Universo y Metaverso
Notas
sobre el hybris y la ecología en el
no-mundo
y
la importancia de la formación universitaria
sobre
los temas ambientales
Gustavo García
Chacón[1]
(
Redes Sociales Vegetales/ DDLR2025, julio
“El papel
privilegiado de una casa no consiste en ser el fin de la actividad humana, sino
en ser condición y, en este sentido, el comienzo… El hombre está en el mundo
como habiendo venido desde un dominio privado, desde un –en lo de sí-, al que
puede retirarse en todo momento”.
Levinas
(2002)
El
desarrollo socioeconómico y tecnológico se presenta, en palabras de Loynaz
(2015), como un proceso ambivalente, siendo que junto a los grandes beneficios
que para la humanidad ha significado, también ha planteado un conjunto de
dificultades. La preocupación ecológica se presenta, entonces, como uno de los
signos de nuestro tiempo, haciéndonos conscientes de que el abuso de la
naturaleza “no sólo termina por dañar considerablemente nuestra propia calidad
de vida, sino que incluso pone en peligro la misma supervivencia de toda la
vida en el planeta Tierra” (pp. 520-521).
Son
varios los factores que dan cuenta de los retos ambientales; en primer lugar,
aparece una preocupación sobre la superpoblación y aunque realmente no se tiene
certeza sobre la capacidad total del planeta Tierra para albergar seres
humanos, no podemos reducir el reto a este estimado, pues buena parte de las
causas de la situación actual están relacionadas con otras prácticas. Los
problemas de los que tenemos mayor conciencia son el efecto invernadero, la
destrucción de la capa de ozono, la deforestación y desertificación, la
esquilmación de recursos naturales, la pérdida de biodiversidad y el mal uso de
los recursos energéticos (Agudo y Gutiérrez, 1994). Al ritmo actual,
considerando los planteamientos de Wackernagel y Rees (1996), siendo que el
consumo humano excede la capacidad de regeneración, se necesitarían varios
planetas Tierra para satisfacer nuestras demandas. Se habla de un planeta para
vivir, otro para obtener los recursos y un tercero para destinar nuestra
basura.
Morton
(2021) intenta instalar un sentido de urgencia al plantear lo siguiente: “el
fin del mundo ya ha ocurrido y podemos precisar, de un modo inquietante, la
fecha en que terminó… Fue en abril de 1784, cuando James Watt patentó la
máquina de vapor… el mundo terminó en 1945, en Trinity, Nuevo México, donde el
proyecto Manhattan probó el Gadget, la primera bomba atómica… Estos
acontecimientos marcan el aumento logarítmico de la acción humana como fuerza
geofísica” (p. 18).
Lo
cierto es que entre el 30% y el 50% de la superficie terrestre ha sido
transformada por la acción humana y sin grandes catástrofes la humanidad
seguirá siendo una fuerza geológica importante durante muchos milenios. Son
tiempos del antropoceno, lo cual “designa una nueva época geológica cuyo rasgo
central es el protagonismo de la humanidad, convertida ahora en agente de
cambio medioambiental a escala planetaria” (Arias, 2018, p.11). Nunca más
pertinente el concepto de hybris
empleado por los antiguos griegos, según el cual los individuos, sobreestimando
sus capacidades y poder, se comportaban de manera violenta, arrogante e
insultante, como intentando trascender su naturaleza mortal y asimilarse a los
dioses, en ausencia de toda moderación. En lugar de esto, el mayor deber del
ser humano es conocerse a sí mismo, haciéndose consciente de sus límites y
excesos para preservar la moderación, imponiéndose la prudencia y la humildad
(Georganta, 2023).
Entonces,
en el escenario de crecimiento urbano acelerado y de desafíos medioambientales,
se ha impulsado la exploración de soluciones innovadoras y tal como lo plantean
Fontana y Pumarejo (2023) el metaverso se nos presenta como una propuesta
emergente. A primera vista el metaverso podría reducir la necesidad de
desplazamientos físicos y en consecuencia las emisiones contaminantes, lo mismo
que contribuiría con la optimización de los recursos disponibles. Aunque las
implicaciones pueden ir mucho más allá de esto, aspecto en el que
profundizaremos en este ensayo, centrarnos en esta mirada más pragmática sobre
sus beneficios nos obliga a reconocer que viene acompañada de desafíos
importantes, resaltando el hecho de que estas tecnologías requieren de grandes
cantidades de energía, lo que contribuye con el incremento de la huella
ambiental, además de que se hacen necesarios recursos significativos para la
producción de componentes físicos. De allí la ambivalencia y las dificultades
para estimar cuáles son las mejores opciones.
