De la libertad de prensa
David Hume
(Traducción: David De los Reyes) [1]
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Nada es más sorprendente para un extranjero que la gran libertad de prensa que disfrutamos en este país, con la que podemos comunicar eso que nos parece bueno al público y criticar abiertamente toda medida tomada por el Rey o ministros. Si el gobierno decide ir a la guerra, se declara que abandona o ignora los intereses de la nación y que la paz es infinitamente preferible en relación con el estado de los negocios actuales. Si la pasión del ministro lo inclina hacia la paz, nuestros escritores políticos no respiran más que la guerra y matanza, y estigmatizan la conducta pacífica del gobernante como laxa y pusilánime. Tal libertad no es admitida por ningún otro gobierno –sea republicano o monárquico, sea Holanda o Venecia más que en Francia o España. De esto nos surge una pregunta: ¿cómo es que Inglaterra disfruta únicamente de ese privilegio particular?
La razón por la cual las leyes nos acuerdan tal libertad parece derivar de la forma mixta de nuestro gobierno, el cual no es ni totalmente monárquico y ni totalmente republicano. Se descubrirá –si no me equivoco - una verdad política profunda en el hecho de que los dos extremos de gobierno, la libertad y la esclavitud, están habitualmente muy próximos el uno del otro. Y desde el momento en que nos alejamos de los extremos y mezclamos un poco la monarquía con la libertad, el gobierno deviene siempre más libre; de la otra parte, si mezclamos un poco de libertad a la monarquía, el juego político se convierte en más cruel e intolerable.
En un gobierno como el de Francia, que es absoluto y donde las leyes, las costumbres y la religión concuerdan todas juntas en querer volver al pueblo plenamente feliz de su condición, el monarca no puede experimentar ninguna envidia sobre los súbditos y está en medida de sus acuerdos en consecuencia de grandes libertades tanto de palabra como de acción. En un gobierno enteramente republicano, como el de Holanda, donde ningún magistrado no es lo suficientemente eminente para suscitar la envidia del Estado, no tiene ningún peligro en otorgar a sus magistrados grandes poderes discrecionales; y de ello resultan numerosas ventajas de tales poderes al preservar la paz y el orden, pues establecen unas restricciones considerables a las acciones de los hombres y obliga a cada ciudadano a tener respeto por el gobierno. Pareciera de esta manera que los dos extremos, la monarquía y la república, se aproximan mucho uno a la otra en ciertas circunstancias materiales. En la primera, el magistrado no es desconfiado ante el pueblo; en el segundo, el pueblo no desconfía ante la mirada del magistrado. Esta ausencia de envidia crea en ambos casos una confianza y aceptación recíproca, y genera en el seno de las monarquías una especie de libertad y una especie de poder arbitrario en el seno de las repúblicas.
Con el fin de justificar la segunda parte de la observación precedente – a saber que, de todos los gobiernos, los mixtos son los más alejados los unos de los otros y que la amalgama de monarquía y de la libertad nos da una sujeción más laxa o más cruel - me lleva a citar una observación de Tácito sobre los súbditos romanos viviendo en la época de los emperadores, donde aquellos no podían soportar completamente ni la esclavitud ni la libertad totales: Nec totam servitutem, nec totam libertatem pati possunt[2]. Esta observación ha sido traducida por un poeta célebre y aplicada por él a los ingleses en una viva descripción del reino y de la política de la reina Elizabeth:
...Ella, cual la fuerza
de la Europa, a su elección, hace pender la balanza, Y hace amar su yugo al inglés indomable, Que no puede ni servir ni vivir en libertad. Voltaire. La Henriade (libro I)[3].
Siguiendo esas observaciones, debemos considerar el gobierno en los tiempos de los emperadores como una mezcla de despotismo y de libertad donde prevalecía el despotismo; y el gobierno inglés como una mezcla de la misma naturaleza, pero donde la libertad predomina. Las consecuencias son exactas a las observaciones precedentes, de las que podemos aguardar de esas formas mixtas de gobierno que crean desconfianza y envidia recíprocas. Los emperadores romanos, al menos la mayoría de ellos, fueron los tiranos más espantosos con los que la naturaleza humana haya sido afligida jamás; y es evidente que su crueldad era excitada esencialmente por su envidia y por el espectáculo de los patricios de Roma, que hervían de impaciencia al verse dominados por una familia que, poco tiempo antes, no era, de ninguna manera, superior a ellos. Por otro lado, como el aspecto republicano es el que prevaleció en Inglaterra, si bien con una fuerte dosis de monarquía, está obligado, en vistas de su propia preservación, a mantener una desconfianza vigilante sobre los magistrados, a suprimir todos los poderes discrecionales y de salvaguardar la vida y los bienes de cada uno por las leyes generales e inflexibles. Ninguna acción debe ser considerada como criminal a menos que la ley no lo haya expresamente declarado como tal; ningún crimen debe ser imputado a un hombre a menos de tener una prueba legal mostrada ante el juzgado; y esos mismos jueces deben ser sus ciudadanos, obligando a su propio interés en vigilar las violaciones y las agresiones de los ministros. De ello se deduce que haya tanta libertad en Inglaterra habiendo, en la misma proporción, tanta licencia como tiranía y esclavitud la tuvo en otro momento Roma.
