Primeros pasos al posthumanismo:
y nuestro
papel en el mundo
(Disertación presentada en la Maestría de Filosofía de la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela). Materia: La Filosofía ante los desafíos socioambientales, dictada por David De los Reyes, 2025)
Empecemos por lo básico. Somos Homo Sapiens o “humano moderno”, pero, de acuerdo a la World history encyclopedia en español “genéticamente, no somos solo un Homo
Sapiens al 100%: los humanos no africanos tienen en promedio alrededor del
2% de ADN neandertal,
y también se sabe que nos hemos cruzado con al menos otra especie humana ahora
extinta: los denisovanos”[1].
Igualmente, no podemos ignorar la teoría de Darwin en la que establece que los
seres humanos compartimos un ancestro común con los simios africanos. Es decir,
“el hombre moderno” es el fruto de la mezcla y evolución de otras especies y,
por ende, la información genética de estas criaturas forma parte de nosotros y,
en cierta manera, determina parte de lo que somos. Por lo tanto, tendríamos que
comprender a la naturaleza de las criaturas que nos antecedieron para
comprender la propia.
Siguiendo la teoría de la evolución, los simios africanos también comparten semejanzas con otros mamíferos, ya que, en palabras de Darwin:
Así pues, podemos comprender cómo ha sido que el hombre y los demás animales vertebrados se hallan construidos según el mismo modelo general, por qué atraviesan idénticos estadios tempranos de desarrollo, y por qué, finalmente, conservan ciertos rudimentos comunes. Por consiguiente, hemos de admitir con toda franqueza su comunidad de origen (Darwin, pág. 29)[2].
Además
del simio, del neandertal y del denisovano, hay otra serie de criaturas que
también forman parte de la cadena evolutiva de la que provenimos, y estas
criaturas, a su vez, también provienen de otra cadena de seres.
Somos,
por lo tanto, producto de una larga y sumamente compleja cadena evolutiva cuyo
origen en el planeta podríamos encontrar hace aproximadamente tres mil
ochocientos millones de años cuando una lluvia de meteoritos llegó hasta el
fondo del océano de la Tierra y en cuya disolución, liberaron carbono,
minerales y proteínas primitivas, que no eran más que aminoácidos provenientes
del espacio exterior. La mezcla de todos estos componentes dio origen a la
vida: bacterias unicelulares que, con el pasar de los años, evolucionaron hasta
formar a los estromatolitos. Estos últimos, gracias a la presencia de múltiples
factores, continuaron evolucionando y generando nuevas formas de vida que
dieron como resultado a todas las que conocemos el día de hoy [3].
Cabe
repetir la expresión “origen en el planeta”, pues como vemos todos los
minerales y elementos necesarios para la existencia de los estromatolitos
provienen del espacio exterior y estos, a su vez, son producto de las estrellas
quienes, al morir, los liberan. De ahí la expresión, románticamente científica
de “somos polvo de estrellas”.
¿Y
de dónde vienen las estrellas? Naturalmente con ayuda de la astrofísica
podríamos continuar en la búsqueda del origen de todo. No obstante, para los
fines prácticos de este texto, es suficiente con saber lo expuesto en párrafos
anteriores: somos producto de una larga y compleja cadena evolutiva.
Ahora,
está respuesta debe ser tomada con mucho cuidado, pues es costumbre del humano
distorsionarla para quedar como el epítome de la evolución y es entonces cuando
surge lo antropocéntrico que, de acuerdo al diccionario de Oxford, se define
como “considerar a la humanidad como el elemento central o más importante de la
existencia”. Si, en cambio, examinamos la respuesta desde la óptica del
posthumanismo, podemos afirmar que somos parte de un proceso y que, por ende,
somos importantes, por supuesto, pero ¿Somos lo más importante? Es decir, ¿sin
nuestra magnífica presencia el mundo dejará de existir y el cosmos mismo
llegará a su final? Definitivamente no.
Claro
está que no se trata de menospreciar a la especie humana, pues, siguiendo a
Humbolt, en su introducción a Cosmos
“In considering the study of physical phenomena… we find its noblest and most
important results to be knowledge of chain of connection, by which all natural
forces are linked together, and made mutually dependent upon each
other”(1860:23)[4].
En pocas palabras, no somos los menos importantes por la misma razón por la que
tampoco somos los más importantes: “the Earth behaves like a system” [5]
y en un sistema cada una de las partes cumplen con una función específica. Si
una de las partes falta o falla, el sistema entero se verá condenado a la
entropía.
Esto
lo podemos comprobar a través de los cristales de la astronomía porque, de
hecho, la Tierra se encuentra en un lugar llamado “Sistema Solar” cuyo
funcionamiento es tan específico que permite, entre otras cosas, que en el
tercer planeta se desarrolle un microsistema que hace posible nuestra vida.