Ver el
metaverso como una “solución” al tema ambiental hace que aparezcan varias
preguntas: ¿es un sitio al que mudarnos cuando ya no pueda vivirse en la
Tierra? ¿es posible un metaverso sin universo? ¿es un lugar en el que pasaremos
más tiempo para no destruir la Tierra a la velocidad actual o si nos mudamos
allí la Tierra se destruirá a una velocidad mayor? ¿lo que se plantea es una
mudanza, temporal o definitiva? ¿se podrá seguir viviendo en el metaverso
cuando se extinga el universo? ¿si vamos a ese lugar, habrá formas de aprender
cosas que nos ayuden a preservar el planeta? No estoy seguro de que todas
tengan respuesta, al menos no las encontraremos todas en este ensayo, pero al
menos son preguntas para hacernos pensar.
Tal como
lo plantea Loynaz (2015), “la cuestión ecológica no es tanto un problema
técnico como un problema de pensamiento, por eso su solución debe ser integral:
sólo un ideario trascendente está en condiciones de plantearse y resolver
correctamente las dificultades ecológicas” (p. 535). Pero este reto emerge en un escenario de
asimetrías, siendo la más importante la que se produce, en palabras de Morton
(2021), entre la acción y la reflexión, produciendo un poderoso efecto
siniestro. “Sabemos más que nunca cómo son las cosas, cómo funcionan, cómo
manipularlas. Incluso por esta razón las cosas se vuelven más extrañas (y no
menos)… la asimetría ética está en función de una asimetría ontológica entre
humanos y no-humanos” (p. 183).
Frente
al escenario apocalíptico planteado por el ambientalismo, que nos advierte
sobre el fin del mundo, emerge la necesidad de consolidación de un pensamiento
ecológico (Morton 2010), el cual, intenta promover la reflexión de manera
anticipatoria. “Acabamos de empezar, como alguien que se despierta de un sueño”
(p. 129). Entonces, en palabras de De los Reyes (2024), “la filosofía tiene una
importante cita con la ecología. El pensamiento de nuestro presente y futuro no
puede pasar desapercibida la relación de la vida con su entorno. Cuando
hablamos de la permanencia en la Tierra de la especie humana no podemos
mantenernos dentro del dualismo y en la figura del hombre con su entorno… La
vida y el planeta piden un cambio en la conciencia y la voluntad del hombre
para proseguir su maravilloso y misterioso rumbo” (s/p).
Profundizando en la intrincada y
ambivalente relación
entre metaverso y medio ambiente
Algunas
de las ideas filosóficas pueden resonar en el ámbito contemporáneo de la
tecnología y la realidad virtual. Por ejemplo, Platón (2021) en Timeo, entre la
teoría y la mitología, señala la creación del universo como algo intencional,
pues el Demiurgo da orden al caos utilizando las ideas como modelos perfectos.
De manera similar, el metaverso está siendo diseñado y construido por seres
humanos que emplean la tecnología y la creatividad para crear una nueva
realidad inmersiva y coherente. Las ideas, como realidades inmateriales, sirven
como fuente para la creación de este nuevo espacio; la propuesta de que el ser
humano puede habitar múltiples realidades parece reflejar la noción platónica
de la dualidad del alma y su conexión con el cosmos. Anaxágoras (2021), creador
del concepto de Nous (mente o inteligencia), plantea que este actúa como una
fuerza responsable de la ordenación del cosmos; análogo al concepto de semillas
propuesto por este filósofo (sustancias de las que está compuesto el universo),
en los entornos digitales también los espacios, los avatares y las
interacciones actúan como semillas orquestadas por esa nueva inteligencia de
programadores y diseñadores. Estamos creando un nuevo espacio, un nuevo
universo.
