DOS CONCEPCIONES DE LA FILOSOFÍA:
WITTGENSTEIN Y
POPPER
Carlos Blank
Introducción
Siempre nos ha seducido
la idea de abordar el pensamiento de Ludwig Wittgenstein y Karl Popper en un
mismo espacio. Posiblemente ello obedece a que nuestro desarrollo intelectual
está fuertemente influenciado por estos dos colosos del pensamiento del siglo
XX y, seguramente, de todos los tiempos. Si los grandes filósofos son aquellos
capaces de afectar nuestro sistema de creencias, de cambiar profundamente
nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo en que vivimos, no cabe la
menor duda de que ambos se ubican entre los grandes de todos los tiempos,
conforman esos hombros de gigantes que nos permiten otear un poco más allá en
el horizonte de las ideas.
Cada uno representa,
sin duda, filosofías diferentes.[1] En
este caso se aplica perfectamente la sentencia de que el tipo de filosofía que
se tiene depende del tipo de persona que se es, pues el contraste no sólo
consiste en dos modos de entender el oficio del filósofo, sino entre dos
personalidades bastante disímiles entre sí, dos perfiles psicológicos
completamente distintos. A pesar de provenir de un contexto cultural común,
estas dos figuras seminales de la filosofía contemporánea encierran diferencias
irreconciliables.[2]
En efecto, a pesar de
ser Popper trece años menor que Wittgenstein, los dos formaron parte de ese
rico medio intelectual vienés y participaron del elevado refinamiento cultural
propio de la capital del Imperio austro-húngaro –conocido humorísticamente por
las siglas KK, por responder al
Kaiser y a la Monarquía-. Los dos abrevaron en ese rico manantial en el que se
desarrollaron innovadoras corrientes en las artes –particularmente, en la
música, la pintura y la literatura-, en
las ciencias y en la filosofía. Viena fue el lugar donde se formó uno de los
centros intelectuales más importantes del siglo XX: el Círculo de Viena[3], al
cual estuvieron vinculados ambos autores, aunque ninguno de los dos formó parte
de él. Ambos sufrieron los rigores de las dos guerras mundiales[4] y
pudieron apreciar las barbaridades y las atrocidades que ocurren en el medio de
civilizaciones muy refinadas y orgullosas de sí mismas. Ambos fueron
profundamente críticos del método tradicional de enseñanza, en el que
predominaban los privilegios de clase y el castigo físico, el control de la iglesia
católica y la visión del niño como un cubo vacío o receptor pasivo, y participaron activamente en la reforma
escolar llevada a cabo por Otto Glöckel
entre 1923-28. Fue esto lo que empujó a Wittgenstein –quien ya era ingeniero-a
recibirse de maestro de primaria e ir a
dar clases de primaria en aldeas rurales del sur de Austria o Baja Austria.
Allí pone en práctica nuevos métodos para la enseñanza de la gramática alemana
y de la matemática. Por su parte, Popper también se licenció como profesor de
Física y Matemática para bachillerato. Su interés en la psicología del
pensamiento lo llevó a realizar su tesis doctoral sobre este tema con el
reputado psicólogo Karl Bühler, en cuyo pensamiento se basaba parcialmente la
reforma educativa antes mencionada.
Ambos autores
mantuvieron una distancia crítica frente al carácter científico del psicoanálisis,
lo que no les impidió que hiciesen uso a menudo de algunos aspectos del mismo.
En el caso de Wittgenstein II al concebir la filosofía como una suerte de
terapia lingüística y en el caso de Popper al establecer la “tensión de la
civilización” entre la sociedad cerrada y la sociedad abierta, lo que tiene
claras resonancias del malestar de la cultura planteado por Freud. A pesar de
ser el psicoanálisis un producto vienés típico, tan típico como la Wienerschnitzle o la Sachertorte, la mayoría de los
intelectuales vieneses tenían una pobre opinión de él y veían en Freud más un
literato que un científico.[5] Por otro lado, es indudable que ambos autores
compartían su simpatía por la ciencia y tuvieron fuertes opiniones acerca de su
importancia. De hecho, el debate actual sobre la ciencia tiene importantes
reminiscencias de los dos o puede ser visto “esquemáticamente”- siguiendo a
Radnitzky- como un debate entre Popper vs. Wittgenstein I y Wittgenstein II vs.
