y de interpretar su propia vida. La idea del hombre
natural no sólo será, como lo hemos dicho, una hipótesis especulativa sino una manera de comprenderse y de defenderse
ante el mundo hostil que lo rodea 4[4].
II
Montaigne y Rousseau, cercanías y
caníbales
No
deja de ser importante la deuda de Rousseau a Montaigne, y sobre todo para los
conceptos que presentará en este escrito de 1753. Además del ensayo De Caníbales de Montaigne, encontramos otro
en particular relevante para este segundo discurso, el De la desigualdad que hay entre nosotros5[5],
el cual pareciera tener un eco en él por
las respuestas que se nos exponen en el suelo imaginado en esta obra de Rousseau,
pues para el francés renacentista del que
se yo, podemos encontrar más
distancia entre un hombre y otro hombre que entre un hombre y una bestia. O
como refiere el citado Epaminondas: hay más distancia de tal a tal hombre que de tal
hombre a tal bestia. Donde la estimación de los hombres viene dada por sus
cualidades que, como al caballo, no lo debemos calificar por los arneses que porta sino por su vigor y
destreza. Al hombre se tendrá que estudiarlo no por lo enfardado y empaquetado, pues de esta forma no nos muestra quien
realmente es, con ello solo se ocultan las
partes realmente dignas de estima: aunque la mona se vista de seda, mona se
queda. En fin, al hombre se le ha de
juzgar por sí y no por lo que le envuelve; o esta otra frase, el pedestal no es parte de la estatua. Rousseau,
discípulo de Montaigne, llevará a cabo la labor de exponer sus motivos respecto
al tema del concurso de Dijón
presentándonos su concepción sobre
la desigualdad humana tomando en cuenta,
y en parte, las recomendaciones
de este otro escritor. Medid al
hombre en camisa, sin riquezas ni
honores ¿Tiene el cuerpo sano, ágil y apto para sus funciones?¿Es su alma
hermosa, capaz y provista de todas sus piezas?...Lo que importa es ver si es
capaz, sin parpadear, de esperar las espadas tendidas; si no le importa saber
por dónde la vida le sale, sea la boca o el cuello; si es un alma sosegada,
ecuánime y contenta. Eso es lo que ha de verse y por eso juzgar las extremas
diferencias que hay entre nosotros. En el fondo las diferencias deberán ser
vistas por lo bien provisto que está el hombre en tanto ser natural que el oropel
adquirido por la cultura y las riquezas superficiales, junto a sus virtudes y
vicios sociales. El hombre salvaje que nos describirá Rousseau, es portador de
las cualidades que exige Montaigne de un hombre de valía, que son, siguiendo las
líneas de Horacio (Sat., II, 7, 38)
estas: Sabio y dominador de sí mismo;
capaz de resistir sin miedo enfermedad, hierros y muerte; rechazador de
concupiscencias y desdeñador de honores; en sí mismo recogido, como esfera a
que externa aspereza no impide girar; siempre imperturbable ante la fortuna.
Por tanto el hombre salvaje, el hombre de la naturaleza, es el que escucha la voz del instinto de la
naturaleza, la cual exige un cuerpo
exento de dolor y una mente alegre, libre de terrores e inquietudes
(Lucrecio, II, 16).
También
leyendo al ensayo De los Caníbales del mismo autor francés, nos encontramos con una
de las primeras descripciones más leídas
en su época de la visión idealizada, mitificada, paradisíaca del hombre
americano, traída y relatada por los viajeros que venían a las Nuevas Indias y
regresaban al viejo continente. Habría
que advertir que la primera visión de América la encontraron los europeos en
las palabras de Cristóbal Colón al describir su viaje en la Carta de 1493,
dirigida a los reyes de España, relato que circuló por toda Europa y creó una
crisis de conciencia; vino a plantear problemas religiosos, metafísicos,
morales y filosóficos en el destino del hombre occidental, observando los
hombres al viejo continente de si el
mundo conocido desde la antigüedad era una sociedad respetable, si debía de ser
mantenida su cultura como tal o cambiarla, pues por todos lados encontraban que
esa sociedad se había desviado de su fin
natural. Toda esta reflexión surge al contrastar el hombre americano nativo
con las trazas y modos de ser desviados del
europeo y su afán de poder y posesión. Porque habían encontrado y visto, según
las palabras del almirante descubridor, otros pueblos que se habían mantenido
en su forma natural virginal. Esta carta firmada por Colón se convierte, una
vez conocida por la corte española y publicada en latín y en otros idiomas
vulgares, en un documento ampliamente comentado por los intelectuales del siglo XV y XVI, siendo, según palabras de
Arturo Uslar Pietri, el documento más subversivo
que ha existido en la humanidad[6].
