¿Qué es la ecoética?
David De los Reyes
La
ausencia de relevancia de la naturaleza como objeto de consideración moral en
la filosofía occidental ha sido un tema de debate que pone de manifiesto la
desconexión entre el ser humano y su entorno. Desde sus orígenes, la tradición
filosófica ha tendido a ver a la naturaleza no humana, la de los otros seres orgánicos
y los elementos inorgánicos, como carente de racionalidad, lo que implica que
no pueden ser considerados el resto de sus componentes como un sujeto moral.
Esta visión ha llevado a la conclusión, para muchos pensadores y teorías, de
que la naturaleza, por lo tanto, no puede ser objeto de nuestra consideración
moral. La irrelevancia moral de nuestra relación con la naturaleza está
intrínsecamente relacionada con la falta de reconocimiento del impacto humano
sobre ella o de la invisibilidad de tal destrucción en la narrativa usual de
las informaciones cotidianas. Durante siglos, el antropocentrismo ha dominado
el pensamiento filosófico, donde el ser humano es visto como el centro del
universo, relegando al resto de los componentes de la naturaleza a un papel
secundario. Esta perspectiva ha permitido que se justifiquen acciones economicistas
con una fuerza destructiva irreversible hacia el medio ambiente sin una
reflexión ética adecuada y menos una consideración científica adecuada.
La
crisis ecológica actual ha puesto de manifiesto la necesidad de repensar esta
relación. El reconocimiento de que el bienestar, la felicidad e incluso la
supervivencia de la especie humana están siendo, desde más de dos siglos,
amenazados por nuestras acciones —o por nuestra inacción e indiferencia— sobre
la naturaleza, pide un llamado inaplazable a la reflexión. Informes alarmantes
sobre el agotamiento de los recursos naturales, la pérdida de biodiversidad, el
impacto demográfico y migratorio, la escasez de agua, la erosión del suelo, la
concentración de CO2 y la destrucción de la capa de ozono, etc., son solo
algunas de las evidencias que demuestran que el desarrollo humano debe tener
límites. Ante todo esto, la naturaleza no puede seguir siendo vista como una
externalidad en la ética; debe ser considerada como parte integral de la
moralidad consciente contemporánea.
En este
contexto, surgió la ecoética como una disciplina que busca abordar la crisis
ecológica desde una nueva perspectiva ética. Desde sus inicios en los años
setenta del siglo XX, la ecoética ha propuesto un enfoque innovador que no se
limita a contextualizar la ética general en un campo específico de problemas,
sino que desafía los fundamentos mismos de la filosofía moral contemporánea. Al
hacerlo, ha puesto en crisis muchos de los supuestos metodológicos y
conceptuales que han guiado el pensamiento ético hasta ahora. La ecoética exige
una revisión crítica de los vacíos y carencias argumentativas que han permitido
la degradación ambiental que es, en todo momento, la degradación de la misma
humanidad en el manejo de su vida con su entorno.
La
responsabilidad del ser humano en el trastorno de las condiciones ecológicas
del planeta es innegable. La ecoética, al ser una nueva forma de ética
ecológica, propone que el enclave ecológico del sujeto moral debe ser
reconocido y considerado en la argumentación ética. Esta postura ética no solo
se centra en las consecuencias de nuestras acciones y hábitos inconscientes
consumistas, sino que también aboga por un cambio en la forma en que entendemos
nuestras relaciones, cotidianas y productivas, con la naturaleza. La noción de
justicia ecológica ha ganado terreno en los últimos años, abordándose desde
diversas perspectivas, incluidas las críticas ecofeministas. Estas corrientes
se yerguen en argumentar que la desigualdad de género está intrínsecamente
relacionada con un patriarcalismo inveterado que ha venido a procurar el
deterioro del entorno y la exponencial globalización económica, lo que resalta
la necesidad de una ética inclusiva que contemple las interrelaciones entre
diferentes formas de opresión y sumisión desbordadas e imparables.