Incesantemente envía el Sol a la Tierra inmensas cantidades de energía. Ninguna forma de vida sería posible en nuestro planeta si no se recibiera el calor y la luz del Sol. Las plantas forman, con la ayuda de la luz del Sol y de la verde clorofila, del agua absorbida del suelo y del ácido carbónico tomado del aire, el hidrato de carbono para la glucosa y almidón. Los animales se alimentan a su vez de las plantas o de otros animales que, a su vez, recurren a la alimentación vegetal[6].
Siguiendo
esta línea, veo que para poder aproximarnos a una respuesta del ¿Quiénes
somos?, es importante cuestionarnos cuál es nuestro rol en el universo, pues
parafraseando las ideas de Descola, los humanos no somos habitantes de la
Tierra, somos una extensión de ella[7]
o, en otras palabras, somos una parte del microsistema terrestre.
Al
pensar en esto, viene a mi mente la película Avatar (2009) de James Cameron, pues la ficción siempre será una de
las mejores maneras de comprender la realidad. En esta película nos presentan
al planeta Pandora en donde vive una especie similar a la humana llamada los
“Na’vi”, ellos rinden culto a Eiwa, la Gran Madre, quien conecta a todas y cada
una de las criaturas que habitan en Pandora a través de una red de
codependencia. Nada falta y nada sobra en Pandora. De hecho, la conexión entre
todas las criaturas es tal, que pueden comunicarse y relacionarse a través de
la unión física (que nada tiene que ver con una connotación sexual) de unas
membranas que forman parte de la anatomía de todas ellas. Los Na’vi bien se
reconocen a sí mismos como seres sumamente inteligentes, pero no se sienten
superiores a ninguna especie, pues todos son hijos de Eiwa y, por lo tanto, la
manera que tienen de relacionarse con los demás es respetuosa y digna, es una
relación entre iguales.
Algo
similar ocurre en la vida real con los achuar, un pueblo indígena de la
Amazonía con el que convivió Descola como parte de una investigación. La
intención era conocer su forma de vida y así descubrió que, “lo que había ido a
estudiar –las relaciones entre una sociedad y su ambiente natural– estaba
conformado por una multiplicidad de relaciones interpersonales entre humanos y
no humanos, que eran relaciones de complicidad, de antagonismo, de seducción,
de depredación… y no se trataba, en absoluto, de la adaptación de una sociedad
a un ambiente dado”[8],
sino, siguiendo las ideas de Ferrando, un sistema que funciona a la perfección.
Cuando
hablamos de un “sistema” nos referimos a un grupo de elementos que, si bien
cumplen cada uno con una tarea específica, todas y cada una de ellas se
encuentran interconectadas. Ahora bien, ¿qué implica reconocernos a nosotros
mismos como parte del sistema? Es decir, ¿Qué implica entender que somos una
pieza más en un mecanismo cuyo funcionamiento supera nuestro entendimiento?
Me
atrevería a decir que es un golpe al ego. Homo
Sapiens significa “hombre sabio” y desde que el hombre es hombre se ha
vanagloriado de su capacidad de entender el mundo que lo rodea y, por tanto, de
tener la capacidad de transformarlo y mejorarlo. Falso no es. La existencia de
la técnica es el ejemplo perfecto de esto, pues como bien diría Ortega y
Gasset, no existe hombre sin técnica, la cual se puede definir como “la reforma
que el hombre impone a la naturaleza en vista de la satisfacción de sus necesidades”[9]
¿Pero es el hombre la única criatura capaz de hacer esto? ¿Qué pasa, por
ejemplo, con las nutrias y los castores?
Los
castores crean presas para protegerse durante el invierno y de las fuertes
corrientes acuáticas. Para hacerlo, derriban árboles (usando únicamente sus
dientes), transportan el material usando las corrientes de agua para aligerar
el peso y tras meses de arduo trabajo, crean “casas” que tienen sistema de
seguridad e incluso de ventilación, pues sólo así pueden sobrevivir al invierno[10].
Las
nutrias, por su parte, son amantes de los mejillones. Pueden comerse hasta 75
mejillones por hora, pero como estos tienen una concha muy dura, las nutrias se
valen de las piedras para golpear la concha hasta abrirla y así poder sacar el
contenido. Es decir, usan herramientas.
En
ambos casos vemos a la técnica, pues ambas criaturas emplean y transforman
recursos de la naturaleza para satisfacer sus necesidades y, a su vez, cumplir
con el rol que tienen dentro del sistema. Es decir, aunque nutrias, castores y
humanos no somos físicamente iguales y nuestras maneras de relacionarnos y
organizarnos también difieren, todos poseemos la capacidad de intervenir en la
naturaleza. Por lo tanto, me parece que una de las primeras respuestas que
podemos dar a la pregunta ¿Quiénes somos? es: somos una parte más del sistema
universal.
Ahora
bien, esta afirmación inevitablemente deriva en un cuestionamiento sumamente
complejo, y es que si todas las partes del sistema son necesarias,
evidentemente es porque el impacto que genera su existencia lo es. Por lo
tanto, en términos ecológicos, ¿se podría pensar que el accionar humano con
todas las consecuencias que genera (contaminación, explotación y demás) es
necesario?