Para
Martín (2024) entre los metaversos y el medio ambiente se plantea una
convergencia con ventajas e inconvenientes, llegando a formular la duda de si
los metaversos pudieran realmente representar una solución para los desafíos
medioambientales o, por el contrario, contribuyen con su intensificación. Tal
como lo expone el autor, los metaversos pueden tener serias repercusiones en la
huella de carbono, por el alto consumo de energía de los centros de datos, lo
que hoy representa aproximadamente un 2% de la huella de carbono del planeta,
sin contar la generación de una gran cantidad de basura tecnológica con
consecuencias directas para el medio ambiente.
Por otro
lado, el metaverso abre las puertas a posibilidades infinitas de rediseño de
las ciudades, siendo la reducción de la movilidad, en el marco de opciones de
teletrabajo o de propuestas de ocio o para la resolución de la vida cotidiana
sin desplazamientos, uno de los aspectos con mayor impacto positivo. Esta
realidad podría también permitir ahorros en los espacios y en recursos mediante
la reducción de sedes físicas destinadas a diversidad de actividades. Como otros
de los beneficios citados por Martín (2024) se encuentra la creación y
posibilidades de adquisición de bienes virtuales, lo cual impulsa la economía
circular mediante un ciclo de vida digital que reduce la producción de bienes
físicos de diversa naturaleza, lo que puede alcanzar ámbitos como nuestra
propia indumentaria o accesorios que ahora serán empleados por los
avatares.
En todo
caso, resulta difícil pensar en un metaverso sin universo; el metaverso parece
seguir necesitando del mundo físico para existir. Para Nietzsche (2003), el
mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula, llamando la atención sobre
el hecho de que al eliminar el mundo verdadero también damos al traste con el
aparente, situándonos frente a un escenario de dos ausencias. Caldera (2025)
nos habla de la generación de una realidad segunda que cambia mucho en su
contenido y significado, que puede llevarnos a un falso cosmopolitismo, en el
que lo importante será lo que toque nuestra sensibilidad de alguna manera. Para
Valdivieso (2025), a partir de estas consideraciones emergió la condición
contemporánea, la de la relatividad, la indeterminación, la mecánica cuántica,
los avatares, los hologramas, la conquista del espacio y también la
desinformación. Se trata de una nueva realidad que, en palabras del autor, nos
hace libres y frágiles a la vez: “hoy, estamos en un lugar distinto, modelado
por experiencias múltiples (y no múltiples experiencias, esas han existido
siempre) interconectadas y energéticas… En los cuerpos, las ciudades e incluso
los campos median los circuitos electrónicos y los bytes. Mediar aquí es
atravesar, existir entre, pasar a través de y desaparecer sin adoptar un estado
específico. Estamos digital y atómicamente de un lado y del otro, nuestro lugar
actual es un no-mundo. Ante la ausencia de mundo la consistencia de nuestra
vida es cambiante y usualmente indeterminada, todo está sumergido en el
espacio”.
Todo
parece indicar que no nos encontramos precisamente frente a una mudanza sino a
las posibilidades de ampliación de nuestro estar y, con ello, la expansión de
las fronteras para nuestras reflexiones sobre la forma de hacerlo, dando lugar
a nuevas dimensiones del concepto de ecología. ¿Por qué? Porque se trata de un
mundo híbrido, un no-mundo, en el que debemos seguir haciendo posible nuestra
experiencia consciente, pues sin ella “no hay nada en absoluto: ni mundos, ni
yo, ni interior, ni exterior” (Seth, 2023, p. 8). Como parte de esta
hibridación aparecen espacios inmersivos y de realidad aumentada que dan lugar
a opciones infinitas de nuevas experiencias que logran combinar lo mejor de
ambas dimensiones; reuniones virtuales en espacios físicos, juegos de realidad
mixta, encuentros y conexiones con otros en diversidad de modalidades,
simulaciones interactivas, son algunos ejemplos.