Popper. Pero no hay que olvidar que si las tesis de Hanson, de Kuhn y de
Feyerabend, tienen claras influencias de WII, no es menos cierto tampoco que
estos autores tienen también una deuda importante con Popper.
A continuación
destacaremos esas diferencias irreconciliables que existen entre ellos a pesar
de haber pertenecido a una cultura común
o haber participado de una atmósfera intelectual tan similar.
Shuichi Nakano, óleo
Las
reglas del juego filosófico
Si
en la vida estamos rodeados por la muerte, en la salud del entendimiento por la
locura.
Ludwig Wittgenstein
Como se sabe, toda la
filosofía de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. Mejor dicho hay una
ruptura importante en su pensamiento y ella obedece a dos concepciones del lenguaje contrapuestas.
La primera aparece en su Tractatus y
es conocida como la teoría pictórica o denotativa del lenguaje, que plantea la
posibilidad de un lenguaje lógicamente ideal que sea capaz de reflejar
fielmente el estado de cosas de la realidad. En un lenguaje carente de
ambigüedad se resuelve el enigma de la realidad. La ciencia natural es la
llamada a operar esa adecuación perfecta entre lenguaje y realidad, únicamente
ella puede decir algo acerca del carácter contingente de los hechos del mundo.
Es imposible decir nada sobre el mundo fuera del marco conceptual en el que opera la
ciencia natural. Toda proposición que rebase este marco conceptual se ubica
inexorablemente fuera del lenguaje y, por ende, fuera del mundo. De allí la
conocida sentencia final de su obra: “Wovon man nicht sprechen kann, darüber
muss man schweigen” o “Sobre lo que no se puede hablar, se debe permanecer en
silencio”.
La segunda concepción del lenguaje está expuesta
principalmente en su conocida obra Investigaciones
filosóficas. En esta obra se critica la excesiva ingenuidad y simplicidad
del Tractatus –por eso se conoce
también humorísticamente como Retractatus-,
ingenuidad y simplicidad que son producto del hechizo o embrujo que produce el
lenguaje en nuestras mentes sin que nos percatemos de ello. El camino hacia la
realidad es mucho más tortuoso de lo que su concepción logicista o formalista
nos inducía a pensar. Si antes rechazábamos el lenguaje natural por su
complejidad, ambigüedad y vaguedad, ahora este es el lenguaje del que debemos
zarpar rumbo a lo real. Se niega, por
tanto, que exista un lenguaje ideal que refleje el mundo real. En su lugar, hay
una gran multiplicidad de lenguajes, mejor dicho, múltiples usos lingüísticos o
juegos de lenguaje, los cuales corresponden a múltiples formas de vida. La
consigna es: “No preguntes por su significado, pregunta por su uso”. Como diría
también Austin, el lenguaje no solo es una forma de describir las cosas, sino
también una forma de realizar o de hacer cosas, de actuar en el mundo. Lejos de
agotar el lenguaje, la descripción queda confinada a uno de sus usos. Lo propio
de cada uno de estos juegos de lenguaje es el uso de reglas, la necesidad de
seguir determinadas reglas. Estas reglas, a su vez, son tan variadas como las
que encontramos en los juegos o en los deportes, reglas que se solapan y
entrecruzan entre sí como los rasgos propios que encontramos en determinados
grupos de humanos y que exhiben un cierto “aire de familia”. Así, la pretensión
de asir una sola realidad a partir de un solo lenguaje pierde toda legitimidad
y fundamento. Realidad y lenguaje quedan fragmentados como en un caleidoscopio.