En
una primera instancia la respuesta sería un no rotundo porque evidentemente
muchas de nuestras acciones afectan de una manera muy negativa a las otras
especies. No obstante, los seres humanos no podemos evitar actuar como lo
hacemos, pues, para bien o para mal, es parte de lo que somos y, me parece que,
si bien creer que los seres humanos podemos disponer de todo lo que nos rodea
porque somos superiores a ello es absurdo, creer que somos los culpables de
todos los males del mundo también lo es. Así como generamos contaminación y
explotación, también hemos generado programas de conservación. Somos una
extensión de la naturaleza y esa manera de “adaptarla” a nuestras necesidades
que menciona Ortega y Gasset quizás no es un mero capricho humano, sino un proceso
necesario en la constante evolución de la naturaleza misma.
En
el texto ¿Qué es la naturaleza? Philippe
Descola menciona que:
Lo que pudimos
demostrar con otros colegas como William Bale –un botánico estadounidense que
hizo el mismo tipo de trabajo en Brasil– es que las propias técnicas de uso de
la naturaleza, su agricultura itinerante de tala y quema, la agricultura bajo
cubierta forestal, etc., tenían por resultado la inexistencia de una separación
tajante entre el espacio hortícola –donde se cultivaba la mandioca y un gran
número de otras especies– y la selva. Existía entonces una continuidad. Y, en
definitiva, la selva, a su vez, había sido profundamente modificada por estos
hábitos culturales y agrícolas, de modo tal que no había, en el fondo, una
sociedad que hubiese caído como del cielo en un ambiente natural ya constituido
en su totalidad sino un proceso de evolución conjunta que duró miles de años,
entre una población humana y poblaciones no humanas. Así, la selva es de por
sí, en parte, el producto de estas acciones humanas sobre la naturaleza. Por lo
tanto, no había determinación sino, por el contrario, una acción humana muy
presente en la definición del medio ambiente que los achuar utilizaban.[11]
Si esto es así, bien se podría afirmar que la naturaleza
se expande y transforma con nuestras acciones y es que, quizás, es ella quien
las demanda, pues, como dice Ferrando “We are the Earth; we are the Universe.
The sky surrounds us, reminding us of the extensive poiesis of the cosmos of
which we are (p)art”[12].
Referencias bibliográficas
Darwin, C.: El origen del hombre. Editorial Crítica, edición 2021
Descola, Phillipe, y Florencia Tola. ¿Qué es la naturaleza? Buenos Aires: Editorial Teseo, 2021.
Ferrando, F.: The art of being posthuman. Polity, 2023.
Herrmann, Joachim. La astronomía conquista el universo: Un estudio del cielo y las estrellas. España: Círculo de Lectores, 1968
National Geographic España. “Así construyen los castores sus fortalezas invernales”. Video de YouTube, 2:44. Publicado el 18 de mayo de 2023. https://www.youtube.com/watch?v=C9_aRFzTP4M
National Geographic, “El origen de la Tierra”. Video de YouTube, 1:34:01. Publicado el 9 de enero de 2018. https://www.youtube.com/watch?v=YUoSDn4jm5Y&t=1076sDocumental de (2016).
Ortega y Gasset, J.: “Meditación de la técnica”. Obras completas. Tomo V (1933-1941), Madrid, Revista de Occidente, 1964
World history encyclopedia en español. “Homo Sapiens”. https://www.worldhistory.org/trans/es/1-15821/homo-sapiens
Notas
[1] World history
encyclopedia en español. “Homo Sapiens”. Consultada el 11/01/2025 en https://www.worldhistory.org/trans/es/1-15821/homo-sapiens/
[2] Charles Darwin, El origen del hombre (Editorial Crítica,2021), pág. 29.
[3] National Geographic, “El origen de la Tierra”. Video de
YouTube, 1:34:01. Publicado el 9 de enero de 2018.
https://www.youtube.com/watch?v=YUoSDn4jm5Y&t=1076sDocumental
de (2016).
[4] Concepto
de Alexander Humbolt, tomado de The art
of being posthuman, (2023) Francesca Ferrando.
[5] Francesca Ferrando, The
art of being posthuman. Pág. 72
[6] Joachim Herrmann, La
astronomía conquista el universo. Un estudio del cielo y las estrellas.
Pág. 124
[7] Phillipe Descola y Florencia Tola, ¿Qué es la naturaleza?. Pág. 28.
[8] Ibidem
[9] Ortega
y Gasset. Meditación sobre la técnica.
Pág 324
[10]National Geographic España. “Así construyen los castores sus
fortalezas invernales”. Video de YouTube, 2:44. Publicado el 18 de mayo de
2023. https://www.youtube.com/watch?v=C9_aRFzTP4M
[11] Descola
y Tola, ¿Qué es la Naturaleza?, 22-23
[12] Ferrando,
The art of being posthuman. Página
94.
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