Para
Demos (2017) el arte (pensamos que también el metaverso) tiene el potencial de
desmantelar narrativas y replantear nuestra relación con la naturaleza,
sirviendo como medio para reflexionar sobre nuestro entorno y actuar a favor
del cambio. A fin de cuentas, atendiendo a lo plateado por Seth (2023),
“nuestras experiencias conscientes forman parte de la naturaleza (ahora
infinita) tanto como nuestros cuerpos y tanto como nuestro mundo. Y cuando la
vida termine, también lo hará la conciencia” (p. 14). Sin embargo, hay que
tener cuidado, pues también la creación de este espacio podría llevarnos a la
desmesura si sobreestimamos nuestras capacidades de control; emerge el peligro
de un hybris por duplicado, ahora también en este nuevo espacio; los
peligros son claros, relacionados con efectos psicológicos y éticos y con
desconexiones con consecuencias sobre la manera en que percibimos la realidad.
Las lecciones vislumbradas en la tragedia griega deben alertarnos sobre las
consecuencias de los excesos y la falta de humildad.
Pero, ¿qué es el metaverso y
cuáles pueden ser otros de sus significados y beneficios?
La
palabra metaverso proviene del griego “meta” (más allá o después de) y universo
(conjunto de todo lo existente). El término aparece por primera vez en el best
seller de características futuristas y distópicas titulado Snow Crash, en la que los personajes podían acceder a un mundo a
través de dispositivos de visión estereoscópica artificial (Erazo y Sulbarán,
2022). Para Ball (2022) se trata de “una red masiva e interoperable de mundos
virtuales 3D renderizados en tiempo real que pueden ser experimentados de forma
sincrónica y persistente por un número efectivamente ilimitado de usuarios con
un sentido de presencia individual y con continuidad de datos, como identidad,
historia, derechos, objetos, comunicaciones y pagos”.
Para
Acevedo (2022) se trata de un concepto cuya definición es todavía inestable, a
pesar de estar instalado hace varios años en las reflexiones acerca del
internet y el impulso de las experiencias interactivas a gran escala, y sugiere
una aproximación desde la filosofía de la tecnología, poniendo el énfasis en
las posibilidades del individuo para narrar su identidad digital a través de
interacciones online y del diseño de su experiencia en la red. En este sentido,
es importante recordar que esta innovación no se encuentra dirigida
exclusivamente al entretenimiento, sino que promete alcanzar espacios muy
importantes en el teletrabajo, la educación a distancia y el comercio en línea,
y es muy pertinente señalar que conlleva una necesidad de un debate ético
relacionado con los derechos humanos, el respeto a los datos y de la propiedad
virtual, y particularmente el impacto en los niños y jóvenes con respecto a sus
necesidades formativas.
Smart,
Cascio y Paffendorf (2007) plantean como clave al abordar este concepto, la
interacción entre las tecnologías de realidad aumentada, de simulación
(entornos digitales verosímiles), de tecnologías íntimas (personalización de
avatares) y de tecnologías externas (mundo de los desarrolladores). Sánchez
(2022) propone como características fundamentales del metaverso “la
interactividad (el usuario es capaz de comunicarse con el resto de usuarios y
de interactuar en y con el metaverso), corporeidad (los usuarios están
representados por avatares y están limitados por ciertas leyes y recursos) y
persistencia (el programa sigue funcionando y desarrollándose a pesar de que
algunos o todos sus miembros no estén conectados)” (p. 6).
Para
Cabrera (2023) “el metaverso no busca ser un mundo de fantasía, sino una
especie de realidad alternativa en la que podemos hacer las mismas cosas que
hacemos hoy en día fuera de casa, pero sin movernos de la habitación, de tal
forma que podamos interactuar entre nosotros dentro de él, y desde fuera con el
contenido que tenemos dentro” (p. 260).
Según
Morton (2019), el metaverso se alimenta de la ansiedad de los seres humanos por
generar dinámicas que transformen su relación con su presente, construyendo
interacciones caracterizadas por el deseo de pertenecer e integrarse. Acevedo
(2022) apoya esta idea cuando al referirse al metaverso da cuenta de un gran
panóptico sin vigilantes, cuyo único carcelero es el mecanismo que regula la
ansiedad, el deseo de estar y la obsesión por pertenecer, siendo el principal
atractivo el hecho de que cada quien pueda definir su identidad, construyendo
prácticas concretas de lengua, en un proceso que no depende de jerarquías
comunicativas establecidas y que redefine la circularidad descentralizada como
flujo informativo. Se ha disuelto, entonces, la idea de presencia contante, “el
mito de que las cosas son reales en la medida en que están ahí de manera
continua y coherente” (Morton, 2019, p. 20). La ecología parece ser tan
relevante en el metaverso como en nuestro planeta Tierra.
