La Trampa Totalitaria
Mauricio Ortín
El kirchnerismo, por necesidad más que por vocación, se afana
en perpetuarse en el poder. La máxima universal que expresa el dicho:
“cosecharás tu siembra”, vale también para los gobernantes y su forma de
gobernar. Actuar de manera prudente, tolerante y con apego a la ley es, para el
que deja el poder, el mejor reaseguro de un no traumático posgobierno.
Proceder de manera opuesta, es
decir, alimentar odios y pasiones a través del ejercicio abusivo del poder, en
el mejor de los casos, es pasarse el resto de la vida en calidad de imputado
eterno. De las consecuencias amargas para aquellos que adoptan modos despóticos
de gobernar, ejemplos, hay para hacer dulce.
En casi todos la reacción que
provocan es directamente proporcional a la acción. Ya lo dice la sabiduría
popular: según el tamaño de la parte de la anatomía que los recibe, deben ser
los azotes. Los últimos días de los tiranos Nicolae Ceausescu, Hosni Mubarak,
Muamar Gadafi y Benito Mussolini, entre otros, están allí como enseñanza para
tomar la debida nota.
Los expresidentes de Uruguay,
empero, como bien dice el presidente Mujica, pueden caminar tranquilamente por
las calles de Montevideo sin temor de naturaleza alguna. No son objeto del odio
de una parte significativa de la población. Tampoco son temidos o amados. Se
les dispensa el respeto que merece alguien que respeta a los demás. Lo mismo se
podría decir de los últimos expresidentes chilenos y, también, por qué no, de
los argentinos si vivieran, Alfonsín, Illia y Frondizi, entre otros. Es que,
ninguno de ellos construyó poder en base a la lógica “amigo- enemigo” o de
“demonización del adversario”.
Lógica perversa que define al
otro como “el Mal”, y, a sí mismo, como “el Bien” alternativo. Así, logrando en
un solo acto “santificar-se” a partir de demonizar-los. Resulta indiferente que
el totalitario descubra al demonio en una clase social, en una raza o en una
religión.
Tiene a su favor el hecho de
que responsabilizar a otros de los fracasos y miserias propias es una poderosa
fuente de energía que mueve a las masas. El odio, que los demagogos y tiranos
son maestros en insuflar, nunca debe ser subestimado. Mas, paradójicamente, el
totalitarismo no solo es una trampa para los sometidos que lo sufren sino
también para los “atrapados sin salida”, de los tiranos. José Stalin, Adolfo
Hitler, Saddam Hussein, Fidel Castro, Hugo Chávez y el actual presidente sirio,
conocen de estas vicisitudes. Como la del acecho permanente de terminar como
Kadhafy. Riesgo que, más temprano que tarde, deviene en personalidad
psicopática. Es que, rodeados de funcionarios obsecuentes, legisladores
levantamanos y jueces peleles, han perdido la noción de la realidad. La
sociedad que acepta como normal esta situación, también, está enferma de
totalitarismo. Mas, no irremediablemente.
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