Algo
de ello encontramos en las palabras de Montaigne, pero de forma más realista y
menos real-maravillosa que la descripción colombina. En su ensayo nos relata
que ha vivido con un hombre que pasó una década en estas tierras, en los
territorios del actual Brasil. Tal hombre era de su entera confianza (más que
las opiniones de los cartógrafos y sabios), pues era simple y tosco, condición buena para testimonio sincero, de forma
que no adornen sus relatos e interpretaciones alterando la historia para infundirles cierto
grado de verosimilitud. Al menos esta sencillez del amigo no revestía las cosas
vistas de apariencias maravillosas y fantásticas. Muy bueno fuera que cada uno escribiese de lo que conoce, y tanto como
conoce, no sólo en esta disciplina, sino en todas.
Este
amigo indiano refiere que en los hombres de este continente no halló nada
de bárbaro ni en la nación visitada,
salvo que llamemos barbarie a lo que no entra en nuestros usos, al pensar que
en nuestro país existe la religión perfecta,
la política perfecta y el perfecto y cumplido
manejo de todas las cosas. Respecto a la condición del hombre
europeo advierte que no es razonable que el
arte aventaje a nuestra grande y pujante madre naturaleza. Tanto hemos recargado la belleza y la
riqueza de sus obras con nuestras
invenciones, que las hemos ahogado
del todo, si bien allí donde ella en su pureza reluce deja en maravillosa vergüenza a nuestras vanas y
frívolas empresas. La idea de la naturaleza dadora de los mejores bienes
está impregnada en las mentes renacentistas como en las de la media modernidad;
el hombre moderno con sus invenciones ha ahogado del todo a las obras de la propia naturaleza. La naturaleza
será recobrada, ahora se le exige ser la dadora de la regla de belleza, virtud,
orden, armonía que no encontramos en la sociedad humana por mejor gobernada que
esté.
Como
hemos dicho antes, la condición del nativo hombre americano es contrapuesta al corrupto y desviado
europeo. El primero, en esta versión idealizada y mitificada, será la de un ser
inocente, natural y puro, contrapuesta a la condición del civilizado hombre occidental, que presenta plena decadencia y
artificio. Son, estos americanos nativos, hombres próximos a la candidez original, que no han recibido amaneramiento del espíritu humano; no tenían
armas de fuego ni de metal, sólo flechas y cerbatanas: lo que para el hombre de armas del siglo XV era no tener armas (Uslar
Pietri); obedecen a las leyes naturales, muy
poco bastardeadas por las nuestras, y tal es su pureza que mucho deploró que semejantes naciones no
fueran conocidas antes para que pudiesen ser mejor juzgadas. Sociedades
que han sabido no sólo mantenerse en la inocencia original sino vivir con lo
mínimo, de quienes era difícil creer que
la sociedad humana pudiera mantenerse con tan poco arte y sudor. En estas
sociedades americanas no habitan los vestigios del vivir civilizado europeo y
por ello están exentos de vicios e injusticias. Es volver a la visión del
paraíso antes de la caída pues:
“…en esa nación nueva no hay especie alguna de tráfico, ni conocimiento de
las letras, ni ciencia de los números, ni magistrados, ni superioridad
política, ni servidumbre, ni riqueza, ni pobreza, ni contratos, ni sucesiones,
ni partijas, ni otras ocupaciones que las descansadas, ni respeto ni parentela,
ni vestidos, ni agricultura, ni metales, la traición, el disimulo, la avaricia,
la difamación y el perdón son desconocidos…allí hay hombres salidos de manos de los dioses (Séneca, Epís. 90)[7]7.