Con todo, sigue siendo válida la afirmación del lenguaje como límite o frontera,
solo que esta vez hay tantos límites como juegos de lenguaje posibles. También
se conserva la afirmación de la imposibilidad de trascender estos límites,
aunque a menudo embistamos contra ellos como la mosca atrapada en la botella.
Estamos, por así decirlo, atrapados dentro de nuestras propias tradiciones e
instituciones, dentro de juegos de lenguaje dados y formas de vida concretas.
De esta modo se mantiene plenamente la idea expresada en el Tractatus: “Die Grenzen meiner Sprache bedeute die Grenzen meiner Welt” o “Los límites de mi lenguaje son los
límites de mi mundo”.
A todas estas, la
concepción de la filosofía de Wittgenstein se conserva relativamente la misma,
a pesar de ciertos detalles que deben ser tomados en cuenta para adaptarla a
las dos concepciones del lenguaje. La filosofía carece de contenido propio y no
existe eso que solemos llamar “los grandes problemas de la filosofía” o “los
problemas reales de la filosofía”, todos los cuales pueden ser subsumidos bajo
alguna disciplina diferente. Los considerados “profundos” problemas filosóficos
surgen porque no sabemos cómo funciona realmente el lenguaje, surgen cuando la
maquinaria del lenguaje opera en el vacío o cuando el lenguaje se va de
vacaciones. La perplejidad filosófica es simplemente el producto de
rompecabezas lingüísticos o verbales, y desaparece tan pronto como le mostramos
a la mosca a salir de la botella. Ese es el verdadero método de la filosofía,
dejar de filosofar cuando queramos, percatarnos de la imposibilidad de
solucionar los problemas filosóficos y de este modo hacerlos desaparecer o
disolverlos. La filosofía es entendida o bien como una actividad orientada a la
aclaración lógica del lenguaje, o bien como formas de terapia o de ejercicios
mentales que pretenden liberarnos del hechizo o del embrujo que el lenguaje ejerce
inadvertidamente sobre nosotros. En ambos casos se niega la existencia de
problemas filosóficos genuinos o por derecho propio, y en ambos casos estos
tienen su origen en un uso inadecuado del lenguaje.[6]
Shuichi Nakano, óleo
Los
problemas de la filosofía
Aunque
he experimentado dolor y gran tristeza, como a todo el mundo le toca en suerte,
pienso que como filósofo no he tenido una hora desdichada desde que volví a
Inglaterra.
Karl Popper
Diametralmente en contra
de esta posición se ubica el pensamiento de Popper. Es bien conocida su
posición crítica frente a las dos filosofías de Wittgenstein y, de modo
especial, su crítica a su concepción de la tarea filosófica sostenida por él. Critica
esa combinación de positivismo anti-metafísico y de misticismo romántico, de
nostalgia por la unidad perdida, que aparece en el primer Wittgenstein[7].
Igualmente es un crítico feroz del relativismo radical que encierra su
filosofía tardía. Pero sobre todo va a criticar la concepción de la filosofía
que subyace en su pensamiento y que en el fondo permanece la misma. Para Popper
la filosofía existe por derecho propio, así como también existen problemas
genuina y auténticamente filosóficos.[8]
Los problemas filosóficos no son, o no deben ser, meros “puzles” o rompecabezas
lingüísticos, meros encantamientos o hechizos verbales de los que debamos
desembarazarnos. Por el contrario, los verdaderos problemas de la filosofía
apuntan a cuestiones reales y tienen con frecuencia una importancia decisiva.
