jueves, 1 de julio de 2010

Montaigne

o aprendiendo a vivir

mientras la muerte nos aprehende

Alexander Rodríguez,

(Ensayo Arbitrado. Estudiante del seminario “Tres pensadores Herodoxos” de los profesores María Eugenia Cisneros y David De los Reyes (coord.), semestre I – 2010, Escuela de Filosofía - UCV).

su espalda
Su Espalda, 1988. Juan Carlos Ortíz
“Vivir, naturalmente, jamas es fácil. Seguimos haciendo los gestos que la
existencia pide por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre.
Morir voluntariamente supone que hemos reconocido, aunque sea instintivamente,
el carácter ridículo de esta costumbre, la ausencia de toda razón profunda para
vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento"
Camus Albert. Mito de Sísifo.

Montaigne expresa en sus escritos una postura bastante particular tomando en cuenta que era un hombre que no despreciaba lo religioso, pues esta exento de las posturas que rechazan el cuerpo y el placer, evidentemente esto enmarcado en un sentido ajeno a la concepción de deleite que podría tenerse hoy en día, postura esta incompatible con la de los hombres de “fe” de una iglesia como la católica de los tiempos actuales en la cual cada vez surgen a la luz pública más situaciones de pederastia y escándalos que seguramente se evitarían si no se forzará a un ser humano a prescindir del disfrute que los sentidos podrían procurarle natural y sanamente.
A este respecto, es apreciable la influencia de concepciones de los antiguos a la manera de un estoicismo que otorga un enorme peso a la providencia y un Cicerón cuyo reporte no es menos notorio pero que estará matizado por el ejercicio de la política; por otro lado una clave importante la aporta la presencia de Epicuro en sus escritos, quien retirándose a un “jardín” prescindió de la política, siendo en tal caso perceptible la noción de un “ejercicio de la espiritualidad” respecto a la experimentación de un “placer estático”, haciendo justicia a la condición de viviente sin menosprecio del cuerpo, pero tampoco dejando de atender al otro, de lo cual se desprende un modo de vida fundado no en avistar una meta de futura redención, sino mejor aún, una fuerte noción de amistad (1) surgida con la nobleza que media un desinterés por lo material en el sentido de satisfacer necesidades innaturales o innecesarias (2).
Se asiste pues en Montaigne al reporte de una vida que se plasma con la ingenuidad última con la cual alguien afronta el existir a la manera justamente de un “ensayar”, en cuyo caso lo que se sepa de si mismo permitirá ir dando sentido a una vida que acaece en el presente y de la cual una preocupación exacerbada por la muerte, no daría cuenta más que de presunciones no solo ingenuas sino también desesperadas, ciegas al real existir y desprovistas de verdadero criterio, pues tal y como Epicuro expresase antaño “La muerte en nada nos toca, pues lo ya disuelto es insensible, y lo insensible en nada nos toca” (3)
Así pues, tal como antes se ha señalado, la obra de Montaigne da cuenta de una manera bastante particular de religiosidad, en tal sentido influye quizá su postura “nominalista”, al tratar el tema del destino señalará en el ensayo “De la virtud” lo siguiente:
“El ver las cosas que suceden, como hacemos nosotros y como
hace Dios, el cual todo lo vé más que lo prevé, puesto que todo
para él es presente, no implica forzamiento de que sucedan.
Vemos las cosas porque ocurren, y no ocurren porque las
veamos. El hecho hace el conocimiento de él, y no el conoci-
miento el hecho. Lo que vemos ocurrir ocurre, pero podía
suceder de otro modo, y Dios, en el registro de las causas de
los sucesos de que tiene presciencia, incluye las llamadas for-
tuitas y las dependientes de nuestro libre albedrío, sabiendo
que faltaremos porque habremos querido faltar” (4)
Lo dicho en estas líneas y en el resto de tal ensayo plantea que es cosa inútil dar peso excesivo a tomar previsiones que estarán de más siempre en cuanto a preservarse de la muerte, que bien a nuestro pesar o bienestar sobrevendrá inevitable e indudablemente, decir que: “El hecho hace el conocimiento de él, y no el conocimiento el hecho” no tiene porque remitirnos a una entrega ciega al destino, y un autor como Montaigne no parece pretender tal cosa a lo largo de su obra, antes bien, parece sugerir una postura en la cual están insertos autores como Nietzsche quien permite entender que la realidad no es buena ni mala sino que es justo eso, la realidad, siendo a partir de su conocimiento cuando a manera de juicios o presunciones fijaremos posición acerca de esta en vista de su apariencia, lo cual remite más a un estadio psicológico o de valoración. En consecuencia, la muerte, de la cual no puede tenerse experiencia alguna más allá que por el conocimiento de la experiencia de otro no debería ocasionar mayor malestar pues vivos morimos pero ya muertos no vivimos para valorar o enjuiciar.