E
igualmente, según los relatos de los viajeros, además de encontrarse con un país
de clima grato y muy templado, era raro de ver en sus habitantes algún enfermo,
cosa que Rousseau subrayará al hablarnos en la primera parte del Discurso sobre su buen salvaje. Los viajeros, en palabras de Motaigne, no
encontraron a ningún indígena temblón,
legañoso, desdentado o encorvado por la edad. Al vivir junto al mar obtienen
pescados y carnes, diversos alimentos abundantes, comen sin
más aliño que cocerlos. Duermen en chinchorros: sus lechos, de tejido de algodón (sic), están suspendidos en el techo, como marineras hamacas, y cada persona
tiene el suyo, porque los maridos duermen separados de las mujeres. Se levantan
con el sol, y a poco rato comen para todo el día. Y comen casabe (pan de
yuca del nativo venezolano), pues debe ser lo que nos describe Motaigne: En vez de pan usan una materia blanca que parece coriandro confitado, y que he probado yo
mismo, hallándole un gusto dulce aunque
algo insulso. Y no podía dejar desapercibido la condición de la fiesta
permanente de estos nativos: Pasan casi
todo el día bailando, es decir, en una fiesta primaveral perpetua. La
felicidad total. Donde toda la ciencia ética se reduce a dos principios insoslayables para este americano
idealizado: valor en la guerra y amor a sus mujeres.
Respecto
a la condición de caníbales observa que peores espectáculos de impiedad humana
ha visto en su país que lo realizado allende los mares:
“Hallo
más barbarie en comer a un hombre vivo que en comerlo muerto. Y nosotros
sabemos, no sólo por haberlo leído, sino visto ha poco (y no entre enemigos
antiguos, sino entre vecinos y conciudadanos y so pretexto, para colmo, de
piedad y religión), que aquí se ha estado desgarrando a veces, con muchas
torturas, un cuerpo lleno de vida, asándolo a fuego lento y entregándolo a los
mordiscos y desgarros de canes y puercos. Esto es más bárbaro que asar y comer
a un hombre difunto.
Crisipo
y Zenón, jefes de la secta estoica, opinaban que no había mal en nutrirse de la humana carroña en
caso necesario. Nuestros antepasados,
situados por Cesar en Alexia, mediaron el hambre con los cuerpos de los viejos,
las mujeres y otras personas inútiles en el combate8[8].
Comer
carne por necesidad y de un hombre muerto en la guerra o difunto, será menos
pecado y oprobioso que quemar personas por creencias religiosas (como hicieron
los sacerdotes especialistas de la Inquisición, ergo, Torquemada entre otros), con la escusa de estar en pecado y
salvar su alma del diablo. Es lo que refiere el texto. De esta forma puede
decir que tales pueblos pueden ser llamados bárbaros respecto al uso de la razón,
pero no respecto a nosotros, que los
superamos en toda suerte de barbarie, es decir, el hombre civilizado
convive enfrentando y practicando la
continua traición, crueldad, deslealtad
y la tiranía, que son nuestros vicios
ordinarios. Estos nativos americanos no discuten la posesión de tierras
nuevas, ya que gozan de natural
fecundidad que les provee, sin esfuerzo ni trabajo, de todo lo necesario.
Habitan en torno a una abundancia natural, la cual no requieren producir ni
ampliar. Y la mayor distinción respecto al hombre moderno: se hallan en la fase feliz de no desear nada que no sea lo que les
piden sus naturales necesidades, y consideran superfluo lo restante. Es un
hombre dispuesto a la defensa de lo suyo, que se estima por la calidad de su
corazón y su voluntad, ser donde sus méritos refieren al valor y su alma, junto
a su obstinado esfuerzo por no aflojar su seguridad y defensa ante el riesgo de
la muerte. Pues para Montaigne y su concepción como hombre de armas
renacentista, el verdadero vencer
consiste en pelear y no en salvarse, y el honor de la virtud radica en
combatir, no en batir.
Todas
estas descripciones del hombre americano regresan en forma de eco ante la
visión hipotética del hombre rousseaniano del buen salvaje, contrapuesto al
hombre decadente de la civilización. Matriz dialéctica en que se debatirá buena parte de su discurso genealógico e imaginario
sobre la desigualdad humana. En principios los méritos del hombre salvaje se
centran en la propia conservación, el llamado amor de sí definido por Rousseau, como cuido primordial por encima
de cualquier otro deseo. La desigualdad
y diferencia entre los hombres debe ser menor
al habitar en el estado de naturaleza
que en el estado de la sociedad, la cual hace aumentar la desigualdad
natural en la especie humana gracias a
la desigualdad institucional.
