lunes, 10 de marzo de 2025

¿Qué es la ecoética?

David De los Reyes


Serie Vegetabilis Violaceus. Redes Sociales Vegetales /DDLR/2025  


La ausencia de relevancia de la naturaleza como objeto de consideración moral en la filosofía occidental ha sido un tema de debate que pone de manifiesto la desconexión entre el ser humano y su entorno. Desde sus orígenes, la tradición filosófica ha tendido a ver a la naturaleza no humana, la de los otros seres orgánicos y los elementos inorgánicos, como carente de racionalidad, lo que implica que no pueden ser considerados el resto de sus componentes como un sujeto moral. Esta visión ha llevado a la conclusión, para muchos pensadores y teorías, de que la naturaleza, por lo tanto, no puede ser objeto de nuestra consideración moral. La irrelevancia moral de nuestra relación con la naturaleza está intrínsecamente relacionada con la falta de reconocimiento del impacto humano sobre ella o de la invisibilidad de tal destrucción en la narrativa usual de las informaciones cotidianas. Durante siglos, el antropocentrismo ha dominado el pensamiento filosófico, donde el ser humano es visto como el centro del universo, relegando al resto de los componentes de la naturaleza a un papel secundario. Esta perspectiva ha permitido que se justifiquen acciones economicistas con una fuerza destructiva irreversible hacia el medio ambiente sin una reflexión ética adecuada y menos una consideración científica adecuada.

La crisis ecológica actual ha puesto de manifiesto la necesidad de repensar esta relación. El reconocimiento de que el bienestar, la felicidad e incluso la supervivencia de la especie humana están siendo, desde más de dos siglos, amenazados por nuestras acciones —o por nuestra inacción e indiferencia— sobre la naturaleza, pide un llamado inaplazable a la reflexión. Informes alarmantes sobre el agotamiento de los recursos naturales, la pérdida de biodiversidad, el impacto demográfico y migratorio, la escasez de agua, la erosión del suelo, la concentración de CO2 y la destrucción de la capa de ozono, etc., son solo algunas de las evidencias que demuestran que el desarrollo humano debe tener límites. Ante todo esto, la naturaleza no puede seguir siendo vista como una externalidad en la ética; debe ser considerada como parte integral de la moralidad consciente contemporánea.

En este contexto, surgió la ecoética como una disciplina que busca abordar la crisis ecológica desde una nueva perspectiva ética. Desde sus inicios en los años setenta del siglo XX, la ecoética ha propuesto un enfoque innovador que no se limita a contextualizar la ética general en un campo específico de problemas, sino que desafía los fundamentos mismos de la filosofía moral contemporánea. Al hacerlo, ha puesto en crisis muchos de los supuestos metodológicos y conceptuales que han guiado el pensamiento ético hasta ahora. La ecoética exige una revisión crítica de los vacíos y carencias argumentativas que han permitido la degradación ambiental que es, en todo momento, la degradación de la misma humanidad en el manejo de su vida con su entorno.

La responsabilidad del ser humano en el trastorno de las condiciones ecológicas del planeta es innegable. La ecoética, al ser una nueva forma de ética ecológica, propone que el enclave ecológico del sujeto moral debe ser reconocido y considerado en la argumentación ética. Esta postura ética no solo se centra en las consecuencias de nuestras acciones y hábitos inconscientes consumistas, sino que también aboga por un cambio en la forma en que entendemos nuestras relaciones, cotidianas y productivas, con la naturaleza. La noción de justicia ecológica ha ganado terreno en los últimos años, abordándose desde diversas perspectivas, incluidas las críticas ecofeministas. Estas corrientes se yerguen en argumentar que la desigualdad de género está intrínsecamente relacionada con un patriarcalismo inveterado que ha venido a procurar el deterioro del entorno y la exponencial globalización económica, lo que resalta la necesidad de una ética inclusiva que contemple las interrelaciones entre diferentes formas de opresión y sumisión desbordadas e imparables.