Este es el caso de los problemas epistemológicos, metafísicos y éticos, por
ejemplo. Es posible, desde luego, que algunos problemas filosóficos tengan su
origen en confusiones de tipo verbal, pero de allí a afirmar que todo problema filosófico es producto de
una confusión puramente verbal, hay un gran paso. Si algo critica Popper
precisamente es esa tradición esencialista que cree poder resolver problemas
reales mediante definiciones precisas o de respuestas a preguntas del tipo
“¿qué es esencialmente?” o simplemente “¿qué es?”. Buena parte de la
esterilidad y de la excesiva verbosidad de la filosofía descansa en este
enfoque esencialista. Es cierto que algunos problemas filosóficos están
tradicionalmente mal planteados y deben ser reformulados para poder ser
resueltos y verse libres de paradojas, como la paradoja de la libertad, la
paradoja de la democracia y la tolerancia.[9]
Pero ello no quiere decir que no se refieran a importantes cuestiones reales o
que nos estemos ocupando únicamente de cuestiones puramente verbales y que
requieren ser resueltas de forma puramente verbal o nominal.[10] Los
problemas filosóficos deben hundir sus raíces en la realidad, en los propios
planteamientos de disciplinas extra-filosóficas, así como las ciencias se
nutren también de los problemas metafísicos que plantea la filosofía.
En cambio la
aproximación a los problemas filosóficos suele ser en Popper bastante pragmática, eludiendo siempre
preguntas como la de “¿qué es la democracia? La idea de que no podemos resolver un problema
a menos que sepamos definir los conceptos involucrados, le parece estéril y suele desembocar en ese
tipo de “discusiones bizantinas” a las que a menudo se suele asociar a la
filosofía. Este enfoque suele estar acompañado también de la idea de que no
podemos comprender algo a menos que conozcamos su origen, a menos que podamos
seguir toda la cadena de causas que dan origen a ese algo. Popper no niega que
en efecto haya ocasiones en las que una causa simple pueda producir un
determinado efecto. Por ejemplo, un dolor en el pie puede ser causado por una
piedra en mi zapato. Por lo tanto, si removemos la piedra desaparece la causa
de mi dolor. El problema es que las situaciones de la vida real no son tan
simples como la del ejemplo. De hecho,
en la mayoría de las situaciones concretas es imposible conocer todas
las causas que intervienen en un determinado conflicto, por ejemplo, las
guerras. Pero sería irracional no utilizar medios a nuestra disposición para
evitar los conflictos bélicos, solo porque aún no conocemos todas las causas
que las originan. Esto sería para él tan absurdo como si alguien se estuviese muriendo de frío y se rehusase a
utilizar un abrigo por desconocer las causas del frío.
Popper tampoco niega
que nuestros puntos de vista estén condicionados parcialmente por nuestras
tradiciones o instituciones, por el milieu
en el que se desarrollan las ideas, aunque tampoco cree que se trate del tipo
de enfoque que nos lleve muy lejos. En el fondo se trata de una afirmación
trivialmente verdadera que las ideas surgen dentro de un contexto particular,
son inseparables de un determinado medio histórico y social. Pero ello no
quiere decir que seamos prisioneros de nuestras tradiciones, de nuestros
lenguajes o de nuestras formas de vida compartidas, que seamos incapaces de
comprender formas de vida o tradiciones diferentes a la nuestra o seamos
incapaces de criticar otros puntos de vista, lo que denomina “el mito del marco
común”. El pensamiento crítico se nutre
precisamente de ese contraste de opiniones e ideas, contrariamente a aquellos que
insisten en recalcar el carácter inconmensurable de marcos diversos. Para
Popper, Wittgenstein es la mejor ilustración de ese prisionero incapaz de
liberarse a sí mismo, de la mosca atrapada en la botella cazamoscas, es un caso
wittgensteiniano. En lugar de liberar a la mosca de la botella, el filósofo
debe tener siempre la mosca detrás de la oreja, debe estar siempre prevenido
ante los cantos de sirena que le dicen que ha sido liberado de todo prejuicio
filosófico y que ha alcanzado “la justa visión del mundo”, que ha logrado la
contemplación definitiva del mundo, “la visión del mundo sub especie aeterni”, como señala Wittgenstein al final del Tractatus.
En general, Popper
reconoce que los filósofos no lo han hecho muy bien y que la filosofía se
tropieza siempre con escollos o peligros que amenazan con desnaturalizarla o desvirtuarla.