Todo
esto lo desarrollaremos más adelante en nuestro escrito. Por los momentos
queríamos recobrar este despistaje arqueológico de la desigualdad en la imagen
prístina que tendrán los europeos a través de las palabras del maestro de
Rousseau, Montaigne, quien defenderá, a través de una visión idealizada y
mítica, la condición natural del hombre americano por encima de la depravación
humana del hombre europeo cristiano.
III
El Discurso en Las Confesiones
de Rousseau
En
Las Confesiones, en el apartado al
año de 1753, que es cuando escribe su Discurso
(de ahora en adelante referido como D.D.H). nos declara su origen: vuelve a
interesarse por participar en el concurso para ese año por la Academia de Dijón,
el cual tratará sobre el origen de la desigualdad
de los hombres. Impresionado por lo
polémico del tema y que fuera propuesto por una academia, se dio la tarea de poner mano a la obra y expresar su visión
del asunto. Para iniciar su ensayo se larga a la tranquilidad de la región de
Saint-Germain, viaje de siete a ocho días para entonces, acompañado de su
compañera Teresa y con varias amigas; nos refiere que ese
paseo… fue uno de los más agradables de mi vida. Hacía muy bien tiempo y
aquellas buenas mujeres se cuidaron del cuidado y del gasto. Alegre, bien
comido y cuidado, sin mayores preocupaciones, pasaba buena parte del día hundido
en el bosque, a donde recurrirá para encontrar
e imaginar la idea de los primeros
tiempos, de la que tracé fieramente la historia; me apoderaba de las pequeñas mentiras de los hombres; me
atrevía a develar su naturaleza, siguiendo el progreso de los tiempos y de las
cosas que la han desfigurado y comparaba el hombre de la civilización con el hombre natural, para mostrar en su supuesto
perfeccionamiento el verdadero origen de sus miserias (sub. nuest.) 9[9]. Podemos observar lo dicho antes de su método,
de su pertinente observación, reflexión y experiencia, y agregar, además del
recurso retórico de la dialéctica comparativa entre puntos de vistas
contrapuestos, la intención de una genealogía personal, especulativa y, si
queremos, imaginaria, pues el entrar en los aires del bosque no encontró a
ningún buen salvaje sino el sacado de su propia creación mental especulativa y
subjetiva de su buen salvaje natural, que vendría a tener todas las virtudes
naturales y que lo separarían del
decadente y alienado, a sus ojos, hombre
de la civilización, pero sobretodo de la aristocracia francesa y sus acólitos
ilustrados filósofos.
Su
confesión nos da muestras del
entusiasmo, emoción permanente en él, al estar ante un hallazgo y un indicio
para comenzar un viaje especulativo y
literario del tema en cuestión: mi alma
exaltada por aquellas contemplaciones sublimes, se elevaba hasta la Divinidad y
viendo desde allí a mis semejantes que
seguían en la ruta ciega de sus
prejuicios, de sus errores, de sus
desgracias, de sus crímenes, les gritaba con una voz débil que no podían
oír: “ ¡Insensatos, que os quejáis sin cesar de la Naturaleza, sabed que todos
los males os vienen de vosotros mismos!” (sub. nuest) 10.[10]
Es interesante esta declaración y detenernos a observar su condición de pensador.
Rousseau parte de una emoción vivida intensamente, creándose su propio estado
de ánimo por medio de una meditación contemplativa y describir de forma
negativa todo lo que para él le parece despreciable de la civilización. Los
hombres se mantienen en el continuo por una ruta
ciega, en la que se han separado de la feliz
naturaleza, a la que le achacan todos sus males, mas la realidad para este
esbozo imaginario personal, la acción cultural y política los cubre de un manto
de prejuicios, males, desgracias y crímenes. Y aquí está el punto de partida
para respirar los aires del hombre natural como superior del social. De esta permanencia en los bosques en torno a
Saint-Germain surgirá el D.D.H.