Cabe pues, a partir de lo expuesto hacer un comentario acerca de este tipo de juicios, que surgen de nuestra “consciencia” por así llamarle, sobre todo siguiendo el mismo recorrido de Montaigne, quien en el ensayo “De la consciencia” señala: “Ella nos hace traicionarnos, acusarnos y debatirnos, y ella, a falta de ajeno testigo depone contra nosotros” (5). Es pues este verdugo interno quien muerde y remuerde, como dijera Hesiodo de acuerdo con el autor “...en el mismo instante en que el pecado se comete. Quien espera espera el castigo lo sufre, y quien lo merece lo espera […] La maldad crea tormentos contra si misma” (6)
Importante apreciación en el orden de lo expuesto, dado que no se desprende necesariamente de tenerse por inevitable algún tipo de ordenación del “destino” la inobservancia de los hechos o un actuar malicioso:
“Análogamente la avispa pica y daña a otros, pero más a sí
propia porque pierde su aguijón y su fuerza para siempre:
(7)
De tal modo que una consciencia clara y un actuar ajustado a los hechos produce contrario efecto, y al albergue de tal cosa, ni la muerte puede oponer mayor tormento, Montaigne cita para tal caso un ejemplo que viene como anillo al dedo respecto a Escipión quien llamado a rendir cuentas sobre cierta provincia a su mando, deshizo ante el Senado el libro que registraba los movimientos efectuados
“Escipión poseía el corazón demasiado grande y demasiado
acostumbrado a elevadas fortunas para poder ser culpable
y para descender a la bajeza de defender su inocencia” (8)
De manera que en dos registros diferentes, uno en referencia al ensayo “De la virtud” plantea la asunción de la muerte observando la certeza de esta, a la manera de un destino cierto, pero que no determina el actuar, por lo cual el peso de la acción recae no en una suerte de actitud temeraria sino más bien del reporte de la justeza de la empresa que se emprende, siendo en este punto en donde se inserta este uso del juicio que no solo condena sino fortalece en tanto no se teme ni espera castigo o penuria, cuando se deja hablar al corazón en la acción y la transparencia se patentiza en una correspondencia entre acción-pensamiento y pensamiento-acción.
Aprender a vivir mientras la muerte nos aprehende
Esbozados como se ha pretendido, por un lado el ejercicio de una espiritualidad que atañe a una cierta concepción del destino o providencia; y de una validación del cuerpo, a través de una consciencia de sí mismo que no excluye al otro, caben pues las siguientes palabras de Nietzsche con respecto a los despreciadores del cuerpo:
Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo integra-
mente, y ninguna otra cosa; y alma es solo una palabra
para designar algo en el cuerpo.
El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un
único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor
Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón,
hermano mío, a la que llamas , un pequeño
instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón
Dices y estas orgulloso de esa palabra. Pero esa
cosa más grande aún, en la que tu no quieres creer, – tú
cuerpo y su gran razón: esa no dice yo, pero hace yo” (9)
Han de ofrecerse excusas por esta extensa cita, pero como limitar la voz de este gran interlocutor, sobretodo porque es hora de conversar acerca de la postura hedonista de Montaigne, quien esgrime una posición que reivindica el placer, a la manera de un griego que se conoce a sí mismo y no a la posible desmesura que puede implicar el ejercicio del placer tal cual es entendido en la actualidad.
Nietzsche habla de este cuerpo que “no dice yo” pero que “hace yo”, y es
el ejercicio de una razón que reside en el cuerpo (10) “cuerpo soy yo íntegramente […] y alma es solo una palabra para designar algo en el cuerpo”. Así ante el dolor o el placer el “si mismo” le comunica su sentir al pensamiento y bien este “sufra” o se “alegre” es movido a reflexionar sobre como dejar o seguir en tal sentir, desembocando en un “yo” que “justo para ello debe pensar” (11).
Invertir o tratar de invertir este orden es despreciar el cuerpo y la naturaleza para la cual el deleite es un bien, aunque como se ha dicho no se trata de todo deleite (12). Así con Epicuro podrá decirse que atender a las necesidades naturales:
“hace al hombre solícito en la práctica de las cosas necesa-
rias de la vida; nos pone en mejor disposición para concu-
rrir una u otra vez a los convites suntuosos, y nos pre-
para el ánimo y valor contra los vaivenes de la fortuna” (13)