Uno de esas amenazas es la especialización, la cual conduce con no poca
frecuencia al apartamiento de los problemas reales que atañen a los seres
humanos de carne y hueso. Aunque la especialización tiene ventajas innegables,
en la ciencia por ejemplo, y ha permitido el avance del conocimiento mediante
la solución de problemas específicos, en filosofía es muy posible que conduzca
a la banalización, a filósofos diminutos ocupados en resolver problemas
diminutos, a los terribles simplificadores. Si la especialización en la ciencia
es una tentación, en filosofía es un pecado mortal, nos advierte en tono
admonitorio.
El otro pecado mortal
en el cual suelen incurrir los filósofos, posiblemente el más frecuente, es el de la arrogancia, el egotismo, la
prepotencia o la soberbia intelectual. Es la visión de que la filosofía debe
ser llevada a cabo exclusivamente por una élite de seres superiores, que el
filósofo es un ser dotado de facultades especiales que le convierten en el
llamado a develar los grandes misterios del mundo, los grandes secretos de la
vida y la historia o, peor aún, que el filósofo es el único que posee la
solvencia intelectual y moral para gobernar al resto de los mortales, al
ignorante rebaño humano. Popper ataca despiadadamente ese estilo oracular del
filósofo que se cree en posesión del saber absoluto y de la verdad absoluta,
que pretende saber todo acerca de todo,
ataca esa jerigonza altisonante que seguramente atrapa a más de un
incauto y que desprecia al resto que no ha sido tocado por el dedo de la gracia
divina, lo que no puede sino provocar la carcajada de los dioses. Este estilo
de filosofar suele abrogarse el derecho de hablar en el nombre de la razón, de
la verdad, del bien, de la belleza, del hombre, aunque finalmente demuestra un
profundo desprecio por todos y cada unos de ellos. Para contrarrestar esta
impostura, la deshonestidad y soberbia típica de algunos filósofos e
intelectuales, él recomienda que regresemos a la olvidada sabiduría de algunos
presocráticos y el propio Sócrates, la cual nos recuerda permanentemente
nuestra propensión al error y al engaño, así como la fragilidad de la condición
humana. Este mensaje de tolerancia y respeto es también el mensaje del
auténtico cristianismo, aunque ha sido olvidado tantas veces como ha sido
revivido. En particular, algunos filósofos son propensos a olvidar esta antigua
sabiduría y se creen en posesión de la clave para eliminar todos los males de
la humanidad, para resolver todos los problemas de la sociedad. Estos
bienintencionados filósofos redentores son los más peligrosos de todos, pues
ese deseo de imponer sus sueños al resto de la humanidad suele traducirse en
horribles pesadillas de las cuales resulta difícil despertarse. En todo caso, la
responsabilidad del filósofo debe ser la de aliviar en la medida de sus
posibilidades los males de la humanidad, y no, como suele suceder con
frecuencia, contribuir a que estos males aumenten o se intensifiquen. Para
Popper este debe ser uno de los objetivos
principales del filosofar, tratar de disminuir el dolor evitable, junto con la
búsqueda permanente de la verdad.
Para comprender mejor
la brecha que separaba ambos personajes es inevitable referirnos al único
encuentro – o desencuentro- que tuvieron cara a cara y sobre el cual se han
tejido las más variadas interpretaciones.
Shuichi Nakano, óleo
El
atizador de la filosofía o la historia de un desencuentro
Y
ambos eran geniales, insobornables, de una arrogancia luciferina y de largos
rencores, aunque en este campo los arrebatos de histeria y frenesí de
Wittgenstein (como se vio en aquella memorable ocasión) enanizaban los de
Popper.
Mario Vargas Llosa
En 1946, a un año de la finalización de la Segunda Guerra
Mundial, el Secretario del Moral
Sciences de Cambridge invita a Popper “para leer un artículo sobre algún
‘rompecabezas filosófico’”, siguiendo
las instrucciones precisas de Wittgenstein. En ese entonces Wittgenstein era una leyenda
viviente y aunque solo había publicado el Tractatus
su personalidad estaba rodeada de un aura de misterio y veneración, al
menos entre sus discípulos. Popper, en cambio, era bastante desconocido en el
ambiente anglosajón y apenas empezaba a ocupar un cargo en la London School of
Economics and Political Science. Aunque ya había publicado su Lógica de la Investigación científica,
apenas se estaba dando a conocer por su libro La sociedad abierta y sus enemigos.