También
nos dice que este ensayo le gustó a
Diderot más que el resto de sus escritos, siendo sus consejos tomados en cuenta
para mejorarlo. Pero leyendo una nota de
Rousseau a pie de página, echará en cara
que su amigo Diderot realmente estaba lejos de tal apreciación, que lo utilizó, abusando de su confianza para que sus
escritos tuvieran ese tono duro y ese
aire negro, que ya no tuvieron cuando dejó de dirigirme. Tal tono de negro eran ciertas sugerencias
de humor en su texto, (el del filósofo
que se tapa las orejas para no oír las quejas de un desdichado…). Nos
advierte que el texto pasó desapercibido e incomprendido por la mayoría y sólo unos
pocos lectores apreciaron su intención real. Su obra la envió a Dijón, estando
seguro que no recibiría premio alguno,
pues las academias no se han fundado para
piezas de esa clase. El texto estaba condenado, pero podemos advertir que si
el texto fue enviado, algún motivo de reconocimiento o atención quería por él
su joven autor.
La
dedicatoria del D.D.H. es a su ciudad de Ginebra y fue escrita a su paso por la
ciudad de Chamberí, residencia de su querida amiga, amada y mama Mme Warens: Antes de mi salida para París
había esbozado la dedicatoria de mi
D.D.H. la acabé en Chamberí, y la
feché en el mismo lugar, juzgando que era mejor para evitar susceptibilidades por no haberla firmado ni
en Francia ni en Ginebra. El ensayo fue publicado en Holanda con el librero
del Rey, el cual había conocido en Ginebra. La obra está dedicada a su
república, Ginebra, y pensó que la dedicatoria podía desagradar al Consejo, lo
cual fue cierto. El efecto de su escrito, nos dice, no le fue favorable,
aunque su dedicatoria había sido dictada
por el sentimiento del más puro patriotismo[11]11;
sin embargo lo que obtuvo no fue sino atraerle enemigos en el Consejo y celosos en la burguesía. Según
sus Confesiones
la obra no le trajo alegrías sino
displicencias, ningún ginebrino apreció el fuego del corazón que trasciende de toda
aquella obra. Sin embargo gracias a la dedicatoria y a la originalidad de
la obra, fue recibido y reconocido como ciudadano de Ginebra. Sus palabras: la única ventaja que me proporcionó aquella
obra, además de la satisfacción de mi corazón, fue el título de ciudadano, que
me fue dado por mis amigos y después por el público a amigos y después por el
público a ejemplo suyo y que he perdido después por haberlo merecido demasiado[12]12.
Es
el D.D.H. obra determinante en su evolución como pensador político pues el
mismo refiere que todo lo que hay de
atrevido en el Contrato Social,
estaba ya antes en el Discurso sobre la
desigualdad[13]13.
IV
Dedicatoria a Ginebra o la
república realmente ideal
El
epígrafe del inicio es la brújula de la ruta que tomará Rousseau en su obra, la
cual irá en mostrar las bondades del hombre natural ante la debilidad del
hombre civilizado, es decir, depravado. Las palabras son del texto de Aristóteles La Política (libro II): Lo
que es natural no lo busquemos en los seres depravados sino en los que se
comportan conforme a la naturaleza. La cita no es vana. Veremos su eco de
forma reiterada en su propuesta sobre la desigualdad humana.
El
texto al ser impreso en Holanda en 1754 Rousseau, como sabemos, le agregó una
dedicatoria a la ciudad de Ginebra, palabras que no fueron en balde, a los
celosos ginebrinos de su ciudad les
motivó a otorgarle la ciudadanía al escritor de tan sabias palabras. De tal
inicio podemos tomar el ideal de constitución y de gobierno al que se dirige
este político sin practicar la política.
Todas ellas teñidas de un intenso espíritu patriótico y devoción a la
ciudad en la que nació.
Desde
su inicio marca sus cartas sobre la política de esa ciudad, al elogiar la
constitución y el comportamiento del gobierno
y de los habitantes de Ginebra. En ella se da el equilibrio entre igualdad natural y la desigualdad que surge por las relaciones
mismas entre los hombres; hay una aproximación entre la ley natural y la ley social para un sostenimiento de un
orden público en función del bienestar de los particulares. Respecto a su constitución no deja de admirar
el ver el buen sentido de gobierno con el que se provee dicha ciudad. En fin,
le ofrece su discurso al pueblo que entre todos los demás posee, a mi
entender, sus mayores ventajas, y ha sabido evitar mejor los abusos[14]14.
