Es más fácil fabricar dinero en la riqueza
Mauricio Ortín
No es lo mismo fabricar
dinero que producir riqueza. Hacer dinero es mucho más fácil, sólo es menester
contar con tinta, papel y una imprenta. Mucho más complicado es generar
riqueza. El dinero circulante es un instrumento que representa el valor de los bienes
producidos por la sociedad. Así, en teoría, si un país durante un año produce
bienes y servicios por valor de cien pesos deberá, también, incrementar el
circulante cien pesos en moneda. Ahora bien, ¿qué pasa cuando en caso de
producir cien se adicionan doscientos en moneda? Sucede que el Estado nacional
(el dueño de la maquinita de hacer dinero), de un día para el otro y mediante
el mero trámite de imprimir billetes, se encuentra en condiciones de comprar la
mitad de todos los bienes y servicios producidos por la parte privada. Al no
ofrecer nada nuevo, servicios o algún otro ítem que respalde la suma de dinero
inyectada al sistema, el Estado se comporta como un simple ladrón de la
propiedad privada. La reacción inmediata y defensiva de los ciudadanos ante
semejante abuso generalmente es la de aumentar en proporción parecida el precio
de los servicios que prestan o de los bienes que producen.
Así, si el Estado
(fabricando dinero sin respaldo) devalúa el peso en un 30% en un año, el mismo
o parecido porcentaje se verá reflejado en los precios de las mercancías y en
las exigencias salariales de los sindicatos. Más, no es ninguna solución a
mediano plazo desplazarse a la zaga del Estado, actualizando permanentemente
precios y salarios; dado que la inflación, además de constituir un robo
encubierto al entorpecer el cálculo de ganancias y el ahorro que paraliza la
inversión productiva, tiene también el efecto de pervertir el ciclo virtuoso de
generación de riqueza. Dada esa situación, el enfriamiento de la economía, la
desocupación y la pobreza generalizada son cuestión de tiempo. Esta historia se
ha repetido miles de veces desde que el mundo es mundo y, sin embargo, no se
aprende.
Ahora bien, cabe preguntarse, ¿qué conduce a un gobierno a actuar como
el sepulturero de sí mismo? La respuesta radica en la decadente relación
clientelista-populista, que establecen los que detentan el poder con los que
mayoritariamente le aportan los votos. Pero todo tiene un límite material.
Especialmente si no se es Papá Noel y lo que se reparte como dádiva no sale de
una bolsa mágica sino del esfuerzo de otros. El déficit fiscal es la
consecuencia de gastar más de lo que obtiene por impuestos. El saldo en rojo en
aumento de la cuenta estatal torna cada vez más difícil mantener la creciente
tropa de clientes políticos y lo que en principio era la fórmula para
atornillarse de manera indefinida al poder se convierte en su puntapié eyector.
En una primera etapa, el
despilfarro del tesoro público en función de conseguir votos puede, hasta
cierto punto, financiarse y disimularse con la recaudación impositiva, el
crédito externo y/ o la expropiación directa de los privados (robo de los
fondos depositados en las AFJP o retenciones a la renta agropecuaria, por
ejemplo). Mas, al régimen -raspada la olla del capital interno y “curado de
susto” el externo- todavía le queda un desesperado y último recurso para
“salvarse”: hacer funcionar “la maquinita de fabricar dinero”. Pero el
funcionamiento de la maquinita por sí sola no es suficiente. Debe ir
acompañada, entre otras, con restricciones a la libertad, control de precios y
cepo al dólar. También, como es evidente, con el falseamiento de los datos
estadísticos y la demonización de los que opinan lo contrario. Así, el gobierno
kirchnerista, el verdadero responsable de la suba de precios, pretende para sí
el rol del justiciero cuando dice que los congela (de paso, endosa su exclusiva
responsabilidad a la “ambición desmedida de lucro de los empresarios”).
La Argentina y Venezuela
vienen “cabeza a cabeza” disputándose el primer lugar del mundo en índice de
inflación. El país caribeño aplica un control de precios estricto y multa o
cierra a cualquier empresa que ose no respetar la medida de dejarse robar
legalmente por el Estado. El destino en esa dirección es solo uno. Un régimen
como el cubano donde el Estado finalmente se apodera de todo. Represión
mediante, hacia allí también se dirige la Argentina.
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