El
modelo de vida y de desarrollo industrial que se ha adoptado como el mundo
único, ligado al progreso tecnológico y social, ha tenido un costo elevado,
perjudicando a las comunidades más vulnerables del presente y del futuro. La
naturaleza, en este sentido, no puede seguir siendo una externalidad en la
ética. Debemos reconocer que el deterioro ambiental afecta
desproporcionadamente a aquellos que ya enfrentan dificultades económicas y
sociales, que decanta en una ecología de la pobreza. Esto requiere un
replanteamiento de los principios éticos que guían nuestras acciones. En un
mundo limitado y casi lleno, donde los subsistemas socioeconómicos del extractivismo
devorador no pueden continuar creciendo indefinidamente, es necesario adoptar los
viables principios éticos vitales, como la biomímesis[1]
y la autolimitación[2],
que garanticen la supervivencia futura.
La
ecoética también plantea preguntas sobre la consideración moral de los animales
no humanos y sus derechos. Este enfoque desafía la visión utilitarista
tradicional, que a menudo es insuficiente para abordar problemas como el
calentamiento global. En cambio, la ecoética promueve un avance hacia una ética
de la virtud vitalista, donde la relación con la naturaleza se basa en el
respeto y la consideración por todos los seres vivos. La complejidad de los
problemas ecológicos exige una argumentación transversal y un replanteamiento
multidisciplinar, que integre conocimientos de diversas áreas del conocimiento
científico, de la filosofía moral y de los saberes ancestrales para abordar
eficazmente los desafíos que enfrentamos.
Podemos
finalizar diciendo que la ecoética representa una forma de aprender a escuchar
la voz de la naturaleza en su totalidad manifiesta, y reconocer su
importancia en la ética contemporánea. Al integrar la consideración de la
naturaleza en nuestra consciencia moral, no solo estamos respondiendo a una
crisis ecológica, sino que también estamos redefiniendo nuestra relación vital,
cotidiana y cognitiva con el mundo que nos rodea. La necesidad de un cambio
profundo en nuestra forma de pensar y actuar nunca ha sido tan urgente como en
este presente, y la ecoética nos ofrece un marco valioso para lograrlo. En este
sentido, es determinante que la ética contemporánea evolucione hacia esta nueva
inclusión temática en ella, en incluir a la naturaleza y sus integrantes como
un actor relevante en nuestras decisiones morales, políticas, económicas,
científicas y, por ende, filosóficas, promoviendo un enfoque más holístico y
responsable que garantice un futuro sostenible para todas las formas de vida en
nuestro planeta, las de ahora y las de las generaciones de los seres a futuro.
[1]
La
biomímesis es un enfoque que busca inspirarse en los modelos, sistemas y
procesos de la naturaleza para resolver problemas humanos. Este concepto se
basa en la idea de que la naturaleza, a lo largo de millones de años de
evolución, ha desarrollado soluciones eficientes y sostenibles para enfrentar
desafíos. Al observar y aprender de estos sistemas naturales, los seres humanos
pueden diseñar tecnologías, productos y sistemas que imiten estos procesos y,
por lo tanto, sean más sostenibles. Ejemplos de Biomímesis: 1) tecnología de
adhesivos: inspirándose en la forma en que las geckos se adhieren a
superficies, se han desarrollado nuevos tipos de adhesivos que no requieren
químicos dañinos. 2) arquitectura sostenible: edificios que imitan la
ventilación natural de termiteros para regular la temperatura sin necesidad de
sistemas de aire acondicionado. Ver: Benyus, Janine. La biomimética:
Innovación inspirada en la naturaleza. Barcelona: Ediciones Urano, 2010.p
40-50.
[2]
La
autolimitación, por otro lado, se refiere a la capacidad de los individuos y
las sociedades para restringir sus propias acciones y consumos en función de la
sostenibilidad del entorno natural. Este concepto implica reconocer los límites
de los recursos naturales y la capacidad del planeta para regenerarse. La
autolimitación es esencial para evitar la sobreexplotación de los recursos y
para garantizar que las generaciones futuras también puedan disfrutar de un
entorno saludable. Podemos referir algunos aspectos de la autolimitación, como son
las actitudes de asumir un consumo responsable. Esto se entiende como el adoptar
hábitos de consumo que no excedan la capacidad de regeneración de los recursos
naturales. Y, por supuesto, el procurar la implementación de dinámicas de
producción que se inspiren en el desarrollo sostenible, que viene a ser el promover
políticas y prácticas que busquen un equilibrio entre el desarrollo económico y
la conservación ambiental, asegurando que las actividades humanas no
comprometan la salud del planeta. Ver: Daly, Herman E. Ecological Economics:
Principles and Applications. Washington, D.C.: Island Press, 1991 p. 87-95
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