¿Qué
más encuentra en el gobierno de Ginebra? Todo lo que desea para constituir el
gobierno que ha imaginado para el resto de los hombres. Es su inspiración. Muestra la buena disposición en principio a
la autonomía individual, porque cada uno de sus habitantes le basta en confiar
en su propio empleo para vivir, sin tener que confiar en otros el desempeño de
su propio cargo. Lugar político en que todos los particulares se conocen entre
sí, lo cual permite la concordia y la fraternidad por la amistad ciudadana;
donde todo comportamiento no debe ocultarse
ni sustraerse a las miradas y al juicio del público: donde la grata costumbre de verse y conocerse
hiciera el amor a la patria el amor a los ciudadanos antes que el de la tierra[15]15.
El amor, la amistad y la confianza entre los ciudadanos: es decir el espacio
espiritual de los afectos, más que el de la posesión y la tierra, es lo que
despierta para Rousseau el sentimiento de arraigo a un lugar. La patria no
es los símbolos ni sus héroes míticos
del pasado, las gestas históricas de un pasado, sino la libertad y la concordia,
vivida día a día, entre individuos que han entrelazado cotidianamente sus vidas
para superar sus escollos y consolidar sus vidas por un sentimiento de confianza mutua y aprecio recíproco.
Su
república tiene que bajar tanto al soberano como al pueblo a un mismo nivel,
dirigiendo esta máquina estatal a
obtener un único fin que no es otro que el bien común, donde pueblo y gobierno
no sean más que una sola persona, gracias a establecer un gobierno democrático prudentemente moderado. Lo cual nos deja
entrever que no aspira a prodigar revoluciones y gobiernos radicales. Su
postura, llámese como quiera, aspira a la moderación, al término medio entre
gobierno y ciudadanos. Vivir y morir
libre ¿cómo? Para Rousseau no es otra forma que vivir sometido a las leyes, de
tal manera que ni él ni nadie pudieran sacudirse su honroso yugo, yugo
saludable y que cualquiera deberá sentir
que es lo mejor que puede llevar para una buena vida social. Esto plantea que
nadie puede estar por encima de la ley como tampoco imponer ninguna fuera del
Estado: Pues cualquiera que sea la
constitución de un gobierno, si hay en ese país un solo hombre que no esté
sometido a la ley, todos los demás se encuentran necesariamente sometido de aquél. Un estado donde el gobierno no esté sometido a la ley hará
del pueblo un colectivo esclavo, al
dictamen de su capricho y voluntad.
Igualmente
no desea vivir en una república recién constituida, sino en una que tenga una
larga vida y se ajuste al cumplimiento de su ordenanza legal más que de una
historia heroica. Esto para que no se
cambie el sentido de la libertad de la ley, con la que
no llegue a ocurrir que el pueblo: una
vez acostumbrado a los amos, los pueblos no saben prescindir de ellos. El
querer sustraerse el yugo de las leyes
se aleja de la verdadera libertad y al confundir su situación con tener una
licencia para el desenfreno caen los ciudadanos en manos de los embaucadores revolucionarios que no
hacen, a la final, que engrosar sus
cadenas. Su elección es que hubiera buscado como patria una feliz y tranquila república cuya
antigüedad se perdiera en cierto modo en la noche de los tiempos, que no hubiera experimentado otras
conmociones que las precisas para poner de manifiesto y consolidar en sus
habitantes el valor y el amor a la patria, y en la que acostumbrados de antiguo
los ciudadanos a una discreta independencia, no sólo fuesen libres, sino
también, dignos de serlo[16]16. No desea pertenecer a Estados conquistadores,
sólo pide que se guardara de ser
conquistada por otro Estado; ni invadir ni permitir ser invadidos, defendiendo
a los pueblos limítrofes en ayuda para que tampoco padecieran tal situación
infame.