El modelo de vida y de desarrollo industrial que se ha adoptado como el mundo único, ligado al progreso tecnológico y social, ha tenido un costo elevado, perjudicando a las comunidades más vulnerables del presente y del futuro. La naturaleza, en este sentido, no puede seguir siendo una externalidad en la ética. Debemos reconocer que el deterioro ambiental afecta desproporcionadamente a aquellos que ya enfrentan dificultades económicas y sociales, que decanta en una ecología de la pobreza. Esto requiere un replanteamiento de los principios éticos que guían nuestras acciones. En un mundo limitado y casi lleno, donde los subsistemas socioeconómicos del extractivismo devorador no pueden continuar creciendo indefinidamente, es necesario adoptar los viables principios éticos vitales, como la biomímesis[1] y la autolimitación[2], que garanticen la supervivencia futura.

La ecoética también plantea preguntas sobre la consideración moral de los animales no humanos y sus derechos. Este enfoque desafía la visión utilitarista tradicional, que a menudo es insuficiente para abordar problemas como el calentamiento global. En cambio, la ecoética promueve un avance hacia una ética de la virtud vitalista, donde la relación con la naturaleza se basa en el respeto y la consideración por todos los seres vivos. La complejidad de los problemas ecológicos exige una argumentación transversal y un replanteamiento multidisciplinar, que integre conocimientos de diversas áreas del conocimiento científico, de la filosofía moral y de los saberes ancestrales para abordar eficazmente los desafíos que enfrentamos.

Podemos finalizar diciendo que la ecoética representa una forma de aprender a escuchar la voz de la naturaleza en su totalidad manifiesta, y reconocer su importancia en la ética contemporánea. Al integrar la consideración de la naturaleza en nuestra consciencia moral, no solo estamos respondiendo a una crisis ecológica, sino que también estamos redefiniendo nuestra relación vital, cotidiana y cognitiva con el mundo que nos rodea. La necesidad de un cambio profundo en nuestra forma de pensar y actuar nunca ha sido tan urgente como en este presente, y la ecoética nos ofrece un marco valioso para lograrlo. En este sentido, es determinante que la ética contemporánea evolucione hacia esta nueva inclusión temática en ella, en incluir a la naturaleza y sus integrantes como un actor relevante en nuestras decisiones morales, políticas, económicas, científicas y, por ende, filosóficas, promoviendo un enfoque más holístico y responsable que garantice un futuro sostenible para todas las formas de vida en nuestro planeta, las de ahora y las de las generaciones de los seres a futuro.

 



[1] La biomímesis es un enfoque que busca inspirarse en los modelos, sistemas y procesos de la naturaleza para resolver problemas humanos. Este concepto se basa en la idea de que la naturaleza, a lo largo de millones de años de evolución, ha desarrollado soluciones eficientes y sostenibles para enfrentar desafíos. Al observar y aprender de estos sistemas naturales, los seres humanos pueden diseñar tecnologías, productos y sistemas que imiten estos procesos y, por lo tanto, sean más sostenibles. Ejemplos de Biomímesis: 1) tecnología de adhesivos: inspirándose en la forma en que las geckos se adhieren a superficies, se han desarrollado nuevos tipos de adhesivos que no requieren químicos dañinos. 2) arquitectura sostenible: edificios que imitan la ventilación natural de termiteros para regular la temperatura sin necesidad de sistemas de aire acondicionado. Ver: Benyus, Janine. La biomimética: Innovación inspirada en la naturaleza. Barcelona: Ediciones Urano, 2010.p 40-50.

[2] La autolimitación, por otro lado, se refiere a la capacidad de los individuos y las sociedades para restringir sus propias acciones y consumos en función de la sostenibilidad del entorno natural. Este concepto implica reconocer los límites de los recursos naturales y la capacidad del planeta para regenerarse. La autolimitación es esencial para evitar la sobreexplotación de los recursos y para garantizar que las generaciones futuras también puedan disfrutar de un entorno saludable. Podemos referir algunos aspectos de la autolimitación, como son las actitudes de asumir un consumo responsable. Esto se entiende como el adoptar hábitos de consumo que no excedan la capacidad de regeneración de los recursos naturales. Y, por supuesto, el procurar la implementación de dinámicas de producción que se inspiren en el desarrollo sostenible, que viene a ser el promover políticas y prácticas que busquen un equilibrio entre el desarrollo económico y la conservación ambiental, asegurando que las actividades humanas no comprometan la salud del planeta. Ver: Daly, Herman E. Ecological Economics: Principles and Applications. Washington, D.C.: Island Press, 1991 p. 87-95

 

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