Al recibir la
invitación Popper captó inmediatamente su sesgo filosófico y sabía muy bien que se trataba de discutir la posición de Wittgenstein
de que no hay genuinos problemas filosóficos sino solamente “rompecabezas
filosóficos”. Por esa razón puso a su ponencia un título
provocador: “¿Existen
problemas filosóficos? Una vez en presencia el uno del otro no era difícil
prever, conociendo los distintos temperamentos de cada uno, el carácter
inevitable de un choque de trenes. Wittgenstein llevaba literalmente la batuta de la
discusión –jugueteaba nerviosamente con un atizador de chimenea- y le pedía a
Popper que pusiese ejemplos de problemas filosóficos, los cuales iba descartando uno a uno como problemas de naturaleza
lógica, matemática, etc. Entonces Popper planteó el caso de los problemas morales y del problema
de la validez de las reglas morales. Al
llegar ahí, Wittgenstein,
quien se mantuvo
blandiendo durante la discusión el atizador, le pidió que diese un ejemplo de regla moral,
a lo
cual ripostó Popper: “No se debe amenazar a un profesor invitado con un
atizador”. Después de lo cual Wittgenstein abandonó
visiblemente molesto la habitación.
El único encuentro real que tuvieron Popper y Wittgenstein ha sido
objeto de las más variadas interpretaciones y versiones, incluso la de que
llegaron a las manos. Algunos lo han
visto como un encuentro entre dos colosos de la filosofía del siglo XX y sin
duda lo
fue. No ha faltado quienes interpretaron este hecho como un típico
enfrentamiento entre clases sociales y económicas bastante diferentes. La de
Popper, perteneciente a la pequeño-burguesía vienesa, la de Wittgenstein,
perteneciente a la alta burguesía vienesa, pues su padre
era un magnate del acero y uno de los hombres más ricos de aquella época. De allí
que este encuentro sea planteado como el enfrentamiento típico que se da entre
una persona resentida y acomplejada frente al estatus social – y filosófico-
del contrincante y el aire de superioridad olímpica que exhibe otra persona frente a alguien que
considera inferior, tanto desde el punto de vista social como intelectual.
Desde luego, es posible interpretar el hecho desde muy
diferentes ángulos. En su biografía Popper le dedica algunas páginas y se
refiere al incidente en los siguientes términos:
Yo
lo sentí realmente mucho. Admito que fui a Cambridge con la esperanza de
provocar a Wittgenstein para que defendiese el punto de vista de que no existen
genuinos problemas filosóficos y batirme con él sobre esta cuestión. Pero nunca
había pretendido ponerlo furioso; y quedé sorprendido al encontrarlo incapaz de
captar una broma. Sólo más tarde comprendí que probablemente él se dio cuenta
de que yo estaba bromeando y que fue esto lo que lo ofendió. Pero aunque yo
hubiera querido tratar el problema a la ligera, hablaba de hecho con la mayor
seriedad –quizá más seriamente que el mismo Wittgenstein, puesto que después de
todo, él no creía en problemas filosóficos genuinos.[11]
Podría plantearse la
falta de sentido de humor de Wittgenstein. O, según se desprende del relato de
Popper, que Wittgenstein se molestó al darse cuenta de que un desconocido
profesor de la London School se atrevió a desafiarlo en tono burlón, a él, que
no sólo era uno de los filósofos más reputados de su tiempo, sino que pertenecía
a la más rancia oligarquía vienesa. Puede decirse en descargo de Wittgenstein
que él no le daba mucha importancia al status social y, menos todavía, al
dinero –había renunciado a su jugosa herencia- y que tampoco le importaba mucho
su fama y sentía cierto desprecio por la propia vida académica. También tenía
serias dudas en torno a su legado filosófico y era bastante crítico de
determinadas direcciones de su pensamiento. Posiblemente tampoco le dio mayor
importancia a este desencuentro, más allá de la rabieta momentánea.