Un
pueblo consciente, que tenga la
facultad de dar consentimiento a sus
propias leyes y que su pronunciamiento se diese con gran solemnidad, mostrando
que la antigüedad de ellas las hace más santas
y venerables, de modo que se desprecie su cambio diario, y desdeñar la práctica de los usos antiguos so
pretexto de hacerlo mejor, que a menudo introducen
grandes males por querer corregir otros menores[17]17.
Con lo que nos muestra y reitera su postura conservadora respecto a los cambios
legales y del orden republicano una vez constituido; los cambios de constituciones no son bien recibidos, no
hay pretexto para pensar que se puede ser mejor si realmente las leyes
tradicionales parecieran ofrecer las condiciones permanentes de la buena vida
del Estado que alguna vez fue fundado; veneración a las tradiciones
republicanas; expurgación de todo entusiasmo revolucionario que terminará
portando pesadas cadenas a los crédulos ciudadanos encantados con las voces de
justicia en un horizonte de felicidad
colectiva. Rousseau, si bien advierte su elección por la república calcada del
modelo ginebrino, es un conservador no un revolucionario, así sus teorías hayan
caído en manos de los jacobinos franceses y de los revolucionarios
latinoamericanos del siglo XIX, XX y XXI. Y pareciera, por lo dicho, que poco
espíritu reformador habita en él, una vez establecidas las leyes se las deberá
resguardar de cualquier cambio. Como
declara al dar el último consejo a sus conciudadanos: Guardaos sobre todo, y éste será mi último consejo, de escuchar nunca
interpretaciones siniestras y discursos emponzoñados cuyos móviles encubiertos
son a menudo más peligrosos que las acciones que constituyen su objeto[18]18.
Su
elección de gobernantes recae en aquellos más capaces e íntegros de sus conciudadanos con el fin de
administrar justicia y gobernar el Estado. Ello nos mostraría la prudencia de
un pueblo. Así que Ginebra a sus ojos es el Estado más equilibrado que existe:
“Cuanto más medito acerca de vuestra
situación política y civil, menos puedo imaginar que la naturaleza de las cosas
humanas pueda permitir otra mejor. En todos los demás gobiernos, cuando se trata de asegurar el mayor bien del Estado, todo se limita siempre a proyectos ideales, y cuanto más a
meras posibilidades. Para vosotros la felicidad es algo dado, no hay más
que disfrutar, y para ser enteramente felices no necesitáis ya más que saber
contentaros con serlo. Vuestra soberanía, adquirida o reconquistada a punta de
espada, y conservada durante dos siglos a fuerza de valor y de prudencia, al
fin es plana y universalmente reconocida[19]19.
Notamos
en esta declaración de admiración varias características de ese estado
equilibrado, mas no ideal, de dicha ciudad suiza. En ella es donde mejor se han
podido establecer lo político y civil; sus proyectos se realizan, no son meras
propuestas ideales, lo cual asegura el mayor bien al conjunto; la felicidad
¿política? está dada, y sólo basta reconocer que se es para contentarse
permanentemente por ello; y es un pueblo que ha tenido que pelear por su
autonomía durante dos siglos, como han sido las ambiciones del reino de Saboya
sobre esas tierras, con lo que ha sido reconocida universalmente por la
valentía y el coraje de sus habitantes de defender su república democrática; es
un estado tranquilo, sin guerras ni conquistadores a temer; poseedora de una
constitución excelente a sus ojos; que tienen sólo por yugo y amo a las leyes
promulgadas por sus ciudadanos; ni ricos
para caer en la molicie o perderse en vanos
placeres sino en esgrimir el gusto por la verdadera dicha y la virtud;
tampoco pobres para necesitar ayudas extranjeras, al proporcionarse todo por la
industria y sus campos; una libertad que no es mantenida a costa de exorbitantes impuestos; además de una
vida realizada en la moderación, en la sencillez en las costumbres. De todo
ello sale el espíritu que impregna un carácter republicano a los ginebrinos del
siglo XVIII. Para Rousseau era evidente que: Ninguno de vosotros es tan poco ilustrado como para ignorar que allí donde cesa el
vigor de las leyes y la autoridad de sus defensores no puede haber seguridad ni libertad para nadie[20]20.