Se trata entonces de evitar subyugar al cuerpo a lo vano e innecesario. En tal sentido, Montaigne hablará de una voluptuosidad en la cual entiende al menos dos ordenes, una “voluptuosidad superior” que identifica con la virtud y en sus palabras se traduce como “supremo placer y excesivo contento” (14) y una “voluptuosidad inferior” que refiere a simple placer “menos libre de incomodidades y contratiempos que la virtud […] (siendo esta) momentánea y perecedera” (15)
Evidentemente para éste el ejercicio de la virtud no implicará un camino de difícil recorrer ya que esto le haría desagradable, dentro de estas virtudes el filosofar representa un ejercicio capaz de librar al hombre del temor por la muerte, ausencia esta que permite que pueda acceder al resto de los placeres, pues quien constantemente ve en la muerte un tormento se ve despojado del gusto a la manera que un criminal debe percibir como insípido el manjar que le es ofrecido antes de su ejecución.
Pero de ninguna manera es la solución con respecto a la muerte el ignorarla o simplemente no tenerla en cuenta, Cicerón (16) en su “De la vejez” señala:
Pero debe estar esto pensado desde la mocedad para que
despreciemos la muerte, sin cuya meditación nadie puede
gozar de sosiego y tranquilidad de ánimo. Porque sabemos
que hemos de morir, y lo que no sabemos es si será este
mismo día” (17)
No debe interpretarse este “despreciar” como un tormento, al contrario, habla Cicerón del “sosiego y tranquilidad” que esta ofrece como cosa connatural a la vejez cuando: “deshace la naturaleza la obra que ella misma construyó” (18). Aunque ciertamente, meditar sobre la muerte es necesario pues así como sobreviene de la vejez no deja de ser común a la juventud o cualquier etapa de la vida la posibilidad de su ocurrencia, Montaigne nos dice al respecto que: “Pero sería una locura no pensar en el fin de mi vida porque lo juzgue lejano. Lo mismo mueren los jóvenes que los viejos” (19)
En este orden de ideas, opone el ejemplo de su propia vida, que, en relación con los hechos y la experiencia, parecía colocarle más allá de la edad promedio de esperanza vital de la época; cita también casos como el de Jesús y Alejandro, muertos tempranamente, así como muertes acaecidas por enfermedades, sucesos desafortunados o accidentes “¡Cuantos modos sorpresivos tiene la muerte!” (20)
Así pues, una consciencia clara de esta enemiga inevitable, permite encararla y el autor da cuenta de como los egipcios en medio de un banquete “sacaban la calavera de un hombre como advertencia a los convidados” (21) se trata de despojar la muerte de ese implacable poder que infunde en el ánimo su necesario arribo, teniéndola por natural y siempre tras el hombre como su sombra que en los momentos de mayor luminosidad más incrementa su oscuridad marcando con su presencia cada paso que este da en su transitar.
Lo planteado por Montaigne es el aprecio de la vida en el momento presente, en el día a día “La utilidad de vivir no consiste en el espacio, sino en el uso de la vida, y hay quien vive largo tiempo y ha vivido poco” (22) valorando la vida a tal nivel que de su disfrute se desprenda el no ver como un mal el morir, dado que “el saber morir nos libra de toda sujeción y restricción” (23) siéndole el reflexionar acerca de la muerte una empresa entretenida, aún en medio de alguna celebración, trayendo al recuerdo aquellos ausentes que ha llevado “la barca fatal al eterno destierro” (24), ejercicio este que sirve de preparación y tributo al recuerdo de quien ha partido.
Surgen pues un sin número de reflexiones acerca de la vida y sobretodo hacia el final del ensayo esbozan ideas de diversa índole respecto al común denominador que encarna la descarnadora muerte, algunas respecto al tiempo de vida, lo indoloro de la muerte como suceso equiparable al nacimiento cuyo evento último es el morir, la invariabilidad del mundo en el cual la “lampara de la vida” es intercambiada, prestada y represtada como en una carrera de relevo pasa de una mano a otra la varilla que atestigua el alcance de la meta.
De igual manera, si bien el tránsito a la muerte requiere algún tipo de preparación, esto se dice en tanto su dimensión natural, que Montaigne rescata en oposición al vano alboroto que levanta esta, fijando una postura crítica respecto de las “apariencias” y el revuelo que esta ocasiona, dirá puntualmente que: “el horror y espanto que nos rodea nos hace sentirnos ya muertos y sepultados” (25) siendo notorio que la vanidad del hombre llega a tal punto que incluso en la muerte no deja de ser presuntuoso y llama la atención acerca de como criadas y gentes humildes asumen la muerte sin mayor temor en la ausencia de tanto protocolo.
Es así como apoyando en Nietzsche esta crítica de Montaigne cabe decir con Zaratustra:
“Todos dan importancia al morir: pero la muerte no es
todavía una fiesta. Los hombres no han aprendido
aún como se celebran las fiestas más bellas” (26)
Notas:

1.- “De cuantas cosas adquiere la sabiduría para la felicidad de toda la vida, la mayor es la posesión de la amistad. Aún en medio de la cortedad de bienes, se ha de tener por cierto que la amistad da seguridad” Laercio Diogenes, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (selección). Fundación Editorial El perro y la rana. P 334, 2007
2.- “De los apetitos unos son naturales y necesarios; otros naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios, sino movidos. Epicuro tiene por naturales y necesarios a los que disuelven las aflicciones, como el de la bebida en la sed; por naturales y no necesarios a los que solo varían el deleite, mas no quitan la aflicción, como son las comidas espléndidas y suntuosas; y por no naturales y necesarios tiene, v.gr., a las coronas y erección de estatuas”. Idem (1) P 335.
3.- Laercio Diogenes, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (selección). Fundación Editorial El perro y la rana. P 332, 2007
4.- Montaigne, Ensayos II (edición integral) Editorial Orbis. P 329, 1968.
5.- Idem (3). P 35
6.- Idem (3). P 35-36
7.- Idem (3). P 36
8.- Idem (3). P 37

9.- Nietzsche Friedrich. Así habló Zaratustra. Alianza Editorial. P 60, 1981
10.- “Hay más razón en el cuerpo que en tu mayor sabiduría. ¿Y quién sabe para que necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría? […] Yo (sí mismo) soy las andaderas del yo y el apuntador de sus conceptos” Idem (9) P 61
11.- Idem (9) P 61 (cursiva agregada) ver (10)
12.- “Todo lo que es natural es fácil de prevenir; pero lo vano, muy difícil” Epicuro. Apéndice a De la naturaleza de las cosas. Carta a Meneceo. Fundación editorial el Perro y la Rana. P 408, 2007
13.- Idem (12) P 409
14.- Montaigne, Ensayos I (edición integral) Editorial Orbis. P 48, 1968
15.- Idem (14) P 48

16.- Cabe destacar, apropósito sobre la postura en cuanto al placer en Cicerón, tendrá una visión moderada, pero en tal caso no objetará del todo la existencia de estos, aunque resaltando un aspecto interesante y singular, el del placer en la amistad, lo cual podemos enlazar retomando la conexión con Epicuro, puntualmente señala Cicerón: “Y no media yo más aquel deleite por la dimensión del cuerpo que por la compañía y conversación de los amigos” Cicerón Marco Tulio. Obras Escogidas. Librería Ateneo Editorial. P 225, 1965. Esta observación esta enmarcada igualmente en un texto como el “De la vejez” en que plantea que la moderación si bien es propia de la vejez, al igual que el tema de la muerte debe estar presente en el cavilar del hombre desde tempranas etapas de la vida.
17.- Cicerón Marco Tulio. Obras Escogidas. Librería Ateneo Editorial. P 236, 1965
18.- Idem (16) P 236
19.- Idem (14) P 51
20.- Idem (14) P 51
21.- Idem (14) P 53

22.- Idem (14) P 59
23.- Idem (14) P 53
24.- Idem (14) P 49
25.- Idem (14) P 61

26.- Idem (9) P 114


REFERENCIAS
Laercio Diogenes, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (selección). Fundación Editorial El perro y la rana. 2007
Montaigne, Ensayos II (edición integral) Editorial Orbis. 1968
Nietzsche Friedrich. Así habló Zaratustra. Alianza Editorial. 1981
Epicuro. Apéndice a De la naturaleza de las cosas. Carta a Meneceo. Fundación editorial el Perro y la Rana. 2007
Montaigne, Ensayos I (edición integral) Editorial Orbis. 1968
Cicerón Marco Tulio. Obras Escogidas. Librería Ateneo Editorial. 1965
Camus Albert. El mito de Sísifo. Alianza Editorial. 2006

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