Por su parte, Popper tampoco era ningún niño
de pecho, solía molestarse bastante cuando lo contradecían y solía humillar a
quienes lo hacían, por lo que algunos lo tildaban de auténtico “matón
intelectual”. ¡El gran defensor de la tolerancia y la crítica tenía fama de ser
intolerante con sus críticos! Posiblemente
sabía del aura mágica, de ese embrujo que podía provocar Wittgenstein, a quien
se le veía como una suerte de philosophe
soleil, de taumaturgo, demiurgo, nigromante, como una figura hermética, spiritus
mercurialis o anima mundi, y por
eso viese este encuentro como una oportunidad de oro para deshacer este
poderoso hechizo, ese embrujamiento –o letargo- que producía el pensamiento de
Wittgenstein. Quién sabe. Posiblemente era Wittgenstein esa bête noire que amenazaba constantemente
a Popper y que él quería, a su vez, atacar permanentemente. Posiblemente muchas
de sus críticas estuviesen motivadas por cierto sentimiento de envidia ante la
fama, casi veneración, de que Wittgenstein gozaba en ciertos círculos
académicos. Por cierto que este tipo de explicación psicologista o
“expresionista” de la crítica de Popper a Wittgenstein luce bastante vaga y
difícil de corroborar. Existen muchas motivaciones psicológicas que pueden
corresponder a una situación en particular, pero el punto es si estas
motivaciones son suficientes para explicar una situación objetiva dada. Por
otro lado, este tipo de explicaciones no nos dice nada acerca del valor neto de
la crítica de Popper, independientemente de cuál fuese su motivación personal. Su
crítica debe ser evaluada en función de sus razones, no de sus motivaciones.
Con independencia de toda esta gama de interpretaciones o
explicaciones posibles, más allá del hecho obvio de que ambos pertenecían a clases
sociales diferentes o gozaban para ese entonces de una fama desigual,
consideramos que lo interesante es ver este encuentro como el enfrentamiento de
dos formas de ver la actividad filosófica. En el fondo, se trata de dos formas
distintas de ver el quehacer filosófico, del enfrentamiento de dos talantes
filosóficos bien diferentes. Quizá lo más interesante de todo esto es lo que
señala Vargas Llosa acerca de un hecho histórico tan reciente y sobre el cual
hay las más disímiles versiones o interpretaciones, que abona “una vieja sospecha mía: que el
elemento ficticio –imaginario o literario- en la historia es tan inevitable
como necesario”.
Si un hecho
ocurrido hace tan poco tiempo y muchos de cuyos actores se hallan todavía entre
los vivos puede escurrirse de ese modo entre las mallas de la investigación
objetiva y científica y colorearse y metamorfosearse por obra de la fantasía y
la subjetividad en algo muy distinto -un discípulo fidelísimo de Wittgenstein,
presente en la sesión del Club de Ciencia Moral aquella noche, ha llegado a
negar de manera categórica que allí ocurriera nada- qué no sucederá con la
relación histórica de los hechos más pretéritos, a los que a lo largo de los
siglos las ideologías y las religiones, los intereses creados, las pasiones y
los sueños humanos han ido inyectándoles más y más dosis de fantasía hasta
acercarlos a los dominios de la literatura, y a veces confundirlos con ella.
Esto no niega la existencia de la historia, por supuesto; sólo subraya que la
historia es una ciencia cargada de imaginación.[12]
Finalmente,
esto simplemente muestra que los grandes filósofos, independientemente de su
grandeza o de la grandeza de su filosofía, no escapan tampoco a las miserias
del resto de los mortales, son simplemente humanos y es posible que su propia
vida desdiga muchas veces su propio pensamiento o entre en contradicción a
veces con los principios que dicen defender. Es curioso como a veces nos
convertimos en aquello que más odiamos o criticamos. Y los filósofos no son la excepción.