El
modelo de ciudadano lo tiene en el recuerdo que evoca de su padre, a quien
rinde homenaje al traerlo en dicho discurso con las siguientes palabras: No puedo evocar sin la más dulce emoción la
memoria del virtuoso ciudadano de quien
recibí el ser, y quien a menudo me habló en mi infancia del respeto que se
os debía. Aún lo veo viviendo del
trabajo de sus manos, y nutriendo su alma de las verdades más sublimes. Veo a
Tácito, a Plutarco y a Grocio mesclados delante de él con las herramientas de
su oficio. Rousseau toma para su vida ese ejemplo de hombre instruido para
obtener lo necesario y explorar en los pensamientos de los otros, con el fin de
reflexionar para sí; su padre le enseña la importancia de tener un oficio
práctico, artesanal, de vivir de lo que se produce con sus manos y profundizar
en los autores clásicos la condición del hombre virtuoso; además de estas dos
cosas, no deja de lado la expresión patriótica manifiesta por parte del padre
hacia sus conciudadanos de Ginebra; quien fue un hombre común, no distinguido
entre los ciudadanos: no era sino lo que
son todos; pero tal como era, no hay país donde su trato no hubiera sido
solicitado, cultivado, y aun con provecho por las personas más honradas[21]21.
Su progenitor le dará no sólo la semilla de la vida física sino también el
modelo del que se nutrirá para desarrollar su vida espiritual, su búsqueda de
la verdad en el sentimiento interno del corazón personal y la necesidad de
reflexionar no sólo para sí sino para hacer mejor al hombre, de convertirse por
la necesidad de establecerse como hombre
bueno y virtuoso.
Al final se desprende toda su admiración por su ciudad
natal: En Ginebra no se hallará otra cosa
más que hombres, un espectáculo que, sin embargo, tiene su precio, y los que lo
busquen bien habrán de valer los admiradores de todo lo demás. De esta forma
termina este encabezado del Discurso
sobre la desigualdad por parte de este respetuoso, muy humilde y muy obediente servidor y conciudadano, fechado en
Chamberí el 12 de junio de 1754.
Bibliografía:
Arocha, R. 2007: Estética y Política en J.J. Rousseau. Ed. FHE-UCV, Caracas.
Gay, G. 1961: Rousseau.
Ed.
Du Seuil. Paris.
Rousseau, J.J. 1996: Confesiones. Ed. Porrúa. México.
Rousseau, J.J. 1973: Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Ed.
Península. Barcelona.
Rousseau, J.J. 1979: Escritos de Combate. Ed. Alfaguara,
Madrid.
Levy-Strauss y otros:
1972: Presencia de Rousseau. Ed.
Nueva Visión. Buenos Aires.
Montaigne, M. 1984: Ensayos, 3 vol. Ed. Orbis. Barcelona
Russell, B, 1972: Historia de la Filosofía. Ed. Aguilar,
Madrid.
Uslas Pietri, A. 1986: Medio Milenio de Venezuela. Ed.
Cuadernos Lagoven, Caracas.
1[1] Lévy-Strauss, 1972:9
2[2] Ver nota 10 del
Discurso.
3[3] Lévy-Strauss, 1972:10
4[4] Groethuysen, 1985:12
5[5] Montaigne, 1984, L.I: 210s
6[6] Ver el ensayo de Arturo Uslar Pietri América
y la idea de revolución, en su texto
Medio Milenio de Venezuela, Ed.
Cuadernos Lagoven, Caracas, 1986. Pág. 52 a 61. Todas las referencias de este
autor están tomadas de ese ensayo.
7[7] Ibid:154
8[8] Ibib:156s
9[9] Rousseau (1996:257) o en Confesiones año de 1753.
10[10] idem
11[11] Ver Confesiones, años 1754-1756. Op. Cit. p.:262
12[12] idem
13[13] Ibid:270. Confesiones año 1756.
14[14] Rousseau, 1979:129
15[15] Ibid:130
16[16] Ibib:131
17[17] Ibid:132
18[18] Ibid:134
19[19] Ibid:133
20[20] Ibid:134
21[21] Ibid:136
1 comentario:
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Por eso para mi, este blog ha resultado justamente lo que yo he estado buscando en el internet, que es la relacion que existe entre la fuerza fisica, y la fuerza mental y espiritual, y su impacto en el desarrollo de una sociedad y nacion. Gracias
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