La educación (en general y en la
universidad) y su rol protagónico en esta historia
El
metaverso, como hemos dicho, es un espacio de oportunidades y retos, y en ambos
sentidos es muy importante el rol de las instituciones educativas, también a
nivel universitario. Entre los retos directos que nos impone, sin insistir en
aquellos que son una consecuencia general de internet o inclusive de la
reciente aparición de la inteligencia artificial, se encuentran los siguientes
(Benjamins, Rubio y Alonso (2022):
·
Problemas
de salud, incluyendo la mental: las posibilidades de simulación de los entornos
inmersivos pueden generar adicción y un uso obsesivo para escapar de la
realidad, en lugar de estimular las posibilidades de mejora en el mundo real.
También puede llegar a suceder que los mundos reales y virtuales sean
confundidos y con ello todo el conjunto de emociones y sentimientos. Siempre
hay un espacio para problematizar sobre estos “problemas”, en las medidas en
que realmente las fronteras entre uno y otro mundo se hacen menos inteligibles.
·
Desafíos
de privacidad y seguridad: en la medida en que la realidad extendida capta
datos personales como ubicaciones, movimientos, reflejos y patrones de voz que
pueden comprometer la seguridad de los individuos. En ocasiones se hace cuesta arriba encontrar
un equilibrio entre la libertad de expresión y la protección frente a la
posibilidad de difusión de contenidos maliciosos. Esto aumenta en la medida en
que la mezcla entre lo físico y lo virtual implique que el metaverso llegue a
controlar una parte importante de la realidad. La suplantación de identidad o
el secuestro de identidades, así como el robo de propiedades virtuales también
son desafíos derivados del uso malicioso del metaverso.
·
Desafíos
del mundo dual: considerando que hay actos ilegales en el mundo real que pueden
estar permitidos en el mundo virtual, los individuos pueden volverse menos
sensibles a sus consecuencias, generando una disociación, además de
incertidumbre y sesgos difíciles de manejar.
Para
hacer frente a estos retos y aprovechar las oportunidades que nos plantea la
“metaversidad” es necesario pensar en una nueva ecología de aprendizaje
(Laurens, 2024). Esta fusión de las palabras metaverso y universidad excede la
implementación del aprendizaje inmersivo en las aulas e involucra la creación
de un espacio de encuentro virtual sin límites, en el que es posible la
ambición histórica de las instituciones de educación superior de tener un mayor
involucramiento con el entorno. Con una alta capacidad de simular la realidad y
una alta carga de agnosticismo geográfico se permitiría una participación, casi
sin distinciones con los modelos conocidos, de individuos que pueden haber
tenido cerrado el espacio de acceso a una educación de alta calidad. Junto a
ello, estas nuevas tecnologías permiten que los estudiantes experimenten
conceptos complejos de manera tangible y visual, promoviendo un aprendizaje
significativo. Ninguna experiencia puede ser más real que la vivencia de la
destrucción del planeta; esto da cuenta del metaverso como un espacio para la
generación de esa nueva consciencia con el ambiente.
Lo que
se impone es lo que comienza a llamarse ecología de los medios (Silva, Zamora,
Quintero, Velez y Cevallos, 2023), una disciplina que aborda el impacto de los
medios de comunicación y la tecnología en la cultura humana, haciendo posible
la generación de ambientes que supongan una oportunidad para la consolidación
de valores y la construcción de ciudadanía. Pero se trata de una ecología que
no banaliza el concepto de lo virtual, considerándolo no como un sustituto de
lo real o, en el otro extremo, como una posibilidad para mejorarlo, sino como
una opción de anticipación de lo real antes que se actualice, generando una
hibridación que da lugar a una constante creación y experimentación (Juliao,
2024). Hablamos de un mundo paralelo (integrado al mundo físico) entrelazado
con el que conocemos hasta ahora, con la promesa de que nos ayude a curar
nuestra realidad, a comprender y sentir lo que podría llegar a significar la
desaparición del planeta. Un lugar en el que aprender experimentando lo mejor y
lo peor en relación con el ambiente, es decir, una herramienta filosófica por
excelencia, una nueva forma de cuestionar la realidad. Hablamos de un no-mundo,
un nuevo lugar, más amplio, casi infinito, en el que nuestras posibilidades de
aprender, relacionarnos y fundirnos con otros son infinitas. En este nuevo lugar se amplía el horizonte de
opciones de las universidades para contribuir con el desarrollo de un
pensamiento y una ciudadanía ecológicos, pudiendo recurrir ahora a simulaciones
de ecosistemas con múltiples opciones de exploración, espacios colaborativos e
interculturales en los que se resuelvan problemas ecológicos, fórmulas de
navegación por diversidad de espacios geográficos en las que puedan
contrastarse datos reales sobre temas ambientales y establecer comparaciones
interesantes, laboratorios virtuales de sostenibilidad para investigar sobre
tecnologías verdes, juegos inmersivos en los que se invite a los participantes
a tomar decisiones que impacten el ambiente. No se trata exclusivamente de una hibridación
entre lo real y lo virtual, se trata también de una combinación de la realidad
con el futuro posible.