Esos principios concuerdan con la gran libertad que disfruta la prensa en este reino, mucho más allá de lo permitido por otros gobiernos. Es notorio que el poder arbitrario se infiltre entre nosotros si no estamos extremadamente atentos en vigilar sus progresos y que no exista hasta el momento ningún otro método para declarar la alarma de un punto a otro del reino. El espíritu del pueblo debe ser frecuentemente excitado con el fin de restringir las ambiciones de la Corte; y el temor de excitar ese espíritu debe ser utilizado para neutralizar esa ambición. Nada es tan eficaz para lograr ese objetivo que la libertad de prensa, por la cual todo el saber, el espíritu y el genio de esa nación se emplean en las riberas de la libertad, donde cada uno permanece despierto para defenderla. De tal manera que la parte republicana de nuestro gobierno puede así mantenerse ella misma contra la parte monárquica, si cuidadosamente protege la prensa libre en vistas de su propia conservación, que es de la más alta importancia.
(Agregado y variante final encontrado en otras ediciones del mismo ensayo)
Puesto que esta libertad es esencial para salvaguardar nuestro gobierno mixto, debemos responder a la siguiente cuestión: ¿tal libertad es ella beneficiosa o perjudicial? Nada hay en el seno de cada Estado más importante que la preservación del gobierno tradicional, sobre todo si es un gobierno libre. Pero quisiera voluntariamente dar un paso más y afirmar que esa libertad está acompañada de tan pocos inconvenientes que ella debe ser reivindicada como un derecho común de la humanidad, pues deberá beneficiar sea cual sea el gobierno; exceptuando al gobierno eclesiástico al cual se revelaría fatal. No debemos temer de esta libertad las funestas consecuencias anticipadas por los demagogos populares de Atenas y los tribunos de Roma. Un hombre lee un panfleto tranquilo y solo. Nadie le acompaña, del cual por contagio podría contraer una pasión. No es arrastrado por la fuerza y la energía de la acción. Sería excitado por el carácter más sedicioso posible, presente ante él, de furiosa resolución gracias a la cual pudiera inmediatamente exteriorizar su pasión. La libertad de prensa no puede, por consiguiente sino raramente, igual en caso de abuso, suscitar tumultos o rebeliones populares. En cuanto a esos murmullos secretos de descontentos que pueda ocasionar, es preferible que se expresen por medio de las palabras y que lleguen al conocimiento de los magistrados antes que sea muy tarde y que haya que traer el remedio. La humanidad, es verdad, tiene siempre la tendencia a creer más eso que es dicho en detrimento de sus gobernantes que lo contrario; pero esa inclinación le es inherente, bien si goce o no esa libertad. Un rumor puede expandirse tan rápidamente y ser tan devastador como un panfleto. ¿Qué digo?
Será más pernicioso ahí donde los hombres no están acostumbrados a pensar libremente o a distinguir la verdad de la mentira.
La experiencia de la humanidad progresa; hemos descubierto que las personas no son monstruos tan peligrosos como se los representa y que es preferible guiarlos considerándolos como criaturas racionales que manipularlos o de dirigirlos como bestias salvajes. Si las naciones unidas no dan el ejemplo, la tolerancia será juzgada incompatible con un buen gobierno, y creemos imposible que numerosas sectas religiosas puedan vivir juntas en armonía y en paz, como manifestar un celo igual tanto sobre su patria común como sobre las otras. Inglaterra ha dado un ejemplo semejante de libertad civil; y si bien esa libertad pareciera presentar ocasionalmente algunas agitaciones, ella nunca ha producido efectos perversos. Es de esperarse que los hombres, estando cada día más habituados a la libre discusión de los quehaceres públicos, mejoren sus juicios sobre ellos y serán más difícilmente seducidos por un débil rumor o por cualquier clamor popular.
Es un pensamiento tranquilizador para los amantes de la libertad saber que ese privilegio que posee Inglaterra es de tal género que no se nos pueda privar de él fácilmente y pueda perdurar tanto tiempo como nuestro gobierno dure, en el grado que sea, libre e independiente. Es raro que la libertad, sea de la especie que sea, se pierda totalmente de un sólo golpe. La esclavitud tiene un aspecto terrible a los ojos de aquellos que están acostumbrados a la libertad que no puede insinuarse entre ellos sino por grados y disfrazarla bajo mil ropajes a fin de ser recibida. En cambio, si la libertad de prensa debe un día desaparecer, ella deberá perecer de un sólo golpe. Las leyes generales contra la sedición y los libelos están hoy tan prohibidas como posibles. Nada pondrá las mayores restricciones si no es por medio de un edicto impreso o el otorgar a los tribunales grandes poderes discrecionales para sancionar todo eso que pueda incomodar. Pero tales concesiones harían tal violación a la mirada abierta de la libertad que manifestarían probablemente las últimas violencias de un gobierno despótico. Podemos terminar diciendo que la libertad de Inglaterra jamás desaparecerá aún si esas tentativas puedan surgir.
NOTAS:
[1] Hume, David; Essais Moraux, politiques & littéraires, Ed Alive, bilingüe francés-inglés. Paris, 1999, p.42-47.
[2] “No se complacen ni con una entera libertad ni con un total servilismo [NdT]
[3] Voltaire escribe La Henriade en 1727 – 28, [NdT].
...Ella, cual la fuerza
de la Europa, a su elección, hace pender la balanza, Y hace amar su yugo al inglés indomable, Que no puede ni servir ni vivir en libertad. Voltaire. La Henriade (libro I)[3].
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