Pero más allá de ello, siempre nos queda la fuente inspiradora de su
pensamiento. Más allá de la anécdota y
su interpretación, nos quedan dos formas de ver el quehacer o el oficio de
filósofo.
Notas:
[1]
Ni que decir tiene que cada
uno encierra, a su vez, diferentes posiciones a lo largo de su propio
desarrollo intelectual.
[2] Para comprender la atmósfera
intelectual de ambos es recomendable la lectura de La Viena de Wittgenstein de Allan Janik y StephenToulmin, así como La
Viena de Popper de Darío Antiseri.
[3] El Círculo de Viena o Wiener Kreis fue fundado por Moritz
Schlick en 1922. Formaron parte de este círculo destacados científicos y
filósofos de la época. Este movimiento fue disuelto en 1936, cuando fue
asesinado su fundador por un fanático estudiante nazi, quien creía falsamente
que Schlick era judío, siendo una víctima más del antisemitismo dominante.
Suele destacarse la influencia que tuvo el Tractatus
en este movimiento, aunque el propio autor no se consideraba bien
comprendido por ese movimiento. De igual manera, Popper solía ser bastante
crítico de las posiciones del Círculo, aunque tuviese también intereses
comunes.
[4] Obviamente hay diferencias, en
parte debidas a sus diferencias de edad y otras de temperamento. Popper apenas
tenía 17 años cuando finalizó la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, mientras
que Wittgenstein participó activamente en ella y fue hecho prisionero en Monte
Cassino al final de la guerra. Wittgenstein también participó en la Segunda
Guerra Mundial como voluntario, trasladando heridos en Londres. En cambio,
Popper pasó la guerra en Nueva Zelanda y perdió gran parte de su familia en el
Holocausto. Aunque ambos eran de origen judío, la madre de Wittgenstein lo hizo
bautizar en la religión católica, mientras que Popper era judío asimilado y no practicante. Si Popper siempre repudió
la violencia física, Wittgenstein tenía a veces una imagen romántica de ella y
consideraba que vérselas con la muerte podía purificarlo, por ello tenía el
prurito de participar en la guerra,
incluso en la revolución bolchevique, aunque fue rechazado bajo sospecha de ser
un espía de Occidente.
[5] Entre ellos podemos mencionar a
Heinrich Gomperz, Robert Musil, Arthur Schnitzler, Egon Friedell, Karl Krauss y
el propio Karl Bühler. Como decía
Giovanni Papini, la teoría freudiana puede ser vista como el producto de
tres tradiciones literarias: el romanticismo, el naturalismo y el simbolismo.
[7] Hemos abordado su crítica al
misticismo en http://filosofiaclinicaucv.blogspot.com/2012/02/lo-mistico-tres-tiempos-wittgenstein.html
[8] Popper no deja de reconocer
cierto núcleo de razón en Wittgenstein, en la medida en que reconoce que los
problemas filosóficos tienen sus raíces en otras disciplinas y se secan cuando
se secan estas raíces extrafilosóficas. Véase http://filosofiaclinicaucv.blogspot.com/2012/05/laimportancia-del-filosofar-clave.html
[9] Para este y otros temas afines
véase nuestro trabajo de la cita anterior.
[10] Vale la pena destacar que Popper
oponía el convencionalismo o nominalismo
al esencialismo, defendiendo inicialmente una suerte de nominalismo
metodológico frente al esencialismo metodológico. Sin embargo, posteriormente
se distancia de esa postura instrumentalista y convencionalista, y ubica su
criticismo como una alternativa al esencialismo y al nominalismo.
[11] Búsqueda sin término, Tecnos, Madrid, 1977, pp. 166s
[12] “Duelo de gigantes”, El País, 30 de Noviembre de 2003. Este
artículo es un comentario al conocido libro El
atizador de Wittgenstein, de los periodistas de la BBC, David Edmonds y
John Eidinow.
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