Desarrollar
una estrategia aceptada mundialmente que conduzca a la sostenibilidad de los
ecosistemas frente a las tensiones inducidas por el hombre será una de las
grandes tareas futuras de la humanidad, que requerirá intensos esfuerzos de
investigación y la aplicación inteligente de los conocimientos adquiridos en la
noosfera, mejor conocida como sociedad del conocimiento o de la información
(Grutzen y Stoermer, 2000). Este es un reto que convoca como actor protagónico
a las universidades, aunque si intentáramos decidir sobre la mejor forma de
plantear el centro de nuestro reto, parece que se encuentra, una vez más, en
eso que Morton (2010) llama pensamiento ecológico y es en torno a este concepto
que se encuentra el llamado fundamental a la acción de las universidades: “el
pensamiento ecológico tal vez sea distinto de lo que suponemos. No tiene nada
que ver con la ciencia de la ecología. El pensamiento ecológico tiene que ver
con el arte, la filosofía, la literatura, la música y la cultura. El
pensamiento ecológico tiene que ver tanto con las humanidades de las
universidades modernas como con las ciencias, y también tiene que ver con las
fábricas, el transporte, la arquitectura y la economía. La ecología abarca
todas las formas imaginables de vivir juntos” (p. 13). Las universidades deben
estar y actuar en ambas realidades, entrecruzarlas, promover permanentemente la
reflexión y el pensamiento crítico, y también el diálogo a partir de un
conocimiento profundo de los retos y oportunidades.
Lauteur
(2012), al referirse a los retos en materia ambiental, aclara que una de las
razones para sentirnos tan impotentes cuando se nos pide que nos preocupemos
por la crisis ecológica es la total desconexión que existe entre el rango, la
naturaleza y la escala de los fenómenos y nuestras emociones, nos hace sentir
como un pez en el infinito océano. Atendiendo a las propuestas del autor, no
hay otra solución que explorar esa desconexión y esperar que la conciencia
humana eleve nuestro sentido de compromiso moral. Allí buena parte del rol que
deben jugar las universidades. Vale la
pena, entonces, rescatar algunas de las conclusiones de Morton (2010), para
quien “el panorama ecológico que nos espera no es una imagen de algún objeto
acotado o economía restrictiva, un sistema cerrado. Es una extensa malla de
interconexiones sin un centro o contorno determinados. Es intimidad radical, es
coexistencia con otros seres, ya sean sensibles o no… El pensamiento ecológico
plantea preguntas relativas a los ciborgs, la inteligencia artificial y la
irreducible incertidumbre de qué es una persona… En una era de ecología sin
Naturaleza, trataríamos a muchos más seres como personas, al mismo tiempo que
deconstruiríamos nuestras ideas acerca de aquellos que cuentan como personas
(p. 18-19). “El pensamiento ecológico es intrínsecamente abierto, luego en
realidad no importa por dónde empezar… El pensamiento ecológico esgrime buenas
razones para estudiar cultura y filosofía” (p. 24).
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[1].El autor es Doctor en Ciencias Sociales y Vicerrector
Administrativo de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Este ensayo ha
sido elaborado en el marco de la cátedra sobre Filosofía y los Desafíos
Ambientales de la Maestría en Filosofía de la UCAB.
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